Estuvo casada, de ese matrimonio nació
una niña rubia como su padre con ojos verdes, risueña. Esa niña era su vida, se
entregó a ella en cuerpo y alma.
Aquel hombre que fue su padre, fue con
ella un hombre bueno. El día que la llamaron para decirle que su marido había
fallecido, el mundo se rompió bajos sus pies, con una hipoteca, deudas, la niña
que perdía a un padre, la vida sólo era vista por Patricia como un hueco negro
y oscuro, donde ella estaba cayendo en picada, y sin paracaídas.
Tuvo que ponerse a trabajar, cosa que
no le fue fácil, desde que se casó se dedicó a su casa, a su hija y a él.
Ahora se acordaba de lo que su madre
le decía. “no tendrías que dejar de trabajar, no debes permitir que sea él
quien te mantenga”.
Pero nunca hizo caso, pensó que era
eso lo que tenía que hacer y simplemente
lo hizo.
Mi hija ya con diecinueve años, se
encerró en su mundo, me era difícil hablar con ella, estaba en una edad
rebelde.
Tuve la suerte de poder trabajar para
una empresa de limpieza que se encargaba de mandarme a limpiar apartamentos de
personas que no tenían tiempo.
Eso hizo que el tiempo que podía pasar
en casa no era tanto como antes, mi hija iba y venía, y nuestro alejamiento se
estaba haciendo cada día más amplio.
-Laura. Tenemos que hablar.
-¿De qué mamá?
-Este comportamiento tuyo no me gusta.
-Siempre me he comportado igual. Mamá
-Bueno, quisiera que me contaras lo
que haces, sé que ahora todo es diferente, que la vida nos ha cambiado, pero yo
sigo aquí, sigo siendo tu madre, te quiero Laura, no puedes olvidar eso.
-Lo sé, yo también te quiero
mamá, sólo que ya soy mayor y no puedes todo el rato controlar lo
que hago.
-No pretendo eso, simplemente me
preocupa tu actitud -
Laura se acercó a su mamá y la besó,
dando por terminada la charla.
-¡Ah! Laura, se me olvidaba, mañana
tengo que hacer una limpieza especial en la ciudad, no sé a qué hora volveré.
-No te preocupes Mamá.
La ciudad estaba a veinte kilómetros
del pueblo que ellas habitaban.
Esa mañana, Patricia cogió el viejo
auto que apenas si pareciera que podría arrancar y se encaminó hacia la ciudad.
Llegó a la dirección que le habían indicado, aparcó el auto. Mientras subía en
tan bonito ascensor pensó “se nota que aquí hay dinero”, bajó en la cuarta
planta y
llamó a la puerta. Esta tardó un poco en abrirse, y cuando lo hizo
detrás de la puerta apareció una mujer joven de casi la misma edad que ella,
por lo menos eso pensó. Se abotonaba la camisa, pelo corto alborotado,
descalza, con el móvil en la oreja, y con un gesto de despreocupación le indicó
que pasara.
Me vi cerrando la puerta y con la
espalda apoyada en ella, seguí mirando a esa mujer que con el cuello torcido,
sujetaba el móvil, con las manos torpemente se abotonaba el último botón. Y
hablaba. Esperé a que acabará de hablar, y mientras ella terminaba, mis ojos fueron estudiándola, Joven como ya
dije “guapa, no era la palabra adecuada, exótica, ese pelo corto le daba un
toque a su cara angelical, los ojos grandes expresivos, su cuerpo esbelto,
atlético, realmente esa mujer era
perfecta” pensé “y además se notaba que tenía dinero”.
-Perdone - la sacaron de sus pensamientos.
-Hola, vengo de la agencia, soy la
encargada de la limpieza de su apartamento.
-Claro, claro, la estaba esperando.
Bueno, usted ya sabe lo que tiene que hacer
¿no?
-Si, por supuesto, ¿Pero si tiene algo
especial que desee le haga?
-Sí, ya que lo pregunta. Me gustaría
que me cambiara las ropas de la cama, y arreglaras el cuarto, debe de estar un
poco revuelto.
-Sí, señora, así lo haré.
