Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Danza entre lobos - Cristalsif - 47

Danza Entre Lobos

Capítulo 47

Vindicta II



Estaba molesta, indignada como pocas veces, o más bien muerta de la preocupación, no sabía qué estaría pasando por la mente de Nina y no habían tenido oportunidad de hablar, infortunadamente en las ocasiones de verse estaban rodeadas de gente o las serviles Nagano y Norihiro se aseguraban de importunar temiendo una advertencia de su parte. Ese día los había reunido al medio día después del entrenamiento y sugirió concluir prontamente, pues esperaba que la gente conviviera con sus seres queridos el resto del día y se prepararan para salir a la mañana siguiente e iniciar su viaje a Fukka.


—Hay un plan para… ya sabes, tomar ventaja de ella ¿y lo primero que se le ocurre es hacer una fiesta?— Dijo por lo bajo intentando no ser oída por su familia, la que estaba a distancia de dos mesas comiendo de los platillos que se habían dispuesto para agradar a los paladares. Erstin estaba inquieta, caminando de un lado para otro, quizás haría un surco en el suelo.

—En su favor, ella no sabe que Kara quiere hacerle esto y aquello— Musitó Christin levantando sus hombros, —y el argumento de Shiori fue bastante bueno, nada une más que el baile, la comilona y la francachela, si puede que alguno de nosotros no vuelva después de la batalla, construir valiosos recuerdos es sin duda lo mejor por hacer— Pero la morena mitad Argita mitad Windbloomiana, no parecía preocupada por los riesgos de la batalla pues ya estaba curtida en el arte de matar Orphans.

—Como líder era la opción más obvia— Apoyó Alanis, cruzada de brazos.

—Honestamente yo en su posición me dejaría hacer…— Ladeó la cara restándole importancia el único hombre en el pequeño grupo.

— ¡Snow!— Reprochó Litters con mala cara mientras Alanis desviaba la mirada frunciendo el ceño.

—No me malentiendas, si algo he aprendido de las mujeres es que consiguen lo que quieren y si como Norihiro están dispuestas a tanto, más pronto que tarde— Levantó los hombros con desinterés. —Pero no todos se casarían por haber intimado con una mujer, de hecho pocos lo harían... es una regla silenciosa, no tomas por esposa a la chica fácil—

—Eso no ayuda mucho que digamos…— Dijo Rosth con un tono unas notas más graves de lo frecuente. —Tenemos que intervenir, asegurarnos de que su alteza no reciba una sola copa de las manos de esas ponzoñosas víboras, porque si Alexei no lo comprende, la primera ocasión de una mujer es sin lugar a dudas un momento especial… para alguien como Lord Sirene, la responsabilidad es algo tremendamente importante, ella en verdad desposaría a Kara si esta logra su cometido—

—Su honor es lo primero, doy fe— Musitó con resignación, por suerte Nina había acudido al pueblo con algunos de los sirvientes para conseguir lo necesario, comida, bebida y entre otros, la música. El grupo ya amenizaba la velada con unas tonadas ligeras, pues pese a ser Argitas viajeros, conocían unas cuantas clásicas. —Es ahora nuestro gran impedimento a decir verdad—

—Es una fiesta, en serio… se trata de beber y comer, solo veamos que nadie entre a su cuarto en la noche y asunto arreglado— Sugirió el peliazul de ojos rojizos. —Yo me apunto a la guardia si gustan— Y sería como un hermano mayor protegiendo a una hermana pequeña, mataría a quien osara pasar. Alexei genuinamente admiraba en gran forma a Nina, pero era una apreciación de ella por motivo de su habilidad en batalla, como persona apenas la estaba conociendo y aunque tenía unos cuantos puntos en contra, todavía quería darle una oportunidad para mostrar su valía personal.

—A menos que te adelantes… Ers— Insinuó Christin con una sonrisa pícara mientras le picaba las costillas a la rubia con el codo, tratando de ser ‘sutil’. La joven Ho no pudo más que sonrojarse violentamente, ante la extraña y distante mirada de su abuelo Christoph.

—¿Qué clase de insinuaciones son esas?— Reprochó Alexei, temía que si se enteraba Krauss, con el que se sentía un poco mal por tener aquella reunión privada, mientras él iba por bebidas y comida en la mesa de buffet, se armaría una guerra. Que el grandulón hubiese aceptado los sentimientos de Erstin no quería decir que mágicamente dejara de importarle su bienestar, que no quisiera dar pelea o desistiera de querer conquistarla todavía.

—Intentemos que no sea la copa de Norihiro la que tome y entretened lo mejor posible a su alteza— Acotó Alanis interrumpiendo la discusión sobre lo apropiado o no del asunto, pues nadie ni por asomo concedería semejante cosa para Erstin.

—Erstin… ¿Quisieras darme un momento?— Era la voz del señor Christoph.

No muchos sabían que desde los acontecimientos en Fukka, Erstin se había apartado irremediablemente de su grupo familiar, ciertamente trabajaban juntos por eternas horas en la herrería, pero sus indicaciones sobre los herreros y otras tantas habían sido una gran excusa para no estar dispuesta a cruzar palabras. Estaba cansada de los reproches de Maya sobre lo desagradable que había sido la ruptura de su matrimonio, como si no lo recordara por sí misma, sus ideas sobre Nina eran crudas y eso le molestaba, no se le hacía justo que por tener unos años más encima, se tomara atribuciones para evaluar las acciones de la pelinegra ¿Acaso imaginaba que no sentiría nada sobre ello solo porque no tenían ya una relación formal? ¿Acaso suponía que su amor por ella se había extinguido con el agravio? Cualquier idea era absurda, amaba a aquella chica cuando incluso no sabía ni que existía. Como durante la terrible nevada, ella había ayudado a su abuelo y a sus hermanos a llegar a la cabaña, pese a la máscara en su faz reconocería esos ojos donde fuera, los había mirado y soñado con ellos al menos cien veces, antes de cruzar palabra la primera vez. Pero Maya miraba con desdén a la Kuga por su desplante, y aunque su abuelo estaba apenado por los actos de sus nietos, había desistido de cualquier relación con la joven aristócrata a razón del bochorno originado por una promesa rota. Taro estaba molesto y esperaba pagar con prontitud la deuda moral a los Kruger, pero entre la culpa y la ira, ya ni el saludo se daba.

Sin decir nada caminó junto a su abuelo, cada paso y cada silencio como una pequeña tortura en medio de su inquietud le hizo apresurar las cosas. —Abuelo… puedes decir lo que has venido a decir, no lo adornes— En el fondo sabía lo que él diría.

Sorprendido por la actitud diferente de su nieta amada, suspiró y ocupó de inmediato el tema de interés. —Se ha sabido de las intenciones del señor Smith, hemos averiguado sobre él y es un buen hombre—

—Somos amigos simplemente— Dijo antes de dar ocasión a otras añadiduras. —Aunque me sorprende mucho, la velocidad de los rumores—

—Él está interesado en ti y no lo ha escondido, ha sido específico, te quiere para ser su esposa, ¿entiendes lo difícil que es encontrar una persona semejante? Eres afortunada mi niña— Insistió el mayor, intentando sin incordiar demasiado hacerle ver su suerte a la menor.

—Eso no está a discusión, pero él no es de mi interés abuelo y yo se lo hice saber— Ni siquiera tenía la mente en esa conversación, miraba la entrada preguntándose en qué momento aparecería la anfitriona de la velada.

—Una doncella no puede fácilmente desdeñar tantas propuestas en su camino, sin sentir arrepentimiento en algún punto posterior de la vida— El viejo Christoph recordaba unas cuantas que de mucho escoger habían dejado zarpar de su puerto el último barco, quedando solas en la vejez.

—Estaría más arrepentida de afirmar por pura desesperación...— Fue más que clara, no tenía dudas al respecto.

—No voy a vivir por siempre, niña mía— Intentó por ese lado, sabiendo que la chica que veían sus ojos de azul zafiro, ya no era la niña obediente que haría su voluntad solo por decirla.

— ¿Y qué te hace pensar que estoy indefensa?— Miró con confusión al mayor, ahora ya podía darle una paliza a cualquier gañan si osaba propasarse, era mejor que buena con las armas pesadas.

Sabiendo que no podría por razón lograr su empresa, el señor Ho, presionó donde sabía que aun dolía a la menor. — ¿No es un capricho del que me hablas? Ella te ha rechazado—

—No a mí, a través de mí, rechazó a Taro y a Kano... pero si tiempo es lo que necesita, se lo daré ¿Qué clase de persona sería si cambiara de opinión tan pronto? Yo iba a prometer mi vida a la suya y de no ser por las acciones de mis hermanos, no estaríamos teniendo esta conversación, así que no insistas... te lo imploro— Ocupó aquella expresión que en más de una ocasión le había dado el beneficio de algún pequeño capricho.

—Y ella rompió su palabra, no puedes quedarte toda tu vida esperando lo que no llegará— Aquello fue un tanto rudo y la expresión de la joven lo delató.

—Ella tiene otra propuesta para mí y me interesa—

— ¡Ten dignidad!— Alzó la voz el anciano y Erstin agradeció estar más lejos de los demás miembros de su familia o de sus amigos.

Pero no perdió la calma. —Si yo fuese un hombre y ella una mujer... serías más flexible ¿No es así?—

—No quiero insinuar que... ¡No es igual!—

—Que mi padre no le dió a mi madre el lugar de esposa e igualmente aquí estamos—

—Erstin, ¡no seas necia!—

—No me interesa abuelo, yo jamás llené los requisitos de nadie, no soy ni seré lo que esperan que yo sea y quiero escuchar de Nina lo que tiene para decir, déjame ser—

El mayor de los Ho no daba crédito a lo que escuchaba ¿Qué otra cosa podría ofrecer Kruger que fuera más honorable? La respuesta era obvia, nada. —Pues para él no importa si eres o no una flor tan delicada, aprecia tu fortaleza, tu oficio... le gustas tal cual eres—

—Te lo dije hace tiempo... si no es ella, no será nadie... si no es por amor, prefiero la calma de la soledad y si es mi destino el no desposarme jamás, que sea entonces la voluntad de los dioses, pero no cederé por ti o por mis hermanos, seré egoísta por esta vez pues no vivirás por mí los agobios que me aguarden, no lo hará nadie más que yo— Frunció el ceño, algo tan extraño en la joven rubia. —No le des esperanzas, aún espero tener la amistad de Krauss—

—No seas tonta muchacha...—

—Lo siento abuelo, yo ya no soy esa niña que hacía cualquier cosa por complacerte, ahora necesito ser solo yo por una vez, para no llenarme de arrepentimientos— Procuró marcharse, pero en cuanto pasó a su lado escuchó otro reproche.

— ¿Acaso serás como tu padre?— Aquello fue como un golpe certero en zonas bajas.

En otro tiempo habría guardado silencio, hoy no. —Tal vez, después de todo fue mi padre... tu hijo—

No se quedó a escuchar la sarta de reproches del viejo Christoph, solo se apresuró a salir del campo de visión de los conocidos, buscando por un momento un lugar donde no hubiera bandos ni decisiones por tomar. Tan ensimismada estaba que no prestó atención del camino y chocó con otra persona, rebotó trastabillando ligeramente, así cuando creyó que tropezaría, una mano firme y vendada la sujetó de tal modo que encontró de nuevo su equilibrio. — ¿Estás bien?— Escuchó decir y cuando levantó la vista apreció una vez más, la gracia y el señorío de aquella mujer, su dulce tormento. — ¿Por qué lloras?— Con todo atrevimiento Nina deslizó sus dedos sobre las mejillas húmedas, la pregunta en sí tal vez le sería devuelta con una respuesta poco halagadora, pero no saber la pena que agobiaba a Erstin era incluso peor.

— ¿Cuál es exactamente tu propuesta?— Se apartó secando el llanto, intentando no delatar lo mucho que extrañaba aquellos brazos envolviéndola.

Tragó saliva, no esperaba que tuviera que decirlo tan pronto y es que ni siquiera había establecido un discurso adecuado. Así que hizo lo simple, dijo exactamente lo que quería. —Aunque... no pueda por ahora darte lo que yo quisiera, no te apartes de mí ¿Podrías ser mi novia una vez más? ¿Podríamos... volver a empezar?—

No era exactamente lo que había imaginado, incluso en sus pensamientos más alegres. — ¿Entonces no intentas esconderme?— Justamente ese era el mayor temor de Erstin, había pasado de una posición anhelada a no tener certeza de nada y lo que propuso Nina en primer lugar sonaba justamente a que sería su secreto.

—No es mi intención de ninguna forma— Apenada en extremo posó las manos a cada lado, con los puños cerrados —...de hecho pensé que tú no querrías que tu familia lo supiera, dado que si antes no era de su agrado, ahora soy detestada y con Krauss merodeando por ahí, no dudo que estarían felices de que lo aceptaras a él y no a mí, sé que no por lo que te hice, pienso que más porque es lo que se considera ‘natural’, si yo fuera un caballero por completo, lo aceptarían a regañadientes, pero lo harían... ahora no estoy segura de que me aceptarán esta vez... incluso dudo que tú lo hagas—

Estaba siendo honesta, lo notaba en sus ojos que la miraban con arrepentimiento y adoración. Le sorprendía aún más que hubiera leído a su familia tan profundamente, ¿o acaso había oído su discusión con Christoph? Imposible, estaba dentro de la casa a dos pasos de la cocina. Por otro lado, parecía que el rubio le había afectado más de la cuenta, se notaban sus celos en cada palabra, incluso su enojo después de aquel encuentro en el cuarto la noche anterior. Miraba su mano, vendada por el golpe que le había dado al grandulón, sintiendo lástima por él y por las manos de Nina... — ¿Haces esto... por celos?—

—No es por eso, aunque no puedo decir que no los haya sentido, pensé que me había acostumbrado a vivir de esta manera— Delataba así la amargura de aquel sentimiento no correspondido, una experiencia que se repetía en cierta forma por la presencia del rubio de Ealis. —... pero cuando te vi sonriendo a su lado... pude sentir un abismo a mis pies, si creí que sabía lo que era sentir celos, estaba equivocada. Fue peor cuando temí que sintieras algo por él... y entonces me pregunto si no he sabido librarme de mi propia maldición— Finalizó con un tono sombrío.

—Hablas de esa persona... la persona que te gustaba antes—

—Así es... y es por ello que estoy cansada de ver a los demás ser felices, mientras me hago a un lado...— Estaba enferma de ello.

—Nina...— Trabajó en pensamientos, en recuerdos, intentando imaginar quién había ocasionado antes tanto dolor a su querida princesa de cristal. — ¿Quién era esa persona?—

— ¿En verdad necesitas saberlo?— Rogaba porque no tuviera que mencionarlo.

—Empecemos por ser honestas entonces...— Erstin se cruzó de brazos y Nina supo que había perdido.

Suspiró intentando mantener la calma, decir aquello ahora le avergonzaba pues durante mucho tiempo fue como un oscuro secreto. —Era Natsuki, mi prima...—

Las pupilas temblorosas delataron la sorpresa de lo que no imaginó posible. Nina había gustado de dos personas en su vida y claramente el Doncel de Hielo fue una en la lista, la primera. Ella la segunda, ¿y quién diría que no se trataba de un desamor cuando Nina continuaba siendo tan devota a ella? Casi podía palpar sus tristezas, pues Kruger se había desposado con otra persona, y estuvo al menos otras dos veces comprometida con otras personas... —¿Cómo sabes que no la quieres todavía?—

—No puedes dejar de amar a una persona así como así, pero sí que puedes amarla de una forma diferente, me importa como familia, lo suficiente para no temer y enfrentar al Conde con la idea de retornarle la libertad, una que debe compartir junto a Shizuru y sus futuras hijas...— Fue todo lo firme que fuera necesario ser, incluso frunció el ceño. Notando sus expresiones buscó una vez más la serenidad. —Erstin, no son sus labios los que ansío besar, ni es en quien pienso cada noche soñando con la idea de su presencia en mi lecho al despertar...— Tenía ya la cara más que roja, pero sería directa para no dejar lugar a dudas. —...esa persona, eres tú—

Ahora era la rubia la que no podía pensar sin tener esa clase de imaginaciones, tan sonrojada que se quedó sin habla.

Kuga sonrió. —Supongo, que debes pensarlo... así que, sigo esperando— Abochornada por sus palabras, se apresuró a seguir su camino hacia el salón. Una parte dentro de sí, la más recatada, solicitaba una aclaración ligeramente menos carnal, cuando otro yo en sus pensamientos, consideraba precisa y sincera cada cosa dicha, porque en verdad lo deseaba.

Esa noche no lucía atuendos de gala, no era la fiesta típica de un noble, solo ostentaba una camisa blanca debajo de su chaleco marrón, pantalones negros de equitación, las amarras de su cinto y unas botas hasta las rodillas con placas de metal entre el empeine y los tobillos, tal y como acostumbraba para los entrenamientos. Se aproximó a la mesa de buffet más cercana haciendo algo de tiempo para que Erstin volviera a la fiesta, algunos minutos después la miró llegar de soslayo, tan sonrojada como cuando salió huyendo de su lado por la vergüenza.

