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“Tienes
una cara horrible”, la saludó su hermana, temprano por la mañana. Mar no hizo
caso, se apresuró a tomar un poco de jugo del desayunador, pero una vez lo hubo
servido, se dio cuenta de que realmente no le apetecía. Alargó el vaso a su
pequeña sobrina que jugaba con un par de huevos fritos, haciendo un desastre su
plato de comida. ¿Cómo esperaba su hermana que Lucía desayunara tan temprano?
“¿Irás
a trabajar? ¿Cuántos huevos quieres?”
“No,
gracias. Comeré más tarde y no, hoy no iré a la oficina”
“¿Y
eso?”
“Terminé
las maquetas ayer y el jefe dijo que podía tomarme el día, aprecia mucho a mamá
y no tiene problemas con dejarme quedar en casa si entrego el trabajo a
tiempo”, mintió Mar. Su hermana pareció complacida.
“¿Entonces
me ayudarás con los niños?”
“No.
Debo ir al centro a comprar…”, se cortó Mar, no había pensado en ese pequeño
detalle.
“…le
pedí que comprara unos óleos que me hacen falta”, intervino Matilde, mientras
se acercaba a sus hijas para supervisar los platillos. Guiñó un ojo a Mar. Mar
supuso que su mamá mantenía la idea de permitirle un poco de tiempo para ella.
“Yo me encargaré de Hugo hoy, se encuentra muy inquieto, supongo que el mal
clima lo pone nervioso, así tú puedes mantener vigilados a los niños”
“Las
nubes son densas, en las noticias dicen que se formó una tormenta prácticamente
de la nada… la verdad no confío en los meteorólogos”, dijo su hermana,
prendiendo la pequeña televisión de la cocina.
El
reportero advertía no salir de casa sin tomar en cuenta que en cualquier
momento caería un gran chubasco. Mar se asomó por la ventana que daba al
jardín. Nubes moradas cubrían el cielo, era como si se empeñaran en evitar el
amanecer para que así la luna no terminara de ocultarse. Eran las siete treinta
de la mañana, pero todavía podía verse un cuarto creciente tenue, en un pequeño
claro entre las nubes.
“Voy
a vestirme y me marcho”, declaró Mar, solemne. Los gestos de su hermana y mamá
le hicieron ver que no disimulaba bien los nervios“
“Es
muy temprano, las tiendas de pintura no abren sino hasta dentro de un rato”,
dijo, cabalmente, su hermana.
“Quiero
dar un paseo primero”, dijo Mar, volviendo a su tono habitual.
“¿Con
éste clima?”, volvió a inquirir su hermana.
“Haz
lo que tengas que hacer, Mar. Solo recuerda no olvidar tu sombrilla y no la
uses de pararrayo”, dijo su mamá, zanjando la conversación y otorgándole a Mar
una ruta de salida.
Mar
se cambió la ropa de dormir por unos jeans, una playera sin estampado y tenis
de lona. Si se armaba la bronca, debía estar cómoda. Echó una última mirada a
su habitación y después salió, bajó las escaleras, gritó un “nos vemos más
tarde”, sin importarle si alteraba a Hugo o no (pues no era capaz de más
despedidas), y emprendió el camino.
¿Hacia
dónde se dirigía? No tenía ni la más remota idea, solo sabía que algo la
llamaba en alguna dirección y encaminó sus pasos hasta ahí. Al cabo de un rato,
llegó al parque de los lagos. El día parecía oscurecerse cada vez más. ¿No
había dicho Luna que todo estaría luminoso? Con el primer trueno, entendió.
Los
relámpagos parecían furiosas saetas; uno tras otro golpeaban la tierra y la
hacían retumbar desde el centro. Las descargas parecían aumentar en frecuencia
y fuerza con cada minuto, y también parecían acercarse al parque. Mar no tenía
miedo. Bueno, sí, un poco, pero no iba a retroceder ni un paso. Pronto los
relámpagos la rodearon y las explosiones de sonido provocaron que le estallaran
sus oídos. Mar sintió un dolor agudo, pero iba a soportar, lo haría.
