AL
ALBA
- Tía,
de verdad no veo la necesidad de hacer esto, a mí no me incomoda usar lentes.
- Hija
tienes que dejar de esconderte detrás de las gafas, además es cuestión de
practicidad.
- Para
eso fue la primera cita y todos los estudios que te realizaron, todo salió
perfectamente bien, no hay nada de qué preocuparse.
- Pero
tía.
- Pero
nada, en unas semanas estarás de camino a una vida nueva, hay que empezar a
quitar lo que estorba, así que empezaremos por esos horribles anteojos.
- Todavía
no se si estoy haciendo bien.
- Claro
que estás haciendo bien Paula, no tienes idea de la suerte que has tenido de
que tu caso sea tomado, aprovéchalo, anda entremos ya que apenas vamos con
tiempo.
Cuando recibió vía mail la notificación de
que su caso fue aceptado se sintió muy atemorizada al respecto, su reacción
inmediata fue el arrepentimiento, que seriedad podía atribuírsele a la persona
en cuyas manos se iba a poner, se trataba de una profesional según su tía, ¿pero
profesional en qué?, se llenó de incertidumbre y durante los días que siguieron
resolvió declinar, pero su tía con paciencia la llevo a razonar al respecto –
¿qué pierdes?, dinero solamente, y ese afortunadamente te sobra, mírame,
soy una buena muestra de que vale la pena la inversión y el riesgo - le
dijo.
Días después del mensaje de confirmación
una chica de voz jovial se comunico con ella.
- Buenas
tardes, habla Adriana Canseco, buscando a la señorita Paula Rivas.
- Buenas
tardes, ella habla.
- Hola,
espero se encuentre usted muy bien, señorita Rivas, la razón de mi llamada es
para agradecerle el depósito que oportunamente realizó e indicarle los datos de
su vuelo y darle las últimas instrucciones.
- Perdón,
¿de mi vuelo?
- Si
señorita, en quince días deberá usted viajar hacia Huatulco, ahí estará
esperando por usted una persona que la trasportara, le voy a suplicar que lleve lo indispensable,
en cuanto a ropa solo la puesta, todo lo necesario le será proporcionado allá.
- Pero…
¿pero a Oaxaca? , no pensé que hubiese necesidad de trasladarme.
- Paula,
créame que cada detalle es pensando en lo mejor para usted; estará muy bien,
disfrutara mucho su estancia en ese lugar, este tranquila, ¿alguna duda?
- No…
supongo que no…, bueno si ¿cómo hare para reconocer a la persona que me
esperara en Huatulco?
- La
persona la reconocerá a usted. Le agradezco mucho la atención, hasta luego…
Paula…
- Dígame.
- Créame
cuando le digo que estará usted en las mejores manos… ella es muy especial
¿sabe?, y realmente está interesada en usted. – la voz adquirió una suavidad
sugestiva, aunque Paula no supo descifrar la intención de aquellas
palabras, le sonaron sinceras y
tranquilizadoras.
- Gracias
Adriana.
Una
vez anotados los detalles del viaje, fecha, hora y número de vuelo, se
despidieron.
Nadie excepto su tía sabia de los planes de
Paula, en su trabajo solicitó un año sabático que le fue concedido por cumplir
los requisitos del caso, a Daniela y el resto de las chicas les explico que
necesitaba alejarse y un tiempo para sí misma, así que viajaría con su tía;
dadas las circunstancias, a todas les pareció una excelente idea, a Claudia no
la volvió a ver, le seguía doliendo profundamente, sobre todo porque guardaba la secreta
esperanza de que ésta la buscara, pero no ocurrió, ella se vio tentada a
hacerlo, pero su temor a un rechazo que la aniquilara por completo se lo
impidió, los días trascurrieron con una lentitud pasmosa hasta que se llego el
momento de marchar rumbo a lo
desconocido, llena de temores, pena y ansiedad se despidió de su tía tras un
fuerte abrazo.
- Este
será el primer día del resto de tu vida Paula, sé que ahora mismo no lo ves
así, pero este paso es el primero hacia tu felicidad, te quiero sobrina, ya
sabes donde estaré, en cuanto estés de regreso llámame.
