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En
un principio, Sara, que no quiso ser un estorbo para sus amigas, se instaló en
el estudio de pintura de Marian pero duró pocos días, el frío y el olor a
trementina hicieron imposible la estancia. Además, su amiga daba clases de
pintura y Sara tenía que pasar casi todo el tiempo metida en su habitación. Una
semana después, lio de nuevo sus bártulos y se fue a vivir con Mamen, que le
ofreció un hueco en su casa todo el tiempo que necesitara.
Por
un tiempo no fue consciente de sus actos, de sus movimientos, estuvo dominada
de un automatismo a falta de la participación de la conciencia. Por las
mañanas, al despertarse, le invadía una profunda sensación de repugnancia hacia
todo lo que le esperaba ese día. Con esfuerzo, intentaba inculcarse una energía
y una lucidez que estaba muy lejos de poseer y que sabía que desaparecerían tan
pronto pasara de la reflexión a la realidad. Y en las noches de vigilia de
entonces, en aquella cama con una sola almohada que señalaba el hecho de
separación y abandono, que marcaba la ausencia de su amada, la imposibilidad
del contacto, de unión entre sus cuerpos, casi de forma obsesiva y aferrándose
a una falsa lucidez, intentaba repasar
sus recuerdos, hurgar en la encarnecida herida para encontrar lo que hizo mal,
el error que cometió para que ella dejara de amarla. Creyó que encontrando el
motivo de su desamor se podría solucionar el problema porque en el fondo, y es
lo más triste, aún tenía la esperanza de que se acabara esa pesadilla y
regresase a su lado, y poder sentir de nuevo sus suaves y delicadas manos
acariciar su frente, su rostro, sus pechos, su cuerpo, su sexo…
Se
maldijo, una y mil veces, por haber creído en un amor constante e
indestructible, que nada lo podía romper, ni siquiera la edad, y haberse
olvidado del desamor.
Por
entonces, pensar en Pepa le provocaba una agitación incontenible, despertaba en
ella un dolor sordo y profundo y una sensación de injusticia. Sara sabía que
Pepa la había dejado, que ya no la quería pero no podía ir más allá de esa
certeza. No podía entender cómo, durante la última escapada que hicieron, haría
escasamente mes y medio, mientras contemplaban aquel bello paisaje erosionado
por el tiempo y los cuatro elementos, Pepa la abrazó por detrás y besándola le
dijo al oído lo feliz que se sentía por compartir aquel momento con ella. Y un
mes después, ya no la quería. «Ya no te
quiero» fueron sus palabras y estaba tan segura de la sinceridad, de la
veracidad de aquellas cuatro palabras, que tenían el mismo tono auténtico que
las otras dos, tan opuestas, que tantas veces dijera: «Te amo». Aquellas cuatro palabras se grabaron a fuego en la mente
de Sara y fueron cuatro cuchillas espigadas en su corazón.
Se
sentía aniquilada, no quería comer, no quería lavarse, no quería mirarse al
espejo, no quería vivir. Al ver que le faltaba su amor, su vida no tenía ya
razón de ser.
Pidió
la baja laboral por depresión porque no era capaz de concentrarse en el
trabajo. Llevaba una semana de baja, bajo los efectos de unas pastillas que le
habían recetado para el dolor de vida, cuando recibió un burofax de la empresa comunicándole su despido, aduciendo su bajo
rendimiento y escudándose en la crisis que sufría el país en esos momentos, lo
que les obligaba a recortar en gastos. Después de tantos años trabajando para
ellos, había dejado de ser rentable por estar deprimida. Está claro que tampoco
es país para débiles.
Perder
el trabajo fue la puntilla que acabó con ella, el túnel sin salida en el que se
encontraba se hizo más profundo y oscuro. Con treinta y muchos años y después
de haber tenido la vida solucionada, pareja y un trabajo supuestamente
estables, todo se había ido a la mierda.