Sonrió en el resguardo de sus cabellos, los que ocultaban la complicidad de aquel gesto. Se dió vuelta, aclaró la garganta, dio tres toques a su copa, señal suficiente para que la servidumbre de la casa Asakura sirviera los vasos de los reunidos con el líquido vino tinto y todos prestasen su atención. —Observo sus rostros y veo a los más formidables guerreros y guerreras de toda Windbloom, celebro con ustedes y de antemano doy gracias por el valor que enaltece hoy a cada hombre o mujer en esta sala— Guardó silencio un momento, contemplando cada expresión. —Veo amigos, familia... personas con las que orgullosamente pelearé codo a codo contra un mal que nos atañe a todos, pero ese día, será otro día...  hoy celebremos los lazos que nos unen... Salud—

Las bocas se saciaron del vino, los brindis se extendieron, pero la intervención de Nina no se había agotado. —Como muestra de mis agradecimientos, quisiera dar para ustedes una breve entonación... que espero no sean tan exigentes, pues hace un tiempo que no canto—

El hijo del señor Asakura, se aproximó raudo con una guitarra cítara en las manos y con algo que claramente había sido ensayado con el grupo argita allí asistente, un breve arpegio fue suficiente para comprobar que el instrumento estaba afinado y la habilidad de la intérprete aún memoraba en sus manos tiempos no tan distantes. Aquel pequeño sonar atrajo la atención incluso de los  más dispersos, atención de la buena y la mala sin que Sirene lo supiera. —La canción escogida, no podría ser otra... que una de amor y seguramente nunca ha sido escuchada, pues es de mi invención. Espero así sea de su gusto y quien se anime, declare su sentir, que me uno a quien lo necesite en esta noche de marfil— Con una pequeña venia previa, dispuso la apropiada posición y con cuidados movimientos, las cuerdas hizo vibrar en una tonada alegre que robó sonrisas a más de un par.

Si algunos ya estaban cautivados por aquella melodía que lejos de ser triste, estaba llena de esperanza, de una picaresca extraña y un movimiento que atraía, cuando los argitas añadieron efectos de percusión y flauta como coro, las palmas se alzaron con propia voz, mientras muchos brindaban de vuelta, de modo que nadie imaginó, que fuera posible escuchar un sonido más bello que la sinfonía anterior, y fue así que cuando la voz de Nina tan delicada como sublime se alzó en tonalidades de melifluo sonido, que algunas mandíbulas quisieron de sorpresa desencajar.



Dicen de ella, es diferente a las demás
No gusta de vestidos o su rostro maquillar
Pero no hay igual en su sensibilidad
Cuando un retrato ella puede dibujar



Nadie tuvo duda ni por un instante de a quién estaba dirigida aquella canción y su implícita declaración de amor. Krauss se cruzó de brazos con mal gesto, Taro quiso golpear a Nina, Kara quería matar a Erstin, y así un sinfín de emociones más. Ninguna interesaba porque para la joven Kruger, el concierto estaba dirigido solo a una persona, a la que miraba sin apartar la vista mientras su voz continuaba deleitando a todos en un mensaje sincero.


Pinceladas en su lienzo
Filigranas de silencio
En sus labios trazará

Con sus iris color cielo
Me hipnotiza su misterio
Como el hielo mis murallas
Se derriten sin cesar
Sin cesar… sin cesar



La rubia aludida apenas era capaz de sostenerse en pie, sabía que sus piernas fallarían a causa de los nervios que aquella pelinegra terca le ocasionaba. Ya fuera que lo hubiera tramado o no, la dejaba expuesta pues su expresión genuinamente enamorada, le daba la afirmación silenciosa que Nina buscaba.


Sus calladas miradas
Mi alma condenarán…
Sus calladas miradas
Mi alma condenarán…

Seré feliz si me apresas
Viviré al fin si te cautivo
Quiero ser de tus sonrisas
Un eterno motivo…


Kara quien veía perdidas todas sus oportunidades y esperanzas, no tardó en pensar una solución a su predicamento, entre susurros le habló a su amiga Shiori, quien con muy poco entendió mucho.


No puede ser sencillo...
Lo dice todo el mundo
Elige lo correcto.

Y nadie lo comprende
Pues eres mis latidos
El aliento en mi pecho
Sabes bien te pertenezco

Nadie dijo que sería... convencional
Pero es ella una dama... excepcional
Dicen de ella que no es ideal
Es un error que disculpo a los demás
Porque esa chica es perfecta para mí


Tomando aquel interludio, volvió a sonar con la tonada principal la guitarra, teniendo protagonismo la cítara y la flauta, relucía el estribillo musical, mientras Nina sonreía mirando a su querida Erstin. Krauss más que molesto por aquella sucia jugarreta era brevemente contenido por Alexei, sabían Christin y Alanis que el rubio bonachón había perdido ya esa contienda...

Sabes...

Quisiera ser la escultura que vas a restaurar...
Sé la gema incrustada en mi... corazón

Dicen de ella, es diferente a las demás
Corta es su cabellera, ella es una princesa
Aunque nadie lo vea.

Dicen de ella que no es ideal
Pero eres perfecta para mi
No me importa el pensamiento
No razono y ya no siento
Que el deber sea primero
Si de amor estoy hablando
Si eres tú a quien buscaba
Oh Dioses, que cerca de mí estabas.

Concluyó con un tenue eco de sonidos descendiendo hasta desaparecer en el espacio, muchos aplaudieron pues no era frecuente que un noble diera espectáculos semejantes a quienes están al nivel de un servil, una acción que le ganó a Nina unos cuantos partidarios. Algunos más alegres quizás por efecto del buen vino que cataban desde inicios de la fiesta se acercaron dando palmadas a la espalda de Nina, Sainoji tendió una botella, Sakomizu la recibió, una copa fue servida y la morena bebió de ella brindando con los antiguos sirvientes de la casa Fujino en Tsu.

—Es muy parecida a su prima…— Anunció Yamada, alegre por la valentía de Nina, cuando la de ojos magma lo único que quería era correr junto a Erstin, quien se reía un poco de sus circunstancias, ahora más que segura de los sentimientos de la dama.

—No puedo estar más de acuerdo— Añadió Sainoji, quien asentía al mismo tiempo con Tate.

—Chicos… si fuera posible, me gustaría…— No sabía cómo decirlo sin sonar descortés.

—No sean montoneros, es obvio con quiere estar en este momento… que vaya por un beso de la doncella amada— Esta vez fue Ankara el que subió los colores a las mejillas de Nina.

Le abrieron paso entre risas, no sin un brindis más de la botella de Sainoji Hyuga, el peliverde dio una última palmada alentadora a Nina quien se dirigió hacia la presencia de Erstin, más como era de esperar, otra persona le interceptó en el trayecto. Kara quien había seguido cada movimiento, apareció ‘de la nada’ con una sonrisa ‘inocente’. —No sabía que cantas tan bonito, Alteza. No imagino quién es la afortunada para merecer tan hermosas palabras de su boca— y Nina se sintió incómoda, por la forma en que la joven de verdes ojos relamió sus labios, intentó mirar a otra parte notando que ‘accidentalmente’ uno de los botones de Norihiro estaba desabrochado, dejando a la vista una considerable porción de su pecho.

—Gracias, Norihiro… es muy amable pero debo atend— No pudo ni concluir cuando un dedo en sus labios le silenciaba. Nina se apartó velozmente por lo inapropiado de ese contacto.

Claro que notó que Sirene no empleó su nombre como siempre, eran claras las líneas de distancia que buscaba establecer. —Bailemos y bebamos, solo una pieza y solo una copa… una sabe cuándo ha perdido la batalla— Dijo esto con más jovialidad, como quitando hierro al asunto. —Para alguien que comprende lo que es un amor no correspondido…— Añadió como sentencia final.

Claro que lo entendía. —Una copa y un baile… Norihiro—

Una enorme sonrisa se formó en la faz de Kara pero desapareció incluso más rápido que la que sería su futura pareja de baile, y de otras cosas. Pues una infame argita de piel morena literalmente arrastró a Nina a lo que era una especie de fila de bailarines improvisados, a la cual se unían más y más personas.

—No solo tú tienes trucos…— Oyó la voz de Erstin a su espalda. —Deja a mi mujer… tranquila—

— ¿Tuya?— Pese a que sabía ciertas las palabras, tenía en mente un par de consideraciones. —No veo una argolla en tu mano o en la suya y las cosas, no se acaban hasta que se acaban. Aun cuando dices que te pertenece, me da la impresión de que no estás dispuesta a llegar tan lejos— Erstin entrecerró los ojos, Kara decía aquellas cosas para hacerla sentir insegura. —Hablo de ‘esto y aquello’, querida, ¿o prefieres que te lo explique con muñecas?— Dejando las palabras en el aire, la castaña se apartó caminando como si tuviera la victoria entre las manos, mientras Erstin tensaba sus puños. Muy pocas personas habían colmado su paciencia, estaba segura que aquella servil estaba por demostrar su límite.

La de verde mirar observó a Nina, quien bailaba junto a Christin la danza del oasis en los términos de un argita, lo cual era bastante sugerente. Norihiro se preguntaba, ¿dónde había aprendido a moverse así? La idea de tomarla para sí incrementó a la par que apreciaba las caderas en movimiento con apenas un par de centímetros de distancia entre una y la otra al ritmo de tambores y flautas en aquel son apasionado; veía casi sedienta la camisa blanca adherirse a la piel bajo el chaleco, notando cómo gotas de sudor se extendían por la frente nívea en medio de aquel hipnótico danzar, sonrió y con un gesto de bien hecho, levantando su pulgar hacia su amiga, le hizo saber a Shiori, que su plan había funcionado, Nina ya delataba la fiebre de su brebaje.

Así bajo el influjo de la música y una distancia de los previos acontecimientos, la pelinegra ignorante de los planes que se cernían sobre ella, bailaba de igual a igual con la Srta. Litters. —Eres demasiado confiada, Alteza... creo que por eso te persigue una víbora de dos patas... hasta yo podría tomar ventaja de ti— Musitó Christin, deslizando su mano desde el hombro por la clavícula cubierta de la blanca tela de la camisa, hasta el pecho resguardado por el chaleco negro.

—No me siento amenazada por ti, Christin...— Anunció mientras tomaba la mano amenazante y aprovechaba para darle un giro a la morena.

—Entonces puedo sentirme ofendida si la danza del desierto no mueve en usted ninguna fibra—

— ¿Diría lo mismo de ti? A quien yo no causé la más mínima sensación con el baile que su alteza, Chie Harada me enseñó, ella podría molestarse si llegara a saberlo— Dramatizó un poco sobre la gravedad del asunto, pero sin perder una sonrisa. —Pues me considero una gran aprendiz—

— ¡Ja! Sabía que tenías que haberlo aprendido en alguna parte— Señaló acusadoramente con un tono divertido, pues la danza ya había concluido.

—Me declaro culpable— Se llevó la mano al pecho y como todo un caballero, realizó la venia acordada al final de cualquier baile.

—Eres… muy diferente a lo que yo pensaba, si hasta pareciera que no te divertías nunca. Para ser honesta te supuse un poco aburrida—

—Hay cosas que están reservadas a las personas que son especiales— Dicho esto observó a Erstin pero para su disgusto ella cruzaba unas palabras con Krauss, el hombre no se rendía ni porque su vida dependiera de ello. —Tu amigo es insistente— Tensó la mandíbula y frunció el ceño.

—Igual que usted… si se diera la ocasión de conocerlo, se llevarían bien pero sé que la presencia de Erstin se lo impide a los dos— Medió con gentileza, pues para los cuatro la tierna persona que había resultado ser la herrera, hacía que quisieran preservar aquella amistad más allá de los intereses románticos del rubio conocido.

— ¡Compórtate! Yamada…— Escucharon decir a una mujer muy próxima que se esmeraba por mantener a raya las inquietas manos de su pareja. —Vayamos a otra lado…— Dijo más bajo la señora, que esperaba complacer a su esposo en lugares más propicios.

Kuga estuvo por intervenir a favor de la señora, pero al ver que se marchaban de común acuerdo, considero no ser una intromisión mayor entre los casados. Notó en ese instante que situaciones semejantes se presentaban con otros de los estimados sirvientes cuya amistad trabaron con Natsuki durante su primera estancia en Tsu ¿Acaso había bebido tanto en su breve ausencia? No imaginó que el licor sacara el ser más libidinoso de aquellos hombres.

No hubo ocasión de pensar demasiado en ello, cuando vió en la puerta la presencia de personas que esperaba. —Con tu permiso… Christin, debo atender a cierta comitiva—

—Gracias por el baile, espero que se repita— Musitó dándole un pequeño golpe en el hombro a Nina con la camaradería de quienes han convivido durante años, pues en efecto la morena argita, llevaba varios años en las filas de la guardia de Fukka, pero solo hasta ese momento se abrían canales nuevos sobre los que cimentar columnas más fuertes para una probable amistad.

—Yo igualmente— Sonrió.

Con raudo paso la joven noble se apresuró a recibir a sus invitados, siendo estos la familia Fujino casi por completo, faltaba el señor de la casa pero en su nombre, Takumi acudía. Apoyada en el brazo derecho del buen mozo hijo mayor, la abuela Kaede sonreía, y en su izquierdo Mizue con una expresión más señorial se erguía prudente, si es que seguramente había acudido solo por tener bien vistos a sus hijos, a los que bajo ningún concepto dejaría asistir solos. Shizuru y Mai se acompañaban mutuamente a cada lado de la abuela Sanae, a quien Nina recibió con un beso en la mejilla.

—Estás un poco acalorada mi niña, ¿tienes fiebre?— Musitó la abuela Kuga mirando con extrañeza a su nieta y tomándole la temperatura con su palma en la frente.

Tomó entre las suyas la mano de su abuela, acariciándolas con gentil ternura. —He bailado antes una danza un tanto agitada… no te preocupes abuela— Prestó atención a las otras dos. –Gracias por cuidar de ella, estoy agradecida—

—No sabría decirte quién cuida de quién, Sanae ha provisto de unos cuantos remedios caseros a Shizuru y con ello las náuseas han cedido un poco, si miras bien se ve más respuesta— Informó Mai con una sonrisa, aquellos días la presencia de Sanae junto a Kaede formó lazos en verdad especiales, las dos abuelas cuidaban a los más jóvenes como si todos fueran nietos sin distinciones.

—Es motivo de alegría, sin duda. Sean bienvenidos, he apartado una mesa previamente para que estemos todos juntos…— Anunció guiando al grupo y asegurándose de ofrecer lo mejor que tenía para dar, sillas confortables, viandas y alimentos de la zona preparadas por cocineros contratados especialmente esa noche, bebidas sin límites ya fuera vino o té, jugo de frutos. Amplia variedad justamente para poder ofrecer a Shizuru aunque fuera por accidente, algún alimento que no ocasionara malestar en su ser.

—Te tomaste muchas molestias…— Shizuru se acercó a Nina y como ya era la costumbre, se dio un abrazo fraterno entre las dos, con la oportunidad de la proximidad dada la castaña preguntó en un susurro. — ¿Cómo salió el plan?—

—No quiero parecer confiada pero se ve prometedor, la canción le sonrojó de principio a fin y ahora no hay nadie que no sepa, que Erstin Ho es la persona por la que daría todo, sin dudar—

— ¿Entonces qué te retiene aquí?— Preguntó sinceramente la de ojos rubí, con los brazos enlazados en los antebrazos de Nina.

—No te dejaría sola…— Confesó, qué descortés sería como anfitriona abandonar a su más anhelada invitada.

—No estoy sola— Sonrió, efectivamente le acompañaba su familia y era por lo menos una forma de hacerle saber que la apoyaba. —Mañana será el inicio de unos cuantos días difíciles Nina y aunque no puedo esperar sabiendo que traerás de vuelta a mi Natsuki, también pienso en ti, así que toma la oportunidad para disfrutar este momento… que ella, te espera—

—Te lo agradezco, excúsame con los demás…—

Con determinación en sus pasos y semblante, fue al punto donde se encontraban los dos arios. —Es perfecto, es liviana como pluma… tiene un gran balance y es resistente, ya he roto unas cuantas rocas con ella… la llamaré Erstin, en honor de la herrera que la fabricó, la gran Erstin maza de Krauss— Intentaba halagar el hombre, pues para todos era sabido que por nombre se le ponía las armas el de una doncella que se considerara agraciada para el combatiente, como si esperara que su fiel maza le cuidara la espalda en el nombre de aquella por la que había sido nombrada.