- Te
quiero tía.
Durante la hora y media que duró el vuelo sus emociones se intricaron
todavía más, ni siquiera la vista aérea de la bahía y la vegetación que ofrecía
Huatulco desde el avión durante las maniobras para el aterrizaje lograron efecto
alguno en ella.
El trámite de salida fue rápido, el
aeropuerto de Huatulco es un espacio grande, abierto, bonito y rodeado de vegetación, antes de
salir ya la esperaba un hombre de piel curtida, con sendas arrugas marcándole
la cara.
- Señorita
Paula, soy Pedro – se presentó sonriente extendiéndole la mano – y estoy para
servirle, yo la llevare hasta Mazunte.
- ¿Mazunte?
- Si
señorita, está aquí cerquita, en una media hora a mas tardar estaremos por
allá, ¿si le dijeron que vendría yo por usted? – cuestiono al notar la mirada
desconfiada de Paula.
- Si,
disculpe usted, no fue mi intención parecer grosera, es solo que me sorprendió
el que me reconociera nada mas verme.
- No
se apure señorita, en estos tiempos hay que tener cuidado siempre, pero no
desconfíe de mi, soy empleado de la señorita Zoe desde hace ya muchos años,
ella me mostro una fotografía suya, por eso la reconocí, aunque en la foto
traía usted anteojos y se ve diferente.
Paula en efecto se consideraba distinta sin
sus lentes, se sentía desnuda; omitió hacer algún comentario respecto a lo
dicho por Pedro sobre su empleadora, de quien nada sabía, sintiéndose una tonta
al recordar que no cuestionó prácticamente nada y ahora caminaba totalmente a
ciegas, no sabía a ciencia cierta si este hombre tenía conocimiento del motivo
de su presencia en el lugar, pero esperaba que no, así que se dejo conducir por
el amable señor tratando de mostrar naturalidad.
La tibieza húmeda del aire la
reconforto, el aroma a salitre
entremezclado con la vegetación se le
impregno en la nariz extasiándola al grado de casi sentirse viva otra vez, cada
kilometro que avanzaba se maravillaba de la vista que los paisajes del lugar le
regalaban, pasados unos veinte minutos entraron a un pequeño poblado que
atravesaron casi de inmediato, después
de unos cuantos giros se estacionaron frente a un amplio bungaló.
- Llegamos
señorita – señaló Pedro al tiempo que bajaba del automóvil para salir corriendo
y abrirle la puerta – entre usted, yo me marcho ya, espero que se la pase muy a
gusto aquí entre nosotros; bienvenida de nuevo.
- Gracias
Pedro – atinó a decir.
Paso varios minutos de pie frente al lugar,
detallándolo, hasta que por fin se decidió a cruzar las puertas de madera
rustica que estaban de par en par, el viento producido por el ventilador de
techo le significo un placentero alivio al calor corporal, su vestimenta – como
se lo anticipo su tía – no era la más adecuada para el clima tropical – hola
- susurro – hola - repitió esta vez
aumentando el sonido de su voz esperando ser escuchada, pero no hubo respuesta,
con timidez su vista recorrió el
interior, un espacio amplio provisto de un pequeño comedor y sillas de ratán,
en un costado dos hamacas se mecían al ritmo del ventilador, en el fondo,
detrás de una barra, un refrigerador, una austera estufa de gas y una alacena
conformaban una rudimentaria cocineta; lateralmente se apreciaban unas
escalerillas que dirigían hacia un tapanco, con sigilo las subió, - hola ¿hay
alguien aquí? – de nueva cuenta no obtuvo respuesta, la parte de arriba tampoco
contaba con mucho mobiliario, solo una cama matrimonial cubierta con sabanas
blancas de lino, en una esquina un ventilador de pie y en la otra una silla
mecedora sobre la que descansaba un vestido de manta ligera y al pie de este
unas sandalias, notó en la superficie del asiento una nota y mecánicamente la
tomo.
