Capítulo 2.
Sus
tiernos gestos no destellaban más que amistad pero seguía interpretándolos a mi
modo y se reflejaba en mi excesibidad de cariño. A pesar de compartir cada
mañana las mismas cuatro paredes y estar en asientos diferentes de la clase,
cada día tenía luz propia sin distancias que acortar; una nueva aventura con
cada lección de amor. Sin embargo, hasta la más aguda locura está impregnada de
cordura. No tarde mucho para entender que sin importar lo que hiciera siempre
seria no correspondida entonces decidí dejarla pasar y concentrarme por obtener
buenas calificaciones.
Su
imagen siempre estaba presente entre las matemáticas y la biología. Al salir de
clases, disfrutaba compartir con mis amigos y repartir besos a sapos esperando
que se convirtieran en príncipes, no obstante, aquellos besos tenía el mismo
valor que una piedra en el camino.
Mis
intentos por enfocarme no fueron suficientes: mi tercer hogar era su casa
después de la mía- donde permanecía
sola- y el colegio. Una noche, después de largas horas de estudio, su madre me
ofreció quedarme a dormir y por supuesto, en el cuarto de mis ilusiones. Cuando
estaba en su casa no paraba de reír, más aun en la hora del almuerzo, pues de
repente, me atacaba una risa nerviosa a la mesa que me hacía emplear más de una
hora para comer; por ende, después de compartir con sus padres y hermanos (ella siempre a mi
lado) terminábamos las dos lavando los platos; de ahí mi costumbre a comer despacio.
Destendió
la cama y puso a mi servicio una de sus pijamas. Me cambié en su ducha privada.
Al regresar a la alcoba noté que ella me esperaba sentada junto a las prendas
que usaría: un pantalón corto azul y una blusa de seda. Ambos con estampados de
media luna. Me sorprendí, pero no me atreví a preguntar por qué aún no se había
cambiado ¡quizá lo haría en la ducha! Me metí entre sus sabanas sin pronunciar
palabra, fijándome en las múltiples hojas de papel decorando las paredes. Repentinamente, sin avisar, se quitó la blusa
que llevaba sin intenciones de cubrirse ¡es más! Me atrevería afirmar que cada
uno de sus movimientos fueron milimétricamente realizados.
Delante
de mí permaneció usando su jean gris y un sostén de copa morado. No sé si se
daría cuenta de mi congelamiento parcial por la visión de lo que seguía. Dejó
su blusa negra sobre un taburete y se dirigió a mí para que le ayudara a
desabrochar el sostén como si no lo hubiera hecho mil veces sola.
Diligentemente lo hice, contemplando su piel trigueña y suave. Mis dedos
temblaban al rozar sin querer su espalda. Se dio vuelta y me sonrojé. En busca
de escape, me concentre en el contorno de sus labios y el lunar que los
acompaña tratando de ignorar el cuerpo de guitarra con melodías ajenas.
Pensé
que se colocaría la blusa de seda, pero el paso seguido fue deslizar sus jeans
por sus piernas quedando frente a mis ojos únicamente con sus pantis morados
muy serios para su edad. Por un instante había desaparecido mi amiga y
compañera de estudios, sólo veía a una mujer hermosamente semidesnuda. Su
cuerpo entero irradiaba sensualidad cual espejismo en el desierto y así
permaneció por un par de minutos. No tuve valor para tomar alguna iniciativa
¿cómo podía arriesgar tantos años de amistad? Le temía a un sí y le temía a un
no, mi boca se resecó y me estremecía debajo de las cobijas.
Pero
aun así los espejismos se acaban y entre mi cobardía decidió vestirse y
acomodarse a mi lado indiferente. Esa fue la única oportunidad que tuve para
cambiar nuestra historia.
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La Teta Feliz Historias y Relatos ® Sammy - Derechos Reservados
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princesa, ese tipo de mujeres son las desechables no vale la pena guardar amor por alguien asi
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