Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Amantes eternas - Adaptación - 9


CAPÍTULO 09

Aleksandra se quedó con la mirada llena de incredulidad fija en Nigel.
—¿Qué quieres decir con que ella se marchó?— preguntó.
—El señor Prentiss se fue anoche con la señorita Veronique y la señorita Inna. —Frunció el ceño. —No creo que la señorita Inna se estuviera sintiendo bien mientras él la cargó fuera al coche.
Un arrebato de pánico floreció en su pecho. ¿Estaba enferma? ¿Era grave? ¿Por qué no se lo había contado?
— ¿Dónde fueron?

El mayordomo negó con la cabeza.
—No lo sé. El señor Prentiss no me informó acerca de su destino.
La morena hizo rechinar sus dientes de frustración.
— ¿Llevaba consigo su teléfono celular?
Nigel asintió con la cabeza.
—Por supuesto.
—Si recibes noticias de él, dile que me llame inmediatamente. —Aleksandra se dio vuelta y caminó con paso impetuoso hasta la limosina que la esperaba. Una vez dentro, agarró su teléfono y marcó el número de Dirk. El teléfono timbró varias veces y gruñó mientras saltaba el contestador.
—Soy Aleksandra. Llámame tan pronto como sea posible.
Colgó con fuerza el teléfono y lo lanzó en el asiento a su lado.
—De regreso a Denver, Reg — le dijo al conductor.
El coche se apartó con blandura de la casa y Aleksandra dejó caer su cabeza hacia atrás contra el cuero suave del asiento. ¿Por qué se habría marchado Inna? Diablos. Sabía que debería haber regresado la noche anterior. Había tenido la sensación, cuando había hablado con ella, de que algo no estaba bien. Sus entrañas habían gritado que regresara, pero no lo había hecho. Había esperado porque había querido que el momento fuera perfecto.
Una sonrisa amarga torció su boca mientras sacaba el anillo de su bolsillo. Una esmeralda única rodeada de diamantes brillaba intensamente entre sus dedos. Era el anillo que nunca había conseguido darle, la última vez que habían estado juntas durante la guerra. Ella había muerto antes de que pudiera llegar a su lado.
Su mano se convirtió en un puño alrededor del anillo, mientras las aristas hacían un corte en su piel. No esta vez. La amaba, siempre la había amado, y esa era la verdad. Nada,  ni siquiera el tiempo mismo, las mantendría separadas esta vez.

******************** 

Dirk deslizó su pulgar sobre sus nudillos otra vez, con la mirada fija en la cara durmiente de Inna. Su mejor amiga estaba muriendo, y había ocurrido demasiado rápido. Simplemente hacía dos días, hacían planes para tomar un crucero corto por el Mediterráneo el mes siguiente y, ahora, casi había terminado.
Incluso mientras ella yacía en su sueño inducido por las drogas, sufría. De vez en cuando, un suspiro suave se libraba de sus labios y su frente se arrugaba como si algo atravesara el muro que formaba la morfina y despejara su somnolencia para inquietarla.
Él se había aterrorizado cuando Inna lo había llamado. Era demasiado pronto para perderla. Demasiado pronto para que el mundo perdiera su risa mercurial y su perverso sentido del humor. Con los ojos secos, levantó la mano femenina hasta su boca y depositó un beso sobre su piel fresca. Había llorado hasta quedar seco en las pasadas veinticuatro horas, y se sentía exhausto. Simplemente ya no le quedaban más lágrimas.
A Dios gracias por Ronni. Ella había sido una roca. Se había plantado y había hecho los arreglos para trasladarlos de regreso a Nueva York en un tiempo récord, por no mencionar las enfermeras que la cuidaban las veinticuatro horas y la transformación del dormitorio de Inna en su cuarto de enferma. Ronni lo había llenado de flores y la suave música clásica sonaba en el estéreo. La cama de hospital estaba cubierta con un cubrecama de seda e Inna estaba vestida con su kimono esmeralda favorito.
Inna estaba en lo correcto. Él amaba a Ronni. ¿Por qué había esperado tanto tiempo para decírselo? Negó con la cabeza. Todo ese tiempo desperdiciado. Quería casarse con ella, tener críos y, sí, incluso compraría una maldita mini-furgoneta y llevaría a los niños a las prácticas de fútbol si ella quería que lo hiciera.
Dejó caer su cabeza encima de la cama, al lado del brazo femenino.
—Demonios, estabas en lo correcto todo el tiempo, Inna.
Ella se movió.
—Correcto… todo el tiempo…— balbuceó ella.
Él levantó la cabeza, con una tenue sonrisa en la cara.
—No puedo creer que te despertaras justamente cuando dije eso.
Ella soltó una risa leve.
—Debo estar muriendo, porque nunca pensé que oiría eso en mi vida…
Su voz se fue apagando mientras volvía calladamente a su sueño drogado. Tenía momentos de lucidez, pero iban y venían rápidamente. Su doctor había estado algunas horas más temprano y su diagnóstico había sido que tenían sólo algunos días en el mejor de los casos.
Él tragó saliva. Con mil diablos, no estaba listo para dejarla ir aún.
La puerta se abrió y él giró para ver a Ronni entrar. Se veía tan cansada como él se sentía. La redecilla para prensar su pelo normalmente perfecta se había convertido en una cola de caballo, su cara estaba sin maquillar y llevaba puestos unos pantalones demasiados grandes y una camisa playera blanca.
 Nunca la había visto más bella en su vida.
—Aleksandra llamó de nuevo y está frenética— dijo ella. —Tenemos que decirle algo, Dirk.
Él negó con la cabeza.
—Ella no quiere ver a nadie, especialmente a ella. No quiere que la recuerde así.
—Bien, adivina qué, Dirk. Me dijo que la ama, y no contarle la verdad es como destrozarla. Si no sabe la verdad, terminará odiándola para siempre. ¿Ella quiere eso?. —Ronni puso la mano sobre su hombro. —Merece la oportunidad de decirle adiós, y ella merece oír que la ama una última vez.
La mirada de Dirk se volvió hacia su amiga dormida, su imagen ardiéndole en la mente. ¿Qué debía hacer? ¿Seguir el edicto de Inna o traer a la mujer que ella amaba a su lado para verla por última vez?
¿Qué querría él? ¿Querría a Ronni a su lado mientras agonizaba?
Sí.
Sin que su mirada se apartara de la cara de Inna, él dijo:
—Tráela a Nueva York.
Veronique dejó caer un beso en su nuca.
—Te amo.
La garganta de Dirk se tensó.
—Yo también te amo.
Ella se volvió para salir.
—¿Cariño?— dijo él.
Ella se detuvo, su expresión vacilante.
—Dile que se apresure.

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