LooK aaps
Estaba sentada en la mesa de
la cocina, mirando a mi madre hacer pollo al horno; ella estaba entrando en pánico y miraba el reloj a cada minuto.
Sabía por qué lo hacía, mi padre debía estar en casa en exactamente en 20
minutos y a él le gustaba que la cena estuviera en la mesa tan pronto como
entrara. Javier se acercó, jugando con sus figuras del Hombre Araña, mamá, ¿puedo
ir a jugar a casa de Lena? preguntó, lanzándole una mirada de cachorrito, ella
miró el reloj de nuevo y sacudió la cabeza rápidamente, no ahora, Javier. La
cena no tardará mucho y necesitamos comer como una familia. Se estremeció ligeramente mientras hablaba la
cara de Javier cayó, pero asintió y vino a sentarse a mí lado. Inmediatamente
le arrebaté el hombrecito de sus manos y me reí cuando jadeó y lo arrebató
devuelta, sonriendo y poniendo los ojos en blanco hacia mí.
Él era un chico
lindo, con cabello rubio y ojos grises con motas marrones en ellos. Era mi
hermano mayor como los hermanos mayores era el mejor. Siempre me cuidaba en
casa y en la escuela, se aseguraba de que nadie me molestara, el único que
tenía permitido molestarme, según su opinión, era él, y en una menor medida su
mejor amiga Elena, que resultaba que vivía en la casa de al lado. Entonces,
Alejandra, ¿necesitas ayuda con tu tarea?.
Preguntó él, codeándome Javier tenía diez, y era dos años mayor que yo,
así que siempre me ayudaba con el trabajo de la escuela nop, no tengo
tarea. Sonreí, balanceando mis piernas
mientras colgaban de la encimera. Bien, niños, pongan la mesa por mí. Ya saben
cómo. Exactamente bien, ¿de acuerdo?
pidió mamá, rociando queso sobre la pasta y poniéndola en el horno
Javier y yo nos bajamos de la encimera y agarramos las cosas, dirigiéndonos a
la sala comedor mi papá era muy particular sobre todo, si todo no estaba
exactamente bien, se enojaba y nadie quería eso. Mi mamá siempre decía que mi
papá tenía un trabajo estresante. Siempre se enojaba con facilidad si hacíamos
algo mal. Si has escuchado ese dicho: “Los niños deberían ser vistos y no
oídos”, bueno, mi papá llevaba eso a otro extremo. En su lugar, le gustaba:
“Los niños no deberían ser visto su oídos”. A las cinco treinta llegaba a casa
todos los días, comía la cena de inmediato, y luego Javier y yo éramos enviados
a nuestras habitaciones, en donde jugábamos en silencio hasta las siete y
treinta cuando teníamos que ir a la cama odiaba esta hora del día. Todo estaba
bien hasta que él llegaba a casa, y luego todos cambiábamos. Javier siempre se
quedaba en silencio y no sonreía. Mi mamá tenía esa mirada es su cara, como de
miedo o preocupación, y empezaba a correr de aquí para allá ahuecando los
cojines sobre el sofá. Yo siempre me quedaba allí y deseaba silenciosamente que
pudiera esconderme en mi habitación y nunca salir. Javier y yo pusimos la mesa
y luego nos sentamos en silencio, esperando que el clic de la puerta señalara
que él estaba en casa. Podía sentir mi estómago revoloteando, mis manos
empezando a sudar mientras rezaba en mi cabeza que él hubiera tenido un buen
día y estuviera normal esta noche. Algunas veces, en estaba en un humor
realmente bueno y me besaba y abrazaba. Me decía la niñita tan especial que
era, y lo mucho que me quería. Eso sucedía normalmente los domingos. Mi mamá y
Javier iban a la práctica de hockey y cabreada en casa con mi padre. Aquellos
Domingos eran los peores, pero no le dije jamás a nadie de esos días, y lo
mucho que me tocaba y me decía lo bonita que era. Odiaba esos días, y deseaba
que los fines de semana nunca llegaran. Prefería mucho más que fuera un día de
escuela cuando sólo lo veíamos para la hora de lacena. Definitivamente prefería
cuando me miraba con ojos enojados, que cuando me mira con ojos suaves. No me
gusta en absoluto, me hacía sentir incómoda, siempre hacía que me temblaran las
manos. Afortunadamente, sin embargo, hoy apenas era lunes, así que tenía casi
una semana antes de que tuviera que preocuparme por eso de nuevo. Un par de
minutos después, él entró. Javier me lanzó una mirada que me decía que me
comportara y sostuvo mi mano bajo la mesa. Mi padre tenía cabello rubio, del
mismo color del de Javier. Tenía ojos marrones, y siempre tenía el ceño
fruncido. Hola, niños dijo en su ruidosa
y profunda voz. Un estremecimiento se deslizó por mi columna cuando habló. Puso
su maletín a un lado y tomó asiento a la cabeza de la mesa. Intenté no mostrar
ninguna reacción; de hecho, intenté no moverme para nada. Siempre parecía que
era yo la que metía a todos en problemas o hacía algo mal siempre parecía que
era la que empeoraba las cosas para todos. No solía ser así, solía ser la
niñita de papá, pero desde que empezó su trabajo, hace tres años, cambió.
