Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

El jardín de la oca - Amina - 2

2


En un principio, Sara, que no quiso ser un estorbo para sus amigas, se instaló en el estudio de pintura de Marian pero duró pocos días, el frío y el olor a trementina hicieron imposible la estancia. Además, su amiga daba clases de pintura y Sara tenía que pasar casi todo el tiempo metida en su habitación. Una semana después, lio de nuevo sus bártulos y se fue a vivir con Mamen, que le ofreció un hueco en su casa todo el tiempo que necesitara.

Por un tiempo no fue consciente de sus actos, de sus movimientos, estuvo dominada de un automatismo a falta de la participación de la conciencia. Por las mañanas, al despertarse, le invadía una profunda sensación de repugnancia hacia todo lo que le esperaba ese día. Con esfuerzo, intentaba inculcarse una energía y una lucidez que estaba muy lejos de poseer y que sabía que desaparecerían tan pronto pasara de la reflexión a la realidad. Y en las noches de vigilia de entonces, en aquella cama con una sola almohada que señalaba el hecho de separación y abandono, que marcaba la ausencia de su amada, la imposibilidad del contacto, de unión entre sus cuerpos, casi de forma obsesiva y aferrándose a una falsa lucidez, intentaba repasar sus recuerdos, hurgar en la encarnecida herida para encontrar lo que hizo mal, el error que cometió para que ella dejara de amarla. Creyó que encontrando el motivo de su desamor se podría solucionar el problema porque en el fondo, y es lo más triste, aún tenía la esperanza de que se acabara esa pesadilla y regresase a su lado, y poder sentir de nuevo sus suaves y delicadas manos acariciar su frente, su rostro, sus pechos, su cuerpo, su sexo…
Se maldijo, una y mil veces, por haber creído en un amor constante e indestructible, que nada lo podía romper, ni siquiera la edad, y haberse olvidado del desamor.
Por entonces, pensar en Pepa le provocaba una agitación incontenible, despertaba en ella un dolor sordo y profundo y una sensación de injusticia. Sara sabía que Pepa la había dejado, que ya no la quería pero no podía ir más allá de esa certeza. No podía entender cómo, durante la última escapada que hicieron, haría escasamente mes y medio, mientras contemplaban aquel bello paisaje erosionado por el tiempo y los cuatro elementos, Pepa la abrazó por detrás y besándola le dijo al oído lo feliz que se sentía por compartir aquel momento con ella. Y un mes después, ya no la quería. «Ya no te quiero» fueron sus palabras y estaba tan segura de la sinceridad, de la veracidad de aquellas cuatro palabras, que tenían el mismo tono auténtico que las otras dos, tan opuestas, que tantas veces dijera: «Te amo». Aquellas cuatro palabras se grabaron a fuego en la mente de Sara y fueron cuatro cuchillas espigadas en su corazón.
Se sentía aniquilada, no quería comer, no quería lavarse, no quería mirarse al espejo, no quería vivir. Al ver que le faltaba su amor, su vida no tenía ya razón de ser.
Pidió la baja laboral por depresión porque no era capaz de concentrarse en el trabajo. Llevaba una semana de baja, bajo los efectos de unas pastillas que le habían recetado para el dolor de vida, cuando recibió un burofax de la empresa comunicándole su despido, aduciendo su bajo rendimiento y escudándose en la crisis que sufría el país en esos momentos, lo que les obligaba a recortar en gastos. Después de tantos años trabajando para ellos, había dejado de ser rentable por estar deprimida. Está claro que tampoco es país para débiles.
Perder el trabajo fue la puntilla que acabó con ella, el túnel sin salida en el que se encontraba se hizo más profundo y oscuro. Con treinta y muchos años y después de haber tenido la vida solucionada, pareja y un trabajo supuestamente estables, todo se había ido a la mierda.
Las amigas se portaron como lo que son, auténticas amigas, y la arroparon en su dolor, le dieron su apoyo y no perdieron la oportunidad de poner a caldo a la ex. La llamaban, y aún la siguen llamando, la “Exxon Valdés”, jugando con lo de “ex” y su apellido pero también porque, al igual que aquel tristemente famoso barco de nombre Exxon Valdez, había causado en Sara un desastre de dimensiones catastróficas, destrozando su corazón con toneladas de chapapote.
Su amiga Cris, que es psicóloga, le aplicó una terapia de choque y durante días estuvo visitándola para que recuperara, al menos, la autoestima. Le dijo que lo importante era saber quererse a sí misma, que tenía que superar el amargo proceso de desintoxicación y que, mientras tanto, tenía que seguir viviendo. Solo el tiempo trae consuelo.
Dicen que, como mínimo, se necesitan dos años para superar una ruptura, que durante ese tiempo se pasa un proceso doloroso, de depresión y desesperanza de no volver a ser feliz, de no poder volver a amar. Sin embargo, también dicen que el fracaso es una nueva oportunidad para comenzar de nuevo de forma más inteligente.
En aquellos momentos, para Sara, vivir sin ella, superar la pérdida y volver a amar, le parecían retos inalcanzables.

