Capítulo
24
La
verdad de Kiyohime II
Muy a mi pesar llegada la madrugada, debí abandonar a mi amor en aquel
lecho que fuera testigo de nuestra entrega sincera, porque fui suya y ella mía.
Sonreí... eso nadie podría arrebatármelo. Dejé una pequeña nota en el buró
junto a las copas que no bebimos, cubrí su cuerpo con las sabanas, tomé mis
ropas, deposité un beso en su frente y me marché como una sombra en la noche.
Tenía que volver antes de que notasen la ausencia de mi caballo y de mi
persona, ingresé en mi cuarto y antes de que la servidumbre llamara a mi puerta,
me aseé para no dejar huellas tangibles de mi encuentro amoroso.
En los posteriores días mi Nataru inventó todo tipo de excusas para
retrasar su partida y yo no me cambiaba por nadie en aquellas tardes que
hablábamos en la fuente del jardín. También en secreto cada noche, volvía a su
cuarto y a su cama para ser amada por ella. La dicha y el brillo en mis ojos,
fue sin embargo la causa de mi caída, del infortunio mismo que quiso privarme
de la felicidad que atraparon mis manos por esos efímeros momentos.
Mi padre solicitó otro servicio a sus amables invitados, todos incluida
mi amada marcharon en caballos a la frontera sur de nuestras tierras con motivo
de otra revuelta. El viaje duraba tres días si no había inconvenientes y aunque
yo intentara disimular el malestar que me procuraba la ausencia de mi Nataru,
la suspicacia de mi madre jamás debí subestimarla.
Una bofetada violenta, mi sangre manchando el suelo límpido de madera
en la privacidad de aquel Dojo y mi labio roto. Admito que me tomó por sorpresa
el golpe venido de la mano de Ayame. -¡No me mires como si no supieras la causa
de esto!- Gritó fuera de sus cabales mi madre.
-Prefiero fingir que no lo sé- Me puse de pie para mirar directamente
en sus ojos negros incendiados de cólera. Quiso golpearme de nuevo pero mi mano
detuvo la suya sin esfuerzo, yo he superado a mi maestra en el arte del combate
hace tiempo, yo soy más fuerte que Ayame.
-¿Cómo osas enfrentarte a tu madre?- Cuestionó contrariada y de mí
nació una sonrisa oscura, el dolor es subjetivo a la mente, ni sentí la herida
en mi boca pero sí que me alegró su confusión.
-Madre sabe que me ha enseñado bien, aunque no lo suficiente- De no ser
así, ella no lo sabría.
Ayame retiró su mano de entre mis dedos que aún la presionaban. -El
amor es una debilidad que esperaba no hiciese sucumbir a mi pequeña Kiyohime-
Dijo con desdén. -Te crie para ser superior a ese sentimiento, para jamás ceder
el poder de ti a otra persona... eres débil como tu padre-
-En eso te equivocas, mis sentimientos me han hecho fuerte... no soy
como tú, una flor marchita por dentro- Una pequeña bofetada verbal, esas le
duelen más que las heridas físicas y ya estamos a la par, sin embargo...
Sonrió con burla. -Ara, ara... tal parece que tendré que reeducar a mi
hija... le recomiendo a Kiyo-chan que deje sus amoríos con ese 'monje', sus
indiscreciones están ocultas en esta casa, pero de seguir con ellas... el
nombre que es el mayor bien que posees, se habrá mancillado aún más que ese
indigno cuerpo- Me miró con un desprecio tal, como si en mi piel hubiera lepra
o en mi frente trajera un letrero de paria. Tensé la mandíbula sorprendida ante
sus descubrimientos, sé que Yuriko jamás me delataría pero... ella leyó mis
pensamientos. -Tus jueguecitos en la casa de citas son de mi entero
conocimiento, así como tus furtivas escapadas nocturnas... te dije en mil
ocasiones que no des tu confianza a quien vende su lealtad al mejor postor,
como bien sabes yo poseo mucho más que tú- Sonrió victoriosa Ayame Viola.
-Okuzaki-san...- Dejé salir el nombre de mis labios y una ira
inconmensurable se alojó en mi interior para ella.
-Te dije que dispusieras de ella solo para ESA clase de trabajos, sabes
bien cuantas amantes he eliminado en la vida de tu padre... empero tu
correspondencia con Yuriko-san ha roto mi corazón de madre- Musitó con
sobreactuada congoja antes de reírse de forma estridente. -Pensar que prefieres
a una zorra de burdel que a tu propia madre-
-Cualquiera hubiera sido mejor madre que tú- Veneno destilaban mis
palabras y mis ojos la miraron como puñales.
-Has caído de mi gracia, tus palabras ya no me alcanzan... pero corre
la misma sangre por nuestras venas y solo por eso seré gentil contigo- Su
mirada se volvió turbia y más oscura que un abismo. -Te casaras con
Kanzaki-sama, pero en castigo tus hijas serán criadas por mí, no cometeré el
mismo error dos veces y ellas serán dignas miembros de la familia Viola-
Sonreí divertida ante sus imaginaciones. -Para eso tendría que casarme
con él y luego lo evidente, pero tales ideas están muy lejos de hacerse
realidad-
-Ara, mi Kiyo-chan insiste en su estúpida rebeldía- Negó con sorna de
mí. -Si es tanto tu amor, sabrás sacrificarlo para que nada malo le pase a
Nataru-chan ¿Verdad?-
-¿Qué planeas Ayame?- Pregunté con una nota de pánico en la voz, sabía
de lo que era capaz mi madre.
-Una gota del más potente veneno conveniente dispuesto en sus
alimentos, o tal vez exponer a esa mujer al escarnio público, la cazarán como a
un perro sin importar a donde vaya... veras, sé que enviar a un Okuzaki a
matarle sería como avisarle del peligro que corre, se cuan hábil es en combate
y perdería a una fiel sirviente...- Posó la mano en su barbilla en gesto de
pensar, cuando yo me desmoronaba por dentro. -¿Ahora ves la gravedad de tu
desliz?- Ladeo la cabeza con falsa ternura, como una muñeca de porcelana vacía
por dentro.
Sentí mis sollozos caer por mis mejillas, pero de mi garganta no
salieron gemidos. -Estas muerta para mí- Susurré con rencor y mis dientes
rechinando de ira mal contenida.
Ayame prefirió ignorarme. -Tranquila Kiyohime, madre dijo que iba a ser
gentil... nadie sabrá lo que hiciste con ella, por Yuriko jamás se sabrá de tu
visita al Dragón Rojo y con sus enseñanzas sabrás engañar sobre tu virtud a
Kanzaki-sama... lo harías por amor, lo sé... no quieres que ella muera, es tan
tierna y de buen ver, que comprendo porque te has sentido atraída... pero tú y
yo sabemos que solo es una confusión pasajera ¿Harás lo que dice madre?-
Preguntó con tono falsamente preocupado.
Contra mis deseos incliné la cabeza ante ella, mordí mis labios y gotas
carmines mancharon el suelo del Dojo otra vez. -Solo será de esa manera, si
dejas ir al 'monje' sin ningún daño-
-No le pasará nada, te doy mi palabra... pero tú ocuparas el modo de
hacerle marchar... lo dejo en tus manos, estará aquí mañana en la tarde- Me dio
la espalda y levanté la cabeza extrañada.
-Tardarían 3 días- Refuté
-Los envié hacía una falsa alarma- Sonrió de medio lado antes de abrir
la puerta corrediza. -Siéntete dichosa hija mía, tu futuro esposo habrá
arribado en solo un mes, ten paciencia, sé que comes ansias por tu boda- Dijo
en tono de voz alto, mientras los sirvientes pasaban y luego cerró la puerta
dejándome a solas en mi propio infierno personal.
Caí de rodillas y las lágrimas corrieron como cascadas desde mis ojos,
un mar atrapado en mi alma y todo en mi interior condenado al olvido.
Amargamente corto se hizo el tiempo de mi desahogo, pasé esa noche en vela
pensando en mis posibilidades, pero en tanto Nataru estuviese cerca de mí, madre
tendría la forma de hacerle daño, de deshonrar su nombre y hacer realidad su
mayor temor... ver rebelada la verdad sobre su género y las vidas de su familia
sacrificadas, incluso la muerte era más halagüeña que cualquier posibilidad.
Esa tarde de otoño, después del almuerzo del que apenas probé bocado y
no me esforcé en esconder mi desgano, fui a la fuente del jardín donde mi
Nataru sabría encontrarme. Pasé las horas viendo el movimiento de las hondas en
el agua cuando los pétalos del cerezo más antiguo de la casa caían en las
tranquilas aguas. Fue un instante hipnótico, mientras el viento soplaba con
cierta fuerza, algo me decía que era observada, pero mis cabellos se mecían con
la corriente y ocupé delicadeza en acomodarlos tras mi oreja, cuando su voz
enfurruñada llegó a mí.
-Mienten los ponzoñosos labios de tu madre, no puede haber un candidato
mejor que yo... ¿O es acaso que develaste mi secreto Kiyohime?- Una rama crujir
y sus pesadas pisadas a mi espalda.
Su duda lastimó solo un poco. -No lo ha sabido por mis labios Nataru-
No lloraba en cuanto le dediqué una mirada indescifrable, pero lo veía ella, lo
supe, las lágrimas de sangre que destilaba mi alma con su agonía infinita, mas
no dije nada.