—Disculpen que los interrumpa— Mencionó Kuga intentando disimular que el sonrojo en la cara de su pretendida, le diera un mensaje muy alentador al rubio Ealino. —Señorita, ¿me concede esta pieza?— Se inclinó refinadamente en perfecta postura. Como si Nina hubiera contado los segundos, el silencio fue interrumpido por una tonada más propia de Windbloom, el vals de las crisálidas en memoria de la mariposas. Pero Kuga no esperó ni un poco para tomar la mano de Erstin y ‘arrastrarla’ a la pista de baile, ante la impotencia de Krauss que no reaccionó con prontitud debida ante la oferta.

Una vez en el centro y en la compañía de otras parejas, Nina puso la mano en la cintura de Erstin y enlazando la otra con la de la rubia, comenzó a moverse al compás de la melodía. La sensación de proximidad entre las dos, era embriagante y cautivadora, el calor que manaba de la piel de Nina aplacaba por mucho el frío invernal de las corrientes que se filtraba en algunas ocasiones. —Tu silencio no es tranquilo— Susurró Erstin a la pelinegra muy cerca de su oído sin entender que aquello ocasionó a la morena un perturbador estremecimiento.

Apenas pudo responder. —No hay tranquilidad en la zozobra, aunque quisiera esconderlo mejor— Se abochornó. —“Y en este repentino calor que siento”— Pensó con extrañeza.

La había visto de lejos por tanto tiempo que ya sabía leer sus estados con sólo verla a los ojos. — ¿Sigues celándome con Krauss?—

— ¿No lo haces tú con Norihiro?— Touché...

—Ella te besó…— Anunció sin querer perder del todo aquel pequeño debate.

—Él te pidió matrimonio en mis narices y si fuera otra clase de tipo, tal vez ya lo habría intentado— Tenía que admitir que era un caballero, porque oportunidades no le habían faltado; Nina no imaginó que otras interpretaciones se darían.

— ¿Sugieres que yo se lo habría permitido?— Erstin frunció el ceño, pero no dejó de danzar con apenas sus antebrazos en contacto se ocupaban de hacer el paso doble en escala, antes de girar sin dejar de mirarse, para luego cambiar de mano y repetir el movimiento.

—No estoy diciendo eso… solo digo que— Tenía la sensación de que cualquier cosa que dijera sería usada en su contra y lejos de hacer caso al instinto prosiguió incapaz de mantener la calma, pues un extraño agobio comenzaba a subir desde su vientre hacia arriba. —Aunque lo hicieras, si… le permitieras besarte—

—Puedes ser idiota algunas veces— Reprochó Erstin con tono dolido, tomando la oportunidad en medio del baile para ocupar un par de giros con la guía de su acompañante.

Nina no concedió aquella evasiva por mucho tiempo, volvió a tomar la mano de Erstin y la atrajo para bailar a doble compás. Si no afirmas que aún eres mía… no tengo derecho a reprochar nada— Explicó intentando aclarar, es evidente que no se involucraría con una dama de cascos ligeros. —Ahora mismo puedes hacer lo que gustes y no podría ni siquiera refutarlo—

— ¿Por qué todo tiene que ser blanco o negro contigo? ¿No te he demostrado mi amor? ¿No he sido leal incluso en los instantes en los que tus pensamientos han flaqueado? ¿Sabes? Pude haberlo aceptado a él solo por desamor o por honrar a mi familia, por no quedarme sola como si eso fuera el peor de los castigos en el mundo. Pero siempre estás al principio de la lista y yo al final de la tuya— Puso alguna distancia entre las dos, continuando su baile.

—Erstin, no eres ni por asomo lo último para mí…— Tendió su mano esperando ser tomada por la de la joven Ho, ella no sabía lo que Nina sería capaz de hacer. —Si dices que me eliges a pesar de mis errores, di que camine por un abismo y lo haré sin dudar—

“Cambio de pareja” se oyó por la voz varonil de algún casanova y cuando parecía que sus manos volverían a encontrarse, otra más atrevida y ansiosa, casi empujó a Erstin a un lado tomando la que estaba tendida. La tonada se tornó particularmente atrevida y más movida de un momento a otro. Encontróse Nina con la mirada conocida de Shiori y no evitó fruncir el ceño. Erstin por su parte y tras casi tropezar a causa de la inadvertida intromisión se halló pronto abrigada por el fuerte agarre de Krauss, quien le miro sonriendo. —Ahora, baila conmigo—

Sin ocasión de afirmar a negar nada, la danza continuó con las dos jóvenes ocupadas por otras personas, pero Nina se negó a dar un paso más mientras veía a los rubios danzar, así se salió de la pista de baile a pesar de lo descortés que aquello sería con Nagano.

—Parece que la chica está interesada en otras cosas— Anunció con reproche en su tono mientras seguía a la morena. –Por otra parte, creí que solo querías divertirte Alteza, eso parecía cuando bailaste con Litters, entonces por qué a mí me niega lo que dio a manos llenas a una menos conocida—

Se cruzó de brazos apoyando la espalda en la pared y con el rostro develando su disgusto. —Solo me interesa una persona— Gruñó entre dientes, sintiendo las gotas deslizarse por su frente y aquel calor incrementar.

—Pero ella no parece interesada en usted… solamente— Añadió para generar zozobra.

Kuga miró de mala forma a la castaña de ojos café. — ¿Viniste a burlarte de mí? Además de truncarme…—

—No, aunque si por mí fuera le rompería la cara…—

— ¿Eh?— Eso no lo esperaba.

—Siempre pensando en esa chica, se olvida de quienes han sido leales a su casa más allá del tiempo—  Cruzada de brazos negó con la cabeza. —una copa y un baile, prometiendo cosas que no va a cumplir… usted es de lo peor—

—Kara…— Se sintió culpable de inmediato, la buscó con la mirada.

—Es mi amiga y ella odiaría que le hiciera daño a causa de lo que sabemos siente por usted— Anunció como si aquello le impidiera darle una paliza a Nina, aunque Nagano supiera que no podría vencerla lo insinuaba creíblemente. —Del mismo modo le pido que cumpla esta noche y desde mañana no se le acerque nunca más, no quiero verla llorar más por su causa… no más de lo necesario si lo que necesita es olvidarse de usted—

—Yo no he querido… hacerle daño— Cuando sabía lo que se sentía.

—Entonces haga lo que tenía convenido hacer— Shiori se aproximó a una mesa y sirvió un par de copas, las que le entregó a Nina. —Una copa, un baile y… luego acabe con esa ilusión—

Sonaba terrible, pero si eso era lo que tenía que hacer. — ¿Dónde está?—

—En el balcón del segundo piso, permítame le guío. — Sonrió con aquella mentira en los labios, mientras veía a su alteza caminar, sabía de antemano que esas copas no llegarían al final de su travesía y contaba con ello.

A medio camino, 2 de los 4 jinetes intervinieron con la excusa de aquel baile tan impetuoso, Alanis quien se movía graciosamente con Alexei como compañero de danza, se amplió un poco más de la cuenta en el momento en el que ‘casualmente’ giraba cerca de Nina, empujando las copas y su contenido. Kuga quien intentó evitar el estropicio se movió hacia atrás sin contar con un pie interpuesto que le haría tropezar; el líquido tinto se derramó sobre su cara y torso, deteniendo en el tiempo y la música todas las miradas sobre su desastrosa situación. Molesta en sobremanera se puso de pie sin aceptar la ayuda de nadie, encaminándose a un lugar donde pudiera limpiarse se perdió de la vista de quienes hacían las veces de custodios.

Shiori se cruzó de brazos sin siquiera preocuparse de acudir tras su alteza o recoger las copas como sí lo hicieron otros leales. —Gracias por su servicio— Dijo en voz audible mirando a Erstin. —Debiste afirmar en cuanto tuviste la oportunidad—

La rubia notó entonces que habían perdido de vista a Nina, entendiendo así que le daban una oportunidad de oro a Kara quien tampoco estaba visible en ningún lugar del salón. –No será del modo en que planearon— Reprochó antes de intentar ir tras Nina, cuando el brazo firme de Krauss la retuvo.

— ¿Es un extraño juego?— Cuestionó el rubio notando que no solo Erstin actuaba raro, también sus amigos los que consideraba muy honestos para juegos tan sucios como el que acababa de presenciar. —Son amigos y valoro su ayuda, pero no hagan esto nunca más. ¿Qué ganaría de ridiculizar a Sirene?— Negó con semblante molesto, claro que había notado las confabulaciones de Alanis, Christin y Alexei, pero sólo hasta el final en el peculiar interés de la Srta. Ho, notó que ella estaba involucrada.

Alexei abrió la boca sorprendido sin poder hablar, claro que no eran las acciones de un caballero y su amigo tenía derecho a estar enojado por lo que apuntaba una traición tácita de su parte. —No lo entenderás pronto Krauss y no tenemos tiempo— Se apresuró Alanis a correr en la dirección que había intuido fue su alteza. —Ve afuera, yo iré a los dormitorios— Ordenó Litters al peliazul, siendo obedecida de inmediato.

—No es una buena forma de vengarse de alguien que le interesa— El rubio soltó la mano de Erstin y se cruzó de brazos. —Sirene ha sido rival más honesta y afirmó quererle—

—Yo no me estoy vengando— Se quejó Erstin pensando qué camino tomar, la angustia no le dejaba pensar con calma.

—No hablo de esto— Señaló la humedad de vino en el suelo. —Si quiere a Sirene, lo entiendo… padre nunca dijo que amor fuera malo entre chicas, entonces no es malo. Pero quiere y no dice eso a quién interesa oírlo, entonces está vengando su honor previo... perdone si ama o ponga distancia, si no puede perdonar— Con su enorme mano revolvió los cortos cabellos de Erstin. —Sea feliz—

—Gracias Krauss, tú también— Murmuró antes de subir corriendo por las escaleras en busca de la habitación de Nina, rogando a los dioses encontrarla allí.

Ser feliz... eso era algo que se había estado negando a sí misma los más recientes días, porque no solo Nina sentía culpa por lo que pasó con Takeru, ella tenía alojada esa sensación muy dentro del pecho. Sin pensar que justamente eso, le estaba también impidiendo tomar la oportunidad que se daba de nuevo, ahora la idea de que la oportunidad le fuera arrebata de las manos, abría un abismo a sus pies que no estaba segura de cómo sortear.

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No supo en qué momento comenzaron a fallar sus reflejos, tal vez incluso antes de caerse en el salón, ahora se sentía sucia e incómoda, ese líquido sobre la piel no hacía más que incrementar el vértigo que al principio pensó se debía al alcohol, luego dedujo era la fragancia de algo adicional en el vino que se adhería a su piel. De este modo en su camino al cuarto de baño de la planta baja no se percató de la presencia de esa persona, sintió el agarre de una mano femenina y un tirón que la arrastraba al cuarto más próximo. Curiosamente no tuvo la fuerza para evitar el movimiento, pues las piernas apenas la sostenían…

Allí en medio de las sombras, con el aire faltándole a sus pulmones y un desagradable malestar, intentó ver a la persona que había forzado tanta proximidad, notando un verde felino en la mirada conocida de una mujer a la que le había prometido un baile y una copa, su rostro apenas iluminado por la lánguida luz de un par de mustias velas que alguien había ocupado para encontrar algo en aquella habitación de utilería. Sin embargo la forma en la que la gentil Kara le observaba era todo menos amable, estaba claramente enojada y cuando creyó que le vendría una bofetada, cerró los ojos esperando el golpe, pero lo siguiente que su piel sorprendentemente sensible sintió, fue la proximidad tibia de otra piel y la húmeda lengua de la joven lamiendo en su cuello el vino que antes le había caído encima. —Sabes… deliciosamente— Escuchó su voz en un tono que le estremeció de los pies a la cabeza sin que fuera su anhelo, esperaba que tan intensos deseos fueran despertados por otra mujer.

—Ka…Kara no— Alcanzó a decir casi sin voz, intentando quitarse de encima a la mujer, empujándola con su mano derecha.

—Que atrevida… Alteza— Dijo la castaña sosteniendo la muñeca vendada y manchada de vino, que se posaba sobre la completa extensión de su pecho, el que había tenido la astucia de no cubrir con un sostén de tela. —Siempre negando sus genuinos deseos—

—No...— Nina se sonrojó a más no poder, al percatarse del duro pezón bajo la palma de su mano, circunstancia por la que la quitó de inmediato. Jaló a Kara en el proceso, la mujer le resbaló encima, teniendo acceso a su cuello una vez más. La succión que luego se tornó en una mordida, lejos de hacer daño incendiaba sus instintos y necesidad, gemidos escapaban de su garganta mientras las gotas de sudor bajaban por su barbilla. Con una mano Kara le tapó la boca, con la otra desabrochó el chaleco y rasgó la camisa debajo, mientras con su rodilla en movimiento rozaba la entrepierna de Nina, haciéndole respingar.

Se abrazó fuerte y llevó sus manos a la espalda de la morena por debajo de la camisa, deshaciendo las amarras de las vendas que ocupaba para sostener a cubierto sus pechos, le arañó un par de veces en el proceso. Pero en cuanto logró deshacerse de aquel obstáculo, pudo apreciar el primoroso y respingado pecho de su alteza. Norihiro supo que había vencido, en cuanto las manos de Nina dejaron de moverse en oposición a sus acciones y la chica perdió la fuerza para sostenerse en pie, por lo que le costó un poco llevarla hasta un grupo de colchas y cobijas dispuestas en el suelo, dado el poco espacio es todo lo que pudo improvisar. No era el lugar idílico para tomar la virtud de una doncella, pero Kuga se lo había buscado con su intolerable resistir… y su absurda negativa.

Se acomodó sobre la morena sin siquiera preocuparse del líquido escarlata que brotaba por su nariz, no podía perder la oportunidad… así que se apresuró a desabrochar las cintas de su pantalón, mientras continuaba besando y mordiendo el cuello, la clavícula e incluso mecía su cadera sobre la de Nina quien apenas podía respirar. Norihiro no recordaba una reacción tan adversa, pues cuando intentó besar la boca de la joven, esta tenía un sabor metálico. Comenzó a temer que más de una copa le hubiera sido ofertada, porque podría no sobrevivir la noche para hacerse responsable de sus ‘indiscreciones’ y completar sus intenciones... — ¿Le parece si importuno un momento?— Oyó una voz cantarina al otro lado de la puerta.

Su espanto creció al escuchar el cerrojo romperse, pues al volver la mirada hacia atrás, la puerta se abrió sin que una mano mediara su apertura. Antes se hubiese sorprendido, ahora gracias al entrenamiento de los días pasados, podía ver con sus ojos la materialización física de la energía espiritual de una de la que solo sabía por rumores. La llamaron el demonio de ojos escarlata, claramente se trataba de la bella esposa de la Duquesa y un súbito temor le arrebató el habla al notar la ira que brotaba de su poder, con aquella tonalidad que la víctima bajo su regazo les había explicado, delataba enojo. Espíritu rojo... era algo que temer.

Una vez libre de la presencia de aquella ponzoñosa mujer, Shizuru se introdujo en el cuarto de utilería y encontró una vista desoladora de la persona que solo hace unos minutos sus brazos cobijaban en un fraterno gesto. Sin la certeza de saber cumplida en su totalidad aquella ignominia, se acercó y compuso lo más posible la dignidad de su amiga, abrochando los botones de su camisa y chaleco que aún podían ocupar sus funciones, con cuidado empleó en pañuelo para limpiar el sangrado nasal. Con tiernas cachetadas atrajo a Nina a un estado de consciencia en cuya mirada se notaba un delirio intenso, pese a ello al reconocerla la pelinegra sonrió. Ayudándole a ponerse de pie Shizuru soportó gran parte del peso, pues la morena con suerte caminaba... una vez en el pasillo, Takumi no tardó en reemplazar a su hermana, sólo que éste sí que contaba con la fuerza suficiente para alzar en brazos a la morena. Guiado por sus hermanas, llevó a Nina hasta la cocina, donde algunas de las sirvientas de la vieja casa Asakura preparaban paliativos de hierbas para los amigos de Tsu, que se encontraban tanto o más intoxicados que la joven noble. El mayor de los Fujino depositó cuidadosamente a Sirene sobre una mesa a la vista de una preocupada Sanae.

—Debí insistir sobre esa fiebre...— Se quejó la anciana abuela de la convaleciente joven, mientras sus manos acomodaban sus cabellos húmedos. —Hay mi Nina... ¿Por qué se ensaña el destino con nosotros?—

—No desespere ni pierda la Fe abuela... aún hay por hacer— Animó Mai, acariciando tiernamente el hombro de la mujer.

—Hora de despertar criatura— Anunció Kaede Fujino vaciando un cubo de agua fría sobre el rostro y torso de Nina.

— ¡Dioses!— Se levantó con exabrupto la pelinegra. —Que horrenda pesadilla...— Dijo con voz temblorosa, o eso pensaba hasta que vió las caras de los demás y dónde estaba.

La mujeres se miraron unas a otras sin saber que tan correcto sería develar la realidad cierta de aquellas dolosas acciones en la mano de una que tuvo la confianza de Nina.

—Iré a asegurarme que Akira no haya tomado demasiada justicia— Tenía la sensación que su joven prometida era capaz de matar por acciones tan viles como aquellas y no estaba seguro de mantener la serenidad una vez se dijera lo que hubo pasado.

