Muchas veces escuché un popular dicho que reza: “Los
pueblos felices no tienen historia”, nunca terminé de comprender demasiado por
qué, quizás tenga que ver con el morbo del ser humano o con aquello de que “La
falta de noticias son buenas noticias”
lo cierto es que la mayoría de las veces una lee historias donde el amor
duele, produce sufrimiento, rara vez se concreta y si finalmente “triunfa”
debió pagar un alto costo de penurias y atravesar un periplo de desencuentros…
hoy quiero contar una historia simple, breve, de esas que no hacen “historia”…
la tuya y la mía, esa pequeña novela que quizás no despierte el interés de
muchos pero que para nosotras significa ni más ni menos que la felicidad, esa
que juntas construimos día a día…
Nos conocimos una tarde cualquiera (pero que al cabo
resultó una de la más importante de nuestras vidas), un bar común, en una calle
común, de una ciudad común, por esas cosas del destino entraste para cubrirte
de un aguacero repentino de verano, estabas empapada, yo más previsora me había
resguardado en el bar minutos antes al ver que los negros nubarrones se
desatarían en una lluvia copiosa… te vi entrar, la verdad resultaba algo cómico
verte con la ropa empapada, las zapatillas haciendo ese peculiar ruido al
caminar (estaban llenas de agua), tus cabellos, que con el tiempo supe siempre
lucían sedosos y prolijos, se te pegaban en el rostro impidiéndome ver gran
parte de tus facciones, que después descubrí encantadoramente imperfectas, me
atrajo tu manera de moverte, de caminar en busca de una mesa, totalmente
indiferente a los pequeños charcos de agua que dejabas a tu paso y a las
miradas curiosas, cuando supe más de vos, comprendí que esa confianza era
totalmente actuada, que morís de vergüenza si sos el centro de atención, que la
seguridad en vos misma no es tu punto más alto… Hoy sé que soy quizás la única
persona ante la que desnudas tu alma, la única que puede “ver” a la mujer
simplemente, sin barreras, sin protecciones cimentadas para evitar que te
lastimen, y es que juntas aprendimos a no temernos, a confiar sin límites en
nosotras, a cuidarnos, a reconocernos… esa tarde fui pura intuición, y no me
amilané ante tu aspecto seguro e indiferente, puede que la lluvia haya
traspasado desvistiendo ante mis ojos tu
disfraz de súper mujer y fui entonces la afortunada que vio en vos la esencia de un
ser casi tímido, al que le costaba
dejarse querer…
Te llamé, envalentonada por tu imagen mojada y mis ganas
de ver más allá, es que toda tu apariencia era contradicción, aspecto de “pollito
mojado” con envoltura de mujer mundana, cabeza en alto y mirada esquiva,
espalda erguida y manos temblorosas… una combinación imposible de resistir para
mi…
Me miraste, pude ver en tus ojos un destello de sorpresa,
que escondiste rápido para aceptar como si tal cosa mi invitación a compartir
la mesa…
-Camila- dije, como si con eso bastara para presentarme
-Victoria, me llamo Victoria…- como reafirmando que así
era como te gustaba que te nombren-
Desde ese día no dejamos de vernos ni uno solo, fue simple,
nos enamoramos, compartimos atardeceres luminosos y amaneceres sin sol, no
tuvimos grandes peleas, no atravesamos equívocos que nos distanciaran sólo
debimos aprender juntas la maravillosa y compleja tarea de compartir la vida, y
lo hicimos, con paciencia, con trabajo compartido, con el respeto que merece
nuestro amor… enamorándonos de nuestras imperfecciones, resaltando las
virtudes, con ternura, con mimos simples, con pasión irrefrenable, con sabia
locura, con costumbres que no son rutina… decidimos que caminar juntas nos
hacia felices, que podíamos con el mundo entero, que teníamos para nosotras ese
universo al que le cantan los poetas, casi sin querer, la vida nos sigue
sorprendiendo en el goce de sentirnos una, sabiendo que somos dos… Y así edificamos
nuestro destino, ese que no tiene una historia rimbombante, ese que no hace
ruido, pero que siembra huella en el alma de las dos…casi sin querer, casi
eternamente…
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