-Solo tú lo sabías...- Sentencio mi Nataru con voz grave, para después
cambiar su rostro por uno de ruegos. Acercóse a mí con pena en su bello rostro,
cuando de impávidas expresiones me valía para ocultar mis intenciones. -Ven
conmigo, escapa conmigo... mi familia te dará cobijo en su seno y yo te protegeré
con mi vida... no te cases con él, por piedad amor mío-
-No es mi elección, no puedo ser tan libre como tú... yo no puedo
protegerme con el velo de una identidad falsa- Usé un desdén odioso en mi voz,
uno con la intensión de alejar.
-Sabes bien porque hago esto... Saito Blan es apenas un niño pequeño,
sin un heredero varón...- Nataru intentó referir las razones que sé bien, nadie
las tiene más presentes que yo.
-Lo sé muy bien. El emperador retiraría todo privilegio a vuestra
familia... y si no fuera él, los otros señores feudales atacarían sin piedad a
las provincias bajo su dominio, sin una cabeza visible y fuerte, toda tu
familia estaría en peligro- Dije sin aparentes emociones, pero el llanto al fin
corría por mis mejillas.
-Si lo sabes entonces ¿Por qué dudas el venir junto a mí?- Deslizó sus
manos sobre mí rostro y sus labios secaron las lágrimas caprichosas a las que
no permití seguir aflorando en mis ojos. Sus manos tomaron las mías y sus
rodillas tocaron el suelo, deseando aferrarse a mí.
-Porque la misma guerra se libraría de cualquier modo, los Viola y sus
aliados los Fujino, así como la familia Kanzaki... todos irían contra ti y los
tuyos, conoces tan bien como yo... las leyes que rigen sobre nosotros, incluso
sobre las emociones- Retiré con dolor sus manos y le aparté con un movimiento
suave pero firme. -Lord Ikeda Kanzaki ha sido mi prometido desde mi nacimiento,
es tiempo de que lo acepte- Me escondí en las caretas que aprendí desde la
tierna infancia y casi las vi rotas ante su pálida y angustiada expresión.
Me odie por causarle tal desconsuelo, pero pronto mi Nataru replicó con
una herida que comenzaba a abrirle en el pecho. -No seas obstinada ¿Acaso
sientes algo por ese Kanzaki?-
-Si dijera que sí... ¿Te marcharías?-
-No osaría hacer nada que te hiriese, si lo amaras a él... entonces yo-
No le permití decir más, no podría continuar mintiendo si le dejara continuar
hablando.
-Así es, él es todo lo que tú no puedes ser Nataru, él puede darme una
semilla de la que tú eres incapaz- La más grande muestra de mi fuerza de
voluntad en un fastidio y veneno que disfrazaba la amargura que me invadía.
Soportar la mirada de aquellos ojos verdes sabiendo que destrozaba todo lo que
había construido, era sin lugar a dudas la prueba más dolorosa que hubiera
soportado nunca. O eso creía hasta que su voz lastimera retumbó en mis oídos.
-Pareces haber pensado en el futuro... algo tan digno de ti y de tu
estirpe- Se irguió plantando en su rostro la desidia e indiferencia. -Mientes
muy bien querida Kiyohime... porque no podrá él hacerte sentir la mitad de lo
que yo lograra un efímero instante- Me dio la espalda y ahogué mis gemidos de
súplica en mi garganta, así como mis manos estrangularon lo que sujetaban de mi
Kimono morado. -Buscará sin encontrar tus secretos, ni las delicias del amor
que yo te prodigara, mucho menos será amable con tus tiernos muslos y aunque
sus envites siembren en ti, el fruto de la nueva vida, cuando veas al niño que
haya salido con dolor de tus entrañas... miraras sus ojos sabiendo que añoras y
añorarás, en él encontrar el tono esmeralda... de estos ojos que un día te
miraron con tanto amor- Se marchó sin mirarme, sin siquiera una despedida y era
justo... era mejor que no dijera adiós porque flaquearía mi fe y mi mundo.
Prefiero engañarme con la falsa ilusión de volverla a ver...
Los guerreros y monjes continuaron su viaje a Echizen al día siguiente
de la desaparición de mi Nataru, ninguno hizo preguntas, nadie cuestionó nada y
supe que aquello era obra de mi madre, ignoro cuánto dinero entregó a cada uno
de ellos, o a cuantos amenazó para que jamás volvieran a la casa Viola, no me
importaba... no sin ella. Cuanto más pasaron los días, mayores eran mis
inquietudes ¿Estará bien? ¿Se alimentará apropiadamente? ¿No le habrá cogido gusto
al sake verdad? E infinidad de posibilidades más atormentaron mi mente. Un mes
paso en medio un mi suplicio perenne, con más fuerza cuando mi prometido llegó
a la casa Viola entre bombos y platillos, con numerosos presentes que ni me
tomé la molestia de mirar. Ya era demasiado pasar el tiempo sonriendo
falsamente, como para añadirle más carga dramática a mis actuaciones. En las
noches Nataru entraba en mis sueños para recordarme mis fracasos, dolían las
últimas palabras que dirigió, pero en otras noches más amables, mis sueños le
daban un instante de calma a mi congoja, mostrándomela en la fuente o inclusive
en una remembranza de aquella noche en el paraíso, en el Dragón Rojo.
Se realizó una celebración pública de compromiso, en la que fueron
invitados grandes señores feudales de la zona con el fin de dar a conocer a mi
futuro esposo. Maldita fuera la suerte cuando sentada junto a mi prometido en
el gran banquete y con las prendas pre-nupciales, arribaron los miembros de la
familia Blan, lo supe a causa de sus sirvientes que lucían el símbolo de la
familia feudal de norte, la “gentileza”
de mi madre no tenía limite ¿Cómo pudo invitarle?
Un contradictorio nudo de dicha y desasosiego atravesó mi pecho, al
verle entrar por el portón principal en un semental blanco de fina montura,
perdí el aire cuando ella bajó del corcel con el porte de un caballero. Mi
amada llevaba grabada la insignia del lobo blanco, tejida con hilos de plata en
la espalda de un Kimono azul, una Katana adherida a un cinto de seda negra, en
el que se sujetaba un Hakama. Una prenda insigne que delataba su habilidad como
guerrero y su noble cuna. Oculté mis sonrojos al ver que sus cabellos ya no
cubrían su frente y estaban sujetos en una coleta con un prendedor, símbolo de
su principio como hombre adulto.
De una carroza descendieron su madre y su hermano pequeño, era un mini
Nataru en una versión más infantil, sentí nostalgia... mis descendientes no
tendría el color de sus hermosos ojos. Mi amada escoltó a su madre y al pequeño
Saito hacía una mesa dispuesta para las familias más representativas, muy cerca
de la mía y la de mi familia. La familia Blan fue recibida con amabilidad por
mi padre y mis hermanos, pero ni siquiera en ese momento atisbaron que aquel
honorable señor fuera el huésped que había viajado de incógnito y era uno más
entre muchos.
No se encontraron nuestros ojos pese a que yo era el centro de atención
de la celebración, solo y cuando fueron entregados los presentes, caminó hacia
nosotros en representación de su familia. Con una venía ensayada y una sonrisa
en los labios, levantó el rostro para dirigirme una mirada indiferente en unos
ojos azules y helados que no reconocí como suyos. -Me ha honrado enormemente su
invitación honorable Kanzaki-san, espero que mis humildes presentes sean del
agrado de usted y su hermosa prometida- Pero esa voz era inolvidable, sus
palabras de amor retumbaban todavía en mi mente.
-Yo estoy agradecido por su visita Blan-san, me ha alegrado escuchar
noticias de su retorno- Afirmó cordialmente Ikeda. -Quisiera solicitar se
siente a mi lado en este memorable día, me honraría con su presencia- Cuan
inoportunos pueden ser los hombres algunas veces, pues Kanzaki le permitió a
Nataru sentarse a mi izquierda. La charla de ambos 'hombres' transcurrió entre diálogos
monótonos de negocios, pero Nataru ni un dejo de amargura delataba, tuve esa
terrible sensación de que su corazón ya no estaba conmigo, mi peor pesadilla
ocurría ante mis ojos sin que pudiera liberar un lamento o una lágrima.
En cuanto acabó la celebración, mis padres dieron acogida a todos los
invitados cuyas moradas quedaban demasiado lejos, como para que partir en la
noche fuera demasiado peligroso y la familia Blan fue una de ellas. Aguardé
pacientemente a que todos yacieran dormidos, con el beneficio del sopor de la
bebida en casi todos los invitados de la casa Viola, deslizarme en la noche fue
pan comido, pero Nataru no estaba en su habitación. Vagué cual fantasma,
escondiéndome en cada sombra posible de la noche hasta que tonta de mí, le encontré
en la fuente con la 'agradable compañía' de una jovencita de cascos ligeros.
Quise marcharme, pero la voz dulzona de aquella desconocida atrajo mi atención.
-Nataru-san es más maduro de lo que se me había dicho- Una agraciada
jovencita de cabellos castaños y ojos verdes, yacía sentada en MI sitio en
aquella fuente, junto a Nataru. ¿Cómo se atreve a llamarle por su nombre esa
insulsa? Sed de sangre claman mis manos.
-Tal vez me ha confundido con mi hermano pequeño... Saito- Nataru miró
distraídamente hacía el cielo, sin darle importancia a la confusión de la
chica. -He estado fuera durante muchos años recibiendo las instrucciones que mi
difunto padre escogió para mí- Los ojos claramente azules de Nataru se
encontraron con los verdes de aquella intrusa, con un ligero delirio de lujuria
que supo enardecer aún más mi enfado. ¿Tan pronto te olvidaste de mí?
-Le envidio, usted ha viajado... ¿a qué lugar?- Musitó con exagerada
inocencia la chica.
