CAPÍTULO
08
Durante toda la noche
había soñado con Aleksandra. Uno de esos sueños era una visión de la alta mujer
tocando la guitarra bajo la luna llena mientras ella bailaba con los pies
desnudos en la hierba. Vestida como gitana, Alek se había visto
devastadoramente apuesta mientras ella giraba para la música que la morena
destilaba del instrumento.
Su falda había tenido
los colores del arco iris, su blusa campesina blanca apenas escondiendo sus
senos mientras las pulseras doradas tintineaban con sus movimientos evocativos.
Jadeante y ruborizada
por el baile sensual, ella había ido hacia la morena, apartando su instrumento,
y habían descansado sobre la hierba y hecho el amor, sus gritos haciendo eco en
el bosque.
No era real.
Pero lo había
parecido. Aun ahora, casi podía saborear el vino intoxicante del aire nocturno,
la percepción de sus manos en su piel mientras se habían seducido y tentado
mutuamente, peregrinando hasta las alturas juntas. En su mente, Alek yacía a su
lado, susurrando todas las cosas eróticas que quería hacerle, y ella sólo había
estado ansiosa por obedecer.
El latido sordo en su
cabeza la sacó del sueño al desvelo completo. No tenía que mirar el otro lado
de la cama para saber que estaba sola. En vez de enfrentar el espacio vacío,
comenzó a rodar hacia las ventanas.
El cuarto estaba
oscuro, el sol opacado por las nubes gruesas y una tenue llovizna gris. El
clima ciertamente concordaba con su estado de ánimo oscuro y su cabeza pesada.
El teléfono sonó.
Ella entrecerró los
ojos para mirar el reloj, pero el cuarto estaba demasiado oscuro para ver qué
hora era. Buscando a tientas el auricular del teléfono, masculló un saludo.
—¿Te desperté?—, Su
voz se derramó en su piel como dulce de azúcar caliente, reconfortándola y
animándola.
—No— respondió,
alarmada por el tono ronco de su voz. —Estaba despierta.
—¿Estás todavía en la
cama?
—Sí.
La morena dio un
ronroneo de placer.
—Me gusta imaginarte
en la cama pensando en mí.
Ella lanzó una risa
baja.
—¿Qué más podría
estar haciendo?
Su respuesta debió
haberla complacido, porque hizo otro sonido, aún más bajo, más sensual.
—Te extraño— dijo Aleksandra.
Inna tragó saliva,
luchando por mantener su voz calmada.
—Y yo a ti.
—Simplemente quería
oír tu voz.
Su garganta se
apretó. ¿Cuánto tiempo había esperado al hombre correcto para que dijera esas
mismas palabras? Sintió que había sido desde siempre. Ahora tenía a una mujer
haciéndolo. Una mujer a la que nunca había esperado, excepto en sus sueños. Se
puso boca arriba y el constante latido en su cabeza apartó su atención de la
mujer que amaba. Apretó una mano sobre la base de su cráneo, deseando
silenciosamente que el dolor se desvaneciera y le diera otra oportunidad en la
vida.
—Tuve un sueño acerca
de ti— musitó.
Aleksandra rio
ahogadamente.
—¿De veras?¿Y de qué
se trataba?
—Estábamos en el bosque,
vestidas como gitanas, y tú tocabas una guitarra para mí.
—¿Y qué hacías tú?
—Bailaba. Bailaba
sólo para ti. Era de noche y las estrellas estaban en lo alto. Giraba de un
lado a otro hasta que me quedé muy mareada— rio. —Luego te quité la guitarra e
hicimos el amor en la hierba de verano. —Suspiró quedamente. —Fue precioso.
El único sonido desde
el otro extremo del teléfono fue la respiración harapienta de la alta mujer. Inna
frunció el ceño. ¿No iba a decir nada?
—¿Aleksandra?— dijo.
—Comienzas a recordar
nuestro pasado juntas— su voz fue ronca. —Conozco ese sueño.
El corazón de Inna
dio un extraño y diminuto tirón.