“debes
estar muy acalorada, ponte cómoda y husmea todo lo que desees, tratare de no
tardar”
Tomó el vestido sosteniéndolo frente a
ella para estudiarlo, sencillo, vaporoso, conveniente para el lugar, sin
pensárselo mucho procedió a cambiarse de atuendo, se sentó en la mecedora
dejando sus pies al aire unos instantes antes de calzarse las sandalias; doblo
prolijamente sus ropas y recorrió el resto del lugar, se interno a través de
una portezuela que en principio le paso desapercibida y detrás de esta se
encontró con un pequeño vestidor dividido en dos estantes, ambos contenían ropa
diversa, en la parte baja de estos varias sandalias y zapatillas deportivas; al
final de este espacio se encontraba un
baño completo, en realidad más que eso, ya que este contaba a parte del
equipamiento normal de todo baño con un amplio jacuzzi, no pudo evitar que le
causara gracia lo raro que era aquello con respecto al resto del lugar, salió
de prisa sintiéndose una intrusa invadiendo aquella intimidad, tras varias
aspiraciones que llenaron de aire sus pulmones continuó con su recorrido, en un
costado del espacio que fungía como cocineta aprecio otra puerta que la condujo
hasta una gran terraza en la que descansaban dos mecedoras, del techo colgaban
dos amplias hamacas, una mesita entre ellas con un platón repleto de mangos,
naranjas, limones y algunos frutos que no supo reconocer, y lo más maravilloso,
la vista al mar, era la primera vez que veía el mar, cual chiquilla boto las
sandalias y corrió hacia él, se rió a carcajadas al sentir la espuma de las
olas en sus pies y tobillos, extendió sus brazos, abandonándose por completo a
ese placer, olvidándose de quién era y los motivos que la llevaron allí.
- Hola
– escucho una voz ronca detrás de ella – hola – insistió la voz, al volverse se
encontró con una mirada cálida, suave y profunda a la vez, la dueña de esta le
sonreía ampliamente – hola Paula espero
no haberte hecho esperar mucho – repitió, pero Paula presa de su timidez no
podía reaccionar, la chica ladeo un poco su rostro y frunció el entrecejo sin
dejar de sonreír; Paula la miraba a detalle, sus facciones eran angulosas,
enmarcadas por una negra cabellera lacia y corta que desordenada le caía sobre
la frente y orejas, nariz fina
ligeramente alargada, labios bien formados sin ser delgados ni gruesos,
complexión atlética, un poco más alta que ella, piel bronceada y una mirada
expresiva con tonalidades verdes y azules. – Lamento haberte asustado dijo
acercándose más, fijando su mirada tan dentro de sus ojos que casi la sintió
traspasarla.
- No,
discúlpame tú… es solo que… bueno… soy Paula… tú debes ser la especialista –
dijo finalmente.
- Hola
de nuevo Paula – sonrió acercándose mucho a su rostro, buscando esa mirada
huidiza – mi nombre es Zoe, ¿me llamaras así?, es menos frío – Paula asintió
con la cabeza, había enmudecido de nuevo – espero que te gusten los mariscos y
el pescado, asare unos para la comida, debes tener hambre – afirmó al tiempo
que le señalaba la canastilla que cargaba en una de las manos.
- Si…
algo – pudo decir al fin.
- Okey
vayamos a preparar el almuerzo – dijo Zoe entrelazando su mano libre con la
mano temblorosa de Paula quien al contacto sintió una energía que la lleno de
calma.
Toda la angustia, nerviosismo y ansiedad que
le invadieron por semanas, fueron remplazados por una asombrosa serenidad, no
sabía a ciencia cierta a consecuencia de que pasó esto, si fue la suavidad de
esa mirada, el contacto de su piel, la calidez de su sonrisa, o todo esto
junto, su única certeza es que se sentía inexplicablemente cómoda en la
presencia de Zoe, toda ella emanaba una energía que desde el primer momento la
envolvió.
- No
me has dicho si te gusta el pescado; bueno en todo caso también hay camarones –
comentó al llegar hasta un área acondicionada con un asador, una improvisada
mesa de tablones y sillas playeras, espacio que a pesar de encontrase a un
costado de la terraza pasó inadvertido inicialmente para Paula - ¿Y bien?