— ¿Qué está pasando?— Cuestionó Kuga antes de tomar acciones, fundamentalmente porque todavía le costaba respirar, le dolía el pecho y el extraño calor retornaba poco a poco a su piel.

—Por ahora bebe esto— Le invitó la abuela Fujino que mantenía la suficiente calma para hacer lo que debía hacer, dado que Sanae contemplaba a su nieta con el llanto desbordando sus ojos. Mai y Shizuru entendían que la mujer había perdido a sus dos hijas, a sus yernos, una de sus nietas estaba a la merced de un terrible enemigo y solo Nina le quedaba en el mundo. Además estaba el hecho de que nadie preguntaría si efectivamente Kara Norihiro había logrado llevarse la virtud que se estaba reservando para la persona adecuada.

Sin más opciones y sabiendo más confiables las bebidas ofertadas por Kaede, tomó aquel té de hierbas, el cual después de un rato apaciguó las pulsaciones violentas de su corazón cediendo el dolor en el pecho. El temblor en sus manos y piernas disminuyó después de la segunda toma sin que desapareciera del todo pero al menos podía ponerse de pie y caminar, a su pesar la fiebre no atenuó ni siquiera con los paños húmedos que le posaron en la frente, ya ni decir de ciertas necesidades acuciantes cuyo cuerpo todavía experimentaba. Sabiendo lo imprudente que sería la proximidad de otras personas en momentos como los que corrían, coincidieron en que la morena fuese a su habitación y no saliera de ella hasta que los síntomas no desaparecieran del todo, motivo por el que Shizuru se ofreció a acompañarla.

Recordando sus propias experiencias con la flor de fuego, casi la había matado y le dejó a la merced de Tomoe Margueritte, de ella esperaba se estuviera refundiendo en alguna cárcel de Windbloom. Por lo que pronunció las palabras. —Ya pasó lo peor— Intentó acariciar el hombro de Nina, pero esta le evadió de inmediato.

—No confío en mí…— Explicó antes de que la pregunta surgiera. —Me descubrí sintiendo cosas que no quería sentir con la persona equivocada— Se detuvo un momento, intentando aferrarse de la pared para que el mundo dejara de moverse.

—Nina… no puedes controlar cada sensación del cuerpo, es imposible no sentir, ¿o es acaso que si alguien te rompe la nariz por pura fuerza de voluntad evitarías sentir dolor?— No estaba en su poder lo tenían claro las dos, pero la idea no le consolaba del todo en su pensamiento.

Shizuru le animó a lo largo del camino, no sin notar las miradas curiosas de otros que reconocía como el par que habían ocasionado la caída de Nina en el salón, fue clemente por cuanto no se aproximaron. Cuando al fin arribaron a la habitación le advirtió a la morena lo más evidente. —No abras la puerta... me parece que hoy eres susceptible y no es conveniente—

En cuanto la puerta se cerró, la castaña suspiró profundamente... Kara había interrumpido sus anhelos, por cuanto de la mano de Nina la solución a su predicamento se aplazaría en la convalecencia de los miembros de la escuadra y más que eso, del malestar de la propia Nina. —Natsuki... ¿Cuánto más será el tiempo que pase antes de verte una vez más?— Le reprochó al silencio, con el corazón como siempre inquieto a las circunstancias.

Así cuando iba a las escaleras vio un rostro conocido, una mirada celeste como el cielo despejado, una pálida piel y los cabellos rubios revueltos. Erstin iba a pasar corriendo por ahí casi sin siquiera tomarse la molestia de saludar, pero el brazo extendido de Shizuru detuvo sus intenciones, motivo por el que la Ho frunció el ceño.

—No es prudente...— Musitó la castaña encinta. —Algunas cosas no tienen retorno... déjale ser esta noche y será quien conoces mañana—

Erstin tensó la mandíbula. — ¿Acaso el amor se trata de ver solo las mejores partes de una persona? Presumes por mí que no me gustará lo que voy a ver... si la incertidumbre es más mortífera y odio cada segundo lejos de ella—

—Nunca olvides estas palabras que me has dicho, necesitarás esa valentía más veces en el futuro— Bajó el brazo cediendo el paso y continuó su camino, una sonrisa en sus labios y sus pensamientos divertidos, ‘cada historia es diferente’, pensó.

Erstin llegó a la puerta y la forzó con un par de ganzúas bajo la atenta mirada de Alanis, quien la había seguido como una sombra y en silencio, a ella se unió uno de cabello azulino, el joven Snow. Ambos contemplaron cuando la rubia se perdió en las aparentes sombras al otro lado, dejando a la vista la puerta cerrarse tras de sí. El de mirada rojiza se cruzó de brazos. —No es apropiado— Sentía que no debía dejarlas a solas en el actual estado de Lord Sirene de Neptuno.

—No es tu elección o la mía, entre mujeres las cosas son de otro calibre—

— ¿Cómo lo sabes?—

—Christin...—

— ¿Christin?— Sus ojos se abrieron. —Tú y ella...— Masculló entre dientes. Vio sus esperanzas muertas, motivo por el que decidió dar la media vuelta. —Cuida de ella por nosotros, yo me aseguraré de que Krauss no venga por aquí—

—Cla... claro— La pelinegra miró a su compañero de batallas partir sin entender del todo lo áspero que Alexei sonó al final. Negó con la cabeza mientras se cruzaba de brazos a un lado de la puerta de la habitación de Nina Kuga Kruger, esperaba de alguna manera que su amiga saliera de allí pronto.

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Gotas de sudor caían desde su barbilla al infinito abismo que ocupaba el espacio entre su rostro y el suelo de madera. La mirada turbia y hasta perdida delataba destellos de locura, con un extraño brillo de lujuria que podía apreciar incluso entre las hendiduras de la mano vendada. Veía los detalles con la tenue luz de un candelabro adherido firmemente a una colgadera en la cabecera de la cama. La vista de sus ropas anunciaba lo suficiente, sobre los momentos transcurridos, la manga rota, los bordes desfajados, el cinturón a medio poner. La mancha de vino arruinando la blanca prenda y los botones desprendidos. Un amargo sabor a bilis se sintió en su boca ante las imaginaciones que tenían lugar y es que cuando se aproximó a la morena, vio en su cuello una de varias mordidas cruentas ¿Acaso habían llegado hasta el final? Se detuvo a unos pocos pasos de ella.

Observó el chaleco tirado en el suelo, pues al parecer Kuga estaba intentando deshacerse de las prendas estorbosas. Nina retiró la mano de su rostro, dejando ver que sangraba un poco por la nariz. La humedad de la tela mantenía a raya el calor que brotaba de su piel, pero no sus deseos silenciosos, incrementados por la presencia de la mujer que amaba. Saben los dioses que jamás la miró de una forma tan indecente, porque entonces se dió cuenta que adoraba el vestido en cuyo pecho se ceñía la tela azul bajo el mandil blanco, y las piernas que graciosamente se exponían bajo el vuelo de la falda, siendo cubiertos sus pies por un par de botas marrones, la delicada cintura bajo el cinto de cuero marrón, alzó la mirada sobre el rostro adorado, miró los labios que conocía y anhelaba probar una vez más.

—Creo que voy a morir con los fuertes latidos de mi corazón en cada momento de contemplarte— Le costaba incluso respirar, su mano vendada estrangulaba la tela casi translúcida sobre su pecho, notando los iris aguamarina que debajo de la prenda la piel desnuda del respingado pecho de la pelinegra se apreciaba exquisito.

Se sintió culpable ante la idea de querer pasar su lengua sobre ellos. Con la mano cerrada en un puño cubrió sus labios antes de desviar la mirada y sonrojarse violentamente. —No solo, tú...—

Los dedos de Nina sobre su barbilla le obligaron a verla. ¿En qué momento se aproximó tanto? Sus labios robaron los de la rubia sin permiso ni ceremonia, el tacto tan sediento como nunca se había dado le fue imposible rechazarlo, sintió sus dientes en el inferior en una mordida que sin hacerle daño estremeció deseos ocultos en la cuna de sus piernas. La piel húmeda y caliente del torso de la joven noble se abrazó a la suya mojando poco a poco su vestido, mientras Nina introducía la lengua en su boca entre los respiros que urgentemente ocupaba la nieta de Christoph.

—Se mía… solo mía— Susurró en el oído de Erstin, antes de presionar con sus labios el lóbulo de su oreja, moviendo paso a paso a la rubia, hasta que su espalda sintió la pared y dio gracias por el soporte, porque le costaba sostenerse en pie, ya que sus piernas temblaban y una acuciante necesidad en su centro comenzaba a nublar el pensamiento. Con esa boca recorriendo su cuello entre besos y esas manos acariciándole los hombros, luego las hormas de su pecho hasta llegar a su cintura para retirar el cinturón, tragó saliva levantando la barbilla para que su apasionada amante pudiera servirse mejor de ella. — ¿Cuál... cuál es... tu respuesta?— Cuestionó con el tono más claro, como si cada caricia curara la fiebre infernal que la agobiaba, Nina bajó la mirada sobre el anhelado seno de Erstin, el frío, lo húmedo o lo tibio le daba a sus ojos de magma el placer de contemplar incluso sobre el vestido adherido a ella, las erectas coronas de sus suaves y sensibles pináculos. Sin demora atrapó uno entre sus labios sobre la tela que poco o nada podía hacer para proteger a la herrera de los atrevimientos de su ex prometida… con la mano izquierda sujetó el otro acariciando con el pulgar y el índice mientras el resto de su anatomía presionaba a la rubia contra la pared en un inclemente movimiento que incendiaba su libido sin piedad.

Un jadeo y un largo suspiro llegaron por respuesta. Estaba segura de no haber bebido una copa de aquel ponzoñoso elixir que abrumaba el juicio de Nina, pero las sensaciones que su ardiente proximidad le ocasionaba, sin duda, se sentían muy parecido. —Soy… soy solo tuya— Anunció sin vergüenza, sujetando las mejillas de su amada y tomando esta vez por su cuenta su boca en un beso tan intenso, cuyo tacto prohibido hacía que sus caderas se friccionaran en inconsciente anhelo.

Con sus labios unidos, sus lenguas jugando a conocerse sin censura, Nina deslizó su mano derecha bajo la falda de Erstin y con sus dedos acarició la entrepierna, notando la creciente humedad sobre la tela y el estremecimiento de la doncella en sus brazos, comprendió cuán vil sería detenerse pero odiaba tanto las prendas entre las dos. Con su índice y medio en circulares movimientos, exploró los labios mayores hasta sentir una turgencia suave y sensible en medio, una que al más mínimo roce arrancaba un gemido de placer a su adorada. Sonrió mirando a la dama, deteniendo sus atrevidos deslices… entonces dijo con voz tanto grave como sensual una simple orden. —Quítate… el vestido— Sin contemplaciones con su propia indumentaria, desgarró a la mitad la camisa húmeda, la deslizó fuera de sus brazos hasta dejar a la vista de Erstin el torso por entero desnudo, la cual era una vista por demás incitadora.

Aquellos instantes le dieron a Erstin el aire para comprender qué era lo que estaba pasando. Iba a tirar por la borda los ideales arraigados en sus principios a cambio de ese momento sublime con la mujer cuyos ojos de fuego estaban incendiados por su presencia, cuando la definición perfecta de su figura y su entrega, era lo que más quería. Pero allí estaba el pensamiento, sobre lo incorrecto que era… Negó con la cabeza, idioteces. Con manos temblorosas se esmeró en deshacer el nudo del mandil blanco sin lograrlo… ¿Por qué estaba tan nerviosa? No coordinaba movimientos. “—…Aun cuando dices que te pertenece, me da la impresión de que no estás dispuesta a llegar tan lejos—” Casi le pareció escuchar la voz de Kara burlándose de su cobardía. Tensó la mandíbula, Nina era su persona correcta… ¿A quién le importaba que no fuera en su noche de bodas o algo por el estilo? “A ella”, le oyó decir a su consciencia. Se quitó el mandil de un jalón mientras pensaba si no estaba haciendo lo mismo que Kara, tomar ventaja de ella mientras no se podía controlar…

Su tiempo pasaba en silencio y Kuga dio un paso atrás con una mueca que exponía inquietud… luego entendimiento, estiró su mano y con ella acarició la ahora fría mejilla de la joven aria, una que pudo sentir su propio aroma, sonrojarse, recibir un beso más tierno. Luego escuchó un susurro incluso más claro que la orden anterior. —Lo he deseado… te he deseado cada día Erstin, esto es por ti— Tomó con la izquierda la muñeca derecha de Erstin y la atrajo sobre su pecho, en el que se podían sentir las pulsaciones galopantes de su corazón. —Si no lo deseas… no te quites… el vestido— Llevando la palma de la mano de su querida herrera cerca de su rostro cerró los ojos apreciando sensorialmente su contacto a la altura de la mejilla, besó suavemente cada dedo con la calma de la que carecía y abrió los ojos una vez más, antes de darle un beso a su envés con toda caballerosidad, aunque desistir le consumiera torturadoramente por dentro.

Por los dioses, sintió una descarga lúbrica con esa mirada llena de un deseo insaciable. Esos labios que dicen lo contrario a lo que se anhela solo por amor, entonces era un mutuo deseo. Sonrió con un brillo enamorado en su celeste mirar y llevó su mano sobre los botones de su vestido, los que estaban en la parte posterior y antes cubría al mandil, odió de inmediato la prenda porque parecía haber mil botones ahí.

Con la intuición de complacer a la bella mujer frente a ella tras la tácita afirmación, rasgó la venda de su mano hasta dejar expuesta la piel, en sus nudillos algún cardenal delataba el perjuicio recibido por golpear la dura cara de Krauss y si lo supiera el Ealino, que ahora esa misma mano alcanzaría parajes cuyos sueños más dulces no imaginaron jamás. Sonrió acercándose, posó sus rodillas en el suelo, miró desde su nueva altura a Erstin y esta le observó confundida. Nina deslizó las dos manos desde sus rodillas hacia arriba por la parte interna del muslo, estremeciendo a su amada en el acto.  Levantó la falda que aún interfería en sus planes, por lo que atrevidamente y bajo la prenda, retiró la ropa interior ayudando a la rubia con el movimiento de cada pierna, hasta que la expuesta intimidad quedó a su alcance, de inmediato deslizó sus dedos en la proximidad de aquel tímido botón, cuyo curioso roce atraía gemidos de la boca de la bella Ho. Incapaz de esperar más, alzó su barbilla y con su lengua tímida al principio acarició aquel nódulo de goce, primero y como si bebiera de un oasis, movió su lengua encontrando en cada movimiento y presión un estremecimiento diferente, un jadeo, un gemido.

Erstin se libró del vestido quedando por entero desnuda, pero ya no podía estar de pie debido a los vigorosos movimientos de la lengua de Nina, motivo por el que ésta acomodó las piernas sobre sus hombros, sintió las manos de Erstin sobre su cabeza y su espalda reclinarse contra la pared, sus muslos se abrieron más dejándola incluso más expuesta, así que sumergió la punta de su lengua en aquella virginal entrada, realizó esta acción una y otra vez, antes de atender nuevamente el botón abandonado y reemplazando su lengua por sus dedos, penetró lenta y profundamente la suave intimidad, llevándose consigo la ocasión primera de la bella herrera. La duquesa se esmeró en penetrarla gentilmente al inicio, mientras se acoplaba a su intromisión, luego con más y más rapidez ante los movimientos ansiosos de aquella cadera cuyo sexo solicitaba estar más y más profundamente unida a su amante, mientras lo suplicaba con su nombre en los labios… y así fue hasta sentir el más intenso estremecimiento seguido de un tibio cristalino en su boca. Un gritillo de placer resonó en la habitación mientras el primer clímax de la noche nacía en la voz de la querida Erstin con la sublimación de su amor dado a la mujer que amaría siempre…  Los jadeos de la dama, la tibieza de su piel, el temblor de sus piernas cuando bajó de sus hombros, la abrazó y la besó dejándole conocer su propio sabor.

— ¿Dónde… aprendiste eso?— Cuestionó intentando recuperar el aliento, mientras sus brazos se aferraban al cuello de aquella mujer de ojos magma.

Kuga la sostuvo por los brazos y piernas, alejándose de su posición en el suelo, una vez de pie, caminó lentamente hacia la cama y la depositó en ella. –Lo pensé al ver lo sensible de ese hermoso lugar—

La aguamarina se sonrojó enormemente, nunca había percibido tal sensación de placidez y completitud… aunque también era como sentir que Nina aún estaba dentro de ella.

Con las manos sobre su cinturón, preguntó. — ¿Puedo… tenerte un poco más?—

—Por… favor…— Se sonrojó un poco más. —Ahora puedo yo tocarte a ti—

—Te pertenezco ¿Qué no lo sabes?— Kuga sonrió con esa expresión que enamoraría a cualquiera que la contemplara. Se apresuró a deshacerse del pantalón y quedar en igualdad, aún tenía tanta tensión contenida en su piel.