Las
amigas se portaron como lo que son, auténticas amigas, y la arroparon en su
dolor, le dieron su apoyo y no perdieron la oportunidad de poner a caldo a la ex.
La llamaban, y aún la siguen llamando, la “Exxon
Valdés”, jugando con lo de “ex” y
su apellido pero también porque, al igual que aquel tristemente famoso barco de
nombre Exxon Valdez, había causado en Sara un desastre de dimensiones
catastróficas, destrozando su corazón con toneladas de chapapote.
Su
amiga Cris, que es psicóloga, le aplicó una terapia de choque y durante días
estuvo visitándola para que recuperara, al menos, la autoestima. Le dijo que lo
importante era saber quererse a sí misma, que tenía que superar el amargo
proceso de desintoxicación y que, mientras tanto, tenía que seguir viviendo. Solo
el tiempo trae consuelo.
Dicen
que, como mínimo, se necesitan dos años para superar una ruptura, que durante
ese tiempo se pasa un proceso doloroso, de depresión y desesperanza de no
volver a ser feliz, de no poder volver a amar. Sin embargo, también dicen que
el fracaso es una nueva oportunidad para comenzar de nuevo de forma más inteligente.
En
aquellos momentos, para Sara, vivir sin ella, superar la pérdida y volver a
amar, le parecían retos inalcanzables.
La
convivencia con Mamen fue positiva para Sara. Su amiga es una persona cariñosa
y divertida que intentó animarla todo lo que pudo. Sara siempre ha envidiado la
fortaleza de Mamen, su estabilidad mental y emocional a la hora de decidir en
la vida. Mamen, después de haber compartido su vida con hombres y con mujeres,
eligió vivir sola, convencida de que es la situación más estable para una
persona. No tiene pareja pero si amante, desde hace un tiempo sale con una
mujer que también ha elegido su mismo tipo de vida, lo que las hace compatibles
entre ellas.
Mamen
es informática y por aquel tiempo trabajaba en una multinacional del gremio que
la tenía ocupada de lunes a viernes, desde las ocho de la mañana y sin hora de
salida, a veces a las siete de la tarde, otras muchas no llegaba a casa antes
de las nueve de la noche. Esto provocaba que Sara estuviera sola casi todo el
día. Aquella casa era ajena a Pepa pero también lo era para ella y echaba de
menos la sensación de hogar que allí no sentía.
Sara
estuvo dos meses sin pisar la calle. No quería salir, no quería relacionarse
con la gente, ni siquiera tenía fuerzas para hablar con el panadero. No quería
ver a nadie. Las pastillas la tenían sumergida en un océano yermo, oscuro y sin
voluntad. Cris le aconsejó que fuese dejando poco a poco los ansiolíticos
porque creaban tanta adicción como las drogas duras, aunque esta fuese legal
por tener un logo farmacéutico.
Poco
a poco fue retomando el contacto con el mundo exterior. Empezó a salir por las
mañanas a pasear a un parque cercano, para matar el tiempo y la ausencia. Se
sentaba en un banco al sol a contemplar los árboles, la caída de las hojas,
sentir el olor de la lluvia u oír las voces lejanas de los niños jugando. En
esos momentos conseguía no pensar, no penar, no pesar, solo sentir algo de
calma en su tumultuoso estado de ánimo. Pero, tras permanecer un largo tiempo
inmóvil y sin pensamiento, su mente retornaba, contra su voluntad, a su
pensamiento dominante, el de Pepa.
Casi
todas las mañanas, antes de ir a su estudio, Marian llamaba por teléfono para
recibir el parte anímico y hablar con ella un rato. A veces quedaban para comer
cerca del estudio de Marian, que buscaba un hueco entre las clases. Aquellas
charlas con su amiga le vinieron bien a Sara, su carácter positivo y sus
consejos le dieron ánimos para intentar salir del agujero donde se encontraba. Con
el tiempo, reanudó el contacto con el resto de las amigas y se reincorporó de
nuevo a la cita de los jueves. Hablar y pensar en otras cosas era un alivio
para su maltrecha mente.