—Fue sólo un sueño.
—Lo fue y al mismo
tiempo no— dijo. —De cierta manera, es mucho más que simplemente un sueño.
Tengo tanto para contarte, pero necesito estar contigo, no al otro lado del
teléfono como…
Unas voces de fondo
provocaron que Aleksandra se interrumpiera. Cubrió la boquilla y le habló a
alguien más antes de regresar.
—Inna, tengo que
irme. Estaré de regreso mañana antes de que despiertes.
Ella se sintió herida
por el miedo repentino de que nunca le hablaría otra vez.
—¿Lo prometes?— su
voz tembló y se despreció a sí misma por su súbita debilidad.
—Te lo prometí, ¿no
es verdad?
Ella inhaló por la
nariz, luchando por reprimir las lágrimas que amenazaban con derramarse. ¿Qué
diantres estaba mal en ella? Normalmente no era un grifo agujereado.
— ¿Aleksandra?
—¿Sí, ángel?
—Sé que esto suena
loco, porque apenas nos conocemos pero…— las palabras se atoraron en su
garganta.
—No, no es loco.
Dime, quiero oírlo de ti, necesito oírlo. —Ella percibió el sentido de urgencia
en su voz y algo en su interior se liberó.
—Te amo, Aleksandra.
—Y yo te amo a ti, Inna,
más de lo que alguna vez sabrás. Tengo tanto para contarte que no sé dónde
empezar.
Ella lanzó una risa
acuosa.
—Yo también.
—Dile a Dirk que
cuide bien de ti hasta que regrese. Te veré mañana.
Ella se incorporó,
con las lágrimas derramándose en su cara.
—Y tú cuídate también
y vuelve a mí, Aleksandra.
—Nada evitará que
vuelva a tu lado, recuérdalo. Nada. —Con eso, colgó el teléfono.
Temblando, Inna
colocó el auricular en su sitio y luego enjugó las lágrimas de su cara. Aleksandra
regresaría a ella. Sabía eso tan bien como conocía su propio nombre. Aleksandra
era una mujer de palabra.
Apartando a un lado
las sábanas enmarañadas, se puso de pie y se tambaleó hacia el cuarto de baño,
apretando el interruptor mientras caminaba. Dolor de cabeza o no, necesitaba
tomar una ducha, luego buscar algo de desayuno, si bien era bastante tarde.
¿Por qué el cuarto
estaba tan oscuro? Frunció el ceño y se volvió para clavar los ojos en el
interruptor de luz. Las había encendido.
Su imagen en el
espejo estaba nublada, como si estuviera revestida por vapor de una ducha
caliente. Frunció el ceño y se acercó al espejo, levantando la mano para
arrastrar su palma en el vidrio frío y seco. Lo rozó, pero no había nada que
opacara su imagen. Lo restregó más duro, pero su visión no se despejó ni
siquiera un poco. Su mano se inmovilizó antes de apretarse con fuerza mientras
la realidad de su situación naufragaba en su interior.
El tiempo se había
acabado. Se estaba quedando ciega.
Sus rodillas se
tambalearon y el cuarto se estremeció a su alrededor. Un grito escapó de sus
labios mientras sus rodillas cedían y caía sobre el frío piso de mármol. Apenas
sintió el dolor hiriente mientras su cadera golpeaba la esquina de la tina.
El horror se esparció
bajo su piel como agua helada mientras luchaba por respirar. En su mente,
permaneció diciéndose que debía apretar el timbre varias veces. Dejó escapar un
gemido suave mientras se recostaba en el piso, presionando su mejilla en la
piedra fría.
Aleksandra.
Dirk.
El dolor estremeció
su corazón mientras se esforzaba en enderezarse, su aliento convertido en
jadeos. Con la cabeza latiendo, se obligó a avanzar lentamente hacia el
teléfono interno de la casa. Le llevó varios intentos, con dedos temblorosos,
marcar los números, y luego esperó que alguien respondiera.
—Dirk, te necesito.
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