Tú fuiste la primera.
La primera vez que te vi quedé tan
impresionada por tu sonrisa que tuve que llamar a mi mejor amigo para contarle
que había visto a la chava más hermosa del mundo paseando a su perro por la
calle donde vivía. Se rio y me dijo que no había alguien tan gay como yo, tuve
que estar de acuerdo con él en eso.
Te veía prácticamente a diario cuando salía a
correr, en realidad nunca hablamos, solo sonreías y yo casi me tropezaba por
los nervios de que notaras mi existencia.
La primera que interactuamos vez fue meses
después cuando tu mascota se empezó a pelear con la mía. Soltaste la correa por
accidente y dejaste que tu Pastor alemán se le fuera encima a mi Pitbull
cruzado con Sharpei que corría a mi lado. La primera palabra que salió de tus
labios dirigida a mí fue ‘idiota’. Metí mano en medio de la pelea y jalé la
correa de tu perro para que no matara al mio, tú solo gritabas que los separara.
Acto seguido te presentaste y yo me enamoré de tu nombre y tu voz.
Las cosas en realidad no cambiaron, solo que
le compré un collar a mi perro, yo seguía corriendo con Pantera a la misma hora
que tú sacabas a pasear a Bolita, buen nombre para una fiera como la tuya. Tus
sonrisas eran más marcadas.
La siguiente vez que te vi fue afuera de la
farmacia, ya estaba oscureciendo y se me ocurrió ofrecerte acompañarte a tu
casa. Aceptaste. Vivías exactamente en el sentido contrario a mi casa, me
invitaste a pasar pero tenía que volver antes de que mis padres se preocuparan.
Te dejé de ver un tiempo cuando mi perro me mordió en la cara y me recomendaron
no salir a correr por el riesgo de infección.
Pero semanas después me partió el corazón mi
mejor amiga, había tenido un crush con ella desde el día que la ayudé a recoger
sus libros y ahora me rechazaba de la manera más cruel imaginable. Tenía que
respirar y salí a correr, me senté en un parque a llorar y sin percatarme
llegaste tú. Te sentaste a mi lado en silencio y pusiste tu brazo alrededor de
mis hombros. Ni siquiera tuviste que preguntar, solo te empecé a contar sobre
la situación, en versión heterosexual, porque me importaban las apariencias.
Recuerdo que al final sonreíste de la manera
más sincera que jamás en mi vida había visto. Tus palabras me acompañan hasta
el día de hoy: “Una niña tan bonita como tú no llora así por un hombre, sino
por otra mujer”. Me besaste. Te regresé el beso.
Me invitaste a tu casa para darme las gracias
por aquella vez que te acompañé en la noche. Cenamos hot-dogs, vimos una
película y nos besamos un muy buen rato en tu cuarto con la puerta abierta ya
que no estaba tu familia.
Ese día se convirtió en semanas y un mes y
medio después estábamos acordando ser novias. Pero tú ya tenías novio. Y nadie
podría saber de nosotras porque tus papás eran católicos de diario ir a misa,
esa hora y media que mientras tus papás estaban en la iglesia nosotras nos
encerrábamos en tu habitación. Sólo tu hermana sabía y me aprobaba más que a tu
novio, ése que tenías para mantener las apariencias.
Todos los días corría hasta tu puerta. Las
tardes eran nuestras, ir por nieve, jugar carreritas, te reías de mis chistes,
me quitabas de mis papitas, siempre decías que no tenía hambre y te acababas la
mitad de mi comida, salíamos con tu hermana y su novio a la pizzería de la
colonia, nos volvimos amigos los 4.
Pero él tomó importancia, las tardes
empezaron a ser suyas. Hasta que un día salí con mis amigas a las hamburguesas
y los vi sentados besándose y te daba de comer en la boca. Eso que a mi no me
dejabas hacer en público. Sentí una presión en el pecho y se me quitó el
hambre. Me fui de ahí corriendo.
Pero me convenciste que solo a mí me querías
y continuamos andando. Hasta que llegó el cumpleaños de tu hermana. Samara me
marcó ese día temprano para invitarme a su fiesta porque solo habrían amigos
suyos y no quería que te sintieras fuera de lugar. Le compré una caja de
chocolates. Mentí en mi casa diciendo que iba al club campestre que quedaba
cerca de mi casa. Entré y vi tu cara con esa sonrisa tan sincera que yo amaba.
Mi papá me marcó a las 2 horas, había
conseguido boletos de palco para ver el juego de México-Brasil. Iba a pasar por
mí al campestre. Me despedí de todos. Me acompañaste hasta la puerta, nos dimos
un beso justo cuando tu mamá salió para darme pastel. Se le cayó el pastel y
empezó a gritarme. Tú papá salió calmarla y vi tu mundo derrumbarse. Solo
dijiste “Corre” y eso hice sin parar hasta llegar a dónde mi papá me estaría
esperando.
Te marqué mil veces hasta que tu hermana me
contestó. Estabas encerrada en tu cuarto, sin celular, sin permisos, tus papás
te iban a mandar con tu familia al DF. Y mi mundo también se derrumbó. No
importó que fuera a hablar con tu madre o que le rogara a tu hermana que
intercediera.
Lo último que supe de ti fue que en cuanto te
graduaste te fuiste con tu familia al Distrito Federal, aún pasó por tu casa y
veo el letrero de Se vende, quiero entrar y que estés ahí con tu sonrisa
sincera y decirte que te extraño. Y que ya no corro.
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Sad!!!
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