-A Indonesia Yuuki-san-
-Un honorable señor como Blan-sama, puede llamarme por mi nombre- Instó
la chica con poco disimulado interés y un pequeño pestañear, aunado al ladeo
sutil de su rostro. ¿Qué Geisha le enseñó tales trucos? ¡Es una insinuación
directa! Nataru no caería en un juego tan... ¡Retorcido como ese!
-No debo hacerlo, si me acostumbrase a usar su nombre quizás sería
indiscreto en su presencia- No daba
crédito a lo que veían mis ojos, Nataru sujetó la mano de la chica y en ella
depositó un beso ¡Atrevida! -Sería indiscreto ante la belleza de sus expresivos
ojos... pues estoy abrumado por la gracia que le han otorgado las
divinidades... y temo, desagradar entonces a Yuuki-san-
-Si Nataru-san insiste, entiendo sus preocupaciones... su gallardía es
algo difícil de encontrar en estos tiempos- Sonrió por demás coqueta la fulana,
pero una impertinente ventisca caló en sus
huesos, incluso yo resentí aquel frío invernal.
-Acepte mi humilde abrigo- Allí estaba mi amada, ofreciendo su Kimono
externo a esa desconocida y con delicadeza cubriéndole los hombros para
ampararla de la intemperie. Ya no lo soportaba, quería alejarme y olvidar la
existencia de Nataru Blan, de su rápido y audaz olvido. -Yuuki-san debería
entrar en la calidez de la casa... lamentaría que se resfriara por hacerle
compañía a mi soledad-
La chica sonrojada procuró obedecer el pedido de su pretendiente, no
sin un teatral acto de dolor por su partida ¡Casi que no suelta la mano de MI
Nataru! Pero qué derecho tenía yo de reclamar, cuando estoy prometida a otro
hombre y ha visto con sus ojos la falacia que es mi vida... -Deja de ocultarte
en las sombras o bien quédate allí sin verme, que todos hablen de mi locura...
porque soy otro loco más hablándole a la nada- Sabía que me hablaba a mí, pero
tenía razón, dejarme ver a su lado en la fuente sería más que impertinente en
mis circunstancias.
-¿Por qué has venido? No han sido sinceras tus palabras esta tarde, tu
alegría fue una mentira como tú, ¿No es insano esto? Nataru Blan- Cuestioné con
el poco orgullo intacto que me quedaba.
-Lo sería si te amara... pero ya no es así- Se puso de pie aunque el
frío arreciaba a su alrededor, en nada parecía afectarle el contar solo con su
Yukata y la Hakama para cubrirse.
-Mientes tan bien, como él falso interés que le has mostrado a esa...
joven dama- Replicó mi voz, si Nataru se sabía espiada por mí, bonita actuación
ha sido la suya.
-¿Son celos acaso?- Desvió sus ojos en dirección del cerezo un momento,
antes de rondar como alma en pena en derredor de la fuente, miró en ella su
reflejo para fingir que no hablaba conmigo.
-Ara, ¿Es así de grande tu ego?- No iba a responder eso ni en sus más
dulces sueños.
No obtuve respuesta, tan solo fueron sus palabras un poema que en
principio no comprendí, un poema que describía con vehemencia a otra y me
dolió.
Le vendí mi alma a una diosa que en sueños vi,
Su melena era negra y sus labios de bello carmín
Su piel pálida era etérea con un translucido matiz...
Con sangre escarlata bordé una alfombra de satín.
Mas con desesperanza profunda en ella me perdí,
Oh mi amada Yuki Onna entre sollozos gemí,
Se clemente conmigo dale a mi vida el fin
Se apiado de mi pena al verse reflejada en mis ojos
con sus blancas manos limpió paciente mis sollozos
Lentamente su poder reconstruyó de mí los despojos
Y con el dulce olvido llenó mis recuerdo dolorosos
Con un hielo eterno revistió de cristal mi pecho
para que nunca por tu amor volviese a estar desecho
Enjugó y retornó el satín de la sangre a mi cuerpo
Supe entonces que me había dejado por dentro seco
Más no olvides nunca este juramento perenne
Sin sentimientos habrás de verle nuevamente
con una mirada sin amor le serás indiferente...
Qué triste, esa clase de dolor que yo sentí también, solo una deidad
podría robar lo que me pertenecía y no sabe que con ello se ganó una enemiga.
-Yuki Onna no mintió como tú si lo hiciste hace tiempo- Nataru sonrió
de medio lado. -En mi interior solo queda desprecio para ti, mis ojos te miran
sin sentir nada. Mi piel, mis manos ya no suplican tu contacto... las que
vivían para hacer delicias en tu cuerpo, murieron destrozadas entre rocas y
hielo- No había emociones en su rostro ni en su voz, ni siquiera aquel
desprecio del que hablaba.
Salí de las sombras, del cobijo de mi escondite en él árbol de cerezo,
ya nada me importaba en ese momento, llegué a su lado y ella no huyó de mí.
Deslicé mis dedos sobre sus mejillas, pero estaba fría su piel y ella mi amada,
continuaba sin expresión. Se tensó mi cuerpo sin sosiego, aterrado por el miedo
de saberla perdida, ¡Solo una prueba! Replicó mi mente, solo un beso callado
deposité en sus labios. Pero ella me negó toda respuesta, mis intentos fueron
vanos y separé mi cuerpo del suyo, mis manos desesperanzadas cayeron cual peso
muerto... mis ojos que abundaban en llanto no le removieron ni un ápice.
Entonces admití lo que desgarraba por dentro. -Mi Nataru ya no existe, está
muerta y tú eres solo su cuerpo caminando por el mundo-
-No debería ser de su incumbencia Kiyohime...-sama- Mi nombre en sus
labios, solo fueron palabras vacías de emoción. -Le sugiero volver junto a su
prometido, puede darse por bien servida... ha arruinado mi velada con
Yuuki-san- Me dio la espalda con la intensión de irse.
-¡Eres un cobarde!- Grité lo primero que se me vino a la cabeza, se
suponía que le dejaría ir pero no fue fácil la primera vez, la segunda no lo
era menos.
Se detuvo para mirarme de soslayo. -¿Cobarde?- Deshizo sus pasos hasta
yacer frente a mí. Inadvertidamente sujetó mis brazos con cierta tosquedad,
lastimando mi piel bajo la tela. -Escúchame bien, a nadie le permito llamarme
de ese modo, tú no eres la excepción... así que apártate de mí, no quiero saber
nunca más de ti, voy a pasar página y a olvidarme hasta de tu nombre... imagina
que no existo- Su tono comenzaba a delatar ira, y algún gemido se me escapó
cuanto más presionaba sus manos hasta magullarme la piel. En este instante
percibí el abismo de oscuridad que sus ojos cada vez más opacos delataban.
-Nat... Nataru- Me dolía más lo que pedía, que la fuerza con la que
estrechaba mi cuerpo. -Me... lastimas-
-Entonces harás bien en no cruzarte en mi camino- Nataru estaba fuera
de sí.
-Le ordeno que suelte a mi prometida...- La voz de Ikeda replicó a
nuestra espalda.
Nataru me soltó sin reparos, con tal fuerza que caí al suelo y por
instinto mis manos acariciaron las zonas agredidas. -¿Por qué no lo intenta Kanzaki?- Retó Nataru
llevando la mano a la empuñadura de su Katana, a la par que sostenía la funda
preparada para la confrontación.
Mi replica quedó muda en cuanto el grito de guerra se escuchó entre
ambos, pasos rápidos, Katanas emergiendo de sus vainas, metal que corta el
aire, la piel, la carne, la vida misma... y luego un silencio mortuorio. El
viento interrumpe, sacude mis cabellos como si figurasen una cortina, como
negándose a ver, pero allí estaban de pie con las armas extendidas y en la
postura de ataque dándole la espalda al otro. No basto más que un segundo para
definir al vencedor, ni siquiera fue un encuentro de espadas, la diferencia de
habilidades había sido demasiado grande como para que Ikeda tuviese alguna
posibilidad, mi prometido había muerto antes de principiar la contienda.
Pequeñas gotas oscuras, cayeron sobre el empedrado, una expresión confusa e
incrédula de Ikeda, al mirarme pudo notar que mi angustia no estuvo con él ni
siquiera en su muerte, entonces cayó al suelo muerto del cuerpo y la esperanza,
mientras una sonrisa de alivio se formaba en mi rostro.
Un rápido movimiento al aire, libró de toda mancha el filo y en la
vaina volvió a reposar la espada de mi Nataru. -Perdona... te he dejado viuda
antes de contraer nupcias- No vi temor en sus ojos, pero tampoco dicha alguna
por haberme librado de semejante carga.
-No lo lamento, mi tristeza nunca ha estado con él... es tuya como
todos mis sentimientos- Me puse de pie y corrí hacia ella. -Debes irte...- Mis
manos se depositaron en su pecho, quería sentirle por un momento aunque fuera
corto.
-No huiré por cobar...- Sus palabras se ahogaron con un quedo gemido y
su peso se deslizó junto al mío hasta yacer de rodillas en el suelo. Vi con espanto
un Kunai corto clavado en la espalda de mi Nataru y con ello mis ojos se
fijaron en la sombras del cultivo de bambú en el lateral de aquel jardín.
-Ara... Okuzaki-san está deseando morir esta noche- Deslicé con cuidado
a mi amada hasta el suelo, la sustancia había paralizado su cuerpo, pero
retirarla en esas circunstancias no era adecuado, tendría que ver con más
detalle la herida y prodigarle un antídoto. A mi suerte Okuzaki sería un
perfecto chivo expiatorio y el nombre de mi amada estaría limpio. Miré con
ternura a mi pelinegra adorada, acomodé sus cabellos y acaricie su mejilla. -Mi
Nataru no debe preocuparse, yo vengaré las traiciones de las que hemos sido
objeto durante este tiempo...- Solo entonces presté atención a mi adversaria.
