Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Piel - Ricardo Rodrigo Lera - 3



                                                                                                           Otra vida

                                    
                            A lo largo de los años, cada etapa me ha marcado a fuego el alma. Pero sé que no podemos renegar de nada de lo que nos sucede, pues de un modo u otro, bien por acción u omisión,  somos los únicos culpables y responsables de todo.
                            Eduardo, pasó por varias etapas en nuestra relación. Desde aquella maravillosa del principio, en que era el hombre perfecto, detallista, entregado y buen amante, a otra en la que el accidente, le hizo tener la sensación de que había perdido el control de su vida y de su trabajo, y se volvió irascible, autoritario, e intransigente conmigo, que hice todo lo que pude para ayudarle en casa y en el despacho. Posteriormente, se concentró solo en su trabajo. Acabó su  recuperación, y me sacó de allí, tomando de nuevo las riendas de la notaría. Pasé ya a un segundo plano. Fue algo muy tangible, y esta posición la mantuvo igualmente en la cama. Por aquellos días, fue mi reconciliación con Natalia, y no eché de menos sus caricias, pues recibía muchas más de la mujer que amaba. Por último, su alejamiento fue muy claro, ya no se escondía ni disimulaba, cuando estaba dos o tres días sin hablarme, o se iba una semana de viaje sin darme una explicación del motivo, o de su destino. No hubo reproches por ninguna de las dos partes. Tanto él como yo, llevábamos la vida que deseábamos.
                            Recuerdo perfectamente que fue el día dos de noviembre, festividad de los difuntos. Llovía en Madrid como nunca. Una tradición de familia, ha sido el ir ese día al cementerio. Yo me revelé durante años, pero al fallecer mi padre, cedí a llevar a mi madre hasta su sepultura. Ella limpiaba la placa de mármol, mientras yo arreglaba el ramo de flores que llevábamos, para poderlo acoplar mejor en el nicho. Cuando me levanté, Eduardo desayunaba en la cocina. Según me dijo, no pensaba ir a trabajar, aunque el día era laborable en Madrid. Se me ocurrió, que nos podría llevar a las dos al cementerio, aunque únicamente nos dejara allí y se volviera. Coger un taxi en días así es complicado, y siendo que el guardaba fiesta, podía prestarnos una gran ayuda. Se lo pedí e, increíblemente, me dijo que si, que encantado. No di crédito a lo que oía, pues siempre me ponía pegas a eso de llevarme a algún sitio. Otras veces, si no empleaba el coche, lo que hacía era darme las llaves y se quitaba el problema de encima. Soy de las personas a las que no le gusta conducir. Conduzco bastante bien, como reconocía hasta el propio Eduardo, pero no es algo que me apasione y, si puedo, prefiero ir con chofer. De cualquier modo, esa mañana y aun no entiendo qué había sucedido en su cabeza, accedió a mi petición.
                            Sobre las once, pasamos a recoger a mi madre. Ya bajó con el consabido ramo de flores, que había comprado, a primera hora, en la floristería del barrio. “En la puerta del cementerio no se puede comprar nada, está todo al doble de precio”. Ella, mirando siempre el monedero.
                            Eduardo, estuvo muy simpático con mi madre, y de verdad que se lo agradecí, y más en un día así, en que el recuerdo de mi padre, la ponía especialmente triste y sensible. Cuando llegamos al cementerio de la Almudena, el cielo parecía que se nos venía encima. Mi marido, nos dejó justo en la puerta. Una cortina de agua, impedía en ese momento casi andar, y hasta ver lo que tenías delante. Nuestros paraguas, eran insuficientes para defendernos de semejante aguacero, pues el aire arrojaba el agua en oleadas, haciéndolo casi inútil. Desde la rodilla hasta los pies, estábamos ya empapadas, y a esto se añadían los ríos que debimos atravesar, hasta llegar a la sepultura de mi padre, y la lucha con el paraguas cada vez que se daba la vuelta. Como la sepultura está a la altura de un cuarto piso de nichos, nos obligaba a subir por las escaleras portátiles, siendo una magnífica ocasión para sufrir una caída. Fui yo la heroína, y conseguí realizar la operación de colocar el ramo, en poco tiempo y sin tener percance alguno. De nuevo, otra verdadera carrera de obstáculos, hasta llegar a la entrada principal.
                            Mi sorpresa fue inmensa cuando, entre aquella masa de gente que entraba y salía, protegidos bajo una nube de coloristas paraguas, oí la voz de Eduardo, que me llamaba.
                                   - ¡Lorena, Lorena! ¡Venid por aquí! He encontrado un hueco, de esos que no volveré a localizar en un millón de años. Justo ha salido una señora, con un todo terreno, cuando pasaba a su lado. No podía desaprovecharlo… Así que os he esperado. Total no tengo nada que hacer, y me ha dado pena, al pensar en lo difícil que lo ibais a tener para cazar con un taxi.
                            Aquel detalle de mi marido, fue algo inesperado y extraordinario, para los que últimamente había tenido conmigo. Dejamos a mi madre en su casa, y antes de entrar en nuestro garaje, me propuso irnos a comer fuera. Decididamente algo le había sucedido, para tener aquellos comportamientos, que yo ya había olvidado.
                                   - Vale, me parece bien…Pero ya tenía la comida preparada… Habrá que emplearla para la cena…- y sonreí a Eduardo que, sin decirme nada, me devolvió la sonrisa.
                            De vuelta en casa, después de comer, Eduardo se sirvió un café de capsula, de los que era un ferviente usuario, por la facilidad de preparación, y se sentó en el salón a hojear la prensa.
                            Me quité la ropa, que aún guardaba algo de humedad, puse una lavadora, y a eso de las seis, me dispuse a darme una ducha. Fui hasta el salón, y me encontré que Eduardo se había quedado dormido, con el diario sobre sus rodillas. Me enterneció su estampa. Lo vi como hacía tiempo no había reparado en él. Me sentí un poco culpable por mi doble vida, y aunque, como ya he dicho antes, suponía que él debía de hacer lo propio, sin poderlo evitar, me acerqué hasta el sofá, y le di un suave beso en la mejilla. Al sentir mis labios despertó, un poco sobresaltado, y viéndome junto a él, me preguntó muy extrañado.
                                   - ¿Me has besado, o lo he soñado? ¿Quieres algo…? Me he dormido sin enterarme… ¿Qué hora es? - Lo noté nervioso, preguntaba una y otra vez, como un modo de salir de aquel trance. Mi presencia tan cercana le alteraba. Me senté a su lado, y le contesté.
                                   - A la primera pregunta, sí, si te he besado… Me ha salido así. Aún eres mi marido, y hoy me has demostrado que de lo nuestro, puede que quede algún rescoldo todavía. He venido a decirte que me voy a duchar, por si necesitabas el baño. Son más de las seis, y llevas casi dos horas aquí, en este sofá, pero lo que no sé, es desde cuando estás dormido.- Me miraba con una expresión entre sorprendida y soñolienta. Se acercó más, y me devolvió el beso, pero esta vez, lo dejó en mis labios.
                            Lo que fue en principio algo tranquilo y sin demasiado apasionamiento, terminó sobre la cama de nuestro dormitorio. Mi bata voló por los aires, y él se desvistió en segundos, mientras iba besando cada parte de mi cuerpo que encontraba frente a su boca. Se deslizó sobre mí, y me atrapó la cara entre sus manos. Me besó, como nunca lo había hecho, devoraba mis labios de un modo salvaje, su lengua recorría mi boca, llenándola de húmeda pasión. No tardó demasiado en penetrarme, para iniciar una feroz cabalgada entre mis piernas, y dejando en mi interior su locura, en forma de una blanca cascada de semen. No paró allí, salió de  mí, para comenzar luego un festival de caricias con su lengua, sobre mis pechos, cuello, y mi vientre, para concluir empapando mi clítoris, y haciéndome volar, en un orgasmo infinito que me dejó sin fuerzas para hablar, y sin fuerzas para poder mover un solo músculo. Fue el mejor polvo de mi vida. Y digo polvo, aunque suene un poco soez el término, porque aquello no fue hacer el amor, Eduardo se vació de nuevo, descargó toda su energía y parte de sus deseos acumulados, en la que aún era su mujer, pero no sentí en ningún momento el menor sentimiento, algo de aquello que un día tuvimos y compartimos. 
                            Al día siguiente, cuando me levante, él ya se había ido. Sobre su almohada había dejado un posit amarillo, en el que se podía leer: “¿Te gustó? ¿Creo que me porté como un jabato? Gracias por propiciar un polvo así. A ver si se repite. Kisses Eduardo”. Tenía que ser un hombre, el que escribiera una nota así. Me sentí utilizada, casi violada. Yo había puesto todo el cariño que aún sentía por Eduardo. Me había entregado a él, como su mujer, como su amante esposa. Joder, no, más bien tendría que decir como su gilipollas esposa, su idiota esclava, que se ofrece al señor de la casa, su dueño. Aun no entiendo como tuvo la delicadeza de regalarme aquel orgasmo, tal vez como premio por haber sido buena…Qué horror… Con aquella nota, Eduardo firmó nuestra sentencia de divorcio. No hubiera sido capaz de pasar una noche más en su cama, oliendo aquel sudor que ya no me excitaba, tragando su saliva o limpiándome su semen sobre mi piel. Lorena estaba allí, esperándome, sin pedir nada, delicada y suave, una mujer a la que amaba, sin necesidad de preguntarnos si lo habíamos hecho bien, o si nos gustó.
                            No fue fácil nuestra separación. Los abogados tuvieron bastante trabajo, pues no me dejé tomar el pelo, y la rabia que anidaba en mi alma, la saqué fuera en forma de exigencias y reclamaciones de todo tipo. Le hice vender la casa, y que me ingresara el importe de mi parte. Le pedí doscientos mil euros, en concepto de indemnización, pues le amenacé con que de no pagármelos, iniciaría un nuevo pleito, por sus múltiples infidelidades. No quiso ni oír hablar de aquel asunto, y pagó sin rechistar.
                            Aún estábamos resolviendo los últimos flecos de aquella ardua negociación, cuando comencé a encontrarme mal. Perdí el apetito, sentía el estómago vacío, pero aun así vomitaba con frecuencia. Una tarde, se lo confesé a Natalia.
                                   - Debo de tener algo malo. Una ulcera, un cáncer o algo así. Me encuentro mal Natalia, muy mal. Hay mañanas que no me levantaría de la cama. ¿Qué me pasará? Estoy muy preocupada. De mañana no pasa que voy al médico y que me hagan pruebas. - y confié en que me ayudara a aclarar aquella terrible duda. Pero mi postura la dejó perpleja, y en lugar de contestarme, me saeteó con mil preguntas.
                                   - Vamos a ver Lorena, esto es muy serio, mira bien lo que te voy a decir y piensa antes de contestarme. ¿Las náuseas son por la mañana?¿ Cuándo te dan a otra hora, has notado si te las producen algún determinado olor, o una determinado comida?¿Cuándo has tenido la última regla? Dime, venga.- y esperó mis respuestas, mirándome directamente a los ojos.
                                   - Si, así es. Me pasa por la mañana sobre todo, me da asco, el olor de la lejía, el de la carne cruda en la nevera, y las naranjas. No te rías, pero es verdad, y aún hay alguna cosa más…- No entendía sus preguntas, pero le confesé la verdad. - Ah, y ya hace tres meses que no tengo la regla, se me retiró por culpa de todo el estrés de la separación. Han sido muchos malos ratos, noches sin dormir y nervios destrozados. Mi sicóloga me ha dicho que esto es suficiente para que se me retiré, temporalmente, la regla. - fue entonces cuando, dudando y no sin cierto miedo, me soltó la bomba.
                                   - Lorena, cariño…, vienes ahora con éstas… Me temo que no tienes ningún cáncer, ni nada malo en tu estómago, que no desaparezca en unos pocos meses. Tú lo que estás es embarazada. - y guardó silencio,  muy atenta a mi reacción.
                                   - ¡Embarazada…! Pero estás loca, como no sea del Espíritu Santo… Si con Eduardo no tenemos ni un roce desde hace muchos meses… Además, eso una mujer lo sabe, hay un sexto sentido que te lo dice… ¡ No puedo estar embarazada, joder! No me tomes el pelo, y deja de decir idioteces. No me hacen gracia esas bromas Natalia, te he hablado muy en serio, estoy preocupada, de verdad.- ahí saltó de nuevo.
                                   - Y qué crees que te he contado… ¿Una broma? Menuda broma tienes tú encima. Haz memoria preciosa, haz memoria, y piensa cuando has estado, por última vez, con un tío, se llame Eduardo o Pepito. Tú estás preñada, así con todas las letras, y por lo menos de tres meses, y eso no es ninguna enfermedad…No te asustes cariño, me tienes aquí, para apoyarte en todo lo que decidas. Pide hora con tu ginecólogo, y después de lo que te diga, planificas tu vida. Vamos, planificamos, porque espero que cuentes conmigo en esas decisiones.  Sabes que te quiero, y que a mi lado no te puede suceder nada malo, gatita. - me abrazó, y en ese instante  rompí a llorar desconsoladamente. Seguía sin entendí nada. Pero  en ese instante recordé.          
                                   - Ya lo sé. Ya lo sé… Fue el día de los difuntos, la noche del dos de noviembre… Lo hice con Eduardo. Claro…, como lo había olvidado. Aún no me explico cómo llegamos a terminar en la cama. Fue como una despedida, sentí algo extraño, que me hizo dejarle hacer, y disfruté con ello, al menos durante esas horas, pues por la mañana, Eduardo, me dejó una nota que fue su ruina, su confesión inconsciente de lo que yo suponía para él, y el final de nuestra relación. Como pude ser tan imbécil… Lo hicimos a pelo, y yo llevaba ya seis meses sin tomar la píldora. Que ciega estaba, por favor…- me sujeté el vientre con las dos manos - Un hijo, joder…Un hijo suyo. Voy a ser madre, Dios mio…Yo no puedo ser madre, no sé. No podré sacar adelante a esa criatura. Será mi condena de por vida, pues cada vez que lo miré veré a Eduardo y volverán los recuerdos amargos de estos últimos meses. Yo no quiero este hijo,  joder. - y volví a llorar, mientras me dejaba caer en el sillón.
                                   - Esa es una decisión demasiado importante Lorena, como para tomarla tan a la ligera. No puedes decidir ahora mismo, que no quieres al hijo que ya llevas dentro de ti. No vas a estar sola, tanto si decides desprenderte de él, como si te propones tenerlo. No será el hijo de Eduardo, si tú no lo quieres, pues no tiene por qué saberlo, pero puede ser nuestro hijo, el de las dos. Desde ahora mismo, asumo la responsabilidad que me corresponda para sacarlo adelante, con tu ayuda. - se sentó a mi lado y me abrazó...
                            Dos días después, me acompañó al ginecólogo. Se confirmó su diagnóstico y por tanto mi embarazo. Efectivamente estaba de doce semanas y pico, y todo iba con normalidad. Desde ese momento, seguiríamos juntas pásese lo que pásese, y así me lo prometió
                             Aquel día, antes de levantarnos, me se senté en la cama, y apretando su mano, le puso al corriente de mi definitiva decisión. Quería tener ese hijo, de hecho, le confesé el extraño sueño que había tenido. Fue algo impactante. En el sueño, hablé con mi hijo, mientras estaba todavía dentro de mi vientre. Hablamos sobre la vida y la muerte, su muerte, en caso de que decidiera abortarlo. Aquel feto no quería morir, sin haber llegado a nacer, se aferraba a la vida con todas sus fuerzas. Me habló de sus ilusiones, de la paz que le trasmitía, cada vez que meditaba o me relajaba con los ejercicios de yoga, que practicaba con Natalia. Estaba cumpliendo con su deber, de desarrollarse y crecer, y esperaba que yo cumpliera con el mío, dejando que pudiera seguir haciéndolo. Lo más fuerte de todo fue, que me dijo el nombre que quería que le pusiera, cuando ya la tuviera en mis brazos. Me contó que era una niña, que sería morena, como yo, y que si la dejaba vivir, prometía ser una buena hija, y me devolvería todo el cariño, que ahora esperaba recibir de mí.
                                   - Me ha dicho, que quiere llamarse Irene, porque ese nombre significa paz, y eso es lo que ahora siente dentro de mi.- Me dejé caer sobre ella y no pude aguantar las lágrimas - Voy a tenerla Natalia. Mi hija quiere que sea su madre, y lo más importante, quiere vivir, y yo no soy nadie para impedírselo. Nació de una noche de pasión, tal vez sin amor, pero yo le daré todo el que no fue capaz de darme su padre, en el momento de gestarla. Si tú estás a mi lado, tendré fuerzas para sacarla adelante, y formaremos esa familia con la que siempre he soñado. Sin ti, estoy segura de que sería muy difícil, tomar esta decisión, y te doy las gracias, por apoyarme en algo tan maravilloso como dar la vida a mi hija. - Nos besamos una y mil veces, entre lágrimas y risas, entre caricias y abrazos. Irene seguro que reía también con nosotras, desde la oscuridad de su perfecto habitáculo,
                            Mi maternidad la vivimos, día a día, con toda intensidad. Mi cuerpo fue sufriendo un sinfín de cambios y con cada uno de ellos, me encontró más guapa. La cara se me redondeó ligeramente, mis pechos aumentaron de un modo exagerado, y disfruté dejándome besar aquellos oscuros y enormes pezones, mi vientre se fue dilatando, y todas las noches Natalia me extendía aceite de almendras para evitar las temidas grietas, y dar mayor elasticidad a la piel. Una de las cosas que más me llamó la atención, es que me sentía más excitada sexualmente que nunca, y a cualquier hora necesitaba de sus caricias, abrazos y besos. Me volvió una adicta al cariño y me lo dio cada vez que se lo pedí o quise dárselo.
                            A partir del quinto mes, comencé a estar más torpe, y decidimos que necesitaba a alguien en casa para que hiciera las tareas más pesadas. Poco a poco, fui ganado peso, y en esa etapa del embarazo, llegué a pesar  hasta siete kilos más. Me encantaba verme gordita, porque Lorena me decía que estaba mucho más sexy, cuando me cogía entre sus brazos en la cama. Mi piel se había vuelto un poco más morena, yo nunca me había sentido tan guapa. Cuando salía a la calle, me encantaba que me miraran, e iba muy orgullosa con mi enorme tripa. Las relaciones sexuales, continuaron siendo un tema muy importante en nuestra pareja. No estaba ya tan ágil, así que mi postura paso a ser pasiva, dejando que ella hiciera conmigo, todas aquellas cosas que me llevaban a gemir y gritar con cada orgasmo. Por otra parte, mi lengua hacia maravillas en su clítoris, consiguiendo que nuestras noches fueran un festival de sensaciones maravillosas, que nos unían cada día más.
                            En nuestra última visita al médico, me realizaron una ecografía en tres dimensiones. Había preferido no hacérmela antes, pues no quería perder la ilusión de que mi sueño cumpliera, y tenía miedo de estar gestando un varón. Cuando nos la entregaron, le pedí que la mirara Natalia primero, y me leyera el informe. No me dijo nada, simplemente me abrazó, y me susurró al oído.
                                   - ¿Quieres ver lo guapa que es tu hija? - se le humedecieron los ojos, al sentir la inmensa emoción de ver a nuestra Irene. Me tendió la imagen. Con las manos temblorosas, cogí la ecografía y sin decir nada, me tapé la boca, para contener un grito de alegría. Luego la miré otra vez y le  dije.
                                   - Es preciosa Natalia, preciosa… Mira que naricilla tiene, y parece que se está riendo. ¡Ay,  hija mía, las ganas tengo de comerte a besos!- ahora, fue ella la que no pudo evitar las lágrimas de la alegría.
                            Reconozco que, en el noveno mes, mi aspecto era tremendo. El vientre había descendido, y su volumen aumentado hasta proporciones increíbles. Nunca había acariciado la piel tirante de una embarazada, y aunque en un principio me daba cierto reparo esa sensación, ahora disfrutaba sintiendo los movimientos de mi hija y como, a veces, podía ver la marca de sus manos o sus pies, en forma de bultitos sobre mi vientre. Otras, durante el día, gritaba a Natalia, para que viniera a poner la mano sobre mi estómago, porque la niña se movía o daba patadas, y a ella le encantaba sentirla.
                                   - Imposible que esta hija nuestra, no tenga cualidades para jugar al fútbol. Da unas patadas tremendas. Seguro que será del Real Madrid.- y reíamos juntas todos aquellos acontecimientos.
                            Por fin, una tarde, me puse de parto. Teníamos todo preparado para salir hacia la clínica y, Natalia, llevaba ya dos semanas de vacaciones, para poder estar conmigo en espera de ese momento. Rompí aguas en el rellano de la escalera, y fue el único momento en que reconozco que perdimos los nervios. Por lo demás, todo fue maravilloso, me pusieron la anestesia epidural, y en tres horas de contracciones, y sin ninguna complicación, nuestra Irene vino al mundo. Cuando me la colocaron sobre el pecho, todavía unida a mí por el cordón umbilical, cogí la mano de Natalia, y le pedí que me besara. Con un suave beso en los labios me dijo.
                                   - Gracias, mi vida. Te has portado como yo sabía que lo harías. Mira a tu hija, que bonita es. Morenita y con mucho pelo, como tú la habías soñado.
                            Mi madre estuvo también con nosotras, y he de agradecerle que cuando le dije que quería que fuera Natalia la que pasara conmigo al paritorio, lo entendiera y no pusiera ninguna pega. Mis hermanos llegaron por la tarde, cuando yo ya estaba otra vez guapa, en mi cama de la habitación y con la niña en el nido. A todos les hizo ilusión conocer al nuevo miembro de la familia. Aquella noche, cuando me quedé sola, me dio por llorar. Lloré, por la tensión a la que había estado sometida durante las últimas horas, y lloré al acordarme de mi padre, que se fue antes de poder conocer a mi hija. Estoy segura de que le habría hecho mucha ilusión tenerla en sus brazos, como me tenía a mí cuando era pequeña. Aunque al final no supo demostrármelo, yo sé que me quería.
                            En una conversación con mi madre, aún en la clínica, le pedí que guardara el secreto de la paternidad de mi hija. Sabía que con Eduardo se llevaban bastante bien, y era posible que se encontraran, o que le llamara, para ponerle al corriente de que había tenido una hija. De hecho, y aunque le pareció una traición por mi parte, le dije que el padre era un chaval que había conocido en Ibiza, durante un fin de semana, y con el que me había enrollado durante los tres días que estuve allí. Lo había conocido en el avión y así empezó todo. Solo le dije que se llamaba Marc, y que era belga. A imaginar no me gana nadie. De ese modo, creo que evité que a mi madre se le fuera la lengua con mi exmarido.
                            Con respecto a mi relación con Natalia, mi madre nunca la entendió, aunque como sabía que no tenía nada que hacer para cambiarla, se adaptó como pudo y supo a ella. Siempre trato con educación y correctamente a Natalia, aunque no llegó a tener la confianza que yo hubiera querido. En ocasiones, venía a casa, mientras la niña fue pequeña, para quedarse un rato con ella, mientras yo salía un rato a hacer alguna gestión, e incluso a dar una vuelta por la oficina, para algún asunto por el que me había llamado el jefe. Me gustaba que se contara conmigo.
                            Jamás me he sentido más orgullosa, que paseando juntas con la niña en su cochecito. Nos turnábamos para llevarlo y, a veces, como dos crías, discutíamos por llevarlo más tiempo.
                            En algunas cosas, Natalia discrepaba conmigo. Yo me propuse dar de mamar a la niña, todo el tiempo que pudiera, pero ella me decía que no, que me iba a estropear mucho los pechos, y era una de las cosas que más le gustaban de mí. Pienso que fueron los celos, lo que la llevo a pensar así. Nunca quería estar delante cuando daba de mamar a Irene, y prefería marcharse a hacer otras cosas. A veces se le escapaban frases como:” mira la condenada como chupa” “ésta me ha quitado el puesto” o “ya no me dejas jugar con ellos como antes” y cosas así.
                            Por ella hice mil sacrificios, me apunté a un gimnasio, seguí una dieta estricta, y dos veces por semana fui a un instituto de belleza, para recibir masajes que reafirmaran mi distendido cuerpo. Natalia se merecía eso y mucho más. Reconozco, que la llegada de la niña le robó protagonismo, y pasó una época muy mala. Sabía que le gustaba físicamente, pero no hasta ese punto. Muchas noches, cuando me tenía que despertar para dar el pecho a Irene, se despertaba ella también, y esperaba a que terminara, para comenzar  a abrazarme, y a besarme hasta llevarme al éxtasis. Llegamos, en ocasiones, a despertar a la niña y eso que tenía un sueño muy profundo, y no nos dio ni una sola mala noche.
                            Tres meses después de dar a luz, había recuperado totalmente mi figura, y aún es más, estaba mucho mejor que antes, ya que el embarazo me había dado dos tallas más de sujetador y algo más de culo, del que casi carecía antes. Todo esto, me lo recordaba Natalia, cada noche, cuando me veía desnuda, ya que continuábamos con aquella costumbre, que adquirimos en las mini vacaciones en Sant Pol de Mar, de acostarnos sin nada de ropa.


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La Teta Feliz Historias y Relatos ® Ricardo Rodrigo Lera - Derechos Reservados
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3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho esta historia, escribes muy bien y es muy agradable la lectura. Espero con ansias el siguiente. Saludos

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  2. Me tiene atrapada ésta historia. Gracias porque los capítulos son largos, de verdad. Gracias.

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  3. Me gusta la historia, la trama y los personajes y ahora empezaré el siguiente capitulo. Ahora solo tengo una duda, aveces confundes los personajes de Natalia por Lorena? Es que la que narra es Lorena y aveces esta en vez de mencionar a Natalia se meciona a si misma. Sacame de dudas por favor, gracias y gelicitaciones por tu obra!

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