Otra
vida
A
lo largo de los años, cada etapa me ha marcado a fuego el alma. Pero sé que no
podemos renegar de nada de lo que nos sucede, pues de un modo u otro, bien por
acción u omisión, somos los únicos
culpables y responsables de todo.
Eduardo,
pasó por varias etapas en nuestra relación. Desde aquella maravillosa del principio,
en que era el hombre perfecto, detallista, entregado y buen amante, a otra en
la que el accidente, le hizo tener la sensación de que había perdido el control
de su vida y de su trabajo, y se volvió irascible, autoritario, e intransigente
conmigo, que hice todo lo que pude para ayudarle en casa y en el despacho.
Posteriormente, se concentró solo en su trabajo. Acabó su recuperación, y me sacó de allí, tomando de
nuevo las riendas de la notaría. Pasé ya a un segundo plano. Fue algo muy
tangible, y esta posición la mantuvo igualmente en la cama. Por aquellos días,
fue mi reconciliación con Natalia, y no eché de menos sus caricias, pues
recibía muchas más de la mujer que amaba. Por último, su alejamiento fue muy
claro, ya no se escondía ni disimulaba, cuando estaba dos o tres días sin
hablarme, o se iba una semana de viaje sin darme una explicación del motivo, o
de su destino. No hubo reproches por ninguna de las dos partes. Tanto él como
yo, llevábamos la vida que deseábamos.
Recuerdo
perfectamente que fue el día dos de noviembre, festividad de los difuntos.
Llovía en Madrid como nunca. Una tradición de familia, ha sido el ir ese día al
cementerio. Yo me revelé durante años, pero al fallecer mi padre, cedí a llevar
a mi madre hasta su sepultura. Ella limpiaba la placa de mármol, mientras yo
arreglaba el ramo de flores que llevábamos, para poderlo acoplar mejor en el
nicho. Cuando me levanté, Eduardo desayunaba en la cocina. Según me dijo, no
pensaba ir a trabajar, aunque el día era laborable en Madrid. Se me ocurrió,
que nos podría llevar a las dos al cementerio, aunque únicamente nos dejara allí
y se volviera. Coger un taxi en días así es complicado, y siendo que el
guardaba fiesta, podía prestarnos una gran ayuda. Se lo pedí e, increíblemente,
me dijo que si, que encantado. No di crédito a lo que oía, pues siempre me ponía
pegas a eso de llevarme a algún sitio. Otras veces, si no empleaba el coche, lo
que hacía era darme las llaves y se quitaba el problema de encima. Soy de las
personas a las que no le gusta conducir. Conduzco bastante bien, como reconocía
hasta el propio Eduardo, pero no es algo que me apasione y, si puedo, prefiero
ir con chofer. De cualquier modo, esa mañana y aun no entiendo qué había
sucedido en su cabeza, accedió a mi petición.
Sobre
las once, pasamos a recoger a mi madre. Ya bajó con el consabido ramo de
flores, que había comprado, a primera hora, en la floristería del barrio. “En
la puerta del cementerio no se puede comprar nada, está todo al doble de
precio”. Ella, mirando siempre el monedero.
Eduardo,
estuvo muy simpático con mi madre, y de verdad que se lo agradecí, y más en un
día así, en que el recuerdo de mi padre, la ponía especialmente triste y
sensible. Cuando llegamos al cementerio de la Almudena, el cielo parecía que se
nos venía encima. Mi marido, nos dejó justo en la puerta. Una cortina de agua,
impedía en ese momento casi andar, y hasta ver lo que tenías delante. Nuestros
paraguas, eran insuficientes para defendernos de semejante aguacero, pues el
aire arrojaba el agua en oleadas, haciéndolo casi inútil. Desde la rodilla
hasta los pies, estábamos ya empapadas, y a esto se añadían los ríos que
debimos atravesar, hasta llegar a la sepultura de mi padre, y la lucha con el
paraguas cada vez que se daba la vuelta. Como la sepultura está a la altura de
un cuarto piso de nichos, nos obligaba a subir por las escaleras portátiles,
siendo una magnífica ocasión para sufrir una caída. Fui yo la heroína, y
conseguí realizar la operación de colocar el ramo, en poco tiempo y sin tener
percance alguno. De nuevo, otra verdadera carrera de obstáculos, hasta llegar a
la entrada principal.
Mi
sorpresa fue inmensa cuando, entre aquella masa de gente que entraba y salía,
protegidos bajo una nube de coloristas paraguas, oí la voz de Eduardo, que me
llamaba.
-
¡Lorena, Lorena! ¡Venid por aquí! He encontrado un hueco, de esos que no
volveré a localizar en un millón de años. Justo ha salido una señora, con un
todo terreno, cuando pasaba a su lado. No podía desaprovecharlo… Así que os he
esperado. Total no tengo nada que hacer, y me ha dado pena, al pensar en lo
difícil que lo ibais a tener para cazar con un taxi.
Aquel
detalle de mi marido, fue algo inesperado y extraordinario, para los que
últimamente había tenido conmigo. Dejamos a mi madre en su casa, y antes de
entrar en nuestro garaje, me propuso irnos a comer fuera. Decididamente algo le
había sucedido, para tener aquellos comportamientos, que yo ya había olvidado.
-
Vale, me parece bien…Pero ya tenía la comida preparada… Habrá que emplearla
para la cena…- y sonreí a Eduardo que, sin decirme nada, me devolvió la
sonrisa.
De
vuelta en casa, después de comer, Eduardo se sirvió un café de capsula, de los
que era un ferviente usuario, por la facilidad de preparación, y se sentó en el
salón a hojear la prensa.
Me
quité la ropa, que aún guardaba algo de humedad, puse una lavadora, y a eso de
las seis, me dispuse a darme una ducha. Fui hasta el salón, y me encontré que
Eduardo se había quedado dormido, con el diario sobre sus rodillas. Me enterneció
su estampa. Lo vi como hacía tiempo no había reparado en él. Me sentí un poco
culpable por mi doble vida, y aunque, como ya he dicho antes, suponía que él
debía de hacer lo propio, sin poderlo evitar, me acerqué hasta el sofá, y le di
un suave beso en la mejilla. Al sentir mis labios despertó, un poco
sobresaltado, y viéndome junto a él, me preguntó muy extrañado.
-
¿Me has besado, o lo he soñado? ¿Quieres algo…? Me he dormido sin enterarme… ¿Qué
hora es? - Lo noté nervioso, preguntaba una y otra vez, como un modo de salir
de aquel trance. Mi presencia tan cercana le alteraba. Me senté a su lado, y le
contesté.
-
A la primera pregunta, sí, si te he besado… Me ha salido así. Aún eres mi
marido, y hoy me has demostrado que de lo nuestro, puede que quede algún
rescoldo todavía. He venido a decirte que me voy a duchar, por si necesitabas
el baño. Son más de las seis, y llevas casi dos horas aquí, en este sofá, pero
lo que no sé, es desde cuando estás dormido.- Me miraba con una expresión entre
sorprendida y soñolienta. Se acercó más, y me devolvió el beso, pero esta vez,
lo dejó en mis labios.
Lo
que fue en principio algo tranquilo y sin demasiado apasionamiento, terminó
sobre la cama de nuestro dormitorio. Mi bata voló por los aires, y él se desvistió
en segundos, mientras iba besando cada parte de mi cuerpo que encontraba frente
a su boca. Se deslizó sobre mí, y me atrapó la cara entre sus manos. Me besó,
como nunca lo había hecho, devoraba mis labios de un modo salvaje, su lengua
recorría mi boca, llenándola de húmeda pasión. No tardó demasiado en
penetrarme, para iniciar una feroz cabalgada entre mis piernas, y dejando en mi
interior su locura, en forma de una blanca cascada de semen. No paró allí,
salió de mí, para comenzar luego un
festival de caricias con su lengua, sobre mis pechos, cuello, y mi vientre,
para concluir empapando mi clítoris, y haciéndome volar, en un orgasmo infinito
que me dejó sin fuerzas para hablar, y sin fuerzas para poder mover un solo
músculo. Fue el mejor polvo de mi vida. Y digo polvo, aunque suene un poco soez
el término, porque aquello no fue hacer el amor, Eduardo se vació de nuevo,
descargó toda su energía y parte de sus deseos acumulados, en la que aún era su
mujer, pero no sentí en ningún momento el menor sentimiento, algo de aquello
que un día tuvimos y compartimos.
Al
día siguiente, cuando me levante, él ya se había ido. Sobre su almohada había
dejado un posit amarillo, en el que se podía leer: “¿Te gustó? ¿Creo que me
porté como un jabato? Gracias por propiciar un polvo así. A ver si se repite.
Kisses Eduardo”. Tenía que ser un hombre, el que escribiera una nota así. Me
sentí utilizada, casi violada. Yo había puesto todo el cariño que aún sentía
por Eduardo. Me había entregado a él, como su mujer, como su amante esposa.
Joder, no, más bien tendría que decir como su gilipollas esposa, su idiota
esclava, que se ofrece al señor de la casa, su dueño. Aun no entiendo como tuvo
la delicadeza de regalarme aquel orgasmo, tal vez como premio por haber sido
buena…Qué horror… Con aquella nota, Eduardo firmó nuestra sentencia de
divorcio. No hubiera sido capaz de pasar una noche más en su cama, oliendo
aquel sudor que ya no me excitaba, tragando su saliva o limpiándome su semen
sobre mi piel. Lorena estaba allí, esperándome, sin pedir nada, delicada y
suave, una mujer a la que amaba, sin necesidad de preguntarnos si lo habíamos
hecho bien, o si nos gustó.
No
fue fácil nuestra separación. Los abogados tuvieron bastante trabajo, pues no
me dejé tomar el pelo, y la rabia que anidaba en mi alma, la saqué fuera en
forma de exigencias y reclamaciones de todo tipo. Le hice vender la casa, y que
me ingresara el importe de mi parte. Le pedí doscientos mil euros, en concepto
de indemnización, pues le amenacé con que de no pagármelos, iniciaría un nuevo
pleito, por sus múltiples infidelidades. No quiso ni oír hablar de aquel
asunto, y pagó sin rechistar.
Aún
estábamos resolviendo los últimos flecos de aquella ardua negociación, cuando
comencé a encontrarme mal. Perdí el apetito, sentía el estómago vacío, pero aun
así vomitaba con frecuencia. Una tarde, se lo confesé a Natalia.
-
Debo de tener algo malo. Una ulcera, un cáncer o algo así. Me encuentro mal
Natalia, muy mal. Hay mañanas que no me levantaría de la cama. ¿Qué me pasará?
Estoy muy preocupada. De mañana no pasa que voy al médico y que me hagan
pruebas. - y confié en que me ayudara a aclarar aquella terrible duda. Pero mi
postura la dejó perpleja, y en lugar de contestarme, me saeteó con mil
preguntas.
-
Vamos a ver Lorena, esto es muy serio, mira bien lo que te voy a decir y piensa
antes de contestarme. ¿Las náuseas son por la mañana?¿ Cuándo te dan a otra
hora, has notado si te las producen algún determinado olor, o una determinado comida?¿Cuándo
has tenido la última regla? Dime, venga.- y esperó mis respuestas, mirándome
directamente a los ojos.
-
Si, así es. Me pasa por la mañana sobre todo, me da asco, el olor de la lejía,
el de la carne cruda en la nevera, y las naranjas. No te rías, pero es verdad,
y aún hay alguna cosa más…- No entendía sus preguntas, pero le confesé la
verdad. - Ah, y ya hace tres meses que no tengo la regla, se me retiró por
culpa de todo el estrés de la separación. Han sido muchos malos ratos, noches
sin dormir y nervios destrozados. Mi sicóloga me ha dicho que esto es
suficiente para que se me retiré, temporalmente, la regla. - fue entonces
cuando, dudando y no sin cierto miedo, me soltó la bomba.
-
Lorena, cariño…, vienes ahora con éstas… Me temo que no tienes ningún cáncer,
ni nada malo en tu estómago, que no desaparezca en unos pocos meses. Tú lo que
estás es embarazada. - y guardó silencio,
muy atenta a mi reacción.
-
¡Embarazada…! Pero estás loca, como no sea del Espíritu Santo… Si con Eduardo
no tenemos ni un roce desde hace muchos meses… Además, eso una mujer lo sabe,
hay un sexto sentido que te lo dice… ¡ No puedo estar embarazada, joder! No me
tomes el pelo, y deja de decir idioteces. No me hacen gracia esas bromas
Natalia, te he hablado muy en serio, estoy preocupada, de verdad.- ahí saltó de
nuevo.
-
Y qué crees que te he contado… ¿Una broma? Menuda broma tienes tú encima. Haz
memoria preciosa, haz memoria, y piensa cuando has estado, por última vez, con
un tío, se llame Eduardo o Pepito. Tú estás preñada, así con todas las letras,
y por lo menos de tres meses, y eso no es ninguna enfermedad…No te asustes
cariño, me tienes aquí, para apoyarte en todo lo que decidas. Pide hora con tu
ginecólogo, y después de lo que te diga, planificas tu vida. Vamos,
planificamos, porque espero que cuentes conmigo en esas decisiones. Sabes que te quiero, y que a mi lado no te
puede suceder nada malo, gatita. - me abrazó, y en ese instante rompí a llorar desconsoladamente. Seguía sin
entendí nada. Pero en ese instante
recordé.
-
Ya lo sé. Ya lo sé… Fue el día de los difuntos, la noche del dos de noviembre…
Lo hice con Eduardo. Claro…, como lo había olvidado. Aún no me explico cómo
llegamos a terminar en la cama. Fue como una despedida, sentí algo extraño, que
me hizo dejarle hacer, y disfruté con ello, al menos durante esas horas, pues
por la mañana, Eduardo, me dejó una nota que fue su ruina, su confesión
inconsciente de lo que yo suponía para él, y el final de nuestra relación. Como
pude ser tan imbécil… Lo hicimos a pelo, y yo llevaba ya seis meses sin tomar
la píldora. Que ciega estaba, por favor…- me sujeté el vientre con las dos
manos - Un hijo, joder…Un hijo suyo. Voy a ser madre, Dios mio…Yo no puedo ser
madre, no sé. No podré sacar adelante a esa criatura. Será mi condena de por
vida, pues cada vez que lo miré veré a Eduardo y volverán los recuerdos amargos
de estos últimos meses. Yo no quiero este hijo,
joder. - y volví a llorar, mientras me dejaba caer en el sillón.
-
Esa es una decisión demasiado importante Lorena, como para tomarla tan a la
ligera. No puedes decidir ahora mismo, que no quieres al hijo que ya llevas
dentro de ti. No vas a estar sola, tanto si decides desprenderte de él, como si
te propones tenerlo. No será el hijo de Eduardo, si tú no lo quieres, pues no
tiene por qué saberlo, pero puede ser nuestro hijo, el de las dos. Desde ahora
mismo, asumo la responsabilidad que me corresponda para sacarlo adelante, con
tu ayuda. - se sentó a mi lado y me abrazó...
Dos
días después, me acompañó al ginecólogo. Se confirmó su diagnóstico y por tanto
mi embarazo. Efectivamente estaba de doce semanas y pico, y todo iba con
normalidad. Desde ese momento, seguiríamos juntas pásese lo que pásese, y así
me lo prometió
Aquel día, antes de levantarnos, me se senté
en la cama, y apretando su mano, le puso al corriente de mi definitiva
decisión. Quería tener ese hijo, de hecho, le confesé el extraño sueño que
había tenido. Fue algo impactante. En el sueño, hablé con mi hijo, mientras
estaba todavía dentro de mi vientre. Hablamos sobre la vida y la muerte, su
muerte, en caso de que decidiera abortarlo. Aquel feto no quería morir, sin
haber llegado a nacer, se aferraba a la vida con todas sus fuerzas. Me habló de
sus ilusiones, de la paz que le trasmitía, cada vez que meditaba o me relajaba
con los ejercicios de yoga, que practicaba con Natalia. Estaba cumpliendo con
su deber, de desarrollarse y crecer, y esperaba que yo cumpliera con el mío,
dejando que pudiera seguir haciéndolo. Lo más fuerte de todo fue, que me dijo
el nombre que quería que le pusiera, cuando ya la tuviera en mis brazos. Me
contó que era una niña, que sería morena, como yo, y que si la dejaba vivir,
prometía ser una buena hija, y me devolvería todo el cariño, que ahora esperaba
recibir de mí.
-
Me ha dicho, que quiere llamarse Irene, porque ese nombre significa paz, y eso
es lo que ahora siente dentro de mi.- Me dejé caer sobre ella y no pude
aguantar las lágrimas - Voy a tenerla Natalia. Mi hija quiere que sea su madre,
y lo más importante, quiere vivir, y yo no soy nadie para impedírselo. Nació de
una noche de pasión, tal vez sin amor, pero yo le daré todo el que no fue capaz
de darme su padre, en el momento de gestarla. Si tú estás a mi lado, tendré
fuerzas para sacarla adelante, y formaremos esa familia con la que siempre he soñado.
Sin ti, estoy segura de que sería muy difícil, tomar esta decisión, y te doy
las gracias, por apoyarme en algo tan maravilloso como dar la vida a mi hija. -
Nos besamos una y mil veces, entre lágrimas y risas, entre caricias y abrazos.
Irene seguro que reía también con nosotras, desde la oscuridad de su perfecto
habitáculo,
Mi
maternidad la vivimos, día a día, con toda intensidad. Mi cuerpo fue sufriendo
un sinfín de cambios y con cada uno de ellos, me encontró más guapa. La cara se
me redondeó ligeramente, mis pechos aumentaron de un modo exagerado, y disfruté
dejándome besar aquellos oscuros y enormes pezones, mi vientre se fue
dilatando, y todas las noches Natalia me extendía aceite de almendras para
evitar las temidas grietas, y dar mayor elasticidad a la piel. Una de las cosas
que más me llamó la atención, es que me sentía más excitada sexualmente que
nunca, y a cualquier hora necesitaba de sus caricias, abrazos y besos. Me
volvió una adicta al cariño y me lo dio cada vez que se lo pedí o quise dárselo.
A
partir del quinto mes, comencé a estar más torpe, y decidimos que necesitaba a
alguien en casa para que hiciera las tareas más pesadas. Poco a poco, fui
ganado peso, y en esa etapa del embarazo, llegué a pesar hasta siete kilos más. Me encantaba verme
gordita, porque Lorena me decía que estaba mucho más sexy, cuando me cogía
entre sus brazos en la cama. Mi piel se había vuelto un poco más morena, yo
nunca me había sentido tan guapa. Cuando salía a la calle, me encantaba que me
miraran, e iba muy orgullosa con mi enorme tripa. Las relaciones sexuales,
continuaron siendo un tema muy importante en nuestra pareja. No estaba ya tan ágil,
así que mi postura paso a ser pasiva, dejando que ella hiciera conmigo, todas
aquellas cosas que me llevaban a gemir y gritar con cada orgasmo. Por otra
parte, mi lengua hacia maravillas en su clítoris, consiguiendo que nuestras
noches fueran un festival de sensaciones maravillosas, que nos unían cada día
más.
En
nuestra última visita al médico, me realizaron una ecografía en tres
dimensiones. Había preferido no hacérmela antes, pues no quería perder la
ilusión de que mi sueño cumpliera, y tenía miedo de estar gestando un varón.
Cuando nos la entregaron, le pedí que la mirara Natalia primero, y me leyera el
informe. No me dijo nada, simplemente me abrazó, y me susurró al oído.
-
¿Quieres ver lo guapa que es tu hija? - se le humedecieron los ojos, al sentir
la inmensa emoción de ver a nuestra Irene. Me tendió la imagen. Con las manos
temblorosas, cogí la ecografía y sin decir nada, me tapé la boca, para contener
un grito de alegría. Luego la miré otra vez y le dije.
-
Es preciosa Natalia, preciosa… Mira que naricilla tiene, y parece que se está
riendo. ¡Ay, hija mía, las ganas tengo
de comerte a besos!- ahora, fue ella la que no pudo evitar las lágrimas de la
alegría.
Reconozco
que, en el noveno mes, mi aspecto era tremendo. El vientre había descendido, y
su volumen aumentado hasta proporciones increíbles. Nunca había acariciado la
piel tirante de una embarazada, y aunque en un principio me daba cierto reparo
esa sensación, ahora disfrutaba sintiendo los movimientos de mi hija y como, a
veces, podía ver la marca de sus manos o sus pies, en forma de bultitos sobre
mi vientre. Otras, durante el día, gritaba a Natalia, para que viniera a poner
la mano sobre mi estómago, porque la niña se movía o daba patadas, y a ella le
encantaba sentirla.
-
Imposible que esta hija nuestra, no tenga cualidades para jugar al fútbol. Da
unas patadas tremendas. Seguro que será del Real Madrid.- y reíamos juntas
todos aquellos acontecimientos.
Por
fin, una tarde, me puse de parto. Teníamos todo preparado para salir hacia la
clínica y, Natalia, llevaba ya dos semanas de vacaciones, para poder estar
conmigo en espera de ese momento. Rompí aguas en el rellano de la escalera, y
fue el único momento en que reconozco que perdimos los nervios. Por lo demás,
todo fue maravilloso, me pusieron la anestesia epidural, y en tres horas de contracciones,
y sin ninguna complicación, nuestra Irene vino al mundo. Cuando me la colocaron
sobre el pecho, todavía unida a mí por el cordón umbilical, cogí la mano de
Natalia, y le pedí que me besara. Con un suave beso en los labios me dijo.
-
Gracias, mi vida. Te has portado como yo sabía que lo harías. Mira a tu hija,
que bonita es. Morenita y con mucho pelo, como tú la habías soñado.
Mi
madre estuvo también con nosotras, y he de agradecerle que cuando le dije que quería
que fuera Natalia la que pasara conmigo al paritorio, lo entendiera y no
pusiera ninguna pega. Mis hermanos llegaron por la tarde, cuando yo ya estaba
otra vez guapa, en mi cama de la habitación y con la niña en el nido. A todos
les hizo ilusión conocer al nuevo miembro de la familia. Aquella noche, cuando
me quedé sola, me dio por llorar. Lloré, por la tensión a la que había estado
sometida durante las últimas horas, y lloré al acordarme de mi padre, que se
fue antes de poder conocer a mi hija. Estoy segura de que le habría hecho mucha
ilusión tenerla en sus brazos, como me tenía a mí cuando era pequeña. Aunque al
final no supo demostrármelo, yo sé que me quería.
En
una conversación con mi madre, aún en la clínica, le pedí que guardara el
secreto de la paternidad de mi hija. Sabía que con Eduardo se llevaban bastante
bien, y era posible que se encontraran, o que le llamara, para ponerle al
corriente de que había tenido una hija. De hecho, y aunque le pareció una
traición por mi parte, le dije que el padre era un chaval que había conocido en
Ibiza, durante un fin de semana, y con el que me había enrollado durante los
tres días que estuve allí. Lo había conocido en el avión y así empezó todo.
Solo le dije que se llamaba Marc, y que era belga. A imaginar no me gana nadie.
De ese modo, creo que evité que a mi madre se le fuera la lengua con mi exmarido.
Con
respecto a mi relación con Natalia, mi madre nunca la entendió, aunque como
sabía que no tenía nada que hacer para cambiarla, se adaptó como pudo y supo a
ella. Siempre trato con educación y correctamente a Natalia, aunque no llegó a
tener la confianza que yo hubiera querido. En ocasiones, venía a casa, mientras
la niña fue pequeña, para quedarse un rato con ella, mientras yo salía un rato
a hacer alguna gestión, e incluso a dar una vuelta por la oficina, para algún
asunto por el que me había llamado el jefe. Me gustaba que se contara conmigo.
Jamás
me he sentido más orgullosa, que paseando juntas con la niña en su cochecito.
Nos turnábamos para llevarlo y, a veces, como dos crías, discutíamos por
llevarlo más tiempo.
En
algunas cosas, Natalia discrepaba conmigo. Yo me propuse dar de mamar a la
niña, todo el tiempo que pudiera, pero ella me decía que no, que me iba a
estropear mucho los pechos, y era una de las cosas que más le gustaban de mí.
Pienso que fueron los celos, lo que la llevo a pensar así. Nunca quería estar
delante cuando daba de mamar a Irene, y prefería marcharse a hacer otras cosas.
A veces se le escapaban frases como:” mira la condenada como chupa” “ésta me ha
quitado el puesto” o “ya no me dejas jugar con ellos como antes” y cosas así.
Por
ella hice mil sacrificios, me apunté a un gimnasio, seguí una dieta estricta, y
dos veces por semana fui a un instituto de belleza, para recibir masajes que
reafirmaran mi distendido cuerpo. Natalia se merecía eso y mucho más.
Reconozco, que la llegada de la niña le robó protagonismo, y pasó una época muy
mala. Sabía que le gustaba físicamente, pero no hasta ese punto. Muchas noches,
cuando me tenía que despertar para dar el pecho a Irene, se despertaba ella
también, y esperaba a que terminara, para comenzar a abrazarme, y a besarme hasta llevarme al éxtasis.
Llegamos, en ocasiones, a despertar a la niña y eso que tenía un sueño muy
profundo, y no nos dio ni una sola mala noche.
Tres
meses después de dar a luz, había recuperado totalmente mi figura, y aún es
más, estaba mucho mejor que antes, ya que el embarazo me había dado dos tallas
más de sujetador y algo más de culo, del que casi carecía antes. Todo esto, me
lo recordaba Natalia, cada noche, cuando me veía desnuda, ya que continuábamos con
aquella costumbre, que adquirimos en las mini vacaciones en Sant Pol de Mar, de
acostarnos sin nada de ropa.
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Ricardo Rodrigo Lera - Derechos Reservados
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Me ha gustado mucho esta historia, escribes muy bien y es muy agradable la lectura. Espero con ansias el siguiente. Saludos
ResponderEliminarMe tiene atrapada ésta historia. Gracias porque los capítulos son largos, de verdad. Gracias.
ResponderEliminarMe gusta la historia, la trama y los personajes y ahora empezaré el siguiente capitulo. Ahora solo tengo una duda, aveces confundes los personajes de Natalia por Lorena? Es que la que narra es Lorena y aveces esta en vez de mencionar a Natalia se meciona a si misma. Sacame de dudas por favor, gracias y gelicitaciones por tu obra!
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