Con movimientos tan delicados y femeninos que hipnotizarían a quien mirara, se movió casi felinamente sobre la cama, luego sobre la deseada rubia hasta quedar a su altura. La morena abrió sus piernas alrededor de la cadera de Erstin y posó las rodillas a cada lado, exponiendo la humedad de su entrepierna. —Toma cada fragmento de mí… y haz… hazme una de tus esculturas— Con su boca sobre la de la abrumada rubia, un beso como el primero tuvo lugar, salvo que esta vez las manos de Erstin tenían para sí la expuesta piel de su amada pelinegra, su boca bajó sobre su barbilla, su cuello, lamió con gentileza allí donde había sido lastimada, con el anhelo de sanar aquellas marcas, quería como nada en el mundo borrar cada tristeza de ese corazón cristalino. Sus besos bajaron hasta su pecho, el cual acarició con la punta de su lengua, tal cual lo hubo anhelado desde el momento de verlos. Con su mano izquierda sostuvo la espalda de Nina, quien amenazaba con desmayar en medio de sus jadeos, con la otra más hábil, se deslizó por los delicados pliegues de la morena hasta dar con una humedad que recubría toda la zona. Sintió complacida los envites inconscientes de las caderas de Nina sobre el espacio entre sus íntimos lugares, deslizando sus dedos con lúbricos cristalinos, apreció con sumo placer todas y cada una de las reacciones de su amada. Con el roce cada vez más seguro y atrevido, rozó la entrada de lo que consideraba un santuario, ante la caricia única Nina se abrazó a ella fuertemente entregándose sin reservas…

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Tomó asiento, cansada en extremo. Estaba hecho… pero no llegaba la calma que debería, a pesar del éxito de su venganza, de tener lo que se supone había anhelado durante aquellos largos años, sentía un vacío incluso más hondo que al principio. Le consolaba ante la duda que con sus acciones había librado a Sherezade de las amenazas de Nagi, entonces nada más importaba, se decía una y otra vez, con sabor a poco, con ansias de paz, una que tenía la certeza, jamás llegaría. Había perdido y desecho el amor primero, aquel que nace de la forma más pura, y había burlado, desdeñado el amor pasional, aquel que nace después de la lujuria, entonces ya no tenía nada. Posó su mano sobre la venda que ocupó por urgencia, dolía la herida que aquella mujer bestia le provocó por defender los retazos faltantes de su alma. ¿Por qué no le mató? ¿Falló en verdad? Era una posibilidad, fue la razón de emplear aquellas sustancias. Conocía el riesgo de su actuar, era justamente lo que más temía Nagi para sí, morir en medio del desenfreno empalado por una estalactita de hielo, del tamaño de un poste.

Observó en silencio a su víctima, Natsuki había caído inconsciente por efecto de las sustancias después de pasadas dos horas desde que su pesadilla tuvo principio, la había deshumanizado lo más posible, la hizo carne y se sirvió de ese plato hasta el hastío. Mas descubrióse muy a su pesar, que al final ya no la castigaba, ya no buscaba su placer a través del dolor, en el último instante... la había amado en silencio, una sola vez, la primera y la última ocasión, quizás intentando hacer y deshacer la única cosa inconclusa en su existencia. Pero esos ojos de la más bella esmeralda ya no podían ni exponer gentileza, la oscuridad más siniestra, la locura más intensa se alojó en su rostro... vio todo, menos el amor que había palpado en cada cosa de ella tantos años atrás y así el vacío creció, como el abismo que había creado a sangre y cal, entre las dos.

Observó la espalda que su boca recorrió, como si posar los labios sobre cada herida deseando que el contacto las hubiera sanado fuera una súplica de perdón, una que no diría nunca en voz alta. Era agobio y tortura ver su espalda, allí donde el látigo de Hideki había cortado la piel antes blanca y tersa, veía a través de las hendiduras de sus dedos, tensa su mano estrechando el propio rostro… veía aquel extraño tatuaje de rosa, desfigurado como un lienzo al cual las zarpas de un animal desgarraron, y la flor que guardaba, con espinas tan negras como el ébano, las hojas rotas y los pétalos marchitos de un color azul turquesa, ahora resultaba ser una forma ligeramente desdibujada debajo de las cicatrices. “¿No era una rosa roja?” pensó, aunque nada con los Kruger fuera normal, ¿un tatuaje cambiando de forma y color? Era un tanto particular.

—Hice lo que tenía que hacer…— Murmuró levantándose para usar sus ropas más frecuentes, no quería verse, ni verla desnuda a ella al despertar, así que puso vestiduras masculinas de su talla, e incluso botas a su disposición.

Era un gesto, mínimo, pero era un gesto. Sin embargo, la culpa, estaba allí, sintiéndose y arruinándolo todo. El eco de un yo más joven y distante en sus recuerdos, le reprochaba por el amor que ella misma había sentido un día. Fue junto a la mesa, tomó la bolsa púrpura y de ésta extrajo un paño de celeste color, al abrirlo, en él encontró un pañuelo bordado y dos piedras preciosas, las puso a la vista en la mesa de noche sabiendo que sería imposible para Natsuki el no verlas, si es que ocupaba las ropas para cubrirse.

Fue hasta la ventana, con un temblor en todo el cuerpo, efecto seguro del brebaje que por accidente se filtró en su mano, al ver a través del vidrio la nieve, el llanto comenzó a fluir por sus mejillas, pero no se permitió dejar salir ni un gemido. La nieve… tan blanca, le recordaba así la ocasión en la que el destino le permitió ver el rostro, la figura oculta de aquella cara que le maldijo hace tiempo.

——
Las cosas no volvieron a ser las mismas después de la declaración de Natsuki, se distanciaron irremediablemente. Estaba frustrada, porque no pudo dar una respuesta y es que ¿cómo podía responder algo que ella misma ignoraba? Por más que ocupó su mente en resolver aquel enigma, sus emociones acerca de aquella entrañable amiga no encajaban en la idea del amor mismo que tantas lecturas de historias y poemas, le habían dejado, pero tampoco estaba segura de no sentir nada.  La presión incrementó cuando y en menos de un mes, comenzaron a recibir visitas de algunas doncellas de lejanos lugares de Windbloom, pues seguro era que si solicitaba esposa alguien cuya categoría era del mismo nivel de un príncipe que estaba solo a dos personas de la sucesión del trono, serían muchas las familias interesadas.

Mas raudas volvían sobre sus pasos ellas y sus distinguidos padres, al notar que no se trataba de un príncipe justamente, y si es que calzar los zapatos de una princesa había tentado por riqueza y poder a muchos, la siguiente figuración, la del monstruo que ocultaba la máscara, las garras y colmillos que ocupaba la Kruger, desalentaba incluso a los más avaros, cuando el género importunaba a otros tantos por la imposibilidad en su haber de llegar a tener nietos.

Vió en cada situación el martirio en la mirada esmeralda, odiaba pasarse por allí en cada ocasión que alguna interesada se aparecía finamente ataviada, pues algunas olvidando protocolos, se habían referido a Natsuki, como “esa cosa”, “esa bestia” y por qué no, que un grito agudo de espanto al verla podía ser más injurioso que aquellos altisonantes por sí solos. Cuando pensó, que desistirían de tan absurda empresa ante las numerosas negativas y humillaciones recibidas, una dama entre las candidatas afirmaba no estar interesada en la riqueza, en el género de Natsuki o incluso en la máscara, se casaría sin cuestionamientos. Aquella doncella resultaba ser Chie Harada, nada menos que la princesa de Argos, cosa que le puso los pelos de punta.

Comprendió por vez primera el sentimiento que nace de los celos, una ira apenas contenida por su orgullo, tan odioso e incómodo era verles pasear por los jardines hablando de saben los dioses qué tonterías, pues no recordaba que Natsuki se riera con otra persona que no fuera ella o Nina, y la pelinegra de ojos magma que era amada como a una hermana, no representaba amenaza alguna a su amistad, o tal vez se había acostumbrado a compartir su afecto solo con ella.

Indignada por la prontitud con la que Natsuki había logrado superar su tácito rechazo, no hizo otra cosa que apartarse y buscar cualquier excusa para no cruzarse con ella en lo más mínimo, dejó de asistir a las cenas familiares y a las clases conjuntas que compartían, comenzó a salir más del castillo ocupándose de hacer cada vez más de las labores de Lana con la excusa de dar algo de reposo a su madre. Nao tomaba cada oportunidad para ‘vagar’ por el pueblo, encontrándose con sus hermanos y era Haruhi con la que más coincidía. La boda de la mayor era sin duda la oportunidad de unir más a las dos muchachas, pues la castaña de verde mirar solicitó su ayuda y la pelirroja no pudo negarse, así que cuando terminaba sus tareas remitía a los siervos con las compras hacia el castillo, prometiendo marchar a casa antes del atardecer, cuando los leales le miraban con algún reproche. Pagar un cochero era uno de los lujos que podía permitirse, dado que los Kruger eran generosos, incluso como si fuera la tercera hija de Lord Takeru y la señora hada.

Así que estaban en la panadería, las dos mujeres escogiendo el sabor del pastel de bodas cuando la graciosa voz de la Sugiura expuso un anhelo que había contemplado desde algunas semanas atrás. —Sé mi madrina…—

Nao agradeció no tener la cuchara llena de pastel en la boca, pues hubiera tirado por la borda todos los modales y la etiqueta aprendidas en apenas un segundo. —Estaría encantada— Musitó al principio feliz, luego más cautelosa preguntó. —Pero ¿quieres que Harumi me eche a patadas?—

Haruhi sonrió. —No puede por protocolo y decoro reprochar, es más, dudo que pueda reconocerte…—

—No he cambiado tanto… Haru— Comenzaba a sentirse abochornada.

—Cumples 14 en pocos días… y ya tienes la gracia de una doncella casadera, la elegancia de una señorita de noble casta, vistes como una… mamá no sospecharía ni en un centenar de años que eres tú, pero si tanto temes, puedes decir que tienes otro apellido… inventa uno— Le animó dando pronto solución al predicamento.

Con un brillo alegre en la mirada, respondió de inmediato. —Julieth… seré Nao Julieth—

—Hermoso nombre, cualquiera diría que lo tenías preparado— Haruhi le guiño el ojo sin dejar de sonreír.

—No en realidad, es un nombre que me pareció hermoso, lo leí en un libro… aun si la historia fue un poco trágica, no pude sacarme el nombre de aquella chica de la mente—

—Por la diosa, eres una señorita en toda regla… seguro que asistes a muchas fiestas—

—No tantas como piensas… solo he estado en una fiesta, fue en el cumpleaños de…— y se detuvo al notar que sería muy complicado explicarle los detalles a Haruhi, la historia de Natsuki era por demás complicada de entender. —… del joven duque…—

— ¿Cuál duque?— Alguien con tal título nobiliario, seguramente sería conocido, pero no había en todo Fukka quien tuviera tal jerarquía, salvo por…

—Kruger…—

—Oh… tu sombrío benefactor—

—Su hijo— Mintió y por ello un sonrojo emergió en su rostro.

—Ja… te gusta el principito— Era una mezcla de desdén y broma. Los Kruger no eran muy estimados en Fukka, por el misticismo lúgubre que los rodeaba y las viejas leyendas que contaban los mayores.

Intentó no atender la expresión o el tono de voz de Haruhi. —No me gusta… no es… agraciado— Otra mentira, no estaba segura de qué escondía Natsuki bajo la máscara, por más que hablara de un monstruo de cuentos de horror, su barbilla y su boca eran… lindas.

—No parece importar demasiado… algún encanto tendrá—

El calor repentino que le había causado el pensamiento, le hizo sentir de lo más tonta. —De cualquier modo eso no importa Haru… va a casarse con la princesa del país vecino, de Argos—

—No es una justa competencia…— Golpeó la palma de su mano, cualquiera que supiera de la aristocracia, estaba claro que el joven Duque preferiría a una princesa de una nación que a una simple servil.

— ¡Es un idiota!— Reprochó Yuuki con algo de enfado. —Si no planeaba luchar por mi afecto, no tenía que decir esas palabras tan dulces, ni portarse tan caballerosamente todo el tiempo... no tenía que verme de esa forma o hacerme creer que no mentía, porque parecía tan dolid...o, si no me dió oportunidad de dar una respuesta. Eso es jugar sucio ¿sabías?— Casi bufó felinamente. —Obligarme a pensar todo el tiempo en su nombre— Negaba molesta.

—Oh... espera… espera... ¿Se te declaró?— Nao apenas asintió. —Ja, en serio te gusta un montón—

— ¿Que tonterías dices? Claro que no...—

—Hermana, nunca te he visto ni medianamente interesada en nadie, ahora incluso estás celosa de esa joven argita—

—Jamás— Era orgullosa, ineludiblemente.

—Está bien... no quiero arruinar el momento, mejor dime que sí... ¿Si? ¿Si serás mi madrina?— y con semejante mohín sería imposible decir que no. La castaña le tendió otra muestra de torta, una conocida como el terciopelo rojo.

—Sí...— Sonrió. — ¡Estaba delicioso!— Con esto alegró de inmediato al señor Kurth, el mejor de toda Fukka y sus alrededores.

Haruhi tomó alguna distancia y con una sonrisa pícara en los labios continuó alejándose. —Si quieres yo podría ser tu madrina en tu boda... con el principito— Remató antes de apresurarse a escapar de su abochornada hermana menor.

Aquella bromista y feliz tarde no la olvidaría jamás. Se había sentido como volver a los años en que no estaban separadas ni importaba quién era su padre, comieron mucho pastel y su hermana le habló del que sería su esposo, al parecer era un buen hombre y eso le aliviaba. Pasaron las horas tan rápido que las nubes en arrebol aparecieron en el cielo sin que la pelirroja prestase atención y cuando las sombras azulinas se apoderaron de los espacios, supo con certeza que tendría problemas en casa.

Casi como atraer con el pensamiento el albur, una extraña corriente de aire gélido se extendió en el aire, la temperatura bajó tan rápido en medio de aquel suceso que las dos debieron refugiarse en la pastelería, el dueño, cerró con tranca las puertas, aseguró las ventanas e invitó a sus refugiados a acurrucarse junto a la chimenea, donde el fuego palidecía en comparación con el frío que arreciaba con el paso de los minutos. El zumbido del aire, sumado al graznar de un ave, cuyo eco resonaba por todas partes espantaba hasta al más valiente y solo después de lo que fueron eternas horas de zozobra llenas de silencios o abruptos ruidos de destrozo, sacudidas y temblores, llegó la calma junto con el tibio sol de la mañana. Aun así temerosos, aguardaron…

En cuanto se vieron libres, y se abrieron las puertas del pastelero Kurth, abrumadas las hijas de Genji, contemplaron un paraje inimaginable en la estación primaveral que corría, pues las fuentes congeladas, así como la nieve en todo lugar visible confundiría y convencería al más audaz de hallarse en invierno. Así el sonido de la tragedia se escuchó pronto, pues aquellos que lograron refugiarse pensaron de inmediato en sus seres queridos o sus pocas posesiones, las que en muchos casos perdieron por partida doble. Nao y Haruhi no fueron diferentes, en su paso de camino a la casa Sugiura, la pelirroja encontróse con un número considerable de soldados de la guardia de la familia de Natsuki, algunos heridos y maltrechos, los aliviados, ayudando a los heridos o levantando escombros, el desastre había alcanzado a todos sin distinguir castas, pero estaba segura que habrían fallecido más los de casa humilde, por la falta de soporte para sostener sus estructuras.

La Yuuki acompañó a su hermana a la casa de sus padres y no se preocupó del frío que sentía, pues bien tenía alguna practicidad la ropa femenina, dado que bajo tantas prendas y con el uso de sus botas de cuero, no sintió el frío durante un buen rato. Para su suerte, cuando arribaron, Harumi estaba más preocupada por el bienestar de su hija que por la curiosa acompañante que llevaba y después de unas cuantas presentaciones, además de las obvias explicaciones sobre donde guarecieron aquella tormenta nocturna, en las cuales Julieth nació socialmente, la señora Di’ Sugiura le facilitó el abrigo suficiente para continuar su viaje, pues no tendría paz hasta saber del bienestar de su madre y ciertas chicas con las que se había criado.

Quiso la pelinegra madre de Haruhi ofrecer algún transporte, pero con las circunstancias acontecidas, no había cochero disponible en toda Fukka; Nao agradeció la gentileza y volvió sobre sus pasos, sabía por la mujer que Genji y Genko había bajado al pueblo a ayudar a los menos favorecidos dejando a sendos sirvientes para proteger a la señora de la casa quién aguardaría por Haruhi si es que esta llegaba por propio pie. Estaban a salvo y ayudando, cosa que le alegró, pues estimaba un buen corazón en sus dos amados caballeros. Serían de alguna forma, los únicos hombres que amaría, pues ya comenzaba a hacerse a la idea, de que aquel género no era honestamente de su interés y es que cuando el riesgo mismo de la muerte asoló en su mente ideas nefastas durante las inciertas horas de aquella infinita noche, se dio cuenta que estaba negándose un par de cosas evidentes.