- Me
gustan ambos – respondió al fin esbozando una sonrisa.
- ¿Y
me ayudaras a cocinarlos o me lo dejaras todo a mi solita?
- No
soy muy buena cocinando, pero tú dime que hago.
- Esa
voz me agrada, me apetece preparar los camarones en brocheta, ¿qué tal a ti?
¿te suena bien?
- Si
claro.
- Okey,
entonces me harías el favor y coges de la nevera unas cebollas, ajos,
pimientos, ah y en una de las gavetas están las brochetas; mientras yo voy
encendiendo el carbón.
- Okey
– asintió con la cabeza, a medio camino escucho a Zoe alzando la voz.
- Paula
y tráete algo para beber, a mí una cerveza, lo que a ti te apetezca, hay de
todo un poco.
Por más extraño que fuera, a pesar que la
chica la ponía nerviosa, la sensación de bienestar en su presencia se
incrementaba a cada minuto, mientras ella troceaba la verdura, observaba a Zoe
afanada encendiendo el carbón, era una chica de nacionalidad y acento
indefinidos, su español era perfecto y neutro, de belleza natural, casi
salvaje, con un ligero toque de femineidad, a pesar de que sus movimientos no
lo eran del todo, no le calculaba mas allá de su edad; le pareció extraño la
apariencia de Zoe, su tía le dio una descripción totalmente diferente de ésta,
tampoco el nombre calzaba - Yolanda - le
dijo su tía – es una mujer de unos treinta y cinco años, bellísima y ultra
femenina, encantadora, un sueño vuelto realidad – la incertidumbre de si se
trataría de la misma persona que atendió a su tía se le alojo en la cabeza,
pero pensó que sería muy imprudente preguntar, sobre todo porque en ninguna
parte del mail que le envió solicitando sus servicios hizo mención respecto al
caso de su tía. En ese instante recordó las primeras instrucciones que recibió,
sobre todo una que en específico rezaba “La especialista no responderá en
ningún caso a cuestiones personales”, en aquel momento no le dio importancia a
esta indicación, pero ahora mismo la invadieron una mar de curiosidad y deseos
de conocer a esta mujer que con su sola presencia le hizo experimentar una
sensación de tranquilidad y seguridad que nunca en su vida sintió.
- Esto
ya prendió… mira y eso que no sabias cocinar – Dijo Zoe esbozando una amplia
sonrisa al ver la pila de brochetas ya listas para asarse.
- Bueno,
tampoco es que armar brochetas sea muy complicado – murmuro presa de su timidez
tras la profunda mirada de Zoe.
- Me
parece que no hay nada difícil para ti… eres muy detallista, perfeccionista
diría yo – Paula la miraba sin comprender – te quedaron muy bonitas, como de
catalogo de cocina, pongámoslas en la parrilla, porque no sé tú, pero yo muero
del hambre.
- La
verdad yo también – sonrió con timidez.
La comida estuvo deliciosa, después de ésta
Zoe la invito a que pasaran el resto de la tarde en la terraza, y así lo
hicieron en silencio, antes de echarse en una de las hamacas Zoe coloco música,
Paula con su natural timidez solo atino a sentarse en una de las mecedoras.
La noche cayo de prisa y Paula no supo
bien que fue lo que paso dentro de ella, solo que sentía un cansancio casi
agradable, como si hubiese caminado mucho, y su cuerpo y mente agotados se
entregaran al grato relajamiento que le producía la brisa marina, el cadencioso
sonido de las olas golpeando la playa, pero sobre todo la respiración
acompasada de Zoe.
- Debes
estar muy cansada - musito Zoe al instante que se ponía en pie.
- Si,
lo estoy, me siento como si hubiera corrido una maratón.
- Entonces
es hora de ir a la cama – se coloco frente a ella mirándola con profundidad y
le extendió la mano – vamos – dijo dulcemente.