La convivencia con Mamen fue positiva para Sara. Su amiga es una persona cariñosa y divertida que intentó animarla todo lo que pudo. Sara siempre ha envidiado la fortaleza de Mamen, su estabilidad mental y emocional a la hora de decidir en la vida. Mamen, después de haber compartido su vida con hombres y con mujeres, eligió vivir sola, convencida de que es la situación más estable para una persona. No tiene pareja pero si amante, desde hace un tiempo sale con una mujer que también ha elegido su mismo tipo de vida, lo que las hace compatibles entre ellas.
Mamen es informática y por aquel tiempo trabajaba en una multinacional del gremio que la tenía ocupada de lunes a viernes, desde las ocho de la mañana y sin hora de salida, a veces a las siete de la tarde, otras muchas no llegaba a casa antes de las nueve de la noche. Esto provocaba que Sara estuviera sola casi todo el día. Aquella casa era ajena a Pepa pero también lo era para ella y echaba de menos la sensación de hogar que allí no sentía.
Sara estuvo dos meses sin pisar la calle. No quería salir, no quería relacionarse con la gente, ni siquiera tenía fuerzas para hablar con el panadero. No quería ver a nadie. Las pastillas la tenían sumergida en un océano yermo, oscuro y sin voluntad. Cris le aconsejó que fuese dejando poco a poco los ansiolíticos porque creaban tanta adicción como las drogas duras, aunque esta fuese legal por tener un logo farmacéutico.
Poco a poco fue retomando el contacto con el mundo exterior. Empezó a salir por las mañanas a pasear a un parque cercano, para matar el tiempo y la ausencia. Se sentaba en un banco al sol a contemplar los árboles, la caída de las hojas, sentir el olor de la lluvia u oír las voces lejanas de los niños jugando. En esos momentos conseguía no pensar, no penar, no pesar, solo sentir algo de calma en su tumultuoso estado de ánimo. Pero, tras permanecer un largo tiempo inmóvil y sin pensamiento, su mente retornaba, contra su voluntad, a su pensamiento dominante, el de Pepa.
Casi todas las mañanas, antes de ir a su estudio, Marian llamaba por teléfono para recibir el parte anímico y hablar con ella un rato. A veces quedaban para comer cerca del estudio de Marian, que buscaba un hueco entre las clases. Aquellas charlas con su amiga le vinieron bien a Sara, su carácter positivo y sus consejos le dieron ánimos para intentar salir del agujero donde se encontraba. Con el tiempo, reanudó el contacto con el resto de las amigas y se reincorporó de nuevo a la cita de los jueves. Hablar y pensar en otras cosas era un alivio para su maltrecha mente.
Por aquel tiempo no tenía prisa en encontrar trabajo, tenía derecho al subsidio de desempleo que pensaba agotar y decidió dedicarse a sí misma, a recuperar la autoestima e intentar salir de esa angustia vital que la acompañaba, o por lo menos, a acostumbrarse a ella.
Sara se negó a ver la televisión por no encontrarse con la imagen de Pepa, quería evitar ese sufrimiento. Solo algunas noches, cuando Mamen regresaba del trabajo con alguna película del videoclub, se sentaba frente al televisor. Su amiga le contó que la “Exxon” había fichado por un canal de televisión privado y conservador para presentar un programa de debate político y social. Según Mamen, bastante carca, cosa que no le extrañaba porque la ambiciosa Pepa siempre le había recordado al personaje de una película de Nicole Kidman, que interpretaba a una presentadora dispuesta a todo por alcanzar la fama. Días después, su amiga consiguió la película “Todo por un sueño” en el videoclub.
Mamen solía quedar los sábados con su chica, con la que pasaba la noche. Antes, alternaban de casa pero, desde que Sara estaba en la suya, pasaba la noche en la de su amante. Su amiga tenía un amplio grupo de amistades con el que solía cenar los sábados. Intentaba animar a Sara para que se uniera a ellos pero nunca lo consiguió. En aquellas cenas, Mamen se enteraba de muchos cotilleos que luego le contaba a Sara. Por ella supo que Pepa estaba con otra y que ese fue el motivo de la separación.
Para Sara aquella noticia fue un mazazo, un chasquido eléctrico en su cerebro, como si sus ojos se hubiesen abierto finalmente ante un hecho claro y, sin embargo, invisible para ella hasta aquel momento. No acertó a comprender cómo no se había dado cuenta desde el principio y había tardado tanto tiempo en verlo. Más de una vez imaginó la existencia de otra persona con la seguridad de que fuese cierto, pero la confirmación de la certeza llega siempre de manera inesperada y dolorosa, como un jarro de agua helada. Era un hecho, no una suposición, tenía un peso, una dimensión que jamás habían tenido en su mente. Experimentó un agudo dolor en el pecho cuando tuvo la certeza de que la frialdad de Pepa hacia ella fue por calor hacia otra.
Hubo un antes y un después tras el chasquido que sintió Sara en su cabeza. A partir de ese instante, empezó a odiar a Pepa con todas sus fuerzas, a detestarla, a insultarla mentalmente y tuvo un violento deseo de olvidarla, de superar todo lo más pronto posible.
Decidió hacer caso a sus amigas y empezó a salir y a relacionarse con la gente y, durante un tiempo, quiso quitarse el chapapote a base de productos químicos, metiéndose en el pozo voluntariamente. No quiso jugar más partidas ni tentar a la suerte, solo quiso ser el premio de otra jugadora, la oca despechada que buscaba desquitarse de su ex, con rencor y sin ataduras, aun sabiendo que al final, solo conseguiría sentirse peor por no poder olvidarla, sobre todo, cuando despertaba resacosa en una cama ajena, acostada al lado de alguna desconocida y sin poder recordar nada de la noche anterior. Pero le daba igual, la compañía de cualquiera, después de todo, era preferible a la soledad.
El problema surgió cuando, sin darse cuenta por los efectos psicotrópicos, fue dos o tres veces el premio de una misma jugadora, la cual se hizo unas ilusiones que Sara le tuvo que aclarar. Aquella mujer, que Mamen apodó “Terminator” por su aspecto físico y su forma de actuar, no entró en razones y se pasó varios meses persiguiendo a Sara por los bares, las calles o por cualquier otro lugar. Nunca supo cómo se enteraba pero aparecía siempre en el sitio donde se encontraba ella. Aquella situación le llegó a agobiar y tuvo que dejar de salir. Mamen, que se enteraba de todo, le informaba del tema titulándolo “Las crónicas de Sarah Connor”. “Terminator” siguió buscándola y preguntando por ella durante un tiempo pero luego, desapareció del panorama. Según Mamen, debió de encontrar a otra a quien acosar.
Aquella etapa patética de su vida y el episodio que os acabo de narrar hicieron recapacitar a Sara sobre su comportamiento. No podía seguir quemando las naves de esa manera, aquel “Living Las Vegas” particular no la llevaría a buen puerto y debía enderezar el rumbo de su vida. Ella era una mujer civilizada e inteligente que necesitaba salir de una situación primitiva y destructiva. Y aquella no era la manera correcta de hacerlo.