-Perdone, soy señorita, mi nombre es
Silvia. ¿Y el suyo?
-Patricia, Patricia.
-Bueno, le indico donde está todo lo
que necesitará, y terminaré de vestirme.
Y la dejó allí en la cocina, se alejó
Silvia hacía la habitación. Pero antes de entrar en ella, se volvió y se quedó
mirando a aquella mujer que ajena en sus quehaceres no vio como la observaban.
La miraba y pudo observar a una bonita
mujer y de eso ella entendía mucho, pues esa misma noche estuvo con la
número... perdió la cuenta de todas las chicas que pasaron por esa habitación,
no acababa de encontrar lo que ella necesitaba, y sabía lo que buscaba, pero no
tenía suerte en encontrarlo. Siguió con los ojos puesto en Patricia, media
melena de un color oscuro, no era tan esbelta como casi todos los bombones que
habían pasado por allá, pero tampoco era gorda, su voz le pareció muy dulce, su
ojos expresivos, en general, le agradó aquella mujer, cuando ya terminó de
observarla, se introdujo en la habitación para terminar de arreglarse, pasó un
rato antes de que volviera a salir de la
habitación.
-¿Todo bien? - Le preguntó
acercándose a Patricia.
-Sí, sí - le contestó volviéndose de pronto y casi chocando con Silvia que ya
estaba a su lado.
-¡Oh! Perdone - se disculpó
Patricia acalorada, por el trabajo y por
la proximidad de aquella mujer.
Las dos se miraban, Patricia vio algo
diferente en esa mirada, y realmente esa mujer la trastornaba, le hacía sentir
diferente. Quiso continuar con la tarea, se volteó hacía el cristal que
limpiaba, pero antes de hacerlo se vio girando la cabeza para ver a Silvia como
sonreía.
-Señorita Silvia - se sintió diciendo
- perdone pero... - y al decir esto se sorprendió a ella misma
acercándose a Silvia.
-Sí - se volvió Silvia con esa mirada de “si pudiera te comía” –
Llámame Silvia, nada de señorita - y la sonrisa se acentuó - ¿Qué queréis?
-Perdona - y sin saber cómo, sus manos
con descaro y temblorosas se acercaron al vientre de Silvia, y con sus pequeños
dedos se puso a arreglarle los botones que con la prisa Silvia había confundido
de ojal y los tenía cambiados. Sus dedos por debajo de la camisa rozaron su
suave piel y ese contacto agradó a Patricia.
Silvia, absorbió el olor de ella, y
cerró los ojos imaginándola entre sus brazos. Y con su boca a punto estuvo de
besar aquellos cabellos, pero antes de que esto pudiera suceder Patricia dio un
paso atrás y con una dulce y tímida sonrisa por su atrevimiento dijo - ya está,
ahora está bien abotonada.
-Gracias - dijo Silvia, saliendo de su aturdimiento por
lo que esa mujer le estaba moviendo dentro.
-Adiós Patricia, espero que tengas
todo lo que necesitas, si sucediera algo, y necesitaras contactar conmigo, en
la mesa del teléfono está mi número. Encantada de conocerte - se lo dijo mirándola a los ojos - y espero que no sea la última vez - y blandiendo la mano le dijo adiós.
-Igual - atinó a decir Patricia que
seguía con aquel aturdimiento, que esa mujer le causó desde que le abrió la
puerta.
Entró a su alcoba, realmente estaba
revuelta, pensó “¿Qué habrá hecho?”
Al retirar las sábanas Patricia se
encontró inspirando el perfume que de ellas se desprendía, se recriminó por
ello, que le estaba sucediendo, por qué estaba tan aturdida, hasta la ropa de
ella le causaba rubor, conoció un poco los gusto de aquella mujer. Se entretuvo
con esmero en esa habitación, lo dejó todo inmaculado, con detalle. Pensó es
culta. Encima de la mesita, libros de todas clases, el ordenador, al otro lado
ropa muy femenina, miró la ropa interior, y cerró de golpe el cajón. “¡Ya está
bien! ¡Para! ¿Qué estoy haciendo?”