Nuestra relación con él cambió por completo.
Él todavía me favorecía por
encima de Javier, pero cuando venía del trabajo, era como si quisiera pretender
que Javier y yo no estábamos allí. La forma en que miraba a Javier algunas
veces era como si estuviera deseando que no existiera, hacía que me doliera el
estómago verlo mirar a mi hermano de esa forma.
Hola, papá respondimos ambos al mismo tiempo justo
entonces, mi mamá vino cargando la pasta y un plato de pan con ajo. Esto se ve
bien, Martha dijo él, dándole una sonrisa todos empezamos a comer en silencio e
intenté no moverme incómodamente en mi lugar, entonces, ¿cómo estuvo la
escuela, Javier? le preguntó a mi hermano Javier levantó la mirada
nerviosamente estuvo bien, gracias. Intenté entrar al equipo de hockey sobre
hielo y Lena y yo…empezó a decir, pero mi papá asintió, sin escuchar Eso es
genial, hijo —interrumpió él. ¿Qué hay de ti, Aleja? preguntó, volviendo su
mirada hacia mí ¡Oh, Dios! De acuerdo, sé cortés, no divagues. Bien, gracias
respondí calladamente. ¡Habla más alto, niña! gritó. me estremecí con su tono,
preguntándome si iba a pegarme, o quizá me enviaría a la cama sin cenar estuvo
bien, gracias repetí un poco más fuerte el frunció el ceño y luego se volvió
hacia mi mamá, que estaba estrujándose las manos nerviosamente entonces,
Marian, ¿qué has estado haciendo hoy? preguntó, comiendo su cena bueno, fui al
supermercado y conseguí ese champo que te gusta, y luego planché un poco
respondió mi mamá rápidamente sonaba como una respuesta preparada, siempre
hacía eso, tenía sus respuestas listas de modo que no fuera a decir nada
inapropiado que lo hiciera enojar.
Extendí la mano por mi
bebida, pero no estaba observando apropiadamente y la volqué, derramando el
contenido sobre la mesa, los ojos de todos volaron hacia mi padre, que se
levantó de un salto de su silla. ¡Mierda! ¡Alejandra, estúpida pequeña
perra! Gruñó, agarrándome del brazo y
empujándome bruscamente de la mesa de repente mi espalda golpeó la pared, el
dolor me atravesó y me mordí el labio para dejar de llorar. Llorar lo empeoraba
todo, él odiaba que llorara, decía que solo los débiles lloraban, lo vi apartar
su mano; iba a golpearme. Sostuve el aliento esperando el golpe, sabiendo que
no había nada que pudiera hacer más que soportarlo, igual que siempre mi hermano
se levantó de un salto de su silla y se abalanzó sobre mí, envolviendo con
fuerza sus brazos a mí alrededor, cubriéndome la suya estaba hacia mi padre
mientras me protegía. ¡Suéltala, Javier! ¡Necesita aprender a ser más
cuidadosa! gritó mi padre, agarrando a Javier de su ropa y lanzándolo al piso
me abofeteó, enviándome al piso, luego se volvió hacia Javier y lo pateó en la
pierna, haciéndolo gemir. ¡No te metas en mi camino de nuevo, pequeño pedazo de
mierda! le gritó a Javier, mientras estaba acurrucado en una bola en el piso.