Por segunda ocasión en la extensión de su vida, el recorrido al castillo Kruger se sintió como la caminata más larga de todas y es que con la nevada tan fuerte que había caído, los árboles derrumbados sobre el camino y otras tantas, hacían de aquel paisaje un engaño que se distorsionaba en blancos polares. De este modo, la joven pelirroja se halló perdida y sintió un espanto mayor, al oír el aullido de un lobo demasiado cerca para ser seguro, intentó correr, pero pronto se vió cercada por la criatura, un lobo incluso más blanco que la nieve en todos lados, cuyos iris de azul gélido la miraban apaciblemente.

Suponiendo que serían sus últimas horas y que no moriría sin dar pelea, lamentándose de no haber querido asistir a las clases de esgrima, tomó la rama de un árbol para defenderse, sin notar que la extraña criatura no dejaba huellas sobre el suelo a su paso y que brillaba demás para ser en esencia un ente material. Lenta y pacientemente con su amenazante presencia obligó a la pelirroja a introducirse más y más en el bosque, aproximándola a un río el cual dejaba fluir el agua con fuerza por efecto del hielo derritiéndose. Extrañada y cada vez menos asustada, contempló al magnífico lobo aullar y tomar la forma de un pequeño fuego fatuo de un puro color azul que se movió hasta el borde del río, titiló algunos momentos sobre un punto específico y luego se desvaneció. Pese al impulso de supervivencia que le llamó a correr de regreso por el camino, una curiosidad incluso más poderosa obligó a Nao a aproximarse sobre el último lugar donde avistó la luz de aquel pequeño fatuo. Asustada contempló el cuerpo de lo que parecía un soldado de la guardia de Fukka al que la corriente amenazaba con arrastrar, sin mediar pensamientos se desprendió del abrigo, rauda acudió en su rescate, en cuanto llegó al borde, pudo ver que no contaba con mucho tiempo pues río arriba se adivinaba un deslizamiento, sumergiendo hasta las rodillas en el agua, se inclinó y sujetó al muchacho inconsciente entre los brazos y el torso, luego tiró con todas sus fuerzas. Una vez logró ponerse a sí misma y al joven fuera de peligro, observó con angustia cómo la corriente crecía y arrastraba río abajo escombros de todo tipo. Claro era que aquel espíritu le había guiado para ayudar a quien al parecer todavía no tenía una cita pactada con la muerte…

Con no menos esmeros, acomodó boca arriba la figura inconsciente y le puso encima el abrigo, con el sol de verano descongelando el ambiente ya no parecía tan necesaria la prenda pese a la escarcha que todavía pululaba en el suelo. Preocupada observó con más atención al soldado, parecía haber sido juguete de las piedras del río, pues la armadura se miraba abollada y en algún punto tenía algo perforado. Dedujo por su indumentaria y conociendo de antemano la simbología militar de los Kruger, que se trataba de un soldado raso, quizás uno del grupo de recién llegados de Windbloom que arribaron la semana anterior; con delicadeza retiró las amarras del casco de guerra y lo desprendió, dejando a la vista una piel pálida y las facciones perfectas de un adonis en el marco de una melena negra en extremo larga, un extraño cosquilleo y desasosiego le recorrió por la espalda, pero sin dar mayor importancia al asunto, quiso ver si aún vivía. Suspiró aliviada al notar que respiraba, pero igualmente observó que tenía un corte en la ceja derecha de la cual brotaban algunas gotas escarlata, las vestiduras expuestas propias de un caballero burgués estaban desgarradas y la tela desteñía algún tono manchado donde se delataba alguna vez hubo sangre. ¿Dónde estaba su sello? Sabía que todo varón de clase alta ostentaba un anillo, cuyo escudo de armas delataría su abolengo, sin embargo era posible que creyéndole muerto le hubieran hurtado todo. No sabía si viviría, por lo que retiró las placas del peto, acercó su oído y escuchó el tenue latido, aunque preocupantemente lento, también percibió un par de formas que no deberían estar ahí, si es que de un hombre se tratara. ¡Era una chica!

La vió con nuevos ojos, como si saber que se trataba de una mujer fuera perturbadoramente más adecuado, extrañamente le desagradaba sentir atracción o gustar de alguien demasiado guapo del grupo masculino, como si hubiese algo malo en ello, cuando la mayoría coincidían justamente en todo lo contrario…  levantó los párpados y apreció una tonalidad que siempre había estimado preciosa, los iris glaucos de aquella desconocida inconsciente, aunque las pupilas dilatadas no dejaran demasiado para ver, tenían misma forma y tamaño, lo cual sabía pese a todo era una buena señal.

Una loca idea le acusó el pensamiento, pero al mover los labios de aquella mujer, no encontró colmillo alguno, ni los brazaletes, el cinturón o el collar, incluso tenía las botas puestas, pero no las platinadas con el zafiro incrustado, eran las de dotación de la guardia. Molesta y abochornada por sus absurdos pensamientos continuó prestándole, las básicas atenciones de salud, notando con preocupación, una herida abierta a la altura del costado, lo que parecía una pluma hecha enteramente de hielo, estaba ahí cuál cuchilla aferrada a la carne de aquella chica y sorprendentemente no se derretía a pesar del calor que le aplicara con sus propias manos. Era imposible sacar el extraño filo sin causar con ello un daño peor, pues un mal y un bien hacía tal empalamiento, incrustada la pluma impedía a las venas el normal flujo de sangre que de extraerlo, le desangraría en poco tiempo. Mas el frío que manaba la extraña pieza de hielo le había impedido desangrarse con la preocupante consecuencia de una inminente hipotermia. Buscó y encontró más heridas, miró en los alrededores, se puso de pie para buscar un par de flores ígneas, plantas que sabía eran empleadas para prevenir infecciones y bastante frecuentes en la tierra de Fukka.

Muy a su pesar la helada había acabado con la mayoría de plantas de aquel lado del bosque por lo que cruzó el río cuyo caudal le valió arriesgar la existencia, llegando al otro lado no sin algunos cortes y raspones; su insistencia fue bien pagada, cuando divisó la flor protegida por las raíces de un árbol, la tomó junto con unas hojas largas y un par de piedras, volviendo sobre sus pasos con la suerte de encontrar el río menos furioso, llegó junto a la durmiente joven, molió la flor entre las piedras e improvisó vendajes con la falda doble de su vestido, aplicó el ungüento con las hojas y cubrió las heridas, incluso la de la pluma gélida, inmovilizando el torso de la chica lo mejor que le fue posible, necesitaba que despertara para poder moverse y evitar más complicaciones. Las horas siguientes no fueron más fáciles, luchó con la fiebre que aplacaba usando los restos del deshielo, superó algunas convulsiones que ocuparon a la pelirroja lo suficiente como para  siquiera pensar en continuar su camino. A pocas horas de cernirse la tarde y con el hambre acuciante, Nao se apartó de su protegida para buscar alimento, debiendo una vez más cruzar el río al lado de la arboleda que no se había congelado del todo, mas al volver por el camino, encontróse el lugar desierto, el abrigo doblado y un pañuelo bordado que envolvía un par de gemas preciosas. —Ni siquiera un gracias— Gruñó cruzándose de brazos, hasta el hambre se le había quitado. Salvo por las extrañas rosas que pululaban en el suelo y que no recordaba estuvieran allí cuando llegaron, se marchó más que molesta.

Indignada por la falta de consideración de aquella chica, ¡Le había salvado la vida! Y pensaría bien la idiota, como si pagar por sus acciones fuera la mejor acción, había ocupado un tiempo más que valioso en ella ¿y con joyas compensaba lo impagable? Gruñó reprochando durante todo el recorrido río abajo, sabía pronto tendría que cruzarse con el puentecillo, y podría de nuevo retomar su camino al castillo. Pero aquel rostro, continuaba plagando el pensamiento,  reflexionó… curioso era que todas las demás plantas estaban marchitas por la helada y aquellas flores hubieran surgido de la nada. No comprendía qué había pasado y ciertamente lo adjudicó a algún ardid divino, pues ¿quién más podría causar una helada en medio del verano? Aparecer un espíritu de lobo en el hielo, obligarla a salvar a una malagradecida y dejar rosas rojas, en condiciones imposibles.

Apenas iba saliendo al camino que se miraba húmedo como si hubiese llovido durante días, cuando una voz masculina le llamó. — ¡Yuuki—sama!— Llegó corriendo un hombre moreno de cabellos rubios y ojos miel. En cuanto fue reconocida por Sergei Wong, quien estaba a cargo de su búsqueda, el hombre le dio gracias a todos los dioses que conocía. —Es un milagro que esté usted bien— Aunque dudó y pensó terribles cosas, al notar su vestido desgarrado, pero por decoro no preguntó.

—Por la gentileza del pastelero Kurth…— Confesó, sabiendo que el hombre había salvado la vida de muchos, sin mezquindad ni segundas intenciones.

—Será recompensado con creces— Anunció el capitán de la guardia, le tendió su capa la cual era una cálida piel de lobo, disculpándose de antemano por no ofrecerle un carruaje, el soldado le ayudó a subir en su caballo, y prodigándole resguardo con la tibieza de su cuerpo, tomó camino del castillo.

— ¿Está bien mi madre?—

—Perfectamente, tan solo angustiada por saber de su paradero... tuvo suerte que desistiera de volver con el señor Kino, la tormenta lo cogió a mitad de camino, los pensamientos de todos fueron horribles, una noche y mediodía, han estado a punto de perder el juicio—

—No volverá a pasar— Fue todo cuanto pudo decir casi mecánicamente, Sergei levantó una ceja. Justamente su desobediencia le había salvado la vida, el ave gélida mató a Kino antes de que alcanzara el castillo y la mayoría pensó que la joven Yuuki había fallecido junto con el cochero, pero al no encontrar su cuerpo… las esperanzas habían vuelto.

Pero Nao solo podía pensar culposamente que aquel medio día lo había desperdiciado en aquella desvergonzada, pese a todo, estaba preocupada ¿qué tan lejos podría ir con esa rara cosa incrustada en el costado? Los dioses le libraran, a la desconocida y a ella, porque si su madre seguramente estaría histérica no quería ni imaginarse a cierta lobuna. Empero seguía siendo orgullosa... así que intentó disimular. —Saeko—sama, lord Takeru, Nina y Natsuki ¿están bien?—

—Saeko—sama está un poco enferma, pero Sanae—sama está a su cuidado, ellas no han salido del castillo; los demás salieron a enfrentar la emergencia, no supe de su paradero cuando salí a buscarla a usted, es posible que ya estén de vuelta en el castillo—

—Entonces apresúrate, por favor— Intentó no parecer desesperada, pero algo en el tono de su voz le delató.

—Como ordene— Musitó Sergei antes de apurar a su corcel, así galoparon hasta llegar a su destino.

La pelirroja no esperó ni que el caballo se detuviera, cuando saltó para bajar de él sorprendiendo incluso a los sirvientes que venían a ayudarla. Vio de camino a la entrada una gran cantidad de soldados y no todos en la mejor condición, casi podría decir que había acontecido una batalla contra alguna nación vecina, pero le decía el instinto que no justamente parecían heridas comunes, observó algunas plumas de hielo y un nudo se le formó en la garganta. Su madre quien había corrido a su encuentro, la abrazó, y la examinó, como si no hubiera un tesoro más grande en todo el mundo, lo hubiese perdido y recuperado al mismo tiempo.

—Por la diosa… jamás vuelvas a darme un susto así— Decía, besando una y otra vez las mejillas de su hija, abrazándola y sollozando ahora pero de gozo.

—Mamá… ¿y Natsuki?— Cuestionó sin ánimos de mantener aquella fachada de enojo.

La forma en que Lana cambió su expresión, hizo que una sensación tan aguda como una espina se sintiera en su pecho. Sin mediar palabras corrió hacia el interior del castillo, subió a la segunda planta en un par de zancadas, nada propio de la Srta. en la que se había convertido aun así cuando llegó a la habitación y quiso entrar, un brazo fuerte le impidió el paso. En cuanto miró, notó que se trataba de un miembro de la guardia, alguien que curiosamente estaba por encima de Sergei Wong, de acuerdo a la marca de las hombreras.

Pero eso no importaba. —No te atrevas soldado…—

—Yo no soy un soldado…— La voz sin duda de mujer, la reconoció de inmediato. Entonces se percató de la gema roja que usaba en su casco.

— ¿Nina?— Si la chica era menor que ella unos meses, no entendía cómo es que había pegado el estirón. Claramente la temporada que había pasado con Sanae y de viaje en Windbloom le había sensato de maravilla, no evitó el pensamiento al echar un vistazo a su cuerpo, el cual resaltaba incluso bajo la coraza que también apreció abollada. — ¿Estás bien?—

—No tan bien como tú, para haber fallecido estás… muy indemne—

— ¿Fallecido?— No entendía de qué hablaba.

—Te creyó muerta… Natsuki lo pensó— Casi gruñó las palabras. —Casi la vi perder el juicio por ti—

No había visto jamás tanto enojo en la mirada de magma, ¿Por qué estaba tan molesta? —Si vas a reprochar algo… al menos dame la cara— Musitó refiriéndose a la máscara, estaba cansada de ver lobos en todas partes.

La pelinegra le concedió eso, a pesar claro del dolor que le supuso retirar el casco, dado que el tibio líquido rojo volvió a fluir, mezclándose con la sangre ya seca en su frente. Sin una queja, la menor de los Kuga volvió a enfrentar con la mirada a la pelirroja, dejando ver que efectivamente Nao se encontraba en mejor salud que ella.

Si así estaba Nina, sabiendo cuanto la protegería siempre su hermana mayor, tenebrosas ideas le atacaron. — ¿Qué le pasó a Natsuki?—

—Le pasaste tú… decenas de veces al ruedo y todo lo que obtenía con suerte, era menos que raspones— Estaba sudando y a ratos respiraba con dificultad, pero no cesaba sus recriminaciones. —Si no te interesaba, no tenías que fingir ser amable… pudiste quedarte al nivel de cualquier sirviente, no tenías que herirle— La picó cerca de la clavícula con el dedo.

Y era de las cosas que la pelirroja detestaba. — ¡No es mi culpa no sentir las cosas como los demás quieren que las sienta! Y no es tu asunto de todos modos— No quería admitirlo ante esa persona, pero necesitaba con urgencia saber de la lobuna, verla y comprobar lo que le gritaba la mente, ligeramente más suave que el mismísimo corazón.

— ¡Claro que lo es!— Estaba agitada, dolida, podía verlo en sus ojos, así que no le sorprendieron sus palabras. —No eres digna de ella—

—¿Y tú sí?— Refutó, sabiendo el oscuro secreto que la morena guardaba y es que, de no ser por haber oído algunos meses atrás la historia de los verdaderos padres de Nina, la habría supuesto incestuosa. Negó con la cabeza... ¿Quién dijo que se era digno o no del amor? Sabía que debían ser dos iguales, dos complementos… Nina estaba en un error, pero no se preocupó entonces de explicar, solo respondió. —Yo soy la persona que ama, no tú ¿eso qué te dice?— Sonrió escondiendo el temor que aquella mujer iracunda le causaba.

Nina estuvo tan tentada a golpearla, que incluso levantó su puño cerrándolo con fuerza tal que estaba segura de medir el punto exacto para dejarle un doloroso recuerdo en la cara. Nao lo sabía, que la noquearía en un movimiento, pero la morena de ojos fuego, se contenía por lo poco e ignoraba la razón.  No tardó en saber. —Te odio profundamente, pero me importa más ella, así que decide… porque no seré tan gentil la vez próxima— Con la mano temblando en tensión, respiró y la bajó dejándola a un lado cerca de su costado. —No tienes mucho tiempo de cualquier modo, haz algo si tienes visto actuar— No dijo más, se fue cojeando ligeramente, no imaginaba Yuuki cuan lastimada estaba pero suponía que por orgullo expondría lo menos. Sin entender del todo lo que dijo la Kuga se aproximó a la puerta, notando que la habitación no tenía solo un ocupante.

—Mi HIJA, Takeru… te recuerdo que también es mi hija— Era la señora Hada, no daba crédito a lo que escuchaba, alguien tan serena estaba alzando la voz en pie de protesta, por alguna torpeza de su marido. Era bien sabido que el padre de Natsuki normalmente erraba los pasos sin mala intención. —No quiero esto para ella… no podría verla así otra vez ¿entiendes?— Ahora era llanto lo que escuchaba, sintió el corazón caerle a los pies.

—En cuanto despose a la princesa, ella tendrá que ir a Argos, una vez allí le exigiré quedarse y no volverá a estar en peligro…—

—Nao…— Escuchó la voz de Lana a sus espaldas, sabía que estaba mal oír tras la puerta y su madre no le permitiría hacerlo. Pues efectivamente tocó para hacerles saber a Takeru y a Saeko de su presencia.