-La exquisita Ojou-sama... a quien todos los caprichos le fueron
concedidos siempre, valora muy poco la comodidad de su vida...- La figura negra
de mi antes servil, emergió del resguardo que le proporcionaba el bambú. -Solo
por eso lucharé contra usted frente a frente ¿Desea que le facilite un arma?-
Inclinó la cabeza con sobre actuada humildad.
-No hace falta fufufu... el Obi de una mujer de mi clase nunca demerita
sus utilidades- Llevé la mano al costado izquierdo del fajín de mi Kimono y de
ella sustraje una empuñadura de Dragón quizás demasiado larga, para las vistas
que daba su filo de apenas 15 cm.
-Insisto en facilitarle un ar...- Un rápido movimiento de mi muñeca, un
parpadeo y en su mejilla una línea roja manó sangre hasta su barbilla.
-Ara, ¿Olvidé mencionar que es retráctil?- Apunté con mi espada en
dirección de la Okuzaki, ya tenía una longitud acorde a la de una Katana y una
estructura vertebral que podía elongar y retraer con movimientos de muy poco
esfuerzo, pero alta precisión. -Esta es una reliquia familiar... con las mismas
cualidades que la Naginata que hay en el santuario... tenlo presente
Okuzaki-san, porque no ha podido pagar suficiente mi madre por el precio de la
vida que hoy voy a arrebatarte- Sonreí divertida.
-¡Maldita!- Se precipitó contra mí, usando una Katana y un espadín,
intentó un corté frontal.. sonreí, me giré como si danzara mientras la fuerza
de su movimiento brusco, la adelantaba unos pasos más dejando a la vista su
espalda. El movimiento continuó su curso y dejé a mi espada cortarle
superficialmente, no sería justo que muriera sin dolor.
-Traicionarme ha sido tu peor error...- Sonreí. -Voy a divertirme
contigo- Empecé a girar mi muñeca y guiar mi mano con sutiles movimientos,
haciendo que el metal se elongara en derredor de mi presa, muy suavemente para
que cuando las cuchillas atraparan su frágil cuerpo no la asesinaran
instantáneamente. En cuanto Okuzaki se vio atrapada soltó sus armas a razón del
filoso metal, que cortaba su piel mientras más se resistía, aun así me dedicó
una sonrisa victoriosa.
-Yo conozco mi final... ojou-sama- Gimió al fin, mientras la sangre
fluía de sus heridas. Levantó el rostro hacía el cielo en una despedida
prematura. -Pero yo he cumplido ya mi objetivo... AYAME-SAMAAAAAA.... ¡mi...
corazón siempre estará con usted!- Gritó la mujer con su último expiro.
-¿Qu..é?- Mi mente trabajó vertiginosa en el significado, hasta que el
sonido del viento cortándose me previno de lo peor. Giré mi rostro en dirección
de mi Nataru, quien en el suelo giró su cuerpo a un lado antes de que la
extensión de una Naginata golpeara el suelo causando chispas y rompiendo
algunas piedras en el proceso. Mi amada se puso de pie lo más rápido que pudo
en aquellas condiciones, esforzando sus brazos para impulsarse a pesar de la
herida sangrante en su cuerpo... era el
momento de que Ayame retrajera su arma para variar la trayectoria de su ataque,
dándome unos míseros segundos para evitar perderlo todo.
El tiempo se hizo más lento, como si una cámara retratara tal momento
de angustia. Jalé la extensión de mi espada, destrozando a Okuzaki en el
proceso, las gotas de su sangre y sus miembros cercenados se elevaron en
dirección de mi atuendo y mi rostro. El viento aulló ante la velocidad del filo
de la Naginata cortando el aire y todo a su paso. Giré la muñeca con fuerza
dolorosa, logrando mover la longitud de mi arma en vez de retraerla... levanté
el brazo hasta casi dislocar el músculo procurando crear una honda en el metal,
que repeliera el segundo ataqué de las cuchillas dirigidas mortalmente hacía mi
amada. Al mismo tiempo Nataru extrajo sin contemplación la Kunai de su espalda,
y en ese indelicado movimiento, la arrojó hacía la copa del gran cerezo.
El estruendo de los metales resonó por todo el sitio y la tensión en mi
brazo vibró dolorosamente, mientras mis ojos atemorizados, notaban como la hoja
de mi arma se rompía en mil fragmentos y la honda distorsionada en el filo de
la Naginata, seguía su trayectoria fatal. Grité su nombre alargadamente en el
espectro del tiempo semidetenido y mi voz se confundió con otro que llamaba en
más graves tonos a algo de nombre... Duran...
Cuando todo lo vi perdido, la gravedad atraía mis rodillas y mis
lágrimas con derrota, junto a mí caían hacía el suelo, hasta que un repentino
aire helado lo congelo todo. Entonces las fauces de un gigantesco lobo
atraparon el filo de la Naginata, sin percibir ningún daño en el hocico del
tremendo animal blanco. El silencio retornó después de un gemido agónico y el
desplome de una figura desde lo alto del gran cerezo hasta el empedrado. Al
mirar el cadáver de mi madre en el suelo y su corazón atravesado por la Kunai
que antes hirió a Nataru... sentí un frío doloroso en mi pecho. “Mamá
siempre hará hasta lo imposible por protegerte... pequeña Kiyohime”
recordé con amargura sus palabras en mis ayeres infantiles, aunque se
equivocara, aunque estuviésemos enfadadas y aún si quería matar a mi amor...
ella... ella...
-Okaasan...- Dejé escapar el sonido de mis mustios labios, así como un
quejido corto por el punzante dolor en mi brazo, donde tenía un musculo
desgarrado.
Sus ojos azules se encontraron con los míos sin el más mínimo recodo de
arrepentimiento, sonreía divertida por su actuar... con tal precisión, ella
pudo incapacitar a Ayame de haberlo deseado. Pero ahí estaba Nataru con esa
expresión tétrica, riendo de su habilidad homicida. Temblé en mi sitio,
deseando que sus abrazos me dieran consuelo... pero ella simplemente pasó la
mano por el lomo del inmenso animal, en lo que este se deshacía del filo entre
sus dientes como si fuera un hueso del que se cansó de roer.
-Creímos que daría más pelea... ¿Verdad Duran?- Le preguntó al animal e
ignorándome por completo. Oí las voces de los sirvientes y la gente próxima a
nuestro encuentro desde los pasillos. Nataru subió parsimoniosamente a su
mascota y sin siquiera dirigirme una palabra, se alejó entre las sombras,
saltando en el magnífico lobo los altos muros que bordeaban la seguridad de
nuestra casa. A lo lejos, escuché el aullido victorioso de la bestia y mis ojos
se apagaron como mi alma, porque a mi Nataru la perdí aquel día hace un mes, en
este maldito lugar.
Lloré sin reparo sintiendo un dolor intenso, como si hubieran clavado
estacas de hielo en mi corazón... sin piedad... sin cuestionar, sin entender el
sacrificio que dispuse aquel día, maldita Yuki Onna, hiciste de su corazón un
poso vacío, su alma gélida y sus ojos de hielo. Allí me quede entre el barullo
de las gentes que llegaban, los sonidos difusos de gritos espantados e
injurias. Solo supe de mi misma en cuanto mi padre se arrodilló junto a mí,
angustiado al ver mi rostro descompuesto y mis ojos distraídos, dilatados. Lo
miré mientras las gotas lavaban mi rostro manchado de sangre y entre sus brazos
me retuvo acariciando mis cabellos... mis hermanos miraban incrédulos a mi
madre, sabiendo que el arma pertenecía a la joven Okuzaki. También notaron el
cadáver de Ikeda quien dio claramente batalla.
Mi padre ordenó a las sirvientes asearme, curar mi brazo y darme un
vestuario digno. Me dejé hacer sin cuestionamientos, de mí hicieron lo que
quisieron porque aquellas horas fui una muñeca manejable. Me drogaron con él
té, pero mi turbación fue mucho más fuerte, solo dormí las horas necesarias
para recuperar la lucidez. Llegó el día siguiente y la fuente así como los
restos de la batalla acontecida esa noche, fueron borrados como si nunca
hubiesen ocurrido, los restos de mi madre, Ikeda y los despojos de Okuzaki-san
fueron ocultos, mientras los invitados eran despedidos y enviados a sus casas.
Vi a la madre de Nataru antes de partir, tenía una belleza etérea y sus
cabellos lacios me la recordaban tanto. La dama no cuestionó nada sobre la
ausencia de su hija, seguramente no queriendo delatarla de algún modo... la
mirada siempre melancólica de aquella mujer me mostró el peso oculto que
cargaba en su alma, una culpa eterna por haber condenado a su hija de la forma
en que lo hizo y no lo lamenté, solo porque gracias a eso tuve la oportunidad
de conocerla.
Lejos de todos se hizo una ceremonia privada como era costumbre para
nuestros fallecidos. Sobre el dolor, un gran problema acaecía por la muerte de
Ikeda y la solicitud de explicaciones llegó pronto.
-¿Qué ocurrió hija mía...?- Me pregunto llenó de dolor mi padre, tras
la ceremonia fúnebre y nuestro luto en el más doloroso momento.