Iba por la autopista con su viejo
coche y su pensamiento en aquella habitación, en aquella mujer a la cual no podía olvidar.
-Hola Mamá - le dijo Laura - ¿Qué tal?
-Bien, bien hija - Pero no le explicó las sensaciones que su corazón
traían.
-Y tú ¿Qué tal? ¿Has cenado?
-Sí, hoy hemos conocido a las nuevas
compañeras del equipo.
-¿Qué tal son?
-A simple vista, son guapas, pero no
las conocemos para poder opinar.
Cuando Diana le digo eso, Patricia
volvió a evocar a Silvia, también ella era guapa, pero no sabía nada más de ella.
-Mamá, Mamá ¿me escuchas?
-Sí, sí hija.
Ya en su cama, el sueño no le quería vencer, en cambio lo que no
podía quitarse de su cabeza fue el recuerdo de sus dedos en el vientre de
Silvia, ese roce en aquel cuerpo esbelto, la cercanía. Ya entrada la madrugada,
quedó dormida con el recuerdo de aquella habitación en donde la pensó metida entre aquellas sábanas que ella
había cambiado.
Pasaron unas cuantas semanas, su hija
estaba un poco más centrada, y parecía como si el hueco negro empezará a
desaparecer y su vida a restablecerse nuevamente.
-Ring, ring, ring - Sonó el teléfono -
Diga
-soy yo, tienes que ir al departamento
de la señorita Silvia, que ha requerido que fueras tu a limpiar nuevamente.
-¡Vale! ¡Vale! Allí estaré, ¿Todo
igual, la misma hora? Ok gracias.
Sintió una punzada en el estómago,
volvería a verla.
Llamó a Laura, para comunicarle que
tenía trabajo, que no la esperase.
Y allí estaba otra vez, llamando a la
puerta. Esta vez no le abrió ella, era una chica diferente, se desilusionó, su
alegría se desvaneció, el desencanto al ver aquella mujer fue aplastante,
incluso a ella le extraño su propia reacción.
-Hola, soy la señora de la limpieza.
-Sí, si pase la estábamos esperando.
“Estábamos“, pensó “entonces está
ella”. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, la buscó con la mirada, pero
no la pudo ver “Debe de estar en la habitación” pensó
-Ya sabe donde está todo ¿No? - La
sacó de sus pensamientos la chica.
-Sí, sí no se preocupe.
Y mirando a la chica que se perdía por
aquella puerta, se puso de mala gana a
limpiar, pero no perdiendo de vista aquella maldita puerta que seguía cerrada.
Ya cansada de la vigilancia se centró
en sus quehaceres, y cuando menos preparada estaba, sintió a su espalda la voz
de Silvia
-¡Hola Patricia! ¿Qué tal? Me alegro
de volver a verte.
El vuelco que le dio el corazón casi
la deja sin palabras, y cuando vio la cara de Silvia, no se cayó de milagro
estaba guapísima.
-¡Hola señorita Silvia! - Atinó a
decir.
-¿Otra vez, señorita? Me alegro de
tenerte aquí.
Y el tono que uso para decírselo a
Patricia le pareció un sonido celestial, y sincero.
Cuando iba a contestar la puerta de la
habitación se abrió y la chica se acercó a Silvia y besándola en los labios le
dijo:
-Bueno, yo tengo que irme amor.
Las vio a las dos alejarse hacía la
puerta, y lo que sintió cuando llegó al
apartamento y pensó que no estaba, se quedó corto con la punzada que sintió
cuando aquella desconocida besó a Silvia.
“¿Qué coño le estaba pasando? Ni
cuando conoció a su marido sintió esa clase de deseo, de sentimientos. ¿Qué le
pasaba con Silvia?” Y para colmo, ella era lesbiana. Ese mundo siempre le
atrajo, siempre admiró aquellas mujeres que para hacer lo mismo que el resto
del mundo, amar, tenían que sufrir, luchar, abrirse paso ante una sociedad
hipócrita, débil, clasista, machista. Y ahora mismo ella estaba sintiendo algo
que por mucho que quisiera evitar eran celos, celos del beso que vio.