La
mano temblorosa de Paula se aferro a la que se le ofrecía, su tranquilidad se
esfumo en un instante, las piernas le temblaban, se empezó a sentir mareada al recordar que
solo había una cama, hasta ese momento no había pensado en ello, como tampoco
había analizado qué se suponía que pasaría entre ella y la especialista, su tía no le dio detalles
ni mayores explicaciones, - ¿será que vamos a tener intimidad? – se cuestionó
por primera vez, se sorprendió deseándolo y también al darse cuenta de que lo
que le preocupaba de algo sexual pasara entre ellas no tenía nada que ver con
sus sentimientos por Claudia, la razón de su zozobra se debía a sus complejos e
inseguridades, temía no estar a la altura de la mujer que la llevaba de la
mano, y también claro está, la idea de pagar por sexo la incomodaba.
Una vez en el tapanco Zoe abrió una pequeña
puertecita, sin soltarla de la mano le indico – aquí hay un medio baño, así no
tendrás que bajar a mitad de la noche – la llevó al borde de la cama y Paula
sintió que se desvanecía, Zoe la tomo de los brazos sosteniéndola para colocarla
con delicadeza sobre la cama al momento que ella de cuclillas se ponía frente a
ella; de un cajón bajo ésta saco un
pequeño y ligero camisón – en estos cajones encontrarás varios camisones y
pijamas, también ropa interior – Paula no pudo evitar ponerse roja como un
tomate y Zoe no pudo evitar que la extraña sensación que se le coló por el
pecho desde que sintió el nerviosismo y ansiedad de esta chica se incrementara
ante el rubor encendido de sus mejillas.
- Ponte
cómoda y descasa – susurro acariciándole con los nudillos la frente y mejillas
– yo dormiré en la terraza, cualquier cosa que necesites me llamas – le sonrió
y poniéndose de pie se dispuso a bajar, titubeo un segundo y se volvió.
- ¿Pasa
algo? – pregunto Paula llena de
ansiedad.
- Si…
enciendo el ventilador – lo hizo de prisa y girando en sus talones se volvió
hacia Paula – buenas noches, ahora si me voy, descansa.
- Hasta
mañana… Zoe…
- Dime
– de pie en media escalerilla.
- Gracias
– Zoe asintió con la cabeza sonriendo.
Pasaron varios minutos antes de que Paula
se decidiera a colocarse el camisón que descansaba a un lado suyo sobre la
cama, hurgo en el bolso que consistía en su equipaje y extrajo un paquete que
contenía cepillo y dentífrico, introduciéndose en el pequeño baño se disponía a iniciar con el
ritual de limpieza bucal cuando se percato de que sobre una rejilla había un
cepillo de dientes y dentífrico nuevos,
sonrió y tomando estos abandono los suyos; en cuanto su cuerpo estuvo en
contacto con la frescura y suavidad de la cama se quedo dormida.
En cambio Zoe no podía conciliar el sueño, el
análisis del primer día de tratamiento se acumulaba en su mente torturándola,
este día dejó inconscientemente que sus emociones actuaran por ella. Desde que
la tuvo en frente, la misma emoción que experimentó al ver sus fotografías,
pero mucho más intensa, se le albergo
profundamente, había algo en Paula que le provocaba un deseo casi irrefrenable
de protegerla, cuidarla, consentirla y hoy se había dejado llevar por ese
sentimiento, estaba consciente de que
eso además de ser poco profesional, podía desembocar no solo en un fracaso del
tratamiento, además podía añadir más daño a la chica. Después de darle muchas
vueltas al asunto, reñirse a sí misma, excusarse y volver a reprocharse, llegó
a la conclusión de que tenía que sacar a flote el lado analítico y frío de la psiquiatra,
continuar con el camino trazado para ayudar emocionalmente a Paula, para eso
estaban aquí, ese era el objetivo y, resuelta a ser la profesional de siempre,
dejando de lado sus emociones personales que no venían al caso se quedó dormida
por fin.
- ¡Hey!
despierta – Paula sintió una gentil sacudida en su cuerpo y escucho una voz
lejana - anda dormilona, tenemos que
hacer algo importante, ¡abre los ojos!
- ¿Qué
hora es? – preguntó Paula abriendo finalmente los ojos para encontrarse a Zoe
al pie de la cama mirándola fijamente.
- Las
seis de la mañana.