-Okuzaki-san padre... la maté por lo que hizo- Una mirada rencorosa al
pronunciar ese nombre, no dejó dudas de ello a Shouji Viola. -Aquella tarde
acordé encontrarme con mi prometido en la fuente al anochecer, para conocernos
y dialogar como hicieron tú y mamá en su juventud antes de contraer nupcias...
supuse que ello me daría dicha en el futuro como a mis honorables padres- Vi a padre contener las lágrimas y asentir
para que yo continuara mi relato en la privacidad de aquella sala. -Pero madre
siempre fue una mujer cautelosa y fiel a nuestros principios, por lo que me
vigilaba sin que yo me diera cuenta... Kanzaki-sama era un caballero, pero
madre siempre cuidaba a sus hijos en silencio- Yuto soltó un gemido ahogado
ante mis palabras, mientras Ren le sujetaba condolido el hombro, por favor
perdonad hermanos míos por mentir así. -Sin embargo él y Ayame-sama se
encontraron accidentalmente antes de que yo llegara, aquella despreciable mujer
siempre seguía en secreto a mi madre a donde quiera que fuese y esa no fue la
excepción. Ignoro que encolerizó a la Okuzaki o que dio lugar al altercado,
apenas escuché las voces airadas y amenazas de muerte... ella atacó primero, mi
querido Ikeda dio la vida en batalla por salvaguardar a madre- Dejé mi voz romperse.
-Llegué cuando mi prometido se desplomaba en el suelo muerto por la grave
herida que esa... esaa.... mujer- Tensé la mandíbula. -Le hizo... mi madre
procuro una defensa formidable, corrí a su encuentro desesperadamente, saqué
del Obi la espada que me dio padre siendo una niña y ataqué sin contemplación a
Okuzaki... pero...- Me aferré a los brazos de mi padre con fuerza sollozando,
mientras el acariciaba mis cabellos.
-Mi querida Kiyohime...- Sentía las gotas tibias caer desde lo alto del
rostro destrozado de mi anciano padre.
-Pero... ella ya había arrojado la Kunai en su pecho, hiriéndola de
muerte y sin remedio... no pude soportarlo padre mío, ¡ha sido mi culpa! No la
protegí como era debido, ¡Le he fallado...!- Repetí con culpa gimiendo desconsoladamente,
mientras Shouji me acunaba con aun más dulzura. El llanto brotaba sincero, pues
me sabía condenada por ocultar lo que había pasado realmente, sentía la pérdida
y el dolor que mis actos le causaban a mi familia.... moría mi alma, también
por... ella.
-No... no es culpa de mi pequeña Kiyo-chan...- Decía una y otra vez en
mi oído, mientras las cabezas gachas de mis hermanos escondían el llanto
vertido sobre el suelo. -Ayame estaría orgullosa de su hija y en su último
instante, estoy seguro que vio llegar la muerte con tranquilidad, al ver la
fortaleza de su pequeña- Que dulce mentira, que inocentes palabras de un hombre
que nunca conoció la verdadera cara de ella.
No dejé pasar más horas de las requeridas por los protocolos, Nataru me
llevaba ya un día de adelanto en el camino que hubiera elegido seguir. Padre
dejó una escolta más numerosa al cuidado de mi puerta, pero estaba acostumbrada
ya a la labor de escabullirme. Solo una cosa me hacía falta, un arma digna de
mi última danza y por ello fui a la sala principal, en la que reposaba la
Naginata que destrozó mi espada. La tomé entre mis manos, contemplando cada
detalle de la vara donde la figura del Dragón legendario adornaba, la hoja
afilada y sin mella alguna, pese a que chocó contra el suelo la noche pasada, y
un pequeño penacho rojo en la punta opuesta. Aquella arma tenía un balance
perfecto, era suave y sofisticada, definitivamente esa Naginata tenía mi nombre
escrito en todos lados.
Sin demora tomé mi caballo y galopé en dirección del norte, no di
razones, no dije adiós... creía entonces que podría volver. Me dirigí hacía sus
tierras, por descarté Nataru tenía que viajar en dirección segura, donde
pudiera repeler lo que creyera que se le venía encima. Qué pena que yo no soy
lo que tiene en mente, nunca sabrá que dejé su nombre libre de mancha.
Después de algunas horas cabalgando sin descanso, me vi obligada a dar
reposo a mi montura, de seguir así el animal me dejaría a mitad de camino. Le
permití pastar, después de todo ya estaba en las tierras propiedad de la
familia Blan. Mientras observaba a mi caballo, vi a un joven de cabellos grises
y ojos carmín pasar cerca, se detuvo frente a mí con una peculiar sonrisa en el
rostro.
-¿Se ha perdido Ojou-chan?- Cuestionó entrometido, tomando asiento en
una roca cerca de mí. Solo por cautela posé mis dedos en la Naginata que
llevaba en la espalda.
-No me he perdido, solo busco lo que no quiero encontrar- Porque en el
fondo no quiero encontrarle, no quiero ver sus ojos de hielo y saber que he
venido a matarle.
-Ora... que profundas palabras para alguien tan joven y hermosa-
Canturreó meciéndose en su sitio y que tono tan molesto era aquel. -Viola-sama
parece llevar el peso del mundo en sus afligidos hombros- Añadió socarrón.
-¿Cómo sabe quién soy?- Entrecerré los ojos con desconfianza.
-Fui sirviente de su casa siendo apenas un niño... pero solo se me
permitía verla de lejos- Dijo como si nada, aunque muy poco creíble, porque en
mi vida jamás vi a alguien más con unos ojos como los míos, solo que más oscuros.
-¿Cuál es su nombre? Me temo que no lo recuerdo- Decidí seguir el juego
de aquel desconocido.
-Me llamo Nagi... y aún estoy a su servicio Ojou-sama- Hizo una actoral
venía ante mí, pero yo no tenía tiempo para perderlo con tan extraño sujeto.
-Ha sido un placer charlar con usted, pero el tiempo apremia y es
urgente mi diligencia-
-Entiendo Viola-sama... si no desea encontrar lo que busca, retorne a
su hogar con su familia... pero si es tanta su urgencia, puede preguntar al
anciano que siempre cuida la salida del siguiente poblado, él todo lo ve y todo
lo sabe, él le dirá dónde encontrar lo que busca pues sabe bien de estos
caminos- Su voz antes cantarina se hizo sería, sin permitirme cuestionar más,
me dio la espalda y continuo su camino en la dirección de la que yo venía.
Extrañada por las circunstancias, tomé mi caballo y continué mi viaje.
Al llegar al pueblo me sentí observada la mayor parte del tiempo, quizás era el
luto de mis ropas la razón de tanta atención, eso no me importaba... una vez
fuera del pequeño poblado, en efecto encontré el anciano del que ese chico me
había hablado, de barba descuidada y arrugadas manos, sostenía un bastón
mientras reposaba sobre el pasto. La curiosidad fue mayor y me atreví a
preguntar si había visto pasar a un joven con las características de mi Nataru.
Tras sopesarlo un momento y acariciar su barba me dio una respuesta.
-Ho si... vi pasar a un joven monje en dirección del río, sus ropas estaban un
poco sucias y manchadas... si ojou-chan lo desea, puede alcanzarle con
prontitud, usted tiene un caballo pero él caminaba con apenas la compañía de un
canino- El anciano me sonrío gentilmente. -Quise saber la raza de tan lindo
animal, pero el joven monje no supo explicarme...- Río para después toser y
tras componerse. -¿Creería Ojou-sama que dijo 'es un lobo de hielo'? Jajaja si
en Kioto no hay lobos, solo zorros jajaja... cof cof-
-No dudo de su palabra honorable señor- Me apresuré a decir con una
sonrisa amable. -Debo partir inmediatamente, es urgente que encuentre al monje
para solicitar sus bendiciones, pues se me ha dicho que son las mejores que
pueda encontrar- Mentí volviendo a mi caballo para continuar.
-Vaya con cuidado Ojou-sama... y ¡ojalá encuentre el destino que
desea!- Dijo el viejo cuando ya me alejaba. Al volver la vista atrás, por un
momento me pareció ver en él la misma sonrisa siniestra de aquel muchacho... no
presté atención y aceleré el paso, seguramente eran alucinaciones por la falta
de alimento.
Transcurrieron unos cuantos minutos entre arboledas, hasta que llegue a
un río un tanto caudaloso. Dio un brinco mi corazón en cuanto vi la figura de
Nataru en el lomo de aquel animal, cuyo tamaño al parecer había disminuido. El
canino cruzaba sin dificultad el río, congelando cada sitio que pisaba y
llevando consigo a su preciada carga. Si aquello no resultara ya fuera de lo
normal, noté con extrañeza que ella ya no llevaba encima sus ropas
ceremoniales, tenía un traje amarillo y blanco propio de los monjes, incluso
las cuentas de un Yapa Mala (rosario budista) en el cuello.
-¡NATARU!- Grité esperando que quisiera volver de mi lado del río, solo
con esa pequeña muestra de amor me rendiría a sus pies, iría a donde ella fuera
y perdonaría todas sus faltas. Pero eso no ocurrió, levantó la cabeza para verme
y un instante después volvió la vista al frente, acelerando el ritmo del gran
lobo para cruzar el río más rápido. Grité su nombre otro par de veces, cada vez
con menos esperanzas de recuperarla, cada vez con una convicción más clara de
lo que pasaría y no era una opción halagüeña.