-Bueno ya estoy de vuelta - la sacó de sus pensamientos Silvia.
-¿Su novia? - No supo de donde
salieron esas palabras, pero allí estaban, bajó la cara avergonzada.
-Para nada, ¿Tú estás con alguien?
La conversación empezó a ser más
íntima, claro que la empezó ella así que ahora no podía no contestar.
-Viuda, una niña, sólo trabajar para
poder seguir adelante.
-¿Te apetecería tomar algo conmigo?
-¿Y la faena?
-Soy la jefa, no lo olvides.
-Bueno pues sí, tomaría algo contigo.
Se contaron sus respectivas vidas,
ella la muerte de su marido, y Silvia su ajetreada vida amorosa. Sin darse
cuenta, pasó la mañana, estaban las dos bien la una con la otra, y de la copa
pasaron a la comida, y de la comida...
Y allí estaba ella en la cama de
aquella mujer, sintiendo por primera vez, la piel suave y aterciopelada, las
manos delicadas, los labios ávidos, las caricias, el deseo de una mujer, y se
sorprendió de lo que podían hacer unos labios, lo experimentó en todo su
cuerpo, esos labios, esa lengua recorrió su espalda, cara, cuello, labios,
orejas, pechos, vientre, pero cuando se detuvo en su sexo ¡OH Dios! Ella no
sabía lo que era el placer, ella estaba descubriendo aunque pareciese mentira
lo que era un orgasmo, estaba sintiendo como su vientre se partía en dos,
estaba gritando de placer, nada que ver con lo que tenía experimentado
Se sintió novata en las manos de
Silvia, se sintió torpe, se sintió pobre y en medio se puso a llorar.
-Patricia, amor ¿qué pasa? - Le decía
con ternura - ¿Te hago daño, te arrepientes?
-No, amor mío, no, al contrarío, lloro de felicidad, lloro por
no saber corresponderte, por ser torpe en mi forma de amarte.
-Eres la única que me ha dado lo que
yo buscaba, tu eres la que has llenado ese vacío que nadie llenaba, desde que
me abotonaste aquella camisa, no he podido alejar tu olor de mi, tu recuerdo me
ha acompañado y espero que no sea sólo por un día.
-Esto es nuevo para mí, nunca antes
hubiera pensado estar retozando con una mujer en una cama. Tengo una hija, y no
sé como ella puede tomarse esta situación. ¿Me entiendes?
-Sí, creo que sí, pero podemos
intentar encontrar un equilibrio. No quiero perderte.
Y su boca ya estaba buscando la de
Patricia, que se entregaba y se daba a esa locura, a ese descontrol deseado y
buscado por ambas. La noche estaba ya avanzada, cuando sonó el móvil de
Patricia. De golpe volvió a la realidad y cayó.
-Debe de ser Laura, estará extrañada
de mi tardanza, no me había dado cuenta de que era tan tarde.
-Sí, cariño, ya estoy en camino, es
que el coche se ha estropeado, ya sabes como está. No me esperes despierta,
¿has cenado ya? Vale, nos vemos mañana, adiós cariño.
-¿Tu hija?
-Sí, se me olvidó, contigo pierdo la
noción del tiempo.
Se incorporó dejando ver su bonito
cuerpo desnudo, besó a Silvia y le dijo - tengo que irme. Hoy por primera vez
he sabido lo que es el amor, gracias amor mío - Y le plantó otro beso que se
prolongó mucho más que el otro.
-Para, para Silvia, que de verdad
tengo que irme, mi hija ¿recuerdas?
Y la siguió con la mirada, como se iba
colocando las prendas, sus ojos no dejaban de mirarse.
-Sí, sigues mirándome así - dijo Patricia - no me podré ir - y se sonrieron la dos.
Y ya en la autopista, cuando la locura
y la pasión se iba enfriando, pensó en su hija, “qué pensaría ella de que su
madre amase a una mujer, qué su madre sintiera lo que siente por una mujer que
ha visto dos veces, qué pensaría de que se hubiera entregado de tal manera
desconocida, nueva y exquisitamente maravillosa”, se ruborizó al recordar.