- ¿Y
qué vamos a hacer a esta hora?
- Divertirnos. Anda párate ya, te espero abajo,
te deje ropa en la silla.
- ¿Divertirnos
a estas horas?
- Ajam
– le hizo un guiño divertido y bajo de prisa la escalerilla.
Paula se cubrió con la sabana hasta la cabeza
resistiéndose a abandonar la cama, pero al final se decidió a ponerse en pie,
se coloco la ropa deportiva que Zoe había dejado para ella y bajó, ésta la esperaba en la cocina
recargada en el fregadero y sonriente le extendió un gran vaso que contenía un
licuado – de plátano- se dijo al probarlo.
- Esta
delicioso, gracias, ¿a dónde vamos a estas horas?
- Ven
y sabrás – caminaron en dirección a la playa y una vez ahí, Zoe aspiro
profundamente varias veces e insto a Paula a hacer lo mismo.
- ¿Aquí?
¿qué vamos a hacer?
- Anda
sígueme – continuó aspirando, exhalando, estirando brazos y piernas, para luego
empezar a dar pequeños saltos.
- Zoe…
nunca en mi vida he hecho ejercicio.
- Te
vas a dar cuenta de que no hay nada que libere más el alma y la mente que
correr.
- ¿Correr?
- Si…
correr, sígueme – dijo esto último iniciando ya un trote ligero.
- ¿Estás
bromeando?
- No
– gritó desde ya un trecho delante.
Paula lo pensó unos segundos hasta que se
decidió a seguirle, los primeros metros no le pareció tan complicado, pero
después de estos empezó a sentir como los músculos de las piernas se le
tensaban a consecuencia de la pesadez de los pies que se enterraban en la
arena, Zoe la instaba a lo lejos a que le siguiera el ritmo y daba gritos
alegres para animarla a seguir, por un momento estuvo a punto de abandonar el intento
y dejarse caer sobre la playa, pero la sensación de que nada en su vida
dependía de ella, de que todo estaba fuera de su control la invadió – esto
depende de mí, es mi cuerpo, es mi mente - llenó de aire sus pulmones y se
concentro en sus pies hundiéndose en la arena, en la flexión de sus piernas, en
la tirantez de su vientre y la irregularidad de su respiración… uno, dos, tres,
cuatro, cinco días, una semana, casi dos, cada día sentía su cuerpo
fortalecerse, su mente se despejaba durante esa hora, la hacía sentirse
poderosa, libre, dueña de sí.
Los
primeros días Paula corría detrás de Zoe, cada vez se acortaba la distancia
entre las dos hasta que fue ninguna y corrían lado a lado, una vez que
terminaban la rutina se tiraban sobre la arena y tras unos segundos Zoe salía
disparada hacia el mar nadando un trecho de ida y vuelta.
- ¿Por
qué no te adentras al mar conmigo? – preguntó una empapada Zoe echándose sobre
un costado a su lado.
- Porque
no quiero que me coma un tiburón – esas palabras provocaron las carcajadas de
Zoe.
- Okey
¿qué quieres desayunar?
- No
lo sé, no me quiero mover, quisiera que este momento fuese eterno.
- Vaya
que eres floja Paula… ¿te ríes?
- Si…
porque me habían dicho, fea, aburrida, tonta, pero floja nunca, al contrario,
según mis amigas soy adicta al trabajo.
- Pues
te tengo noticias, has vivido en el engaño.
- ¿Ah
sí? – dijo retadoramente volviéndose, ubicada en la misma posición que ella
enfrentándola sonriente.
- Sí,
no solo no eres fea, sino que además eres dueña de una belleza especial,
sencilla, natural, sin falsas pretensiones; sabes perfectamente bien que de
tonta no tienes un pelo, y por último, estar aburrida no es lo mismo que serlo,
cuando estamos aburridos podemos parecerlo, tú sentido del humor, inteligencia,
capacidad de escuchar los silencios, te hacen una de las personas más
interesantes que he conocido, una persona así de compleja y excepcional no
puede de ninguna manera tildarse de aburrida – Paula sintió que cada palabra de
Zoe estaba llena de sinceridad, el tono de su voz, firme y cálido, la mirada
cristalina fija en la suya, le hacían saber que esa mujer extraordinariamente
única la veía tal como sus palabras lo acaban de expresar, y sintió un regocijo
interno nunca antes experimentado, se dejo invadir por él unos segundos, luego
le volvió al cuerpo el miedo y solo atino a decir.
- Es
decir que soy una maravillosa “floja”
- Exacto
– afirmo Zoe con énfasis, colocando la punta de su dedo índice en la de la
nariz de Paula quien aprovecho este acto para hacer bizcos y gesticular una
cara chistosa, sin más preámbulos se puso de pie y salió corriendo.
- ¡Estoy
decidida a que nadie me ponga defectos que yo no quiera! ¡no soy floja! ¡haré
el desayuno! – gritaba mientras se alejaba.
Durante tres semanas se habían convertido
en un par de ermitañas alejadas del mundo casi en su totalidad, salvo por los
días que Otilia se presentaba para hacer la limpieza, no habían tenido contacto
humano.
Ejercitar el cuerpo, la mente, pero sobretodo
el espíritu de Paula había sido la primera pauta, Zoe logro concentrarse en lo
estructurado, pero le significo un esfuerzo enorme; no era persona de rodeos,
al contrario, siempre la caracterizó una franqueza descarnada; engañarse no era
una opción, en pocos días de convivencia admitió la profunda atracción que
sentía por Paula, asimilarlo sin embargo no fue tan fácil, pero se forzó a
hacerlo, de esto dependía mantener bajo control los impulsos instintivos dada
la naturaleza de la situación; tenía plena conciencia de que lo que seguía le
sería aún más difícil, los días trascurridos, escuchando a Paula hablar sobre
su vida, sus miedos, dolores, perdidas, la habían llevado al límite, siempre
fue empática con las vivencias de sus clientes, pero esto la rebasaba,
traspasando por mucho las barrera que delimitaba lo profesional de lo personal.
Para Paula las horas de charla incansable con
Zoe todavía no tenían significado alguno, lo único que importaba era la
sensación de tranquilidad que la inundaba; a Zoe, en cambio, éstas la llevaron
hasta terrenos desconocidos e intrincados de su interior, casi ahogándola en un
mar de emociones. Sabía que había llegado el momento de que Paula tocara fondo,
de enfrentarla al verdadero dolor, estaba lista para ello, después de esto
emergería la mujer que nadie conocía, ni siquiera la misma Paula, sin embargo
ella la adivino desde la imagen plasmada en papel fotográfico y el presagio se
fue realizando desde el primer encuentro. Ahora a todas sus faltas había que
sumarle el egoísmo, si, internamente deseaba conservar a la verdadera Paula
para sí, no compartirla con nadie; el problema ya no era solo de ética
profesional, el problema radicaba principalmente en que Paula le importaba,
deseaba que tuviera una vida plena, feliz, que se descubriera a sí misma. Había
llegado el momento de pasar a la siguiente etapa.
- Hoy
iremos a Puerto Ángel- le informó Zoe mientras lavaba los platos del desayuno.
- No
deseo salir nunca de aquí, quisiera que el tiempo se detuviera eternamente.
En segundos Zoe pasó del júbilo inicial que le
produjo esa idea, al enfado por permitirse esa sensación.
- Es
hora de volver a la civilización.
- Tengo
miedo Zoe.
- ¿A
que le temes?
- A
perder la tranquilidad lograda, a enfrentarme de nuevo con ese mundo que casi
siempre fue hostil conmigo.
- No
vas a perder nada, vas a encontrarte con Paula, la conocerás, te gustara mucho
y te caerá muy bien, te vas a dar cuenta de que teniéndola puedes enfrentar lo
que sea.
Puerto Ángel es un pequeño puerto de
pescadores, un lugar bellísimo completamente rustico localizado en una
pintoresca bahía, es el lugar ideal para
el paso decisivo que Paula tenía que dar, ahora que había logrado cierta paz
interior, solo hacía falta que interiorizara y enfrentara de verdad sus
demonios, solo así podría emerger.