Intenté cruzar el río a través del mismo camino congelado, pero mi
caballo comenzó a ceder y resbalar, a romper con sus patas el cristal helado,
hasta que trastabilló tirándome de la montura, se hundió entre las fisuras para
sucumbir a la corriente bajo la capa de hielo. Levanté la vista, Nataru había
logrado cruzar el río y a lo lejos veía en lo alto de la montaña, el templo de
Echizen... hacía allí se dirigía. Pegué mí frente al hielo mientras el llanto
desbordaba nuevamente mi pena. -Shizuru-sama... dame fuerza para cumplir mis
promesas, te suplico intercepción... apaga por piedad este dolor intenso... te
juro que mi vida, mi cuerpo y mi espíritu serán tuyos si concedes mi deseo-
Mis ojos se cerraron cansados, no supe del tiempo que me dejé llevar
por la inconsciencia, pero después entre mis sueños, la tibieza de algo
diferente eliminó el frío que entumeciera mi cuerpo. Abrí la vista de nuevo y
abrumada por el cambio, vi fuego en todas direcciones, incluso bajo de mí, pero
las llamas del más brillante fulgor no quemaban mi piel, de hecho me abrigaban
y protegían. Levanté mi torso de mi mullido soporte, entonces sentí el viento
cálido rozar mi rostro y vi el cielo inmenso ante mis ojos, las nubes tan cerca
que casi podía tocarlas. Quizás en ese momento volví a creer, porque el rugido
fiero se escuchó rasgando los cielos y supe que el Dragón de la Leyenda estaba
a mi lado... era un inmenso regalo de mí
antepasada, la graciosa Shizuru, la deidad amatista. Así, con una nueva perspectiva
fuimos descendiendo desde lo alto sobre el monasterio de Echizen, en el cual
una gran revuelo se hizo con mi llegada.
Fui objeto de ataque, grandes arpones, flechas y todo aquello que
pudiera arrojarse al cielo, a una altura de 15 metros fue empleado para
intentar erradicar al Dragón de sus pesadillas. Después de todo el monasterio
Yoshizaki en Echizen, hacía mucho tiempo que era más un bastión de guerra que
un centro de oraciones, estaban armados lo suficientemente bien para repeler a
un pequeño ejército. Sin embargo mucho antes de alcanzarnos, las armas se
consumían en el fuego de aquel ser compuesto enteramente de él y de sus fauces
ardientes emanaban intensas bolas de fuego sobre las catapultas. Las llamas se
extendieron alimentadas por las construcciones de madera y el humo
inoportunamente ocultó la vista clara del lugar.
Una vez las armas de largo alcance se consumieron devoradas por el
fuego, mis agresores se hallaron completamente indefensos y muchos de ellos
huyeron despavoridos. Los gritos de dolor y el estupor de las personas me
fueron indiferentes en la búsqueda de aquella a la que ocultaban y yo tenía que
encontrar. El fuego, el aire viciado por el humo nublaba el lugar con el paso
de los segundos, no la encontraría, no así... me di cuenta que mientras
reposara en el lomo ardiente de mi antepasado, no podría acercarme para buscar
entre las edificaciones que se miraban minúsculas desde lo alto y no tendría
posibilidad alguna de encontrar a mi Nataru entre la humareda. Pero el destino
elige de extrañas formas lo que ha de ser, mientras sobrevolaba el monasterio,
mis ojos vieron de soslayo el viejo campanario, de entre aquellos lugares era
el único recinto al cual las llamas no alcanzaban, mas irónicamente ninguno
buscaba refugio en aquel lugar.
El gran Dragón de fuego descendió raudo en la dirección avistada por
mí, estaba conectado a mis emociones, él era la viva expresión de mi cólera.
Sin embargo la ira sin control, nunca es buena consejera. Todavía aguardaban en
mi corazón esperanzas sobre la posibilidad de una reconciliación, quizás en el
fondo estaba siendo ingenua. Una vez las garras de la bestia tocaron tierra
bajé de su lomo, mientras la criatura se enroscaba a mi espalda impidiendo la
intromisión de los testarudos guerreros que continuaban con la idea suicida de
destruirle.
Con lentos pasos decidí enfrentar mí destino, la puerta se abrió antes
de que me acercara, supe entonces que ella me esperaba. En cuanto entre en el
recinto de aquel campanario, vi una figura sentada en posición de flor de loto
en el centro de aquel salón, los mechones cobalto de mi amor cubrían su rostro
cabizbajo negándome toda vista de sus ojos y aquel formidable lobo se paseaba
sigiloso, rondando a su ama con total sentido de protección... una sensación gélida
lo llenó todo, me hubiere congelado de no ser porque el fulgor del dragón aun
me protegía y entonces percibí la esencia de una tercera persona, o más bien el
aura de un ser translucido que abrazaba a mi Nataru en un agarre posesivo.
Contuve un gruñido ante tal forma de marcarla como suya, espectro o no, nadie
se mete con aquello que me es tan preciado.
-Te esperaba...- Levantó la vista el etéreo ser con esa voz que venía
de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. La dama ladeó la cabeza un poco
antes de ponerse de pie junto al lobo helado.
Decidí dar algunos pasos más cerca para verla mejor, pero me detuve
estupefacta al notar la palidez sobrenatural de su piel, sus cabellos sueltos
de una longitud imposible y sus iris azules completamente congelados bajo los
mechones negros. Se parecía a la mujer que describían los relatos de...
-Yuki... Onna- Al lado de aquellos seres mi Nataru parecía una efigie sin vida
e inmóvil, presa de algún demoníaco encantamiento o así se sentía para mí.
-No se me ocurrió que las cosas pasaran de este modo Viola-san...-
Sonrió la doncella de Hielo y con ello la temperatura del sitio arremolino en
una ventisca que calaba hasta los huesos. -Le dejaste ir y mientras los
segundos pasan ella se hace cada vez más mía para la eternidad-
-¿Qué?- Pregunté como si no lo supiera, hay tantas versiones para
describir a la misma mujer y cada historia es solo un pequeño fragmento del
rompecabezas que la conforma. “Yuki Onna embosca con sus tormentas a los
hombres que vagan perdidos por la montaña... Yuki Onna se ha enamorado de un
hermoso viajero al que elige para ser su esposo...” Ara, nadie dijo que el
viajero fuera una linda chica como mi Nataru. “... por la eternidad”.
Pero esa parte no me gusta. -No niego que Yuki-sama tiene un gusto excelso.
Pero hay cosas de las leyendas que solo deben ser eso... leyenda, pues le
aseguro que yo no permitiré tal cosa- Estrujé entre mis dedos la reliquia, mi
preciada Naginata y asumí una pose de combate.
De nuevo sonrió y sus ojos derramaron una lágrima que contrariaba su
expresión, me sentí confusa mientras miraba aquella perla de hielo romperse
contra el suelo. -Su dolor es mío Kiyohime... y nunca lo entenderás, tan solo
sigue el destino que te has forjado-
-¡Ella es mía!- Grité con enfado mientras un fuego nacido de la nada se
arremolinaba en derredor a mí y más pronto tomaba la forma de la serpiente de
fuego. -¡Ni siquiera tú podrás arrebatármela!-
-Así sea entonces...- La mujer comenzó a desaparecer, no... se
convirtió en un rocío de hielo que se hizo uno con el enorme lobo y de nuevo
resonó el eco de su voz en mis oídos. -Nataru...-
Temblaron mis labios en cuanto aquella efigie se puso de pie y sin
siquiera mirar, llevó sus manos a la empuñadura, así como a la funda en una
postura que delataba su deseo de lucha. Odié con toda mi alma a Yuki Onna,
¿Cómo osaba usarla contra mí? -¡Me llevaré su corazón conmigo ¿Lo oyes Yuki
Onna?!- Proclamé ególatra y dolida, esperando con rencor ser escuchada.
La ira, la zozobra y aquel agónico dolor nacido de mi pecho, sentenció
la maldición que padecería por los 500 años posteriores. No hubo marcha atrás,
no... en cuanto firmemente sujeté mi Naginata y con un movimiento delicado, dio
principio aquella danza que sería el preludio de mis tormentos. La lanza se prolongó
hasta formar una larga extensión de mi misma, solo que tan mortal como el filo
de su hoja, una fragmentada como si de las vértebras de una columna se tratara.
Hice brotar chispas a solo centímetros del lugar en cuyo suelo se posaban los
pies de mi amada. Pero habiendo calculado la trayectoria de aquel despiste
Nataru no se movió ni un ápice, flexionó su cuerpo, susurró palabras
ininteligibles y con una rapidez pasmosa, extrajo la Katana de su vaina.
Imprimióse tal velocidad, que por un momento me pareció ver el filo
desprenderse de su arma y dirigirse hacia mí.
Sin creer lo que venían mis ojos, sentí algo frío pasar muy cerca de mi
rostro, un sutil dolor y algo húmedo bajar por mi mejilla. Entendí entonces que
no era magia, solo una técnica en exceso audaz, un aviso de que me tomara en
serio nuestra contienda. -Kiyohime... nunca debe subestimar a su adversario,
pues no solo ella posee ataques de largo alcance- Murmuró levantando la cabeza
para que al fin viera su rostro. Palidecí en cuanto noté un cardenal en su
mejilla y su piel de un tono amarillento, casi anémico. Reanudó su ataqué con
otro corte de hielo y apenas pude mover mi Naginata, formando cortes que
girasen a mi alrededor, de ese modo pude evitar ser partida a la mitad, solo
interrumpir la corriente de aire helado me mantuvo a salvo.
-¡¿A qué raro embrujo te ha sometido?!- Cuestioné a viva voz, con el
llanto desbordando mis ojos, lo que menos quería era enfrentarme a ella, odiaba
la idea de herirle... más aún con esas vistas tan lamentables de su cuerpo,
también sus manos contaban con manchas purpura y su pésimo estado, pues mi
amada sudaba copiosamente en ese momento.
-A ninguno...- Respondió lanzándome otra intensa ráfaga con múltiples
cortes, apenas y podía escuchar un zumbido, un eco en el aire tal como él
descrito por Ankara-san, aquel era 'el rezo del monje', su danza de la
muerte... reaccioné justo a tiempo para cortar el aire y mantener la cabeza
unida al cuello.