Lágrimas silenciosas corrían por mi cara. No podía soportar ver herido a mi
hermano; él sólo estaba intentando protegerme. Javier siempre hacía eso. Cuando
me metía en problemas, él provocaba a mi padre de modo que la tomara contra él
en su lugar. Mi padre levantó su plato y su bebida, caminó a zancadas hacía la
sala para terminar su comida, murmurando algo sobre nosotros siendo “los peores
niños en el mundo” y “cómo infiernos se pudo quedar atrapado en esta vida”. Me
arrastré hasta mi hermano y envolví mis brazos alrededor suyo con fuerza,
aferrándome a él como si mi vida dependiera de ello. Él gimió y se levantó para
sentarse, abrazándome de vuelta, frotando su mano por mi mejilla punzante. Lo
siento, Javier lo siento murmuré en voz baja, llorando sobre su hombro. Él negó
con la cabeza. Está bien, Aleja no es culpa tuya dijo con voz ronca, me dio una pequeña
sonrisa y tratando de ponerse en pie, gimiendo. Me puse de pie con un salto y le
ayudé a levantarse. Podía oír movimiento así que levanté la mirada para ver que
mi madre estaba limpiando la mesa frenéticamente lleven sus cenas a sus cuartos y coman,
¿bien? ordenó, besándonos a los dos en la mejilla. Ella tenía que ir a donde mi
padre y hacer control de daños, él estaría de mal humor por mi error y ella
tenía que calmarlo antes de que pasase algo más. Los veré a la mañana. Los
quiero a los dos. Por favor estén callados, y páselo que pase, quédense en sus
habitaciones ordenó, rápidamente besándonos otra vez y entregándonos nuestras
cenas a medio comer, antes de empujarnos hacia el vestíbulo trasero teníamos
una buena casa, cuatro dormitorios y todo estaba en un nivel. Mi padre ganaba
un buen dinero por lo que vivíamos en una bonita zona, pero preferiría que la
casa fuera más pequeña así no tuviera que trabajar en ese instante Puede que entonces fuera como el viejo Papá,
llevándonos al parque y comprándome juguetes y dulces. Javier vino a mí
habitación y comimos en silencio, sentándonos en el suelo cerca de mi cama.
Tomó mi mano con fuerza cuando oímos a mi padre gritar a mi madre desde el
salón, algo se rompió, y me estremecí. Esto era totalmente culpa mía. Empecé a
sollozar así que Javier envolvió su brazo alrededor de mi hombro, apretando
suavemente. Él siempre parecía mucho mayor que yo; era mucho más maduro que yo.
Está bien. Todo está bien, Aleja no te preocupes susurró, acariciándome el
pelo. Una vez que me calmé, y los gritos habían cesado, jugamos a las cartas
por un rato. Cuando estábamos en la mitad del juego, escuchamos pisadas fuertes
viniendo por el vestíbulo. Javier se puso rígido cuando los pasos pasaron por
mi puerta. No sede tuvieron sin embargo, gracias a Dios. Dejé escapar el
aliento que no me di cuenta que estaba aguantando y miré a Javier, quien esbozó
una pequeña sonrisa mejor me voy a mi habitación, son pasadas las siete dijo
mirando a mi despertador. Cierra con llave la puerta. Te veré en la mañana dijo
con un guiño. Salió de la habitación y lo observé arrastrarse por el pasillo
hasta su habitación, se volvió hacia mí. Cierra con llave tu puerta, Aleja
susurró, esperando ahí, observándome cerré la puerta con llave rápidamente como
me dijo. Poniendo mi oreja en la madera, escuché para asegurarme de que Javier
hiciera lo mismo con la suya. Volví corriendo a mi cama y me tiré sobre ella,
llorando silenciosamente. No podía parar, estaba sollozando y sollozando.
¡Había sido estúpida esta noche e hice que hiriera mi hermano otra vez! Y
probablemente a mi madre también, por el sonido de los ruidos en el salón. De repente,
se produjo un rasguño, un ruido golpeando en mi ventana. Abrí mis ojos de golpe
para ver a Lena fuera, mirándome con tristeza. Me levanté y corrí hacia mi
ventana la abrí y la deslicé hacia arriba silenciosamente preguntándome qué
demonios estaba haciendo aquí. ¿No debería estar en su casa? ¿Lena, qué estás haciendo aquí? ¡Tienes que
irte, ahora! le grité susurrando, sacudiendo mi cabeza con fuerza. Pero la
chica estúpida solo trepó a mi habitación por la ventana, cerrándolo
silenciosamente detrás de ella, contuve la respiración, mirando a mi puerta con
los ojos muy abiertos. Si mi padre la atrapaba aquí se iba a volver loco, no le
gustaba que Lena viniera y jugara en nuestra casa, siempre decía que era muy
ruidosa ¡Lena, sal! susurré, desesperadamente
intentando empujarla devuelta hacia la ventana. Me estremecí, preguntándome que
haría mi padre si hubiera escuchado abrirse la ventana y supiera que Lena
estaba aquí. Lena no se movió; simplemente envolvió sus brazos alrededor mío
con fuerza y me atrajo contra su pecho. Traté de empujarla, pero ella solo me
sostuvo con más fuerza. Está bien susurró, acariciando mi pelo. Empecé a llorar
otra vez en su pecho; pensamientos de Javier siendo herido antes inundaron mi
cabeza. Lena era alta para su edad; tenía diez años, igual que Javier. Ellos
eran mejores amigos, y lo habían sido desde que nos mudamos hace cuatro años.