Y
entonces vio al primero salir del destello de un rayo. Era un hombre joven, de
piel y cabello blancos. Cegada parcialmente por el destello, Mar parpadeó hasta
darse cuenta de que el hombre no estaba solo, junto a él estaba una mujer de
edad mediana, humana. El hombre y la mujer voltearon a verla. Mar asintió con
la cabeza en señal de reconocimiento. Luego llegaron más truenos y destellos y
más figuras. Mar sentía que su cuerpo no podría resistir el arribo de todos los
viajeros y vínculos (Luna aún no había comprendido la debilidad de la constitución
humana). El dolor en sus oídos y en sus ojos, aumentaba con cada estruendo.
Entonces
sintió una mano en su hombro. Era Tomás y a su lado, el viejo, su vínculo.
Tomas en realidad era poderoso, porque Mar sintió que recobraba fuerzas y
empezó a contar, 10, 23, relámpagos que transportaban seres sin tiempo ni
espacio.
Asimilado
el dolor, Mar pensó que el espectáculo era hermoso.
De
pronto, la tormenta cesó. Mar tomó aire para recuperarse. Ensordecida, contempló
el parque. Había muchas cabezas blancas y personas de todas las razas, de todas
las edades. Pero Luna no estaba por ningún lado. Mar quiso correr a buscarla
entre todos los viajeros, pero Tomás se lo impidió. “Ella no está aquí”, dijo.
“No
entiendo, ella debería estar aquí”
“Alguien
tenía que atraerlos”, dijo el viajero. Pero Mar no escuchó y continuó buscando
con su vista a Luna. El corazón se le aceleró y los nervios y la angustia eran
tan desesperantes como el pitido en sus tímpanos. A punto estaba de zafarse del
agarre de Tomás, cuando una luz (del color más blanco jamás imaginado), lo
cubrió todo, paralizando cualquier movimiento. Algo dentro de esa luz les
impedía moverse a todos. Al cabo de unos instantes, Mar se dio cuenta de que sí
podía moverse, pero muy, muy lentamente. Eran los maestros sin duda, habían
mordido el anzuelo.
Mar
los vio y eran más aterradores que nunca. Caminaban fluidamente entre todos los
vínculos y viajeros ralentizados por el influjo de alguna fuerza. Eran cuatro hombres,
sin cabello, con los ojos completamente negros, vestidos de algo. Mar no podía
describirlo, era como si sus cuerpos estuvieran hechos de aquella misma luz
blanca. Los seres se acercaban a cada viajero y cada vínculo. Cuando Mar recién
los vio, se movían en grupo, pero poco a poco fueron esparciéndose en diferentes
direcciones. Deambulaban. Sólo pararon cuando los cuatro llegaron hasta ella,
no sin antes acercarse también a Tomás y a su anciano.
Mar
escuchó sus voces, se habían metido a su mente. Sonaban como un eco.
“Es
ella”
“Es
ella”
“Es
ella”
“Es
ella”
“Es
insignificante”
“Es
insignificante”
“Es
insignificante”
“Es
insignificante”
“Está
anulada”
“Está
anulada”
“Está
anulada”
“Está
anulada”
“¡No
lo estoy!”, exclamó Mar en su mente y en viva voz.
La
intensidad de la luz blanca menguó y pudo volver a moverse. Dios dos pasos
hacia atrás, alejándose de los maestros. Luego vio a su alrededor. Los viajeros
también podían moverse, pero los vínculos solo habían recuperado el control de
su cuerpo para caer al suelo, desvanecidos.
El
terror invadió el rostro de los viajeros quienes se apresuraron a auxiliar a
los seres humanos. Atónita, Mar se acercó al anciano que era atendido por
Tomás. El viejo respiraba y tenía los ojos abiertos pero parecía, estaba en el
mismo estado que su papá. Lo habían anulado. Los habían anulado a todos.
“¡Basta!”,
gritó Mar, como una niña. ¿Qué más podía hacer?