Antes mis ojos se hubieran maravillado ante tal destreza, el movimiento
de su cuerpo armónico, el leve paso que va y vuelve a su posición original
antes de mover el filo como si escribiese en un papiro inexistente. ¿Moriría en
un momento así? Me preguntaba mientras no hacía más que defenderme de sus
envites mortales y las humildes sillas a nuestro alrededor se destrozaban, así
como el suelo empedrado se abría rasgado por el filo invisible, o las cuchillas
eternamente afiladas de mi arma.
Levanté la vista con el infierno en mis ojos. -“Solo concededme un
último favor querido Dragón de fuego... después podrás recibir el justo pago de
mi promesa”- Cerré los ojos dejándome envolver por las llamas cálidas de
aquella criatura mística, solo de ese modo podría confrontarle en igualdad de
condiciones. A ella le protegía el aire helado y el aura de Yuki Onna, a mí me
resguardaba en su calor mi querido antepasado. Nuestra batalla se haría a la
antigua usanza, con la intervención divina y el filo de nuestras armas. Bastó
una mirada de su parte para comprender mi intensión, por lo que dejó de 'abanicar'
su espada en mi contra y con una sonrisa dichosa se lanzó contra mí, en ese
nuestro grito de guerra.
Nataru se acercó con un ataque frontal, moví mi cuerpo a un lado, giré
entre mis manos la enorme vara, procurando crear una cortina de cuchillas en
cada punto que su Katana atacó... solo que esta vez, sutiles movimientos de mis
muñecas imprimieron un efecto serpentino que elongaba la hoja, cortándolo todo
a su paso. En respuesta mi Nataru evadía con ágiles movimientos los filos que
le amenazaban e interponía su espada en cuanto resultaba imposible esquivarme.
Poco a poco fui ganando espacio y culpas causándole heridas superficiales, que
comenzaron a manchar sus ropas, así fue hasta que Nataru saltó para ganar algo
de distancia y quizás un poco de aliento. Con una determinación implacable
depositó la punta de su arma en el suelo empedrado y tomó una postura diferente
a las anteriores. -Este será el ataqué definitivo Kiyohime... emplea entonces
tu mejor técnica- Su voz se apagó lentamente en la sala, aguardando
pacientemente para darme la oportunidad de retraer mi Naginata.
-Así sea- Respondí con la voz rota, ella no dudaría en matarme... ella
solo estaba combatiendo por el placer de aquella lucha, por el final honroso...
por escapar de mí.
-¡AHHHHHHH!- Gritamos al unísono comenzando a correr en la dirección de
la otra, vi chispas nacer de su Katana contra el suelo y extenderse en el aire
guiadas por su fuerte mano, a la par que yo alargaba mi Naginata en una honda
serpentina.
Las chispas se solidificaron al igual que las ráfagas congeladas se
extendieron en tres grandes vertientes, giré todo mi cuerpo y mi arma cuyo filo
ardía como el fuego. Pude sentir los cristales golpeando diversas partes del
largo filo de mi Naginata, una explosión al contacto del hielo y el fuego, los
cristales rompiéndose, las esquirlas rozarme la piel, mis heridas manar sangre
tibia... escuché el hielo derretirse, el vapor nubló la vista, y con la última
muestra de mi poder, giré mi arma en una onda expansiva que chocó contra la
Katana de Nataru, oponiendo ella una resistencia abrumadora. Escuché el sonido
el algo crujir y una voz venir de la nada.
-¡No!- Resonó el eco de aquella mujer espectro, y entonces me di cuenta
de que la punta de mi lanza continuaba replegándose en dirección desconocida.
Retraje el filo de mi Naginata en cuanto supuse amenazada seriamente la
integridad de mi amada, busqué con espanto pero era imposible ver en medio de
la humareda hasta que...
-¡NO JUEGUES CONMIGO!- Una figura emergió de entre el velo de vapor,
tan cerca que creí llegada mi muerte, cerré los ojos y levanté mi arma por puro
reflejo. Fue repelida por otro metal, sentí la fuerza de algo empujarme hacía
atrás y caí al suelo con un peso encima, guardé silencio esperando la estocada
final, pero eso no pasó.
Al abrir los ojos me encontré con dos esmeraldas que me miraban, una
expresión que conocía, que una vez contemplé con tanto amor. Un hondo suspiro escapó de los labios de mi
Nataru, mientras una gota de sudor se congelaba en su barbilla y soportaba
parte del peso de su cuerpo en un brazo, era extrañamente sublime sentir de
nuevo casi toda su anatomía sobre mí... qué pena que no se tratara del lecho.
-Solo estuviste jugando conmigo Kiyohime... hubieses muerto de ser real- Me
hizo notar lo evidente, pues el filo de su Katana rota amenazaba mi cuello.
-Ara, mi Nataru tiene una forma tan peculiar de saludar- Sonreí con un
llanto de dicha en los ojos... -Pero nunca debe confiarse tanto- El filo de la
daga antes oculta en mi Obi ya algo ajado, amenazaba su vientre.
Dejamos las armas a un lado y juntamos nuestras frentes con una pequeña
sonrisa, nos perdimos en la mirada hechicera de la otra por unos instantes y
solo entonces tomé sus labios en un beso dulce que pagaría una pequeña cuota de
tantos sufrimientos. Sus labios fríos, su piel helando y ese sabor metálico
rompió el encanto de nuestro momento. Me separé... solo un poco -¿Nataru?-
Me dedicó una expresión cansada antes de esconder su rostro en mi
cuello. -Lo siento...- Dijo con voz queda, casi en un murmullo. -Lamento
haberte lastimado... haber asesinado a Ayame...-sama...- Su voz escondía una
clase de agonía más allá de la emocional, pero su cuerpo no se movía. Lo
entendí tarde, que ella ya no podía moverse.
Con la fuerza que no tenía, logré empujarle un poco, solo para poder
levantar mi torso y sujetarla entre mis brazos. Sentí un profundo pánico al
notar bajo los retazos que ahora era su Kimono amarillo, lleno de tierra y
sangre... lo que escondía su ropa desde el principio, un vendaje a la altura
del pecho y el hombro derecho con signos se sangre seca. Temerosa y con una
mano, retiré la parte delantera de la prenda, un gritillo escapó de mí
garganta, pues la mancha purpura, casi negra en su mejilla, era una pequeña en
comparación con la que cruzaba la completitud de su torso, puede que incluso
bajo las vendas. -¿Qué es... es esto?-
Mi amada levanto su mano para alejar mi rostro de la deplorable vista
de su torso. -Nada... nada que pueda resolverse... Kiyo-chan-
-Tenemos que... ¡Buscar ayuda!- Hice ademan de separarme para buscar
algún superviviente que pudiera ayudarme, pero me retuvo con su mano...
-No te vayas...- Me miró sincera con sus ojos verdes adorados. -... es
el... veneno de la Kunai me... me ha sentenciado desde hace horas y de no ser
por Yuki Onna que congeló mi cuerpo a través de Duran... ya hu..biese muerto-
-La Kunai...- Musité con un hilo de voz tembloroso... Okuzaki-san, ella
se fue con una sonrisa de victoria al mundo de los muertos. Llenó de ponzoña su
arma y atacó a traición, debí torturarla mucho más, antes de acabar con su
vida. -El veneno... purpura- Maldije mis olvidos, los Ninja no son honorables,
suelen impregnar sus armas con un veneno mortal y la cura es algo que solo
ellos conocen. Me mordí los labios, aun si comprara con todo lo que tengo tal
antídoto sería imposible volver en el tiempo que...
-¡Baka! Deja de... de pensar tonterías en tu mente y ¡Mírame!- Ordenó
mi Nataru exasperada, Ara, estas maneras no se las conocía... pero tal gesto le
costó una tos que manchaba sus labios de un líquido carmín. -Así lo entenderás... por favor- Sus ojos
suplicantes me convencieron de no salir, me hicieron ver la más terrible de mis
pesadillas hecha una realidad. -Sigo aquí, solo porque en el fondo de mi
ausente corazón quería verte una vez más, esperaría por ti y solo por ti...-
-Entonces quédate conmigo... aquí, por siempre- Supliqué empezando a
asimilar o creer la idea de que cada segundo a su lado era el último, cada
lágrima.
Apenas y me sonrió... de una forma tan genuina y dulce que todo lo
demás desapareció para mí. -No... llores... mi amor- La caricia gentil de sus
dedos en mi rostro, cerré mis ojos para percibirlo más intensamente, posé mi
mano sobre la suya para acariciarla y su hilo de voz llegó nuevamente a mí. -Ne
Kiyo...chan, te... te a..mo- La fuerza abandonó su mano que se arrastró hasta
su regazo por la fuerza de gravedad.
Abrí los ojos con esa ausencia, sintiendo el aire abandonarme y mis
pupilas temblorosas la vieron dormir apaciblemente, se había sumergido en el
sopor eterno, allí donde no podía alcanzarla... -Yo... también te amo...-
Respondí ahogada por mis propios sollozos, sin la seguridad de haber sido
escuchada, sin la certeza de encontrarla otra vez en esta maldita eternidad.