Tenía el pelo castaño chocolate a media espalda, y ojos azules claros que eran
como ventanas a su alma. Cuando Lena te miraba te hacía sentir como si pudieras
volar. Era muy lindos los dos; todas mis amigas estaban coladas por ellos por
alguna razón. Lena y yo, sin embargo, no nos llevábamos del todo bien, ella se burlaba de mí todo el tiempo, me pone
la zancadilla, me tira del pelo, y tiene esta molesta costumbre de llamarme
Ángel por alguna razón, me llamó así desde el momento en que me conoció y
realmente me pone furiosa. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí ahora? ¿Y por qué
estaba abrazándome? Tal vez pensó que esta era la habitación de Javier, tal vez
se acercó a la ventana equivocada pero no podía estar en lo cierto porque la
habitación de Javier estaba en la otra parte del vestíbulo, su ventana daba al
patio trasero me eché hacia atrás para mirarla. Por alguna razón ella se veía
tan triste; tenía lágrimas en sus ojos mientras se limitaba a seguir
abrazándome ella sabía sobre mi padre, Javier había sido cubierto por moratones
una vez y le soltó la verdad a ella Javier
y yo le rogamos que no dijera nada, sin embargo, nunca lo ha hecho. ¿Qué
estás haciendo aquí, Lena? susurré, limpiándome la cara, pero las lágrimas
siguieron cayendo me tiró sobre la cama, meciéndome suavemente, igual que
Javier siempre hacia cuando lloraba. Miré su pecho y me di cuenta que estaba
usando shorts y camiseta de princesas fruncí el ceño, un poco confundida en
cuanto a por qué tendría puesto eso, hacía mucho frío fuera. Entonces me di
cuenta de que estaba usando su pijama, miré al reloj para ver que eran casi las
ocho y media. Había estado llorando durante más de una hora. Te vi a través de
la ventana. Solo quería venir y asegurarme de que estabas bien susurró a su
vez, todavía abrazándome con fuerza.
Volvía mirar a la ventana.
La habitación de Lena estaba directamente en frente de la mía y podía ver en su
habitación, lo que significaba que ella podía ver en la mía, me mordí el labio,
oh Dios me había visto llorando, tengo que verme tan débil para ella . Las únicas personas ante las que
alguna vez había llorado eran mi madre y Javier. Estoy bien. Tienes que irte
susurré empujándole otra vez, tratando de sacarla de la cama. Se limitó a negar
con su cabeza. No me voy hasta que dejes de llorar declaró, tirándome hacia
abajo de manera que ahora estábamos tumbadas en mi cama, una enfrente de la
otra. Tenía sus brazos envueltos alrededor mío tan fuerte que ni siquiera podía
retorcerme. Me sentí segura y caliente. Me deslicé aún más cerca de ella,
presionando todo mi cuerpo con el suyo y sollocé en su pecho.
Me desperté a la mañana,
todavía fuertemente envuelta en sus brazos; di un grito ahogado y miré al reloj
6:20 a.m. ¡Lena! susurré, sacudiéndola.
Ha, ¿qué, Mamá? preguntó con sus ojos cerrados. ¡Shhh! siseé, rápidamente
cubriendo su boca antes de que hablase otra vez. No puedo creer que nos
quedásemos dormidas, esto está tan mal. Sus ojos se abrieron de golpe y me
miró, sorprendida, luego miró alrededor de mi habitación. Oh no, ¿me quedé
dormida? susurró, sentándose y pasándose la mano por su pelo, que estaba
revuelto. Tienes que ir a casa, Lena. ¡Rápido! siseé, empujándola hacía la
ventana. La abrió y empezó a trepar fuera pero agarré su mano haciendo que se
detuviera. Levantó la vista hacia mí una expresión confundida en su cara.
Gracias susurré, sonriéndole agradecidamente. Realmente necesitaba ese abrazo
la otra noche, esa fue probablemente la cosa más bonita que Lena alguna vez
había hecho por mí, ella me devolvió la sonrisa. De nada, Ángel respondió,
sonriendo y saliendo. Vi como pasaba por el agujero en la valla y volvió a
subir a su propia ventana. La cerró y me saludó, le devolví el saludo y luego
fui a vestirme. El pensamiento de Lena viniendo a escondidas aquí y estando en
la casa sin permiso, hizo que mi estómago doliera. Tuvimos mucha suerte de no
ser atrapadas. Me aterraba pensar que habría sucedido si sus padres hubieran
ido a su habitación a la noche y hubieran visto su cama vacía, o que habría
pasado si no me hubiera despertado temprano. Me estremecí al pensar en lo que
mi padre haría si hubiera entrado aquí para encontrar a Lena en la casa durante
la noche.
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