Una vez abierta la puerta pudo ver a través de los espacios entre las figuras de Saeko y Takeru, una persona acostada en la cama y cubierta como no se había visto en años, de aquellas vendas llenas de dibujos extraños. Salvo que ahora, la tela sí se empleaba para curar desconocidas heridas.

— ¡Por los dioses!, es un milagro el que estés bien— Musitó Saeko posando sus manos, más frías de lo habitual, sobre sus mejillas. —No sabes lo angustiados que estuvimos—

Solo el fuerte agarre de Lana le impedía filtrarse entre los mayores, casi ni escuchaba la voz de Saeko. — ¿Puedo verla?— Dijo casi mecánicamente.

—Sí… aunque solo por un rato, requiere, considerable reposo—

Lana suplicaba disculpas con la mirada, por lo impertinente de su hija, sabía que ya no era una niña y ciertos comportamientos distinguían a los siervos de los iguales, tal vez Saeko había hecho mal en tratarla tan bien, cuando al final tendría que recordar su lugar más tarde.

— ¿Qué le pasó?— ¿Por qué nadie le decía algo tan simple?

—Esa será una conversación que tengamos el día de mañana, Srta. Yuuki— Ayudó Takeru al notar que Saeko guardaba silencio, y es que claro, su discusión no había concluido.

Lana acompañó a Nao al interior de la habitación, y vió sorprendida cómo su hija dejaba salir el llanto que tal vez había contenido en la puerta. Tomó asiento en la silla junto a la cama, observó un cuenco con olorosas hierbas, del mismo tipo que había empleado en la tarde con aquella chica, pero por las esencias que percibía demás, estaba claro que la sustancia había sido mejorada por la vieja Sanae. Tomó con cuidado la mano vendada, notando moretones en las falanges ¿Se había golpeado con algo o había golpeado a alguien? Quería decir tanto pero estaba impedida, así que miró suplicante a Lana. —Madre... necesito un momento a solas, te lo imploro—

—No tardes mucho, te espero en tu cuarto...— La pelirroja mayor, vió en los ojos de su hija aquel sentimiento prohibido que ella misma había sentido por Genji, amargamente sabía que aquella pureza se perdería en el momento mismo en que Kruger contrajera nupcias con la princesa argita, sentía con pena que la misma historia sería vivida por su amada niña y eso... no lo permitiría. —Y no olvides... tu lugar, Nao— Susurró sin la certeza de ser escuchada.

—Jamás me dejan olvidarlo— Se escuchó en la soledad y nadie podría ser testigo de su voz, pues la joven en el lecho estaba inconsciente y solo Nao a su lado.

Sin atender nada más miró a su amiga sintiendo cada herida como propia. —Tonta...— ¿Qué había estado haciendo para recibir tanto daño? Incluso cuando se caía y raspaba todo parecía diferente con ella... hacía que pensara que en verdad era una criatura mística, mitad humana, mitad garritas y colmillos. —No sé qué es exactamente lo que siento por ti y estoy enojada contigo por ser tan... tan tú, ¿quién declara su amor y se rinde de inmediato? ¿Quién es tan obediente para aceptar una esposa con el corazón roto? ¿Quién es tan idiota para salir en plena tormenta a buscar lo que no se ha perdido?— Con labios temblorosos y el llanto deslizándose por sus mejillas se acercó a su silenciosa amiga. —No sé si aún me quieras, no sé muchas cosas, solo sé… que eres la única persona capaz de hacer que sienta estas extrañas cosas y que anhele verte, pero verte feliz, así que despierta pronto, cabeza de chorlito… y deja que acepte tus raras propuestas, porque pudiste ser… más concreta, ¿novia tal vez? ¿Prometida tal vez?—

Con la esperanza a flor de piel, se inclinó sobre aquella a la que por mucho tiempo se le despreció debido a su falta de gracia, con la suavidad inocente de aquel beso primero, los labios de la pelirroja se posaron sobre los de la joven bestia dormida, sintiendo el tibio respiro de quien en sueños jamás imaginaría tales acciones.

Fueron testigos callados, el espejo y la luz de luna que intrusa se colaba entre los espacios de las cortinas, de las infames mariposas que revoloteaban en su vientre, sabiendo al fin que la lobuna causaba y de sobra, estremecimientos inimaginables con apenas tal roce; no hizo falta ocupar más esclarecimientos. No se apartó ni volvió a su cuarto hasta que el alba llegó y encontró la convaleciente Kruger a la doncella de cabellera rojiza dormida en el borde del lecho al despertar.

— ¿Nao?— Cuestionó como si fuese un vil sueño, una cruel broma de los dioses, pues su alma atormentada había perdido el juicio ante la sospecha de la muerte de la joven tiempo atrás. — ¡Nao!—

— ¿Qué? Es aún muy temprano para tus alaridos... Nat— Reaccionó al oír la voz un poco somnolienta. — ¿Natsuki?— Frotó sus párpados.

— ¡Estás bien!— La morena se olvidó de las circunstancias y salió de la cama casi entre tropiezos e ignorando el dolor de las heridas en proceso de curación de su cuerpo. Una vez de pie se inclinó un poco y abrazó a la pelirroja que aún no espabilaba. —Creí que... te habías congelado dentro del carruaje, creí que... no te vería nunca más—

Le pareció oír un tenue sollozo en su oído mientras Natsuki le abrazaba con firmeza. Estaba sonrojada e incapaz de pensar, desde el preciso momento en que su amiga se levantó, deslizándose sus sábanas sobre su torso, vio las formas femeninas de su cuerpo gloriosamente trabajado, con apenas la cobertura de sus vendas y luego en el abrigo de aquel contacto, apenas podía respirar ante la peligrosa proximidad de la piel y las formas de mujer que no había sospechado existían bajo las ropas masculinas que la Kruger siempre usaba. Respondió a su afecto y con pulso tembloroso deslizó las manos sobre la espalda, acariciando gentilmente su omóplato con círculos.

— ¿Qué te pasó a ti? ¿Cómo te lastimaste así?— Cuestionó apartándose levemente, posando su mano en la mejilla vendada. — ¿Saliste con la tormenta?— No evitaba un reproche en su tono y si algo le hubiera pasado a ella, ¿no serían dos tragedias?

—Quería vengarte... hacerle pagar— La vió bajar el rostro y tensar los puños, esquivaba su rostro para no delatar que el llanto se le escapaba.

Pero también notó que no se había referido justamente a un evento climático, sino a un ente, un ser, alguien digno de su ira. Recordó la pluma en la herida de aquella desconocida, los graznidos de un ave que muchos afirmaron era el viento meciendo los árboles. — ¿Qué nos acecha?— Los iris esmeralda temblaron, la había tomado por sorpresa, estaba desarmada. —Si es algo en lo que casi pierdo mi vida, tengo derecho a saber—

—Nao...— Sabía que tenía razón, pero igualmente recordaba la zozobra con la que vivían aquellos que conocían la existencia de los Orphan.

—No es algo que pueda decir, tales reservas serán develadas solo a su esposa, Sharame...— Musitó oportunamente la morena princesa de Argos más que sonriente, no es que no hubiese tenido oportunidad de intervenir antes, solo se limitó hacer saber de su presencia en cuanto vio a la pelinegra en un par de apuros. La realidad es que Argos siempre fue una nación en exceso espiritual y los secretos que a la familia Kruger importunaban, no lo eran desconocidos para ella, ya que en el pasado, la nación de Windbloom había buscado el conocimiento de las artes místicas de la familia real de Argos, sin lograr los resultados deseados. —Para la ocasión, yo en algunos meses—

Yuuki sintió de inmediato una angustia tal, como un inmenso vacío que nacía en su estómago y se extendía hasta su pecho, la sensación de caer en un abismo podría tal vez asemejar aquel sentir. La idea de su próxima pérdida le hizo refutar de inmediato las palabras de Chie. —Pero ella tiene 14, no es la edad propicia— Dijo, aferrándose a la idea como un salvavidas.

La morena de Argos, contemplaba con conocimiento de causa las emociones de las que más jóvenes habían vivido menos que ella y disfrutaba un poco el ver los celos de la joven pelirroja. —El canon pierde significado cuando las dos partes están de acuerdo y yo ya tengo la edad adecuada, cuando insistí en la prontitud de nuestro enlace, sus padres parecieron incluso felices— Musitó sonriendo, no sin aproximarse a Natsuki y desprenderse de uno de sus velos para cubrir con él la semidesnudez de su prometida, una acto casi caballeresca que abochornó tanto más a la Kruger. —No es propio de una dama mostrarse tan ausente de ropas—

—Lo dice la chica que va con el vientre al aire— Refutó indignada por los exuberantes atuendos argitas que de alguna manera mostraban mucha piel para su gusto. — ¿Tú estás de acuerdo?— Un enojo semejante a un cañón a punto de ser disparado o eso percibió Kruger.

—No tengo motivos para negarme, antes o después pasará… tengo suerte ya que Chie me ha aceptado para sí, a pesar de todo— Admitió con vergüenza, incluso más cansada que Nao de ver los desplantes de cuanta mujer que se le aproximaba, la idea de que Harada hubiese detenido bochornos semejantes, eran bien agradecido. La morena

“¿Así, sin más, sin luchar por lo que se quiere?” —...Eres una completa… ¡idiota!— Con un empujón, Natsuki cayó de sentón a la cama. Dicho esto, Nao se marchó casi echando humo por las orejas.

En cuanto Chie perdió de vista a la chica malhumorada, volvió la vista sobre su abatida amiga. —Sharame… me parece que no tuviste tanto tino al afirmar que la dama no te tiene en vista para nada, me parece te ha devorado con la mirada hace un rato y son otras tantas las que callan sus miradas ¿Estás segura de continuar con esto? Sabes de antemano cuales son mis sentimientos—

—Y yo respetaré tu sentir por Aoi siempre, sin reparos… pero hasta no tener la certeza de lo que afirmas. Solo volvería al inicio de esta empresa—

—Entonces ve y aclara tus dudas…— Le invitó con una sonrisa. —Ah… pero primero… una camisa Sharame, no queremos que todos y todas te vean así, debes reservarte para la persona adecuada—

Nao llegó a su habitación esperando encontrar el silencio que le diera calma a sus agobios, tenía tantos sentimientos encontrados, estaba molesta, triste y más que nada, decepcionada. ¿Cómo se atrevía esa aparecida a decir qué podría o no revelarle Natsuki cuando apenas y llevaba unas miserables semanas en el castillo? Así con todo, la ira, el calor y sus pensamientos corriendo al galope de cuatro corceles, entró a su cuarto cerrando de un portazo. Mas el fulgor irascible descendió a los pies como escalofrío le recorrió la espalda al ver a su madre sentada en el lecho y con unas ojeras que delataban su ausente dormir.

—Nao… Yuuki— Así supo que estaba en grandes problemas, nunca una madre emplea el nombre completo de un hijo si no es para reprochar. — ¿Pasaste la noche en el cuarto de Natsuki? Pese a que te dije que te esperaba—

—Madre… velé sus sueños y no supe en qué momento, me quedé dormida en la silla— No mintió, salvo porque la idea de marcharse de allí no pasó por su mente.

—Hija… no quiero que sigas siendo tan cercana de su alteza, ella es… de cuna noble y pronto desposará a la princesa Harada, son raras las circunstancias cuando miras a dos mujeres, pero es que si Natsuki tiene esas fijaciones, no quiero que seas… rebajada a la posición que se somete una meretriz—

—Yo jamás me pondría en semejante situación, es mi amiga… se lastimó por salir a buscarme, lo menos que podía hacer era acompañarle en sus momentos convalecientes— No había contemplado lo que sería, ver el repudio de su madre por lo que evidentemente era una condición que compartía con Natsuki. —y me temo que no… no puedo entender por qué tales fijaciones te disgustan tanto, como bien dices ella es para Harada, no… no para mí— Le costó decir aquellas palabras, como si admitir que era otra la que gozaría de una posición que en el fondo anhelaba, le estrujara el pecho impidiéndole al aire su entrada.

—Hija mía, no quiero ver que el mismo destino nos ocupe a las dos, como si las mismas cadenas nos ataran irremediablemente y no lo permitiré, aun si es Natsuki o cualquier caballero, no le daré tu cercanía a nadie que no estime darte menos que el lugar de esposa—

—Ella se declaró, madre… fui yo quien le rechazó ¿Satisfecha?— Dijo aquello con un tenue tono que delataba arrepentimiento.

—Tanto más, no es conveniente que des la impresión de estar tan disponible para ella, cuando no es adecuado para una doncella… ni qué decir de que duermas en su cuarto… ¿y si intentara tomar ventaja de ti? Sabes de sobra que es más fuerte que algunos de los hombres que conocemos— Aquellas palabras eran como puñales, más cuando la había visto tan feliz por su presencia, sin ninguna malicia. Por dios quien había visto más de la cuenta era ella, no Natsuki.

— ¡Madre! Es Natsuki… ella haría lo que fuera porque nada malo me pasara ¿Recuerdas la vez que golpeó a Kazuo Norata?—

—Claro que sí, le rompió la nariz al pobre…—

—Mintió sobre que él le dijo monstruo, acordamos que no diría sobre las insinuaciones de Kazuo a mi persona o su incómoda proximidad—

—Oh mi niña…— Sabía que su hija era hermosa y no tardaría en tener pretendientes, pero no imaginaba que tan pronto.

—Entonces no digas cosas como esas de ella… porque yo no soy diferente… yo tengo las mismas fijaciones, como tú las llamas— Aquella afirmación silenció en los labios de Lana cualquier respuesta, dejando a Nao la oportunidad de escapar antes de que su madre pudiera reaccionar sobre ello.

Fue a la biblioteca, esperando encontrar en aquel apacible lugar un poco de tiempo y espacio para pensar, sin embargo sus intenciones fueron frustradas en cuanto vió la sobria figura de Nina Kuga en el lugar, allí pacíficamente leía un robusto libro. Pocas veces la había visto sin ocupar los atuendos de una dama, pero ese día ostentaba su traje de equitación, con la cabeza, las manos y saben los dioses qué otros lugares vendados, se cuestionaba la forma en que la chica había obtenido tales heridas, incluso las de Natsuki eran un misterio. Así mismo notaba entonces la agraciada belleza que ocupaba Nina, con un aire tan similar al de la misma Natsuki, dadas las vistas podía incluso imaginar su faz basándose en los rasgos de la morena menor, pues todo el que las mirara supondría de inmediato que se trataba de hermanas. Pero luego pensaba en el hecho de que Kuga tenía aquellos sentimientos tan inapropiados, incorrectos salvo porque ellas son solamente primas. Lo cierto es que daba la sensación que en esa familia nadie luchaba por las cosas verdaderamente importantes, así como Natsuki se rindió tan fácilmente, Nina no emprendía ninguna batalla en pos de ver correspondidos sus sentimientos, así que solo dejó ser las palabras que se formaban en su pensamiento a medida que hilaba ideas.

— ¿Por qué nunca lo intentaste?—

Claro que la había percibido desde el momento mismo en que la puerta se abrió, mas aguardaba con esperanza que la pelirroja no entablara conversación alguna, aquello fracasó estrepitosamente. No tenía por qué responder cosas tan íntimas, pero algo le decía por dentro que Nao necesitaba un empujón, porque incluso ella misma dudaba de las cosas más obvias. Bajó el libro y se puso de pie, dejando saber que era naturalmente más alta que Nao, por no mencionar lo atlética de su figura. —Porque no vi una brecha para mí, Nao… y te aseguro que observé cada detalle— Caminó hasta estar frente a la Yuuki. —Si yo estuviese en tus zapatos, hace tiempo habría tomado mi oportunidad, pero sé que Natsuki solo puede verme como una hermana pequeña, entonces ¿Qué sentido tiene declararme y hacerle sentir culpable con este hecho? No sería amor el mío, si se tratara solo de liberar la carga que llevo en mis hombros, en el fondo espero que algún día pueda tener estos sentimientos por otra persona—

—¿Hace cuánto tiempo…?—

—¿Hace cuánto tiempo te ama, la amo yo a ella o tengo la impresión de que la amas tú? Sé más específica—

Así que ella había notado sus sentimientos, los de las dos hace tiempo, ahora conocía esa respuesta pero no se permitiría debatir sobre eso, a la par compadecía a Nina, el tiempo debió ser infinito. —Debió ser insoportable—

La pelinegra de mirada magma tragó saliva, claro que dolía hablar de eso pero por el bien de su querida Natsuki, todo estaba bien pagado. —Esta es… mi pequeña maldición, y no sé cuánto tiempo perdurará—

— ¿Tú también?— Todos hablaban de maldiciones, pero aparte de Takeru y Natsuki en cuyas caras siempre había una máscara, no imaginaba que Nina quien se miraba una doncella común y corriente, padeciera aquella supuesta maldición.