La mañana llegó, tenía miedo de
encontrase frente a su hija como si ella fuera a adivinar lo que su alma sentía
-¡Hey Mamá! ¿Ya se arregló el coche?
-¿El coche? Ah, sí, sí perdona - tardó en reaccionar ante la pregunta.
La hija que no era muy tonta sintió
que su madre le ocultaba algo.
-¿Todo bien Mamá?, te encuentro
diferente, estas más guapa, no sé cómo decirte.
Casi salta de la silla, “ya lo ha
averiguado” pensó, y como pudo guardó las apariencias.
-¿Qué pasa? ¿Qué no era guapa antes?,
deja de decir tonterías. ¿Qué planes tienes para hoy?
-Tenemos un partido, ¿vendrás?
-Claro, ¿a qué hora?
-A las cuatro en el pabellón.
Estaba preparando la bolsa de Laura
cuando sonó el teléfono.
-Hola - contestó Laura.
-Hola ¿está Patricia?
-Sí, un momento, por favor. Mamá, Mamá
- gritó Laura - es para ti.
-Sí, diga.
-Hola ¿cómo estás? Te echaba de menos.
Casi se le cae el teléfono de las
manos, su primera reacción fue buscar con
la mirada donde andaba Laura, como no la pudo ubicar, ya un poco más
tranquila.
-Hola, yo también. ¿Cómo has conseguido
mi teléfono? Te extraño mi amor.
-Te busqué en la guía. ¿Tienes planes
para hoy? Me gustaría compartir contigo la tarde.
Se quedó pensando cómo podría hacer
para no decepcionar a ninguna de las dos personas que más amaba en aquellos
momentos.
-Bueno, te invito a ver un partido de
baloncesto ¿qué te parece?
-¿Quién juega?
-Mi hija, así de paso la conoces.
-Hecho, ¿a qué hora?
-A las cuatro en el pabellón del
pueblo, te digo mi dirección y vienes a mi casa a las tres, ¿sabrás llegar?
-Si estás tú, yo te encuentro en
cualquier lugar. ¿Y tu hija qué?
-No te preocupes, tiene que estar a la
tres allí, no te la encontraras en casa.
-No, si no lo decía por mí, lo decía por ti. Bueno,
allí estaré, un beso.
Colgó el teléfono y pensó “vendrá aquí
a mi casa”. De pronto la voz de Laura la sacó de sus pensamientos infantiles de
recién enamorada.
-¿Quién era esa mujer? Has estado
mucho tiempo hablando. ¿Pasa algo?
-Una amiga, no te preocupes. ¡Ah! por
cierto, vendrá a verte jugar, se lo he pedido yo.
Laura se quedó un poco extrañada, no
recordaba que su madre tuviera muchas amigas, desde lo de su padre, sólo vivía
para ella y para trabajar, como casi antes no
hacía amigas fácilmente, y recordaba cuando tenía las reuniones del
colegio, se limitaba a ir, participar y
punto, algún que otro café, pero nada
más.
Las tres y cinco minutos, no paraba de
asomarse a la puerta, mirando el reloj, entraba, se miraba al espejo, se
retocaba un poco el maquillaje, de nuevo la puerta, hasta que ya, a las tres y
veinticinco minutos, ya cansada, estaba
sentada saboreando un café y prestando atención a los ruidos de autos para
salir corriendo, y en eso sintió como un coche se paraba en su entrada, con el
corazón encogido, salió corriendo y antes que pudieran tocar a la puerta esta
se abrió, las dos se miraron, Patricia la cogió de la mano y la estiró
para adentro, cerró la puerta y su boca
buscaba la de Silvia como si la necesitara para respirar.
-¡Vaya recibimiento! - Y esta también
buscaba la boca de ella mientras sus brazos le abrazaban.
Y allí mismo en el sofá como dos
adolescente con prisa porque los padres están a punto de llegar se amaron.
-Amor mío, vamos a llegar tarde al
partido.
-¡Oh! Tienes razón.
Y se incorporó abrochándose el botón
del pantalón, Silvia la imitó y las dos arreglando sus ropas y sus cabellos,
tomaron rumbo al pabellón.
