CAPÍTULO
07
Aleksandra se había
ido, de sus sueños y de su cama al mismo tiempo.
Inna yacía todavía
entre las sábanas, con el latido apenas perceptible en su cabeza causándole un
dolor serpenteante en el estómago.
No, no ahora
Levantó una mano para
darse un masaje en la base del cráneo, deseando con la mente que su cuerpo se
relajara y se librara del dolor. Rodó hacia un lado, gimiendo mientras sus
muslos, fatigados por una intensa noche de hacer el amor, protestaban por el
movimiento. Sus ojos se abrieron repentinamente para gozar del brillo del sol
líquido que abrasó el fondo de sus ojos.
Eso era exactamente
lo que había sido…hacer el amor.
Todo lo que ella no
había querido que ocurriera había sucedido en las pasadas cuarenta y ocho
horas. Su relación había progresado al siguiente nivel, no, más allá de eso
incluso, más allá de la lujuria y del vivieron felices para siempre.
Excepto que habría
nada de eso para ella.
Alargó su brazo,
frotando con los dedos la huella en la almohada donde Aleksandra había colocado
su cabeza. Incluso la amante de sus sueños la había abandonado. Una compañera
constante en su vida, ya no había aparecido desde que Aleksandra se había
introducido su vida. La extrañaba. No se había percatado de cuánto había
dependido de su presencia nocturna en su vida; había estado con ella todas las
noches, no importaba cuán complicada se hubiera tornado su vida y, ahora, se
había ido también.
Inexpresablemente
triste, ella cerró los ojos, mientras sus dedos continuaban el masaje lento en
su cuello. Allí, a cuatro días de su cumpleaños cuarenta y dos, había conocido la
mujer real de carne y hueso que había habitado sus sueños sólo para darse
cuenta de que la perdería.
Su enfermedad
progresaba. Durante las pasadas pocas semanas, se había despertado con el dolor
de cabeza que señalaba el pasaje del tiempo. No era una simple resaca ni se
debía a la falta de sueño, sino el regreso del cáncer para reclamarla por
última vez.
Inna abrió los ojos,
fijando su mirada en el sol. ¿Había visto alguna vez algo más glorioso que una
dorada mañana en Colorado? El cielo era de un azul brillante, sin una nube a la
vista, y las flores del jardín florecían profusamente gracias a las lluvias
recientes. Sólo la mirada de amor reflejada en los ojos de Aleksandra podría
conmoverla más que el paisaje de Colorado.
Aleksandra.
Su corazón dio un
doloroso vuelco al pensar en su amante ausente. Era enteramente posible que
nunca volviera a verla otra vez, que nunca volviera a tocarla, que nunca más
fuera tocada por ella.
Pero
te ha tocado ya, y con eso tienes que estar contenta.
Se incorporó. ¿Por
qué? ¿Por qué tenía que contentarse sólo con una rebanada pequeña cuando podría
haber tenido el pastel entero?
Porque
eso es todo lo que puedes tener.
Dejó caer los hombros
repentinamente. Algunos días no serían suficientes, ni siquiera algunos años.
Con la forma en que se sentía ahora, la eternidad no la satisfaría.
Pero
no tienes la eternidad, ¿verdad?
Si sólo Aleksandra
estuviera en lo correcto y tuvieran una eternidad juntas... Si ella supiera con
seguridad que en su siguiente vida tendría la oportunidad de vivir el mismo
tipo de éxtasis que había conocido en los pasados pocos días, encararía su
muerte con mayor valentía sabiendo que en alguna parte del futuro, la otra
mujer la esperaba.
Qué sueño tan
hermoso.
Pero la realidad era
que ella estaba muriendo, lentamente, día a día, mientras su vida se deslizaba
entre sus dedos. Sólo tenía el hoy, y lo sabía. Para ella, el futuro eran sólo
los cinco minutos siguientes. Y no podía contar con nada más que eso.
*****************
Las nubes opacaron el
sol mientras Inna permanecía de pie junto a Dirk en la cubierta, con un vaso de
chardonnay en su mano.
—Es tan bello aquí.
—Ella bebió un sorbo.
—Lo es, pero nunca lo
aprecié cuando era más joven. Vi sólo la ostentación del lugar, nunca la belleza
y la quietud que ofrecía.
