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Danza entre lobos - Cristalsif - 51 (Parte 2)


Danza Entre Lobos

Capítulo 51 (Parte 2)


Lacus III

La tristeza la envolvía silenciosamente, habían realizado una pira para su hermano y en ella, su cuerpo resarcido por la Diosa, fue puesto para viajar al otro mundo a través de los destellos luminosos de un fuego azul tan hermoso. Solo la idea de una reencarnación venida de la voz de la Diosa misma consolaba la pena de todos, cuánta suerte era aquella ante la idea desconsoladora de la muerte misma, y por ello su llanto había manchado el hombro de la mujer que la envolvía protectoramente en sus brazos, como si nada más existiera en el mundo.


―¿Cuánto más nos arrebatará la guerra?― Cuestionó aún abrazada por Nina, quien estaba un poco fría por el clima y acariciaba sus rubios cabellos.

―Las batallas son como serpientes silentes que se arrastran en la oscuridad esparciendo su veneno por doquier.― Levantó la barbilla de la llorosa rubia, cuyos doloridos ojos aguamarina le miraban como si fuera la vida misma. ―No sabemos cuál es nuestro destino, amor mío... ¿no es eso lo que nos hace atesorar cada instante?― Acarició la mejilla amada con tal desvelo. ―Este dolor, como cualquiera que sentimos... es pasajero, enójate, solloza, que dolerá irremediablemente, y yo seré la piedra suave que con tu corazón sea tan firme para soportar esos envites... esperaré, te abrazaré y te amaré en cada instante de este tortuoso camino lleno de espinas.

―No sé qué haría, sin ti... cielo mío.― Se aferró un poco más, dejando salir el dolor de su pérdida.

―Seré de ti, como tú eres de mí, el mundo entero... seré los arroyos en los que tu cuerpo se lave con la tibieza del sol acariciando tu piel...― comenzó a susurrar como si de un arrullo se tratara, acariciando tiernamente la melena rubia con el devoto sentimiento que atesoraba. ―Verás mis ojos en las rosas y las flores de bermellón... y en el atardecer, con los hermosos arreboles en las exóticas nubes del poniente en una tierra diferente, se mecerán tus cabellos con el aliento de mi voz silenciosa y con la brisa salina del mar... encontrarás las montañas con la forma de este cuerpo que te ha amado, harás joyas y obras, que maravillarán a las naciones, como tu gracia me cautivó irremediablemente...― Se detuvo cuando el cansancio venció a la tierna rubia. Así en aquella tienda de campaña la morena descendiente de los Kuga, acarició la mejilla suave y abrigó incluso más a la dormida joven, para velar su sueño.

Nina suspiró largamente, extrajo el pañuelo de su pantalón en el que contempló la sangre que su nariz dejaba brotar de tanto en tanto. ―«Cada instante... es un tesoro invaluable»― Le prodigó un beso a su frente con todo el amor que podría. ―«No importe el silencio y la noche que viene, incluso en los instantes más aciagos estoy feliz por haberte conocido»― Observó a la durmiente rubia, consciente entonces de la fragilidad y finitud de su existencia.

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En el castillo cristalino...

Tenía que encontrar el valor para hablarle, pero las horas pasaron sin que este llegara y con ello la noche apagó cualquier esperanza en la mayor de las jóvenes Fujino. Mai veló el sueño de Shizuru, uno que la deidad aseguró, apaciguaría la tormenta de emociones que le torturaban y que, por el bien de sus vástagos, era necesario. Comieron sus alimentos, limpiaron lo que usaron y mantuvieron vivo el fuego que calentaba la estructura cristalina, vieron llegar a Kruger no menos pálida que el papel, más fría y distante que un barco alejándose en el mar. Tomó asiento en el suelo a una prudente distancia de su esposa en el lecho, observando sin una palabra a Shizuru... no hubo un saludo, nada salvo su mirada perdida.

El incómodo silencio se prolongó durante minutos en los que Natsuki solo estuvo allí respirando y mientras ella doblaba unas prendas de ropa limpia para un cambio de ropa que seguramente su hermana necesitaría luego; justamente Takumi se había marchado para ir a cubrir a Okuzaki, un acto prudente para evitar algún trato indebido por parte de los soldados para con su padre, pues los hombres de la guardia aún querían vengar al Lord fallecido de Fukka.

Unos minutos más y la duda sembrada desde aquella tarde se tornó insoportable. ―¿Es verdad?― Murmuró tan bajo que imaginó no ser escuchada.

No es que no esperara la duda, sin importar que... no se sentía más preparada para hablar del tema de lo que podría haberlo estado en el jardín con todos mirándola unas horas atrás. ―Lo que él dijo, no... no es verdad.―

―¿Entonces por qué no te defendiste de sus acusaciones?― Circunstancia inentendible para Mai, para todos. ―No puedes hacerte una idea de lo que pasó por la mente de mi hermana, yo ni siquiera puedo imaginarlo.―

―Claro que puedo hacerme una idea. Sé lo que sentí cuando vi a su sirviente desnuda en nuestra cama besando su cuello.― Gruñó con un semblante entristecido. ―Pero eso no me hará sentir mejor... fui lo que fui en su cama.― No había palabra para describirlo. ―...no les concierne y no es algo que diría frente a tantos de mis enemigos, muchos de ellos celebraron la muerte de mi padre en la plaza aquel día, darles el placer de verme tan humillada...― Negó mirando con unos ojos tan llenos de rencor. ―Pero sé que tu padre lo planeó de un modo en el que ni mi mente ni mi voz fueran libres de hablar.―

―Entonces sí traicionaste a mi hermana...― Se llevó la mano a la boca. ―¿Cómo te atrev...?―

―No sabes siquiera de lo que estás hablando Fujino.― Refutó con tal disgusto. ―¿O tal vez sí?― Un lento veneno en el tono de su voz. ―No te atrevas a decirme nada, cuando es claro que no le fuiste leal al que iba a ser tu esposo, es obvio dónde está tu interés.―

La culposa memoria de sus acciones, arrastró un sentimiento desagradable a su pecho. ―Eres una...― Reprochó poniéndose de pie y alejándose de la habitación en la que su hermana y la duquesa reposarían durante la noche. Sabía que Kruger podría ser una infame infiel, pero aun así se preocupaba por Shizuru y a su lado nada malo le pasaría, por otro lado, ellas seguramente tendrían que hablar y no quería ser quien evitara el momento de solucionar tan desagradable circunstancia.

Una vez a solas, Natsuki se aproximó a la cama en la que Shizuru dormía, sumida en un sopor profundo. La observó como si fuera la primera vez, allá en la distante Tsu, cuando aproximarse era un lujo casi imposible de alcanzar y suspiró, sosteniendo su mano con una delicadeza tal, acomodándola sobre el vientre en el que sus hijas crecían. ―Perdónenme mis hijas, cuánta pena les he causado sin que sus ojos vean todavía este mundo, las amo a ustedes y a su madre más que a nada... por favor, nunca lo duden.― Besó la mano y luego el estómago sobre el abrigo que mantenía caliente a Shizuru.

Blanca blanca ella es...
en silencio he de buscar,
un arrullo de su voz
me llamará a cantar,
Luna, Luna, blanca es...
nada tan bello se vió
en la tierra del sol
y del hombre ella nació
un lucero sin igual...

Entonces la castaña se removió en el lecho con el sonido apacible que escuchaba en la profundidad de sus sueños, lo cual espantó a la improvisada cantante, cuyo cuerpo se movió lejos poniendo toda la distancia posible entre ella y el lecho.

―Es una preciosa canción, seguramente la amarán en cuanto puedan oírla de tus labios...― Susurró quedamente la castaña antes de abrir los ojos, se mordió los labios comprendiendo que aquel hermoso acto estaba manchado por la memoria de otro odioso, el escozor y la realidad golpearon el corazón de Shizuru una vez más.

―Era, la canción que me cantaba mi madre para dormir cuando era una niña...― Respondió a modo de explicación, sentada en el suelo y con los brazos apoyados en las rodillas. ―Lamento importunar tu sueño, pero quería obsequiarles un sonido…. algo de mí.―

―Podría decir que, mucho de ello se ha debido a la intervención divina de esta mañana.― Sonrió sardónica, intentando mantener la calma por el bienestar de sus hijas. Si algo les pasara no podría perdonarse a ella misma o a Natsuki por enojarla tanto como para hacerle daño al mayor sentido de su existencia.

―No sabes cómo lamento ese momento.― Se postró a sus pies.

―No lo sé, eso es cierto... hay tantas cosas para entender en el hecho de que mi esposa... se acostó con otra mujer, sabiendo que esperábamos a nuestras hijas.― El iris escarlata se dirigió certero sobre el esmeralda, mientras tomaba asiento en la cama.

―Elige la pena, el castigo, cualquier cosa que quieras o deba hacer... tu palabra será mi ley.

―No refutas, no te justificas siquiera... ¿era tanta la sed y la urgencia?― Sabía que era mejor no preguntar, pero estaba herida y la mujer dentro de ella, exigía entender una razón para lo que estaba viviendo en el momento de su vida, que debería ser el más dichoso.

―Yo no era consciente de mí.― Intentó Natsuki con un temblor atacando sus manos. ―Yo...―

―Maravilloso, estabas demasiado ebria para... conservar, aunque fuera un poco el autocontrol.― Y Shizuru demasiado indignada para pensar en los detalles o las pistas puestas delante de ella. ―¿estás segura de que no era una casa de campo y alguna clase de celebración por la simiente que pudiste sembrar el mí? ¿O esperabas fecundar a Yuuki si lo nuestro no funcionaba?― Acusó con el encono a viva voz.

―No... los dioses no lo permitan.― Palideció, la posibilidad de que algo así pasara ni siquiera le había cruzado el pensamiento, sintió arcadas de inmediato. ―Sabes que no estuve allí por mi voluntad Shizuru.― Casi era vomitivo el pensamiento, e intentó encontrar las palabras para lo que había pasado, pero era prácticamente imposible pronunciarlo.

―Déjame dudarlo.― Reprochó aún más dolida e irónica, solo podía sentir su propio enojo y desengaño, Shizuru no podía ver más allá de eso en ese momento, porque el sabor de la traición venida de las manos de la persona que más amaba, era el tipo de cosa que nadie le había enseñado cómo manejar.

La hija de Saeko, vió una salida, una brecha sin decir del todo lo que era. ―No estaría allí de no ser por Satoru.― Refutó con el mismo veneno en la voz la Kruger, cansada de la culpa y la tristeza, de su miserable existencia.

―¡No nos habríamos desposado de no ser por mi padre!― Estalló la que aparentaba calma y un surco de gotas bajó por sus mejillas.

―Shiz...― El llanto de la castaña, era más doloroso que el látigo Hideki en el frío invierno.

―¡Deja de culpar a otros por todo lo que nos pasa! Bendiciones y maldiciones resultaron de todo esto... pero no digas que es culpa de mi padre que terminaras en la cama con esa.―

―No, es verdad...― Bajó la mirada. ―Fue Nagi quien lo decidió y...―

―Pero no lo disfrutaste menos por esa razón.― Había un resentimiento, una pregunta silenciosa dentro de la afirmación.

No había sido desnudada ni despellejada su alma, como lo fue en ese momento, si tuvo la intención de explicar lo sucedido, Natsuki enterró la idea en lo más profundo de su mente. Su mirada se congeló y tan fría como no era natural en su faz, preguntó. ―Si existe perdón para mi falta, puedes decirlo... y el precio que deba pagar; si no existe... lo entiendo, no te importunaré con mi presencia.―

Shizuru observó a la morena, preguntándose si este era el vaticinio de su sueño, pues ¿de cuántas formas puede morir una persona? Lo sopesó durante un minuto, encontrando de todas las cosas la que sería más difícil pero posible. ―Perdona la vida mi padre por un año, ese es el precio de mi perdón.― Sus puños cerrados sobre el vestido en sus piernas y la intensa mirada roja sobre la de su esposa.

La pelinegra se congeló en su sitio, la boca abierta y sus iris temblando. Quiso decir el primer pensamiento, pero se retuvo silenciosamente ante cualquier posible reproche saliendo de su boca y dañando aún más lo irreparable. Sus labios temblaron antes de morder y tensar la mandíbula. ―Me... me pides que perdone la vida del hombre que intentó asesinarme en dos ocasiones, quien planeó el abuso de Margueritte en tu carne...― Esto sí que sorprendió a la castaña cuyos iris temblaron en la cuna de sus ojos. ―quien observó el vejamen al que me sometieron y no hizo nada... ¡al asesino de mi padre!― Shizuru tragó saliva, y asintió. ―Dije que tu palabra sería mi Ley, y una promesa no se rompe... pero no está en mi mano retirar el castigo que las leyes de Windbloom le impondrán, a menos que lo que pidas sea que cometa traición para salvarlo y en tal caso, lance el mismo destino sobre mí... podría usar la misma cuerda en nuestros cuellos, si eso te complace.― Ironizó con tono grave y rechinando los dientes.

―No seas... necia hasta el extremo― Frunció el ceño castaño. ―No te he pedido su libertad, solo he pedido su vida por un tiempo, la cual no dudo habrán de arrebatarle lo más pronto posible, sé que soldados leales no te faltan...― Shizuru no era tonta, conocía a unos cuantos lo suficientemente disgustados para llevar a cabo la empresa. ―No lo mates, sin un juicio... concede que viva lo suficiente para ver a sus nietas... y que pueda suplicar el perdón de mi madre y de mi abuela, si muestras esta piedad... si haces eso, yo olvidaré esta falta.―

―¿Intuyes que lo mandé ejecutar en medio de la noche y cobardemente?― Levantó una ceja con disgusto. ―Ímpetus no me faltan, pero eso sería más que ruin.―

―Solo digo, que hay muchos interesados en desagraviarte con la muerte del asesino de tu padre...― Insistió en el riesgo, que las dos sabían muy cierto.

Natsuki desvió la mirada, negando para sí la ignominia de las circunstancias. ―¿Por qué eres tan piadosa con él? Morirá de igual modo... y no tiene nada que ver conmigo, un asesino es un asesino...―

―Es mi padre... bueno o malo, lo es. Es una circunstancia irreparable desde el día de mi nacimiento. Comprende que será la misma piedad que tenga para ti... no me duele menos que a ti, no siento un enojo más suave, ¿Pero acaso mi perdón, si es lo que buscas... no lo vale?―

Se mordió la boca antes de conceder el precio. ―Lo... lo vale.―

―Entonces, ¿lo prometes?― No querría un contrato firmado, la palabra de Natsuki era suficiente, pero quería que no hubiera dudas al respecto.

―Lo prometo.― Dijo aquello como si cortara la vida de su cuello por propia mano y se aproximó a la lámpara de aceite para apagar la mecha y dar sombras más oscuras al espacio, esperando dormir.

Se hizo el silencio, más incómodo de lo que hubiera imaginado y es que en todo ese tiempo la única cosa que en realidad había deseado Shizuru, era sentir el abrigo de los brazos de su esposa. ―¿Podrías acercarte?―

―Dormiré en el suelo... no me siento cómoda en una cama, pero estaré aquí... a tu lado.― Informó Natsuki acostándose en una losa cuadrada que formó de cristal a un metro de distancia de la cama de la castaña que si estaba provista de los abrigos suficientes para simular un colchón, algo que fuera amable con su cuerpo.

―Fuiste perdonada pero aun así te mantienes lejos.― Explicó confusa, esperaba que un perdón fuera suficiente para deshacer un poco la distancia. ―¿Por qué?―

―Porque yo aún no me perdono, Shizuru.― Respondió la morena, dándole la espalda y acomodando la cabeza sobre su brazo, solo la propia ropa le abrigaba.

La joven madre bajó la mirada contemplando la cazadora que Natsuki usaba desde la espalda e intentó hacer que el sueño viniera con su gentileza a llevarla a un lugar de oníricos más amables, Shizuru sabía que había pedido más de lo que tal vez debería, pero tampoco daba menos a cambio… ¿Y si Natsuki se arrepentía de su promesa y la odiaba por ello? Tal vez era sobre eso de lo que no podía perdonarse. Suspiró, aunque no estaba lista para escuchar los acontecimientos, ya luego vendría el tiempo en el que solicitaría las explicaciones, solo esperaba poder soportarlo, oír de su esposa cómo le hizo el amor a otra persona, era algo que nunca se le pasó por la cabeza. No viniendo de alguien como Natsuki que hiciera tal cosa, en el principio por su aspecto cuando estaba maldita o usaba la máscara todo el tiempo, después por el amor que delataba sentir… nada de aquello tenía sentido. Deseaba y no deseaba oírla explicarse, quería encontrar una razón para todo lo que vivían, pero la ira volvía a reverberar en su interior. Claro es que había ofertado un perdón que aún no tenía para dar...

Por su parte, Natsuki se dividía entre suplicar, matar, odiar y perdonar… era una maraña de emociones revueltas, de dudas creciendo y cuestionando sus decisiones. ¿Cuánto sería capaz de hacer por complacer a su esposa? Hasta prolongar la existencia de uno que había hecho tanto mal, incluso su piedad para los Ho. ¿Qué haría un Kruger de verdad? Extinguir las vidas de sus enemigos sin dudarlo… seguramente. ¿Entonces era menos que nada? como había dicho ese infame, el viejo Fujino. Ideas horrendas la acosaron a lo largo de aquella noche, y la ira en su interior, se convirtió en resentimiento, para todo… y casi todos.

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Helaba dentro de la habitación, aunque la chimenea con maderos y los candelabros en el techo estaban encendidos, el frío de aquella invernal tiniebla se filtraba a través del cristal de las ventanas cerradas y las sombras de la noche eran apenas espantadas por la luz del astro impoluto en el firmamento, pues nada eran en comparación el fuego del hombre cuando la oscuridad se filtra voluntariosa en la noche; en el cielo adornaba gloriosa la luna cuyo plenilunio escarlata se completaría la siguiente noche. Lánguido el brillo blanquecino se adentraba en la habitación de una cortina abierta cuyo cristal escarchado exponía la crudeza de la nevada, y reflectando su luz en un anaquel dentro del cual la corona labrada para la futura reina de Windbloom brillaba lustrosa.

―¿Así es como pasarás la última noche?― Cuestionó desde su lecho la que, sin saberlo, ahora era poseedora del título de reina.

―Zire… se ha ido.― Susurró a la aparente nada, el plato servido, el vino en la mano y la mente perdida en el recuerdo de la joven rubia marchándose de aquel infierno. ―Desearía que te hubieras ido con ella.― La mirada hecha del mismo color que la joya sostenida por la cadena de oro blanco labrado brillando en su pecho, una joya digna del baluarte de Zafiro.

―No puedo poner la vida de mi hijo en riesgo, si no es uno que garantice su bienestar futuro.― Insistió en responder parcamente la de melena platinada, aún con la mirada baja, mientras sus manos mueven silenciosamente un par de agujas con las que hila una prenda que espera pertenezca al ajuar de su pequeño vástago.

―Alteza, ¿desea té para entibiarse en esta fría noche?― Preguntó Fumi a quien la frialdad actual de Mashiro lastimaba silenciosamente, pero esto no atenuaba su devoción, pues como mujer comprendía el sentir de la más joven. La nana de melena rosácea conocía mejor a las dos jóvenes de lo que ellas mismas podrían y veía ahora cómo las tensiones resurgían, con el aparente retorno en la cordura de la hija menor de Rento Sayers. Arik en sus atuendos reales había solicitado su presencia para poder compartir el mismo lugar con la princesa, tal y como debía ser entre una mujer casada y un cuñado, comprometido con la heredera de otro reino aliado.

―Sería bueno para ella, gracias Fumi.― Respondió Sayers en lugar de la silenciosa mujer, cuyo rostro era ilegible en ese momento. ―Aún estás a tiempo... te lo imploro, te llevaré yo mismo.―

―Si insistes en seguir este papel, haré caso de ti...― Suspiró largamente. ―Solo sí nos marchamos de aquí y no miras atrás.― Negoció audazmente. ―Sería la única buena razón para arriesgar a mi hijo a un viaje tan ajetreado siendo que su gestación ha sido, complicada.― No menos que todo, por el único tesoro invaluable que le quedara de su desagradable enlace con Ren.

―Sabes que no puedo hacer eso...― Leyó entre líneas, no era menos que una oferta de abandonarlo todo y a todos en ese momento.

―¿Por qué?― Sabía lo absurdo de la pregunta, pero aun así quería escucharlo de los labios que la habían rechazado aquella tarde cuando la castaña llegó a visitarla y se encontró con una resolución diferente en su mirada o sus actos.

―Ella lo sabe... lo que pasó en la carroza― Admitió con la voz un poco ronca al final, mientras sus manos se movían nerviosas, tintineando sobre sus muslos.

―No creí que fueras del tipo que está por ahí, alardeando esa clase de cosas...― Murmuró con ironía y desagrado el cisne de plata.

―Yo... jamás haría una cosa así, pero puedo jurar que en estos muros los oídos oyen y no quería que ella supiera por alguien más lo que pasó, si no ha sido más que un...―

―No te atrevas a decir, que solo un arrebato...― Interrumpió la de cabellos blancos un tanto ofendida ante la posibilidad, mientras Fumi desbordaba un poco el té en la taza ante lo que escuchaba y de lo que no estaba enterada, mal presentimiento había tenido ese día de dejar a las dos chicas a solas.

―Yo iba a decir, otra cosa...― Arika desvió la mirada incómoda. ―Pero no podía mentirle, su dulzura y devoción habían sido mal pagadas por mí, herirla estaba matándome por dentro.―

―¿Desistes de todo por gratitud?― Mashiro observaba con incredulidad a la muchacha castaña, sintiéndose más que molesta por las manipulaciones de la joven Imperatoria de Remus, dejó a un lado el crochet y se aproximó al borde de la cama. ―No ves que no es más que una acción posesiva para...―

Arika se puso de pie intempestivamente. ―¡Ella me ama!― Gritó incapaz de tolerar una mala palabra venida de la voz de Mashiro para Zire.

―Eso no podría ser...― Negó la Kruger espantada de la sola idea, porque entonces Zire había jugado a otra cosa todo ese tiempo. Se puso de pie, abrigándose con una bata un tanto cálida para enfrentar el frío que provenía más que solo del ambiente.

―¿Tan poca cosa podría ser para todos, que la idea de que alguien me quiera sea tan inverosímil?― Cuestionó dolida la castaña y retando con la mirada azul a su vieja amiga.

La princesa de Windbloom negó con la cabeza, sabiendo de antemano a dónde iba todo eso. ―Perdona, es difícil entender que esto sea algo para tener en común con la princesa de Remus, me pareció que estaba interesada en tu físico y la practicidad de un enlace en el que ella pudiera gobernar sin oposición directa, pues eso fue lo que me sugirieron al hacer esa clase de pregunta.― Refutó más que molesta, de cierto modo engañada, caminó más cerca del ‘príncipe’ de Remus para preocupación de Fumi quien escuchaba silenciosamente y fingía no estar allí.

―Yo lo pensé así, yo fui quien creyó eso...― Admitió Arika, consciente de la propia subestimación de la que ha sido culpable a lo largo de los años. ―Ella habló de confianza para no hablar de amor, aceptó el riesgo de este engaño tramado por la posibilidad... y... ¿quién se arriesga tanto Mashiro? No es lo que haría un soberano, aunque ama muchísimo a su pueblo y puedo sentirlo en cada proyecto que su mente ha maquinado para favorecerlos; pero vino hasta aquí, se ha dado sin reserva alguna en todo aspecto y eso es más de lo que nadie ha hecho por mí.― Dijo al final ya sin pensarlo tanto e intentando dar una explicación a sus percepciones. ―Si le hago daño una vez más, no sabría qué hacer... no lo soporto.

Pero Mashiro leyó la acusación a sus faltas pasadas, ―¿Y a mí sí?― Cansada de implorar el perdón a sus omisiones, unas irremediables, entonces preguntó lo que en verdad importaba. ―¿Ha dejado de ser solo el deber para ti? ¿Más que una atracción? ¿Qué sientes en realidad Arika Sayers?―

―La quiero...― Murmuró tímidamente. ―Anhelo su presencia, esa es mi verdad.

Puso muy poca distancia entre ella y la de ojos zafiro. ―No menos que la vida y la honra han sido puestas sobre la mesa, sin reservas ni escapatorias... de ninguna de nosotras y no pareces ser genuina en decidir, solo estamos yendo y viniendo. Decide y que sea la última elección o no lo soportará mi corazón.― Reprochó, sujetándole la solapa de la casaca azul.

―Esa respuesta la conoces hace tiempo, ella será mi esposa.― y es que de eso no planeaba retractarse la más joven.

―Entonces jamás debiste responder mi beso, no debiste darle alas a mis esperanzas ¿Por qué haces esto? ¿Acaso es una venganza con la que esperas que sienta lo que tú sentiste durante tanto tiempo?― Reprochó tan herida como estaba la hermosa albina.

―No, no he querido vengarme nunca de ti o de él, es solo que no soy inquebrantable Mashiro, fui tentada del mismo modo que tú y no quiero volver a fallar, a ninguno de ustedes.― El arrepentimiento era palpable en la faz de la castaña, lo cual fue suficiente para que el cisne de plata lo viera y comprendiera, por más doloroso que ello pudiera ser, cómo los sentimientos de su querida Arika se apartaban más y más lejos de ella.

―Entonces sé honesta contigo misma, Arika.― La Kruger contuvo el nudo en la garganta, a la par que soltaba la prenda.

―¿No lo he sido ahora? No te entiendo.― Frunció el ceño con cara confusa, lo cual solo disgustaba más a la princesa, dado que era odiosamente enternecedora, incluso en una situación como esa.

―Ya no soy tu paraíso.― Sonrió amargamente y en realidad odió a los dioses, porque la castaña no entendía la indirecta. ―Cuando era niña temía ir a la cama al llegar la noche, y Madre me enseñó que pensar en el paraíso me ayudaría a dormir. Así que tengo imaginaciones dulces que me ayudan a calmar mis inquietudes y entonces logro dormir, mi paraíso es un lugar tranquilo y hermoso, perfecto en toda regla, y lo es solo porque en todos esos lugares estoy acompañada por tí... mi paraíso eres tú, pero ahora comprendo que yo ya no lo soy de tí.―

―Pero yo no...―

El golpe estridente de la puerta atrajo la atención de las tres mujeres y Arika no tardó en tomar su lanza del armero antes de caminar hacia la puerta con cautela. ―Manténganse detrás de mí,― ordenó, a lo que Fumi obedeció manteniendo a la princesa a una prudente distancia y con su propio cuerpo puesto como escudo ante cualquier circunstancia.

―¡Alteza!― Oyeron la voz de la segunda mucama principal de Mashiro. ―Es el príncipe Ren, ha sido herido.― Gritó la voz, con lo que Arika no tardó en abrir angustiada por la seguridad de su hermano.

La mujer morena se arrojó a los brazos del menor de los Sayers, y llorosa levantó la mirada para encontrarse con unos ojos azules tan parecidos a los de otro, por el que actuaría de forma tan ruin.

―Ten calma, An'hel, dime qué ha pasado y yo iré con la guardia a proteger a Ren...― Respondió con preocupación en la mirada, la ropa rasgada de la joven le hacía pensar en los más oscuros escenarios, pero por el bien de todos tuvo que mantener la calma.

―Ellos están aquí...― Susurró con voz temblorosa y una lágrima bajó por su mejilla.

―¿Quiénes?― Dudó, aunque con suposiciones en la mente.

―El Conde Dai Artai y sus ejércitos.― Enunció la argita con terror en la mirada.

―Ten calma, son solo hombres... hasta la noche de la luna escarlata, seguirán siendo solo eso.― Arika apartó gentilmente a la mujer y se apresuró a tomar un abrigo para cubrir los fragmentos de piel expuesta. ―¿Te hicieron daño?― La joven asintió y una punzada de ira cruzó el rostro níveo.

―Tienen a Ren en la sala del concejo, ya podría estar... muerto.― Se apresuró a decir compungida.

―Recibirán su merecido por esto, por ahora... reposa.― Dicho eso, un semblante frío y centrado dominó las facciones de la castaña, quien posicionó la Lanza en la espalda atada por su tahalí volviendo su atención sobre Mashiro y Fumi. ―Deben moverse a un lugar seguro, si hirieron a mi hermano algunos se han infiltrado dentro del castillo, por ahora haré la voz de alarma e iremos en su ayuda.― Informó sin una muestra de miedo, era la viva expresión de la temeridad.

―Oye.― Llamó Mashiro, repentinamente consciente de la realidad adversa que se cernía sobre todos. ―Mantente con vida, te lo imploro.―

La aludida se quedó estática por un momento, cruzando la mirada con la de Mashiro. ―Tú, asegúrate de que él jamás pueda tenerte y yo entonces estaré bien.― Se acercó, acarició la mejilla de la albina y besó su frente, para disgusto y hastío de la segunda doncella de la princesa.

Arika se apartó, observando a Fumi con determinación, antes de dar la media vuelta y aproximarse a la puerta, entonces An'hel se le acercó en demasía, sujetándolo por la manga de la casaca. ―Sea cuidadoso, mi príncipe.― Murmuró halándolo de la solapa, ante la estupefacción de Arika quien no estaba acostumbrada a la cercanía de aquella doncella al servicio de la princesa; así que la esquivó por puro reflejo cuando los labios de la mujer pretendieron alcanzar su boca y se encontraron con su mejilla. Una distracción, un descuido mortal.

―¡Arika!― Un grito en la voz de Mashiro y el brillo del metal reflectado por la luz de luna, tan vertiginoso en el soslayo de su mirada.

El filo cortando, se aunó a un gemido manando de su garganta, cuando el dolor punzante le restó fuerza para dar el siguiente paso y el abrazo mortífero de la servil le retuvo lo suficiente, mientras su mano le sujetaba por la cintura y la otra la hería. Los iris azules miraron sin entender a la joven, mientras la voz de Fumi gritaba a Mashiro el mantenerse apartada y sus sollozos aterrados, luego suplicantes... se tornaban confusos. Tan pronto como inició el tormento y sus manos se aferraron con fuerza en la espalda de An'hel para sostenerse, enterró las uñas en la carne expuesta en las prendas rasgadas.

Un instante después el ‘príncipe’ de Remus empujó con la fuerza que pudo encontrar a pesar de la flaqueza de sus piernas, sacando el metal de su carne. Con la mano sobre la herida y sintiendo el dolor de su vientre donde la apenas una línea roja delataba el corte, observó a la argita dejar caer el arma al suelo sabiendo que ya ningún peligro ocupaba la menor de los Sayers, quien cayó de rodillas mareada con el sabor del hierro en la boca. Entonces An'hel sujetó las puntas del cuello de su casaca con fuerza. ―Prodita― Arika susurró la palabra traidora en el lenguaje de la nación de Argos antes de que la boca le fuera sellada por los labios de aquella que los engañó a todos.

La morena sometió con deliberada inquina los labios de la castaña, mordiéndole al final, con la mirada vengativa puesta sobre Mashiro, quien se horrorizaba del hecho y forcejeaba con Fumi, la que siendo más alta y fuerte mantuvo a raya a la princesa solo por la sospecha de que An'hel intentara herirla. Pero la morena conocía mejores maneras, era un delicioso placer transmitirle a la joven Reina una minúscula parte de la hiel que ella había tenido que probar durante aquellos años, se apartó, con la boca manchada del escarlata de la sangre de la mujer que Mashiro más amaba. ―Un beso... el beso de la muerte, mi amado... dulce reflejo, pero solo un lánguido reflejo.― Susurró en el oído de Arika mientras la llevaba hasta el suelo, como si esperara hacerla dormir y es que, en realidad, la castaña apenas podía mantener los ojos abiertos. ―Serías una maravilla, entiendo porque dos princesas sucumbieron a tus encantos... si tan solo fueras un hombre en realidad, pero jamás serás él.― Acarició la mejilla de la hermana de su amante.

La joven enfundada en los atuendos de un noble la miró, comprendiendo que ella era la mujer de la que su hermano habló aquella vez, la amante del consorte de la princesa, un desgraciado mentiroso. ―Ren...― El entendimiento le llegó como un golpe, incluso más doloroso que la herida en su carne.

Una sonrisa en los labios, contemplar el dolor más que solo físico de la castaña se formó en la cara de An'hel. ―Está a salvo, pero a ti te espera... una terrible pena, después de todo te atreviste a robar la propiedad de mi señor.

―Déjala.― Gritó Mashiro. ―Ella no ha robado nada... nunca.

―Tu corazón... y tu cuerpo, todo cuanto anhelas y buscas... es a ella, así que es necesario que no exista. Es tu culpa en todo caso.― Levantó los hombros con desinterés.

―Ella ha sido respetuosa... no se dió la intimidad que afirmas, sí esa es la razón de esto, están en un yerro, jamás compartimos tal cosa.― Aclaró con desesperación, aún presa del férreo agarre de Fumi quien continuaba manteniéndola tras de sí.

―No es que me importe en realidad... desperdiciaste la ocasión princesa, yo en tu lugar la habría tomado aquel día cuando se te sirvió tan fácilmente tras sus declaraciones de amor, qué romántico hubiera sido.― Sonrió divertida, dispuesta a completar su original tarea. Se aproximó a la chimenea en la que el atizador de hierro negro brillaba. ―No es personal... a quién engaño,―  rio. ―Sí... solo un poco.― Observó las piernas de la figura inconsciente, necesitaba asegurarse de que no pudiera caminar al menos por los siguientes días, aunque si fuera permanente... a quién le importaría de todos modos.

La argita levantó el fierro en sus manos calculando el mejor lugar para romperle las piernas... distrayendo a Fumi lo suficiente quien no pudo evitar angustiarse más por Arika, dando así ocasión a Mashiro para colarse por un flanco y correr a un lado de la dolorida figura de Arika en el suelo, interponiéndose antes de que la morena intentara herirla de nuevo. ―Te daré a cambio cualquier bien o valor que pidas,― ofreció sin dudarlo.

An'hel posó sus ojos miel en los aguamarina del cisne, que le miraban de rodillas con el cuerpo inconsciente de su amiga en los brazos. ―No darás lo que no te pertenece, majestad.

―Supongo que Ren no sería una oferta suficiente.― Añadió siendo plenamente consciente de la condición de concubina que la mujer ocupaba para el Sayers. ―No lo elegimos, lo sabes bien.

La mirada fría de la doncella que antes le servía. ―Él ya es mío...― Hizo una teatral venia, antes de alejarse a la puerta. ―A pesar de ti mi reina.― Devolvió el golpe verbalmente, sabía lo que Nagi le haría si Mashiro sufría el más mínimo daño, por lo que bajó el atizador poniéndolo a un lado, solo por si la tentación de matarla le ganaba terreno, pues aquello lo había deseado desde años atrás, cuando la vió caminar de la mano del muchacho gentil que la había salvado de la casa de citas.

Las palabras se asentaron en la mente de la albina, hasta que la única opción plausible acudió al pensamiento. ―¡¿Qué dices?!

―Larga vida a la nueva reina de Windbloom― Se burló la mujer. Antes de caminar a la silla para esperar la llegada de sus aliados, en la que cruzó la pierna sin ningún decoro y exponiendo demasiado sus piernas en la proximidad de la chimenea.

Mashiro comprendió que la vida de su padre se había extinguido, el llanto silencioso bajó por sus mejillas, cayendo una gota en la frente de la castaña en su regazo. ―Ve... te.― Susurró casi sin aliento Arika, sabiendo que con un movimiento raudo podría entrar a los pasadizos antes de que An'hel las alcanzara.

―Jamás sin ti...― La miró con el llanto en los ojos. ―Te matarán.―

―No... pu...e...do.― Negó casi sin voz. ―I..r― Observó a Fumi detrás de la princesa y asintió tenuemente.

―La herida no es mortal mi señora, lo es el veneno en sus venas...― Sonrió An'hel sujetando el cuchillo apenas manchado de sangre. ―Esto se conoce como un estilete plano, no es muy largo y casi es tan delgado como una hoja, se usa para atacar al corazón sin dejar un rastro tan evidente, o para abrir cartas... por la profundidad y la posición, no sería suficiente para matarla, pero vaya que puede incapacitar el tiempo suficiente.

―¡Sálvala... te lo imploro!― La expresión suplicante y llorosa de Mashiro bien sería capaz de conmover hasta el corazón más frío, con su mano puesta sobre la del príncipe a quien las fuerzas le abandonaban.

―Eso no está en su mano... hermoso Cisne, pero sí en la mía.― La voz del Conde Dai Artai llenó el silencioso espacio, a él le siguieron sus esbirros como siempre para su protección. El iris rojizo se encontró con el cristalino aguamarina... ―Tengo un par de valiosas razones, a través de las cuales puedo conseguir lo que quiero, pero elegí el camino más gentil contigo, Mashiro Blan Kruger.

―Matar a mi padre, ¿fue una gentileza?― Tensó la mandíbula, pero se mantuvo tan serena como le fuera posible, magnificente a pesar de las circunstancias y el escozor en sus ojos.

Era esa una de las razones por las que le gustaba a Nagi. ―Tendría que sentirme halagado por tu suposición, pero ese mérito se lo debemos a Rento.― Nagi posó su interés sobre la figura en el suelo obviando el horror en la mirada aguamarina, solo tenía interés en el cuerpo al que se aferraba la de melena plateada. ―No sería conveniente que yo asesinara al que sería mi suegro en poco tiempo.― Mashiro se mordió la boca, sabiendo lo que le aguardaba, pero aun así no perdió los estribos ni se concedió caer en la desesperación. ―Realmente me pareció un príncipe cuando le conocí, era incluso más varonil que quien era en realidad tu esposo, ciertamente de no ser por mis contactos... no lo sabría...― casi había admiración en la voz del Conde, salvo por lo desagradable de su sonrisa. ―Ella aún tiene tiempo, querida...―

―Conozco tus intenciones, y no saldrá bien...― Jamás lo amaría, eso era un imposible, pero estaba consciente de su fragilidad en ese momento.

―No conocemos el futuro, por ahora interesa lo que dijiste... la parte en la que darías cualquier cosa por su vida ¿o escuché mal hace un momento?― La tensa sonrisa en la boca de Nagi delataba lo mucho que le molestaba el hecho de conocer al fin a la persona que indirectamente le había impedido hacerse con la corona desde hace años, a quien le había obligado a esperar hasta esa noche y quien resultaba ser nada menos que una niña castaña a la que subestimó todo ese tiempo.

―A ella puedo darle mucho, a ti poco...― Respondió refiriéndose a An’hel, porque ella no tenía nada y Nagi era dueño de todo.

―...La diplomacia ha muerto, dicen algunos, pero me he resistido a la idea... solo contigo. No hagas que cambie de opinión, Kruger.― Amenazó con un tono más grave. ―Tendrás el antídoto, al precio de un trazo... tu divorcio y la consecuente firma de las cartas de compromiso, para nuestra boda... verás que me arrodillaría para la propuesta, pero como puedes ver, me encuentro ligeramente impedido.― Sonrió mordaz el de melena blanca.

―¿Quién te hirió así? ¿Natsuki?― Musitó con falsa preocupación, si su blanca sonrisa no lo delató lo suficiente.

El arteno la sujetó por la mandíbula presionando con fuerza. ―No te equivoques, aún puedo hacerlo por la fuerza.― Susurró tan cerca que el aliento a vino del hombre pudo impregnar el aire que respiraba la Reina de Windbloom.

A pesar del terror que la idea le produjo, Mashiro sostuvo la mirada de Nagi. ―Son dos firmas, una por el antídoto... la segunda por la seguridad de su vida, ¿de qué me sirve el alivio del veneno si después la matarás de alguna otra forma? Es su vida la garantía y no creeré sólo en tu palabra.―

―Seductores bríos.― Incapaz de resistir el magnetismo que la albina le producía, le plantó un beso tan apasionado y la estrechó entre sus brazos, con su mano sujetó el seno de la joven olvidando el bastón. Desde el suelo, la inmóvil Arika estiró el brazo para sujetar la pierna de aquel hombre, cuando no tenía la fuerza para apartarlo.

Pero la boca de Mashiro se mantuvo cerrada a fuerzas y su cuerpo tenso. Por lo que una vez el noble se cansó de intentar besarla y se apartó, ella volvió a hablar. ―Aún no, si todo lo que quieres tener es a una muñeca... no sería muy satisfactorio.― Arguyó la Kruger manteniendo la cordura por muy poco.

Nagi se relamió los labios, tomar a una mujer a la fuerza tenía su encanto y podría ser divertido en principio, pero en algún punto se tornaba aburrido, si tomaba a Mashiro de ese modo la primera vez, todas las demás tendrían que ser así y en realidad, deseaba intimar con la apasionada mujer que intuía... ocultaba la parca faz de Mashiro. ―¿Tanto la amas?― Cuestionó con algo semejante al dolor y a la envidia.

―Imagino que… debido a ella,― miró a la argita con desdén, antes de volver sobre él de iris sangría. ―Lo sabes... por mi amor a ella, es que tramaste esto.

―Qué narcisista, en realidad el actual príncipe de Remus es un inconveniente... supe que es un guerrero formidable capaz de dominar su energía espiritual, el que posee la lanza del cielo. No todo se trata de ti.― Pateó la mano que se le aferró hasta lastimarle la pierna inmovilizada. ―Caballeros, podrían recoger los despojos de esta... tríbada.― En la habitación entraron un grupo de hombres, entre los cuales, se encontraban dos figuras conocidas. Los Sayers, padre e hijo, los cuales se situaron justo a la espalda de Nagi. El castaño que había sido su amigo y el padre de su hijo, ni siquiera podía posar la mirada en los ojos de la que aún era su esposa. ―Firma... muchacho.― Sentenció Nagi, bastante cansado de esperar y señalando los documentos que los escribas habían preparado a solicitud de la Kruger. ―¡Apresúrense!― Añadió exasperado al notar el mutismo de la pareja. ―El tiempo se le acaba.― Señaló a la muchacha que uno de sus esbirros colocaba en la mesa. ―Sakar, quítale la lanza ¡Idiota!― Alegó el Conde notando que estaba rodeado de ineptos.

―No es posible, no se desprende... esto es magia, mi señor.― Respondió espantado el guerrero, porque el objeto parecía pegado a la piel debajo de la tela de los atuendos reales de Arik.

―Corta el tahalí imbécil― Resolvió el arteno, a lo que el esbirro obedeció y sólo entonces la lanza cayó al suelo, formando grietas como si pesara una tonelada, lo cual llamó la atención de Nagi. ―Es un arma sagrada, un objeto vinculado a su dueño por bendición divina.― Exhibió su conocimiento en historia. ―Y tú, asegúrate de que no muera...― Le habló a Fumi, sabiendo que su lealtad le pertenecía a ambas mujeres y no tendría que preocuparse del interés o el esfuerzo que la de cabellos rosa le pondría a la tarea.

Mashiro y la doncella Himeno se acercaron, la primera abrió la camisa de la castaña donde el corte le había sido realizado y cuyos bordes se había tornado púrpuras. La albina en cambio sostuvo la mano del baluarte con un temblor apenas perceptible al contacto. ―De... ja que muera...― Susurró la castaña, mirando con suma dificultad a Mashiro. ―No te.. case... cases... con él...― La sangre en la boca y una tos que manchó las ropas de Mashiro.

―Ren... por favor― Musitó An’hel posando su mano en el hombro de su amante, quien a pesar de haber tomado la pluma era incapaz de firmar el documento que daría fin a su enlace con la joven madre de su hijo.

―Es tu culpa.― Gruñó por lo bajo con los ojos llenos de lágrimas, posando la firma en el papel. ―Le serviste a mi hermana y a todos en bandeja...―

―Salvé tu existencia― Fue toda justificación cuanto pudo dar An’hel.

―¿Y vivir a su costa?... salva a Arika... ¡Tienes el maldito antídoto!― Sostuvo la mano de la mujer cuyo lecho tantas veces compartió. ―Estamos al final de los días de todos modos.―

Pero An’hel sólo observó al conde, quien asintió suavemente. Así la morena se acercó a la princesa y le entregó un vial. ―¿Prefieres que se lo dé en la boca por ti?― Sugirió.

―No te le acerques.― Amenazó la albina, antes de posar su atención sobre Arika, quien desviaba el rostro débilmente para impedirse el suministro del antídoto, no por el precio que Mashiro estaba dispuesta a pagar.

―Solo le ayudaba... majestad― Imitó el tono condescendiente que empleaba normalmente para vestirla, para darle alimento o cualquier minucia que una noble como ella fuera incapaz de hacer por su propia cuenta.

Entonces los suaves dedos del cisne le impidieron el aire por las fosas nasales, Arika contuvo el aire... ―Fuiste la vida que llenó mi mundo, la sonrisa en mis labios y el amor más puro que jamás podría conocer, lamento forzarte... pero te amo demasiado para dejarte ir a un mundo distinto, prefiero verte junto a ella... que prescindir de ti. Déjame salvarte esta vez, por todas las veces que me rescataste de esta vida monótona... cuando no me dejaste ser la fría criatura que quisieron que fuera.― Llenó con el líquido su boca, al no ver espanto en el rostro del Dai Artai, supo que en efecto era la sustancia genuina, y esperó unos instantes hasta que la urgente necesidad de aire obligó a la menor de los Sayers a abrir los labios. Posó los suyos rápidamente sobre los fríos de Arika, arrojando como un suspiro la cura a los males que la aquejaban, por lo que le fue imposible no tragar el elixir. Al apartarse de aquella boca anhelada y con la sangre de la castaña en sus propios labios, le prodigó un afecto en la frente. ―Ahora caballeros, firmaré los documentos que... me liberarán de mi consorte.―

―Mashiro...― Intentó justificarse.

―No digas nada... Sayers.― Le silenció la mujer con un ademán, antes de posar su fina caligrafía y por la que en realidad no habría pedido nada a cambio de no ser por la circunstancia, pues había pensado en ello para su libertad, no para cambiar un carcelero por otro.

―Qué ingrata muchacha― Intervino Rento, mirándola con desdén. ―Gracias deberías dar por la semilla que mi hijo sembró en tí, el que siquiera prestara interés por tu... abandonado aspecto actual.―

―¿Realmente piensas que tu nieto será libre?― Mashiro negó, mirando de soslayo a Arika, quien recuperaba el color en su hermoso rostro y desentumecía sus extremidades con lentitud. La aguamarina le dió la espalda a Fumi y comenzó pacientemente a realizar señas con su mano izquierda, lejos de la vista de los demás. ―Mi hijo jamás será el heredero, porque Nagi no lo permitirá... no sé qué les hace pensar que los dejará vivir, en primer lugar.―

―No hables de lo que no entiendes muchacha...― No es algo que Sayers hubiera pasado por alto, pero era la única forma de sacar a su hijo del castillo con vida y beneficiarse económicamente de sus acuerdos.

―Si este destino amargo está cernido sobre mí, Rento ¿Qué cosa crees que le pediré a mi nuevo prometido a cambio de un hijo?― La voz calculadora de Mashiro llenó de temor al castaño, quien contemplaba la fragilidad de su acuerdo con Nagi, ante el poderío que Mashiro sabía poseía sobre él. El Conde en cambio sonreía complacido, pensando en que después de todo aquella mujer, no era tan diferente de él. La albina por su parte se alejó de la mesa en la que Fumi le realizaba las curaciones a Arika y atrajo la atención de todos sobre sí, con el movimiento de sus manos y el elegante movimiento de su andar, porque incluso en aquella bata de satín perla, apenas cubierta por el abrigo de piel de oso... ella en verdad proyectaba tal autoridad y gracia. ―La vida del asesino de mi padre,― insinuó con una sonrisa muy cruda en el rostro, el cual estando manchado con la sangre de Arika, se miraba espeluznante. Aunque no tanto como la sonrisa del Arteno, quien comprendía más que maravillado que el precio de una esposa complaciente estaba al alcance de la mano.

―No serías capaz...― Musitó con algún temblor en la voz el viejo consejero.

―Ni siquiera oses hablar, traicionaste a mi padre, y en tus manos la mancha escarlata no se esconderá jamás.― Refutó con encono. ―Acepté ser la esposa de un imbécil por amor a mi pueblo.― No fue nada amable con Ren, a quien imaginaba tan confabulado con sus enemigos como los demás, apenas en Himeno y Arika podía confiar. ―Del mismo modo en que ahora haré lo necesario... así que dime... dime cuánto haría por Arika, o por recuperar el honor del padre que me arrebataste...―

―No... Mashiro, tu no harías una cosa tan...― Ren no encontraba palabras para describirlo, le destruía la idea de que la joven se entregara a Nagi voluntariamente.

―Oh... qué lamentaría el gusano que entrega su esposa a otro hombre, cuán cobarde hay que ser.― Miró a Ren tan directamente, luego al padre. ―Que fuera amable con tu casa por ella y sólo por ella, no significa que no sepa moverme en estas turbulentas aguas. Nací aquí Rento.― Sonrió con ironía y sabiendo que todos los ojos estaban puestos sobre ella. ―Supe poco después de desposarnos, que eras pusilánime... pero qué podía esperar si eres hijo de tu padre.― De soslayo vio la intención del mayor, su puño tenso y notó qué por miedo, solo por ello no se atrevió a asestarle el golpe. Entonces miró a An’hel, cuyo desdén y odio fulguraban en sus ojos. ―¿Y qué hay de ti? La hermosa sombra que sabe, jamás podrá ser la primera en la vida o el corazón de nadie, solo eres el cuerpo que Ren Sayers se aburrirá de tomar, soñando con el que nunca más podría tener.―

Ni siquiera había concluido su discurso cuando la mano de la Argita la golpeó tan fuerte y apenas un segundo después el férreo agarre de Ren sobre An’hel le impidieron asestar el segundo golpe. Lo siguiente fue algarabía, mientras Mashiro caía al suelo y Nagi se arrojaba para sostenerla antes de que recibiera un mal golpe de la silla a su espalda. Un gemido de dolor venido de la albina y del Arteno, el sudor en la frente nívea del cisne. Desde su adolorida posición, Nagi miró con verdadera ira a su sirviente. ―¡Llévenla lejos de mi vista!― Ordenó el Conde con la figura casi desmayada de Mashiro en sus brazos, pues la hija de Taeki se había esmerado demasiado en su actuación y si estuvo en pie fue por pura terquedad a pesar de las circunstancias.

A la espalda del grupo oyeron el sonido de un mecanismo, al volver la mirada atrás, vieron como Fumi desaparecía por un agujero con la figura del príncipe de Remus en los brazos, la abertura no tardó en cerrarse unos instantes después, sólo un segundo después de que el filo de un cuchillo cruzara a la penumbra desde la mano de la An´hel.

―¡No las dejen escapar!― El rojo de la mirada del Conde aterrorizó a sus esbirros que corrieron al muro sin llegar a tiempo y que no lograron encontrar el comando que activara el acceso al pasadizo. ―Derrumben el maldito muro si es necesario.―

La mano fría del cisne en la mejilla atrajo la mirada del Conde, quien la oyó decir. ―No cumplirías tu palabra... lo sé, Nagi.― Mashiro estaba agotada, tanto física como mentalmente, ―No podía permitirlo.― con una sonrisa cansada en el labio roto, ya incapaz de mantenerse despierta cerró los párpados.

―Mashiro... ¡Mashiro!― Sin saber si estaba molesto o la admiraba por su astucia, el peliblanco acomodó lo mejor posible a la joven en una posición más amable. ―Llamen a un médico... ¡no se queden ahí parados!― Le ordenó a Sakar y a su grupo. Ren se postró a un lado y ayudó al arteno con la figura inconsciente de su ahora exesposa, al menos hasta que este pudo con mucho esfuerzo ponerse de pie y recuperar a la muchacha dormida. ―De ahora en más, harás bien en mantenerte apartado de ella, Sayers... no toleraré que te acerques a mi prometida.― Le informó al castaño antes de salir del lugar.

Ren quien al final se quedó a solas con su padre en la habitación que un par de hombres al servicio de Nagi, se ocupaban en demoler en busca de la preciada entrada a los pasadizos para dar caza a Fumi y al príncipe de Remus.

―Prefiero el filo de la espada a esta... ignominia.― Susurró por lo bajo con la mirada perdida, queriendo pensar que aquello era solo una pesadilla de la que despertaría pronto.

Rento le dió un puñetazo al más joven ante tan insensatas palabras, lo arrastró fuera de la habitación y luego lo obligó a levantarse. ―Harás bien en salir de aquí, antes de que el conde se arrepienta del perdón que le dió a tu vida... está enfermo y obsesionado con Mashiro, no pasará demasiado antes de que ella domine a la cabeza de ese maniático.

A pesar del acto, Ren miró a su padre sin la intención de devolver el golpe. ―Pero mi hijo, la madre de mi hijo...

―Otros hijos, otras esposas... habrán.

―¿Mi hermana muere en algún agujero de este castillo, Mashiro está a la merced de ese hombre y esperas que desvíe la mirada?

―Exactamente eso, es lo que tienes que hacer... ¡Te lo ordeno!― Se exaltó el mayor.

―Ya no eres mi padre, firmé por salvar mi vida y la de Arika, pero esto que pides... no está a discusión.― Alegó antes de alejarse por el pasillo en busca de alternativas para salvar a Mashiro y a su hijo no nato.


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En el salón principal del castillo de cristal en Fukka...

―Le buscaba, Ame No Mikoto...― Inclinó la cabeza al entrar al lugar, demasiado solitario para tener sentido desde la perspectiva de Mai. ―Es... ¿interrumpo algo?― Cuestionó, observando a la levitante figura en el centro con los ojos cerrados y en profunda meditación, hilos dorados manando de su cuerpo y elevándose hacia el cielo, atravesando el cristal y perdiéndose en la inmensidad de la aparente nada.

La pelinegra de felina mirada negó suavemente con la cabeza, tan etérea como podría ser. ―El tiempo de las cosas se ha agotado ya, no haré hoy lo que no me fue posible en cuatrocientos años, así que acércate.― Los pies desnudos de la agraciada criatura tocaron el suelo, y este brilló a su contacto, ondas de luz se transmitieron a través del cristal en todas direcciones; Su pierna estaba expuesta, pues apenas una falda schenti escondía las caderas y la parte superior de los muslos, ajustada por un cinturón digno de los antiguos emperadores adoradores de Amaterasu, diosa del sol; los ojos violáceos ascendieron a través de la portentosa forma de aquella, capaz de cautivar a cualquier incauto que se atreviera mirarla siquiera de soslayo, su vientre era en sí mismo la expresión de la perfección femenina, la mezcla ideal entre lo hercúleo y lo estilizado de las curvas de una mujer, y al mirarla sobre la altura del corazón, aquel tejido cubriendo las gloriosas formas del pecho fueron suficientes para acelerar los pálpitos de la joven Fujino, porque contrario a las ocasiones en las que Mai  la vió, siendo una niña, una joven, o en un sueño, casi podía jurar que la diosa estaba allí como algo que podía más que solo ver, le gritaba el instinto que... Ame no Mikoto era perfectamente sólida para ser tocada y no un espectro de fantasmagórico aspecto.

―Esta, indumentaria que luce... ¿es su ropa para dormir?―

―No uso ropas para un menester mayormente humano, yo no necesito dormir, y menos en un cuerpo que ha hibernado la misma cantidad de tiempo que esta maldición, lo que has visto antes de mí, fue una fantasía que se ingenió tu mente para darle forma a algo que pudiera entender, dado que solo mi espíritu vagó por este mundo y entre los reinos, pero hoy, estoy frente a tí, con el cuerpo que me pertenece desde el nacimiento.― Explicó con toda amabilidad, sin apartar el iris hecho de oro líquido que destellaba energía pura en su estado más puro.

―Es... un tanto reveladora.― Expresó dudosa, y con el ardor incendiando sus mejillas. ―Las tradiciones de Windbloom, me han hecho más... reservada.― Tragó saliva, repentinamente consciente de la sequedad de su garganta.

―Soy la deidad de Argos y de Windbloom, por una cuestión geográfica, meramente... estos reinos solían llamarse Miriath cuando mi madre se ocultó de todos en la montaña, una pelea entre mis padres que lamentablemente condenó un par de civilizaciones...― Aclaró la garganta incómoda por esta revelación. ―La cuestión es que no padezco el frío que sí puede un mortal... entonces elegí las indumentarias más libres al movimiento en la batalla. Ha sido irrisorio contemplar las expresiones puritanas de quien pudiera verme alguna vez a lo largo de los siglos y es en mi nombre que los argitas visten de este modo.

―Es... agradable saberlo― Tartamudeó brevemente, le abrumaba saber cuánto habían vivido y visto aquellos ojos felinos, e intentando negociar aquella molestia que sentía, al saber que otros ojos contemplaron a Mikoto en tan escasas prendas. Motivo por el que desvió la conversación y la mirada, del agraciado cuerpo de la deidad. ―Yo... no he podido dormir...―

Mikoto ladeó el rostro y comenzó a caminar suavemente, alrededor de la mujer, como si la observara por primera vez, lo que intimidó un poco a Mai. ―Huyes del sueño, o él huye de ti... pero qué absurdo es, que algo pueda escaparse de ti, si no puedo yo... hacerlo.― La voz profunda y femenina de la diosa llegó a sus oídos y en respuesta, el cuerpo de Mai se estremeció con escalofrío, pues la misma venía de su espalda.

―¿Esa es tu intención?― Desencantada por la respuesta ambigua de la Diosa, bajó la mirada intentando que la gallardía de aquella mujer no continuara sometiendo los latidos de su corazón o el calor infame en su pecho extendiéndose abrumadoramente a cada parte de su ser. ―Aun así, es posible que... aclares mis dudas, lo cual es mucho pedir, pero en verdad...―

―Deseas la verdad, como todos...― Interrumpió con desencanto la joven Diosa.  ―Pregunta y ninguna verdad te será negada, sin embargo, a cambio debes reservarlo en el más absoluto secreto.― Anunció adivinando la intención de la pelirroja.

―¿Por qué?― No sería más fácil para ella, aunque estuviera agradecida por la sinceridad de la diosa.

―Cuando un niño nace, no pueden sus padres respirar por él, cuando gatea, tampoco pueden ellos recibir las magulladuras en su lugar, ni al caminar los golpes, resbalones, o caídas; es la criatura la que debe levantarse por sí misma y aprender que cada vez que cae, siempre podrá levantarse... así que por más que lo desees, hay cosas que deben seguir su curso en la voluntad de quienes viven las circunstancias. Harías más daño a un niño si le niegas gatear, caminar... crecer con todas las dificultades que ello conlleva.― Mikoto sabe que la analogía es simple en extremo, así que continúa para cimentar un pensamiento. ―Pero no pienses querida Mai, que las personas al madurar sus cuerpos físicos dejan de requerir conocimiento, muy al contrario, los menesteres del amor y las emociones, son tanto más complejos.―

―Insinúas qué si revelara algo de lo que vas a decirme, ¿haría más daño del que ya fue hecho?―

―Así es.― Curvó los labios satisfecha por la intuición de la astuta dama.

―Entonces guardaré el secreto.― Afirmó con toda convicción.

La mirada cálida que Mikoto le profirió casi eclipsó al sol y Mai se sintió morir al notar un par de preciosos hoyuelos en sus mejillas, porque era bastante pronunciada su sonrisa. ―Toma asiento, te escucho.

La aludida tragó saliva y observó cómo de la nada, se formó un asiento tan suave como lo sería una nube, pero tan firme como para sostenerla. Tomó la posición de flor de Loto, imitando a Mikoto, quien volvió a levitar a una distancia muy corta de ella. ―He oído de las acciones de mi padre, pero me cuesta tanto creer que urdiera una idea con la que mi hermana fuera... abusada por Margueritte ¿Es eso verdad?

Mikoto asintió con pena en sus ojos. ―Para tu padre algunos males eran poco, si es que con ello liberaba a tu hermana del matrimonio con los Kruger, pues este era consecuencia directa de su error de juicio con el Conde Dai Artai... Satoru urdió un plan para buscar el repudio de los nobles, esperando romper el vínculo, y se hizo ciego para no ver lo evidente... el que su hija era feliz, el que su hija amó a una criatura a la que todos juzgaron un monstruo; y sí, tomó oportunidad la sirviente que anhelaba un afecto distinto para sí, sin cuestionarse en verdad cuál era el deseo de su ama... Margueritte debía fingir la intimidad con Shizuru, pero ella no fingió y tu hermana no amaba menos a Natsuki en ese momento, así que Tomoe... tomó lo que consideraba su derecho y la forzó lo suficiente para que su esposa las viera. Era el destino que Natsuki las viera en el lecho, en el tiempo justo para evitar la consumación del hecho.

― y... lo que dijo padre de Natsuki y Nao, ¿de verdad ella le ha sido infiel a mi hermana?

Un largo suspiro en los labios de la morena advirtió de la continuidad de las nefastas noticias. ―Sus cuerpos se encontraron de una forma íntima pero no por voluntad genuina de las dos... Nao hizo una atrocidad bajo la amenaza de ver a Zade en la misma situación con una centena de hombres en el campamento del arteno.― La expresión horrorizada de Mai delató el entendimiento que llegaba como una daga al corazón. ―Bajo chantaje, a Yuuki se le encomendó la labor de romper el cuerpo y el alma de Natsuki, posiblemente porque sería la única persona a la que Kruger no mataría, ella... fue atada, drogada y ultrajada... pero ella aún no entiende por completo, el que eso no significa una traición, a pesar del placer que se confunde con la agonía hasta destrozar el pensamiento a raíz de las drogas o la culpabilidad de haber tenido sentimientos románticos por Nao de épocas previas, pues sí fue ella el primer amor de nuestra estimada Duquesa. Natsuki no distingue ahora la realidad de la fantasía que las sustancias le hicieron ver y no se resolverá hasta que lo afronte alguna vez, pero este no es el tiempo de reflexiones tan profundas, porque la batalla se avecina.―

El llanto se deslizó por las mejillas de Mai. ―Pero... ella es inocente y no será juzgada menos que como culpable.―

―Esa circunstancia, le ha dado una oportunidad dorada a tu padre, de resarcir su camino... lamento decir que su destino no ha cambiado, pero al menos tendrá un tiempo de palabras para suplicar el perdón de las personas que ama...― Entornó la mirada frunciendo el ceño, odiaba causar las lágrimas de Mai.

―No comprendo.― Su expresión confusa cuando con las mangas de su ropa, secaba el llanto que Mikoto desearía borrar y reemplazar por una sonrisa, mas no se aproximó, leyendo en la mirada violácea un destello de la ira que conocía, que vió tantas veces en los ojos de quienes la juzgaron sin saber y dolió, un poco...

―Es lo que tu hermana le pidió a Natsuki para ser perdonada...― Explicó, tensando la mandíbula.

―Pero no tiene nada que perdonar... sería nuestra familia la que debe suplicar perdón.― Mai no pudo evitar exaltarse, comprendiendo la ignominia que tenía lugar y sintiéndose atada por la promesa que hizo segundos atrás.

―Eso tu hermana... no lo sabe.― Añadió con un tono de comprensión.

―Y por qué... no ¿hiciste nada?― Cuestionó con un disgusto tal llevada por la compasión de imaginarse en el lugar de Natsuki. ―Es lo peor que podría haber ocurrido...― y no se contuvo en reprochar.

Mikoto frunció el ceño, destellando un poco de energía eléctrica en sus ojos, pues esperaba esos acontecimientos que la herían, pero al mismo tiempo estaba llena de comprensión para Mai. ―Nada es peor que la lástima... no sientas eso por Natsuki, no te lo dije para que la trates como a una minusválida, pues yo confío en que tardará, pero se levantará más fuerte sobre esto.― Nuevamente suspiró y desvió la mirada, para no intimidar más a la de ojos violáceos. ―He visto las cosas innombrables que hacen los mortales, una vejación de esta calaña, no es más que una en mil, si yo acudiera a salvar la virtud de cada mujer u hombre abusado, a evitar el robo de la propiedad de otro, a saciar la hambruna... ¿qué haría la humanidad por sí misma? No es mi tarea ni el propósito de mi existencia, aunque es una labor que nadie ve o aprecia, tampoco importa quién lo nota, no estoy aquí para ser reverenciada. Yo estaba en otra dimensión, culminando el trabajo de 4 siglos de encierro en Fukka.

Mai comprendió por qué Mikoto estaba sola e incluso por qué no consideraba importante el tributo que se le rinde a los demás dioses, los cuales reciben alabanza día y noche. ―Estabas ocupada... pero has venido de inmediato ante el riesgo de que Shizuru tuviera un colapso nervioso.― No pudo esconder un ligero tono de celos.

La diosa sonrió apenada, acarició con un dedo justamente a un lado de su hoyuelo en la mejilla derecha. ―Mai.―

―Mai nada... dime.― Se cruzó de brazos y un inconfundible mohín de celos que nació, estremeció a la Diosa.

―No logro comprender por qué te molesta.― Se inclinó un poco para mirar de cerca, dejando apenas una brecha muy pequeña entre sus rostros.

―No me molesta...― sintió sus nervios desbordarse.

―Tienes esta línea aquí que... dice lo contrario.― Acarició a la altura del entrecejo de la pelirroja sonrojada.

―No... no salvaste a Natsuki ante una circunstancia tan horrible, pero por un ataque de nervios viniste por mi hermana... soy yo quien no te entiende, y si añades el cómo te alejaste de mí.― Soltó al final con un tono dolido, besarla y marcharse, fue un acto cruel.  ―¿No es justo que quiera entender?

―Es justo.― Concedió la morena. ―Las hijas de tu hermana, son lo que dije... mi regalo para el mundo.

―Pero ¿por qué? y no es que no ame a mis sobrinas, si ni siquiera las conozco y ya me tienen servida a sus pies.― Añadió con una mueca de anhelo y esperanza como la de quien aguarda un gran regalo.

Ante un gesto tan tierno Mikoto no pudo más que suspirar. ―Ellas son el fruto del amor genuino, aquel que comprobó a los dioses que la humanidad puede amar... más allá de los límites físicos, o las apariencias. Serán las hijas de dos criaturas no diseñadas para concebir entre ellas; la voz de quienes las vean, lo darán a conocer y las generaciones venideras comprenderán que no es voluntad de los dioses dividir el afecto por limitantes tan pequeños, dos mujeres, dos hombres, o un hombre y una mujer... nuestro afecto no se limita a la capacidad meramente reproductiva, porque eso es lo que he cambiado a través de ellas. Así que no podría dejar que seres tan únicos como ellas perecieran en el vientre de su madre sin conocer el mundo.― Aclaró al final, apoyando su codo en la rodilla y descansando la barbilla en el puño cerrado de su mano.

―Oh...― Mai se avergonzó de notar que había estado pensando sólo en ella y en cómo se siente sobre lo que ocurre, pero Mikoto quien es, a fin de cuentas, un ser inmortal... no piensa en el corto plazo, y su tiempo en sí... es demasiado largo. ―¿Entonces ellas serán como Natsuki?―

―Y como tu hermana... pero sí, ellas podrán engendrar o concebir, sin importar a qué género pertenezca la persona escogida por sus corazones.

―Eso es maravilloso...― Mai sonrió, aún con los ojos llenos de escozor, una vez más la esperanza reinaba en las emociones que aquellas ventanas del alma exponían con su precioso color violáceo.

―Así es, un día, hombre o mujer no existirá como una división que debilita el lazo del mundo... ese es mi regalo, Mai.

―Eres... tremendamente generosa. ¿Pero... están tus padres de acuerdo?― Sólo entonces la de cabellos rojizos, imaginó las consecuencias, la magnitud del cambio que de cierto modo Mikoto sembraría en la obra de sus padres, los Dioses mayores.

―No lo sé...― Afirmó la deidad tensando un poco su cuerpo. ―No se los pregunté, he estado atrapada en esta tierra desde que impedí la entrada de Kiyoku, no he ido a casa en mucho tiempo, ni he visto a mi madre... mucho menos a mi padre, tal vez, ni siquiera lo noten, o les importe.― La melancolía que repentinamente llenó la faz de la morena, fue como una espina entrando en el corazón de Mai.

―Siento escuchar eso...―

Negó con la cabeza. ―No acabó bien... pude haber ido, antes, pero estaba tan enojada por la sentencia que le fue dada a Kiyoku que no quise verlos, y cuando al fin pude comprender... ya no tenía elección, estaba atrapada.

―Estar encerrada y lejos de tu familia eso es... espera... ¿comprender?

Asintió. ―No puedes enviar a la tierra de los muertos a quien no ha muerto... pero en realidad no existe un lugar donde puedas castigar a un Dios, tendrías que matarlo en primer lugar... y hacer que un padre mate a un hijo, es una atrocidad.

―¿Los dioses mueren?― Claro que lo dijo antes, pero... ¿qué tanto de aquello fue un sueño y que real?

―Sí... sabes que envejecemos, pero mucho... mucho más lento. Aunque esencialmente sólo un Dios, puede matar a otro.

―Eso es... suena terrible.― La Fujino estaba consternada y ahora, mucho más temerosa por la batalla que se aproximaba, ahora no solo se trataba de una simple pelea en la que el vencedor tendría control total sobre los reinos, la vida de Mikoto, pese a ser una Diosa, podría ser arrebatada. Tal vez lo sabía desde aquella noche en la que la de ojos dorados le contó la historia de los 8 dioses, pero solo hasta ahora esa información asentaba en su mente, porque a fin de cuentas Mikoto necesitó el sacrificio de sus dos hermanas para derrotarlo.

―Sí, lo es...― Suspiró. ―Luego entendí que 8 hijos fuimos enviados a corregir el resultado de una disputa entre nuestros padres, la oscuridad que sumió al mundo en el caos no fuimos nosotros quienes la provocamos. Pero ¿serías capaz de matar a un hijo cuyos actos no son otra cosa que el resultado de tu propia equivocación? Un castigo no menor debería recibir el padre y sabemos todos que encerrar a mi madre no es una gran opción... su encierro provocó esto en primer lugar, y las ideas de mi hermano, aunque bárbaras a primera vista, no carecían completamente de fundamento desde una perspectiva divina. Él pensó qué sí la humanidad desaparecía, con ellos la oscuridad que engendran los Orphan y en realidad tiene razón, nuestra tarea es perenne solo porque los mortales no eligen proyectar luz de sus pozos espirituales, prefieren alimentar la oscuridad que engendra monstruos de pesadilla.

―¿Estás de acuerdo con él?― Mai preguntó temerosa.

―Nagi y otros tiranos, alguna vez me han hecho dudar...― El tono mortalmente frío de Mikoto asustó a la más joven.

―¿Entonces por qué fuimos creados en primer lugar?― No entendía el propósito, después de todo, la humanidad había sido causante del malestar de su querida Mikoto y sufría por ello, incluso hasta necesitar conocer una razón más fuerte para todo esto.

―Cada ser que vive, atrapa en su cuerpo una pequeña porción de "animus", algo que es para nosotros lo que para ustedes es el agua o el alimento, sin embargo, los seres simples no contienen pozos muy abundantes, la humanidad fue creada para contener mucho más animus que cualquier otro ser, por su consciencia de sí mismos y sus almas, son desde la perspectiva de mi madre, una de las obras más hermosas. Pero si no se olvida su propósito original, observamos que algunos son tan desbordantes como en tu caso o el de Shizuru, Natsuki, Nina... por mencionar algunos conocidos.

―¿Literalmente somos un huerto que los provee de alimento?

―No lo habría descrito mejor... si lo intentara.

―Y tu hermano quería destruir su fuente de alimento... a todos los pozos.

―Renovarlo, él no pensaba destruir a la humanidad permanentemente. Esperaba erradicar los pozos putrefactos, sembrar nuevas semillas y resolver el asunto de los Orphan.

―Dioses, en serio somos un huerto, eso es... decepcionante.― Pero antes de arrojarse abatida, Mai tuvo un pensamiento más que curioso. ―Si somos tan insignificantes... por qué tus hermanos y hermanas, murieron protegiéndonos.―

―Cuando vinimos a esta tierra a cazar a los Orphan, "la peste en el huerto", las personas eran para nosotros simples contenedores de animus... no sabíamos de algo diferente, pero estar aquí durante varios milenios, nos hizo comprender que cada criatura por simple que parezca es más que solo un pozo de animus, no fueron creados insignificantes, fueron pensados con afecto divino, más que solo como la escultura que querrías hacer perfecta, existe un vínculo genuino. Mi madre Amaterasu, brilla más que solo para iluminar a los dioses, su luz llega cada día hasta aquí. ¿No te dice eso nada?... mi tío Tsukuyomi quien les brinda la posibilidad de la noche y el reposo, hace dulces sueños para ustedes, ¿por qué tomarse la molestia?... e incluso mi padre, Susanoo el señor de la tormenta... agita los vientos y los mares para llevar vida a cada recóndito lugar de este mundo, el cual sería un yermo paraje de no ser por ellos. Y entonces entendí que es amor, un amor que Kiyoku jamás sintió, pues nada ni nadie en esta tierra lo hizo cambiar de parecer.

―Pero a ti si...― Mikoto asintió... ―Misha.

―No, yo amé al mundo... mucho antes que eso.

―¿Y a ella, aún la amas?

―Sí...― Mai sintió morir ante tales palabras, sus ojos se llenaron de escozor, intentó levantarse para ir a otro lado y no delatarse más. Pero la mano tibia de Mikoto en su muñeca no se lo permitió, sus pies sobre el cristal volvieron a emanar ondas de cálida energía de tal modo que el frío invernal era apenas un lejano recuerdo. ―Pero jamás... como a ti.― La felina deidad acarició la mejilla mientras el gentil movimiento de su mano la atraía suavemente a su proximidad en un abrazo. ―Dije que ninguna verdad te sería negada y no has hecho la pregunta más importante.― Levanto delicadamente la barbilla de la doncella de iris violáceos y mirada temblorosa. ―¿Por qué no me preguntaste lo que siento por ti?― La observó con tal detenimiento e intensidad, como si quisiera leer su alma.

―Sería insoportable escuchar una simple complacencia, una amabilidad falsa para esconder... una verdad cruda.― Tragó saliva y el ardor en sus ojos, junto a una gota que de deslizó por su mejilla expuso su más genuino temor. ―Po... podría ser solo un sueño.―

―Entonces por miedo...― Descifraba el ser sobrenatural, secó aquella lágrima con un tierno beso de sus labios en la húmeda mejilla.

―Soy poco, si lo comparas con...― Tembló una vez más, incapaz de discernir la realidad.

―¿Otro Dios o Diosa? ¿Incluso con otro mortal?― El temblor en el labio de Mai, incrementó. Mikoto sonrió y sus hoyuelos incordiaron más a la Fujino, quien estaba demasiado expuesta para sentirse bien, incluso en los brazos de una Diosa. ―Te amo, con el afecto que suplica la presencia que se extraña, con la férrea voluntad que no se aparta, con el deseo que se estremece en mi carne, anhelando hacerte una con la suya.

Un sonrojo ardiente adornó las mejillas de la hija mayor de Mizue. ―Eres cruel, dices eso y ahora estoy aterrada de que desaparezcas en cualquier segundo.

―Mai... ni siquiera imaginas cuantas leyes estoy rompiendo aquí y ahora, marcharme es la última cosa en mi pensamiento.― Al ver la angustia en el rostro de la joven de raza aria. ―Y no me importa nada más...

―Pero dijiste que los dioses que se unieron a humanos... ellos perdieron su inmortalidad y su poder, fueron castigados.― No le importaba el peso que cayera sobre sus hombros, pero privar a Mikoto de su origen divino era una culpa que no sabría manejar.

La contemplación y el amor que destilaron los ojos de Mikoto al verla, su rostro delatando cuanto atesoraba su presencia. ―Y de qué sirve ser inmortal o poderosa, cuando he sido más desdichada que aquellos a los que he jurado proteger... tengo casi tres milenios de vida, y solo una cosa de la que me arrepiento. No me voy a permitir arrepentirme de nada más Mai...― La resolución en la faz de Ame no Mikoto, y la devoción de su mirada robaron el aliento a la pelirroja, una que se disolvió con algún entendimiento. ―Salvo que tú no desees lo mismo, y tu corazón... le pertenezca al señor Kanzaki.― Consciente de las circunstancias aún no definidas entre el joven militar y la hermosa Fujino, volvió a tomar la prudente distancia.

El frío inundó con su presencia, el vacío que Mikoto dejó atrás. ―No somos... pareja.― respondió Mai, como si se le fuera la vida en ello.

―Aguarda tu respuesta, igual que yo...― La miró de soslayo con esos iris de oro líquido, con la inquietud en cada paso que iba y volvía en un camino circular, como si la quietud fuera una aspiración imposible.

―¿Respuesta?― Las emociones que la embargaban le impedían atrapar los hilos de las ideas de Mikoto, o los celos en su voz.

―Supe que te pidió alejarte de mí... decidir y a ello un tiempo que como la eternidad misma es tortura con tu silencio.― sonrió con ironía. ―Intentará robar el aliento de tu boca, pero...― Abrió los ojos sorprendida...

―No lo sabes todo... es inesperado.― No querría decirlo en verdad.

―Odio ver, cada vez que estás con él... no puedes culparme por no desear ver.― Desvió la mirada incómoda. ―Él ya ha probado tus labios ¿no es así?―

―Siento... decir que sí.― Admitió al final con un dejo de culpabilidad, sólo porque eso pasó después... e hirió a la de ojos dorados.

―Era... de esperarse.― Se mordió la boca, truenos naciendo de sus ojos, por lo que pestañeó un par de veces para disipar su disgusto. ―Si esto es todo cuanto... deseabas saber, yo he de volver a mi tarea y tú... a la tuya.― Le dió la espalda y caminó hasta el lugar en el que meditaba antes, levitando de nuevo en la postura de la flor de loto. Ante el silencio, Mikoto elevó la postura de sus manos elaborando un intrincado símbolo de energía pura, y cerró los ojos en busca de concentración, apenas unos segundos después, las estelas de energía dorada comenzaron a brotar hacia la bóveda celeste a través del cristal de aquel templo.

Mai se dió la vuelta para caminar hacia la salida, y con cada paso, con el sonido de sus tacones en el suelo retumbando más en sus oídos que los de cualquier otra persona, pudo sentir la desesperación de su corazón, que intuía cuánto perdía, incluso el llanto que escapaba de sus ojos sin su consentimiento, notando entonces que todas las partes de su ser le gritaban no apartarse, cuando la única obstruyendo su propio camino, no era otra que ella misma. Levantó la mano temblorosa frente a la puerta, observó el pasador un instante antes de cerrarlo desde adentro. Deshizo sus pasos con premura, eliminando el espacio que la apartaba de su anhelo más grande y sin siquiera mediar una palabra, cerró sus labios sobre los de la meditabunda figura, quien abrió los párpados sorprendida por el contacto. Distraída por la boca de Mai, o los brazos que se enredaban alrededor de sus hombros y el tibio peso de su pecho, sobre el propio, Mikoto fue incapaz de mantener la levitación y terminaron las dos en el suelo, la Diosa con la espalda en el cristal y con la deseada forma de una mortal sobre su regazo.

Con delicadeza infinita en sus manos, Mikoto acarició la mejilla de la pelirroja, y volvió a unir sus labios atrayéndola un poco, al inicio tentativamente, luego con más valentía cuando los suspiros de Mai le dieron alas a sus esperanzas, sintieron el sabor de la otra tras el roce de sus lenguas, la Diosa destelló con intensidad, cuando acarició con la suya hasta derretir las inhibiciones de la Fujino, cuyo contacto arrastraba mensajes intensos a cada parte de su cuerpo, deseando, queriendo un poco más, así, un gemido llenó el lugar, cuando la distancia entre ellas y el suelo se hizo más amplia, siendo la deidad el único sostén de su cuerpo para no caer.

La de iris dorado continuó sosteniéndola con una mano en la femenina cintura cuando las leyes de la gravedad dejaron de reinar por su voluntad, besó su boca, su barbilla, su cuello, y Mai se estremeció sintiéndose a la completa merced de aquella morena cuya zurda se deslizaba por su espalda llenándola de una sensibilidad recién descubierta, por lo que terminó mordiendo la boca de Mikoto. Tan solo por la falta de aire para Mai se apartó un poco, la hija de la tormenta contempló el sonrojo en las mejillas níveas y sus entreabiertos labios a raíz de la agitación. Entonces con un tono seductor cuestionó. ―¿Qué le dirás cuando vuelvas a verlo? cuando pregunte si serás su esposa.― Dijo detenida por la última gota de cordura, su mano derecha tan cerca del pecho abundante de la doncella, donde apenas unos mustios botones la separaban de la piel que deseaba tocar.

―Que mi amor es tuyo como todo de mí, Ame No Mikoto... y solo a ti te pertenece, no a él...― Sujetó los dedos de la pelinegra cuyos ojos destellaban lujuria al contemplarla, una tan intensa como su amor, sus pupilas dilatadas, esos endemoniados hoyuelos en la sonrisa que se dibujaba silenciosamente, cuando la guió sobre su pecho.

―No te dejaré ir... después de esto, Mai. ― Pudo sentir los latidos de su corazón, sobre la tela. ―Moriría...― Confesó, dando con ello, su afirmación a la pelirroja. ―Te pertenezco... ¿qué serás tú de mí?―

―Soy tuya, te metiste en mi corazón sin consideraciones, solo... quédate en él por siempre y... no... no te detengas por favor, o seré yo quien se arrepienta.― Suplicó atrayendo de nuevo los labios de la deidad a los suyos.

Como en una guerra santa, fueron soldados las caricias que se prodigaron, espadas los besos sobre la piel que ardía ansiosa por la proximidad sin barreras de las dos, espías las manos que se deslizaron sobre la morena piel expuesta, atrapadas en el instante de verse una a la otra. La pelirroja pudo sentir cómo el universo mismo la reverenciaba a la par que los ojos de Mikoto la observaban, allí levitando en el centro de aquella habitación, se sentía sostenida gentilmente por el aire, pero estaba segura de que nada le haría daño. La mano de la Diosa sujetó su barbilla y con una mueca pícara, deslizó su dedo índice por el cuello, siguió sobre su clavícula, posó los otros dedos y continuó su camino, desprendían sus manos la calidez luminiscente con la que la materia hacía su voluntad, desabrochándose cada botón, lenta y suavemente las ropas de Mai se apartaron, exponiendo la blanca piel, develando las portentosas formas y las rosáceas coronas de aquellas abundantes montañas.

Mikoto se maravilló ante la contemplación de la pureza y la desnudez de su amada, atrapó con su lengua el lóbulo de la oreja. ―No me detendré.― Susurró, antes de rozar su mejilla con la propia, besó su barbilla, acarició con sus labios la misma piel que sus manos antes tocaron, deslizó suavemente su lengua por el cuello, mordió gentilmente su hombro, besó su clavícula y apresó en sus labios el pezón expuesto, probó el sabor de aquel lugar succionándolo un poco, realizó un tenue contacto entre sus dientes y la punta, un delicado tintineo de su lengua, mientras su mano derecha gozaba del contacto del otro seno, sus piernas se entrecruzaron con las de Mai, y su roce se hizo instintivo, junto a los gemidos que escapaban de la garganta de pelirroja y la suya, tan estremecida por la presión ejercida sobre los lugares más íntimos de las dos, pero la ropa ahora era insoportable, fueran hilos del mundo terreno, o ropas del reino celestial.

Con la respiración agitada y el vestido aún a medio retirar sobre su cintura. Mai la miró a los ojos. ―¿No me dejarás... verte?―

―Claro que sí, pero... antes...― Mikoto sonrió encantadoramente, antes de retirar lo restante de la ropa de Mai, la cual cayó al suelo, junto con sus botas, medias y ropa interior, la que desprendió no sin antes besar los muslos a medida que ascendía. ―Nada, se compara... con tu hermosura, querida mía...― La Diosa retiró el precioso collar en su propio cuello, el cual lucía una joya de algún tipo de diamante con una flama eterna en su interior, se aproximó a Mai y lo anudó nuevamente acariciando de paso sus hombros.  ―Todo enlace, debe hacerse constar, esta joya tiene por nombre Miroku, quien es el dueño de la flama eterna... ahora eres libre de quitar cualquier barrera en tu camino.― Obsequiada la cadena, las tímidas manos de la pelirroja retiraron el cinturón de la falda Schenti y el broche del tejido superior, agradeciendo a la Diosa el obsequio con un beso apasionado.

La ahora dueña del fuego eterno, acarició con sus manos los turgentes pechos de la Diosa, sorprendida de poder sostenerlos entre sus dedos, o de lo fuerte que podía sentir los músculos detrás de ellos, la enloquecían sus besos y las caricias de sus manos a medida que bajaban por su espalda, la sostenían de los glúteos y la apretaban contra la anatomía de la otra, mientras la cuna de sus piernas chocaba con envites ansiosos, rozándose mutuamente y acumulando una ansiedad inquieta que suplicaba ser saciada desde el interior de sus entrañas, la Fujino se mordió la boca, aferrándose a la pelinegra cuyos dedos ahora exploraban la humedad cristalina entre sus pliegues y los propios. Mikoto no cesaba sus caricias alrededor de aquel montículo que es cúmulo del placer, aquel botón que al más mínimo roce robaba un gemido a la pelirroja, quien se sostenía incluso más fuerte en su amante, como si la posibilidad de caer en un bucle de éxtasis y despertar después, fuera una posibilidad.

La de ojos dorados ocupó la falange doblada de su dedo pulgar para continuar rozando aquel botón, mientras que el índice y el medio se deslizaron cuidadosamente hacia la entrada. Presa del deseo reverberante y creciente, Mai movió su cadera en busca de un contacto más directo, en un vaivén instintivo que introdujo poco a poco la punta de los dedos, y luego otra porción más, hasta que la tomó por completo, con lo que el interior de su palpitante intimidad se sintió completa y un poco incómoda, a falta de experiencia previa.

―Mai... mi amor...― Susurró Mikoto temerosa de haberla herido y repentinamente tan quieta como una estatua.

La de iris violáceo tembló ligeramente. ―No... es nada.― Suspiró entre palabras, incapaz de frenar el movimiento que aplacaba apenas un poco el ardoroso deseo que desbordaba su interior. Podía sentir a Mikoto en cada parte de ella, sus dedos introduciéndose con deliciosos movimientos que la acariciaban dentro y fuera, sus piernas entrecruzadas y perfectamente sincronizadas con los envites de aquel escultural abdomen contraído con esfuerzos, empujándose, frotándose en su dirección... ―Mik... Mikoto... ah... ― Ya ni siquiera podía verla sin sentir la vista nublada, la sangre embotada y sus latidos apabullantes, con una corriente subiendo a través de su columna vertebral.

La morena se acopló reemplazando su mano por su húmeda y deseosa intimidad, la cual unió a la de Mai de modo tal que sus hinchados botones se rozaban a sí mismos al más mínimo movimiento, las manos de la sobrenatural figura se aferraron a las caderas de su amante, apartándola y atrayéndola sobre sí, tan fuerte y tan rápido que la joven de Tsu, no distinguiría la ausencia de las manos de Mikoto en su interior, pues de hecho podía sentir que en su lugar un río de energía viva se deslizaba desde la joven espada hacia su interior. La pelirroja se sabía atada a la Diosa de una forma sublime que era inmaterial pero tan vívida, que continuó ascendiendo una cima ‘invencible’ por cada envite lujurioso, con cada beso hambriento, y por las manos que hacían de ella su voluntad, más rápida e intensamente de lo que sería necesario para perder la razón... una que finalmente perdió en un sinfín de temblores, gemidos y éxtasis. El contraste de la piel morena sobre la blanca, los labios de una divinidad gustando el sabor de lo prohibido en la boca de la doncella que amaba, muriendo y renaciendo en un segundo, se arqueó la espalda pálida, se erizó la piel morena y desnuda, mientras los brazos fuertes adornados por joyas para emperadores antiguos se aferraron a la cintura de la doncella aria, cuando aún las dos mantuvieron la ingravidez y se elevaron incluso más. Ondas de energía, una celeste y otra dorada brotaban en todas direcciones, iluminando el cristalino templo con fractales tan coloridos como hermosos se hubiera visto alguna vez.

La fatigada figura humana de Mai Fujino se desplomó sobre la fornida y esbelta morena de ojos dorados; fue recibida con amor infinito en los brazos y el cuerpo cuya calidez había apartado el frío invernal de aquella habitación y en realidad, de varios kilómetros a la redonda, porque no podría la hija del sol, no brotar una calidez tal al hacerle el amor a la mujer que había anhelado desde un largo tiempo atrás.

―Te amo... Mikoto.― Los párpados en la mirada violácea se cerraron agotados, su cabeza reposó en el pecho de la aludida, quien con la mano izquierda movió gentilmente los largos cabellos rojizos a un lado, acaricio la mejilla,

―Yo también te amo... Mai.― Respondió casi con temor a despertarla.

Luego, la joven deidad observó bastante abochornada la preciosa marca de color dorado y escarlata formarse en la espalda baja sobre la blanca piel de su amante, un símbolo con la forma de un lirio de fuego con tres hojas y una enredadera verde cuyas extremidades se expandían lateral y horizontalmente rodeando casi completamente la cadera, hasta finalizar sus puntas en la pelvis, salvo por el marco del precioso monte de venus de la Fujino. Esperando reservar el secreto a su vista quien se atreviera a espiarlas fuera mortal o divino, Mikoto cubrió a la durmiente joven con un manto de hilos hechos de luz blanca, oro y plata, tan extrañamente suaves como el satín.

«No había conocido dicha como la que siento ahora...»― Admitió para sí misma la que llamaron ‘Dios Gato’. Sin embargo, levantó la vista. ―«Si vas a juzgarme madre, pagaré el precio de mi elección... cuando volvamos a vernos»― Así, con la misma mano con la que tomó la virtud de Mai momentos atrás, acarició sobre el hueso de su pelvis y parte de su abdomen, donde se había formado la misma flor, un precioso lirio de fuego cuyos atuendos frecuentes, claramente no ocultarían. Mikoto sonrió ante la idea, de dar a saber a los Dioses Mayores la vida que eligió, con un detalle como ese. ―«Espero no se arme tanto alboroto»― 

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4 comentarios:

  1. La historia es simplemente, guau sin palabras. Mi admiración para la escritora

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  2. Me encanta la manera en la que escribes, siempre entro a la página solo para ver si no has actualizado y cada actualización es mejor que la anterior te felicito espectacular capitulo

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  3. Como me fascina leerte.... Gracias llevo ya varios años fiel a esta historia ...saludos Sam

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  4. Wow, hermosa manera de terminar el año, con 2 capítulos juntos, gracias! Que puedo decir más que tengas un excelente fin de año, y un comienzo explendido del 2020, todo lo mejor para ti, mi escritora favorita, esperamos ansiosa la continuidad de la historia, felicidades y éxitos!!

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