Patricia estaba exuberante, bella,
irradiaba felicidad, el amor le había dado otra realidad, otra oportunidad.
Laura las vio entrar, y como amaba a
su Mamá también notó ese brillo, ausente en ella desde hacia mucho tiempo, la
vio con esa felicidad que contagiaba con sólo verla. También se quedó mirando a
la otra mujer que le acompañaba, guapa pensó, atractiva, con personalidad, y
muy segura de ella, le cayó bien aquella mujer, las vio tomar asiento en las
gradas.
-Laura, por favor, quieres calentar y
dejar de perder el tiempo, en seguida empezaremos, y tenéis que estar
preparadas le gritaba el entrenador.
Patricia y Silvia, charlaban.
-Aquella tan guapa, es mi hija - le
señalaba.
-Tienes razón, es tan guapa como su
madre.
-No hagas el tonto - se reía Patricia.
Sus cuerpos cercanos desprendían un
calor especial, sus ojos se buscaban, sus manos de vez en cuando se rozaban, y
las dos estaban felices, compartiendo.
Ya estaba la segunda mitad del
partido. Laura fijó la mirada en un descanso hacía las gradas y puedo ver como
su Mamá miraba a aquella mujer y también vio como sus manos se rozaban y las
dos se miraban. “¡Bah! Tonterías” y volvió al partido.
-Mira Laura te presento a Silvia.
-Encantada, jugaste un gran partido,
Laura.
-Gracias, no estuvo mal, me alegra que
acompañaras a mi madre.
-Ha sido un placer, lo pasamos bien,
tenéis un gran equipo.
-Mamá, hemos quedado para ir a cenar
todas juntas, así que no me esperes, no sé a qué hora llegaré.
-Bueno, pero ten cuidado, y vigila la
hora que no sea muy tarde.
-¿Te apetece tomar algo en algún bar?
- Preguntó Patricia.
-Bueno, a mí lo que me apetecería es
volver al sofá de tu casa creo que quedó algo a medio...
-¿A medio? Jajaja
Y allí estaban desnudándose,
experimentado nuevamente sus deseos esta vez. Patricia tomo la iniciativa,
suavemente como la primera vez se acercó a ella y rozando su vientre con sus
dedos desabotonó uno a uno los botones y a cada botón desabrochado, sus dedos
se paseaban por ese vientre bajando hasta el comienzo del sexo de Silvia, que
cada vez que notaba esos dedos tan cerca, la respiración se le iba acelerando,
los dedos de Patricia subían hasta los pechos, rozándolos suavemente. Su boca,
una vez quitada la camisa, mordisqueaba los senos por encima del sujetador, las
manos bajaban hasta las bragas de Silvia, y por encima de estas, empezó a notar
como sus dedos se humedecían y mirando a
Silvia la vio llorar, y ahora fue ella la que le preguntó.
-¿Qué tienes amor? ¿Quieres que pare?
¿Por qué lloras?
-De felicidad, y ni se te ocurra
parar.
Sus bocas se juntaron, sus cuerpos
ardían, la boca de Patricia se perdió en la entrepierna de Silvia. El cuerpo de
esta iba perdiendo el control, se iba moviendo con un vaivén acompasado, pero
que poco, le faltaba para perder ese compás, estaba al límite de su aguante, su estómago se contraía para
poder saborear más el momento y cuando
llegó ese momento eran los dedos de Patricia los que entraban y salían, su boca
se perdía en la de Silvia y cuando vio que ella ya no pudo más y estalló en un
infinito placer su voz le susurró suavemente al oído: “Te quiero, amor mío”.
Agotadas, y sin noción de nada que no
fuera ese amor se quedaron dormidas.
Laura subía las escaleras en silencio,
no quería despertar a su madre, iba a pasar de largo para entrar en su
habitación, cuando pensó en ver si su madre estaba en casa o con su amiga por
ahí.
Abrió la puerta suavemente, y sin
terminar de hacerlo, las vio, estaban abrazadas, desnudas y con cara de
felicidad.