Por
aquel tiempo no tenía prisa en encontrar trabajo, tenía derecho al subsidio de
desempleo que pensaba agotar y decidió dedicarse a sí misma, a recuperar la
autoestima e intentar salir de esa angustia vital que la acompañaba, o por lo
menos, a acostumbrarse a ella.
Sara
se negó a ver la televisión por no encontrarse con la imagen de Pepa, quería
evitar ese sufrimiento. Solo algunas noches, cuando Mamen regresaba del trabajo
con alguna película del videoclub, se sentaba frente al televisor. Su amiga le
contó que la “Exxon” había fichado
por un canal de televisión privado y conservador para presentar un programa de
debate político y social. Según Mamen, bastante carca, cosa que no le extrañaba
porque la ambiciosa Pepa siempre le había recordado al personaje de una
película de Nicole Kidman, que interpretaba a una presentadora dispuesta a todo
por alcanzar la fama. Días después, su amiga consiguió la película “Todo por un sueño” en el videoclub.
Mamen
solía quedar los sábados con su chica, con la que pasaba la noche. Antes,
alternaban de casa pero, desde que Sara estaba en la suya, pasaba la noche en
la de su amante. Su amiga tenía un amplio grupo de amistades con el que solía
cenar los sábados. Intentaba animar a Sara para que se uniera a ellos pero
nunca lo consiguió. En aquellas cenas, Mamen se enteraba de muchos cotilleos
que luego le contaba a Sara. Por ella supo que Pepa estaba con otra y que ese
fue el motivo de la separación.
Para
Sara aquella noticia fue un mazazo, un chasquido eléctrico en su cerebro, como
si sus ojos se hubiesen abierto finalmente ante un hecho claro y, sin embargo,
invisible para ella hasta aquel momento. No acertó a comprender cómo no se
había dado cuenta desde el principio y había tardado tanto tiempo en verlo. Más
de una vez imaginó la existencia de otra persona con la seguridad de que fuese
cierto, pero la confirmación de la certeza llega siempre de manera inesperada y
dolorosa, como un jarro de agua helada. Era un hecho, no una suposición, tenía
un peso, una dimensión que jamás habían tenido en su mente. Experimentó un
agudo dolor en el pecho cuando tuvo la certeza de que la frialdad de Pepa hacia
ella fue por calor hacia otra.
Hubo
un antes y un después tras el chasquido que sintió Sara en su cabeza. A partir
de ese instante, empezó a odiar a Pepa con todas sus fuerzas, a detestarla, a
insultarla mentalmente y tuvo un violento deseo de olvidarla, de superar todo
lo más pronto posible.
Decidió
hacer caso a sus amigas y empezó a salir y a relacionarse con la gente y,
durante un tiempo, quiso quitarse el chapapote a base de productos químicos,
metiéndose en el pozo voluntariamente. No quiso jugar más partidas ni tentar a
la suerte, solo quiso ser el premio de otra jugadora, la oca despechada que
buscaba desquitarse de su ex, con rencor y sin ataduras, aun sabiendo que al
final, solo conseguiría sentirse peor por no poder olvidarla, sobre todo,
cuando despertaba resacosa en una cama ajena, acostada al lado de alguna
desconocida y sin poder recordar nada de la noche anterior. Pero le daba igual,
la compañía de cualquiera, después de todo, era preferible a la soledad.
El
problema surgió cuando, sin darse cuenta por los efectos psicotrópicos, fue dos
o tres veces el premio de una misma jugadora, la cual se hizo unas ilusiones
que Sara le tuvo que aclarar. Aquella mujer, que Mamen apodó “Terminator” por su aspecto físico y su
forma de actuar, no entró en razones y se pasó varios meses persiguiendo a Sara
por los bares, las calles o por cualquier otro lugar. Nunca supo cómo se
enteraba pero aparecía siempre en el sitio donde se encontraba ella. Aquella
situación le llegó a agobiar y tuvo que dejar de salir. Mamen, que se enteraba
de todo, le informaba del tema titulándolo “Las
crónicas de Sarah Connor”. “Terminator”
siguió buscándola y preguntando por ella durante un tiempo pero luego,
desapareció del panorama. Según Mamen, debió de encontrar a otra a quien
acosar.
