Era un sitio desconocido, el azar, la casualidad o el
destino me llevaron hasta allí. La realidad es que iba en busca de una persona
que me dijeron podía recomendarme para un trabajo. Se hacía tarde y no lograba
dar con la calle, ninguna tenía nombre y los pocos transeúntes que encontré a
mi paso me pedían alguna referencia para poder ubicarla. Empezaba a oscurecer y
decidí intentarlo por última vez antes que la noche cayera y no fuera capaz de
salir de ahí.
Hacía poco me había mudado a esa ciudad, deseaba
dejar atrás mi vida pasada, y para ello era necesario cambiar por completo mi
ambiente, olvidarme de todo y todos…
Vi de espaldas a una mujer, no quedaba nadie más en
la calle y corrí tras ella pues caminaba a paso rápido, por un momento temí que
no la alcanzaría; toqué su hombro pues me encontraba sin aliento,al voltear vi
un rostro jovenque me resultó vagamente familiar. No podía hablar, así que me
tomé un tiempo para recuperarme, creí leer en sus ojos algo entre sorpresa y
hostilidad, aunque el resto de su cara no expresaba emoción alguna. Cuando pude
explicarme me dijo que sí conocía la calle y trató de explicarme como llegar,
entendí a medias su explicación y probablemente mi rostro lo reflejó pues dijo
que me acompañaría para evitar que me perdiera. El lugar no estaba lejos de
ahí, caminamos en silencio, la notaba tan concentrada en sus pensamientos que
no me atreví a interrumpirlos.
-Aquí es –dijo, y tocó el timbre.
-Muchas gracias.
-No sé si te diste cuenta, pero no hay luces
encendidas y temo que no se encuentra nadie.
Miré de forma alternada la casa y a la chica, me
sentía confusa, entonces dijo:
-¿Tienes el telefóno para localizar a quién vienes a
buscar?
-Lo anoté pero no lo traigo.
Con un poco de fastidio dijo “bueno, pues… parece que
tendrás que volver otro día”. Se dio la media vuelta para irse.
-Oiga, perdón pero no tengo ni idea de cómo salir de
aquí.
Me miró con cara de incomodidad, suspiró con resignación
dijo “sígueme”.
Caminamos unas cuantas calles y me sentí realmente
apenada, no sabía que decir. Fue ella quien rompió el silencio:
-Te llevo al sitio de taxis, con la hora que es dudo
que pase pronto el colectivo.
-Está bien, gracias.
Llegamos al lugar, estaba vacío.
-Muchas gracias, no sé que hubiera hecho sin su
ayuda.
No se movió de donde estaba.
–No quiero
entretenerla ya hizo mucho por mí. Tendí mi mano para agradecer, se la quedó
mirando y sin tomarla respondió que esperaría a que llegara una unidad, así no
me quedaría sola.
Nos sentamos en una banca para los clientes.
Yo la miraba de reojo, ella estaba ensimismada y no
me atrevía a distraerla, sin cambiar de expresión dijo:
-Te conozco.
Ni siquiera lo pensé y con una sonrisa mal disimulada
contesté:
-¿Sí? Yo creo que me confunde, hace menos de un mes
que llegué a vivir a esta ciudad y antes nunca estuve aquí.
Hizo una mueca de disgusto.
-Piensa… –dijo entre dientes y un poco impaciente
La observé por un momento y empecé a reflexionar en
voz alta.
-Compañera de escuela… no, es demasiado joven; de
trabajo tampoco por la misma razón (saqué unos lentes de mi bolsa me los puse y
me volví para verla) ¿podría darme alguna pista? –Ahora sí su cara era de
franca diversión, incluso su boca dibujaba una sonrisa.
-Nos conocimos cuando no usabas lentes.
-¿Me puede decir algo más?
-Fue hace diecinueve años
-¿En serio? Seguro que entonces era una niña ¡Si aún
lo es!
Volvió a ponerse seria.
-¿Dije algo malo?
-¿De verdad no te acuerdas? Yo he pasado todo este
tiempo pensando en ti.
Me dio un escalofrío, pensé “esta chica me está
tomando el pelo ¿en qué me metí?” la observé realmente concentrada. Esos ojitos
me hablaban, no lograba entender lo que me decían pero sabía que me estaban
diciendo algo.
-¿Puede darme más referencias? no logro imaginar
dónde pude conocerla; calculo que cuando mucho tendrá treinta años.
-25 para ser precisos... ¿Puedes tutearme? Me haces
sentir realmente incómoda.
-Lo siento... Entonces… ¿habrá tenido... 6 años cuándo
nos conocimos? –Vi un breve destello en sus ojos– ¿Fuiste mi alumna el primer
año que trabajé? ¡No!
-Sí, ¿sabes quién soy? ¿Recuerdas mi nombre? –Me
dijo, y creí escuchar entusiasmo en su voz.
-Dame un minuto, a mi edad ya no es tan fácil... –se
rió cuando dije esto–
-Cuarenta años tampoco es tanto.
La miré con detenimiento, cabello oscuro y lacio,
cara terminada en un mentón un tanto cuadrado, fuerte, frente mediana rematada
en una nariz pequeña aunque aguileña, ojos rasgados con pestañas medianas, boca
mediana y de labios finos. Pero sobre todo, los ojos… no podía ser, la vida me
estaba jugando una mala pasada. Yo estaba intentando huir y me topaba de frente
con el pasado.
-Eres... ¡¿la chillona?!
Hizo una mueca de disgusto y dijo: ¿Así que no
recuerdas mi nombre?
-Claro que sí Lía. ¡Tú nombre es Lía! -Dije con el
orgullo de quien ha aprobado un examen difícil.
–Sí, ese es mi nombre, después de todo no te has
olvidado de mí -y creí percibir tristeza en su voz.
Me entusiasmé de haberla encontrado.
-Pero cuéntame que ha sido de tu vida, ¿qué haces
viviendo aquí? ¿A qué te dedicas? ¿Dónde está tu familia?
-Demasiadas preguntas para alguien que desapareció de
mi vida hace tanto tiempo y jamás hizo por comunicarse ¿no crees? –dijo con
amargura.
No pude mirarla.
-Tienes razón no tengo derecho de preguntar nada.
Bajé mi rostro y ambas permanecimos lado a lado sin pronunciar
palabra, yo estaba sumida en mis recuerdos, conteniendo las lágrimas e
intentando deshacer el nudo que se había formado en mi garganta, hasta que ella
rompió el silencio, dijo que era tarde y tenía que marcharse, que esperara y
seguro llegaría un auto en cualquier momento. Asentí con la cabeza y le di las
gracias, no se movió por un rato hasta que volvió a hablar intentando contener
un grito:
-¡Pensé que darías una explicación! -y se levantó de
forma brusca. Creí que se había marchado y me levanté para caminar, sabía
porque se sentía tan herida conmigo, pero también que ya no podía hacer nada
para cambiarlo. Al levantar la cara la tenía frente a mi, sus ojos penetraron
los míos, su mirada hablaba de mucho dolor, me tomó por los hombros, pegó su frente
a la mía y rompió a llorar.
-¡Eres tan injusta y tan fría! –Dijo mirándome con
furia- Tantos años y ni una sola llamada, ni una carta contestada, ni una
dirección donde buscarte, dijiste que me querías. Tonta de mi al creerte, solo
fui una más entre tantos niños.
Estaba desconcertada, después de todo ese
tiempo… ella no sabía lo que había
ocurrido. Por un momento creí que me golpearía, pero en vez de eso me abrazó y
yo sentí estremecerme.
-Lía mírame-su cabeza se había recorrido hasta quedar
oculta en mi cuello, ya se había tranquilizado pero no soltaba el abrazo. Claro
que me acuerdo de ti –una sonrisa escapó de mi boca y sólo entonces me soltó,
volvimos a sentarnos.
–¿Cómo olvidarme de aquella chiquilla de vestidito
bordado y dos coletas que lloraba y lloraba a la entrada de la escuela? Era mi
primer día de trabajo. Al llegar, vi que tu madre intentaba hacerte entrar,
otras maestras te prometían dulces si entrabas y dejabas de llorar; en vano, ni
soltabas a tu mamá ni dejabas de llorar. Sentí mucha ternura y me acerqué:
-Hola ¿cómo te
llamas? —Levantaste tu carita hacia mí y dijiste con una vocecita:
-Lía.
-Yo soy Alicia, ¿quieres entrar a jugar conmigo y
otros niños un ratito? -Dejaste de llorar.
-¿Puede venir mi mami?
-Creo que por hoy no, pero otro día la podemos
invitar también -Volteaste a verla y ella asintió con la cabeza, se agachó y te
besó. Soltaste su mano y tomaste la mía.
-¿Tienes juguetes Alicia?
-No, pero podemos conseguir.
Fui a la dirección a presentarme, te pedí que me
esperaras afuera. Estuviste con la carita pegada al vidrio todo el rato,
vigilando lo que ocurría. Me asignaron a primer grado, pero tú no estabas en la
lista de mi grupo y vuelta a llorar nuevamente cuando traté de dejarte en tu
grupo. La maestra, una mujer de edad avanzada y poca paciencia, dijo que era
mejor que te llevara conmigo.
Me observabas muy fijamente:
-No pensé que te acordaras tan bien, hasta de la ropa
y el peinado.
-Pues ya ves que sí.
Mientras hablaba miraba sus manos que jugaban en el
regazo.