Cerró la puerta, su cabeza estaba
intentando asimilar las imágenes que se llevaba de esa habitación, entró en la
suya se sentó en la cama y seguía asimilando aquello.
Tenía amigas lesbianas, y nunca estuvo
en contra de ellas, pero ver a su madre en esa situación, eso era diferente,
por un momento, sólo pensó en ella, qué dirían sus amigos, qué diría toda la
gente, no, no era posible.
Su madre ¿Desde cuándo? ¿Por qué?, no
acababa de salir de su asombro. En ningún momento se puso en la piel de su
madre, no pensó el por qué de ese amor. Sus razonamientos no contaban con la
necesidad de esa mujer que sólo vivió por ella, que no tuvo vida si no era
ella.
Patricia despertó sobresaltada ¡Laura!
-Silvia, Silvia cariño, despierta
- estaba preocupada, pero se acercó a
ella y la besó dulcemente - despierta amor.
Estaban las dos vestidas y mirándose.
-¿Qué hacemos? ¿Qué decimos? - Preguntaba
Patricia.
-Afrontarlo, ya somos mayorcitas
-Tengo miedo Silvia - se acercó a ella y le abrazó.
La tenía allí abrazada, y empezaba a
estar preocupada, por Patricia, se notaba que estaba sufriendo, y lo entendía,
para ella esto era nuevo y muy precipitado, pero también sabía que no quería
perderla
-¡Vamos! - Le soltó Patricia, - Tienes
razón, no puedo estar ocultando esto y menos a mi propia hija, si me quiere, lo
entenderá.
Salieron, bajaron a la sala, y allí
estaba Laura, que las miró con reproche.
-¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo? No
entiendo nada Mamá.
-Laura, cariño, lo sé, yo no busqué
nada, la vida me lo ofreció, y he
descubierto que amo a Silvia. No me digas cosas que no tienen sentido. Ella me
ha hecho volver a sentir, o quizás para ser más sincera, me ha hecho por
primera vez comprender lo que es el amor, la entrega, el deseo. Ya eres grande
para entender eso, y yo te he enseñado desde pequeña que amar, es sólo eso, no
hay que buscar más razones.
-Pero Mamá, ¿Que haré yo ahora? ¿Qué
dirán mis amigas?
-¿Es eso lo que más te preocupa? ¿Y yo
qué? ¿No piensas en mí?
-No, mamá, no aceptaré esto - le decía
subiendo el tono, y mirando a Silvia. - ¿Y tú que le estás haciendo a mi mamá?
-A ella déjala, aquí somos tú y yo.
-Pero es ella, la que te ha cambiado.
Es ella la que te ha metido estas ideas.
-No, Laura, no ha sido ella, he sido
yo la que se ha enamorado de ella, la que ha encontrado otra razón para vivir.
Te quiero Laura lo sabes, pero también quiero a Silvia.
-No, Mamá, no...
Y las dejó allí a las dos, salió
corriendo por la puerta, Patricia iba a salir detrás de ella, pero Silvia le
cogió por el brazo y con cariño le dijo - déjala, tiene que asimilarlo, y para
ello tiene que estar sola.
Se estaban despidiendo Silvia tenía
que volver.
-Siento el trastorno que te he
ocasionado Patricia.
-No digas eso amor mío, eres algo
maravilloso, y no me arrepiento de nada, sólo de no haberte encontrado antes
- Se besaron y Patricia se quedó sola,
esperando que su hija regresará.
Laura estaba sentada en las gradas de
pabellón, los ojos llorosos y los pensamientos en lo que su mamá le había
dicho. No podía aceptar aquello, no, no quería. Le haría escoger, ella o
Silvia.
Sintió la puerta cerrarse, se
incorporó y espero a ver a Laura.
-Laura, tenemos que hablar. Siéntate,
por favor.
-Tú dirás, que eres la que está
haciendo guarradas.
-Ya basta Laura - le dijo algo
enfadada Patricia - soy tu madre y me
debes respeto, así que no te pases jovencita.
-Pues tendrás que elegir ella o yo.
-¿No estarás hablando en serio?
-Si quieres tenerme en casa, si, sino
me iré a vivir con los abuelos - La amenazó Laura.