—La juventud está
desaprovechada en la gente joven. —Ella negó con la cabeza. —Consumimos nuestra
infancia dándonos prisa por crecer. Pasamos nuestros años veinte intentando
dejar nuestra marca en el mundo, y nuestros años treinta buscando al compañero
perfecto, sólo para encontrarnos con que nadie es perfecto y todo se reduce a
una cuestión de con cuánto podemos conformarnos.
Él se rió.
—Estás en lo cierto.
¿Pero qué ocurre cuando entramos en la cuarentena?
—No lo sé, Dirk. —Ella
lo contempló, su cara tan familiar como la suya propia. —Tú tendrás que
resolver eso por mí. —Deseó tragarse las palabras cuando observó su sonrisa
desvanecerse. Deseó haber podido hacer algún comentario elocuente y dejar pasar
el momento, pero nunca podría hacer eso con Dirk, porque él siempre parecía ver
a través de ella.
Él dejó su vaso y la
atrajo en sus brazos.
—No puedo imaginar mi
vida sin ti, hermanita.
Ella frotó su frente
contra la cachemira suave de su suéter.
—Tampoco yo.
Su abrazo se hizo tirante.
—Todo el dinero del
mundo y no puedo ayudarte.
Ella cerró los ojos e
inspiró el perfume de su mejor amigo, una mezcla de sándalo, tabaco y
recuerdos. Las lágrimas ardieron en sus ojos al pensar en dejarlo. Habían sido
amigos durante más años de los que podía contar. En cada acontecimiento
importante de su vida, Dirk había estado a su lado, lo mismo que ella.
—Necesito pedirte un
favor— ella sorbió por la nariz.
Él dejó caer un beso
en su cabeza.
—Sólo tienes
que decirlo.
—Llegado el momento…—
él se rigidizó en sus brazos. —Quiero saber que puedo depender de ti para
encargarte de los arreglos. He delineado lo que quiero para el entierro y la
internación. Los documentos están en la caja fuerte de mi apartamento de Nueva
York y mi abogado tiene una copia también.
—¿Contrataré una
banda de cuerdas? —Su voz era áspera, y su pecho se estremeció bajo su mejilla.
Ella supo que él lloraba.
—Nop— Inna sorbió
otra vez. —Quiero que sea sencillo, tú sabes qué hacer y a quién invitar.
Percibió que él
asentía.
—No olvides llamar a
Jeff.
Dirk lanzó una risa
quebrada ante la mención de su amigo drag-queen.
—De acuerdo.
—Puede ir sólo si
promete no llevar puesta una boa roja, y tampoco quiero a nadie tirándose sobre
el ataúd.
—Esa sí que es toda
una imagen. —Dirk le dio otro apretón antes de soltarla. Ella contempló su
querida cara, veteada de lágrimas, y su expresión inusualmente seria. — ¿Qué
voy a hacer sin ti, Inna?
Ella sonrió mientras
su visión se empañaba y sus ojos se llenaban de más lágrimas.
—Vas a casarte con
Veronique y serás dichosamente feliz. Luego, en algunos años, comenzarás a
tener algunos cachorros, comprarás una mini-furgoneta, dirigirás un campamento
de fútbol y te retirarás al campo envuelto en la dicha doméstica.
Una mirada de
absoluto horror cruzó su cara y ella se rió.
—Eres una mujer
malvada— dijo él.
—Sí, lo soy. Te
observaré cada paso del camino y sacaré apuntes. Cuando mueras…— giró y apuntó
hacia una gorda nube flotando en el horizonte. —Te encontraré allí y
compartiremos una botella de vino celestial y compararemos apuntes.
—Eso me suena como
una cita. —Dirk enlazó un brazo alrededor de su cintura.
—¿Puedo hacerte una
pregunta?
—Seguro.
—Dime, ¿crees en
destino?
****************
Inna se deslizó en el
silencio fresco de la galería, agradecida por el único oasis de quietud en la
casa. Los invitados se marchaban y la constante corriente de autos, equipaje y
personas despidiéndose del anfitrión le daban un descomunal dolor de cabeza.
Cerró las puertas de cristal tras de sí, sepultándose en el silencio.
Durante todo el día
había sido acosada sin cesar por el dolor de cabeza. No era lo suficientemente
fuerte como para incapacitarla, pero le recordaba que el tiempo se estaba
acabando. Como si necesitara que se lo recordaran.