Optó por irse una temporada con sus padres, hacía mucho que no les visitaba y un cambio de aires le vendría bien. No duró más de tres semanas con ellos. Sara siempre ha hablado de su familia con desapego, sin afecto ni orgullo. Quiere a sus padres pero solo por el mero vínculo carnal, ya no tienen nada que ver con ella. Sus formas de pensar y de ver la vida eran tan distintas que no tenían nada que decirse.
Sara había pasado muchos años sin tener contacto con sus padres, excepto en las navidades, que pasaba un par de días con la familia. Solo dos días al año durante veinte años habían provocado el distanciamiento y el olvido de su niñez. También tuvo algo de culpa el hecho de confesarles sus gustos sexuales. Llevaba mucho tiempo estudiando la manera de contarlo pero no se atrevía a hacerlo porque sabía que sus padres no lo iban a aceptar. Hace unos años, antes de la relación con Pepa, Sara se armó de valor y decidió decírselo a la familia, pero no quiso dar opción a que se montara un drama familiar, quiso evitar lo que le pasó a Cris con su familia, que acabó siendo una tragedia y desde entonces no se hablaba con ellos. Por eso, Sara utilizó la estrategia de soltarlo de sopetón, sin más, intentando evitar el kabuki de su madre, gran aficionada a ellos y, aprovechando la comida de navidad, con los padres, abuelos y hermanos presentes, soltó, como si de cualquier cosa se tratase, que no contaran con ella en nochevieja porque se iba al desierto con su novia. Recuerda que se hizo un silencio incómodo de miradas furtivas que no parecía tener fin hasta que su hermana, hábil en echarle un capote, lo rompió con algún comentario sobre la comida. De esa manera su familia se enteró y aquello fue un punto de inflexión en la relación con sus padres.
Aquellos días alejada de la ciudad calmaron el ánimo de Sara. Y fue frente al mar, lo único que aún añoraba después de tantos años, donde entendió que su sitio ya no era ese sino el de sus últimos veinte años, donde solo debía encontrar de nuevo un hueco en él.

