Era
ella, tenía que serlo.
La condesa Aleksandra
Romanov se pasó una mano temblorosa por el pelo mientras se movía gradualmente
hacia la privacidad de un pequeño toilette, asegurándose de cerrar la puerta tras de sí.
Ninguna otra mujer
tenía esa sonrisa o el aire de confianza que ella poseía. Cuando había
inclinado su cabeza hacia un lado para escuchar a Dirk, supo que había visto
esa inclinación de cabeza antes.
Incluso ahora,
después de verla en persona, era difícil creer que fuera ella. Había visto su
fotografía en la oficina de Dirk, pero su amigo había sido notablemente
circunspecto acerca de Inna. Le había tomado cuatro años de acechar cada
movimiento de Dirk, en búsqueda de la mujer de la foto. Y finalmente, se había
presentado la oportunidad. Había sabido que si se mantenía cerca de Dirk el
tiempo suficiente, la elusiva Inna aparecería. Y lo había hecho.
Tantos años habían
pasado desde la última vez que la había visto… pero sabía que su memoria la
reconocía. Para estar segura, había una forma de probarlo, comprobar si
realmente era ella. Si los hados le eran propicios, lo sabría en algunas horas.
Echó la cabeza hacia
atrás, con los ojos ardiendo de lágrimas de alegría. Después de todos esos
años, su búsqueda casi había terminado. Cerró los ojos y ofreció una silenciosa
oración de agradecimiento al Universo por indicarle el camino hacia su amor.
Inna le volvió la
espalda al balcón, decepcionada. ¿Cómo había desaparecido la desconocida tan
rápidamente? Sólo podía esperar a que reapareciera más tarde y tuvieran la
oportunidad de hablar.
Una salva de aplausos
atrajo de nuevo su atención hacia Dirk.
—La cena será servida
en una hora. Hasta entonces, por favor disfruten de los vinos, los canapés… y
cualquier otra cosa que deseen.
Inna sonrió mientras
su voz se desvanecía y él le dirigía al gentío una leve reverencia. Dando un
paso para bajar del estrado, se encaminó hacia ella, haciendo una pausa para
intercambiar algunas palabras con uno de los invitados. El corazón de la mujer
se hinchó de gozo mientras la cara masculina estallaba en una amplia sonrisa
mientras se le acercaba.
—¡Querida!— exclamó,
apretándola en un abrazo. —Estoy tan contento de que vinieras.
—Y yo estoy encantada
de que me invitaras. —Ella devolvió su abrazo con un apretón igual de cariñoso.
—Gracias.
—De nada. —Él la
soltó y dio un paso hacia atrás para mirarla de arriba a abajo, su mirada
afectuosa. —Te ves bien, mi amor.
—Me siento bien—
sonrió ella. —Muy bien, de hecho.
Él atrapó su mano y
le dio un apretón rápido.
—He estado muy
preocupado por ti.
Ella percibió la
tenue luz de interés en sus ojos y su corazón se encogió. Una de las llamadas
telefónicas más duras que había tenido que hacer jamás había sido para contarle
a Dirk que su enfermedad había regresado. Habían librado juntos la misma
batalla cinco años antes, y en ese momento había regresado como una venganza.
La sopa casera y el sujetarse las manos no la salvarían esta vez.
Ella ensanchó su
sonrisa y apretó su mano.
—No te preocupes por
mí, no este fin de semana, por lo menos.
La sonrisa de Dirk
reapareció.
—Estás en lo cierto.
Este fin de semana estás bien y, daremos las gracias por ello— abrigó la mano
femenina en la parte interior de su codo, guiándola por el cuarto. —Durante los
siguientes días, sólo quiero que pienses en disfrutar. He hecho los
preparativos para que te den un masaje diario a la una de la tarde en la
privacidad de tu cuarto. —Cuando ella hizo un ruido para objetar, él la hizo
callar colocando un dedo encima de sus labios. —No, querida, déjame hacer esto
por ti. —Remplazó su dedo con un beso rápido. —Sé cuán importante es que estés
tan relajada como sea posible.
Ella inclinó la
cabeza, con los ojos ardiendo de lágrimas no derramadas.
—Has sido un buen
amigo para mí, Dirk.
—Y tú para mí. —Su
expresión se volvió seria. —Inna, quisiera…
—Señor Dirk— dijo
Nigel acercándose. —Siento terriblemente interrumpirlos, pero tenemos un
pequeño problema en las cocinas que precisa su atención inmediata.
—Oh, qué lata. —Dirk
puso sus ojos en blanco teatralmente. —Estaré allí en un momento. —Condujo
a Inna hacia un gran círculo de puertas abiertas. —Quiero que veas mis nuevas
adquisiciones en la galería. Llevé muchas de las pinturas de este cuarto al
apartamento de Nueva York; sin embargo, compré una nueva específicamente para
esta casa. —Levantó la mano de la mujer hacia sus labios y presionó un beso
cálido en sus nudillos. —Creo que lo disfrutarás.
—Estoy segura de que
lo haré.
Inna no pudo evitar
esbozar una sonrisa mientras Dirk se alejaba. A veces era como un niño,
gastando su escandalosamente gigantesca herencia con su estilo y brío usuales.
Lo que no significaba que fuera un derrochador: donaba mucho de su dinero y su
tiempo libre a diversas obras de beneficencia. La realidad era que él era tan
condenadamente rico que no sabía qué hacer con todo es dinero. Ella siempre
había pensado que tenía más dinero que sentido común, y lo amaba por eso.
Al entrar en la
galería, el ruido de la fiesta se desvaneció. Allí, sólo unas cuantas personas
vagaban distraídamente para mirar la impresionante colección. Ella hizo lo
mismo, observando un Gustav Klimpt que Dirk había adquirido casi veinte años
atrás, una de sus primeras compras serias. Habían estado en Alemania cuando la
pintura había salido a la venta y él se había empeñado en comprarla.
Después había un
Degas, una pintura al pastel de un grupo
de jóvenes bailarinas. Luego un Manet menos conocido, pendiendo junto a una
serie de trabajos de Picasso del último período. Una colección impresionante de
pequeños Monet estaba colgada por encima de una delicada mesa dorada inundada
de flores.
Dirk tenía un gusto
exquisito en arte.
Divisó la pintura
nueva al final del cuarto y se dirigió hacia ella, ansiosa de contemplar la joya
que su amigo había encontrado. Antes de que pudiera dirigir una buena mirada,
una pareja entró en la galería, y su risa quebró la calma del cuarto. Inna dio
un paso al costado, zambulléndose detrás de un helecho para ocultarse mientras
la mirada del hombre recorría el cuarto.
—Estamos solos,
linda— le dijo a su compañera.
—Perfecto,
simplemente perfecto. —La mujer lo agarró del brazo y lo condujo a un banco
acolchado en el centro de la habitación. Derribándolo, la mujer se concentró en soltarle los pantalones.
Levantando su voluminosa falda, se encaramó en su regazo, hundiéndose, con un
gemido, en la erección del hombre.
Eso
en cuanto a estimulación sexual.
Mientras la mujer
empezaba a moverse, Inna apretó una mano sobre la boca para ahogarla risa.
Córcholis, ¿qué hacía ahora? No podía
salir de su escondite y escapar. La verían, y sabrían que ella los había estado
observando. Tal vez podría…
Sus gemidos
compartidos se incrementaron en volumen y ella se mordió el labio, intentando
desesperadamente no reírse. Apenas a unos pocos pasos estaban las puertas de la
terraza. Tal vez podría escaparse hacia allí y deslizarse al jardín, y luego
rodear la casa para entrar por el frente. Sólo esperaba que la alarma no
estuviera activada.
Dirigió una mirada a
la amorosa pareja y notó que no prestaban atención a nada de lo que los
rodeaba. Conteniendo el aliento, cubrió la escasa distancia que la separaba de
la puerta y curvó sus dedos alrededor del picaporte. Con una rápida y
silenciosa oración, abrió con un sonido apenas perceptible y se deslizó hacia
la oscuridad, cuidándose de cerrar quedamente la puerta tras de sí.
Retrocediendo, se
permitió dejar escapar una risa nerviosa. Ciertamente había sido una nueva
experiencia para ella. Había quedado atrapada en un buen número de momentos
bochornosos en su vida, pero ésta se llevaba la palma. Dirk estallaría en
carcajadas cuando lo supiera, y ella no podía esperar a contárselo tan pronto
como…
Mientras retrocedía
de espaldas, tropezó con algo sólido que la desequilibró. De pronto sintió unos
brazos, y contuvo el aliento mientras unas manos caían sobre sus hombros, y la
apretaban contra un pecho ancho. Un cálido aliento acarició su nuca mientras su
inesperada compañera se inclinaba para hablarle al oído.
—Shh, no hagas ni un
sonido. No queremos perturbar a nuestros amigos.
Un temblor recorrió
su columna vertebral y esas manos firmes la guiaron a través de la terraza. Una
vez que estuvo segura de que estaban a salvo de ser vistas, giró para mirar a
su rescatadora.
Era ella, la mujer
del balcón. La alta mujer sonrió y el aliento se le quedó atrapado en la
garganta. Mientras le capturaba su mano y la levantaba hacia su boca, una ola
de conciencia le recorrió el brazo y su garganta se secó.
—Permite que me
presente: soy Aleksandra. —Alek le besó el dorso de su mano, luego levantó la
cabeza, con la mirada encontrando la de ella. — ¿Y tú eres...?
Ella tragó saliva.
—I-Inna. Mi nombre es
Inna.
Una luz de diversión
iluminó los ojos ante su tartamudeo
nervioso.
¡Genial! Conocía a la
mujer más hermosa del planeta y acababa de probarle que era una nerviosa
campesina que ni siquiera podía decir bien su nombre.
—Un nombre bello para
una mujer bella.
Su acento era débil,
y aun así, en cierta forma, familiar. ¿Su amante del sueño hablaba con acento?
En sus sueños, realmente no podía asegurar que la hubiera oído hablar. Siempre
había parecido que simplemente sabía lo que ella decía.
Tembló mientras la
mujer mayor daba vuelta su mano y presionaba un beso en su palma.
— ¿De dónde eres?—
musitó ella.
—De aquí y allá. —La
morena se irguió, reteniendo aún su mano. —Soy de Moscú originalmente, pero he
vivido en el mundo entero.
— ¿Después de que
Rusia cayó?
Alek sonrió como si
su pregunta la divirtiera.
—Podría decirse así.
La rubia se mordió
los labios y la mirada de la alta morena inmediatamente se dirigió a su boca.
Desconcertada, dejó de mordérselos mientras el pulgar de Aleksandra acariciaba
su palma, provocando que un trémulo relámpago de calor se derramara en su
columna vertebral.
— ¿Por qué estás aquí?
Genial,
Inna, todos sabemos por qué estamos aquí.
Su sonrisa aumentó.
—Estoy aquí por
varias razones, principalmente para visitar a mi amiga, Veronique.
Inna asintió. Supuso
que hablaba de Veronique LeMonde, la
amante de Dirk. Habían estado juntos durante años.
—Ah, ¿entonces la
conoces?— preguntó la morena.
—Oh sí, conozco a
Dirk de casi toda la vida y recuerdo el día en que él y Ronni se conocieron.
—Ella sonrió abiertamente. —Él la arrolló con sus rollers en Central Park.
Aleksandra rió.
—Lo recuerdo. Ella
tuvo que aparecer en la pasarela del Fashion Preview de otoño con un vendaje en
la frente.
—Y todavía parecía
aturdida— rió Inna ahogadamente.
La risa de ambas se
desvaneció, y los sonidos de la noche las envolvieron mientras sus ojos se
encontraban y se entrelazaban. Oscurecidos por la máscara, ella no podía decir
de qué color eran los de la alta mujer, pero sintió el calor de su mirada
mientras la recorría, abrasándola. Sus senos cosquillearon y la parte inferior
de su cuerpo involuntariamente se tensó. Ya sabía que la deseaba. Con sólo unas
pocas palabras y un contacto, la mujer frente a ella había logrado superar sus
defensas y plantarse firmemente en su mente. La siguiente pregunta era, ¿cómo
atraerla a su cama? Se relamió los labios. ¿Estaría incluso interesada?
Un grito fuerte de la
amorosa pareja dentro de la galería llevó una ráfaga de calor a sus mejillas,
obligándola a evitar sus ojos.
Alek apretó su mano,
atrayendo su atención de regreso a su cara.
—Son muy… enérgicos,
¿verdad? —hizo una seña con la cabeza hacia las puertas, sus ojos brillando de
diversión.
Inna no pudo evitar
sonreír.
—Podría decirse que
sí.
—Él es demasiado
torpe—.Todavía reteniendo su mano, Aleksandra la urgió a seguirla. —Se apresura
mucho y eso es nocivo para su mujer.
Aleksandra se detuvo
para apoyarse contra el pasamano de piedra, girándola para que ella mirara
hacia la casa. Desde su nueva posición, ella podía ver directamente la galería
y a la pareja que se contorsionaba adentro.
—No creo que
debiéramos…— Inna tiró de su mano pero ella se rehusó a soltarla.
—Shh, observa y
aprende.
Aleksandra la apretó
en sus brazos, haciendo que la espalda de la mujer se apoyara contra sus voluptuosos
senos. Ella tuvo que abrir las piernas para acomodar sus pies mientras las otras
manos femeninas se deslizaban para asir su cintura. Sus grandes manos ahuecaron
sus caderas, acomodándola contra ella, presionándola contra sus erectos pezones
a pesar de las capas de ropa que las separaba. La lujuria se desplegó en el
vientre de la mujer más pequeña, corroyéndola hasta llegar al ápice de sus
muslos.
Eso
contesta tu pregunta.
Una ráfaga de poder
femenino la abrazó ante el pensamiento de acostarse con esa mujer tan hermosa.
—Él está ávido. —Su
voz sonó en su oído, arrancando su atención de su trasero, donde la morena se
presionaba contra ella, de regreso a la pareja. El aliento de Aleksandra le
hizo cosquillas en el cuello mientras su barbilla le acariciaba la piel,
produciendo como respuesta un temblor en su interior. — ¿Ves cómo la come viva?
Ella enfocó su
atención en la pareja. La mujer estaba sentada a horcajadas sobre el hombre,
sus dedos enredados en su cabello rubio mientras lo montaba con movimientos
cortos y corcoveantes. Las manos del
hombre asían sus opulentos senos a través de su vestido abierto, apretando los
globos blancos mientras se comían las bocas.
Inna se sobresaltó.
La manera en que el hombre apretaba a su amante se veía dolorosa, pero a su
compañera no parecía importarle.
—Él le dejará marcas
en la carne— dijo Aleksandra.
Ella tragó.
—A ella no parece
importarle— su propia voz le sonó baja, ronca y excitada.
—No, a ella no parece
importarle. —Los labios de la alta mujer le acariciaron el cuello y los ojos de
Inna se cerraron mientras una ráfaga de calor inundaba su vagina. —Cuando
hagamos el amor, no te trataré de un modo tan arrogante, como es costumbre en
los hombres. Te trataré como si fueras una preciada posesión. Eres una mujer
para ser adorada. —Sus labios subieron a su garganta para tentar la piel detrás
de su oreja, provocando temblores en su columna vertebral. —Cada pulgada de ti,
será explorada y apreciada con todo mi cuerpo.
Ella apenas logró
contener un gemido mientras las poderosas imágenes se derramaban sobre ella. Esa
rusa oscura en su cama, sus manos en su cuerpo, mientras le hacía el amor...
era todo tan…familiar. Contuvo un gemido mientras su mano derecha se
movía sobre su estómago, y su dedo meñique seguía la pretina de sus bragas a
través del vestido.
—Durante horas nos
deleitaremos la una a la otra mientras exploramos nuestras fantasías más
profundas, más carnales. —Sus dientes rasparon su piel. —El tiempo no tendrá
ninguna importancia, para las amantes es una eternidad.
Los ojos de Inna se
abrieron lentamente, la sangre espesa por el deseo. Se relamió los labios. Cuán
bien conocía la esclavitud del tiempo. Había estado luchando contra él durante
años y, ahora casi no le quedaba nada. Mientras que la morena podría tener una
provisión ilimitada de tiempo, ella no.
Giró en sus brazos,
apoyándose en la alta mujer, saboreando la sensación de su cuerpo fuerte contra
el de ella. Los brazos de Aleksandra se deslizaron alrededor de ella, anidando
sus senos contra su pecho ancho. Su mirada encontró la suya mientras Inna se
inclinaba para acariciar los labios con su boca. Percibió el brillo febril de
sus ojos oscurecidos por la máscara mientras ella repetía el movimiento. Esa
vez la boca de Aleksandra se abrió, y con la lengua tentó la línea de los
labios femeninos, pidiendo entrar.
Los dedos de Inna se
curvaron sobre sus hombros mientras dejaba escapar un suspiro y se abría para ella.
Su sabor, su deseo potente y prohibido, estalló en su sistema mientras sus
lenguas se enredaban la una en la otra. Su abrazo se tensó mientras el beso se
volvía más urgente. Ella gimió mientras la morena chupaba su lengua, enviando
escalofríos de deleite a través de su cuerpo. Los senos le dolían, y se
tambaleó contra ella, luchando por apaciguar su hambre, saboreando el gemido
que escapó de la garganta la mujer más alta.
Las manos de Aleksandra
resbalaron hacia sus caderas, apretándola apremiantemente contra ella mientras
se disfrutaban mutuamente. Sus dedos se enredaron en la seda de su pelo
mientras mordisqueaba su labio inferior
antes de besar las comisuras de su boca. Inna inclinó la cabeza hacia atrás
para darle un mejor acceso mientras la otra mujer seducía su barbilla.
Débilmente, se dio
cuenta de los sonidos que emitía la otra pareja mientras llegaban al orgasmo.
Sus gritos eufóricos se entremezclaron con la feroz pulsación de su corazón. La
mano más grande ahuecó su pecho, y con el pulgar acarició la punta perlada
produciendo como respuesta un suspiro de placer. Había sentido deseo, incluso
amor, a lo largo de su vida, pero nunca había sentido nada parecido al candente
y salvaje ardor que la consumía ahora y la hacía desear que Aleksandra no se
detuviera nunca.
Sus extremidades se
sentían pesadas de deseo mientras la morena mordía un camino de pura
consciencia en su garganta y acariciaba con la nariz su clavícula. Sus labios
eran calientes contra su piel. El borde de su máscara acarició su cuello,
destruyendo la ilusión de intimidad y llevándola de regreso a la realidad con
un ruido sordo.
¿Qué estaba haciendo,
permitiendo que una desconocida la sedujera en público? No podía abandonarse a
una completa desconocida apenas unos momentos después de conocerla, ¿en qué
estaba pensando?
¿No
era esa la razón por la que viniste a la fiesta?
Sí.
No.
—Alto.
Conmocionada, ella se
desasió de sus brazos, tambaleándose cuando Aleksandra la liberó para mirarla.
Sus ojos se encontraron y ella vio el deseo convertirse en preocupación.
—¿Qué sucede, Inna?
—Creo que vamos
demasiado rápido. —Se alejó de ella mientras su mente le pedía a gritos dar un
salto de fe y rogarle que le hiciera el amor. Se pasó una mano por el pelo,
incapaz de encontrar su mirada. —Sé que es lo usual en una fiesta como ésta,
pero…
—Shhh, no es
necesaria ninguna explicación. —La alta mujer se inclinó y con un dedo le
levantó la barbilla. —Quizá hemos sido un poco apresuradas, y justamente
después de decirte que te adoraría como una posesión preciada. —La morena se rio
ahogadamente. —Pero no puedo alejar mis manos de ti. No me he comportado mejor
que ese patán de allí adentro.
Inna sonrió mientras
una sensación de calma descendía sobre ella. Al menos la mujer la entendía, y
se sintió agradecida.
—Gracias.
—De nada.
El profundo tintineo
de un gong sonó.
—Parece que nos
llaman. ¿Puedo acompañarte a cenar?
Ella se pasó una mano
temblorosa sobre el estómago y jaló su chal de vuelta a su lugar, tratando de
cubrir tanta piel como fuera posible.
—Sí, creo que me
gustaría mucho.
La mujer mayor tomó
su mano, entrelazando sus dedos como si hubieran caminado así mil veces antes.
Al entrar en la galería, a Inna le complació ver que la pareja se había ido,
dejando atrás sólo un liguero blanco de seda como testamento silencioso de su
pasión.
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O.O que historia crei que lo iban a hacer ojala se de pronteo jeje
ResponderEliminarWou sigue siendo muy emocionante
ResponderEliminaradoro este tipo de historias