Los ojos de Patricia empezaron a
llenarse de lágrimas, pero Laura no pudo verlas porque ya subía por las
escaleras.
No creía Patricia que su hija fuera
así, le había dado los mejores años de su vida, creyó que la había educado con
sentido común, con amplitud de miras, no pensó que ante esta situación actuará
tan egoísta.
Llamó a Silvia y lloró con ella cuando
le relató la actitud de Laura.
Pasaron tres semanas en las cuales,
Patricia volvió a perder la felicidad, estaba triste, intentaba comportarse
igual con Laura, pero ambas sabían que nada era igual.
Laura notó la tristeza de su madre, y
empezó a pensar en su comportamiento, hacía días que su madre parecía haber
envejecido, incluso ella parecía haber perdido la alegría. Comenzaba
arrepentirse de su chantaje.
Salía Laura del pabellón, cuando vio a Silvia, allí sentada en el capot del
coche, cuando ella se dio cuenta se incorporó y caminó hacía Laura.
-Hola Laura. ¿Podemos hablar un
momento?
Laura que ya estaba arrepentida de
haberle hecho eso a su madre, de algún modo agradeció encontrarse con ella.
Se sentaron en una terraza.
-Mira Laura - empezó a decirle Silvia - Amo a tu Mamá, sé
que puede molestarte, pero es una realidad, tu sabes mejor que nadie como es
ella, la manera que tiene de quererte, siempre ha estado pendiente de ti,
pienso que ya es hora que tu le devuelvas un poco de ese amor, es hora que la
hagas feliz. Creo que pocas cosas te ha pedido tu mamá, a lo largo de tu vida,
que estudies, que no seas una chica alocada y que seas feliz. Y ahora que te
pide un poco de compresión para ella, ¿qué haces tu? Le haces el peor de los
chantajes, juegas con su amor. Eres lo más importante para ella, y nunca hará
nada que pueda lastimarte, aunque en ello, ella pierda su vida, ¿eso lo sabes,
no?
-Sí, sí lo sé - contestó tímidamente Laura, que estaba cada
vez más arrepentida de como trató a su madre.
- No sé si yo seré lo mejor para ella,
pero sé que nos compenetramos, sé que cuando está conmigo es feliz, noto como
su alegría inunda mi vida, y eso es bueno para las dos. Para ti y para mi ¿no
crees?
-Sí -
le dijo bajando la cabeza y casi con lágrimas en los ojos.
Silvia le cogió la cara con sus manos,
y le dijo - no llores Laura, sé que quieres a tu Mamá, sé que te cuesta
entender, pero también veo que ya entendiste.
Laura miraba a esa mujer y pensó, que
claro, que su madre la quería, y que ella era la adecuada para su Mamá, porque
ella se lo estaba demostrando en aquel preciso momento.
-¿Qué dices Laura? ¿Le damos una
sorpresa a tu Mamá?
-Claro, que sí - Silvia se animó Laura
- y perdona porque me he portado
con vosotras de una forma egoísta.
-A mí no tienes que pedir perdón, y
creo que a tu Mamá tampoco, pero tendrás
que decirle que aceptas lo nuestro, es lo único que ella necesita.
Se fueron las dos y llegaron en el
coche. Patricia llegaba en ese momento de trabajar, se quedó mirando el cuadro
de su hija bajando del coche de la mujer que amaba, y mirando a esta última,
encogió los hombros como preguntándole a Silvia “qué pasaba”.
Laura salió corriendo y se abrazó a su
Mamá llorando.
-Laura, Laura, cariño, que pasa, deja
de llorar amor.
-Mamá, Mamá, perdona, he sido una
egoísta, sólo he pensado en mí.
-Para, para cariño, entremos en casa -
y alargando la mano tomó la de Silvia y las tres entraron en su nuevo hogar.
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Wou!! linda historia
ResponderEliminarHermoso de verdad que si!!
ResponderEliminarQue historia tan mas linda
ResponderEliminarHermosaaa historiaaaa me kede con mas ganass mas capitulos besos ARGENTINA
ResponderEliminarMe gustó mucho la historia
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