Los
viajeros intentaban hacer reaccionar a sus vínculos, su humanidad era tal que
al ver a su ser amado reducido a un ser sin consciencia, caían en
desesperación, haciendo reinar el caos. Mar levantó la mirada para ver que los maestros la observaban. “Luna”, la
llamó con todas sus fuerzas, sin ser consciente si lo hacía sólo en su mente.
“Mi Luna, ven”. Pero Luna no apareció. Mar cayó de rodillas al suelo,
derrotada. Los maestros se acercaron a ella y la rodearon. La luz blanca volvió
a brillar con toda su fuerza, evitando así que Tomás o cualquier viajero
pudiera auxiliarla.
“No
puede ser anulada”
“No
puede ser anulada”
“No
puede ser anulada”
“No
puede ser anulada”
“Sólo
es materia”
“Sólo
es materia”
“Sólo
es materia”
“Sólo
es materia”
“Debe
ser transformada”
“Debe
sertransformada”
“Debe
sertransformada”
“Debe
sertransformada”
Mar
vio brillar cuatro tubos delgados. El primero le atravesó de golpe un hombro.
Gritó de dolor. La sangre tibia chorreaba hasta gotear por sus dedos. El
segundo atravesó uno de sus muslos, Mar quería revolcarse, pero no podía
moverse porque estaba suspendida en una grieta de tiempo. El tercero atravesó
su vientre, del lado izquierdo. El sufrimiento ya era indescriptible. El cuarto
debía matarla. Solo era materia y pronto se transformaría en materia muerta.
Pero
el cuarto golpe no llegó. Mar pudo ver que la luz blanca desaparecía poco a
poco. Entonces la oscuridad comenzó a cubrir el cielo, luego el piso, luego
todo alrededor. Y dentro de la oscuridad, puntos luminosos se movían a gran
velocidad. Mar recuperó el movimiento, derrumbándosesobre el césped, llorando.
Al inicio pensó que la oscuridad eran sus propios sentidos, rindiéndose, luego
se dio cuenta de que ya había visto algo como eso. “Luna”, pensó. “Luna”,
llamó. Aquello era la galaxia de Luna.
Haciendo
uso de todas sus fuerzas, Mar levantó la cabeza, buscando. Vio a Luna a unos
metros de ella, pero aún a la distancia notó la debilidad de su cuerpo. Su rostro
estaba anguloso, la línea bien marcada del mentón ensombrecía sus facciones.
Alrededor de sus ojos, tornados completamente en negro, había más sombras. El
esfuerzo para envolverlos a todos en su galaxia, la trampa planeada para los
maestros, estaban acabando con su corporalidad terrestre.
“Tomás…
por favor”, dijo Mar, desesperada, al viajero que se acercaba para revisar su
estado. Tomás comprendió lo que Mar pedía y se dirigió hasta Luna, no sin antes
recostar suavemente en el suelo la cabeza de su viejo caído. Luna estaba de
pie, como en trance. Tomás colocó una mano sobre el hombro de la galáctica y
entonces las estrellas que los rodeaban a todos cobraron más brillo. Tomás
compartía su fuerza con Luna y poco a poco su corporalidad también comenzó a
decaer.
Los
maestros, recuperándose de la impresión
de verse atrapados en la dimensión de Luna, dibujaron una mueca que podría
interpretarse como una sonrisa. Sacudiendo al mismo tiempo sus brazos,
materializaron nuevas agujas. Mar anticipaba más dolor, pero entonces los
maestros cometieron otro error. No dirigieron a Mar la tortura, sino se
acercaron al viejo de Tomás. La debilidad en Tomás no era tanta como pasar
inadvertido el ataque a su vínculo; entonces, el viajero hablóy su poder fue lo
suficientemente grande como para que todos los demás viajeros ahí reunidos
escucharan.
“No
pertenecemos a ningún tiempo, a ningún espacio. Somos viajeros que conocen y se
van. Pero ellos nos han importado, los hemos amado y hemos sido amados. Elijo
su muerte antes que la nada. Elijo la vida, antes de la eternidad”
Los
viajeros se incorporaron al instante. Uno a uno se unieron al trance de Luna y
Tomás. El negro se tornó más negro, en sus ojos y alrededor de todo. Los
maestros retrocedieron. La fuerza de todos los viajeros los hacía retroceder.