Frente a mí el lobo de hielo elevó al cielo un aullido de pena, tan
amargo como el gemido que desgarró mi garganta, como las heridas que se abrían
en mi corazón, como el vacío abismal que ya nada llenaría y le había quitado el
sentido mismo a la vida. Así la criatura de hielo caminó juntó a mí queriendo
darme consuelo, mientras su cuerpo se evaporara entre destellos celestes hasta
ya no dejar rastro de él... dirían que quizás lo soñé, pero aquella criatura
lloraba igual que yo. Contemplé a mi amor unos instantes más, la acuné en mis
brazos para estrecharla un poco más y llorar en silencio la ignominia que había
sido perderla. ¡Perderla! Si, ella no estaba ya conmigo... solo abrazaba su
yerto cadáver. ¿Qué maldición pesaba sobre mí para merecer tal castigo?
Encontrarla... solo para perderla. Sin ella me arrancaba el alma de un tajo, la
parca inclemente introducía su garfa en mi pecho para destrozarme el corazón
sin piedad alguna. -¿Sabes?- Acomodé esas hebras de ébano y mis dedos se
posaron sobre sus pálidas mejillas. -Te contaré un secreto...- Una gota nacida
de mi dolor, humedeció su fino rostro. -Yo te seguiré incluso hasta el
mismísimo infierno- Sonreí, que más me daba ya la existencia... miré la daga a
un lado, la tomé... -Después de todo, tengo que pagarle sus favores al Dragón
de fuego- Cuando llevaba el filo a mi cuello, para asegurarme de no errar mi
intensión, una inoportuna y molesta voz llegó a mis oídos.
-Ora ora... no puedes decir que no te di la oportunidad de cambiar este
destino... no así propiamente dicho, ella tenía que morir pero no quisiste
hacerte de la vista gorda y ahí tienes-
-Nagi...- Entrecerré los ojos, deposité con cuidado a mi amada en el
suelo y tomé mi Naginata. -Veras... no estoy de humor en estos momentos-
-Con calma Kiyo-chan... no es mi culpa que fueras tan descuidada... si
ha muerto no ha sido cosa mía, ha sido enteramente tú culpa- Levantó sus
hombros con total desinterés. Aguijoneando la reciente herida y posando sobre
mis hombros un peso inmenso que quise ignorar.
-¿Cómo osas decir... que yo he?- Presioné mi mandíbula chocando mis
dientes, hasta hacerlos sonar.
-Afirmar que si no hubieses intentado abrazarle aquella noche en la
fuente, ¿Ella hubiese podido esquivar la Kunai que hoy es causa de su muerte?-
Sonrió divertido. -No creerás que una persona tan experimentada en el arte de
la guerra sucumbiría tan fácilmente ¿o sí?-
-¿Quién eres? ¿Cómo es que sabes lo que...?-
-¿Pasó?- Completó mi pregunta cruzándose de brazos y apoyando su hombro
en el marco de la puerta casi carbonizada. -He contemplado tu infausta historia
todo este tiempo, viendo como movías los hilos que hoy te asfixian- Esa sonrisa
de burla a mi hondo pesar colmó mi paciencia, sujeté firmemente mi arma...
-¡Espera!- Levanto las palmas en señal de súplica mientras inclinaba su cabeza.
-No he sido lo delicado que debiera con él tema, pero es la verdad y...- Me
miró de soslayo. -Estoy aquí para hacerte una oferta... si es que quieres
escucharla, digo que quizás te interese que ella viva-
-¿Cómo podrías devolverle la vida que se ha ido? ¡Hasta yo sé que eso
es imposible!- Dejé brotar mi frustración a través de mi Naginata, la cual
empleé para cortar el muro a un lado del chico de ojos rojos, pero él no se
inmutó.
-No ahora mismo, es verdad... pero dudar de aquello que es sobrenatural
cuando tú has invocado al gran dragón de la leyenda, es... muy escéptico de tu
parte Kiyo-chan- Murmuró antes de ladear su cabeza, me puse entre él y mi
Nataru cuando noté que la miraban esos ojos maliciosos. -Tu mayor miedo es no
volver a verla... dudas, incluso temes que después de morir no vuelvas a
encontrarla-
Gruñí al ver sus observaciones tan desagradablemente acertadas. -Eso no
es de su incumbencia, así que le sugiero marcharse antes de que su sangre sea
vertida por mí, sobre este suelo sagrado-
Nagi dio grandes risotadas. -Gomen... gomen... ciertamente este suelo
es sagrado pero ha sido manchado con tanta sangre a lo largo de estos 100 años
que le aseguro es el sitio perfecto-
-¿Para qué?- Pregunté sintiendo tan macabra la mención de las batallas
aquí sostenidas.
-Haré un pacto contigo, volverás a ver a Nataru-san en otro tiempo y
lugar- ¿Cómo creer en su palabra? Era la seducción de un demonio ante la
flaqueza de mis más añorados deseos, ¿Una oportunidad de evitar este desenlace?
-Estos hechos se repetirán de una forma diferente pero similar... estará en tu
mano encontrar un destino diferente- Concluyó el chico.
-¿Qué quieres a cambio de tal cosa? ¿Mi alma?- Musité con sorna, es un
relato que viene de occidente... aquello de venderle el alma al diablo.
-Que suspicaz...- Me miró risueño el peli plateado. -Yo quiero tu
cuerpo a cambio- Más le valió corregir. -¡Y no como estás pensando!- Tosió
ligeramente sonrojado. -Necesito la materia de tu cuerpo, solo eso... a fin de
cuentas cuando estabas por degollar tu lindo cuello, lo que quedara de ti no lo
ibas a necesitar-
En eso no se equivocaba, no tenía planes de vivir sin mi amor. -¿Solo
eso?-
-También él de ella...- Señaló a Nataru con su dedo.
-Estás loco si crees que te permitiré poner un dedo sobre su cuerpo- Le
miré fieramente dispuesta a todo por evitar las manos de aquel despreciable ser
sobre ella.
-Kiyo-chan no conoce mis métodos, de sus cuerpos no quedarán ni las
cenizas... y mis manos no se posarán sobre ustedes, le daré una forma
poderosa... la verdadera forma de su espíritu- Más me parecía que la cordura de
aquel muchacho era cuestionable, no entendí entonces de que hablaba.
-¿Por qué es tan importante nuestra materia?- Ni siquiera sabía qué
diablos es la materia, pero si no era mi espíritu lo que pedía a cambio.
-Es un secreto... es tómalo o déjalo Kiyo-chan... ¿No es un pequeño
precio por vivir de nuevo a su lado?- Declaró teatralmente compungido, sin
quitar la vista de mi amada.
-¿Cómo confiar en Nagi?- Espeté desconfiada.
-Sabrás que puedes hacerlo en cuanto afirmes nuestro acuerdo- Me miró
por un instante mortalmente serió. -Pero solo te haré una pequeña advertencia-
-¡Habla de una vez!- Ya había perdido la paciencia.
-Cuando cumpla mi promesa, entonces lo oculto estará a la vista de
todos... le volverás a ver Kiyohime y cuando confiese sin reservas lo que hoy
te ha sido negado, una luz intensa en el cielo dará paso a un nuevo mundo...
pero no podrás escapar del irremediable destino que hoy te niegas a aceptar
¿Estas dispuesta a todo ello, solo por tener un instante más para
contemplarle?- Me preguntó dudoso, como si realmente le importara.
-Nada es más importante que ella para mí, el mundo no me importa... de
cualquier modo, está destinado a sucumbir- Hemos vivido una guerra de casi 100
años, la humanidad siempre estará en eterno conflicto y un día obtendrán las
armas para destruirse... entonces no es algo que deba lamentar.
-Jajajaja... que egoísta de tu parte. Pero tendrás que vagar en pena,
hasta el instante en que puedas verla de nuevo, después de todo... fue tu ira
la causante de todo esto- Levantó los hombros sin quitar la mirada de mí.
Mi elección fue tomada en el momento en que volví a mirar su cuerpo sin
vida. -Esperaré pacientemente ese momento, es un justo precio... por lo que he
hecho-
-Entonces, cambiaremos el mundo... después- Me dio la espalda mientras
el sol se ponía tras las montañas y un agudo dolor emergió en mi pecho. Me
llevé la mano a la fuente de mi agonía cayendo de rodillas al suelo, busqué
apoyo en mi arma clavándola en el suelo, sentí entonces las llamas del Dragón
envolverme mientras veía como mi propio cuerpo se evaporaba entre brillos
verdes. Me incliné con él que sabía mi último hálito de vida para acariciar el
rostro de mi amor, que poco a poco también se desvanecía dejando atrás un
montículo de nieve.
-Te veré otra vez... Mi Nataru- Mis palabras fueron
llevadas por el viento, de mi cuerpo y el de mi amor no quedó ni el rastro, tan
solo la sangre en el suelo, el hielo derritiéndose ante las abrazadoras llamas
de aquel monasterio, su espada rota y una Naginata clavada como si de un
estandarte se tratará. Cayó el gran bastión de Echizen devorado por el fuego,
pero no así nuestro amor que sería desde entonces eterno...
.
.
.
Busqué entre las sabanas pero ella no estaba junto a mí, con pavor salí
de la cama y apenas cubierta con una sábana, llegué hasta el ventanal de
aquella habitación de hotel. Los castaños cabellos de aquella preciosa criatura
de ensueño hondeaban al viento que se colaba entre las cortinas, aquellas
ligeramente abiertas para refrescar la estancia daban una vista preciosa de la
ciudad. Supe con toda certeza la razón del acelerado palpitar en mi pecho,
también sé que no soy buena con las palabras por lo que... solo dispuse
abrazarme a su espalda de marfil, y plantar un beso a su hombro desnudo.
-Ara, mi Natsuki es la criatura más dulce que he conocido... en esta y
en todas mis vidas- Dijo sin más, pero no entendí el significado de sus
palabras, lo dejé ser y la abracé más fuerte. Otro día voy a preguntarle... si
otro día.
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