—No en la misma forma que ellos, yo no tomo la forma de las criaturas… pero sé que está prohibido ver el rostro bajo la máscara y yo le vi durante años antes de que usara por vez primera las vendas y luego la máscara… no se sabía con certeza que ella heredaría la maldición, porque durante 400 años hubo solo una bestia por vez en la familia Kruger, ese lugar ya lo ocupaba Takeru, sin embargo las cosas cambiaron cuando Natsuki nació, tuvo mala suerte dirían algunos—

—¿Las criaturas?— Nao levantó una ceja, así que en verdad había seres de cierto tipo moviéndose en Fukka.

—Nao, esta historia Natsuki ya te la contó… de dónde procede la maldición de nuestra familia y los efectos que trajo sobre este mundo… resuelve las cosas pronto y con gusto volveré a relatarte los acontecimientos— Sabía que no podía revelar más, si Yuuki no iba a ser esa persona, entonces no podría decir nada. —Incluso atenderé cualquier duda—

—Espera…— Nao le detuvo por la muñeca cuando pasó a su lado y la miró con el ceño fruncido.

— ¿Qué?— No evitó aquel tono áspero.

— ¿Cómo era… antes de la máscara y las vendas…?— Esa duda que socavaría el alma misma, manó de sus labios con propia voluntad.

Nina sonrió, sería por un largo tiempo el único privilegio de su hermandad. Conocía el rostro verdadero de Natsuki. —La criatura más hermosa que jamás he visto… pero soy subjetiva ¿verdad?— Suspiró antes de darle alas a las imaginaciones de Nao. —Solo te advierto, jamás intentes ver bajo la máscara o en verdad sufrirás… y será mucho peor que lo que yo vivo cada día—

Con el eco de aquellas palabras amenazantes en la mente, terminó por despedirse y fue a su segundo lugar favorito, la fuente; a qué lugar ir si no era uno que le trajera paz. Pero allí sentada bajo el brillo del sol de la mañana, estaba Natsuki… quiso dar la media vuelta antes de ser detectada, pero ello era imposible, la morena siempre se las arreglaba para saber dónde estaba, incluso cuando jugaban a las escondidillas siendo apenas unas niñas.

—No te vayas…— Oyó su voz suave y suplicante decirlo.

—No quiero verte ¿no lo entiendes?— Cerró los puños e intentó no mirarla.

— ¿Por qué estás tan molesta conmigo?—

¿En serio? ¿Tenía que decirlo? —A veces no pareces una chica—

—Nunca he sido tomada como una…— Sintió la tibia mano vendada sobre su hombro y no pudo no mirarla, sabiendo que en el instante mismo de ver aquel iris esmeralda, perdería la batalla. —Así que ten la gentileza de tratarme como a un caballero, del tipo que no descubriría la fuente de tu enojo ni aunque la vida se le fuera en ello…—

—Lo superaste pronto…— Reprochó alzando el tono de su voz y con cristalinos amenazando desbordarse sobre sus mejillas.

—No he superado nada… no creo que pueda—

—Asumiste todo por mí… ¿Cuándo te di una respuesta?—

—Tu silencio, fue una respuesta… o eso creí... ¿Acaso me equivoqué y sientes algo por mí?— Lo preguntaba como si la sola posibilidad de ser querida por ella, fuera la idea más irrealizable de todas.

Eso la dejó sin argumentos, pero no estaba lista, no todavía. —Lo asimilaba ¿Sabes? No todos los días tu mejor amiga se declara… advirtiéndote que no ames porque duele y mucho… y sí… duele—

—Nao… yo—

— ¿Por qué vas a casarte con esa chica?— Eso era lo que no soportaba, entre todas las cosas que pasaban ¿Cuál era el motivo de tanta celeridad?

—Es mi deber… si no es contigo no será por amor, es un acuerdo conveniente para Chie y para mí— Si sabían que no ser despreciada ya era un beneficio apreciable.

—Conveniencia… si fuera conmigo… ¿aún sería posible?—

—Si fuera contigo, yo haría hasta lo imposible—

—Entonces haz ese acuerdo conmigo…—

—Pero Nao ¿tú me quieres?—

—Asume a favor esta vez… por mi silencio— La miró solicitando su comprensión, todo había sido tan rápido.

—Entonces pensaré lo mejor…— Natsuki confiaba plenamente en ella, al punto en que no temía desistir de su acuerdo con Chie por una promesa medianamente musitada. Así que siendo un poco más cuidadosa, la hija de Takeru hincó la rodilla en el piso de mármol y mirando a la pelirroja con una sonrisa en sus labios, hizo la pregunta más formalmente. —Yuuki Nao, ¿aceptas enlazar nuestras vidas?—

—Así sea…— Tendió su mano a la que solicitaba la suya… —Pero ¡Hey!, la próxima vez haz la pregunta con un anillo en las manos… esas son las expectativas de toda chica— Dijo esto por demás sonrojada.

—Ordenaré se haga un anillo digno de ti…— Dicho esto plantó un tierno beso en el envés de la mano de su amiga de la infancia y ahora prometida. —Y entonces tendrás que responder directamente mi pregunta— Sonrió, poniendo en su dedo el anillo de su propio meñique. —Por ahora esta prenda le hará saber a quién mire, que tu promesa es mía—

—Así sea…— Sonrojada en cada parte visible de su cara asintió. Se hizo un silencio tímido, bastante vergonzoso, por lo que Nao quiso salir de él con premura. — ¿Y qué hacen las prometidas exactamente?—

—No lo sé, creo que lo mismo que ya hacíamos antes…—

—Yo tengo idea de un par de cosas— Sonrió ladinamente, dejando por el momento a cierta pelinegra, —por ahora… ¿Vas a explicarme el asunto de las criaturas?—

A partir de ese día, comprendió por qué aquella información era privilegiada, muy pocos podrían tolerarla sin perder el juicio. Nao se dio cuenta que había vivido todo ese tiempo en un mundo de fantasía, sin atisbar ni un poco los peligros que la mera presencia oculta de aquellos seres llamados Orphan, suponían para cualquiera a quien el azar le estimara considerables infortunios. Todo encajó en aquel mundo hostil, las extrañas circunstancias de algunas de las muertes de los habitantes de Fukka, la prohibición de adentrarse en el bosque aparentemente egoísta de Lord Takeru, supo que los viajes de los Kruger no eran más que una tapadera, de aquellas ocasiones en las que el riesgo para el poblado, se exponía alto. Allá cuando las criaturas habrían superado una serie de defensas establecidas por la segunda bestia, Senka Kruger, el ejército, las barreras y los vigías… ¿Quién en su sano juicio iría a un bosque atestado de monstruos a vigilar si alguno superaba las trampas? Pues aquellos con un par bien puestos, pensó. Una parte de ella consideraba que las personas deberían saberlo, hacer algo por su propia defensa, y entonces vino a su memoria la joven soldado por la que veló aquel día ¿Qué había sido de ella?

No quería que Natsuki sintiera celos, ni dar explicaciones de por qué hizo tanto por una persona de la que ni siquiera sabía el nombre. Así que prudentemente confrontó a cada soldado esperando dar con el paradero de la joven, con sorpresa observó a varias mujeres en las filas, lo cual le extrañó bastante, pues entendiendo los riesgos a los que se exponía cada hombre o mujer de aquella guardia y sabiendo de antemano que ninguna ley en el reino obligaba a una doncella a enlistarse, las allí voluntarias eran muy valientes o muy  suicidas, según se mirara. Claro era que de Nina Kuga entendía las razones, ya fuera por dar el ejemplo o por proteger a su prima, pero Alanis, Christin, Sayaka y Eris… las últimas dos, no tuvieron tanta suerte en el ataque del ave gélida. Un total de 12 soldados, entre muertos y desaparecidos, Sayaka se había esfumado sin dejar rastro y Eris murió pero ni su cuerpo pudo ver, pues ya le habían sepultado. ¿Era una de ellas esa chica a la que había intentado salvar? Sabía que una herida como esa no sería algo de lo que alguien pudiera recuperarse sin ayuda y esa idiota había puesto pies en polvorosa a la menor oportunidad, ¡desagradecida! Le reprochaba una y otra vez en el pensamiento con temor a la idea de su muerte, pues genuinamente le había cautivado su gracia, era su tipo, ¿por qué negárselo a sí misma? Al final lo dejó ser, aquello había sido absurdo en todo sentido. Prefería pensar que era Sayaka y que simplemente vió una oportunidad para huir de aquel infierno…


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Despertó… y anheló no haber vuelto a la realidad… aún sudaba, como si su cuerpo quisiera expulsar aquellas sustancias que la envenenaron de lujuria y de locura. Nao había sido el peor verdugo, hizo y deshizo su voluntad, con vejámenes comparables a las eras previas en el año de Tenebris, cuando los hombres se ocultaban de los monstruos y demonios que ocuparon el mundo durante el tiempo que la diosa del sol se escondió en la montaña. Sodomía fue apenas una de las muchas humillaciones que ocupó aquella mujer, pero nada dolió tanto como el hecho mismo de la cierta realidad de su promesa cumplida, las sensaciones ocupadas por su cuerpo en medio de aquellas bajezas, eran la mezcla entre el deleite y la tortura, indiferenciadas y claramente culposas, reiterativas al más mínimo recuerdo de su amada esposa, la madre de sus hijas.

Exhausta y con perladas gotas de sudor en cada fragmento de su piel, estaba tendida y atada sobre el lecho, de pies, de manos, del cuello y otras amarras dignas de aquellas, las que venden la piel por un par de monedas. Con las muñecas y otras zonas laceradas, ante los múltiples intentos de escape, con la mirada perdida en el techo y los labios sellados por una mordaza, la que empleó la pelirroja para silenciar sus ruegos cansada de escucharla y por prevenir posibles mordidas, sentía que algo le había sido arrebatado, un fragmento del alma misma; sabía que el cuerpo sanaría, pero no lo creía posible para su espíritu.

Desprovista de esperanza, tembló al sentir la proximidad de Nao temiendo nuevas tribulaciones, mas al verla a la cara notó que no parecía feliz, ni realizada sobre ello, podría pensar su lado más amable que incluso lo lamentaba, pero no creía ya que hubiera algo bueno en ella, porque no puede quien es bueno hacer algo semejante a lo que ella hizo ¿Verdad?; pese a todo, su cercanía no fue para iniciar otra vejación, la noche había sucumbido con la llegada del alba y por ello Yuuki le libró de la mordaza.

—Te mataré...— Amenazó en cuanto tuvo voz para hablar.

—Ya lo intentaste— De no ser por sus reflejos habría muerto empalada por la única estalactita que la terquedad de Natsuki le permitió materializar a pesar de la distorsión de sus sentidos, la cortó de cualquier modo, pero fue una herida capaz de tratar, aunque no dolía menos. —Fallaste... ¿Por qué no lo intentas ahora?—

Las dos sabían en ese momento que con grandes esfuerzos, quizás podría hacerlo. Así, a pesar de cada malestar, de la ira o la frustración, estaba cansada, deseaba que acabara aquel martirio de una vez por todas. Quería saber por qué alguien que tal vez le había tenido alguna clase de aprecio en tiempos pasados, encontraba tal mérito, como para destruir cada cosa de su vida sin la más mínima duda o remordimiento. Así que sobre cada fatiga, sobre el llanto que había vertido en medio de cada indignante momento, o lo magullado de su cuerpo y mente, consiguió hacer una pequeña estalactita lo suficiente afilada para cortar la cuerda. Se deshizo de ella casi sin fuerza en las manos, retiró el asfixiante amarre en su cuello, se levantó de la cama no sin buscar soporte en el borde pues aún sentía nauseas o algo bastante semejante a la resaca, pero multiplicado por 10.

Buscó en las proximidades las camisas que Zade normalmente dejaba para ella, junto a otras prendas. Un gesto amable que se dió en cuanto la argita supo que ella no intentaría escapar, al menos no entonces. Tomó las prendas, vió a un lado un pañuelo de su propiedad y un par de piedras preciosas que como objetos separados no significaban nada, pero juntos traían a su memoria el recuerdo de alguien que salvó su vida en el pasado. Y solo esa mujer podría saberlo, pues supo se trató de una doncella por la tela que se empleó para las vendas… todo ese tiempo buscando a quien agradecer y siempre estuvo tan cerca. ¿Acaso lo sacaba a relucir ahora esperando cobrar aquella deuda? Sin saber qué pensar y con la ira pasmada, llena de incertidumbre guardó silencio. Una vez hizo uso de los pantalones y posó sobre su torso una camisa, se sostuvo sin soporte a 10 distantes pasos de Nao y con voz grave, reclamó. — ¿A quién convino…? ¿Jamás pensaste eso?—

—Zade...— Gruñó molesta. — ¿Te contó alguna historia?— Pero no se preocupó siquiera de la libertad que ahora ostentaba su víctima. Ya estaba hecho, Nagi respetaría su acuerdo y su venganza se había consumado por completo, cada razón para vivir, se apagaba en sus pensamientos, lo que pasara ya no importaba.

—Todo lo que yo necesitaba saber...— Casi gruñó, mientras cubría su desnudez abrochando cada botón, aun cuando se sintiera sucia en cada fracción y lugar de su anatomía, de alguna forma intuía que ni siquiera vivir durante un año bajo la caída de una cascada limpiaría aquello. Incluso se esmeraba en no traer a su mente a la persona que amaba, de la que ya no se sentía digna.

—Tú no sabes nada...— Nao sonrió amargamente, ahora estaban en condiciones para hablar o para luchar, de igual a igual.

El silencio acompañó a las miradas conocidas de las dos mujeres en extrema tensión, cuando la contrariedad de Kruger por las acusaciones de Nao, despertaban una vez más las dudas de la pelirroja, como si fuera su más intenso deseo creer en la honestidad de uno que sabía culpable. No salieron las palabras de su boca, pues el sonido apabullante de la puerta, la cual tocaba alguno muy escaso de modales, resonó haciendo ecos en aquella no muy ocupada habitación. Conociendo los modos, Yuuki no se esforzó por abrir cuando la puerta fue reventada de una patada, por uno más que impaciente y conocido por las dos mujeres.

—Hideki... no eres nada paciente—

—No lo es mi amo... cuando los traidores se sirven en bandeja de plata— Informó con una sonrisa torcida, era algo de su entera complacencia.

Un escalofrío le recorrió la espina y crudos pensamientos asolaron en su pensamiento el nombre de dos a los cuales tenía en alta estima, mas procuró por no caer en una trampa, guardar la compostura. — ¿Quién ha osado faltar a Nagi?—

—No tú, por suerte para ti...— Evadió astutamente su respuesta dando la espalda a la pelirroja, esperando que la desesperación la venciese y así tener la ocasión de llevar a otra ante Nagi. Pero pasaron los segundos y Nao no picó en su anzuelo. —Puedo ver el abismo en sus ojos, ni su postura es tan altiva como siempre, mira cuánto has logrado si la necesidad de latigar su piel hasta dejarla medio muerta— Sonrió satisfecha mientras la pelirroja desviaba la mirada, agradeciendo que al menos ahora las dos estaban prudentemente vestidas, habría odiado complacer las mórbidas imaginaciones del esbirro. —Deberías instruir en tu arte a alguien más o ¿es solo una cuestión que pueda aprender una meretriz?— Punzó instigadoramente en las emociones de la pelirroja esperando ver caer la fortaleza de Nao, pero esta no cedió.

—Las gemas en bruto pueden refinarse, hay quienes solo tienen la propiedad de bruto pues carecen de cualquier brillantez— Refutó sonriendo mordazmente.

El argita tensó la mandíbula, callando así cualquier otra conversación que intentara ser audaz. —Acompañadme, alteza— Añadió con ironía refiriéndose a Natsuki.

En cuanto Hideki notó que Nao no se movió. —Nagi espera... también a ti, Julieth—


Retirada la oportunidad de constatar por otros medios las insinuaciones de Hideki, no tuvo más remedio que acudir al salón del trono, donde Nagi se complacía normalmente de atender a sus invitados y a sus víctimas... 

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6 comentarios:

  1. Gracias por actualizar, cada vez se resuelven poco a poco tantas incógnitas, Nina ya va por buen camino.. depues de la entrega mutuo no creo que no cumpla su deber .

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  2. Siempre es un placer leerte,y tu manera de escribir es exquisita nos dejas con ganas de más siempre.

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  3. Desde el inicio hace 4 años se ha convertido en una de las mejores historias que he leído aquí, a veces la demora me intenta hacer perder el interés pero cuando sale un nuevo capítulo me vuelvo a enamorar, gracias por dedicarle el tiempo a esta historia y por hacerme soñar con este mundo fantástico. MAFE

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  4. Muy bueno enamorada de la historia...gracias Sam

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  5. Buenos dias primero que nada le dire que soy una de sus fans tanto asi que me desvelo en leer su historia y por favor sigue porque me dejaste en suspenso por favor sigala

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  6. Buenos dias primero que nada le dire que soy una de sus fans tanto asi que me desvelo en leer su historia y por favor sigue porque me dejaste en suspenso por favor sigala

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