“Todo
colapsará”
“Todo
colapsará”
“Todo
colapsará”
“Todo
colapsará”
Advirtieron
los maestros, como el eco de un profeta. La galaxia de Luna se expandía cada
vez más con la fuerza de todos los viajeros.
“Su
final, será el nuestro. Ni humanos, ni viajeros, ni maestros, ni universo. Solo
una galaxia vacía”, declaró Tomás.
El
hueco en el tiempo y espacio de Luna lo devoraría todo. En el principio el
caos… aquello se convertiría en caos. Las estrellas diminutas que se movían
alrededor de todos, emitían un intenso brillo final y desaparecían. La galaxia
de Luna se convertía poco a poco en un agujero negro y lo devoraría todo.
“El
final de todo”
“El
final de todo”
“El
final de todo”
“El
final de todo”
Los
maestros retrocedían, pero la galaxia de Luna era demasiado grande, demasiado
negra para escapar.
“Elegimos
la vida antes que la eternidad”, dijo Luna.
La
oscuridad crecía. Los viajeros mantenían su fortaleza. Mar no podía escuchar a
Luna, pero sabía que había dicho algo, que estaba luchando y no la dejaría
sola. Si en verdad tenía algún poder producto de su vínculo, era momento de que
surgiera. Y sucedió. No fue un destello, ni su cabello se tornó blanco. Era un
retorno. Retorno a ella misma, a querer permanecer en ese mundo, contemplarlo, admirarlo y vivirlo. Mar pensó
en todo en un instante, recordó los peces de colores cuando tenía tres años,
recordó juegos con su hermana, recordó paseos con su padre, dibujos con su
madre, tardes con Sara, días de trabajo, días de ocio, días en el museo, besos
con muchas mujeres, el día en que conoció a su marciana, los besos de Luna. Y
entendió. Era su voluntad, no otra cosa, lo que la había mantenido cuerda; esa
maniática necesidad de intentar entenderlo todo, sorprendiéndose, admirándolo.
Su cuerpo no daba para más, no escuchaba, el dolor la cegaba y no sería capaz
de ponerse de pie, pero tenía voz y expandiendo sus pulmones al máximo de sus
fuerzas gritó: “¡Vuelvan!”
No
pasó nada durante unos momentos. Pero entonces, los vínculos humanos comenzaron
a recobrar consciencia. Algunos se sentaron, otros abrían los ojos contemplando
con reconocimiento dónde se encontraban (algunos quizá habían conocido la
dimensión de sus viajeros).
“Aquí
no tienen más poder”, dijo Mar a los
maestros, suavemente, pues estaba agotada, tan agotada. “Nos perdemos todos en
el vertedero o se marchan de una vez”, sentenció.
Uno
de los cuatro se adelantó.
“Nuestro
final es el final de todos”
“Que
así sea”, respondió Tomás.
Solo
quedaban unas pocas estrellas revoloteando y se agotaban. Si la oscuridad lo
llenaba todo, lo consumiría.
“¡Basta!”
“¡Basta!”
“¡Basta!”
Hablaron
los otros tres.
“Basta”,
dijo el cuarto maestro. “Terminen con esto. El universo no puede perdernos. Ni
a los viajeros. Somos quienes tejen el conocimiento, somos quienes ordenan los
momentos… Los vínculos humanos serán libres. Los aquí reunidos, olvidarán.
Serán los humanos de otros tiempos quienes brindarán nueva información”
“Ningún
humano será anulado”, exigió Tomás.
“No
serán anulados”, concedió el cuarto. “Sin embargo, los viajeros renuncian al
vínculo humano. Su unión es peligrosa, los convierte en ellos. Ustedes volverán
y viajarán de nuevo y buscarán nuevos vínculos en otros mundos”
Tomás
asintió. Todos los viajeros asintieron.
Mar
podía escucharlo todo en su mente. Lo habían logrado.
La
galaxia de Luna desapareció.
Los
maestros se acercaron a Tomás y a Luna. Los viajeros estaban visiblemente agotados.