Aquella
etapa patética de su vida y el episodio que os acabo de narrar hicieron
recapacitar a Sara sobre su comportamiento. No podía seguir quemando las naves
de esa manera, aquel “Living Las Vegas”
particular no la llevaría a buen puerto y debía enderezar el rumbo de su vida.
Ella era una mujer civilizada e inteligente que necesitaba salir de una
situación primitiva y destructiva. Y aquella no era la manera correcta de
hacerlo.
Optó
por irse una temporada con sus padres, hacía mucho que no les visitaba y un
cambio de aires le vendría bien. No duró más de tres semanas con ellos. Sara
siempre ha hablado de su familia con desapego, sin afecto ni orgullo. Quiere a
sus padres pero solo por el mero vínculo carnal, ya no tienen nada que ver con
ella. Sus formas de pensar y de ver la vida eran tan distintas que no tenían
nada que decirse.
Sara
había pasado muchos años sin tener contacto con sus padres, excepto en las
navidades, que pasaba un par de días con la familia. Solo dos días al año durante
veinte años habían provocado el distanciamiento y el olvido de su niñez.
También tuvo algo de culpa el hecho de confesarles sus gustos sexuales. Llevaba
mucho tiempo estudiando la manera de contarlo pero no se atrevía a hacerlo
porque sabía que sus padres no lo iban a aceptar. Hace unos años, antes de la
relación con Pepa, Sara se armó de valor y decidió decírselo a la familia, pero
no quiso dar opción a que se montara un drama familiar, quiso evitar lo que le
pasó a Cris con su familia, que acabó siendo una tragedia y desde entonces no
se hablaba con ellos. Por eso, Sara utilizó la estrategia de soltarlo de
sopetón, sin más, intentando evitar el kabuki de su madre, gran aficionada a
ellos y, aprovechando la comida de navidad, con los padres, abuelos y hermanos
presentes, soltó, como si de cualquier cosa se tratase, que no contaran con
ella en nochevieja porque se iba al desierto con su novia. Recuerda que se hizo
un silencio incómodo de miradas furtivas que no parecía tener fin hasta que su
hermana, hábil en echarle un capote, lo rompió con algún comentario sobre la
comida. De esa manera su familia se enteró y aquello fue un punto de inflexión
en la relación con sus padres.
Aquellos
días alejada de la ciudad calmaron el ánimo de Sara. Y fue frente al mar, lo
único que aún añoraba después de tantos años, donde entendió que su sitio ya no
era ese sino el de sus últimos veinte años, donde solo debía encontrar de nuevo
un hueco en él.
Regresó
a la ciudad más calmada aunque igual de triste. Lo positivo fue que había
recuperado la claridad mental, después de tantos meses de eclipse total de la
razón, su cerebro volvió a controlar sus actos. Lo negativo fue que, en
aquellos momentos, sintió que su vida era mucho más solitaria que lo que había
imaginado y que no tenía fuerzas ni ánimo para encontrar a alguien que
aguantara todo lo que detestaba de sí misma. Con ese ánimo, decidió pasar en
tránsito por la vida y dedicarse exclusivamente a buscar trabajo. Necesitaba
trabajar porque de algo hay que morir.
No
tuvo éxito en su búsqueda y no encontró trabajo. Todos los precarios puestos de
fisioterapeuta, en clínicas y residencias, estaban ocupados a cambio de míseros
sueldos. La situación coyuntural no le dio otra opción que buscarse la vida al
margen de la legalidad. Decidió comprar una camilla portátil con la intención
de atender a los pacientes a domicilio. La crisis había provocado que muchos
ancianos abandonaran las residencias para volver con sus familias, necesitadas
de la misérrima pensión de la abuela para sobrevivir. Puso carteles en las
panaderías y tiendas del barrio y no tardó mucho en encontrar pacientes que
atender.
Trabajaba casi todos los días, se desplazaba a las casas
de los pacientes con su camilla portátil a la que Mamen, como no podía ser de
otro modo, le puso el nombre de “Camilla
Parker Bowles”.
Al principio, trataba a todo tipo de pacientes pero tuvo
que dejar de atender a los hombres que no fueran ancianos porque se encontró en
situaciones más que embarazosas con algunos de ellos y, en más de una ocasión,
tuvo que salir por patas dejándose atrás a Camilla, que luego le costaba un
triunfo recuperarla. Por eso, decidió dedicarse a ancianos, ancianas y mujeres
aunque con estas últimas, también tuvo algunas situaciones difíciles, pero
controlables. Nunca se encontró con una mujer violenta, siempre fueron
situaciones sensuales donde era ella la que tenía que controlarse. Sara era
consciente de tener éxito con las mujeres pero siempre fue reacia a tener
relaciones con sus pacientes. No le parecía ético.
Después
de muchos meses en soledad, estaba más tranquila pero, como ya he comentado
antes, seguía igual de triste. Sus sentimientos se habían calmado algo después
de haber pasado sus emociones por el tamiz del tiempo y la reflexión.
Tuvo
la fortaleza de dejar los ansiolíticos y, aunque de vez en cuando sentía que le
faltaba el aire, sabía que su vida no podía depender de tomarse unos “tranquilines”, como los llamaba Mamen,
para seguir hacia delante. Durante un tiempo, tuvo la impresión de que el
trabajo calmaría su ansiedad o que, por lo menos, se la haría olvidar. Pero el
tiempo aún no había sido el suficiente para cicatrizar la profunda herida y el
olvido aún no se había llevado su recuerdo, su amargo recuerdo. A veces, pasar
por delante del restaurante al que solían ir a cenar, en el tiempo en que se
sentía amada y feliz, hacía que la llaga sangrara de nuevo; encontrarse con
algún conocido de aquella época y sentir que la angustia paralizaba su voz y
solo le permitía pronunciar un hola o un adiós, incluso esa envida dolorosa que
sentía cuando veía a cualquier pareja besarse por la calle y recordaba sus
besos, y se sentía sola. Alguien dijo que los sentimientos de los solitarios
son más confusos, intensos y tristes que los de la gente sociable. Cualquier detalle
insignificante se ahonda en el silencio del solitario convirtiéndose en
sentimientos importantes.
Marian
le planteó la oportunidad de cambiar de vida y comenzar de nuevo. Le comentó
que una alumna suya, una mujer madura y con hijos, buscaba a alguien que
quisiera compartir casa. La mujer no quería alquilar una habitación sino
compartir el piso a cambio de repartir gastos y quehaceres. Era una buena
oportunidad, mientras no pudiera pagarse un piso ella sola, y Sara no lo dudó.
Llevaba mucho tiempo en casa de Mamen sin darle solución a su situación y había
llegado el momento de hacerlo. Estaba muy a gusto viviendo con su amiga pero
era consciente de que había invadido su espacio y que debía conseguir encontrar
el suyo propio para intentar comenzar de nuevo. Necesitaba salir de la penumbra
y volver a la luz, sentir calor e intentar de nuevo ser feliz. Doña Carmen, una
mujer mayor que Sara trataba, le dijo una vez que, cuanto más se envejece, una
se da cuenta de que solo hay una cosa que importa, la felicidad.
Al
cabo de casi un año viviendo con Mamen, Sara, lanzada a lo desconocido, y con
más deseo que convencimiento, se fue a vivir a un piso compartido.
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Muy buena, Me reí a carcajadas con "Terminator". Suele suceder tan amenudo
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