-Después nunca te soltaba, en broma los maestros
decían que era tu hija y hasta lograron encontrarnos parecido. Tú sólo te reías
y me abrazabas… y yo era la niña más feliz del mundo. Vivía preocupada por mis
labores en la escuela, siempre me presentaba voluntaria para cualquier
actividad con tal que estuvieras pendiente de mí. En segundo volviste a ser mi
maestra, para entonces mis papás y tú llevaban una relación cercana, me gustaba
que fueras a comer a mi casa, tenerte para mi sola durante unas horas, mi mamá
me regañaba y decía que no fuera tan pegajosa pues me montaba en tus piernas y
me la pasaba acariciando tu cabello y mirándote embobada. En tercer año me
asignaron a un maestro, el profesor Eduardo, joven y todos decían que muy
simpático.
-Nunca entendí porque te caía tan mal, él se desvivía
contigo.
-Porque andaba tras de ti –dijiste con coraje mal
disimulado.
No pude evitar una carcajada, como cuando te pillan
en una travesura.
–Sólo éramos amigos, cuando almorzaba con nosotros
era a ti a quién le ponía más atención, te bromeaba, te platicaba anécdotas,
todo para que sonrieras, y tú siempre lo mirabas con el ceño fruncido y apenas
si le respondías. Te sentabas pegada a mí y me abrazabas como si tu vida
dependiera de ello.
-El tipo pensó que si lograba caerme bien te
conquistaría, por eso me caía más gordo, esperaba que yo fuera su cómplice,
pero se equivocó. Yo sólo te quería para mí –esto último lo dijiste casi en un
susurro y yo preferí obviar el comentario.
–Lo que no entiendo es por qué si te caía tan mal lo aguantabas,
por qué no te ibas a jugar con los demás niños.
–¿Y darle la oportunidad de quedarse contigo a solas?
bastante tenía yo con ver que a la salida se iban juntos. Mi madre tenía casi
que arrastrarme a la casa.
–Nunca hubo nada más que una amistad.
Levantaste el rostro, me miraste a los ojos buscando
algo yo vi los tuyos y en ellos descubrí el mismo brillo que tenían en la
infancia, me acerqué a ti y besé tu frente (como tantas veces lo hice) y al
retirarme exhalé un suspiro, no dejabas de observarme, te acercaste lentamente
y te acurrucaste, la cabeza apoyada en mi pecho, te abracé y sentí que te
estremecías.
Sin cambiar de postura seguimos hablando.
-Cuando cumplí nueve años mi mamá dijo que era hora
que mi hermano y yo hiciéramos la primera comunión y que debíamos elegir
padrinos. Ni lo pensé, le dije "Quiero que sea Alicia" aunque te
tenía mucha estima, mi mamá dijo que quizá no sería posible porque eras
soltera.
- A mí no me hace falta padrino, con Alicia basta y
sobra -dije con aire ofendido. Mi mamá se rio:
-Ya sé que Alicia es como tu segunda madre, pero en
la Iglesia piden que sean madre y padre, así que tendremos que hablar con el
sacerdote para ver si acepta que Alicia y alguno de tus tíos sean tus padrinos.
-¡Pero yo no quiero que Alicia se case con ninguno de
mis tíos! -dije al borde del llanto.
Ahora lo de mi madre era una franca carcajada y yo no
lo encontraba divertido: -No hija, no se van a casar, sólo van a ser juntos tus
padrinos, pero no se tienen que casar.
-¡Sí mami, sí!¡Así, sí!
–¡Claro que sí! -fue tu respuesta cuando te pedí que
fueras mi madrina, sonreíste y me plantaste sonoro beso en la mejilla que… me
colgué de tu cuello, llené tu cara de besos y deseeno soltarte más.
Recreábamos la historia por retazos, como si la
estuviéramos contando a alguien más y no sólo recordando.
-Me pediste que como regalo te llevara de viaje a la
playa, "pero tú y yo solas" fue tu consigna, a mi no me pareció que
tus padres fueran a aceptar, te cuidaban mucho y por más confianza que hubiera
no creí que cedieran así que convine con ellos que todos juntos haríamos el
viaje.
–Yo quería ir sólo contigo, tenerte sólo para mí.
–Recuerdo el berrinche que armaste cuando te
enteraste que no sería como lo habías pedido.
–No quisiste complacerme.
–Una semana completita no me hablaste más que lo
indispensable, hasta dejaste de almorzar conmigo en el recreo.
–Pero siempre me sentaba cerca.
–Me mirabas con esos ojitos entre enojados y
arrepentidos, con los brazos rodeando tus rodillas y la barbilla apoyada en
ellas.
–Hasta que te acercaste a abrazarme, dijiste "ya
habrá más viajes y te prometo que iremos solas" (por cierto no lo
cumpliste); solté el llanto. "No llores más mi niña" dijiste y yo con
el nudo en la garganta queriendo explicar algo que ni siquiera entendía.
–"Te quiero mucho, mucho" -dijiste y así se
selló la reconciliación.
–Hicimos el viaje en las vacaciones de Verano, tenía
recién estrenados mis diez años.
–Te sentías ya toda una señorita, empezaste a cambiar
tu aspecto, a dejar atrás las coletas y los moños; te volviste más coqueta.
–No quería que me vieras como una ñoña.
Sonreí y acaricié tu cabello.
–Nunca te ví así, la verdad me daba miedo tu
transformación, tenía temor de perder a mi niñita.
–¿perderme? ¿Por qué ibas a perderme?
–Con tu entrada a la pubertad tus intereses
cambiarían, tus prioridades serían otras y yo quedaría relegada a un segundo
plano. Aunque también me daba mucho orgullo ver como crecías y te convertías en
una preciosa mujercita; era egoísta, sentía que el tiempo iba muy deprisa y
quería frenarlo para tenerte en mis rodillas y abrazarte.
–Con todo y que fueron mis papás y mi hermano me
gustó mucho el viaje.
–¿Lo pasaste bien? A mí me dio la impresión que te
aburrías.
–Contigo nunca y menos porque pude quedarme contigo
en la habitación.
–Cuando llegamos al hotel y supiste que no estaríamos
en la misma habitación, temí otro berrinche.
–Hallé el pretexto perfecto yo no quería dormir con
mi hermano y como tu habitación era doble te sobraba una cama.
-Tú mamá a punto del infarto preguntó si no me
incomodaba, pues yo estaba acostumbrada a vivir sola. Le dije que no había
problema. Finalmente la habitación era bastante amplia. Pero la primera noche…
¡oh sorpresa! En cuanto apagué la luz la niña se puso a llorar.
-Sí, pero aunque insististe no quise que me llevaras
con mis papás (que estaban en el piso de arriba), te dije que si lo hacías me
iban a seguir tratando como una chiquilla y yo ya era grande.
-Me hizo mucha gracia el comentario, aunque permanecí
muy seria. Me pediste que te acompañara en tu cama sólo mientras te dormías, y
así lo hice.
-¡Te hice trampa! –Dijiste con voz jocosa- te estuve
platicando montones de cosas para cansarte y que te durmieras primero y así te
quedaras conmigo toda la noche. Cuando tu respiración ya estaba acompasada, me
abracé a ti y recargué mi cabeza en tu pecho para escuchar tus latidos, como
ahora.
–¿Por qué?
–Porque tu corazón me dice las cosas que tus labios
callan... -dijiste levantando la vista y mirándome a los ojos.
-Cuando desperté estabas pegada a mí, tu brazo y
pierna sobre mi cuerpo y tu cabeza en mi pecho. Nunca nadie antes había dormido
así conmigo, intenté soltarme para levantarme, pero te pegaste más y me dio
pena despertarte.
-En la mañana te vi conmigo y estaba feliz que no te
hubieras ido a tu cama. Fingí dormir para quedarme abrazada a tu cuerpo el
mayor tiempo posible. Hasta que mis papás llamaron por teléfono para preguntar
si ya bajábamos a desayunar.
-Llegada otra vez la noche, volviste a lo mismo y te
dije que mejor sería que fueras a dormir a la habitación de tus padres. No
quisiste y prometiste dejar de llorar. Sin embargo cuando a la madrugada quise
levantarme por agua, ya estabas en mi cama abrazándome. Y todas las noches fue
igual.
-No pensé que te hubiera incomodado tanto.
-No fue eso, sólo que no estaba acostumbrada...
además que ya no eras una niña pequeña...
-¿hasta ahora te das cuenta?
–... –"en realidad no, pero hay cosas que es
mejor callar" pensé sin atreverme a decirle.
–¿Recuerdas los días en la playa?
-Sí, te comportaste de forma extraña. Rogaste por ir
pero no quisiste probar ninguno de los atractivos que hay en ellas. Yo creí que
con tu espíritu aventurero apenas si te vería el polvo.
–No podía dejarte sola, en cuanto me alejaba dos
pasos se acercaba algún tipo queriendo ligar.
–¡Eso no es cierto!
-Bueno no, pero yo sólo quería estar contigo. Mi mamá
se enojaba por que no te dejaba ni a sol ni a sombra, me la pasaba colgada de
tu brazo, agarrada de tu mano o abrazada a ti. Y tú siempre me seguías la
corriente.
-Medio en serio y medio en broma tu mamá decía que yo
tenía la culpa de que fueras tan caprichosa; y que ojalá me casara pronto y
tuviera hijos para ver si así dejaba de consentirte tanto.
-¡Mi mamá! la pobre, tan voluntariamente ciega... Lo
único que quise hacer esa vacaciones fue ir contigo al paseo en lancha a una
isla ¿te acuerdas?
-Sí, no entendí porque quisiste ir, el único
atractivo era que te dejaban ahí por varias horas y después te llevaban de
vuelta a la playa del hotel.
-Porque ibas tú, y ya no había lugar para mis papás
ni para mi hermano.
-¿Te divertiste?
-No tanto, tuviste la idea de juntarte con una bola
de “cotorras” que dijeron: “qué bonita su hija, seguro se parece a su papá”–me
dio una ataque de risa escucharte arremedarlas.
-¡Oh, sí! Te emberrinchaste y te desapareciste. Por
más que te busqué no te encontraba. Me diste un susto de muerte ¡Estaba muy
preocupada, a punto de llamar a la guardia nacional! Hasta que empezó a llover…
-No fue la lluvia, sino los relámpagos. Tuve que
salir de mi escondite.
Me reí con ganas: –Sí, venías como alma que lleva el
diablo. Te metiste en mis brazos y no hubo modo de sacarte. Hasta se te olvidó
que estabas enojada.
-Tus brazos siempre han sido mi refugio favorito.
-Las “cotorras”, como tú les dices, estaban muy enternecidas.
Hasta me dijeron que era una mamá muy paciente, a lo que conteste: -Conozco muy
bien a mi niña. Sin salir del abrazo dijiste: -¡No soy una niña!
-Y no lo era. Pero tú siempre me viste así.
-Lía, eres mi ahijada, casi mi hija. Para una madre
los hijos no crecen, siempre son niños.
Me soltaste bruscamente y preguntaste ¡Mírame bien!
¿Acaso sigo siendo una niña? ¡Además no soy tu hija!
Me quedé atónita, ahora yo me sentía herida:
–Tienes razón, eres una mujer, aunque tus berrinches
siguen siendo de niña -soltaste un gruñido y cruzaste los brazos en el pecho–
Jamás me dijiste madrina, ni siquiera el día de la comunión. Tus padres siempre
te regañaban por eso, pero siempre insististe en decirme Alicia. No sé porque
quisiste ser mi ahijada, o que hice para perder tu confianza y tu cariño.
-Qué ciega has estado Alicia -Tomaste mi cara con
ambas manos, con mucha suavidad y te acercaste a mí, no supe qué hacer o decir…
a mi mente venían retazos de la última conversación que tuve con tu madre.
Tomé suavemente tus manos y las quité de mi rostro
sin soltarlas.
-Tengo que confesarte algo –dije mientras bajaba la
mirada.
-Sólo dime porque desapareciste.
-No es fácil de explicar, es un recuerdo muy
doloroso.
-¿Y lo que me ha dolido a mi todo este tiempo?
-De acuerdo, solo prométeme que me dejarás hablar
hasta el final, que a mitad del relato no te vas a ir.
-Lo prometo.
-Bien, ¿recuerdas a Rosalba?
-Sí, era maestra como tú, pero trabajaba en otra
escuela. Eran muy amigas.
-Por un tiempo compartimos el departamento.
-Mi mamá decía que por eso no podía ir a quedarme
contigo cuando pedía permiso para ir el fin de semana.
-Bueno, pues… a ella la conocí en un curso; nos tocó
trabajar en el mismo equipo, fuimos haciendo la plática, nos dimos cuenta que
no vivíamos muy lejos y para el final del curso ya éramos grandes amigas,
intercambiamos teléfonos y quedamos de frecuentarnos. Nos estuvimos viendo por
un tiempo.
-Sí, alguna vez me tocó acompañarlas, yo hubiera
preferido que fuéramos sólo tú y yo, en fin. Creo que a mi madre no le caía
bien tu amiga.
-Tienes razón, no le caía bien.
-¿Por qué sí no era tan desagradable?
–Lía... yo... –otra vez el nudo en la garganta, por
fin volví a hallarte y sentí que estaba a punto de perderte de nuevo, y esta
vez definitivamente.
–Vamos, no puede ser tan malo -dijiste y besaste mis
manos para darme valor.
Cerré los ojos y comencé mi relato.
-Rosalba y yo nos dimos cuenta que lo que había entre
nosotros era algo más que amistad, y decidimos intentar una vida juntas. Al
principio no se lo dijimos a nadie, hoy en día empiezan a aceptar la
diferencia, pero hace veinte años era impensable, además la naturaleza de
nuestra profesión... temíamos que los padres pensaran que por nuestra
preferencia sexual resultáramos mal ejemplo para sus hijos, o que pensaran que
también ellos podían gustarnos…o tantas cosas raras que pasan por la cabeza de
las personas.
Levanté la vista y te miré a los ojos, en ellos vi
una mezcla de ternura, dolor y algo más que me resistí a calificar.
-El caso es, que dada la confianza que había con tu
mamá, decidí decirle la verdad. Llevaba ya dos años viviendo con Rosalba, pensé
que comprendería, después de todo yo los sentía a todos ustedes como mi propia
familia. Me dejó hablar, pero una vez que hube terminado me dijo que debía
elegir entre llevar una vida “normal” o hacer de cuenta que nunca nos
conocimos. Si yo elegía lo primero, ella se encargaría de decirle a Rosalba que
todo había sido un error, que me encontraba confundida y ahora que lo había
pensado bien las cosas no podían continuar; tu madre me conseguiría un nuevo
lugar para vivir y me llevaría con un psicólogo amigo para “ayudarme” y al
sacerdote de su iglesia para que perdonara mis pecados. Me dolió mucho tener
que elegir
–¡Me dejaste sola!
–No Lía, yo me quedé sola, de repente me vi sin la
que yo consideraba mi familia, sin ti...
-¿Por qué no te despediste? –llorabas a mares.
-Lo intenté, pero tu mamá no me dejó. Dijo que ella
se encargaría de explicarte y que de ninguna forma intentara acercarme a ti.
Para entonces ya cursabas la secundaria y no te veía con frecuencia.
–Cuando dejaste de ir por la casa le pregunté a mi
mamá y dijo que no sabía, que seguramente estabas muy ocupada, pero tampoco me
llamabas y tú no eras así, siempre de alguna forma me hacías saber que estabas
al pendiente, que estabas cerca, entonces fui a buscarte a la escuela ¡Y todas
las veces te negaste a que me dejaran entrar!
-¿Yo? ¡No tenía idea de que ibas a buscarme! Creí que
tu madre te había contado todo y no querías verme más.
–¡Alicia! ¡Claro que no! ¿cómo podría? ¡Además te
fuiste de ahí al poco tiempo!
Comenzó a llover, pero no nos movimos.
-Tuve que hacerlo, llegó a oídos del director toda la
historia, y me pidió que por mi bien y el de la escuela me fuera de ahí. No era
una petición, aunque hizo que así pareciera, no tuve opción.
-Fue mi madre ¿verdad?
-No lo sé, qué más da
-¿Y quien más sí sólo ella lo sabía?
-Ya no importa
-¡Claro que sí, a mi sí! ¿Por qué no me buscaste?
-Lo intenté, tenía que explicarte. No quería que
pensaras que no importabas en mi vida, pero no tuve oportunidad. Todas las
mañanas y tardes iban a llevarte y buscarte a la escuela, a la tienda nunca
ibas sola, si llamaba por teléfono estabas ocupada o no estabas, después
simplemente me colgaban; hasta intenté que tu hermano te diera una carta mía,
pero la rompió frente a mí y se fue. Después de ese episodio, tus padres fueron
a buscarme a mi casa a decirme que te dejara en paz, que si pensaba que iban a
dejar que te pervirtiera, estaba muy equivocada, que me fuera para siempre de
sus vidas o lo iba a lamentar, que tú sabías todo y no querías saber de mí, que
te daba "asco". Y lo hice… tú eras lo único que me retenía, y si
también me rechazabas ¿qué sentido tenía quedarme? Le pedí a Rosalba que nos
mudáramos. No sabes cuantas noches lloré tratando de imaginar qué estarías
pensando y sintiendo, Rosalba intentaba tranquilizarme, me decía que algún día
podría explicarte y lo entenderías.
-Varias veces me escapé de la escuela para buscarte
en tu casa, pero ya no vivías ahí y nadie me daba razón. No quería ir a la
escuela, no quería comer, no quería estar sin ti. Mi madre no me dio
explicación alguna, sólo dijo que de buenas a primeras te habías marchado sin
avisarle a nadie, que seguramente habías hecho algo malo para irte así. No
podía creerle, no quería creerle, tú nunca me abandonarías así. Ahora entiendo
porque después de eso mi madre se empeñó en llevarme al psicólogo, seguramente
tuvo miedo de que me hubieras contagiado, ¡que terribles años pasé! Cada vez
que había una fiesta mi madre se empeñaba en conseguirme pareja para bailar, no
me dejaba tener amigas, sólo amigos. Tuve que esconder todas las fotos en las
que aparecieras, porque si mi mamá las encontraba, las rompía y tiraba sin
importar cuánto suplicara que no lo hiciera… -me sorprendió la tranquilidad con
que dijiste todo eso- ¿Y Rosalba? ¿Vino a vivir acá contigo? –me preguntaste.
-No -y no pude reprimir mi dolor y lloré como nunca
lo había hecho. Soltaste mis manos y me abrazaste, estábamos mojadas por la
lluvia, pero en tu abrazo había tal calidez que te pedí:
-Por favor no me sueltes.
-Jamás volveré a dejarte ir.
Había dejado de llover hacía un rato, estábamos
caladas hasta los huesos, pero ninguna había querido romper el abrazo.
–¿Me odias? –pregunté soltando el abrazo y buscando
tu mirada.
–¿Por qué tendría que hacerlo?
–Por no ser quien tú creías
–Es cierto, no eres quien yo creía -sentí mi corazón
detenerse- eres mil veces mejor de lo que siempre creí.
–¡Oh Lía! -y mis ojos volvieron a llenarse de
lágrimas, tenía que irme, ya eran demasiadas emociones- Es mejor que busque
otra forma de salir de aquí ya es muy tarde y no conozco muy bien esta ciudad.
Dame tu teléfono y te llamo para vernos.
-No creas que ahora que te encontré te voy a dejar ir
tan fácil –replicaste- Estás toda mojada y te puede hacer daño, vamos a mi casa
que está cerca, te das un baño y te cambias de ropa.
-No creo que sea necesario…
-Tal vez no, pero vamos a hacerlo de cualquier
manera.
Tu forma tan decidida de decirlo no dio lugar a más
réplicas de mi parte, y como niña buena te seguí.
-¿Qué pasó con Rosalba? –preguntaste mirándome de
reojo.
-Vivimos juntas bastante tiempo, nos llevábamos bien.
Claro... siempre con el miedo de que nos “descubrieran”, acordamos no demostrar en público lo que sentíamos por
el miedo al qué dirán, a perder el trabajo y los amigos. Sin embargo esa
situación desgastó la relación poco a poco, siempre hacían comentarios de que
lleváramos viviendo juntas tanto tiempo, que si no nos conocían novios, en fin
que por todo eso y nuestra falta de valentía terminamos por separarnos.
-¿Cuánto tiempo es bastante?
-Once años
-¿Y tan fácil fue decir “aquí terminó, mucho gusto”?
-No, no fue fácil; pero tampoco lo era ya estar
juntas. Peleábamos mucho por cosas sin sentido. La gota que derramó el vaso fue
en una fiesta, los amigos decidieron nos llevarían parejas para que todos
fuéramos acompañados, pero no nos lo dijeron hasta que ya estábamos ahí, en un
principio Rosalba se negó a que nos acompañaran, sin embargo yo dije que era
buena idea, así que terminamos por aceptar, había que disimular. Resultaron muy
simpáticos, estuvimos bailando buena parte de la fiesta, sin embargo cuando
llegó el turno de tocar baladas me disculpé y fui a sentarme. Rosalba no lo
hizo, bailaba muy pegada y sonreía mientras su pareja le hablaba al oído. Yo la
veía entre confusa y molesta. Cuando por fin se sentaron le pedí que me
acompañara al sanitario.
-¿Por qué haces eso? –le pregunté.
-Dijiste que había que disimular ¿no? -replicó
molesta.
-Creo que mejor nos vamos.
-Yo me quedó, ¿qué van a pensar si nos vamos juntas?
-dijo en tono sarcástico.
Y salió del baño tan enojada como yo me quedé.
Después de un rato me disculpé con todos y les dije que me retiraba porque no
me sentía bien, ¿Te vas sola? Me preguntaron ¿No se va Rosalba contigo? Les
dije que no era para tanto y me fui. Ya en la casa, más tarde cuando llegó, la
acosé a preguntas, sabía que estaba actuando mal pero no podía detenerme. Ella
igual que yo estalló y me reclamó que después de tantos años quisiera yo seguir
cubriendo las apariencias, “como si no todo el mundo supiera lo nuestro ya”,
que no tenía sentido estar con una persona que no tuviera el coraje para
defender sus convicciones, en el calor de la pelea...
–¿Qué paso? ¿Se pegaron?
–No, bueno... Es que ella...
Te detuviste y me encaraste –¡qué!
Moví la cabeza negando y suspiré.
–Me reclamó que no la amaba lo suficiente.
–Vivías con ella.
–Pero ella quería más, me cuestionó por qué jamás la
presenté como mi pareja con... Las personas importantes para mí.
–Pero sí lo intentaste, por eso te corrieron de la
escuela.
–Ella se refería a ti – reanudé la marcha.
–¿A mí? ¿Por qué a mí?
–Por la cercanía. Pero le dije que esperaba, tan solo
eras una niña:
–"Desde entonces no la veo, te elegí a ti
–Lo sé, sé que por mi culpa perdiste a tu niña amada,
no hay día que no me lo recuerdes, anda ve y búscala, ya no es niña ahora sí puedes....
–¡¿ahora sí qué?! –le dije muy enojada y gritando–
¡estás loca, no sabes lo que dices!
–¡Y tú estás ciega! ¡Estoy harta de sentirme
culpable, de esconderme! ¡No más!"
–En fin, hasta ahí llegó nuestra relación.
–Por mi culpa
–No digas eso, nada de lo que ha pasado es culpa
tuya, eres la menos culpable y quién ha pagado los platos rotos.
-¿Volviste a saber de ella? –preguntaste.
Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos.
-Sí, un par de semanas atrás la enterramos.
-¿Qué pasó?
-Tenía un cáncer terminal.
-¿Y tú lo sabías?
-No cuando terminamos, después de aquella escena nos
vimos muy pocas veces en reuniones con amigos comunes. Sin embargo pudimos
hablar y arreglar las diferencias, aunque no volvimos a tener una relación más
allá de la amistad. Hace unos meses, me llamó por teléfono y me pidió que nos
reuniéramos, ya no solíamos hacerlo por lo que me extrañó mucho pero accedí.
Cuando nos vimos me contó de su enfermedad y cómo había tratado de
sobrellevarla ella sola, pero en ese momento ya no tenía la fuerza suficiente
para hacerlo y quería pedirme ayuda, sentí un nudo en el estómago y le dije que
por supuesto, que contara conmigo. Primero la acompañaba a sus consultas, pero
el último mes… prácticamente vivía en su casa, fue un cáncer muy agresivo y ni
la quimioterapia ni radioterapia lograron frenarlo. Tuve que avisar a su
familia. Todo pasó muy rápido, los días en el hospital, el velorio, el sepelio.
Lo recuerdo y es como… si hubiera estado y no al mismo tiempo.
-¿Y no volviste a tener otra relación?
-Uno o dos, muy cortas.
-¿Puedo saber por qué?
-Por la misma razón que Rosalba y yo terminamos.
Después el entierro decidí renunciar a mi trabajo y cambiar de ciudad.
-Y llegaste precisamente aquí.
-Así es.
-A esta colonia.
-Sí. Ahora cuéntame tú que has hecho estos años.
-Pues terminé la escuela y en cuanto pude me salí de
mi casa. No creas que estoy peleada con mis papás, aunque a mi mamá sí le costó
mucho trabajo entender que quisiera vivir sola. Ella soñaba que cuando saliera
de su casa fuera vestida de blanco y rumbo al altar.
-¿Y no te has casado?
-No.
-Haces bien, aún eres joven.
-Bueno, al principio vivía cerca de ellos y tenía un
trabajo en el que no me iba nada mal. Tenía un novio con el que ya llevaba
algún tiempo, pero no pensaba en serio con él. Era más bien para que mi mamá me
dejara respirar tranquila. Pero uno de esos días al hombre se le ocurre ir a
pedir mi mano sin consultarlo antes conmigo, mi mamá estaba radiante, mi papá y
mi hermano estaban sorprendidos, yo molesta. Ese mismo día terminé con él.
-¿Y por qué no conseguiste un novio que si te
gustara?
-Porque mi corazón estaba en otro lugar.
No entendí lo que querías decir, o tal vez sí, pero
el miedo pudo más.
-Continúa.
-Después de eso dejé de andarme con tonterías y ya no
tuve novio. Me dediqué a mi trabajo y a salir con mis amigos. Mi mamá insistía
en que no estaba bien, pero finalmente ya no era hija de familia y no podía
hacer nada. Muchas veces pensé en buscarte, pero en la escuela ya no había
nadie de esa época que pudiera darme alguna pista, de Rosalba no supe más que
el nombre, cuando le sacaba el tema a mi mamá respondía con evasivas; en fin
que hice como que te me olvidabas. En el lugar donde trabajaba se desocupó una
vacante en esta ciudad y la tomé. Sobra decir que mi mamá lloró y rogó que no
me viniera, que cómo iba a vivir yo acá sola y siendo mujer. Y ya ves, aquí
estoy.
-¿Cuánto hace de eso?
-Casi cinco años, aquí por fin pude respirar libre,
sin que mi mamá estuviera tras de mí. Aquí tuve mi primera novia.
Me detuve en seco, acaso habías dicho “mi primera
novia”
-¿Cómo?
-Lo que oíste, mi madre me alejó de ti pensando que
me contagiarías, pero la verdad es que cuando dejé de verte yo ya sabía lo que
quería.
-Cuéntame.
-¿Qué quieres que te cuente?
-¿Cómo supiste lo que querías?
-Pues... fue algo natural.
-¿natural? para mí fue todo menos natural, y con lo
religiosa que es tu familia no imagino a que puedas referirte.
-A que siempre lo supe, nunca me gustaron los niños.
-¿nunca? ¿Y no te cuestionaste la diferencia?
-Quizá un poco en la secundaria, pero tuve amigos y
amigas que lo veían como algo normal, como una opción válida, así que no hubo
gran conflicto con ellos. Aunque mi familia es otra historia. Yo sé que para
ellos es una aberración, así que mientras viví en su casa seguí sus reglas.
-¡Siempre dije que eres muy inteligente!
-Con el tiempo que pasé yendo al psicólogo tuve
suficiente, mi madre era capaz de internarme en un psiquiátrico -dijiste entre
risas.
-¿Y tu novia?
-Ex novia. No hay mucho que contar, la conocí en una
fiesta que dio la empresa. Iba acompañando a su hermano y cuñada, nos caímos
bien, intercambiamos teléfonos y comenzamos a llamarnos. Después de salir
juntas un tiempo decidí declararme, total no perdía nada; la sorpresa es que me
dijo que sí. Fue un cariño muy tierno, estuvimos juntas un año y medio pero no
funcionó.
-¿Qué pasó?
-Le dije que estaba enamorada de otra, y aunque quizá
ella no lo sabría; quería ser sincera. Ya llegamos.
Estábamos frente a un edificio de mediana altura.
Entramos a un departamento amplio, amueblado de forma
sencilla pero con buen gusto.
-Bienvenida a mi humilde casa.
-Es un lugar muy bonito.
-Ven, te lo muestro – me tomaste de la mano para
guiarme- ésta es la sala, aquí está la cocina ¿tienes hambre? ¡Qué pregunta,
con la hora que es seguro que sí!
Es curioso, no había pensado en el tiempo; consulté
mi reloj y vi que pasaba de la media noche.
-¡Huy, que tarde es!
-Un poco, pero no pasa nada. Puedes quedarte aquí e
irte a una hora más prudente y menos peligrosa.
-Sí, tal vez sea la mejor opción.
-Ven, sigamos. Este es el comedor, el baño, el
estudio y… ¡mi recámara! Pasa.
Quedé impresionada, no es que la alcoba fuera en sí
especial, paro la decoración… no pude articular palabra.
-¿No te gusta mi habitación?
-Sí, no es eso.
-¿Entonces?
- ¿Estas fotos? –todas eran fotografías donde
aparecíamos ella y yo.
-Te dije que no había permitido que mi mamá las rompiera.
-Sí, pero esto… es decir ¿por qué las tienes todas
así?
-¿Así?
-¡Sí!
-No te entiendo.
Mi mente iba muy rápido, pero aún se negaba a aceptar
lo que toda la noche habías estado diciéndome, me senté en la cama, intenté
calmarme, pero no podía.
-¿Estás bien? Te pusiste pálida, déjame te traigo
algo, recuéstate.
Te dejé hacer, volviste al rato con un té. Intenté
levantarme pero no me dejaste.
-Quédate así un rato, y tómate el té.
-Pero estoy mojando tu cama.
-No importa, podemos cambiarla al rato.
Te obedecí.
-Ya está, creo que es mejor que me vaya.
-¿A esta hora? ¿Así? no creo.
-¿Así? –Tuve miedo que descubrieras que lo sabía.
-Sí, toda mojada. Ven, te llevo a bañarte.
-¡Pero si no traigo ropa! –empecé a sentir pánico.
-No te preocupes, te presto algo.
-No creo que me quede tu ropa.
-Tú confía en mí.
Otra vez obedecí, empezaba a preocuparme mi actitud
tan sumisa hacia ti.
-Aquí está el agua caliente, el champu, y todo lo que
necesitas. Voy a buscarte algo de ropa y te la traigo.
-Gracias.
-No es nada – me guiñaste un ojo y saliste.
Me deshice rápidamente de la ropa y entré a la ducha,
tenía miedo que regresaras y me encontraras desnuda. Estaba muy preocupada, ¿en
qué momento sucedió? ¿Por qué? ¿¿¿¿Cómo no me di cuenta???? Muchas cosas
empezaban a tener sentido, pero… ¡sí eras una niña! No, no puede ser. Entraste
y mis pensamientos se interrumpieron.
-¿Todo bien?
-Sí, gracias.
-¿Quieres que te acompañe?
-¡No! no es necesario.
-Ok, voy a preparar algo.
Con razón te caía mal Eduardo, por eso no te
despegabas de mí. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo que qué voy a hacer?¡Nada! Voy a
salir y seguir como siempre, solo eres una niña y no sabes lo que dices, sólo
es un recuerdo al que quieres aferrarte. Salí, tenía ya muy claro todo.
-¿Tienes hambre?
-Un poco, sí.
-Espero que te guste.
-Claro, gracias.
Comimos en silencio, no me atreví a decir nada, tenía
la cabeza agachada.
-Estás muy pensativa ¿qué tienes?
-Nada, es el cansancio.
-¿Quieres ir a dormir? Pensé que podríamos platicar
otro rato.
-¿De qué? Ya todo está claro.
-No todo.
-¿No?
-No, falta saber que pasará de ahora en adelante.
-…
-¿Quieres que sigamos como si nada hubiera sucedido o,
que hagamos de cuenta que este encuentro nunca sucedió?- había temor en tus
palabras, pero esperanza en tus ojos.
-…
-¿Por qué callas?
-No sé qué decir. No quiero que estemos lejos
–sonreíste- Pero ¿tus papás?
-¿Qué con ellos?
-Si se enteran…
-¿Qué pasa?
-Recuerda lo que sucedió…
-Ya no soy más una niña, no pueden decirme a quien
ver o no, no pueden controlar mis sentimientos, nunca han podido a pesar de sus
esfuerzos, no pienso esconderme o dejar que tú lo hagas ¡por Dios tengo
veinticinco años! ¡No soy una niña! ¡Deja de pensar que lo soy!
-Es cierto.
-Si lo aceptan, perfecto y si no… peor para ellos.
-No quiero que tengas que elegir.
–No me hagas hacerlo.
–Nunca lo haría, primero es tu familia.
–Si me quieren tienen que apoyarme, no hay conflicto,
no para mí. ¿Tú lo tienes? Lo que siento por ti es lo suficientemente fuerte,
mírame después de tanto tiempo, y espero que lo que lo que sientes por mi lo
sea.
-¿Y qué crees que siento por ti? –dije con la voz temblando.
-Esto –te acercaste y me besaste dulcemente, cerré
los ojos y me dejé llevar, nunca me habían besado así. Mi cuerpo flotaba, mi
estómago cosquilleaba, te abracé, te correspondí. Dejé que tu lengua invadiera
mi boca, la mía fue a su encuentro y danzaron al unísono, estrechaste más el
abrazo. Sentí un sabor salado en los labios, abrí los ojos y vi los tuyos,
estaban cerrados y llenos de lágrimas. Te tomé los hombros y te separé.
-Lía, esto no puede ser –traté de controlar el
temblor, estaba horrorizada- Piénsalo, soy casi tu madre. Tú estás enamorada de
la imagen que tienes de aquella muchachita que yo era, no de la mujer madura
que ahora soy. Son casi veinte años, ambas hemos cambiado.
-No eres mi madre, quizá cuando era muy niña yo creí
que así te veía. Pero he crecido y sé que no es así ¿crees que no soy
consciente de tu edad? Sé que has cambiado, pero no en esencia, al hablar contigo me lo has demostrado. Te
amo y sé que lo seguiré haciendo.
-No creo poder con esto.
-¿Con qué?
-¡Con todo esto!
-¿Con qué? ¿Con mi amor? Dime que no me amas y no
insisto.
-…
Tomaste mi cara entre tus manos, pegaste tú frente a
la mía y repetiste.
-Sólo dime que no me amas, y aunque duela, te dejare
ir.
-No puedo volver a herirte.
-No quiero lástima, quiero la verdad. No voy a llevar
tu amor como lastre en mi vida, he dicho lo que siento y no me arrepiento, y si
tú no sientes lo mismo continuaré con mi vida. Sólo pido la verdad.
¿Qué podía decir? ¿Qué aquél beso me hizo sentir algo
que no creí que sintiera? ¿Qué deseaba volver a sentir tus labios tiernos y mi
cuerpo vibrar? ¿Qué estaba muerta de miedo? ¿Tenía razón Rosalba? ¿¡En qué
momento pasó por el amor de Dios!? Podía entenderlo de ti, ¡pero de mí! Ahora
no sólo era una lesbiana, sino una lesbiana vieja con una jovencita. No, no
podría con eso. Si no pude defender lo que sentí con Rosalba, menos podría
defender esto que era indefendible, sentí que me había aprovechado de ti, de tu
confianza, que tu madre había tenido razón al alejarte de mi… era demasiado.
Pero ¿cómo rechazarte sin herirte? ¿Sin tener que salir otra vez de tu vida?
-Alicia, dime que no me amas –Tomaste mi barbilla y
me miraste directamente a los ojos.
-Te quiero mucho Lía.
-Querer no es amar.
-No, no lo es –me solté y bajé la vista.
-Tu boca, tu cuerpo, tus ojos me dicen otra cosa.
Volviste a besarme tiernamente, pensé no
corresponder; pero tenías razón, mi boca y mi cuerpo me traicionaban. Pedían
más, mi boca exigía con urgencia más intimidad, el beso se hizo más profundo,
mordí tus labios y jugué con tu lengua, te dejaste hacer ahora era yo quien
llevaba la batuta. Te levanté sin dejar de besarte y te senté en mis piernas,
te acomodaste a horcajadas y pasaste tus brazos alrededor de mi cuello y yo los
míos de tu cintura y te apreté a mí. Bajaste tus manos por mi espalda y metiste
las manos debajo de la camiseta, tuve que soltar tus labios y suspiré; metí mis
manos bajo tu blusa y recorrí tu espalda ¡no llevabas sostén! Abrí los ojos y miré
tu rostro, lo vi hermoso como nunca, radiante de felicidad y deseo….
-¡No puede ser! -Me levanté bruscamente y casi te
tiro. Estabas decepcionada, casi a punto de llorar pero no dijiste nada, solo
me mirabas- No puede ser Lía.
Cruzaste los brazos: -No te preocupes, entiendo.
-¿Entiendes?
-Entiendo, tienes miedo.
-…
-Ven, vamos a la sala –hiciste el intento de tomar mi
mano, disimuladamente tomé mi taza de café para no tener que tocarte nuevamente
–Siéntate.
-Lía, no hay más que hablar.
-Quizá tú no tienes que decir, pero yo sí.
-Nada me hará cambiar de opinión.
-Pero no has dicho que no me amas –intenté decir
algo- y no te dejaré mentir así que escúchame. Te amo Alicia, y en parte tienes
razón: amo a la jovencita que me hizo entrar a la escuela y gozar ir cada día
durante seis años, amo a la mujer que me llevó a la playa y me dejó dormir
abrazada a su cuerpo, amo a la mujer de mis fantasías, amo a la mujer que ha
ocupado mis sueños, amo a la mujer que compartió su vida con Rosalba y la cuidó
sus últimos días, amo a la mujer que dejó atrás todo para empezar de nuevo, amo
a la mujer que me besó apasionadamente, amo a la mujer que tengo enfrente
temblando de miedo, y eso ni tú podrás evitarlo. Cuando era niña pensaba que
era hermoso ser tu consentida y me llenaras de mimos, cuánta vanidad me daba
que dijeran que era tu hija; después empezó a molestarme ¿Recuerdas lo mal que
empecé a ir en la escuela cuándo ya no fuiste mi maestra? Todo con tal de estar
más tiempo contigo; sacar diplomas, enfermarme, odiar a Eduardo y cualquier
otro que se te acercara, hacer mil cosas para que estuvieras al pendiente de mí.
No poder entender esa necesidad de estar contigo, de tocarte, de que me
tocaras; crecer imaginando lo que podría ser si tú me amaras como yo, querer
decirte “Te amo” y tú estar quien sabe dónde, tener que tragármelo por tantos
años… (Respirabas agitada)Y ahora estás aquí, queriendo negar lo que cada poro
de tu cuerpo transpira, ¿por qué? Mereces ser feliz Alicia, no importa lo que
te hayan dicho en la vida, lo mereces, y yo quiero ser parte de esa felicidad.
-No puede ser.
-Dime que no me amas.
-…
-Sólo dímelo.
-No puede ser.
-¡¿Por qué no?!
-Lía, soy una lesbiana.
-¡Amén! -Contestaste intentando bromear, pero mis
ojos te dijeron que hablaba en serio y callaste.
-Sé quién soy, sé lo que siento. Nunca pensé en ti de
forma romántica, me daba ternura tu apego hacia mí, el que quisieras cuidarme.
Sentí mucho dolor por la forma que tuvimos que separarnos, aunque sabía que en
algún momento tendría que ser, harías tu vida y mi figura iría perdiendo
importancia.
-No es así –interrumpiste.
-Te has preguntado ¿qué tanto es real y qué tanto es
por el modo de la separación?
–¿Es posible que Rosalba se haya dado cuenta y tú no?
¿es que acaso intentas darme terapia psicológica? Te advierto que fui durante
años y no logró cambiar nada. Y si intentas decir que todo está en mi
imaginación, la equivocada eres tú. Te amo porque quiero hacerlo.
-Lía, soy solo una imagen para ti.
-Entonces déjame reconocerte y conóceme tú a mí.
-Ya no estoy para esos juegos.
-¿Juegos?
-Estoy a punto de cumplir cuarenta años.
-Lo sé ¿y?
-¿Y? podría…
-Sí, ya sé “ser mi madre” ¡pero no lo eres! Es un
pretexto ¿a qué le tienes miedo? ¿A que una vez que logre lo que tanto tiempo
quise te deje? ¿A que un día despierte y te vea vieja? ¿A que conozca a alguien
más joven y te olvide? ¿Al qué dirán porque somos lesbianas y nos separan casi
veinte años?
-Sí.
-¿Sí?
-A todo eso y más.
-¿Y no crees que vale la pena el riesgo?
-Para ti que eres una niña tal vez…
-Y para ti que no lo eres también, que mejor que
sentirse amado dure lo que dure.
-No puedo.
-Sólo dime una cosa ¿me amas?
-Es difícil ¿sabes? Eras una niña en mi recuerdo,
ahora eres una mujer: hecha, quizá más madura que yo, decidida, hermosa, la
seguridad con que te desenvuelves te da un atractivo especial ¿Qué si te amo? ¡Claro
que te amo! ¿Cómo podría no hacerlo? Pero siento que me traiciono y le doy la
razón a tu mamá.
-¿Qué tiene que ver mi mamá?
-Me separó de ti para evitar esto.
-No, nos separó por un prejuicio tonto, yo era una
niña, pero tú lo dijiste ahora soy una mujer y ahora que sé que me amas…
-Dije que te amo, no que tendré una relación amorosa
contigo.
-…
-No quiero lastimarte.
-No quieres salir lastimada.
-Tampoco eso. Te lo dije hace un rato, no cambiaré de
opinión. Si quieres puedo ser tu madrina, tu amiga, pero solo eso.
-No lo sé –dijiste con tristeza.
-¿Quieres que me vaya?
-Por favor, no. Quédate, puedes dormir en mi
habitación. Yo me acomodo en el estudio.
-Gracias.
Alicia: Me acomodaste en tu habitación, no podía
dormir. Mi cabeza daba vueltas y vueltas ¿cómo pude renunciar a tu amor? ¿Cómo
podría cumplir el ser tu amiga después de probar tus labios y sentir tu piel? ¿Cómo
pude enamorarme de ti? ¿Cuándo me enamoré de ti? Todo era una locura, la
confundida era yo, me estaba dejando llevar por tu juventud. Había un silencio
total, ni un ruido. Al final me quedé dormida.
Lía: Nos fuimos a dormir, no podía aceptar lo que me
dijiste, no después de la forma en que nos besamos y tocamos, después de saber
que me amabas. Lo iba a dejar estar por un tiempo, si había esperado tantos
años, no importaba tener que esperar un poco más. Me levanté y fui a verte,
estabas completamente dormida, quería besarte y estrecharte en mis brazos, que
pudieras sentirte segura. Me fui al estudio y me recosté, no había forma de
poder dormir, tocaba mis labios palpitantes recordando el roce de los tuyos,
tus manos en mi cuerpo… ardía en una especie de fiebre. Al rato comenzó a
llover de nuevo y vinieron a mi mente las imágenes de mi cuerpo pegado al tuyo
en aquella isla; dormir sintiendo el latido de tu corazón, ese extraño
cosquilleo por todo cuerpo. No, no podía renunciar ahora que te tenía tan
cerca. La naturaleza vino en mi ayuda, comenzó una tormenta eléctrica y aunque
hacía años que había superado mi miedo decidí usarla a mi favor.
-Alicia, Alicia –te llamé con voz suave.
-¿Mmm? –Abriste los ojos y yo estaba a un palmo de
ti, casi besándote- ¡¿Qué sucede?! –preguntaste un poco asustada y
retrocediendo.
-Perdón, pero hay tormenta eléctrica y… me da
vergüenza, pero aún me dan miedo los rayos. ¿Puedo dormir contigo? Prometo no
molestar –Me miraste con cara de horror, yo puse mi mejor cara de niña
desvalida.
-Está bien, espero no roncar para no incomodarte.
-Gracias –y te sonreí.
Mi cama era matrimonial, te recorriste al lado
derecho y te volteaste dándome la espalda.
Alicia: Llegaste a la habitación pidiendo dormir
conmigo, acepté y te di la espalda; otra vez no podía dormir, temía que
intentaras algo… o lo hiciera yo. Te acostaste en el otro extremo de la cama
envuelta en una frazada, evitando que nuestros cuerpos se tocaran; te dormiste
en un segundo y suspiré aliviada, todo estaba en mi imaginación, había logrado
que aceptaras la situación. Me quedé dormida.
Después me desperté sobresaltada, aún no amanecía,
sentí en peso de tu cuerpo sobre el mío. Con la escasa luz que se colaba entre
las cortinas pude ver que estabas en la misma posición que habías dormido
durante el viaje a la playa: un brazo y una pierna sobre mi cuerpo y tu cabeza
en mi pecho, quise moverme para salir del abrazo pero en vez de eso te exploré
con la mirada, te toqué con cuidado para no despertarte. El contacto con la
suave piel de tu brazo me lanzó una corriente eléctrica que recorrió todo mi
cuerpo y en susurros te hablé:
-Mi niña, mi hermosa ¿Cómo no amarte? ¿Cómo no amar
la delicadeza y fragilidad de tu cuerpo?¿Cómo no amar la fortaleza de tu
corazón? No puedo encadenarte a mí, ahora no lo ves pero en unos cuantos años
seré vieja y tú aún serás joven, querrás comerte el mundo y yo sólo descansar,
no quiero ser una carga para ti… Tendré que resistir verte en otros brazos,
todo con tal que seas feliz.
Mientras decía eso, me atreví a quitar el cabello que
caía en tu cara y acariciarla, besé tu frente con temor a despertarte.
Lía: Esperé a que durmieras y te abracé como aquella
vez en la playa, me hacía tanto bien sentir tu cuerpo, escuchar latir tu
corazón. Seguía ardiendo, el amor y el deseo contenidos, pensé intentar algo
pero era tu turno, no podría soportar otro rechazo. Poco a poco me fui
relajando, empezaba a adormilarme cuando sentí tu mano tocar mi brazo, apartar
mi cabello y hablarme bajito… Tuve que contenerme para no responderte, fingir
que seguía dormida y no me enteraba de nada.
Alicia: Estabas relajada, tan bella mientras dormías…
rocé tus labios muy suavemente, apenas un toque para no despertarte, te moviste
y temí lo peor, pero al mirarte seguías dormida con una leve sonrisa dibujada
en tus labios.
Lía: ¡Me besaste! Un roce, casi nada, empezabas a
flaquear. Me moví un poco para acomodarme y me siguieras besando, no pude
evitar sonreír, tus barreras estaban cayendo.
Alicia: ¡Tenía que irme de allí! No iba a soportarlo
más, mis manos estaban como mariposas revoloteando a tu alrededor, y mi boca pedía
más de ti ¡Estaba a punto de enloquecer! Pero no podía levantarme, no quería
despertarte, no quería dejar de sentir tu cuerpo. Me sentía como una
adolescente enamorada por primera vez. Vino a mi mente Rosalba, la quise,
realmente la quise, más ella tenía razón; no la amaba, no como en ese momento
sentí que te amaba, pensar que mañana sería otra quien te tuviera entre sus
brazos, quien saboreara tus labios… ¡todo por cobarde!
Lía:Dejaste de tocarme, temí que te levantaras y te
fueras, pero no. Oí tu respiración entrecortada y suspiros que salían de tus
labios. No podría aguantar mucho más tiempo fingir que dormía.
Alicia: Quizá tenías razón, era mejor sentirse amado
durara lo que durara. Me armé de valor y volví a besarte, esta vez más intenso,
con ganas de despertarte y despertar tu deseo.
Lía: Volviste a besarme, ya no era un roce, tus
dientes mordisqueaban mis labios ¿Debía esperar o dar rienda suelta al deseo?
Alicia: Permaneciste quieta, parecías aún dormida;
volví a tocar la piel desnuda de tu brazo, fue un roce lento y sentí tu piel
erizarse, estabas despierta. Acaricié tu pierna, tomé tu cadera y la acerqué a
la mía. Entonces dejaste de simular que dormías, me abrazaste y buscaste mi
boca con la tuya, tus labios ardían de tal forma que pensé estabas enferma:
-Abre los ojos Lía –me miraste, tus ojos brillaban,
las lágrimas contenidas- ¡te amo, te amo mi niña! ¡No sé cuándo, no se cómo
pero te amo!
Callaste mi boca con un beso tierno y apasionado,
dijiste “te amo, siempre te he amado y siempre te amaré”.
-Lía –dije muy seria, abriste los ojos con miedo y
recelo- quiero que me prometas algo.
-Lo que quieras vida mía.
-Cuando sientas que soy un obstáculo en tu vida, me
lo dirás sin temor.
-Eso no sucederá.
-Promételo por favor.
-Te lo prometo porque estoy segura que nunca podré
dejarte de amar, no importa que seas una anciana, amaré tus achaques y besaré
tus canas, sentiré por tu piel marchita el mismo deseo que en este momento me
consume, tus arrugas serán una aventura para explorar.
Alicia: No pude contenerme más, rodé sobre ti y te
besé toda, desde la frente; me entretuve disfrutando la suavidad y dulzura de tu
boca fresca como la menta. Tu barbilla fue un desafío, demorarme en tus orejas
para susurrar palabras de amor, deslizarme a mordiscos por tu cuello. Me senté
y te subí a mis piernas (nuevamente a horcajadas) quisiste tomar el control
pero no te dejé, era mi turno de demostrar lo que sentía. Te saqué la camiseta
y aparecieron ante mis ojos tus senos como botones de flor, pequeños y
perfectos, te miré a los ojos y vi tus mejillas llenas de rubor, aún no te
tocaba y ya tu respiración estaba agitada. Demoré el momento del placer,
regresé a tus labios y acaricié tu espalda, te estremeciste y dijiste “te amo
Al, te amo”; volví a bajar por tu cuello y al fin llegué a tu pecho, los besé
apenas tocándolos, todo el rededor sin llegar al pezón, eras todo gemidos. Al
fin tomé uno de tus pezones, no lo besé ni succioné, solo lo metí en mi boca,
hasta entonces te habías dejado hacer, los brazos laxos a los costados y la
cabeza hacia atrás.
Lía: Era increíble sentir lo que tu boca y manos me
hacían, había tanta dulzura en cada toque, nada de prisa, me sentía colmada,
estaba aturdida, con un nudo en la garganta, comencé a llorar.
Alicia: Te escuché sollozar, vi lágrimas rodando por
tu rostro, te tomé en mis brazos y te acuné:
-Mi niña ¿qué te pasa? ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras?
-Es la felicidad, esto es un sueño, el mejor de mi
vida.
-Podemos esperar.
-No puedo, no quiero, sigue… por favor. Jamás me
sentí tan amada.
Volví a besarte en los labios, ahora con más ganas,
los mordí y dejé que mi lengua recorriera cada resquicio, quería que sintieras
mi amor y pasión. Tomé cada uno de tus pezones, los besé y succioné mientras
tus piernas se cerraban en torno a mi cintura y tus manos luchaban por
arrancarme el pijama. Abrí yo misma los botones de la camisa, tus manos
temblaban tanto que era imposible que pudieras hacerlo, metiste tus manos y me
llenaste con tu abrazo. Nuestros senos se tocaron, besaste mi cuello e
intentaste seguir bajando, te lo impedí.
Te bajé de mis piernas y terminé de desnudarte, solo
un pequeño short se interponía en mi camino. Tendí tu cuerpo en la cama con
toda la delicadeza posible y proseguí mi camino hacia el sur. Besé cada una de
tus costillas, me demoré en las profundidades de tu ombligo; evité tu sexo
aunque sentí su aroma como una flor de primavera, tomé entre mis manos cada una
de tus piernas y las besé todo lo largo, con pequeños toques, quería de verdad
hacerte el amor, que no fuera solo sexo, quería que disfrutaras cada toque,
cada beso, que jamás olvidaras nuestra primera vez…
Lía: Te estabas demorando, de mi garganta escapaban
sonidos inconexos, casi balbuceos, no podía levantar la cabeza para mirarte, estaba
en estado de trance, subiste de nuevo y al oído me pediste que diera la media
vuelta. Levantaste mi cabello y mordiste mi nuca, una corriente recorrió mi
columna vertebral, volviste a mi boca y depositaste suaves besos, te fuiste a
explorar mi espalda, cada centímetro. Tus manos en mi cadera fueron una
revelación, tu boca las siguió.
Alicia: Terminé de desnudarme, puse mi cuerpo sobre
el tuyo y suspiramos al mismo tiempo.
-Por favor –dijiste con voz entrecortada.
Me levanté y te pusiste boca arriba, extendiste tus
brazos y me metí en ellos, nos besamos largamente, tus manos explorando mi
cadera. Solté tu boca y volví a bajar ahora más a prisa, por el camino conocido.
Flexioné tus piernas y las abrí delicadamente; aspiré de nuevo tu perfume,
ahora más de cerca, la luz que se colaba por la ventana sólo señalaba
contornos. Acerqué mi boca y besé tu vulva, suavemente, como lo hice con tu
boca poco a poco introduje mi lengua de forma juguetona, escuchaba tu
respiración cada vez más fuerte, no quería terminar tan pronto, me retiré unos
segundos. Busqué al tacto tu clítoris, y una vez que lo encontré le di masaje
despacio, tus caderas se movían al mismo ritmo; lo tomé con los labios y lo
succioné de a poco, abrí la boca y sorbí tu vulva nuevamente. Metí la lengua
poco a poco, a ritmo constante, mis manos aferraron tus caderas para no
perderlas. Me introduje por completo y mientras entraba y salía tu cuerpo era
toda sensibilidad hasta que no pudiste más y te dejaste ir.
Subí por tu cuerpo y me recosté a tu lado, tenías los
ojos cerrados, tu respiración aún agitada, quedo al oído te susurré “aún no
termino”. Toqué tu cuerpo con mis manos, como si fuera un lienzo y yo la
artista, volví a tu sexo y te introduje un dedo mientras miraba tu rostro,
abriste los ojos y los fijaste en los míos volviste a decir “te amo Al” y te
apoderaste de mi boca, ahora eras tú quien me mordía y exploraba con la lengua.
Mi mano no se detuvo e introduje otro dedo, suspiraste y me soltaste para poder
respirar. Te acomodaste de costado para quedar frente a frente, tocaste mis senos
hiciste el intento de bajar a ellos pero el tercer dedo te detuvo, parecías pez
fuera del agua intentando respirar. Estabas tan estrecha, tan cálida, no tuve
tiempo de detenerme, tu cuerpo cobró vida y atrapó mi mano, tu cadera marcaba
el ritmo de la penetración, un sonido ronco brotó de tu garganta y te
detuviste.
Saqué mi mano y te abracé, tus piernas y las mías se
enredaron. Permanecimos quietas y llegó el frío, nos cobijamos; el calor, el
cansancio y las emociones nos hicieron dormir.
Lía: Desperté bien
entrada la mañana, el sol se colaba por la ventana. Te busqué a mi lado y no
estabas, mi mente iba a mil por hora ¿te arrepentiste? ¿Te marchaste
aprovechando que dormía? ¡No sabía dónde localizarte, no me diste dirección ni
teléfono! Estaba entrando en pánico. Me levanté y vestí rápidamente ¿qué iba a
hacer?
Salí de la
habitación, fui a la estancia y no estabas; corrí a la cocina, sobre la barra
estaba preparado el desayuno, pero ni señas de ti. Fui al baño y tu ropa ya no
estaba tendida. Comencé a sollozar, me dejé caer en el piso y a llamarte.
Alicia: Desperté
abrazada a tu cuerpo, desnuda. Tu cuerpo era todo firmeza, tu piel toda
suavidad. El mío comenzaba a estar flácido. En un arranque de pudor me levanté
y fui a buscar mi ropa. Me vestí y decidí preparar el desayuno, quién sabe a
qué hora te levantarías, pero seguro tendrías hambre. Mientras lo hacía mi
cabeza pensaba y pensaba ¿habré hecho bien?
Terminé y aún no
despertabas, vagué por el departamento hasta que llegué al estudio. Vi tu
librero y elegí algo para leer mientras te esperaba. No sé cuánto tiempo pasó,
de repente oí sollozos en el pasillo y tu voz nombrándome. Me levanté y corrí a verte:
-¡Mi niña! ¿Qué te
pasa?
-Alicia, Alicia.
No parabas de
llorar, me abrazaste con fuerza.
-Amor ¿Qué tienes?
-Es que yo… tú… no
te encontré… creía…
-Tranquila, ven
–te levanté del piso y te llevé al sofá, intenté levantar tu cara para limpiar
las lágrimas, pero no me soltabas- ¿Tuviste una pesadilla?
-No… yo…
-Calma -
acariciaba tu cabello, te fuiste calmando y pude levantar tu rostro, con mi
boca recogí tus lágrimas, besé tus ojos, tu boca- ¿Qué pasa?
-Es que… desperté
y no te vi, te busqué por todo el departamento y no estabas. Creí que te habías
arrepentido y me habías dejado…
-No puedo hacer
eso, te amo tanto que solo me iré cuando tú me lo pidas.
-¿Dónde estabas?
-En tu estudio,
leyendo.
Estallaste en una
carcajada y yo contigo.
-El único lugar
que no revisé.
-¿Tienes hambre?
-¡Claro! ¿Qué hora
es?
-La… una
-Deja llamo al
trabajo para avisar que no voy, aunque por la hora ya deben de suponerlo
–guiñaste un ojo y tomaste el teléfono. Yo fui a la cocina a calentar el
desayuno- Todo listo -me abrazaste por la espalda, comenzaste a besar mi cuello. Suspiré:
-¡podría
acostumbrarme a esto!
-Esa es la idea –metiste
las manos bajo mi blusa y chocaron con mi sostén- ¿por qué te vestiste? ¿No te
gustó mi pijama?
-Es que…
francamente me da pena.
-¿Usar ropa
prestada?
-No.
-¿Entonces? –me
soltaste y me diste la vuelta. Yo miraba al piso.
-Lía… yo… Vamos a
desayunar.
-Ok, pero no creas
que lo olvidaré.
Desayunamos y
platicamos de todo y nada.
-¡Qué bueno te
quedó el desayuno! No te conocía la faceta de cocinera. Podría acostumbrarme.
-¡Esa es la idea!
-¿Qué otras
sorpresas me tienes reservadas?
-Muchas, todas.
Te miré
intensamente, no acababa de entender que quisieras estar conmigo, que tantos
años hubieras esperado por mí; tenías razón, merecía ser feliz y tú serías
parte de esa felicidad.
-¿Pasa algo?
–preguntaste.
No contesté, me
acerqué y te besé intensa y apasionadamente. Tus manos volaron otra vez hacia mí,
intenté detenerlas pero eras más fuerte que yo. Intenté disimular que me
apartaba.
-¿Qué sucede? ¿No
te gusta cómo te toco?
-No es eso.
-¿Entonces? No
creas que no haya notado que te apartas cada vez que quiero acariciarte.
-Es que... yo…
-¿Qué pasa amor? ¡Confía
en mí!
-Es que… tengo
vergüenza.
-¿Otra vez con
eso? Al: eres la mujer más bella del mundo, cada arruga, cada curva, cada
centímetro de piel es una razón más para amarte, no menos; y entre más pase el tiempo
más te amaré, no tengas miedo -me llevaste a la sala – Escucha por favor -pusiste
una canción en tu componente y la cantaste para mí.
Víveme, Laura
Pausini
No necesito más de
nada ahora que
Me iluminó tu amor
inmenso fuera y dentro.
Créeme esta vez
Créeme porque
Créeme y verás
No acabará, más.
Tengo un deseo
escrito en alto que vuela ya
Mi pensamiento no
depende de mi cuerpo.
Créeme esta vez
Créeme porque
Me haría daño
ahora, ya lo sé.
Hay gran espacio y
tú y yo
Cielo abierto que
ya
No se cierra a los
dos
Pues sabemos lo
que es necesidad.
Víveme sin miedo
ahora
Que sea una vida o
sea una hora
No me dejes libre
aquí desnudo
Mi nuevo espacio
que ahora es tuyo, te ruego.
Víveme sin más
vergüenza
Aunque esté todo
el mundo en contra
Deja la apariencia
y toma el sentido
Y siente lo que
llevo dentro.
Y te transformas
en un cuadro dentro de mí
Que cubre mis
paredes blancas y cansadas.
Créeme esta vez
Créeme porque
Me haría daño una
y otra vez.
Sí, entre mi
realidad
Hoy yo tengo algo
más
Que jamás tuve
ayer
Necesitas vivirme
un poco más.
Víveme sin miedo
ahora
Que sea una vida o
sea una hora
No me dejes libre
aquí desnudo
Mi nuevo espacio
que ahora es tuyo, te ruego.
Víveme sin más
vergüenza
Aunque esté todo
el mundo en contra
Deja la apariencia
y toma el sentido
Y siente lo que
llevo dentro.
Has abierto en mí
La fantasía
Me esperan días de
una ilimitada dicha
Es tu guion
La vida mía
Me enfocas, me
diriges, pones las ideas.
Víveme sin miedo
ahora
Aunque esté todo
el mundo en contra
Deja la apariencia,
toma el sentido
Y siente lo que
llevo dentro.
Alicia: Estaba
embobada, no había escuchado esa canción. Era hermosa.
Lía: Puede que yo
no la haya escrito, pero expresa lo que exactamente lo que quiero decirte.
Alicia: Te
acercaste y volviste a besarme, me dejé hacer; no opuse resistencia. Me
abrazaste e iniciaste una especie de danza: tu cuerpo completamente pegado al
mío, sentí el vaivén de tu cadera. Tus manos deslizándose por mi espalda y
soltando mi sostén, me estremecí…
Lía: Te
estremeciste, volví a tu boca casi a la misma altura que la mía; toqué
milímetro a milímetro la piel de tu espalda y cintura, toqué tus caderas por
encima de la ropa y las atraje aún más hacia mí, soltaste mi boca y al oído,
muy bajito me dijiste ¿qué poder tienes en mi? –Solo el de mi amor –respondí y
seguí acariciándote. Te di la vuelta, acaricié tu abdomen (no me pareció laxo)
mientras besaba tu cuello y orejas, enlazaste tus manos con las mías –Te amo
Al, te amo- susurré en tu oído. Soltaste mis manos, las llevé a tu pecho que
subía y bajaba rítmicamente, tome ambos y sentí tus pezones reaccionar, los
acaricié lento apenas rozándolos con las yemas de los dedos; echaste tu cabeza
hacia atrás sobre mi hombro y buscaste mi boca. Tomé los botones de tu blusa y
los desabroché uno a uno, con una calma que no sentía, en realidad hubiera
querido arrancarte la ropa de un solo tirón. Te diste la vuelta.
-Abre los ojos Al,
mírame, mírate- Los abriste y me miraste a los ojos; tomé mi camiseta y la
saqué por la cabeza, mi short desapareció con la misma rapidez. Tus manos
fueron hacia tu ropa, las tomé para evitarlo: -déjame hacerlo a mí.
Me acerqué a besar
tu cuello, tus manos se posaron en mis hombros. Poco a poco mis labios fueron
bajando y con ellos tu blusa, te saqué el sostén, me alejé un poco y contemplé
tu cuerpo: -En verdad eres hermosa, tanto como siempre lo imaginé- te
ruborizaste, bajaste los ojos pero ya no intentaste cubrirte. Volví a
aproximarme, tomé cada uno de tus senos con mi boca, los besé con ternura, los
succione hambrienta mientras con las manos bajé tu pantalón; te senté en el
sofá, me arrodillé a tus pies para terminar de desnudarte. Subí por tus piernas
hasta encontrar frente a mi tu sexo, aún cubierto por las bragas, lo besé por
encima de ellas y seguí mi camino hasta volver a encontrar tu boca; acaricié tu
cara, tus hombros, la espalda, el pecho, no me cansaba de la sensación de tu
piel en mis manos. Te recosté y desnudé por completo, acurruqué mi cuerpo junto
al tuyo. Me di un respiro.
Alicia: Era mi
turno, me estaba conteniendo para dejarte hacer pero tu cuerpo era un imán, la
noche anterior solo pude adivinar el contorno de tu cuerpo, pero ahora lo tenía
completamente a la vista y aproveché para admirarlo: el lunar en tu seno
izquierdo, la poca profundidad de tu ombligo, las cicatrices de tus rodillas,
la redondez de tus nalgas, los músculos de tu espalda, el rosado de tu vulva.
La besé, quise internarme en ella pero no lo permitiste “es mi turno”
replicaste. Te montaste en mi y volviste a besarme toda, ya con más pasión que
ternura, la calentura de tu piel era indicio de tu urgencia, llevaste tu mano a
mi sexo…
Lía: Cerraste los
ojos y gemiste, antes no habías hecho más que suspirar; clavaste tus dedos en
mi espalda. Comencé un ritmo lento, quería que disfrutaras tanto como lo había
hecho yo anoche. Saqué la mano y me dediqué a tu clítoris mientras con la boca
y la otra mano iba de un seno al otro; te moviste, tu cadera fue al encuentro
de la mía, tomaste mis nalgas y las pegaste más, tuve que sacar mi mano de entre
tus piernas. Puse ambas bajo tus nalgas, enredé nuestras piernas y di ritmo a
nuestra cadencia, besé tu boca y dije “Abre los ojos Al”, no querías, no
podías, lo repetí y lo hiciste, sonreíste y me esforcé más en darte placer.
Volví a penetrarte, tus ojos se agrandaron, se hicieron más dulces. Mi mano era
guiada por ambas caderas, el ritmo se intensificó, sentí tu orgasmo se
desencadenó el mío, descansamos abrazadas bajo el sol…
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wooow! simplemente me atrapaste desde el inicio
ResponderEliminarExcelente historia y la narrativa es genial...increíble y muy apegada a la realidad!
ResponderEliminarEs genial es relato, tu manera de expresarlo, las palabras adecuadas para describir cada escena. Hace que en algunas ocasiones sientas lo que las protagonistas sienten, y eso pocas veces sucede, eres muy buena. Espero volver a leer algo tuyo.
ResponderEliminarMe gusto mucho tu historia de amor espero leer mas .habra una continuacion de la historia que termine en boda ? Seria precioso !!!
ResponderEliminargenial muy hermoso felicidades
ResponderEliminarSuper bonita, gracias! !
ResponderEliminarWooo me dejaste prendida a tu historia :)
ResponderEliminarSe enamorooo de su niña definitivamente el amor no tiene edad sexo religion etc meee encantoooi
ResponderEliminarLo ameeee !!! Me encanta la historia, me siento tan identificada
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