Mar pensó que si los maestros volvían a intentar algo, probablemente esta vez
no tendrían ni la mínima oportunidad de evitarlo, tan malo era el estado físico
de los viajeros.
El
cuarto maestro volvió a hablar, pero esta vez Mar no pudo escuchar.
Tomás
y Luna bajaron los brazos. Mar sintió como si un líquido tibio se derramara
dentro de su pecho cuando su mirada se encontró con la de Luna.
Los
cuatro maestros desaparecieron súbitamente. Y volvió todo lo demás. El césped,
los lagos y una lluvia ligera.
Mar
se tendió de espaldas. “Ahora sí, ya me voy a morir”, pensó, porque seguía
perdiendo sangre, porque ya no sentía dolor, porque tampoco sentía las piernas,
y porque el alivio era tan grande, que
en verdad pensó que por lo menos moriría tranquila.
“No
vas a morir”
Luna
estaba junto a ella y la levantaba en sus brazos.
“¿Has
visto mi futuro, marciana?”, preguntó Mar pegándose al cuerpo de Luna. Sentir
el vínculo aminoraba un poco el sufrimiento, hasta podía escuchar la voz de Luna,
como un murmullo lejano.
“Es
correcto”, dijo Luna, “he visto tu futuro y salvo unas cicatrices, no quedará
nada”
“Muy
feo eso de las cicatrices. Olvidas el dolor, olvidas cómo te heriste, pero la
marca se queda”
“Lo
logramos, Mar”, dijo Luna en su tono humano.
“Por
lo menos hasta que otra parejita de vinculados vuelva a cagarlo todo”, Mar
quiso reírse pero una ola de náuseas se lo impidió. “Todos se despiden”. Dijo
Mar, viendo que los viajeros y vínculos hablaban entre ellos.
“Es
correcto”
“No
entiendo por qué debemos olvidar”
“Los
viajeros no deben ser humanos. No es
nuestra función en el orden del todo. Estos 198 han descubierto el poder de su
vínculo. Ese tipo de conocimiento no debe ser expuesto. Galaxias como la mía
pueden desatarse sin control y absorber mundos enteros”
“¿A
quién le importa?”
“A
todo el universo, aunque no lo sepa”
Mar
entendió que había cosas que nunca comprendería.
“¿No
más experimentos con humanos?”
“Tomás
y yo hemos sido llamados para vigilar las futuras aproximaciones”
“¿Entonces
estarás siempre viendo hacia acá?”
“Mar,
siempre estaré viendo hacia ti”
“Luna,
no te vayas”
Luna
guardó silencio.
Mar
no quería perderla. No había estado consciente de lo imposible que le resultaba
apartarse de su Luna, decirle adiós. Quizá estar lejos de ella sería peor que
la locura.
“Tu
padre volverá”, dijo Luna. “Poco a poco, volverá a tu madre y a ti. Ten
paciencia”
Mar
sintió un gran alivio. Luego se sintió mal porque el alivio no era suficiente
para sentirse satisfecha. La idea de perder a Luna la rebasaba.
“¿Ya
sabes cómo usar tus lavado de cerebro conmigo, marciana? ¿Ya sabes cómo hacerme
olvidar?”, preguntó Mar, derrotada.
“Lo
haremos entre todos. La fuerza deberá ser suficiente. Todos olvidarán”
“Es
que yo no quiero”
“Mar…”
“Luna…”,
Mar quería decirle que la amaba, que su vínculo sería infinito, que no
olvidaría, pero las palabras no alcanzaban a formarse. “Ella lo sabe”, pensó
Mar, segura de aquello como de nada antes había estado tan segura.
“Mar…
duerme”, ordenó Luna, depositando un beso en la frente de la terrícola.
Y
el cuerpo de Mar obedeció.
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que capitulo.. esto esta lleno de tantas emociones, autora Felicidades por tan linda historia
ResponderEliminarNooooooo...mar no puede olvidar a luna!!!!
ResponderEliminarEstoy a punto de llorar!!!!! ����������
M tienes enganchada a tu historia!
C.R
Todabia toy esperando el epilogo.
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