Apartó ese pensamiento.
Algunas personas vivían día a día. Ella había aprendido a vivir de hora en
hora.
Caminó sin rumbo más
allá de las obras maestras de Monet, Picasso y Degas, aprisionando cada una en
el recuerdo antes de moverse al siguiente, cada uno de ellos un regalo para los
sentidos. El silencio alivió su cabeza dolorida así como también su alma.
En el extremo más
alejado del largo cuarto, encontró la nueva pintura que Dirk había mencionado.
Precintada detrás del vidrio, tuvo que dar un paso más cercano para darle una
buena mirada. Apenas más grande que una hoja de papel, las imágenes eran
oscuras y eróticas en el tono. El tema, dos mujeres asidas en un abrazo
tórrido. Una más alta que la otra. La más alta de ellas sólo era mostrada desde
atrás, su pelo largo y oscuro mientras se agachaba sobre su compañera para
deleitarse en su pecho desnudo. Parpadeó mientras observaba la cara de la mujer
más pequeña, su éxtasis pintado para que el mundo lo viera.
¡Por
el amor de Dios, se parece a mí!
Alarmada, dio un paso
atrás, con la mano en su garganta. Bueno, realmente no era ella, pero
ciertamente había un fuerte parecido. El pelo era más claro y mucho más largo
de lo que ella normalmente llevaba. Pero el rostro en forma de corazón y la
pequeña marca de nacimiento en su pecho eran exactamente iguales. Frotó
inconscientemente el lugar en su pecho, sintiendo una débil sensación de
hormigueo apenas bajo su piel. ¿Era posible que un antepasado suyo hubiera
posado para el retrato?
¿Crees
en el destino?
Como si estuviera de
pie a su lado, la voz de Aleksandra hizo eco en su mente. Ella se envolvió con
los brazos mientras un temblor recorría su columna vertebral. ¿Había sabido de
esa pintura? ¿Sería de allí que había forjado la idea de que se habían conocido
en otra vida?
Bajo la pintura había
una lámina poco llamativa de bronce proclamando el título y el nombre del
pintor. Quedó consternada al encontrarse con que tenía sólo unas iniciales, Redención
por A.R.
¿Aleksandra?
Retrocedió un poco
para estudiarla pintura. A juzgar por la ropa, el retrato había sido pintado
alrededor de principios de siglo, en los años veinte. La falda de Borgoña de la
mujer más pequeña era larga hasta los tobillos, y con el muslo de la alta mujer
insinuado entre los de ella, el dobladillo había subido para revelar sus medias
blancas y sus zapatos abotonados. Sus ojos estaban medio cerrados, sus labios separados en éxtasis mientras
disfrutaba las atenciones de su amante.
No muy diferente a
ella y Aleksandra
Dirigió su mirada
hacia la alta mujer. Sus hombros eran anchos, sus caderas estrechas, y llevaba
puestas botas hasta la rodilla, como Aleksandra.
Ciertamente se
parecía a ella.
No. Un
montón de mujeres podrían parecerse a Aleksandra de espaldas; no era posible
que fuera la morena, porque las personas simplemente no vivían por centenares
de años. Desafiaba a la ciencia moderna.
A
menos que en realidad fuera un vampiro.
Se frotó el lugar
tenso entre sus ojos. ¿Qué quería decir eso? Su mente racional quería gritar,
mientras otra parte, una gran parte suya esperaba que fuera verdad. Le asombró
descubrir que deseaba admitir que esa pintura era la prueba de que Aleksandra
estaba en lo correcto, que habían estado juntas en otra vida.
Deslizó sus dedos
sobre el vidrio que cubría a las amantes pintadas. Deseó que la otra mujer estuviera
allí. Alek la ayudaría a desenredar sus sentimientos confusos y posiblemente
reírse de ello. Pero no estaba y no estaría de regreso durante al menos otro
día más.
Inna le volvió la
espalda a la pintura y las imágenes perturbadoras que evocaba. Necesitaba
volver a su cuarto y tumbarse un rato. Dirk planificaba una cena tranquila para
ellos esa noche, y quería estar en excelente forma. Era una gran oportunidad de
conseguir información sobre Aleksandra.
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