Regresó a la ciudad más calmada aunque igual de triste. Lo positivo fue que había recuperado la claridad mental, después de tantos meses de eclipse total de la razón, su cerebro volvió a controlar sus actos. Lo negativo fue que, en aquellos momentos, sintió que su vida era mucho más solitaria que lo que había imaginado y que no tenía fuerzas ni ánimo para encontrar a alguien que aguantara todo lo que detestaba de sí misma. Con ese ánimo, decidió pasar en tránsito por la vida y dedicarse exclusivamente a buscar trabajo. Necesitaba trabajar porque de algo hay que morir.
No tuvo éxito en su búsqueda y no encontró trabajo. Todos los precarios puestos de fisioterapeuta, en clínicas y residencias, estaban ocupados a cambio de míseros sueldos. La situación coyuntural no le dio otra opción que buscarse la vida al margen de la legalidad. Decidió comprar una camilla portátil con la intención de atender a los pacientes a domicilio. La crisis había provocado que muchos ancianos abandonaran las residencias para volver con sus familias, necesitadas de la misérrima pensión de la abuela para sobrevivir. Puso carteles en las panaderías y tiendas del barrio y no tardó mucho en encontrar pacientes que atender.
Trabajaba casi todos los días, se desplazaba a las casas de los pacientes con su camilla portátil a la que Mamen, como no podía ser de otro modo, le puso el nombre de “Camilla Parker Bowles”.
Al principio, trataba a todo tipo de pacientes pero tuvo que dejar de atender a los hombres que no fueran ancianos porque se encontró en situaciones más que embarazosas con algunos de ellos y, en más de una ocasión, tuvo que salir por patas dejándose atrás a Camilla, que luego le costaba un triunfo recuperarla. Por eso, decidió dedicarse a ancianos, ancianas y mujeres aunque con estas últimas, también tuvo algunas situaciones difíciles, pero controlables. Nunca se encontró con una mujer violenta, siempre fueron situaciones sensuales donde era ella la que tenía que controlarse. Sara era consciente de tener éxito con las mujeres pero siempre fue reacia a tener relaciones con sus pacientes. No le parecía ético.

Después de muchos meses en soledad, estaba más tranquila pero, como ya he comentado antes, seguía igual de triste. Sus sentimientos se habían calmado algo después de haber pasado sus emociones por el tamiz del tiempo y la reflexión.
Tuvo la fortaleza de dejar los ansiolíticos y, aunque de vez en cuando sentía que le faltaba el aire, sabía que su vida no podía depender de tomarse unos “tranquilines”, como los llamaba Mamen, para seguir hacia delante. Durante un tiempo, tuvo la impresión de que el trabajo calmaría su ansiedad o que, por lo menos, se la haría olvidar. Pero el tiempo aún no había sido el suficiente para cicatrizar la profunda herida y el olvido aún no se había llevado su recuerdo, su amargo recuerdo. A veces, pasar por delante del restaurante al que solían ir a cenar, en el tiempo en que se sentía amada y feliz, hacía que la llaga sangrara de nuevo; encontrarse con algún conocido de aquella época y sentir que la angustia paralizaba su voz y solo le permitía pronunciar un hola o un adiós, incluso esa envida dolorosa que sentía cuando veía a cualquier pareja besarse por la calle y recordaba sus besos, y se sentía sola. Alguien dijo que los sentimientos de los solitarios son más confusos, intensos y tristes que los de la gente sociable. Cualquier detalle insignificante se ahonda en el silencio del solitario convirtiéndose en sentimientos importantes.

Marian le planteó la oportunidad de cambiar de vida y comenzar de nuevo. Le comentó que una alumna suya, una mujer madura y con hijos, buscaba a alguien que quisiera compartir casa. La mujer no quería alquilar una habitación sino compartir el piso a cambio de repartir gastos y quehaceres. Era una buena oportunidad, mientras no pudiera pagarse un piso ella sola, y Sara no lo dudó. Llevaba mucho tiempo en casa de Mamen sin darle solución a su situación y había llegado el momento de hacerlo. Estaba muy a gusto viviendo con su amiga pero era consciente de que había invadido su espacio y que debía conseguir encontrar el suyo propio para intentar comenzar de nuevo. Necesitaba salir de la penumbra y volver a la luz, sentir calor e intentar de nuevo ser feliz. Doña Carmen, una mujer mayor que Sara trataba, le dijo una vez que, cuanto más se envejece, una se da cuenta de que solo hay una cosa que importa, la felicidad.

Al cabo de casi un año viviendo con Mamen, Sara, lanzada a lo desconocido, y con más deseo que convencimiento, se fue a vivir a un piso compartido.
------------------------------------------------------------------------------------------------------
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Amina - Derechos Reservados
© Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor.

1 comentario:

  1. Muy buena, Me reí a carcajadas con "Terminator". Suele suceder tan amenudo

    ResponderEliminar

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...