Puerto Ángel está a solo 10 kilómetros de
Mazunte, así que en tan solo unos minutos estuvieron allí, recorrieron el lugar
con cierta parsimonia, divertidas, a momentos bulliciosas.
- ¿Sabes
nadar? – pregunto Zoe repentinamente.
- Si
…
- ¿Sí?
- Si;
es solo que nadar me trae recuerdos… digamos que desagradables.
- ¿Por
qué? – Paula suspiro antes de responder.
- En
el colegio… no lo pase muy bien, y la alberca
era la peor parte, me enfermaba cada vez que tenía que ir- pensó en su
figura envuelta en el horrendo traje de baño que su abuela le cosió y se
estremeció al recordar las miradas burlonas y la crueldad de su compañeras,
sintió intensamente la vergüenza que le provocaba su cuerpo.
Zoe no dijo nada mas, la tomo de la mano
guiándola con firmeza hacia la playa Panteón, Paula se dejo llevar con
mansedumbre, no por la falta de carácter que
siempre había dominado sus actos; se dejaba gobernar por una simpleza
pura que le proporcionaba la certeza de que todo lo que hiciera Zoe le haría
bien. Una vez frente a las azules y calmadas aguas, Zoe procedió a despojarse
de sus ropas hasta quedar en camiseta y panties.
- No…
no pensaras… no voy a nadar en ropa interior Zoe.
- Tu
ropa interior bien puede pasar por traje de baño de dos piezas.
- P…pero…
- ¿Te
da miedo? – cuestionó retadoramente.
- N…no…si
– musito- miedo y vergüenza.
- Es
difícil enfrentar el miedo y la vergüenza, tienes que esforzarte y seguramente
te dolerá… sin embargo tienes ventaja sobre ellos… tú tienes el control,
depende de ti, la decisión es tuya.
Dicho
esto último Zoe se lanzó hacia el agua
corriendo por un trecho, luego paró y se volvió mirándola ahora de esa
forma que la hacía sentir fuerte, segura, arropada. Aspiró profundamente, se
saco el vestido con premura y corrió hasta darle alcance, una vez a su lado
ambas se zambulleron iniciando un sincrónico braceo, se internaron mar adentro,
tanto como sus brazos y piernas lo permitieron, simultáneamente emprendieron el
regreso hacia la playa, sin decirse nada, exhaustas, por puro instinto.
Una
vez en tierra firme Paula sintió desfallecer, cayó de rodillas sobre la arena y
sintió como si algo dentro suyo hiciera explosión, su boca se abrió en un intento de darle
salida al lamento interno de dolor, un estallido de lagrimas lo acompaño, el
dolor punzante que sentía nada tenía que ver con sus dolores pasados, esta vez
lloraba por la niña flacucha y desaliñada que solía dormir hecha un ovillo por
el terror que le provocaba enfrentarse a las humillaciones, burlas, desprecios
y carencias del día siguiente, lloró por la niña que fantaseaba con volverse
aire y desvanecerse, la vio crecer completamente desvalida, vacía, tan
necesitada de una caricia, de sentirse amada, sollozó con más fuerza, porque
deseó abrazarla, darle consuelo, decirle que a alguien le importaba. Zoe se arrodillo frente a ella, sin
analizarla, sin tocarla, esperando… deseando… sintiendo, intentando contenerse.
- ¡Yo
te quiero Paula! ¡a mí me importas! ¡no estás sola¡ - La voz de Paula tenía un
matiz de ternura y firmeza, sus brazos se entrecruzaron en un abrazo para sí
misma.
Zoe
hizo acopio de toda su fortaleza, reprimiendo las lágrimas que reclamaban
exteriorizarse, deteniendo el impulso de sus brazos que ansiaban aprisionarla,
obligando a su garganta a sujetar las palabras que en su mente resonaban – ¡Yo
te quiero Paula! ¡Me importas! ¡Quiero estar contigo! – frases prohibidas,
sentimientos vedados.
Llegó
el momento de liberar a Paula, aunque esto significara encadenarse a sí misma.
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Yada - Derechos Reservados
©
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un
sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún
medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del
autor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario