Danza Entre Lobos
Capítulo 51 (Parte 1)
Lacus III
Amaba el frío de Fukka, alguna veces tan cruel para calar hondamente en
los huesos y dejar recuerdo en las memorias más arraigadas, otras veces
simplemente fresco cuando el viento mece los cabellos y las cometas se elevan
en el cielo, el clima de aquella tierra le había concedido vivir con vendas
mágicas en la piel durante años, haciendo que no fuera del todo un incordio,
así mismo, no fue tan extraño usar la máscara de la armada una vida entera,
porque algunas veces simplemente le confundieron con un soldado. Ahora la
máscara ya no tenía un uso frecuente, ni las vendas, o los sellos, nada
escondía su verdadero ser… era humana. Con todo lo bueno y lo malo detrás de
ese hecho… y por esa ocasión, lamentaba que aquella metálica pieza no cubriera
su rostro, ni su sombrío semblante.
Estaba de pie en una de las salientes rocosas del templo de Mikoto con la
mirada perdida en el horizonte que no contemplaba realmente, enfocó un poco y
observó su mano, aquella con la que atravesó a la criatura que pretendió
lastimar a Shizuru… eso no fue justamente humano. Shizuru… ese era otro asunto
lleno de incógnitas sin respuesta. Y no esperaba que se solucionara pronto,
porque no podría poner en palabras sus circunstancias, o hacer lo que en el
fondo la castaña esperara que hiciera... jamás perdonaría la vida de Satoru, el
predicamento era así de simple. Un traidor que merece un castigo ejemplar, una
forma de mostrar al mundo que incluso aquellos que son cercanos deben pagar el
precio de los actos viles y lo cazaría como a un animal, sin contemplaciones.
Otra situación angustiosa, y que evidenció en el ataque del Slave, fue
que no logró completar genuinamente su enlace con Durhan, a su lado, el silente
espíritu del Lobo Sagrado aguardaba sentado, apenas por ella misma que podía verlo
y algunos pocos privilegiados, Nina, Nao y Shizuru. Personas sumergidas en su
corazón de una u otra forma, tan profundamente como para no poder esconder
nada...
―¡Hey Kruger!― Pensar en un demonio y que aparezca de inmediato, eso solo
podría ser mala suerte, gruñó por lo bajo Natsuki. ―¡Deja de holgazanear ahí!―
Increpó la pelirroja.
―¿Ni siquiera al borde de la muerte te tomas un respiro? ¿Yuuki?― Refutó
de mala gana y vagamente sin siquiera mirarla, aun así, fue escuchada.
―Descansaremos cuando estemos muertos... no antes y tú, menos que el
resto.― La señaló poco antes de cruzarse de brazos.
―Eres insoportable, ¿lo sabes?― Se volvió atrás y saltando entre las
rocas, llegó de vuelta a la planicie que conformaba el granito cristalino junto
al antiguo jardín, salvo porque un quejido escapó de los labios de la morena en
cuando sus piernas estuvieron a ras de suelo y se encorvó, naturalmente
cubriendo la zona dolorida.
―Estás lastimada...― Musitó poniendo su mano en el hombro de la adolorida
pelinegra. ―La herida, ¿te abriste la herida?
―Quita tu mano de mí, o podrías perderla...― Gruñó con un tono
amenazante, irguiéndose más por orgullo que otra cosa.
―Arrggg... qué humor, ¿estás así por lo de tu mujer? No es para tanto.
―¿Y estaría bien con ello en primer lugar?― Recta la barbilla, los
dientes blancos y ahora perfectos de la morena se asomaban amenazantes, era un
acto reflejo de su previa naturaleza.
―Yo pensaba que era posesiva, pero tú me ganas por mucho... no creo que
ese beso significara nada para ellas, al menos para Zade. Dicen que las mujeres
embarazadas son muy mmm ¿fogosas? y luego está la sensibilidad, en cualquier
caso, sería tu problema. Atiende bien a tu mujer, podrías aburrirla.
―Nao... ¿de qué estás hablando? ¿Cuál beso?
―Pensé que tú y tu esposa no guardaban secretos...
Un destello rojizo en el iris de Natsuki le heló la sangre a la pelirroja
quien tragó saliva ante la sombría expresión de su ex. ―Dime... Lo que debería
saber.―
―¿En serio crees que les pediría detalles tan escabrosos a las chicas?―
Se justificó. ―Pregúntale a tu esposa… si te atreves.― Natsuki desvió la
mirada, no era una opción para ella y Nao lo sabía.
Kruger sentía que no tendría derecho a cuestionar nada, no podía pedir la
honestidad que no sabía dar y la verdad es que ninguna de las dos involucradas
querría decir nada de lo que pasó, de la forma que hubiera sido, se estaba
convirtiendo en un oscuro secreto. Sería más que difícil que las otras personas
comprendieran. ¿Qué ganaba Nao con hacerle ver a Zade que estaba dispuesta a
matar por ella o cosas incluso peores? Del mismo modo, Natsuki sabía del riesgo
que representaría para sus hijas no natas el que su madre supiera de tan
nefasta circunstancia, cuando ya la obligaba a saber de la sentencia de muerte
de Satoru.
A sus culpas cada quien y ellas cargarían las suyas simplemente. ―Si no
te acercas a ella, abrirás un abismo entre las dos… olvida Kruger, perdona… si es
que puedes.―
Natsuki sonrió con ironía. ―No puedo perdonar más, sigues con vida por
motivo de una alianza cuidadosa Yuuki, sobrevivimos… es lo necesario por
hacer.― No había brillo en su mirada, ni afecto, tampoco odio, solo un profundo
vacío. ―Jamás importó contigo, quien yo era, fuiste mucho para mí y hoy no
somos nada. Es mejor de esa forma...― Un suspiro escapó de sus labios. ―Ahora
mi padre ha muerto y debo ocupar su lugar dignamente, un regente… que fue
piadoso, alguien cuya muerte fue celebrada por el pueblo. Como si no derramara
sangre y sudor para protegerlos. Algunos no merecen ser salvados.― Había un
tono de rencor en su voz que no se había oído nunca, ni siquiera cuando recibía
insultos por su aspecto.
―Tú no sabes lo que ocurre al otro lado del espejo, Natsuki.― Negoció un
poco la pelirroja, ―pues no todos nacen con una cuchara de plata en la boca o
se instruyen para saber siquiera escribir sus nombres.
―Por ahora, no me interesa… si lucho hoy es por mi familia. Quien elija
venir al templo tendrá nuestra protección, los demás, los que no confían… es
posible que mueran en el fuego cruzado y será su problema.
―Tú no eres así, eres mejor que eso…
―Te has equivocado mucho conmigo Nao, no presumas que sabes nada de mí,
después de tanto tiempo como casi desconocidas. ¿De qué me sirve ahora ser
mejor que eso? Cuando fui justa y fiel… creíste lo peor de mí.― Levantó la
mirada con la barbilla recta como el resto de los nobles a los que la bailarina
detestaba. ―Ahora me doy cuenta que la gentileza y la piedad es un lujo que
solo puede darse el vencedor. Hasta que lo seamos, serán los filos de las
espadas los que hablen.― Sentenció con el ceño fruncido y un tono tan lóbrego.
―Huye en cuanto te sea posible, es mejor el destierro que... lo que les aguarda
a mis enemigos.― Solo esa contemplación tuvo con ella, más en honor a la deuda
de vida que cargaba en su cuenta. ―Es una piedad dada a ti, porque dos veces
salvaste mi vida y yo he salvado la tuya una vez, mi deuda será pagada
entonces, solo por esto no has muerto todavía... pero no espero verte otra vez
¿Lo entiendes?
―Entonces sobrevivamos a esa noche, cuando el mañana sea incierto y nos
hagamos enemigas… ese será otro día.― Postergar los asuntos inconclusos, era un
justo acuerdo, pensó Yuuki.
―No será de otra forma, Nao…― Advirtió con tono amenazante la de iris
esmeralda.
―Bien… por ahora, haremos lo necesario y si somos honestas, ahora mismo
das vergüenza, eres débil Kruger.
No iba a negar la obviedad, por más que golpeara su orgullo y Nao lo
dijera de una forma más hiriente, la cachetada del guante en venganza por la
resolución anterior. No serían amigas al final de todo aquello, sería
imposible. Natsuki centró su interés en las cuestiones prácticas. ―¿Cómo
controlaré a Durhan?― A su lado el precioso lobo blanco expuso sus colmillos
con agravio.
―Es una criatura en parte dios, un ser sagrado… harías bien en pensar que
esto es una sociedad, Durhan no es un corcel al que puedas cabalgar y en tal
caso, el caballo serías tú... él es más sabio y antiguo que tú.― Rodó los ojos
con disgusto y contrariedad. ―Tienes razón, me equivoco contigo… en realidad
estás siendo una idiota, pero te necesitamos, así que… sígueme.
No tenía otra opción más que confiar y el que la bestia sagrada de pasos
levitantes fuera tras la pelirroja sin dudar, fue suficiente testimonio de lo
que debía hacer. La pelinegra de verde mirar siguió los pasos de la otra mujer,
casi arrastrando los suyos, porque no menos que una tortura era en lo que se
estaba convirtiendo la proximidad de irritante chica. Cuanto más se asentaban
los confusos pensamientos en su mente y en su cuerpo, sin la adrenalina de la
muerte cernida, como en las horas anteriores durante su huida de los esbirros
de Dai Artai, más crudos razonamientos acudían… salvo que en su posición no
tenía tiempo para lamentaciones, duelos o resignaciones. Aun así, el dolor de
aquella herida que seguramente se había abierto nuevamente tras el incidente
con las criaturas, le impidió seguir el ritmo de la otra mujer a quien perdió
de vista algunos momentos después, y que por orgullo no llamó en voz alta.
Nao caminó rauda en dirección del templo que Kruger había construido con
los hermosos cristales que podía formar a su antojo, cerca de la entrada y
junto a Mai, estaba Shizuru cortando una cantidad de hortalizas que se
emplearían para alimentar al creciente grupo, a ellas se habían unido hombres y
mujeres diestros en las labores culinarias. Algunos cazadores despellejaban
animales para brindar carne al guisado, y otros más jóvenes volvían con frutos,
hongos comestibles y hierbas secas de los víveres traídos por el escuadrón de
Nina Kuga; el fuego ya entibiaba el ambiente y una enorme olla reposaba sobre
él, con los tubérculos más duros cociéndose en el agua, sería un gran festín,
no cabía la menor duda. En cuanto la preciosa castaña de Tsu levantó la vista
por un momento, se encontró a cierta pelirroja observándola en silencio. Nao se
acuclilló con una bolsa en sus manos y habló con suavidad para ser escuchada
solo por las hermanas Fujino Viola.
―No es mi asunto, Di'Kruger…― Enfrentó la mirada escarlata de la castaña,
tenía una cara de ilegible, algo que seguramente le serviría en las altas
esferas que su posición ahora como Duquesa le correspondía, después de todo, ya
no solo era esposa del ‘Doncel de hielo’ de Fukka, sería la madre de sus
vástagos, ese simple hecho la elevaba al fin en una posición igualitaria con
respecto a la pelinegra. ―Preferiría no matar por error a Kruger durante el
entrenamiento y supongo que, si continúa sangrando por pura terquedad, su
debilidad nos costará caro a todos.― Se cruzó de brazos, ciertamente no le caía
en gracia tener que tratar directamente con la esposa de la susodicha. ―Nina le
hizo una curación en la madrugada… necesitará 3 cambios al día, y estos
ungüentos… pensaba que como está visto que es una dominada, no le dirá ‘no’ a
la madre de sus hijas… ¿Podrías cuidar de tu esposa un momento?― La bailarina
pensaba que era absurdo que tuviera que hacer algo semejante, sin embargo, allí
estaba encarando a Fujino por una trivialidad, puso la bolsa frente a la
hermosa mujer. Era realmente esta la primera vez de ver de cerca a su
‘reemplazo’, odiaba la idea en alguna parte de su ego, sin embargo, era justa
una pequeña compensación por sus atrevimientos con Zade.
―Ara, Ara, Srta. Yuuki, es extraño que sea de este modo… pero puedo
aclarar que Natsuki es muy dueña de su voluntad, y no se debe pedir, lo que por
amor yo haría gustosa.― Firme, serena… diplomática hasta la médula, incluso
sonrió de una forma que estremeció a la pelirroja. Shizuru no olvidaba lo que
la red de mentiras de Nao le había causado tiempo atrás, al suponer por su
ardid, una infidelidad venida de la mano de Natsuki durante los ataques de los
Orphan en el primer asedio después de su boda, pero se contenía por la gravedad
de las circunstancias.
La vanidad de Yuuki no era tan ciega para saber que la castaña sería con
facilidad, una de las mujeres más bellas que hubiera visto y claro, que el
embarazo le confería un brillo que solo la maternidad podría, resaltando la
gracia de la joven. ―Siendo así, una vez esté en condiciones… que me vea en el
templo oculto, ella conoce su ubicación.― Quiso felicitar a la mujer por hacer
lo que supuso nadie podría, si es ya un milagro que dos doncellas puedan
concebir seres de su propia sangre sin la mediación de un hombre, pero no
estaba para forjar amistades imposibles, de modo que se puso de pie y se alejó
antes de que Natsuki le diera alcance.
Shizuru tomó la bolsa con los insumos para la curación, entonces la vió
venir, con paso vacilante, ligeramente encorvada, con una mano sujetando su
costado; se detuvo casi cohibida por su presencia, con la mirada dirigiéndose
al suelo, una manía cada vez más frecuente. Comenzaría a sentir celos de la
roca o la piedra a sus pies, suspiró, no era el lugar, ni el momento y sabía
que las tensiones no disminuirían en un tiempo. Se aproximó con la serenidad
que no tenía, bajo la atenta mirada de su hermana y en general del grupo de
ayuda culinaria.
La castaña movió su mano, sobre la de Natsuki, la que usaba para sostener
sus costillas y la retiró con suma delicadeza, percibió la humedad rojiza, que
si bien no era tan abundante... delataba que la herida se abrió nuevamente.
Estrechó los dedos en un agarre firme que no concedería nada respecto de la
dirección que tomarían, pues comenzó a guiar a la morena a la entrada del
templo cristalino.
―Debo... ir...― Intentó refutar Kruger, aunque moviéndose guiada por la
joven madre.
―A no sabes qué lugar exactamente, para un entrenamiento... pero es
posible que, en estas condiciones tus aspiraciones sean inalcanzables. De
acuerdo o no, disgustadas o no... una esposa no puede permitir tal cosa.― Se
detuvo brevemente y miró directamente en los ojos esmeralda. ―Incluso si no
fuéramos pareja, Natsuki... no podría verte herida sin hacer nada. Hagamos esto
y luego podrás hacer lo que debes, te diré entonces dónde está Yuuki.― Tensó la
barbilla, un gesto pequeño en su rostro delató brevemente su sentir acerca de
tolerar la proximidad de aquella ponzoñosa mujer, un mal... necesario, por las
circunstancias que corrían.
―No olvido tus cuidados antes del festival de la cosecha... te amé un
poco más por ello, Shizuru...― Animó el paso y continuaron su camino en el
interior de la mágica estructura, hasta llegar a un salón privado de puerta
corrediza y la castaña no dejaba de admirar la complejidad del lugar, de cómo
la joven frente a ella pudo imaginar un lugar así, con detalles tan
intrincados. ―Entendí que no eras como las otras doncellas, no sería el tipo de
cosa que haría la hija banal de un terrateniente o un noble, y mucho menos por
un sirviente con un aspecto deforme.― Era incluso extraño que una persona de
aspecto tan cautivador dijera tal cosa.
Más de un año había pasado desde aquellos días. Mirar al pasado y notar
que tantas cosas cambiaron en tan poco tiempo. ―Los lujos no me hicieron pensar
que fuera superior a nadie, porque trabajaba codo a codo con las personas que
esperaba cuidaran de mí y de mi familia, no daría menos que eso Natsuki, lo
aprendí de la abuela Kaede y de mi madre.―
―Son mujeres honorables a las que admiro, pero eso no es tan frecuente en
el mundo como nos gustaría.― Una sonrisa, por corta que fuera, casi se sentía
como un bálsamo en el inseguro corazón de Shizuru, en el fondo... le advertía
el instinto que la mujer que había visto por última vez tras salir del poblado
huyendo de Nagi, ya no era la misma... ni decir de la joven nerviosa en el
altar, casi impedida mentalmente para prodigar un beso, o la sirviente amable
que prestó sus servicios en la casa de Tsu, el camino recorrido lo hacía cada
vez más lejano.
―Se los haré saber, algunas cosas deben decirse en voz alta... para que
no sean olvidadas.― Respondió Shizuru y entraron en la estancia.
La castaña se aproximó, retiró un par de guantes de sus manos, los guardó
en los bolsillos de su mandil. En cuanto sus dedos alcanzaron los botones de
las prendas de la Kruger vio alzarse las barreras invisibles alrededor de la
morena, su postura rígida y tensa, incluso un ligero temblor.
―Shizuru...― Susurró el nombre casi con temor. El Doncel le tomó la mano
y dió un beso a la punta de cada uno de los blancos dedos. ―Tal vez... no es
una buena idea.―
―¿Qué cosa? Sólo cambiaremos esas vendas y te pondré el ungüento, Nina ya
hizo lo más difícil antes.― Cuestionó con un tono ligeramente agraviado y
ocupando toda la paciencia que tenía.
La morena negó suavemente, aunque jamás diría que la peor parte se la
llevó Nao en una cueva, una vergüenza y otro clavo por añadir a su féretro
mental. ―Es algo que quisiera evitar que vieras...―
―Natsuki... por favor.― No la dejaría ir ¿qué tanto habría por ocultar si
la había visto desnuda antes?
―Nunca olvidarás este momento, y no es bueno para nuestras pequeñas
estrellas, ni para ti...― Habló con los labios temblorosos, intentando
mantenerse firme. ―Dudo siquiera que lo sea para mí, pero conozco esa mirada y
no renunciarás...― «Yo no lo haría en cualquier caso». ―Haz... lo que debas.―
Retiró las manos y se forzó a mantenerlas en la espalda.
Shizuru volvió a su trabajo con los botones, primero se deshizo del gabán
negro y contuvo un gemido, al notar que la prenda oculta por el mismo, tenía
manchas rojas en numerosos puntos de la tela de la camisa. No dijeron nada,
pero entonces la delicadeza de la castaña se multiplicó al retirar esa prenda,
dejando las vendas expuestas; observó los tintes rojizos, granates, de la
sangre, algunos secos y otros húmedos, los más recientes en la proximidad del
costado. Kruger formó una daga cristalina y con ella ayudó a su mujer a cortar
las amarras para retirar las curaciones viejas. Paciente y diligentemente, los
tejidos fueron retirados capa por capa, venda por venda, hasta que el torso de
Natsuki estuvo completamente expuesto, delatando una inhumana cantidad de
lesiones, algunas en proceso de cicatrización, otras mucho más recientes
suturadas con los hilos aún visibles y algunas incluso supurando a causa de una
difícil sanación; si los cortes no eran ya escandalosos, los moretones de la piel
sin tajos tenían una amalgama tal de colores que hacía imposible precisar en
qué momento fueron producidos. Sin embargo, la más visceral de aquellas
laceraciones, ocupaba la espalda y allí, el tatuaje de la rosa mágica que la
castaña recordaba con maravilla, ahora se miraba deformado por las falsas
cicatrices que aún no sanaban por completo, a sí mismo el tallo de la planta
era de color ébano, lleno de espinas, sin hojas y retorcido, los pétalos ahora
azules, opacos y zanjados por alguna marca de látigo, a pesar de todo
conservaban cierto encanto.
Las lágrimas en los ojos de la castaña caían silenciosamente por sus
mejillas. La imagen abrumadora de su esposa en tan deplorable estado, casi
atrajo arcadas a su garganta y la creciente bilis en su estómago, llenándola de
un odio tal que la hizo pensar en formas de cobrar a quien fuera una justa
venganza. ―Quién...―
Natsuki tomó una postura de flor de loto sobre una silla sin espaldar, no
sin una mueca de dolor y desde allí elevó la vista sobre la escarlata. ―Shizuru,
un perro de caza despreciado no recibiría un trato más amable cuando lo que se
busca es su fiereza... y no sirve el arma que no se doblega. Nagi me rompió en
mil pedazos para dominar al monstruo que él pensaba que habitaba en mí. Y yo ya
era solo una persona… nada más.― Extrañamente la de mirar esmeralda no estaba
sorprendida sobre ello, lo cual horrorizó bastante a la más joven.
―Tú sabías lo que pasaría… y aun así aceptaste darle tu libertad.― Intuyó
pronto la castaña, sintiendo un peso mayor de culpa sobre su espalda.
―No sabía exactamente lo que pasaría, pero anticipaba que me torturaría
físicamente sólo para demostrar su poder sobre mí.― No conocía tanto a su
enemigo de todos modos, pero sabía que le gustaba exhibirse, después de tantos
años en las sombras planeando una obra maestra para llegar a la cima, sería
inusual no demostrar lo que podía hacer cuando estaba a su merced,
principalmente porque Nagi tenía un ego del tamaño del mundo. ―No lo entiendes,
Shizuru… que preferiría mil veces este padecer sobre mí, que conceder a algún
infame tocar siquiera uno de tus cabellos… jamás le permitiría a ese gusano
permanecer más cerca de ti de lo que lo estuvo esa noche y aún entonces fue un
consuelo que tu padre fuera su sirviente, pues por agradarlo brevemente no hizo
de ti lo que haría a muchas otras.― Puso sus manos sobre sus rodillas, y los
nudillos se tornaron blancos en su puño cerrado. ―Yo aún no me perdono del todo
lo que pudo ser de ti en ese tiempo.
―Él… te… te hizo...― Oscuros pensamientos atormentaron la mente de la
joven madre y un salto angustiado dolió en su pecho cuando el corazón se agitó.
―Si lo hubiera tenido tan cerca, ya estaría muerto… le rompí una pierna
cuando pude, aunque empalarlo hubiera sido mucho mejor.― La pelinegra no la
dejó terminar sus insinuaciones, porque repentinamente tocaba una fibra tan
sensible que le hacía temblar de suponer que por un momento ella pudiera
conocer esa vergonzosa verdad.
―No siento que sea suficiente, para ninguna de las dos,― no podría perdonar jamás a alguien que tanto
dolor hubiera causado en Natsuki.
―No lo será hasta que él pague, Shizuru.― Sentenció con fría voz. ―Hasta
que todos mis enemigos lo hagan.
El silencio se hizo presente en el lugar, la castaña centró su atención
en la debida limpieza de los cortes y aunque podía imaginar lo doloroso que
sería para su esposa, no tardó en hacer lo que debía, aún si la pelinegra se
estremeciera silenciosamente para no delatar lo insoportable que aquella
situación le resultaba. Cada ligero temblor era una espina en el corazón de
Shizuru, quien era delicada en todo, tenía la sensación de que sólo su paciente
cuidado podría alguna vez sanar las heridas que no solo ese cuerpo lastimado
contenía. Pacientemente ocupó las vendas limpias sobre algunas gasas que la
diligente mano de su esposa le ayudó a sostener, dando vueltas y tensando el
tejido donde la piel no estuviera tan afectada, era difícil porque la morena
tenía demasiadas magulladuras, aun así, se las ingenió para lograr la tensión
adecuada.
Mientras hacía un nudo a la atadura final, inclinándose levemente desde
la espalda de su esposa y sobre su hombro. ―Natsuki... ¿qué será de nosotras?―
Preguntó repentinamente. El iris escarlata vio de soslayo cómo las manos de su
esposa estrujaban la tela de sus pantalones ante la pregunta.
La Kruger guardó silencio un momento, al parecer serenando las
pulsaciones de su corazón. ―Ha pasado casi un año desde nuestra boda, en tu ser
la obra de un dios se ha gestado y lo que es un milagro ante los ojos
incrédulos del mundo, es la prueba misma del sentimiento que nuestros corazones
guardan, creo en ti como en nada que haya visto o tocado, y te amaré cada día
de mi vida, los que me queden.― Nadie daría por sentado el resultado de la
batalla que se avecinaba. ―Pero seré
honesta...― «En lo que puedo serlo» ...bajó la mirada. ―No soy ya la
persona que conociste, ni siquiera quien fui en el castillo... lucharé para que
este mundo sea un buen lugar para ti y para nuestras hijas, me dejaré la piel,
el alma y cualquier otra cosa que los dioses quieran de mí, pero jamás te
entregaré a las sombras que me envuelven y estrangulan.― Notando que aquel
menester había sido concluido, la de ojos esmeralda se puso de pie y se
aproximó a las vestiduras limpias que reemplazarían las ajadas y
sanguinolentas.
―Es como decir que no te tengo, aunque estás junto a mí...― Expuso sin
dilación sus pensamientos, el abismo que había atisbado en aquellas pesadillas
se construía frente a sus ojos, pero por primera vez Natsuki en verdad
aparentaba ser inalcanzable y no sabía cómo reaccionar ante ello.
―Shizuru.― Decir que de cierta manera aquella era una verdad, no por
falta al amor mismo, si no por lo insignificante que se sentía, lo repulsivo
que encontraba su cuerpo y su alma. ¿Cómo diría todo aquello la joven Kruger?
Negaba silenciosamente, como si la mano que se apoyaba en su brazo deteniéndola
se manchara al mínimo contacto.
―Me amas, pero parece como si eso no fuera suficiente... si estás
lastimada apóyate en mí, pero no me digas que después de todo esto...― Sopesó
lo que diría. ―Simplemente encontrarás una evasiva, o dime si realmente cometí
un error al decir en voz alta lo que yo siento por ti, porque no pasará
nuevamente.
Natsuki negó vehemente con la cabeza. ―No,― negó con voz ahogada, como si
repentinamente el aire le faltara y la mirada perdida. ―Me salvaste ya por
decirlo una vez, sé que debería bastarme… sería suficiente ¿no es así?― Ahora
literalmente temblaba, con las manos abiertas intentando ver algo que no está
ahí, eso asustó un poco a la castaña. ―Si no puedo verlo, si no puedo
escucharlo ¿cómo podré saber que no se ha desvanecido? Todo lo que amé alguna
vez, se marchitare y destruyere, lo que se va… o muere. Dime cómo no pensar que
mi afecto es peor que un veneno en...
―Natsuki,― Shizuru la sujetó del rostro y la obligó a mirarla, prodigando
a través de los suyos tal cantidad de sentimientos que sería imposible no
sentirse amada en medio de aquella contemplación. ―No...― Susurró suavemente,
cuidando incluso que una simple palabra no la lastimara. ―Lo que amas crece y
es maravilla… nuestras niñas están aquí, ¿no lo ves?
―Sigo viva por ti y por ellas, me arrastro hecha jirones, como un
moribundo sangrante… pero estoy aquí, por ti… por… ellas.― Apoyó la cabeza en
el hombro de Shizuru y la castaña la abrazó con delicado tacto, pudo sentir la
humedad del llanto que se formaba en los ojos verdes que amaba, sabiendo en el
fondo de su corazón, que algo realmente malo había pasado con su esposa y no
era solamente la tortura física que su cuerpo exponía.
No más de un minuto de consolación después, el tímido toque de la puerta
cristalina las obligó a apartarse, Shizuru le sonrió suavemente a su esposa antes
de ir a la puerta con bastante calma después de solicitar la espera con voz
delicada. ―Un momento,― Se oyó un suspiro al otro lado.
Natsuki secó su llanto discretamente y vistió las ropas olvidadas en
medio de los afectos previos, sólo entonces la castaña le dio paso a una
pelirroja de ojos violáceos, a quien la pelinegra le parecía no haber visto
desde lo que pareciera una eternidad, pero la agraciada hija mayor de los
Fujino no tenía buenas noticias, el escozor en sus ojos lo anticipaba.
―Padre... está aquí.― Anunció Mai con una expresión neutral, pero el
mensaje fue suficiente para hacer que Natsuki se envarara en el acto, tornara
recta la barbilla y tensara la mandíbula. ―Y los Ho, Kano... él... está
muerto.―
Una espina más honda y bilis amarga, seguida de la culpa, una odiosa
compañera permanente en los días anteriores de la joven Kruger; porque al
escapar de aquel infierno sólo se preocupó por mantenerse con vida a sí misma y
a Nao, por su mente ni siquiera pasó el pobre muchacho al que la mano le fue
amputada para sacar de su garganta una verdad que sólo expondría otra debilidad
ante Nagi.
―Dioses, cuanta pena sentirán los Ho.― Shizuru se cubrió los labios
delicadamente con su mano, de imaginar lo que sería si algo malo le pasara a
Takumi o a Mai.
―Debió huir como los demás, no debió quedarse en primer lugar.― Reprochó
Natsuki, enfadada con el joven por morir. ―¿Por qué confié en la palabra de ese
desgraciado?― Dijo entre dientes pasando a un lado de Mai, quien la miró con
extrañeza.
Las hermanas cruzaron miradas preocupadas antes de seguir los pasos de la
Duquesa a través de los pasillos palaciegos y cristalinos, de la obra
maravillosa que era aquella estructura. La castaña le dio alcance a su esposa y
enlazó su mano, enredando sus dedos, con una silenciosa mirada que transmitía
su devoción, esperando que no fuera otro momento doloroso en soledad, en
respuesta, los iris esmeraldas temblaron y el agarre se hizo más fuerte.
El nudo en su garganta se atenuó, no era menos que desolador, el duelo en
los rostros de los arios y rubios, la familia Ho estaba casi reunida alrededor
de los restos del muchacho, los cuales fueron envueltos en un sudario de lino
bruto y el aire estaba plagado de un aroma a putrefacción; las lamentaciones de
las voces se confundían con el crepitar de los leños en la gran pira, pequeñas
explosiones, tenues quejidos y lloriqueos, algunos quisieran no flaquear. Fue
desgarrador cuando el más anciano del grupo llegó y se postró ante el cuerpo de
uno tan amado; los rostros lóbregos de los guerreros, el dolor que Erstin había
derramado en el camino y el silencio de los demás era tal, muchos habían
muerto, pero aquel muchacho que soñaba tocar el piano en la corte, era
demasiado joven y cercano.
―Nadie debería ver morir a sus hijos o a sus nietos.― Murmuró la voz
condolida de Nina con sinceridad. ―Ni a sus hermanos pequeños.― Susurró con la
voz rota, abriendo sus brazos para sostener dentro de ellos a su rubia
prometida y cuando un grito ahogado en el hombro de la pelinegra de iris magma
se oyó, una queja masculina, capaz de desgarrar la garganta brotó de Taro; Maya
acariciaba la espalda de su esposo con Saya en su otro brazo y el pequeño
Minoru se sujetaba de las faldas de su madre. El dolor une a las personas de
formas extrañas, a veces incluso más que las alegrías, y la ira de Taro contra
Nina se desvaneció cuando vio el llanto en sus mejillas, ¿qué tan importante
sería lo que pasó cuando estaba allí en el momento más difícil? Era el soporte
que a Erstin sostendría en la tormenta, en ese instante lo comprendió.
―¿Quién hizo esto?― Cuestionó Christoph con un tono tan lleno de rencor,
porque era mejor preguntar que admitir la realidad oscura en la que su tierno
muchacho, ya no estaría más.
Alexei se adelantó para responder, pero la voz de otro se le anticipó.
―No es más que una consecuencia, señor.― Uno al que las manos le habían atado.
―¿De qué? si es que existe en el mundo una razón.― Gruesas lágrimas
surcaban las arrugadas mejillas, bajo los celestes y apagados ojos del mayor.
―De la ligereza con la que Kruger subestimó a un verdugo.― No podían ser
menos rojos los iris, ni menos castaños y canos los cabellos del desgarbado
señor, uno al que Natsuki odiaba como a nada en el mundo, salvo claro... por
Nagi.
Las miradas que como cuchillos gélidos le fueron dirigidos con duda,
condenaron cualquier idea amable en la mente de Natsuki, quien apartó la mano
de la de Shizuru y caminó hasta dejar apenas dos metros entre ella, y uno que
al parecer ignoraba que su destino estuviera en las manos vendadas que tenía
delante de sí.
―Le dije mi más preciada verdad a ese infame para salvarle la vida a
Kano, eso lo sabes... Fujino.― Respondió casi rastrillando los dientes y en
defensa del poco honor que les quedaba. Un alivio agradecido apareció en la
cara de Erstin, quien palideció al menos un momento al escuchar aquellas
acusaciones, pero no sólo ella había tenido esperanza, pues Christoph no estaba
para pensar tal cosa de la morena, incluso si la muerte de Takeru aún estuviera
demasiado presente.
―Lo mató la gangrena una vez la mano le fue mutilada por tu causa.― Acusó
Satoru, que de haber tenido las manos libres habría señalado sin reparos a
Natsuki.
―Su... garganta, fue cortada. De lo que hablen señores, no fue el motivo
de la muerte del chico.― Respondió el fornido Krauss con una sinceridad
imprudente, pero genuina e inocente.
Un paso más cerca de aquel guiñapo y la mirada verde se tornó gélida en
un segundo. ―¿Sabes lo que podría hacerle a mis hijas ese desgraciado? ¿No eres
un padre acaso?― Refutó, delatando la calaña del chantaje ocupado a cambio y
aunque el rencor comenzara anidar en el corazón de algún Ho, para la Duquesa
eso en realidad ya no era tan relevante, no tenía interés de ningún tipo en
sostener lazos demasiado estrechos con los que habían de cierto modo servido
los grilletes que la ataron durante tantos días, aun así, sólo una brecha
importante alcanzaba a su corazón, Nina... a la que amaba como a una hermana.
―Es preferible culparme, eso prefieres... Fujino. ¿Es más terrible que admitir que
ese tirano usó a Kano para sacarme la única verdad por la que habría dado mi
vida para preservar el secreto?... palabras forzadas a salir, sólo a cambio de
la promesa que mantendría a salvo a Kano.― Se mordió la boca. ―Pero confiamos
en las personas equivocadas ¿No es así?― Confianza, una lánguida memoria de las
circunstancias que lo iniciaron todo y cómo su padre eligió al hombre que lo
mataría, un cobarde incapaz de afrontar el costo de sus errores y dar la vida,
en el momento en que hubiese sido heroico. Un mundo en el que saben los dioses
que la encontraría, de una u otra forma, sus hilos unidos, como sus destinos se
encontrarían... pero en ese mundo de fantasía, su padre continuaría con vida,
le habría pedido matrimonio a una muchacha trabajadora capaz de hacer lo
necesario por amor a los suyos, en un instante en el "hubiera" que le concedería haber oído de sus labios una
maravillosa noticia por la que habría llorado de dicha, allá donde no estaría
siendo solo la sombra de otra persona. ―¿Pero que podía ofrecerte él? ¿Algo que
no tenías ya?―
―Apartar a un monstruo de mi hija...― Susurró en un tono que Kruger pudo
escuchar.
―Yo... no era un monstruo... en ese entonces.― Una silenciosa lágrima
bajó por la pálida mejilla y se perdió en el abismo que configuraba su barbilla
y la nieve. ―Yo era la hija de alguien, también... pero asesinaste a mi padre,
Satoru.
Una contemplación de los errores de una vida, pero incluso entonces
Satoru fue soberbio y continuó esperando hacerle entender sus razones a sus
hijos, que lo miraban en silencio y ni siquiera habían acudido a sus brazos,
para recibirlo como debería ser. ―Hermosas palabras, venidas de quien traiciona
a quien más dice amar.... yo tenía razón, eres un monstruo y nunca fuiste digna
de mi hija.... tu falsa devoción, cuando en las faldas de...
―No... te atrevas.― Amenazó mordiendo sus labios hasta que la sangre
llenó su boca.
Sonrió satisfecho al ver el temor en los ojos verdes. ―Cuando en las
faldas de una prostituta complaciste tus insanos y aberrantes deseos ¿No fue
eso lo que Nagi te ha complacido con esa tal Nao?― Sintiéndose poderoso con la
expresión destrozada de la Kruger, cuyos ojos se cristalizaron mientras la
tensión contenida en cada palabra, era expuesta. ―Él tenía mejores cosas que ofrecer para
ti... era tu primer amor, después de todo.― Cebado ante la idea de hacer un
daño tan profundo e irreparable. ―Y sabías que mi hija estaba embarazada, ¿No
te convierte eso en un monstruo? ¿En menos que nada?
―Padre... eso no es verdad.― No era otra voz que la de la menor de sus
hijas y Satoru contempló entonces el daño que sus espinas causaron en la que
decía, era la luz de sus ojos. ―¿Verdad que no lo es Natsuki?― El sonido
tembloroso a las espaldas de la duquesa y el mundo se desvanecía a su
alrededor, olvidándose de la gente que los miraba cuando el luto había sido
reemplazado por la condena de la bestia de Fukka.
―No... es tan simple.― Logró articular palabra, en cuanto la mano que
antes sostuvo sus dedos le acarició el hombro. ―Hay tantas cosas que desearía
olvidar.― Levantó la mirada al cielo, con considerable tormento y el llanto se
deslizaba sobre sus mejillas. ―Ha sido, la peor cosa de mi vida Shizuru, lo
siento tanto,― bajó la mirada, porque tenía los ojos rojos y se sentía
insignificante.
Satoru se sorprendió de dos cosas; el cómo la morena no escondía la
realidad incapaz de mentir y cuando el agarre fuerte de un brazo de hierro se
cerró en su garganta levantándolo del suelo a medio metro del nivel del suelo.
―Y tú....― La voz anormal y sádica de la Duquesa retumbó en su cabeza, inseguro
de si sólo él había escuchado tal cosa, aquel señor de Tsu comenzó a asfixiarse.
―Lamentarás la cuerda que cortó mi padre para darle aire a tu vida, cobarde
infame, porque yo ataré el nudo que complete ese último respiro, suplica a los
dioses Satoru Fujino, que no se preserven los Kruger Blan con vida, porque
mientras la corona se ciña sobre nuestra sangre, no habrá nada que impida este,
tu aciago destino...― El castaño tembló ahogado ante la presión que lo sostenía
con estrangulamiento, recordando la sensación de la soga en su cuello aquel día
y pataleaba en el aire sin que sus golpes removieran siquiera un poco a la
ahora demente mujer. ―Morirás y no verás la carne que una a nuestras castas,
así sabrás que por ti, la felicidad de una hija jamás será completa. Oh suegro
mío, maldecirás el que fue por tu causa que se juntó nuestro camino.― Murmuró
refiriéndose al obstáculo que el hombre fue desde el inicio de su compromiso.
―Aunque eso... lo hiciste siempre.
―¡Suéltalo!― Gritó Mai sollozante, quien junto a Takumi se habían
apostado en el brazo que poco a poco le quitaba el aliento de vida a su
progenitor. ―¡Te lo imploro!― Añadió al ver que la tarea era imposible. Akira,
Sergei, y los demás se contenían, pues aún debían su lealtad a la duquesa y no
es que lamentaran la muerte del asesino de su antiguo señor.
Las voces, pasaron a un segundo plano, nadie más se atrevió a intervenir,
sabían todos que aquel hombre era un asesino y no menos que la vida debería dar
a cambio, incluso si había expuesto la infidelidad de un noble, cosa que no
extrañaba demasiado a las gentes, pues era de lo más común; el real motivo del
mutismo se debía a que la mayoría le tenía miedo al Doncel de Hielo y ninguno
quería acabar atado a un árbol en la intemperie.
Shizuru por su parte estaba perdida en las palabras de su esposa ¿Por qué
se disculpaba? ¿Era esa una admisión? Las piezas encajando en su cabeza,
levantaba la vista para ver a quien amaba romper los hilos construidos,
deshaciendo sus momentos, convertida en una criatura desconocida, ¿alguien que
la había traicionado?; era todo tan confuso y borroso. Los latidos zumbando en
su cabeza, acarició su cabeza con la mano derecha, el sudor frío en su espalda
y frente, necesitaba que el mundo dejara de girar, que su corazón galopante
dejara de doler como si alguien estuviera arrancándolo de su pecho.
―Eres un incordio, Natsuki Kruger.― Era una voz grave y femenina al mismo
tiempo, conocida y profunda. ―Sabes lo que te pasará si lo matas con tus
propias manos.
―No te atrevas a quitarme esto.― Miró con todo rencor a la intrusa, quien
vestía una capa de bruma sombría y eléctrica, la cual escondía su rostro en la
oscuridad que la irreal prenda le ofrecía, pero cuya espada, sujeta a un tahalí
era demasiado grande para una persona común, delataba una condición
sobrenatural.
―A él le aguarda un paseo por el reino de los 7, si lo matas aquí sus
dolores habrán sido pocos... pero los tuyos, ¿realmente querrías ser el octavo
de ellos?― Negó con la cabeza, aun sabiendo que eso no sería suficiente pues
Natsuki estaba a muy poco de cumplir su cometido y había perdido la cordura, esperaba
que temporalmente. Levantó su brazo exponiendo formidables brazaletes con
incrustaciones preciosas como no se ha visto en ningún rey de la tierra y el
brillo felino de sus ojos dorados, iluminó la caverna que conformaba de la
capucha hecha completamente de sombra. Apenas un pequeño ademán diagonal de su
mano y una corriente un tanto fuerte de viento y nacido de la nada, obligó a
Natsuki a deshacerse de su presa. ―¿Condenarías a los 12 solo por venganza? ¿A
tu padre incluso?
Lo soltó, empujándolo en el proceso y así el mayor cayó al suelo raspando
su espalda contra las frías losas. ―¿No los condenaste tú? ¿Mikoto?
―Te compensé por ello, mortal.― Retiró el velo que la cubría e ignorando
por completo la fascinación de la multitud que ahora comprendía en presencia de
quién estaban y comenzaban a arrodillarse, o las quejas de Natsuki, quien se
sujetaba el brazo con el que había casi ahorcado al Fujino delatando un tenue
corte, miró de soslayo a la pelirroja llorosa de pie a un lado de su hermano y
el padre que ahora tosía, tratando de recuperar el aliento. La preciosa mujer
de aspecto sabio pero gentil, de cabello largo y erizado en las puntas,
rebosante de luz ladeó un poco el rostro con una tímida sonrisa y lo que
parecía un sonrojo. ―Hola... Mai.― Casi suspiró las palabras.
―Ho... hola.― Susurró casi en un murmullo inaudible mientras el rojo de
sus mejillas se extendía por todo su rostro. Sin embargo, no era por la emoción
que todos esperaban. ―¡Idiota!― Gritó un segundo después, dejando perpleja a
Mikoto, quien a pesar de tener el aspecto de una doncella de 25 años con una
inigualable belleza argita digna de los sueños de cualquiera que la contemplara
alguna vez, miró confusa e inocente, como la pequeña que hacía bromas con la
nieve en el castillo Kruger; después de todo, no trataba tanto con los humanos
directamente.
Atemorizados de las consecuencias que aquella insensata pondría sobre la
suerte de todos, algunos se cubrieron la cabeza, pues las leyendas sobre la
crueldad de Ame no Mikoto les hacía temblar. Pero uno de ellos no temió, el
viejo Christoph no tenía nada que perder, se postró ante la diosa y alzó su súplica.
―Oh Diosa Gato, sé piadosa... devuelve
la vida a mi nieto, te daré la mía a cambio.... aún si no vale mucho, por favor
compadécete.
―No es poco, señor Ho.― Contrario a cualquier pensamiento, la deidad en
realidad comprendía la pena que la pérdida de los seres amados representa, y
ayudó al mayor a levantarse del suelo tan compasiva como le fue posible. ―Yo
soy la espada de la tormenta, la que protege... yo no puedo devolver a uno que
ha probado el fruto de la tierra de los muertos, Kano ha seguido su camino y
pronto, volverá a esta tierra siendo otro... alguien que pueda cumplir sus
sueños y rehacer su camino, será un bebé amado... te lo prometo.― Acarició la
mejilla del anciano y con una mirada puesta sobre el cadáver del muchacho,
tornó la tela en la más fina seda y hermosos atuendos, la putrefacción en el
aroma de jazmines y recompuso el cuerpo para que sus seres queridos pudieran
verlo una última vez, con una expresión apacible. ―Ahora, que tú y tu familia
honren su vida... que el fuego brille en su nombre.― Sólo entonces la morena se
apartó, Mikoto se deslizó en el aire tan rápido entre las personas como si de
un fantasma se tratara y aproximándose a Shizuru, a quien le habló con tierna
voz. ―Lo lamento... pequeña.― Susurró con gentileza y posó la punta de su dedo
en la frente de la castaña, antes de que Natsuki pudiera siquiera aproximarse,
así la pálida muchacha perdió el sentido en el acto y reposó en los brazos de
la aquella criatura sobrenatural, frente los silenciosos celos de otra que no
sabía cómo reaccionar ante la inentendible divinidad.
―Apártate de ella.― Gruñó dispuesta a pelear con la Diosa si hacía falta.
―¿Ahora te importa?― Levantó los hombros con desinterés. ―No quiero que
eches a perder mi regalo para el mundo.
―¿Qué le harás?― Preguntó cautelosa con las esmeraldas verdes,
ligeramente cubiertas por los párpados.
―Llevarla a reposar, no solo tú has sentido emociones tan fuertes.― Dijo
antes de desvanecerse junto con Shizuru al interior de la estructura
cristalina.
El silencio reinó en ese momento, y Kruger quería ser borrada de la
existencia de cualquier reino posible. No dejó de dirigir una mirada envenenada
a Satoru. ―Se agotó tu suerte, morirás cuando yo lo decida y de la forma que lo
elija, vive con la idea... has huido tanto a la posibilidad, que... ¿qué otra
cosa podría ser el mayor miedo de un cobarde como tú?― Dijo dispuesta a
largarse del lugar e ir y encontrar a Nao, incluso si tenía que buscarla debajo
de las piedras.
Takumi quien de inmediato auxilió a Satoru, miró con reproche a la
pelinegra. ―No tenía que ser tan ruin.― murmuró por lo bajo.
―No...― Intentó aplacar la discusión que se encendía con la mirada
iracunda de Natsuki. ―Por favor... paren.― Suplicó Mai poniéndose entre
Natsuki, su padre y Takumi, mirando a la morena como si no la reconociera.
―Oh, querido cuñado, cuñada... permítanme mostrarles los hechos y sean
ustedes mismos los jueces de su padre.― Ironizó con tono ligeramente burlesco.
―Mi padre, Takeru Kruger, evitó el suicidio de este 'honorable señor' cortando
la soga que él puso en su propio cuello, cargando en su consciencia con el peso
de haber vendido a su hija menor al gran Conde Nagi Dai Artai como concubina,
una salida de esa clase... sólo porque no tuvo el valor de enfrentar a su
familia... yo recuerdo bien las marcas en su cuello cuando volvió a Tsu.―
Sonrió trayendo consigo la memoria el hecho a los más jóvenes. ―Sus desatinados
negocios cobraron factura al final.― Esta vez miró al ahora silencioso padre
del par de muchachos. ―Debiste seguir con el vino Fujino, fue por mi poder que
la vida retornó a esos campos abandonados y nunca diste las gracias, como
tampoco se la diste a mi padre por cubrir todos tus errores y ofrecer a tu hija
la posición de digna esposa, una que toda dama merece.
―¡Calla!― Ciertamente sus dos hijos mayores ignoraban esa bochornosa
circunstancia y el desconcierto que ahora no escondía sus rostros cobraba al
padre una honda vergüenza.
―¿Quieres que me calle? No está en tu mano ahora... yo te mostré piedad
aún sobre mis heridas o mi pena, mi pérdida. Esperé que eligieras bien por una
vez, pero cavaste tu propia tumba incluso sobre mi advertencia, al pronunciar
palabras tan injuriosas... ¿Ahora te lamentas de las verdades que he de
pronunciar?― La sonrisa de satisfacción en la cara de Natsuki al contemplar el
miedo en los ojos rojizos de aquel malnacido, compensaba un poco las cosas.
Esta vez miró a hijo mayor de aquella bazofia humana. ―Si bien recuerdas,
Takumi, de mi cuna me olvidé y con honesta intención llegué a su casa dispuesta
a servir como la más humilde de las personas. Por conocer a mi prometida, ocupé
labores que jamás verías en las manos de algún noble, pero sólo obtuve el
repudio del gran Satoru Fujino, quien contrató a un grupo de matones para
acabar conmigo en el baile de máscaras del cumpleaños de su hija pequeña. Sepan
todos de la irrisoria ironía... cuando incluso entre ladrones hay honor, hasta
el señor Smith se sintió asqueado y le dió a tu padre el arma precisa para
acabar mi vida si es que tenía el valor... y les aseguro que si sigo con vida
fue sólo por el collar de mi madre, que impidió el paso al cuchillo con el que
quiso atravesarme el corazón... estando indefensa e inconsciente. Akira le
impidió un segundo lance que seguramente no fallaría.― Volvió los gélidos orbes
esmeralda sobre la servil Okuzaki.
―¿Eso es verdad Akira?― Preguntó el novio a su prometida.
La pelinegra le sostuvo la mirada a su amado, apenada por saber que la
verdad le haría daño. ―Yo vi a su padre hundiendo el cuchillo en el pecho de la
Duquesa, pensé lo peor... aquella noche de Luna llena, solo tuvimos suerte de
su mal tino y de la milagrosa posición del collar de señora Saeko, difunta
madre de la Duquesa.
―Padre...― El orgullo de Satoru retiró la mano que sostenía en el hombro
del mayor, Mai a su vez bajó la mirada tratando de esconder el llanto que
brotaba de sus ojos.
―Sólo el tierno beso de Shizuru trajo piedad a mi pensamiento; porque
pude condenarlo a la horca en un santiamén, y entonces mi padre estaría vivo.―
Ya ni siquiera el apelativo de señor lo merecía. ―Pero no valoraste mi perdón y
continuaste siendo una espina en nuestro camino... disparar para matarme y que
la bala la recibiera mi padre en mi lugar... esa es una de las muchas cosas por
las cuales lo aborrezco.― Miró a la pelirroja cuyos labios temblaban, pues para
ella también era un secreto que se había revelado, matar a quien no puede
defenderse, es la acción más ruin de un hombre. ―¿Quieres saber cuánto amaba
papá a Shizuru?― Desatada la ira y la pena, Kruger no se detendría en develar
cada insignificante detalle.
―No... ¡Basta!― Se adelantó Satoru sujetando el chaleco de Natsuki.
―Él, Nagi, sus colaboradores y Tomoe... realizaron los ataques que me
obligaron a salir del castillo tras nuestra boda, sólo para obligar a Shizuru a
estar sola, sin mí, sin su familia y dejarla a la merced de Margueritte, quien
la drogó lenta y pacientemente, llenando el vacío con mentiras que debilitaran
sus pensamientos, su cuerpo... hasta el día en que ella quiso tomarla a la
fuerza en nuestra cama, sólo para forzarme a verlas... dejar que un ama de
llaves abusara de su querida niña únicamente para que yo la repudiara...―
Negaba con la cabeza, solo los dioses saben lo que sintió esa tarde. Miró con
odio a su suegro. ―Dejar que alguien violara a una hija.... en serio eres el
padre del año, Fujino.― El puño del canoso castaño fue a parar a la mejilla de
la Lobuna, la que apenas movió el rostro a pesar de que él empleó toda su
fuerza.
―Mentira.― Dijo tratando de excusarse… ―No era esa mi intención, no debía
ser otra cosa que una pantomima.―
La morena retuvo la muñeca ofensora. ―¡Casi la mata! Estaba tan
intoxicada que apenas pudo levantarse de su cama, hasta no poder siquiera
vestirse por su propia cuenta, hasta el punto en el que no podría quitarse de
encima a una escuálida de escasa musculatura como Tomoe Margueritte cuando
intentaba tomarla a la fuerza, apagando su vitalidad lo suficiente… ¡Hasta que
su negativa no fuera escuchada! y su mente torturada se desprendiese de la
realidad. ¡¡A eso la sometiste maldito animal!!― Y estaba tan roja e irascible
que los hermanos temieron una vez más, que la morena completara su amenaza
previa y que sería inevitable si la diosa no mediara el asunto. Pero Natsuki
respiró aun con la mandíbula tensa. ―Akira puede corroborar esta verdad,
sacándola de los labios a cualquiera de los gusanos que atamos a los árboles,
esto lo sé bien… no podría olvidarlo. ¿Saben cuántas veces se burlaron de mí en
la mazmorra?― Estrechó la muñeca con la fuerza de una prensadora mientras el
castaño temblaba de dolor. Sólo entonces Natsuki lo soltó y este se agarró la
mano para prevenir alguna complicación con el frío que arreciaba. ―Te concedo
eso... sólo por el llanto que vierten tus hijos.― Susurró muy bajo para que
solo él pudiera oírla. ―Akira, quítalo de mi vista antes de que lo mate.―
Murmuró mirando a su leal sirviente, quien no tardó en obedecer y someter a
Satoru, atándolo de los pies y amordazándolo ante las inmóviles miradas de sus
hijos, pues ninguno tuvo el valor de hacer nada en su favor sintiendo la pesada
carga de sus culpas a cuestas. ―Llévalo con el resto de la escoria de Nagi... a
partir de hoy, recibirá el mismo trato que todos sus esbirros y si se tornara
un incordio, que sea ajusticiado por Sergei Wong o Ankara.― Pasó y se detuvo
brevemente en medio de los hermanos. ―Hagan... lo que deban, pero no retiraré
esta sentencia de su cuello... no morirá por mi mano, pero sí por la Ley que
impera en Windbloom y como el traidor que es.
Las miradas sombrías de los dos hermanos, se encontraron, entonces
ayudaron a Akira a llevar a su padre al lugar de los prisioneros, Takumi retiró
su capa y la depositó sobre Satoru, ayudó a acomodarlo lo mejor posible, del
mismo modo que Mai prescindió de sus guantes y con ellos hizo un zurullo para
darle soporte a la cabeza del hombre en el áspero tronco. ―Oh padre, si
supieras tan solo lo mucho que Shizuru amaba a Natsuki... las destruiste.―
Suspiró con tristeza. ―Te traeré alimento en cuanto se le sirva a los soldados,
descansa.― Una mueca de arrepentimiento nacía en la faz de Satoru ante las
palabras de Mai.
―No era el modo, padre... ahora ni siquiera podemos suplicar piedad a la
Duquesa, debiste guardar silencio... vendré a velar por ti al anochecer, por
ahora la salud de nuestra hermana es la prioridad.
Satoru contrajo el gesto en preocupación e ininteligibles palabras se
confundían en su mordaza mientras se removía inquieto, a pesar de la cuerda
tensa alrededor de su cuerpo y del tronco.
El varón de sus hijos se irguió cuan alto era y le dió la espalda al
hombre, frente a él Akira se mantenía en silencio con un pequeño nudo en la
garganta, sabiendo cuánto dolería para su querido castaño ver a su padre en
aquellas condiciones. ‘Lo siento’ hablaron mudamente los labios de la morena de
ojos amatistas, la preciosa guerrera a la que cualquiera confundiría con uno de
los soldados, el castaño sonrió amargamente y se aproximó a su mujer, sujetó
sus hombros y depositó un tierno beso en sus labios fríos. ―Lo entiendo.―
Susurró en el oído para que solo ella pudiera oírlo. ―Volveré a tu lado y tú al
mío, esta tormenta será pasajera.― Los hermanos se alejaron del padre y de su
custodia.
Mai metió sus manos en su mandil y Takumi hizo lo mismo en su casaca.
―¿Realmente crees que ella hizo lo que padre dijo?― Preguntó Mai cuando iban a
mitad de camino, la idea no la había abandonado ni un minuto desde que aquellas
cosas fueron dichas al viento.
―No lo sé, la palabra de papá ya no es la que solía ser, ¿pero siendo
inocente quien se vería tan culpable y atormentada como ella?―
―Desearía creer que no, en verdad pensaba que... Natsuki amaba a Shizuru,
genuinamente.... no del tipo de amor que se vé en Tsu, los señores tienen
mujeres como caballos hay en sus establos.― y no eran exageraciones. ―y lo de
Margueritte, yo... aún no puedo creer que se atreviera a tanto.― Tenso la
mandíbula.
―Me cuesta mucho creerlo, incluso si es la palabra de Kruger... Tomoe
sirvió en nuestra casa toda su vida.― Asintió abrumado y melancólico.
―Y su admiración por nuestra hermana era... inquietante, ahora que lo veo
con perspectiva.... ella la seguía a todos lados y era a la única que ayudaba a
bañarse en invierno, y verano cuando se enfermaba. Sus servicios eran casi
exclusivos del cuidado de Shizuru, salvo por los encargos de padre.― Recordó,
cuando era algo que pensaba fuera normal, porque las dos tenían la misma edad.
―Sabes que Zuru fue prematura, el doctor dijo que había muerto en el
nacimiento y respiró después de 20 segundos, saben los dioses que vivió de
milagro... todos la sobreprotegemos por eso y Tomoe no era la excepción.― No
había quien no se derritiera con la menor de la casa, incluso pensaron que
justamente debido a la circunstancia de su nacimiento era que aquel lirio
delicado de ojos rojos, veía lo que otros no podían, pero Mai, quien escondió
su percepción, conocía los misterios del mundo que Shizuru hizo evidente desde
pequeña.
―¿Qué habrá sido de ella?― Preguntó a la nada, una pregunta que era en
realidad un pensamiento dicho en voz alta. ―Margueritte.―
―La Ley para acciones tan graves, no es más amable que la sentencia de
nuestro padre... sin un juicio, es evidente que debe haber sido recluida en una
prisión a la espera de un veredicto.― Sopesó el de ojos grises, con matices
violáceos.
―Si se atrevió a tocar a nuestra hermana sin su consentimiento, te juro
que no lamento su destino.― Rezongó mortificada la de exuberante figura.
―¿Podrías saberlo? Me sentiría mejor si estamos seguros, ella se crió con
nosotros... estaría mal que muriera si hay un error de juicio y solo Zuru sabe
lo que pasó.―
―Takumi… me duele pensar que la dejamos sola y que tal vez tuviera que
sufrir del modo que lo dijo Kruger, de una forma como esa… y ella es tan joven,
es...― Cuanto más lo pensaba, sentía un nudo más grande en su garganta.
―Nuestra hermana pequeña.― Completó el hijo primogénito con un dolor
tangible en su voz. ―y si lo que dice padre es verdad entonces daremos pelea...
no dejaremos que Kruger o cualquier otra persona continúe lastimándola, no me
importa lo que tengamos que hacer.― Cerrados con fuerza los puños dentro del
abrigo, como el enojo que sentía
―Takumi... no es nuestra decisión.― Recordó Mai, sabiendo que la relación
de Natsuki y Shizuru es algo que sólo les atañe a ellas.
―¿Y dejar que ella se burle de todo lo que es sagrado? Si no estuve ahí
para protegerla, yo... qué clase de hombre podría ser... se lo debemos Mai, es
la pequeña... nuestra pequeña hermana.―
―Das por sentado que lo hizo y nosotros no sabemos nada.― En el fondo la
joven quería creer en la inocencia de Natsuki, por el bien de su hermana.
―¡Pero la Diosa!, ella sí... ¿no es así?― Incitó el mayor, ante su
epifanía.
―Yo no... no sé en qué términos estamos Tak...― Desvió la mirada
incómoda.
―Por favor, la incertidumbre acabará con nosotros, con Zuru.― Imploró el
de ojos grises y algunas veces violáceos.
―Bien.― Gruñó por lo bajo, aunque en el fondo se alegraba de tener una
excusa importante para hablarle a esa deidad confusa y cruel, pero tan sensual
que sería malo para la salud no mirarla.
Caminaron un poco más, hasta que el mayor se detuvo. ―Ella te gusta ¿es
eso?― Se refirió a la forma nerviosa en que actuaba su hermana desde que la
vió.
―¿Qué?― Pese al frío, un evidente calor en el rostro de Mai le delató.
―En los mandatos del corazón, la razón carece de argumentos... puedo
entenderte, solo sé honesta con Reito, y déjalo ir.― Tomó ventaja de su altura, acariciando los
cabellos rojos entre sus dedos alborotándolos un poco como cuando eran más
pequeños, después de todo el Kanzaki era también su amigo, pero Takumi siempre
pondría a la familia primero.
―Pero cómo...― Un sonrojo
tremendamente delator llenó su rostro y la doncella se lo cubrió con las manos
avergonzada.
Takumi sonrió amablemente. ―La forma en la que tus ojos brillan al verle,
o el nerviosismo que te invade con solo escuchar su alusión.― Le dió un beso a la joven, se quitó los
guantes y con ellos cubrió las manos frías. ―Solo pido que ella sea buena para
ti, porque retar en duelo a un Diosa es algo que quisiera evitar.― Rió un poco. ―¿Ella te corresponde?―
―No lo sé, algunas veces creo que sí, pero hace un rato... me parece que
solo vino para proteger a Shizuru, no porque estuviera interesada en verme y
por cómo acabaron las cosas la última vez, creí que no la vería nunca más.
―No estimes lo urgente lo más importante, no creo que una diosa tenga
pocas ocupaciones, además, te saludó a ti con esa cara de borrego a medio
morir.― Imitó con un suspiro y su propia versión del rostro enamorado de
Mikoto.
―Oh... dioses, líbrenme...― No daba crédito a lo que escuchaba. ―¿Ahora
estás de su parte?
―Solo digo que hablen... las confusiones son lo peor, te lo juro.―
―Bien... pero vamos antes de que seas una paleta andante... hermanito.―
Acusó arrastrando al mayor cerca del fuego, yendo pronto por algo con lo que
reemplazar los abrigos de los que el castaño se desprendió.
.
.
.
Una copa de un Vernualles de 64 años reposaba en la diestra del Rey, la
figura de una mujer desnuda en la cama que ya no ocupaba el pelinegro se
desdibuja en el borde de la mirada azurita del menor de los gemelos Kruger. En
silencio, la contemplación del fuego que consumía un suficiente surtido de
maderos, capaz de entibiar la noche larga y serena, delataba el taciturno ánimo
del monarca de aquel reino, a quien la incertidumbre como a todos, acosaba en
la quietud de su reposo. Aún saciada la sed y la hambruna, incluso aquella
arraigada a los ímpetus de la fogosa lujuria, encontró insuficiente la compañía
de una que se había dado con esmero para la complacencia de las intimidades más
profundas, una mujer escogida entre muchas a las que un esposo no extrañaría
debido a la alerta de guerra, alguien a quien no se viera forzado a ofrecerle
un buen nombre y que conservara la confidencia entre sus proezas más secretas,
pues no menos que con el Rey había compartido.
―Es una pena que, en toda Windbloom, solo se produzcan al año unas
cuantas botellas de este exquisito Whisky.― Musitó la mujer tomando de la mano
del hombre la copa y sorbiendo de la misma, después de todo, mucho más que unos
recipientes hubieron compartido aquella noche.
―Hoy no… Madame Lecourt, no me complace charlar con usted lo que solo un
hombre podría comprender en tiempos tan adversos como los que corren.― Ni
siquiera posó la mirada en la figura graciosa de la aún desnuda dama, a la cual
el frío erguía las coronas de en sus pechos. Solo una mueca de disgusto asomó
en el rostro de la esposa de uno de los miembros de la corte Argenta, si por su
piel había sido que el Barón Lecourt había ganado un puesto tan distinguido.
―Lo comprendo majestad… nos veremos, en otra ocasión.― Murmuró la
aristócrata, segura de haber sido excelsa en la complacencia de los gustos
particulares del monarca, y en espera de que fuera una de tantas veces. Tomando
la bata para cubrir su piel, se aproximó a la puerta con la copa en la mano,
giró el pomo y encontróse con la mirada de otro conocido, el consejero Argento,
a quien le sonrió sin reparos, pese a la inapropiada mirada que ocupó en su
escote. ―Mi señor… llega en el momento justo, tal vez usted pueda mejorar el
humor de nuestro querido Rey.―
―Pide en demasía a un simple mortal, Madame Lecourt… si goza usted de
todo lo que se requiere para la tarea.―
Más que complacida por las palabras del señor Sayers, no tardó en
responder ―Se lo agradezco, pero hoy requiere más de un entrañable amigo… con
su permiso, consejero.― Se perdió de vista por el pasillo, aguardaban por ella
un par de mujeres que la atenderían en todo, para asegurarse de que la dama
luciera tal cual se veía cuando entró al castillo, y el no menos cornudo que un
alce, su esposo, el Barón Lecourt... no intuyera nunca de aquellas
circunstancias, aunque fuera un secreto a vivas voces.
Rento se adentró en la habitación, tomó dos vasos de un estante y después
sirvió de la botella a medio tomar, una para su majestad y otra para él mismo,
raudo y tras entregar una de las bebidas, tomó asiento frente al otro,
recibiendo la tibieza proveniente de la chimenea y el arrullo del tenue
crepitar de los maderos bajo su implacable flama.
―Supuse que estarías con Kana…― Rodó la mirada sobre su viejo amigo.
―Si estuviera con una mujer, no sería con ella… tendría la misma idea que
tú.― Sonrió ladinamente, luego tomó el primer sorbo tras apreciar el aroma de
aquel Whisky. ―Tienes suerte de ser viudo, una diferente cuando las cosas se tornan
sosas...―
―Ninguna se compara con Luhana Blan, si viviera yo estaría junto a ella
esta noche.― Dijo aquello honestamente, Taeki no esperaba pasar aquella noche
hablando de sus proezas amatorias, la melancolía le inundaba de una forma,
verdaderamente extraña.
Rento negó con la cabeza, hablando con aparente sapiencia. ―Los años de
matrimonio, para la mayoría son una carga semejante a los ladrillos.―
―¿No lamentarías su pérdida? Si te faltara...―
―Aún con los años no aprendes bien que las mujeres son reemplazables,
Kana conoce esta circunstancia y es por ello, que ha aprendido su lugar.―
Frunció el ceño el castaño mayor, cansado de las más recientes actuaciones del
noble, no se acostumbraba a su forma de pensar. “Algunos no tienen lo que se requiere para reinar” Repetía la voz
profunda cuya envidiable circunstancia le recordaba con encono, a su suerte, se
aseguraría que Ren deshiciera los errores que aquel Kruger ciego y obtuso ocupó
en las leyes de aquel reino. ―Sé bien de las dotes que los dioses les han dado
a sus cuerpos para la complacencia del hombre, la hábil lengua que endulza cada
palabra, incluso de la astucia de algunas... pero no es más que eso Taeki.―
Añadió con firmeza tomando el resto del contenido de su vaso.
―Subestimas lo que una dama puede hacer...― El rey no completó sus
argumentos, cuando la copa a medio beber en su mano se precipitó contra el
suelo rompiéndose y derramando el exquisito licor que fue su contenido. Incapaz
de moverse o de siquiera hablar cuando su pesada lengua ni le respondía, apenas
pudo dedicar una mirada afligida al que hasta ese momento había considerado su
amigo. ―¿P..o.r... qu...é?―
―Parálisis, el primer síntoma...― Rento observó con fingida aflicción al
pelinegro, aún sentado y sorbiendo del mismo veneno hasta el final, el antídoto
lo había tomado antes de entrar a la habitación y claro está, era una pena
desperdiciar aquella especialmente exquisita cosecha. ―Razones, encontrarás
muchas... soy un patriota que ama a Windbloom mucho más de lo que su rey o su princesa,
o cualquier Kruger podría haberlo hecho. ¡Nos llevaste a la decadencia moral
Taeki!― Arrojó la copa sobre la chimenea y el líquido etílico se consumió en
una flama escandalosa, antes de volver a crepitar con la normalidad que antes.
―Te he perdonado tantas cosas hermano mío.― Se aproximó y sujetó la barbilla
lampiña del pálido señor. ―Pero rompiste cada posible palabra cuando
convertiste a mi pequeña hija en esta... horrorosa cosa que es hoy. ¡Una mujer
pretendiendo ser un hombre! ¡Un príncipe! Tu hermano hizo que la espada hablara
por ella, y tú la diste a una tríbada para corromper cualquier dejo de
inocencia en su ser.― Estrechó entre sus dedos la barbilla queriendo perforar
la piel, de ser posible con un cuchillo, mas solo un anillo de punta prominente
en su índice cortaba superficialmente la perfecta dermis del indefenso monarca.
―Su piel mancillada por la de otra no menos repulsiva y aberrada criatura.―
―Tú... ella... no... n..o la... a..ma...bas...― Refutó pese a la fuerte
sujeción en su mandíbula o la herida que ardía en su mejilla y la inmovilidad
de su cuerpo.
―Era mi única hija... la única Taeki. No sabes lo que me obligarás a
hacer... pero sufrirás infinitamente por ello, derramarás sangre como yo he de
verter mi llanto sobre el cadáver de la niña que fue.― Tensó su mandíbula,
luego acarició su bigote. ―Aun así, te daré algo de paz por nuestra amistad… me
aseguraré de Mashiro, después de todo. Es la madre de mi nieto.―
Con toda la fuerza que escondía su voluntad, Taeki levantó su mano y
retiró la de Rento de su proximidad, incluso se irguió a pesar de las incontables
agujas que atenazaron cada músculo de su cuerpo, tan recto como era de
esperarse de un monarca. ―No sabes lo que es capaz de hacer… no lo sabes. Ren
nunca será Rey.― Sentenció con aquella mirada azulina sobre la del traidor que
fue su amigo una vida entera, sonrió divertido ante la idea, incluso cuando el
viejo Sayers perdió los estribos, desenvainó su espada y lo atravesó con ella a
la altura del corazón. ―Mo...rirá...― Musitó Taeki antes de desplomarse,
mortalmente herido y sangrante en el suelo. El aroma a hierro inundó el aire,
la sangre había manchado las ornamentadas vestiduras del Barón; en la mano
temblorosa de Rento, brillaba el filo de la espada asesina que, como su
intención impaciente, fue incapaz de aguardar prudente el efecto de una muerte
más sutil y planeada.
―Ya es rey… con tu muerte lo es, amigo mío.― Respondió por dejar la
última palabra, aunque su interlocutor ya se encontraba inerte.
La perilla de la puerta lateral fue girada, el sonido espantó al antes
temerario castaño, más la calma volvió cuando el rostro pálido de Nagi Dai
Artai se asomó, justo después de un par de hombres, sus cuidadores. Aún con el
deplorable estado de su pierna entablillada y un bastón apoyando su andar, se
miraba enigmático y peligroso. Hubo silencio por un momento en la contemplación
de la escena ante los ojos escarlata del Conde. ―¿No pudiste esperar a que el
veneno hiciera el trabajo?― Sonrió divertido contemplando el cadáver del
adversario de los Sekai, casi era una burla para todo arteno en el mundo, que
el más poderoso enemigo de su nación hubiera sucumbido de la forma más irónica
posible, plantando cara a la muerte como los viejos emperadores de los reinos
antiguos, al filo de una espada traidora. ―Has querido ser el verdugo… respeto
eso, aunque compliques los asuntos y hagas que la muerte de madame Lecourt sea
en vano. Era el chivo expiatorio, Sayers.―
El consejero argento soltó la espada y esta resonó en el suelo pese a la
alfombra que la recibió, observó la mano manchada de aquel líquido que es vida
en el cuerpo de los hombres, incrédulo al principio, asustado un instante y al
final, consciente de su actuar... una sonrisa siniestra se dibujó. ―Siendo el
padre del actual Rey, qué problema podría ser este… si por mí mismo lo puedo
resolver.―
―Ese mi estimado Rento, es un asunto que debemos remediar…― Le
interrumpió Nagi con una fría mirada.
―¿A qué te refieres…?― Cuestionó el Sayers tomando una postura tensa,
deslizando lenta y sutilmente su mano sobre el arma escondida en la parte
trasera de su fajín, por si acaso.
―He… escuchado el rumor de que tu hijo no está, alineado con nuestro
acuerdo.― El arteno no pasó por alto los movimientos del otro, del mismo modo
que sabía, sus hombres ya ocupaban las armas bajo aquellas capas negras, salvo
que fueron mucho más discretos. ―Necesito una adecuada transición de poder… la
soberanía de Windbloom reposa en los agraciados hombros de la bella Mashiro,
ahora su excelentísima, Reina Mashiro Kruger y el estimado Ren Sayers, el león
de Arias, su esposo.― Sonrió al mencionar el pomposo título del hijo mayor de
su aliado, aunque tuviera un sabor amargo saberlo el padre del primer hijo de
su adorada. Antes que la pasión, la estrategia, se repitió a sí mismo antes que
continuar… ―Tus barcos, tal como lo prometiste… trajeron a mis tropas sin
dificultades a través de los ríos más grandes de Windbloom, a cambio tú y tu
familia tendrán el Ducado de Fukka, la mayor mina en toda la geografía de
Windbloom, sin mencionar el puerto principal de Windgard… nadie comerciará en
todo este reino, sin tu consentimiento y evidentemente, la respectiva
remuneración.―
―Sigo pensando que te beneficias más Nagi, de lo que yo podría cuando mi
hijo ahora es Rey de toda esta tierra, eso es algo que yo he garantizado por mi
propio esfuerzo, sin tu ayuda.― Le recordó al arteno, con un aire de
suficiencia.
―Rento… los Reyes mueren. Tú puedes dar Fe de ello.― Un dejo de ironía y
una tenue inclinación en la dirección del cadáver de Taeki. ―Los aristócratas
adinerados con grandes influencias… no.― Apuntó lo evidente y más convincente
de su acuerdo previo. ―Todo caballero sabe que la balanza de una batalla puede
inclinarse en favor de aquellos con las armas más mortíferas, y bien entiende
que mi ejército es invencible… si hago esta guerra una realidad cruda y no la
pantomima que hemos establecido, el nuevo rey morirá…― La expresión casi
facilista en la cara del Dai Artai, estremeció a Sayers. ―Por tu diligencia he
concedido se dé el divorcio, con el que estoy seguro, habrá otra jugosa tajada
de riqueza en favor del pequeño León, los documentos como entiendes solo
requieren la firma del muchacho, pues tantas han sido las ansias del cisne por
emprender un distante vuelo, que los escribas no han tardado mucho…― Rió
complacido. ―Y después… pese a que es mucho más de lo que mi paciencia puede
tolerar, yo desposaré a Mashiro, se iniciará un reinado legítimo, uniendo
sangre real con sangre real; claro que puedo tomarlo por la fuerza, pero
tendría que lidiar con las revueltas posteriores y una disidencia entre los más
patriotas, sin mencionar la destrucción del lugar y tantas otras molestias…
aunque esas incomodidades puedo soportarlas, si es lo que prefieres Barón
Sayers, ¿o no deseas ser el futuro Conde Aurata?―
―Conde Aurata, Rento Sayers… mi señor.― Hizo una teatral venía.
―Bien... tráeme a la lanza que defiende Windbloom y prueba tu lealtad; su
sangre... a cambio de una inconmensurable fortuna y renombre, luego diremos que
dio la vida valerosamente para, ya sabes... no dañar el abolengo.―
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Cristalsif - Derechos Reservados
©
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un
sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún
medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del
autor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario