Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Piel - Ricardo Rodrigo Lera - 2

Primavera - Verano
  
                            El comienzo de esta estación, siempre ha supuesto para mí, el tener unos primeros días tristes y llenos de melancolía. Pasada esta primera etapa, mi cuerpo y mi mente te estabilizan de nuevo. Estoy segura de que debe de ser un problema químico. Aunque parezca una incongruencia, apostaría que en mi organismo, mis hormonas, mis células y mi sistema endocrino, sufren una serie de transformaciones, que me precipitan a ese pozo negro y sin fondo, que para mí es la tristeza. Me encuentro floja, sin ganas de nada, duermo más de lo habitual y suelo gastar muy mal humor, al menos eso es lo que opinan mis compañeros de la oficina, que tiene que sufrirme en los inicios de la primavera.
                            El invierno, que queda atrás, me da vida. El frío me estimula, lo mismo que el verano, pero la primavera no es ni una cosa no otra, y yo debo de ser muy extremista en eso de las temperaturas.
                            Todo esto viene al caso porque, aquella primera primavera que compartimos, tuve dos discusiones muy acaloradas con Natalia, y no solo con ella, pero como mi verdadera vida comenzaba cuando salía de la oficina, las de mi trabajo ni las contaré. Tal vez, también ella sufría este extraño síndrome primaveral, que tanto agría los caracteres. El caso es que por pequeños detalles, y a la mínima, saltamos las dos como si nos fuera la vida en ello. Nuestros temperamentos son realmente parecidos y nuestros asaltos, a mala cara, bien podrían parecerse a un choque de trenes. Pero también teníamos momentos maravillosos.
                            Una mañana, en que me había dormido, bien porque no tocó el despertador, o porque no lo oí, el caso es que salté de la cama, como poseída por una legión de diablos encolerizados. Me abalancé, profiriendo juramentos, sobre la puerta del baño, y entré como una estampida de cimarrones. Sonó un grito espantoso y, al levantar la vista, pude ver a mi compañera, bajo el humeante chaparrón de la ducha, con la esponja en una mano, y un bote de gel en la otra, que me miraba con cara de película de terror. Frené en seco mi carrera, y me quede estática frente a mi amiga y compañera de piso, sin saber cómo reaccionar.
                                   - ¿Pero a dónde vas tan atropellada? Menudo susto me has dado. ¿Es que no puedes andar como las personas? Casi te cargas la puerta. - su cara, mostró en ese momento la rabia que le queda a uno, después de haber superado un susto.
                                   - Perdóname Natalia. Me he dormido, y voy a llegar muy tarde a la oficina. No sabía que estabas aquí, además, normalmente, a estas horas estás en la cama aún.- decía la verdad, pero ella tenía todos los motivos para estar molesta.
                                   - Vale, te perdono. Enseguida salgo, para que entres tú. No tardo nada. Anda ven y dame un beso de buenos días. - adelantó su cuerpo fuera de la bañera, invitándome a que me acercara hasta ella.
                            En el tiempo que llevábamos conviviendo juntas, no había tenido ocasión de ver desnuda a Natalia, lo mismo que ella a mí tampoco. Guardábamos una cierta intimidad, sin demasiados aspavientos, ni miramientos, sin ñoñería, pero con un elemental respeto. Tuve entonces la ocasión de disfrutar de ese precioso cuerpo. Recuerdo que, por un lado, pensé en salir lo antes posible del cuarto de baño, y por otro, sentí la necesidad de quedarme allí, de recrearme con tan angelical visión. Aquella piel húmeda, de aspecto tan suave, llena de cientos de diminutas gotas, resbalando como lágrimas brillantes. Sus formas tan perfectas, sus infinitas piernas, la perfecta curva de sus caderas y el sensual volumen de sus pechos, la hicieron aparecer ante mí como una excitante desconocida. Se dio cuenta del descaro de mi mirada y, dando la vuelta sobre si misma, me dijo:
                                   - ¿A qué no estoy del todo mal?  Mi trabajo y mi dinero me cuesta. Por cierto, tengo que pasar ya por el instituto de belleza, me tengo que depilar, pues llega el buen tiempo, y hay que lucir palmito, como dice mi madre.- terminó riendo, mientras se quitaba el poco jabón que le quedaba.
                            Me encantó su naturalidad, al permanecer desnuda ante mí, sin sentir el menor pudor, ni la menor vergüenza. Por otro lado, aquella experiencia me produjo una serie de nuevas sensaciones, dignas de un análisis posterior y más concienzudo, sobre este aspecto de mi persona. Intenté corresponder a su generosidad, al dejarme contemplarla así y, antes de que saliera fuera del plato de la ducha, me desnudé también, con lentitud, y acercándome hasta ella, esperé mi turno. Natalia, se volvió entonces y al verme así sonrió, me alargó su mano, para que la ayudara a salir, sin resbalarse y, saltando fuera de la ducha, me abrazó con suavidad.
                            Lo que sentí en ese instante, es imposible de explicar. Nunca había tenido una mujer desnuda en mis brazos aunque, no sin ruborizarme, en más de una ocasión lo había imaginado, y lo había fantaseado casi exactamente así. Tal vez, esa había sido una de mis secretas e inconfesables fantasías sexuales. Ya en el colegio, con doce o trece años, durante unos campamentos de verano, sentí algo parecido con Esperanza, mi compañera de tienda. Muchas noches, me excité viéndola desnuda al cambiarse de ropa o mientras se quitaba o ponía el pijama, para entrar en el saco de dormir. Las monjas nunca nos hablaron de estas posibles sensaciones, pero yo ya sabía, en mi fuero interno al menos, que todos aquellos pensamientos, jamás los podría confesar a nadie. Julia ni lo sospechó siquiera, pero por todos aquellos momentos, guardaré siempre un buen recuerdo de ella.
                            - Que calentita estás, que gusto - me dijo apretándose más contra mi.- Bueno me voy a vestir, y tú date prisa, que hoy te van a echar la bronca en la oficina.- y cogiendo una toalla, salió del baño de puntillas, en dirección a su cuarto.
                            Tardé unos segundos en reaccionar. Aquella sensación, que Natalia había dejado en mi piel, duró aún esos pocos segundos. Fue como un bálsamo, que me dejó serena y relajada. En ese momento, decidí que ese día no iría a la oficina. El agua caliente sobre mi piel, borró lentamente el recuerdo de la suya. Algo nuevo había crecido en mis percepciones, en esas sensaciones más elementales de mi sexualidad.
                            Aquel episodio, ni siquiera lo hablamos entre nosotras. Nuestra vida transcurrió como siempre, al menos para ella, pues ya no pude verla nunca de la misma forma, y aquello me creó el problema de sentirme sola, ante esas actitudes que habían nacido para ser compartidas.
                            Cuando, en mi fuero interno, había empezado a pensar, que como se dice vulgarmente, me gustaban las mujeres, la vida vino a demostrarme que no todo es ni blanco ni negro. En una tarde de compras por el centro y, tras más de tres horas de deambular de tienda en tienda, con los pies molidos, entré en una cafetería para reponer fuerzas ante un café y un croissant. Me senté en una de las mesas, busqué la que estuviera en el lugar más discreto, y pude quitarme por fin, disimuladamente, los zapatos. La sensación de placer se incrementó, con el primer sorbo de café y la visión del impresionante aspecto de aquel bollo con nombre francés.
                            Dos mesas más allá de la mía, un hombre de unos cuarenta años, guapo, con muy buena fachada, el pelo engominado, vistiendo ropa de marca, de aspecto desenfadado y con un libro entre sus manos, dejó su lectura, y comenzó a mirarme con insistencia. Colocó el libro sobre la mesa y con una sonrisa me dijo:
                                   - Que bien se queda uno cuando, por fin, se puede quitar los zapatos. ¿Verdad?- y esperó mi comentario.
                                   - ¡No me diga que se ha dado cuenta…! ¡Qué vergüenza, por Dios! Y yo pensando que no se enteraba nadie. Es que no podía más… ¿No le molestará? - terminé sonriendo yo también, sonrojada y con la vista baja.
                                   - Nada de eso. Yo entiendo que el dolor de pies es algo insoportable, y que con esos zapatos y esos tacones, no me extraña que llegue un momento en que no se pueda resistir con ellos puestos. Hagamos como que no lo he visto y solucionado.- desplegando una gran sonrisa, se levantó y, llegando hasta mí, se presentó. - Eduardo Salvatierra, en este momento, tu último y más ferviente admirador. - extendió su mano, a la par que hacía mención de acercarse, para darme los consabidos dos besos de saludo.
                            Con su proximidad, me llegó una suave nota de perfume, varonil y seguramente muy caro. Noté su cara suave, recién afeitada. Su piel morena, indicaba que practicaba algún deporte al aire libre, o que al menos visitaba, con asiduidad, algún salón de rayos UVA. Me gustó el detalle de que, desde el principio de la conversación, me tuteara, como si me conociera de toda la vida. Seguramente, era un hombre con una amplia vida social, pensé.
                            Tras la presentación, y sin que mediara una sola palabra más, volvió a su mesa para recoger su libro y su taza. Con uno en cada mano, llegó de nuevo hasta mi mesa y se sentó en la silla vacía, frente a mí. Me sorprendió de nuevo su actitud, pero también he de decir que igualmente me agradó su atrevimiento. Me gustan los hombres que tienen iniciativa y una cierta y pícara sinvergonzonería.
                                   - Con tu permiso, voy a dar cuenta de mi merienda, antes de que el café se enfríe.- y tomando los cubiertos, me dispuse a trocear el croissant. Ese fue todo mi comentario.
                            Así, una tarde que había comenzado sola, y de compras, terminó cansada y acompañada, nada menos que por Eduardo Salvatierra, ilustre señor notario del colegio de Madrid, soltero, divertido y con una culta e interesante conversación, que se prolongó hasta más allá de la media noche, tras una maravillosa cena, en un conocido restaurante japonés, junto al paseo de la Castellana. Sobre la una de la madrugada, y después de unos momentos, aún en el coche, prolongando la despedida, descendí de su Mercedes blanco, para decirle de nuevo adiós, ya desde el portal. Algo vi en aquel personaje, cuando en mi primera cita, fui capaz de entregarle uno de mis más preciados secretos, mi teléfono. Quedó en llamarme cualquier tarde, para pasar juntos otra velada tan interesante, al menos, como aquella, según confesó antes de dejarme.
                            Mi relación con Eduardo se fue consolidando poco a poco. La verdad es que la vida a su lado era todo menos monótona. Nos veíamos los fines de semana y para cada uno de ellos preparaba una aventura distinta. Podíamos pasar de uno romántico, en un hotel con encanto, cerca de Granada, a otro vertiginoso, que incluía un saltó doble en paracaídas, cerca de Salamanca. Por otro lado sus detalles eran verdaderamente maravillosos. Una mañana trajeron a casa un ramo de rosas, formado por tantas flores como mis años. Un viernes, estando arreglándome para salir con él, me mandó a casa un increíble vestido de Adolfo Domínguez, solo porque, en una de nuestras conversaciones, había yo mencionado, de pasada, a ese modisto, como uno de los que más me gustaban. Jamás pensé en poder llevar un vestido de esa firma, pero él hizo realidad ese sueño. Detalles así, eran los que me hacían sentir como una princesa de cuento.
                            Dado que mi trabajo estaba muy relacionado con la compra venta de terrenos, fincas etc., me propuso dejar mi empresa, y entrar a trabajar en su notaría, como asesora, en todo lo que estuviera relacionado con bienes inmuebles. No soy muy proclive a hacer grandes cambios en mi vida, y la verdad es que, hasta ese momento, lo había cumplido, pues desde que terminé la carrera, únicamente había trabajado en la empresa donde me encontraba por entonces. La propuesta era tentadora, ya que al margen de la parte sentimental, pudiendo estar a diario cerca de él, estaba la parte pecuniaria, y casi asustaba la cifra que puso ante mis ojos.
                            Natalia, continuaba siendo mi confidente en todos los asuntos de mi vida, y este mismo papel lo asumía yo, en los de la suya. No había nada que nos sucediera, sin que aquella misma noche, lo comentáramos juntas, antes de acostarnos. La propuesta de Eduardo la dejó boquiabierta. No podía existir nada más tentador. De cualquier modo, a ella, el asunto no le gustó, desde el mismo instante en que se lo expuse.
                                   - Yo que tú, me lo pensaría mucho. Mira, en los tiempos que corren, dejar un trabajo como el tuyo, puede ser un suicidio. Llevas más de siete años allí, se te valora, y según me cuentas, con ninguno de tus compañeros tienes el más mínimo roce. Hace un mes, más o menos, hasta recuerdo que me hablaste de un posible ascenso. Pon eso en un platillo de la balanza, y en el otro todo lo referente a ese mirlo blanco, que has encontrado.- tal y como dijo esta última frase, noté cierto sarcasmo en su entonación. Hasta ese día, nunca había hecho ningún comentario negativo a todo lo que yo le había ido contando de Eduardo. No quise pensar mal, pero me dio en la nariz un cierto tufillo de celos, y la verdad es que me encantó esa sensación.
                            Después de tres meses saliendo con Eduardo, de compartir unas vacaciones en Marruecos, y de sentirme más que satisfecha en todo lo concerniente a nuestras relaciones íntimas, volví a plantearme participar con él en las tareas de la notaría, y enrolarme en su plantilla. Y en esa encrucijada estaba cuando, una mañana de domingo, en que desperté a su lado, en su piso, después de una maravillosa cena, una botella de champán francés y dos horas de agotador sexo, se me acercó, desde su lado de la cama, y a bocajarro me dijo:
                                   - Cuando quieras, puedes fijar la fecha de la boda… Espero que compartas conmigo esta nueva aventura que te propongo… Por favor Lorena, dime que sí, que te vas a casar conmigo. Me da igual donde, como y si es por la iglesia, el juzgado o el rito zulú. - y de un salto, se colocó sobre mí, y cogiéndome por ambas muñecas, separó mis brazos empujándolos contra la cama, se acercó lentamente a mi boca, hasta besarme.
                                   - Esto es a traición, no se me puede pedir algo así, cuando aún no estoy plenamente despierta. No me gusta que juegues con ventaja. Después de una ducha, y de un buen desayuno, me lo vuelves preguntar, y entonces te daré una respuesta. - y ahora fui yo la que alcé la cabeza, hasta encontrar de nuevo sus labios, para besarlos lentamente.
                            Verdaderamente tuve mucho que pensar, pero aquella misma mañana, tras el sí que más me ha costado pronunciar, comenzamos ya a hacer proyectos para la realización de nuestra futura boda. Un primer e ineludible paso era el presentarnos a nuestros respectivos padres. Por mi parte, solo a mi madre, ya que mi padre había fallecido hacía cinco años, víctima de un cáncer, y a una no muy extensa familia. Él, por la suya, era todo lo contrario. Según una relación de parientes que me dio, para tener conocimiento exacto del número de asistentes, tenía una hermana y cinco hermanos más, todos casados ya, y con dos o tres hijos cada uno. Aquel dato me hizo pensar si no estaban relacionados con alguna conocida secta religiosa. Sus tíos sumaban otros seis, y los sobrinos ya eran como para perder la cuenta. Vivian dos de sus abuelas y un abuelo. En lo relacionado con los amigos, aquello sí que era para temblar. Entre los de los padres, y los de los hermanos, llegué a contar más de cuarenta. En resumen, por parte de Eduardo asistirían unos cien invitados y por mi parte no llegarían a veinte.
                            Los padres de mi futuro marido, vivían en Barcelona, más exactamente en La Garriga, un municipio de unos quince mil habitantes, situado a cuarenta kilómetros de la Ciudad Condal, y enmarcado dentro del parque natural de Montseny. La ciudad, cuenta con varias fábricas de muebles, que dan trabajo a un gran número de sus habitantes. Una de esas fábricas era propiedad de los padres de Eduardo, y otra más, de tres restantes sus hermanos varones, pues su hermana, se había casado con un argentino, y había marchado a vivir a Mar del Plata, y Eduardo sin querer saber nada con los muebles, había estudiado la carrera en Madrid, donde se había quedado a vivir definitivamente.
                            La llegada al chalet de los señores Salvatierra, convulsionó la vida de la casa. Se habían reunido todos, para comer una paella con nosotros y así poder conocer a la novia de su hijo, hermano, o tío. Nunca me han gustado los protagonismos, y aunque tampoco me considero una persona retraída o tímida, aquel tipo de reuniones familiares, entre desconocidos, que van a estar juzgando cada uno de tus gestos, cada comentario, cada mínimo detalle, para luego, forjarse entre todos una opinión, sin duda equivocada, de la persona que pretende incorporarse a su clan, casándose con el “pobrecito” Eduardo, me producen urticaria.
                            Tal y como había supuesto, los hechos se desarrollaron igual que si, una servidora, les hubiera escrito el guion. Sus padres, gente bien, como los definiría mi madre, fueron correctos, discretos y educados, pero no se comportaron de igual modo los hermanos y sus respectivas esposas. Como un cardumen de pirañas, y aprovechando cualquiera de los momentos en que Eduardo se separaba de mí, arremetían con una andanada de preguntas capciosas y con segundas intenciones, para intentar pillarme en algún renuncio, o en cualquier opinión, que pudiera crear un cisma en sus propias convicciones, escandalizando su moral o sus encorsetados y pacatos principios.
                            Le había pedido a Eduardo que, por más que insistieran, no nos quedáramos a dormir en su casa. Le costó aceptar la idea, pero al fin accedió a mi suplica y reservó una habitación en un hotel de Barcelona. Insistieron, ya lo creo que insistieron, durante la sobremesa, y de nuevo en el momento en que dijimos que había llegado el momento de irnos. No les sirvió de nada, pues el hecho de tener la habitación reservada ya desde Madrid, minó su empecinamiento. Sobre las siete de la tarde, después de ocho horas en aquella casa, asediados en todo momento, nos volvimos a quedar solos. Cuando el coche salió a la carretera, y pude ver como el chalet iba quedando atrás, me acerqué hasta Eduardo y, dándole un beso en la mejilla, le comenté:
                                   - Ha sido todo como había pensado. Tu familia es un encanto, pero ya tenía ganas de estar un rato contigo. Espero que les haya caído bien a todos… ¿Te han dicho algo?- aunque la respuesta me importaba muy poco, la esperé por curiosidad.
                                   - No sé por qué tenías que caerles mal… Mi madre me ha dicho que le pareces una mujer interesante, elegante y culta. Mi padre, en cambio, solo ha comentado que eras un mujer “cañón”, una expresión muy suya y un gran piropo, de esos de antes. - y se puso a reír su comentario. - El resto no me ha dicho nada, pero seguro que les has impactado, como lo hiciste conmigo el día que te conocí.- separó su mano del volante, y la colocó cariñosamente sobre mi rodilla.
                            Cenamos en el hotel, pues Eduardo pidió que nos subieran la cena a la habitación. La noche, se llenó después de caricias, suspiros y hasta algún que otro apagado grito. Al día siguiente domingo, nos llamaron de recepción a las diez, tal y como habíamos ordenado. Bajamos, ya con el equipaje, que dejamos en el hotel, para irnos a desayunar, sin tener que coger el coche, a una cafetería, al otro lado de la calle. Sobre las once y media, cogíamos la autopista para Madrid. Aquel fin de semana tuvo, una de cal y otra de arena, como reza el dicho.
                            Los días pasaron a más velocidad que nunca, o al menos así me lo pareció, pues sin apenas darme cuenta, llegó el día de mi boda. Ahora me preguntó cómo fui capaz de hacerlo, y para qué, pues no tenía ninguna necesidad de casarme. Mejor no os relato con mucho detalle aquel evento, que aunque todos presuponían que iba a ser el día más feliz de mi vida, no lo fue de ningún modo. Solo recuerdo que todo el mundo me daba órdenes y me manejaba, desde que amaneció. Primero con el pelo, el maquillaje, después con el vestido, luego siguió el maldito velo, y terminó con el extraño ramo, que había elegido, como no, mi suegra, y digo esto, porque parecía cualquier cosa menos un ramo de novia, “nueva floristería” llaman a cosas así. Los zapatos, comenzaron a hacerme rozaduras desde que salí de casa, y ya en el coche, camino de la iglesia, me los quité durante todo trayecto.
                            Por tres veces me pisé el vestido, que se descosió un buen trozo a la altura de la cintura. El velo se me enredó en uno de los pendientes, y casi me arranca una oreja. A la entrada, el padrino, el señor fabricante de muebles, corría demasiado por el pasillo central de la iglesia, y yo, sin poder seguir su paso, me tuve que soltar de su brazo, para obligarle a frenar. Nadie se preocupó de la larga cola del vestido, y cada vez que me senté, durante la ceremonia, tiró de mí, más y más, hasta casi ahogarme con el borde del escote. De los errores durante el ritual, mejor olvidarlos, pues se equivocó el cura, el novio y hasta la niña que leyó la epístola. Las monedas de las arras, salieron todas rodando hasta los primeros bancos, y los asistentes, anduvieron a gatas por entre ellos, para recuperarlas. Y suma y sigue. Aquello no fue una boda, fue una película de Cantinflas. Como colofón, me dio por reír, es risa floja que te da siempre que no puedes hacerlo, y me fue imposible leer una línea seguida, sin explotar en una carcajada. Eduardo, solo hacía que darme codazos, y aquella noche, ya en el hotel, descubrí que me había producido un cardenal de gran tamaño, a la altura de la cadera. La cara del cura, como es de imaginar, era todo un poema.
                            Haciendo honor a la conocida frase de, “beber para olvidar”, desde que llegué al restaurante, no hice otra cosa que coger cada copa de champán que pasaba por mi lado, y pasaron muchas. Cuando empezó la comida, yo ya no supe si era pollo, ternera o merluza lo que me comí. Para rematar la faena, comenzaron los brindis, y con ellos alzamos, que se yo las veces, copas y copas de champán frío, que pasaba bastante mejor que el agua. Solo recuerdo, a continuación, que al ritmo de una música ensordecedora y machacona, me apretujaban, me besaban, me sobaban, y hasta hubo alguno que me metió mano descaradamente, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Lo siguiente fue una cama de hotel que no paraba de dar vueltas, y Eduardo sobre mí, intentando quitarme el vestido para meterme entre las sábanas. Mi noche de bodas fue maravillosa, pues me la pasé durmiendo como un bebé, entre geniales sueños y vapores de alcohol. Eduardo, según me contó, todo cabreado por la mañana, me dejó allí, y se fue de copas con los amigos, hasta las seis de la mañana. A todo esto no sé cómo llamarlo, pero desde luego no una boda, tal y como yo entiendo esta ceremonia.
                            El destino, juega con nuestras vidas de la manera más cruel. Eduardo, al llegar a Madrid, y justo dos días antes de comenzar nuestro viaje de novios, se cayó rodando por la escalera interior, que separaba nuestro salón, del resto de la casa, en el piso superior. Como resultado de semejante caída, sufrió una subluxación de la décima vértebra de la espalda. La cosa sonaba mal. Según nos informó el traumatólogo, la lesión es parecida a una luxación, en la que se separa, en demasía, una vértebra de otra, produciendo un desgarró de los ligamentos y músculos que las unen. Total, un mes de reposo, y tres de rehabilitación, y no precisamente en las Bahamas. Nuestro viaje quedó relegado a otro momento.
                            Llegué a pensar que, desde que me había unido a Eduardo en matrimonio, la desgracia se había adueñado de nuestras vidas. Algo me decía interiormente, que lo de unirme a Eduardo había sido una gran equivocación. No me quedó más remedio que hacerme cargo de la oficina de mi marido, teniendo que dejar mi trabajo. Todo era nuevo para mí, y aunque él me iba explicando, cada día, todos los protocolos y formulas, aquello se me hizo demasiado cuesta arriba. Sus colaboradores, también me echaron una mano y tuvieron mucha paciencia conmigo.
                            Desde la boda, y durante una larga temporada, deje de tener noticias de Natalia. El trabajo, era una condena. Una condena que me hacía estar, algunos días, hasta las diez o las once de la noche en el despacho. Perdí el contacto con mis antiguos compañeros, con alguna de mis amigas y como digo, con Natalia. Una de aquellas interminables tardes, en el despacho de la  notaria, me acordé de ella, y sin pensarlo dos veces, marqué su móvil. Tras varios tonos, oí de nuevo su voz.
                                   - ¡Que ilusión me hace oírte, tía! He visto tu nombre en la  pantalla y me ha dado un vuelco el corazón. ¿Qué es de tu vida? - y esperó mi respuesta,
                                   - Pues ya ves, trabajando aún a estas horas. Tengo tantas cosas que contarte, que no sé por dónde empezar. - me puse nerviosa y hasta emocionada.- Desde el día de la boda, ya no sabemos nada la una de la otra, y han pasado cinco meses…- me interrumpió entonces.
                                   - ¡Ya han pasado cinco meses…! Qué barbaridad, si parece que fue ayer…Bueno y que cosas son esas que tienes que contarme. Empieza… - y volvió a darme paso.
                                   - Casi sería mejor que quedáramos una tarde, para tomar café y charlar largo y tendido.¿ Te parece? - y aguardé un sí.
                                   - Bien, pero eso va a ser un poco difícil…- y la oí reír - Claro, es que no lo sabes, pero ahora vivo en Barcelona. Así que lo del café…- y continuó riendo.
                                   -¿Y qué haces tú allí? No me digas que has dejado la empresa de tu madre. ¿O es que habéis montado una sucursal? - la noticia, no me cuadraba mucho, con la vida que había llevado hasta entonces Natalia, siempre pegada a su madre.
                                   - Ya sabes…aquello de que tiran más dos tetas…pues dale la vuelta…- y volvió a reír - Tengo un novio que es de Barcelona, vive aquí y tiene aquí todos sus negocios. Es dueño de tres gimnasios, una pista de pádel y un spa. Es un negocio en el que hay que estar muy encima de él, y casi no nos veíamos, a no ser que me pasara un montón de horas en el puente aéreo o en el AVE. Solución, pues venirme aquí con él. Gran enfado familiar, mi madre, que casi no me habla y muchos más daños colaterales.
                                   - Que extraña es la vida y como nos maneja. Fíjate lo que son las coincidencias, yo he dejado también la oficina, y ahora trabajo con Eduardo, o mejor dicho, he sustituido a Eduardo, después del accidente doméstico, que lo ha dejado fuera de combate por unos meses, de los que ya lleva tres de rehabilitación. Espero que sea una cosa temporal, pues no me gusta nada el asunto, y reconozco que no valgo más que para una sustitución, como es el caso. Confío, en que cuando se incorporé de nuevo mi marido, me admitan otra vez en mi antigua oficina, para mí sería lo ideal - me interrumpió entonces.
                                   - ¿Qué le ha pasado a Eduardo? ¿Dices que lleva ya tres meses de baja? ¿Pero no era notario…? ¿Qué sabes tú de testamentos, poderes y escrituras…?- y volvió a reír a carcajadas, con esa maravillosa risa, que ya tenía casi olvidada, y que tanto me gustaba. - Perdóname por esta risa, que no tiene nada que ver con lo del accidente de tu pobre marido. Siempre he dicho que valías demasiado, y no te lo reconocía nadie… Con esto que me cuentas veo que tenía razón. De todos modos, recuerdo que critiqué tu idea de irte de la empresa, y he sido yo la que he hecho lo mismo. No tengo perdón.- hubiera estado hablando con ella toda la noche, como aquellos sábados en que nos daban las tres y las cuatro de la madrugada, sentadas en la alfombra o en el sofá del salón, compartiendo una manta, y una botella de vino o una cafetera grande.
                                   - Lo de Eduardo es una lesión de espalda, que lleva su proceso y va bastante bien. Se la hizo al caerse en casa, por las escaleras. Y hablando de cómo estamos ahora las dos, ves las vueltas que da esto… Tú, detrás de un chico, que por cierto no me has dicho ni cómo se llama, pues recuerdo que el último, con el que yo te dejé, se llamaba Ramiro, eran andaluz y tenía algo que ver con empresas de aceite, o algo así. Dejas a tu madre, te largas a otra ciudad, sin tu círculo de amigos, sin tus caballos, no sé, sin todo lo que era tu vida. Y de gimnasios, debes de entender lo mismo que yo de notarías. - y ahora fui yo la que rompió en una carcajada.
                                   - Verás, se llama Raúl, es guapísimo, y me he enamorado como una tonta. Al menos eso creo…, pues ya ves donde estoy y, como tú bien dices, mira las cosas que he llegado a dejar atrás por él. Mi madre lo está pasando mal, lo sé, a ella le gustaba Ramiro, el aceitero, al que deje al poco tiempo, pero ella no puede vivir mi vida, lo siento de verdad…, ya me conoces. No sabes lo que daría ahora por verte y seguir charlando. De todos modos, tienes que venir a verme. Escápate un fin de semana, y lo pasamos juntas, sin hombres… Me acuerdo mucho de ti y, en ocasiones, te he echado de menos. Me gustaba vivir contigo, de verdad. Si no vienes tú, iré yo… ¿Vale? - y esperó mi contestación.
                            Con esa idea, dimos por finalizada nuestra conversación, una de las dos iría al encuentro de la otra. El verano estaba terminando, y no había podido salir aún de Madrid. Me acordé de Natalia y de las playas del Mediterráneo, y le propuse a mi marido marcharme una semana sola, y a la vez que veía a mi amiga, podría tomar un poco el sol, como había hecho todos los veranos de mi vida. Eduardo, estaba bastante mejor, terminaba ya con la rehabilitación, y se daba alguna que otra vuelta por la oficina, aunque lo tenían que llevar y traer aún. Durante esos días, sus padres se encargarían de él, encantados.
                            A mediados de septiembre, Barcelona aún sigue recibiendo las oleadas de turistas, extranjeros o no, que cada año la visitan, en esta época estival. Natalia, tras la noticia de mi futura visita, se puso a hacer gestiones, según me contó a mi llegada, para encontrar un hotel en un lugar tranquilo, y cerca del mar. Sus pesquisas dieron fruto, y cuando llegué al aeropuerto, me estaba esperando, con sus maletas ya en el coche, para que pudiéramos salir, directamente, en dirección al destino de nuestras mini vacaciones. Comenzamos por coger la autopista de Maresme, saliendo de Barcelona, en dirección norte. A una hora más o menos, nos desviamos para entrar al pueblecito de Sant Pol de Mar. Reconozco que nunca había oído nombrar a este pueblo. Hace unos años, tan solo, sus habitantes se dedicaban a la pesca, y aún ahora, se pueden ver algunas pequeñas y coloristas embarcaciones con las que continúan faenando. El pueblo, se asienta alrededor de un trocito de costa, que es toda ella una playa, menos una pequeña porción que se robó a la arena para construir un coqueto puerto deportivo. El turismo es escaso y de cierto nivel. Nuestro hotel era el Gran Hotel Sol, colocado junto al mar y, con sus jardines ascendiendo hasta un antiguo torreón árabe, que proporciona cierto sello de identidad al pueblo. Me gusto el sitio ya a primera vista. El hotel estaba completo, pero en recepción nos dieron la llave de nuestra habitación, reservada por Natalia. Nunca olvidaré el número, la doscientos veintidós. Mientras subíamos en el ascensor, nos reímos de aquel dato curioso.
                                   - Mira, nos han dado los tres patitos, y solo somos dos…- rió mi amiga la ocurrencia, mirando la placa de la llave. - ¡Ah! No te he dicho nada, pero he reservado, como verás, solo una habitación. Imaginé que te parecería bien. Será como volver a nuestro piso de solteras. - la noté feliz y emocionada de tenerme allí, yo lo estaba igualmente. El compartir la habitación, era también un motivo más de alegría para las dos. Realmente, había venido para estar el mayor tiempo posible con ella. El sol era una mera disculpa
                            La idea que llevamos, era pasar una semana, descansando, tomando el sol, paseando por el pueblo y despertando cuando una de las dos lo hiciera, y siempre sin el maldito despertador.
                            En el pueblo de Sant Pol de Mar, había pocas cosas para poder hacer. Tan solo tenía una docena de tiendas, la mayoría montadas para los pocos turistas que por allí pasaban. Los verdaderos veraneantes, eran familias enteras de Barcelona, de esas que se llamó de la burguesía catalana y de las que, tres o cuatro generaciones anteriores, habían edificado sus segundas viviendas, al más puro estilo modernista. Edificios, que aún hoy conservan todo ese glamour de los años mil novecientos y pico. Nos dejamos llevar por los sentidos, y visitamos sus más de diez pastelerías, que dan renombre al pueblo. No es una frase, la verdad es que visitamos las doce que tiene. Su fama se ha extendido por toda Cataluña, y hasta de provincias tan lejanas como Badajoz, habían llegado visitantes atraídos por los delicados productos de la gastronomía del azúcar, la almendra, y las refinadas harinas de la comarca, según nos contaron en una de ellas. No hubo noche, en que para postre e incluso después de él, no nos subiéramos a la habitación alguna de aquellas delicatessen. Como me dijo un día Verónica: “hemos venido para pecar” y vaya si lo hicimos.
                            La playa, fue otro de nuestros destinos diarios. Alquilábamos dos hamacas y una gran sombrilla y, entre baño y baño, nos tendíamos al sol, como dos pescados en un secadero.
                            Era una maravilla, despertar y ver el sol sobre el mar, en un cielo de un azul limpio y traslucido. Desde la cama, por la noche, con el balcón abierto, de par en par, la luz apagada, desnudas y con una copa en la mano, nos entreteníamos en identificar las constelaciones, en aquella pizarra oscura, que se plagaba de diamantes.
                            No sé aún bien cuando empezó aquella costumbre, pues no fue algo planeado, pero cuando decidíamos meternos en la cama, nos quitábamos toda la ropa. La verdad es que el calor, aún a esa hora, invitaba a ello. Estaba casi segura de que también para ella era un placer verme desnuda. Durante los cuatro primeros días, no hubo ningún comentario sobre este particular, pero la quinta noche, cuando nuestra conversación se adentró en confidencias, y el relato de todas aquellas intimidades, que nunca nos habíamos atrevido a exponer a nadie, relaté a Natalia, mis fantasías sexuales de colegiala, con  alguna de mis compañeras, como involuntarias protagonistas. Finalmente me había liberado de aquel sentimiento de culpabilidad, que me había acompañado durante toda mi vida. Esperé ansiosa el comentario de mi amiga.
                            Natalia, me escuchaba sentada frente a mí, sobre la cama, con las piernas en la clásica postura yoghi de la flor de loto, mientras yo permanecía acostada, con las mías a lo largo de su costado, y las dos almohadas bajo la cabeza, para tener una mejor perspectiva de mi interlocutora. Con una mirada tierna, los ojos muy abiertos, y una media sonrisa en sus labios, esperó a que finalizara mis relatos, sin interrumpirme una sola vez. Concluí con una sincera declaración.
                                   - Sabes, tenía muchas ganas de poder hablar de todo esto. No sé lo que pensarás tú, pero me has dado indicios suficientes, para creer que sientes algo parecido por mí. Espero no equivocarme, y si es así, no tengas en cuenta mis palabras y disculpa el atrevimiento de tu amiga. No querría que una confesión como esta, terminara con nuestra amistad. Me da miedo decírtelo pero…, me gustas, y no puedo dejar pasar un día más sin que lo sepas. Me gustas, y no quiero sentirme más culpable de estos sentimientos, que me acaloran, que me ponen tierna cuando te miró, a la vez que me impulsan a abrazarte, como lo hicimos aquella mañana saliendo de la ducha. Es un cariño nuevo, distinto, al que no sabría poner nombre. - cerré los ojos y esperé su reacción.
                            Noté, como sus manos se posaban en mis piernas, luego, una suave caricia. Incorporándose, se acercó para, acostándose a mi lado, entrelazar su mano con la mía. No dijo nada. Así estuvimos dos o, tal vez, tres minutos, hasta que de repente, alargó su mano hasta la mesita de noche, y apagó la luz, que esa noche, excepcionalmente, habíamos mantenido encendida. Cuando abrí de nuevo los ojos, la luna entraba en nuestra habitación, sin haber pedido permiso. Me volví despacio hacia Natalia, la vi, a penas iluminada por dos débiles y azulados rayos de aquella indiscreta luna. Dejé después resbalar mi mano por su cara, con los dedos unidos y la palma hacia fuera, en una caricia que me electrizó la piel. Al acercarme a sus ojos, noté la humedad de una lágrima que, rebasadas las barreras de su prisión, rodaba hacia su boca.
                                   - ¿No llores Natalia? ¿Pero qué haces, cariño…? No tienes ningún motivo para estar triste. Si es por mi culpa perdóname, no he querido herirte, ni ofenderte, yo solo… - y esta vez, sí me interrumpió, alzando la voz.
                                   - ¡Estás tonta! Lloro de nervios, de emoción... Bueno, no sé porque lloro, es igual, solo te puedo decir, que me has hecho plantearme muchas cosas con tus palabras. Tu sinceridad, duele, pero ha abierto nuevas puertas en mi alma. Nunca pensé que podría decirte esto sin sentir vergüenza… No sabes cuanta falta me has hecho en algunos momentos importantes de la vida. No quiero ser infiel a Raúl, aunque hace ya tiempo que de haberle engañado con alguien, ha sido contigo, con esas fantasías que imagino compartir a tu lado, y con esa serie de cosas más, que aún no me atrevo a contarte, pero que algún día sabrás. - se había vuelto, nuestras caras, separadas por escasos quince centímetros, ahora apenas estaban iluminadas. Notaba, como su rubia melena, se enredaba en mi pelo. Podía disfrutar del aroma de su piel, amalgamado con el suave perfume que usaba, y al que descubrí seguía siendo fiel. Su aliento, rozaba mis labios a intervalos, en pequeñas y sensuales oleadas de calor. - Si he apagado la luz, es porque no puedo escuchar de tu boca todo lo que dices sientes por mí, sin mirarte a los ojos, y pensar que soy el objeto de tus deseos. Si te digo la verdad, nunca me han atraído las mujeres, ni he pensado en tener algo con ellas que no fuera una mera amistad. Lo tuyo es distinto, me pongo nerviosa cuando te veo desnudar, cuando estas bajo el agua, en la ducha, o sentada en el inodoro con la puerta abierta. Hay ocasiones, como ahora, en que coger tu mano me da paz, y a la vez, me acalora y me incita a tocarte más, a acariciarte toda entera. Luego me doy cuenta de que no soy capaz, de que me tiemblan las manos, y me da miedo pensar que pueda tener estas tendencias lésbicas. Será, por todo lo que la cultura de esta maldita sociedad nos ha grabado a fuego en nuestras mentes, pero me he entregado a varios hombres, y he tenido relaciones íntimas satisfactorias con casi todos. Mi cerebro se excita ante la presencia de unos atributos masculinos, del especial olor de sus feromonas inundadas de testosterona. Pero cuando apareciste tú, mi abanico de sexualidad se abrió, y comencé a sentir algo nuevo y maravilloso, al verte desnuda, al rozarme contigo en la cocina, mientras trasteábamos entre las cazuelas u ordenábamos un armario. Imagínate, el otro día, con solo oír tu voz por teléfono, sentí como me temblaban las piernas y un escalofrío me subía hasta la nuca. Me has envenenado, con tu manera de ser, con tus palabras, con tu voz, con esa preciosa cara  y ese cuerpo que deseo, y que me hace no pensar en el de Raúl. He luchado por olvidarte, porque no supusieras un obstáculo en mi vida con él, pero no he sido capaz. Éste ha sido el motivo de mi distanciamiento, y de que no te llamara antes. Te deseo, pero dudo si quiero desearte.  - abrí los ojos para mirarla de nuevo, y me di cuenta, de que ella los tenía cerrados también. Alargué mi mano, para acariciar su mejilla, y noté que estaba ardiendo, como si una repentina fiebre se hubiera apoderado de ella. Aún con la poca luz que llegaba desde la calle, pude ver entonces, como un intenso color rosado, había subido hasta su cara. Estaba realmente congestionada. Este momento la superaba, y aunque intentaba seguir mi discurso, no era capaz de asimilarlo como hubiera querido. Cerré los ojos otra vez y reino el silencio. Aquella noche dimos un paso decisivo en nuestra relación. A la mañana siguiente, ni un solo comentario, nada con que romper el hielo y poder continuar hablado, de tantas cosas como habían quedado pendientes la noche anterior,
                            El día, transcurrió con la monotonía de cualquiera de los otros cinco, que ya habíamos gastado de nuestras pequeñas vacaciones. Al llegar la noche, y tener que volver a la cama, me sorprendió ver como Natalia, salía del baño con un pijama corto, de seda color rosa. No dijo nada al respecto de su indumentaria, muy distinta al de las noches anteriores. Cuando vio que la miraba sorprendida, me dijo con la voz entrecortada:
                                   - He pensado que es mejor así. No te puedo pedir que hagas tú lo mismo, pero si me gustaría… Mi madre repite una frase que viene muy al caso:” Quien evita la tentación, evita el pecado” - y sonrió, mientras saltaba a la cama.
                                   - No quisiera hacerte pecar, como tú dices, no me lo perdonaría. Ahora busco mi pijama y así podrás dormir más tranquila, evitando la tentación de mirarme - No sé si se me notó demasiado, pero me cabreó su postura mojigata y falta de confianza, esa confianza, con la que yo hasta ese día, no había tenido reparo alguno en mostrar mi cuerpo desnudo, con toda naturalidad, al igual que pensé lo había hecho ella.
                            Me dio la sensación, de que me había cogido miedo, o que tenía miedo sí, pero de si misma. De cualquier modo, había miedo en su comportamiento, y con esa tensión entre ambas, nada podía funcionar bien. No estaba dispuesta, a que algo que había sido tratado con toda la sinceridad y naturalidad del mundo, desnudando nuestras almas, lo mismo que nuestro cuerpo, fuera el detonante de aquella ridícula postura, impropia de Natalia. Y decidí que debíamos volver a tratar el tema.
                            Cuando apagó la luz, y ante su silencio, el sonido del mar inundo la habitación. Al día siguiente dejaríamos el hotel, y nuestras vidas volverían a separarse durante mucho tiempo, con toda seguridad. La convivencia con Natalia, durante aquellos días, fue algo muy bonito, al menos para mí. No hubiera querido que esa noche terminara nunca. Con estos pensamientos y mi sensibilidad a flor de piel, rompí a llorar, sin poderlo controlar. Intenté que no se me oyera, pero fue imposible. Al instante, noté el calor del cuerpo de Natalia pegado al mío y su brazo, oprimió mi cintura. Su respiración húmeda, estremeció mi nuca.
                                   - ¿Y ahora porqué lloras, tonta? ¿Qué te he hecho? ¿Lloras por mí, verdad? Dímelo Lorena, por Dios…y deja de amargarte. No puedo verte así. Si tenemos que hablar, pues hablemos, pero deja ya esas lágrimas, que te juro me hacen daño. Tanto te ha dolido que no quiera estar, esta noche, desnuda ante ti, que no sienta lo mismo por ti, que tú. No puedo evitarlo cariño, Dios sabe que lo he intentado, que quiero pensar como tú, liberarme como tú, pero no puedo…- y separándose, encendió la lamparita de noche. Luego, cogiéndome por los hombros me volvió, lentamente, hacia ella. - Mírame, ya vale ¿no? No me hagas sentirme peor de lo que estoy. - al dejar de hablar, comenzó a quitarse el pijama, llegando a hacerlo con la camiseta de tirantes y quedando solo con el pantalón corto, pero antes de que continuara, me incorporé y la sujeté por las muñecas.
                                   - Pero que equivocada estás…Creía que me entendías, aunque solo hubiera sido medianamente, pero ya veo que no. ¿Crees que todo consiste en que me hagas ahora un strip-tease? ¿Eso es lo que has comprendido de todo lo que te confesé ayer? Por favor Natalia, no te hagas la tonta. Estamos hablando de algo más profundo que unos cuerpos desnudos o con pijama, de unas sensaciones más o menos agradables a nivel de piel. Te participé de mis más secretos sentimientos, te hablé de mis húmedos fantasmas de la infancia, y de lo que realmente siento por ti. Yo no puedo pedirte que me veas como yo a ti, pero tampoco que huyas, como si fuera una apestada, o esa maldita tentación de la que hablaba tu madre. Todo puede seguir igual, estoy segura. Mañana nos separaremos, Dios sabe por cuánto tiempo, y tu pecado se ira seiscientos kilómetros lejos de ti. Raúl volverá a llenar tu vida, tu corazón y tus noches de pasión. A mí me espera Eduardo, con sus manías y su adición al trabajo. Cuando me acuesto con él, siento que no le pertenezco, que soy un fraude, como esposa y como mujer. Si pienso en ti, me veo forzada a fingir que me hace feliz, y que el sexo con él es magnífico. Cuando sale mi otro yo, Eduardo me excita y consigo plena satisfacción haciendo el amor así. De cualquier modo, cada día se debilitan más las cosas entre nosotros dos, y desconozco como podré llevarlo. Si quieres puedes olvidarme, te doy permiso, y no creas que es porque no te deseo ya, sino porque como te quiero demasiado, no me perdonaría que sufrieras más. - Volví a llorar desconsolada. Sentí una angustia tremenda en la garganta, como si dos fuertes manos me impedían respirar. Me acerqué a Natalia, y la abracé. No pude decirle nada más.
                                   - Me duele haberte hecho esto, porque no te lo mereces. Soy una imbécil, pero no puedo ver las cosas como tú, y lo sabes. Cada uno tiene sus deformaciones y sus principios, más o menos traumatizados por la familia, la educación y el ambiente en que nos hemos criado. Reconozco que no soy libre, como tú lo eres. Mis tabúes son  mutilaciones que laceran mi mente y me impiden pensar de otra manera. Siento adoración por ti, estoy en el cielo cuando te tengo cerca, pero no me pidas que te bese, te acaricie o  te lleve al orgasmo, porque eso ahora no te lo puedo dar. Entiéndeme Lorena, las cosas no son siempre como desearíamos que fueran.- se apretó más aún contra mí, y me besó en el cuello repetidas veces, mientras me decía susurrando - Mi pobre gatita…, ay, mi pobre gatita…
                            En la madrugada, me desperté, al sentir que sujetaba mi brazo. Entre sueños, me di cuenta de que Lorena había llevado una de mis manos hasta su cuerpo, y comenzaba a acariciarse los pechos con ella. Fingí que seguía dormida. Mi mente intentaba procesar todo aquello, pero no pudo. ¿Me deseaba? Si era así, ¿por qué confesarme lo contrario? No quise pensar, no era el momento, me concentré solo en aquellas increíbles sensaciones, que me producía el poder recorrer, al fin, sus deseados pechos, suaves, y turgentes, con los pezones abultados ahora, sin duda fruto de la excitación que le producía mi mano sobre ellos, y el morbo de hacerlo, creyendo que yo no era consciente de nada, pues dormía. Por otro lado, mi excitación no fue tampoco algo baladí, y noté como se humedecía igualmente mi vulva. La oía jadear, con una respiración entrecortada, mientras su cuerpo se tensaba, una y otra vez, y balbuceaba algunas frases. Únicamente en una ocasión, entendí lo que decía, muy bajito, casi entre dientes:
                                   - Déjame, no sigas…No puedo más, mi vida…No sigas, no sigas - y volvió a guardar silencio. Llegué a dudar, hasta de si todo aquello lo hacía dormida, pero me pareció demasiado, para que alguien pudiera hacerlo sin ser consciente de ello.
                            Dejó luego de moverse, y la oí respirar con otra cadencia. Mi brazo quedó sobre su vientre, y no quise moverlo de allí, hasta que el sueño se adueñó por fin de mí.
                            Al amanecer, el sol, entrando en la habitación como una cascada, me despertó. Miré a Natalia. Dormía profundamente, boca arriba, sobre la cama y completamente desnuda. Entendí que el hecho de quitarse el pijama, era sin duda un regalo, su regalo de despedida por aquellos maravillosos días, que habíamos pasado juntas. No lo pude resistir, me acerqué hasta su cara y dejé un beso muy suave sobre sus labios. Me vestí, y sin hacer ningún ruido, bajé hasta la recepción, para encargar un desayuno un poco especial, que pedí nos subieran a la habitación. Luego salí al el jardín y fui directamente hasta un parterre del fondo, en el que recordaba haber visto algunos rosales. Corté la mejor rosa, procurando no ser vista, aunque dada la hora, no me encontré con nadie por allí.
                            Regresé a la habitación, dejé la puerta entreabierta, para evitar que el camarero llamara al traer el desayuno, coloqué la rosa sobre su almohada y salí a la pequeña terraza de que disponíamos. El aire, que llegaba desde el mar, me trajo recuerdos de mi infancia, de tantas y tantas vacaciones, de jornadas de pesca con mi pobre padre, y de besos sobre la arena, con sabor a alcohol y sal. Cerré los ojos, y me debí adormecer unos minutos, pues el camarero, llamó con los nudillos  y a penas lo oí. Yo misma, entré la mesita con las viandas, evitando que lo hiciera él, y tener que tapar a Natalia, que continuaba desnuda sobre la cama. Me tendí junto a ella y al oído le susurré:
                                   -¿Tienes hambre, cariño? Abre los ojos anda, que ya es hora de desayunar. Tenemos que recoger todo, recuerda que hoy nos vamos.- y acaricié su cuello con un solo dedo.
                            Se fue, poco a poco, desperezando. Siempre había tenido un despertar a cámara lenta, como lo bauticé una vez. Con los ojos cerrados, se sentó en la cama, y me dijo entre bostezo y bostezo, al ver la rosa.
                                   - Gracias cariño… Así da gusto despertarse. ¿Qué hora es...? ¿Has mirado a qué hora tenemos que dejar la habitación? Yo me ducho primero… ¿Vale? - y me buscó, sin éxito, a tientas sobre la cama.
                                   - Tenemos tiempo hasta las doce. Son las ocho y cuarto, y en la terraza tenemos el desayuno preparado. Ah, y dúchate cuando quieras, porque yo hace más de una hora que lo he hecho. Por cierto…Estás mucho más guapa sin pijama que con él - y estallé en una carcajada.
                                   - Que mala eres… Conste, que me lo he quitado porque tenía calor… Además me había acostumbrado a dormir así, y me estorbaba para poder conciliar el sueño. Te lo juro…No quieras ver más allá…- y ahora, fue ella la que terminó su frase estallando también en una maravillosa carcajada. - Sabes, que pase lo que pase, que pienses lo que pienses, te quiero. De eso si que estoy bien segura gatita.- mientras hablaba, se dirigió hacia el baño.
                            Como me gustó oírla decir aquello. Recordé entonces que, ya en otra ocasión, me había llamado su gatita, y me gustó el apelativo. Desde ese día, pensé en ser siempre su gata.
                            Sentí verdadera pena al dejar aquel pequeño pueblo de pescadores, donde había sido feliz, al poder hablar claramente con Natalia, pero por otro, había descubierto que mis sentimientos no eran compartidos con los suyos, al menos como yo hubiera  querido.
                            Comimos en el restaurante del aeropuerto, pues mi avión salía a las cuatro de la tarde. Luego, para hacer tiempo, nos sentamos en la sala de espera de embarque, Natalia me prometió una visita a Madrid, en muy poco tiempo. Supe que me mentía, pues en el tiempo que habíamos convivido juntas, aprendí a conocerla bastante bien. Natalia mantenía una lucha interior para saber discernir las tendencias de sus sentimientos y sus preferencias sexuales, y me lo dijo claramente.
                                   - Esta semana mismo voy a pedir una cita con la doctora Julia Marcos, una reputada sicóloga que conocí hace unos años. Espero, que con su ayuda, sepa encontrar las claves de mi vida y la explicación a todo lo que me está sucediendo contigo. Parece mentira, pero el hecho de verte desnuda me fascina y me excita, aunque creo que sería incapaz de pasar de allí, de acariciarte, de besarte o disfrutar con sus genitales. - y bajó la vista al suelo al decir esta última frase. Intenté callarme, pero no pude. Se marchaba lejos y tal vez pasara demasiado tiempo hasta que volviera a verla. Me había prometido que no le diría nada, pero cambie de idea.
                                   - ¿Estás segura de lo que dices? ¿Muy segura Natalia? - y dejé la pregunta en el aire para ver por donde salía.
                                   - Mujer, segura, segura, no lo estoy de nada en este mundo, pero al menos eso es lo que pienso. - se volvió, me miró a los ojos y continuó - ¿A qué viene esa pregunta? Creo que ya te lo expliqué todo la otra noche y quedo claro - la noté insegura.
                                   - Mira, no te lo pensaba contar, pero ya que has vuelto a sacar tú el tema, tampoco quiero quedarme con eso dentro… Anoche, de madrugada, sobre las tres, más o menos, me despertaste al coger mi mano y empezar a acariciarte con ella. La pasabas sobre tus pechos, tu vientre y tu cuello. No sé si estabas despierta o dormida, pero yo sí estaba despierta, muy despierta, y me excitaste como hacía tiempo no lo había hecho nadie. Jadeabas, y decías alguna que otra palabra. No me engañes… ¿Estabas o no despierta? Si dormías, aquello fue para las dos un sueño maravilloso, y si estabas despierta también. Te gusto, al margen de sentimientos, te gusto, pues de otro modo, lo de anoche no hubiera sucedido. Dime la verdad por favor, no me dejes marchar con esta duda. Sientes algo por mí, lo sé.
                            Se había vuelto a sofocar, sus carrillos eran un ascua, y las palmas de sus manos comenzaron a sudar. Me dio pena verla así, pues intentó hablarme y noté como sus labios temblaban antes de emitir sonido alguno. Lo estaba pasando realmente mal.
                                   - Siento haberte despertado. No te puedo…Verás, sucedió todo sin pensar… Me desperté, acalorada por el maldito pijama, y me lo quité. Al rato, se levantó una brisa suave, y noté como toda mi piel se estremecía. Tomé conciencia entonces de mi desnudez, y me acaricié lentamente el cuerpo, y disfruté de aquella sensación. Pensé en masturbarme, al irme excitando más y más, pero al verte a mi lado, tuve la necesidad de que tú también participaras conmigo de aquel placer. Placer que crecía como un fuego interior. Me dieron ganas de despertarte, de pedirte que fueras tú, la que me acariciara, pero no me atreví, el miedo se apoderó otra vez de mí. Opté por ver si dormías, y al cerciorarme de que así era, decidí coger tu mano, y disfrutar con su roce. Conseguí un orgasmo perfecto, pues hasta tuve que morderme los labios para no gritar y estropearlo todo. Esa es la verdad… Pero tú también compartes mi pecado, pues fuiste incapaz de decirme nada. Esta mañana, hubiera querido contártelo todo, pero eso solo hubiera servido, quizá, para crearte falsas esperanzas de lo que siento por ti y no… - en ese instante salté violentamente.
                                   - Vaya, vaya. Me usa, se excita, tiene un orgasmo usando mi mano, pero tiene dudas sobre si le gusto. Dile a tu sicóloga, de mi parte, que no sabes si te gustan las mujeres, pero que te encanta acostarte desnuda con una y susurrarle cosas al oído mientras te corres… Joder, Natalia, ya está bien…Te hablo así, porque si lo que quieres es aparecer como alguien superior a mí, que por lo visto encajó muy bien en el perfil de lesbiana, o por lo menos en el de bisexual, porque no nos vamos a  olvidar de Eduardo, y esas palabras a ti no te gustan, porque tu madre no lo entendería, y las monjas de tu colegio no lo aprobarían…  Ya te vale…ya. Deja de jugar al ratón y al gato conmigo. Al hilo de la frase, me gustaba ser tu gatita, pero no el ratón, con el que juegas antes de devorarme. Lo que más me duele es tu falta de confianza…, con lo que yo te he dado… Siento unas… - y sin poderlo remediar, y aunque me dio mucha rabia, demostrar mi debilidad ante ella, comencé a llorar, tapando la cara con mis manos. Hasta para defenderme, salía siempre mal parada.
                            Intentó arreglarlo, consolarme y pedirme perdón pero, tanto ella como yo, supimos que así no se arreglarían las cosas. Cuando pasé el control policial, sabía que me estaba siguiendo con la mirada, apoyada a una de las columnas, pero un sentimiento de venganza me impidió volverme para decirle adiós. Luego, ya en el avión, me arrepentí también de ese mal gesto. La quería, y contra eso no podía luchar. Llegué a la conclusión, de que tras aquel incidente en el aeropuerto, pasaría muchas horas pensando y dando vueltas a todas las ideas que habíamos expuesto tan claramente en nuestra cama del Gran Hotel Sol, y sufriría por ello.
                            Mi alegría fue grande cuando, tras dejar de nuevo a Eduardo, ya repuesto totalmente del accidente, al frente de su notaría, fui admitida en mi antigua empresa, sin que me pusieran pega alguna. Volví a mis rutinas, e incluso a mi cerveza de media tarde con los compañeros. Mi vida discurría sin altibajos, sin nada que perturbara mi paz. Mi relación con él se enfrió bastante, pero lo achaqué a que tan apenas nos veíamos entre semana y, los sábados y domingos, no compartíamos las mismas aficiones. Hacíamos el amor dos o tres veces al mes, y aquello no me suponía demasiado esfuerzo, ni atacaba a mis principios como bisexual o lo que fuera…, quien sabe. El caso es que mis necesidades de sexo quedaban redimidas, con aquellos encuentros y tres o cuatro momentos de soledad, en que me masturbaba pensando en Natalia. No podía olvidarla, y no sería por qué no lo intentara, pero en el momento en que pensaba en otro cuerpo, veía claramente el suyo, que me había aprendido casi de memoria, y aquello era suficiente para excitarme.
                            Y llegó de nuevo la primavera, y mi mal genio con ella, y los recuerdos de aquella otra primavera. Sucumbí, y una mañana, mientras volvía del médico, para unos análisis rutinarios, me acordé de ella, mi alma comenzó entonces a maullar de nostalgia, la gatita que ella adoptó, pedía estar de nuevo con su dueña, y lo digo por cómo me llamó después.
                            Me senté en un banco de la plaza de Chamberí y en un impulso, marqué su número. Al terminar, noté como me temblaba la mano.
                                   - ¿Natalia? Sí, soy yo… tu gata.- y comencé a reír. - ¿Cómo estás?  Aún te sigo esperando… Dijiste que la próxima vez te tocaba venir a ti.- le hablé muy rápido sin darle opción a responder.
                                   - Hola gatita…A ti es a la que necesita oír hoy. Qué alegría me das tía. ¿Me preguntas que como estoy? Pues fatal, hecha una mierda, con perdón. Pero así me siento. Si me llegas a llamar hace una hora, me coges llorando. - la interrumpí.
                                   - ¿Ha pasado algo grave? No me tengas así, dime.- y esperé impaciente su respuesta.
                                   - He dejado a Raúl… No escarmiento tía, siempre caigo con el mismo tipo de hombre, o tal vez es que son todos iguales. Qué se yo… Tenía sospechas, pero nunca les di crédito. Una amiga me abrió los ojos. Era clienta de uno de los gimnasios, pero Raúl no la identificaba como amiga mía, pues nunca nos había visto juntas. El caso es que vio detalles, que la hicieron pensar que entre mi novio y una de las encargadas de la sala de masajes, había unas confianzas, impropias entre jefe y empleada. Coincidió, que durante una sesión de masaje, estando ella en la camilla bocabajo, ya sabes, y en manos de esta empleada de la que te hablo, entró él en la sala, y sin hablar, la cogió por detrás y se pusieron a besarse. No dijeron ni una sola palabra, para que mi amiga no se enterara de nada, pero ella, al ver que el masaje no continuaba, y notando que había entrado alguien más, ladeando un poco la cabeza, los vio. Le faltó tiempo para contármelo. Como estos detalles, pudo ver dos o tres más, poco después. Llegó un día, en que no pude más, y le confesé que sabía todo sobre su relación con la masajista. No lo negó. Me dijo que eso no tenía importancia, que eran jueguecitos tontos, bromas nada más y que si me mosqueaba, es que era una estrecha. Imagínate que respuesta. Así que me vi obligada a mandarle a tomar por saco… Como lo oyes. Encima, cuando fui, el último día, a recoger mis cosas del despacho, me di de narices en el pasillo con la fulana esa, y antes de que le pudiera decir nada, pasó por mi lado y comenzó a reírse como una histérica. Me volví y, haciéndole una de esas llaves de judo, la tiré al suelo y le di una buena patada en el culo. Se formó un auténtico escándalo, pues empezó a gritar, y salieron de los otros despachos. Sin inmutarme, cogí el ascensor y hasta hoy. No he vuelto, ni a por las cosas que había ido a buscar, se las regalo al imbécil ese. - hablaba a toda velocidad, sin darse tiempo casi a respirar. La noté dolida y cabreada, muy cabreada.
                                   - No sé si decirte que lo siento o que me alegro. No conocí a ese tipo, pero por lo que me has contado, me parece que has hecho muy bien en sacarlo de tu vida. ¿Pero sigues en Barcelona? - pregunté.
                                   - No, no. Estoy en Madrid. Ya me dirás que pintaba yo allí sola. Llevó aquí unos veinte días. Ya sé que me vas a decir, que por qué no te he llamado, pero aunque he estado tentada varias veces a hacerlo, al final he pensado que no tengo derecho a recurrir a ti como paño de lágrimas, siempre que me sienta mal o me suceda alguna desgracia. No te enfades, pero te juro que lo pienso así. - bajó y suavizó el tono de su voz.
                                   - Mejor me calló… Te diría muchas cosas, pero bastante tienes ya con todo lo que me cuentas. Quiero que sepas, que me duele esa falta de confianza, tanta como para no llamarme y contármelo todo. Ya veo que no cambiarás nunca.  Así que estás en Madrid y… Bueno, vamos a dejarlo, porque no quiero cabrearme. ¿He de suponer que has vuelto a trabajar con tu madre, claro? - relajé el tono yo también.
                                   - A ver, donde quieres que vaya… Ella, encantada de que la hija pródiga vuelva al redil… Yo pues, para que te voy a contar, que ya no sepas. Después de un sinfín de reproches, de muchos “ya te lo decía yo”, “nunca me haces caso” etc. etc., pues agaché las orejas y volví a entrar en mi despacho que, por cierto, lo había conservado, tal y como estaba cuando me fui. Así que aquí me tienes. He vuelto a nuestro piso…, bueno el que fue nuestro piso, que me pone muy triste, pues aún no me he acostumbrado a ver tu cuarto vacío. Fueron unos tiempos tan bonitos y…- se le quebró la voz y la oí llorar.
                                   - Ni te imaginas la rabia que me da oírte así. Cada vez que hablamos tú y yo, una de las dos acaba llorando. Ya no somos unas crías Natalia. Tenemos que cambiar nuestro modo de relacionarnos, porque aquí falla algo. Y si me apuras falla en dos sentidos, por un lado en el de nosotras y los hombres, y por otro en el nuestro propiamente dicho, como algo más que amigas. Ya me entiendes. ¿Somos idiotas o qué…? No hemos aprendido nada con toda esta vida que llevamos malgastada. Dime la verdad ¿Tú, cuando has sido verdaderamente feliz? Pero quiero la verdad absoluta, sin más atajos y rodeos. Luego, te contestaré yo a esta pregunta también. - había dejado de llorar y me volvió a hablar, entre largos suspiros.
                                   - No tengo que pensar mucho. Mira en mi etapa de los cinco  a los once años, cuando vivía aún con mi padre y, por tanto, aún no me habían llevado al internado del colegio Jesús-María en Burgos. Después…, el día de mi primera comunión, me acuerdo de aquel vestido y de los regalos, el día que terminé la carrera de derecho, y no es por hacerte la pelota, pero un día muy importante fue cuando viniste a vivir conmigo al piso, y luego…, es que me cuesta hablarte de esto, pero ya que me has pedido sinceridad sin trampas, pues… la noche que me pillaste, haciéndote la dormida, en aquel hotel cerca de Barcelona. Como verás, no te puedes quejar, pues estás en dos de los cuatro momentos en que he sido feliz en mi vida. Ahora te toca a ti, venga dímelos.
                            Me había quedado en blanco. Mi cerebro estaba todavía procesando la confesión de mi amiga. Me sentí realmente importante, al saber que había sido algo a destacar en su vida. La oí respirar y ese sonido me sacó de mi ensoñación y le contesté mientras hacía memoria.
                                   - Me gusta lo que me has dicho, gracias cariño, tú sí que sabes levantarme la moral. Bueno, y con lo de la pregunta… Fui feliz, todos los veranos en que fuimos a la playa con mis hermanos, el día que terminé de leer el libro de El principito, y el momento exacto en que sentí mi primer orgasmo, y supe que podía ser feliz sin necesitar a nadie, y por último, la mañana en que te vi desnuda en la ducha, y saliste para abrazarme, y hoy, ahora mismo, al saber que estás libre y sola, que tengo posibilidades de ser algo más que tu amiga, pues me doy más cuenta de que te necesito y que te quiero Natalia. Sobre todo te quiero y siento que tu piel es el único destino de mis manos, y esa frontera que debo traspasar aún, para encontrar los sentimientos que encierra. Por ti dejaría todo lo que tengo. Si me lo pides, solo he de vivir, por y para ti. ¿Me dejas? - volví a hacerle otra pregunta, una gran pregunta. Me di cuenta de que estaba acalorada, de que hablaba con la boca seca, pero mi piel transpiraba demasiado, hasta mojar mi ropa. Solté todo lo que hacía mucho tiempo llevaba ahogándome la garganta, como un lazo de soga. Tenía que intentar, que Natalia no se alejara, de nuevo, de mi vida.
                                   - No tenemos arreglo, buscamos fuera lo que tenemos en casa. Y hablando de casa, vente esta noche a cenar, te prepararé todo lo que te gusta, no creas que se me he olvidado. Luego, mataremos las penas con un par de botellas de cava.- su voz tenía ahora ese timbre de alegría, al que había definido yo como el sonido de una campanilla. Aunque con ello, se hubiera parado el mundo, no habría faltado a esa cena. Había sido muy clara en expresarle lo que sentía y, aquella invitación, hizo volar mariposas en mi estómago - Te parece que me dejé caer a eso de las ocho, asi te hecho una mano con la cena. ¿Vale? El postre lo llevo yo.
                            Mientras regresaba intenté procesar, más detenidamente, aquella conversación. Aquella velada podía ser otro capricho de Natalia por tenerme cerca, para desahogarse de sus problemas o para iniciar algo un poco más profundo conmigo. Me temí lo peor, y me asalto el presentimiento de que esa noche volvería a casa decepcionada una vez más, con el comportamiento de mi amiga, Tal vez era yo la que quería ver algo, donde no lo había, la que pedía un imposible a esta relación que sin duda estaba solo en mi cabeza, mi piel y mi corazón.
                            Cuando llegué a casa, Eduardo no estaba. Encontré una nota pegada sobre el monitor del ordenador, como siempre solía hacer cuando quería comunicarme algo, en la que me decía que no comería en casa, y que le preparara su maleta pues salía,  de madrugada, para San Francisco. No me explicaba más, en un posit tampoco cabe un discurso, pero aún con todo, solía ser parco en palabras. Algo le oí comentar de una empresa española que quería establecerse en Estados Unidos, y le habían cogido como notario, para todo el papeleo. Saqué de la nevera un plato preparado de lasaña vegetal, y lo calenté en el microondas. Aquella semana había empezado un régimen, pero ya lo había roto tres veces. Como decía mi endocrino, yo no empiezo regímenes, lo que empiezo es la idea de hacerlos. Así que cogí dos pastelitos de los que le ponía a mi marido en el desayuno y me los comí de postre. De cualquier modo, estaba segura de que esa noche, Lorena, prepararía una cena vegetariana y eso compensaría el desatino cometido con los deliciosos pastelitos.
                            Me había duchado antes de salir de casa por la mañana, pero pensando en la posibilidad de que Lorena sintiera la necesidad de acariciarme, o simplemente de tocarme, lo volví a hacer de nuevo. Extendí mi mejor crema hidratante por toda la piel, y deposité el perfume que sabía le gustaba, en los puntos más estratégicos de mi cuerpo. Después de casi una hora luchando con mis pinturas y brochas, conseguí maquillarme como me gustaba.
Ya el vestidor, me quité la bata, y colocándome ante el gran espejo de la pared, me contemplé desnuda. Giré, una y otra vez, sobre mí misma, y llegué a la conclusión de que seguía siendo una mujer apetecible para cualquiera.  Con un vestido negro, largo, estilo imperio, me dispuse a bajar al garaje, para coger mi coche. Sonó el teléfono, era mi madre, que como siempre, hacía su llamada de rigor para saber si todavía vivía. Sobre las siete y media, salía de casa, para esa cita con la que había soñado, muchas veces, en los últimos meses.
                            La cena, como suponía, fue todo un éxito. Natalia sabía hacer unos maravillosos platos, con esas odiosas verduras, que figuraban en mi dieta y con las que tenía que batallar cada día. Como colofón a aquella sinfonía de sabores y mejores presentaciones, yo había comprado, de paso hacia su casa, unos deliciosos pasteles con crema francesa y una caja de bombones belgas. Todo muy europeo como veis. No hay mejor compañero, para dos mujeres, en animada conversación, que una caja de bombones y una botella de cava frio, y así lo hicimos. Desinhibidas, felices, dejando nuestros problemas en cada envoltorio vacío de aquellas delicias de chocolate, llegamos al punto crítico de la noche. Fui yo la que sacó el tema.
                                   - Creo que si alguien me preguntara ahora, que es la felicidad, le diría que estar aquí y ahora, contigo. Estás radiante y nadie diría que acabas de terminar una relación. Verdaderamente… ¿nos hacen falta los hombres, para colmar nuestras necesidades? Somos independientes, con una carrera, con don de gentes, con un físico más o menos atrayente, y todo eso hemos de entregárselo a un hombre para que, por más que nos adule, y nos acaricie los oídos con piropos y zalamerías, en el fondo piense que somos inferiores y como tales nos trate. Hemos venido al mundo, para tener hijos, para criarlos, mientras nuestro cuerpo se estropea con cada embarazo y cada lactancia. No, me niego a ser todo eso. Eduardo quiere tener un hijo, es su ilusión, como él dice, y me parece muy bien, pero no me ha preguntado si es la mía, y da por hecho que tiene que serlo, porque soy mujer y he nacido para eso…Y una mierda caballero, si quieres tener un hijo, te lo compras…No te compras un Mercedes, y una Harley, porque te hacen ilusión, pues se cree que esto es lo mismo, solo que no hay tiendas donde vendan hijos, y esos no los puedes comprar. Tenemos auténticas batallas dialécticas y siempre terminamos mal. Ya vale de manipulaciones. Hasta hace cuatro días, tenías que pedir permiso al marido para salir de viaje, o para comprarte una lavadora. No necesitamos un hombre a nuestro lado ¿Para qué? ¿Para qué nos defienda? Ya no estamos en la época de las cavernas, donde el hombre defendía a la familia a garrotazos, de los dientes de sable y los peligrosos osos. Ni nos quedamos en casa, mientras el sale a buscar el salario. Nos ganamos el nuestro, y a veces mejor que el marido y eso si que les duele. Dirás que soy una reaccionaria sufragista o una feminista anarquista, y tal vez tengas razón, y a mucha honra, diría yo. Si quiero, puedo sentirme bien a tu lado, como mujer, como partenaire sexual, como enamorada hasta la medula de tus huesos. No hace falta más proclamas Lorena, sabes que no me ando por las ramas. Estoy enamorada de ti, desde hace mucho tiempo, casi desde el primer día que te conocí. Tengo un marido, si, pero no estoy enamorada de él, y te lo digo ahora para que no me vengas luego con que le traiciono, con estos sentimientos hacia tu persona. He salido con más hombres, pocos más, pero como un modo de llenar mi vida, de buscar algo distinto a lo que sentía y que deseaba acallar o aclarar. Tal vez ese sea tu problema. No he sido una mujer acomplejada por sentirme lesbiana, pero si he luchado por poder afianzarme en esa condición sexual, sin conseguirlo. No me he enamorado de ninguna otra mujer, y fíjate que, cuando te conocí, yo ya tenía veintinueve años. Imagínate mi calvario. Pero llegaste tú, y mi vida se volvió en color, y deje el blanco y negro para los ratos de tristeza, tus desprecios y tus abandonos. No te culpo de nada, yo también sé lo que es no estar segura de nada. Solo te pido que me dejes quererte a mi manera, de un modo diferente a esa amiga y confidente, que siempre está a tu lado. Yo no solo quiero estar a tu lado, quiero estar también en tu corazón y en cada centímetro de tu piel. Espero, algún día, poder besar esos labios y fundir nuestra saliva como una ofrenda vestal a nuestra particular Afrodita. Y me estoy poniendo cursi, e impertinente, así que me voy a callar y a conformarme con mirarte. - baje los ojos, y apuré mi copa de cava.
                            Agradecí que Natalia no hiciera ningún comentario a todo lo que acababa de decirle. Se levantó, y fue a la cocina a buscar la segunda botella de cava. La trajo tintineando en una champanera llena de hielo, que depositó sobre la mesita de centro. Continuó hasta la otra parte del salón y fue apagando luces. Únicamente quedaron encendidos dos apliques, situados a ambos lados de la chimenea. El ambiente se hizo mucho más cálido. Una vez llegó de nuevo hasta mí, cogió un gran cojín, lo dejó caer al suelo, y se sentó sobre él, apoyando la espalda en el sofá. Alargó el brazo, sacó la botella de la cubitera y sin ninguna dificultad la descorchó.
                                   - Acércame tu copa, nos habíamos quedado ya en dique seco.- y cuando la tuvo frente a ella, la lleno hasta el borde. - Bebe conmigo, anda…Vamos a brindar, que aún no lo hemos hecho esta noche. - Llenó también su copa y la acercó a la mía, sin llegar a golpearla, como debe hacerse, y me dijo sin dejar de mirarme a los ojos.- Vales mucho más que cualquiera de los hombres que he conocido. Tu aura posee una maravillosa luz violeta, lo que significa mucha fuerza espiritual. Tus chacras, están perfectamente alineados, y su vitalidad, te da poder absoluto sobre todo aquello en lo que centras tu atención. Así como en otras ocasiones me has transmitido inquietud, e incluso te he tenido miedo, hoy solo me das calma interior, y te lo agradezco, pues estoy muy necesitada de ello. Ven, siéntate aquí, a mi lado.- y me indicó con su mano un lugar en la alfombra, cerca de ella. Me decía que le infundía paz, pero era yo la que sentía ahora esa sensación al estar allí, y escuchar sus palabras. Me senté donde me dijo, y entonces, cogiéndome por los hombros, me inclinó hacia atrás, hasta hacerme caer en su regazo, apoyando mi cabeza sobre su vientre. Sentí que mi respiración se aceleraba, tuve vértigo, pero luego, el sonido de sus latidos bajo su piel, acompasó mi corazón al suyo. No me atrevía a hablar, era un momento perfecto, en el que me encontraba, jamás había sentido algo igual. Bajó entonces sus manos, y las colocó sobre mis ojos. Noté, una oscuridad más profunda, y el calor de su piel sobre mis parpados. - Ahora sí que me siento tuya Lorena. Quiero sentir tus labios en los míos, sé que me quieres y me deseas, y tal vez seas lo mejor para mí, esa persona que tenía designada para hacerme feliz, aunque yo no quisiera, o no estuviera preparada para verla.- separó sus manos de mis ojos, y me ayudó a incorporarme. Entonces, de rodillas, frente a frente, con sus profundos ojos azules clavados en los míos, incliné mi cabeza hacia la suya, y nuestros labios se encontraron al fin. Sentí como su energía pasaba a mí, como la suavidad de aquella fina piel mojada, me hacía temblar como una hoja al viento. Su saliva sabía a chocolate, a vainilla y a deseo. Poco a poco, fuimos cambiando la postura de nuestras cabezas, y nuestras bocas buscaron el mejor acomodo para poder apoderarse más de la otra. Fue un beso eterno y profundo, que minó nuestras fuerzas, haciendo que nos deslizáramos, lentamente, hasta terminar tendidas en la alfombra, en un abrazo igualmente único, al separar nuestros labios, más rojos aún si cabe, por la pasión que los fundió antes en uno solo. Ninguna de las dos se atrevió a abrir los ojos, cerrados hasta ese instante, para no perder ni uno solo de los detalles que se dijeron, en silencio, nuestras bocas, sedientas de cariño. Así imaginé yo el primer beso de Natalia. Acababa de cumplirse mi sueño.
                            Ya no había freno a nuestros impulsos y sentimientos, se había roto una inmensa barrera, y no estábamos dispuestas a que volviera a cerrarse para separarnos de nuevo. Lo siguiente que recuerdo, es que me encontré sobre su cama. Mi vestido negro, descansando a mis pies y Natalia, desprendiéndose del suyo, sin dejar de mirarme. Sobre la mesilla descansaban ya nuestros relojes, los pendientes y una pulserita de oro que ella siempre llevaba puesta. Antes de subir a la cama, Natalia apagó la luz de la habitación y encendió las dos lamparitas de noche. Mi piel ansiaba su piel, y sin poder aguantar más, alargué mis brazos para acercarla. Lentamente, se dejó deslizar sobre mí, y un escalofrío me recorrió la espalda. La sentí caliente, y ligera. Era como si volara, a pocos centímetros. Comencé a notar sus pechos en los míos, sus pezones, rozándolos, me parecieron la caricia de una pluma. Su melena rubia, cayendo sobre mi cara, apenas me dejaba entrever la suya. Y desde esa postura, comenzó entonces a deslizarse hacia abajo, en dirección a mis pies, mientras iba besando cada centímetro de piel, por el que pasaban sus labios. Apenas podía soportar aquella sensación, aquel estremecimiento mezcla de calor y frío, que me taladraba el cerebro y humedecía cada vez más mi sexo. Mis jadeos fueron en aumento. Instintivamente separé mis piernas, justo en el momento en que su boca llegaba a la entrada de mi vagina. Mi clítoris era su meta y allí se detuvo, para deleite de ambas. Cuando ya no podía más y sentía que se aproximaba un inmenso orgasmo, dejó de lamerme y continuó besándome, hasta llegar a mis pies. Jamás me habían besado y lamido, de ese modo, aquellos pequeños dedos, pero juré que siempre le pediría que me hiciera estas caricias tan deliciosamente eróticas.  Cuando hubo terminado, quedó de rodillas frente a mí. Ahora fui yo la que, incorporándome, fui hacia ella para abrazarla y fundirme en su boca, mordiendo suavemente sus labios, y buscando su lengua con la mía. Alternamos los masajes, y nuestros dedos,  actuando en aquellos lugares precisos, lograron varios orgasmos, que repartimos con generosidad entre las dos. Agotadas, sudorosas y felices, el señor Morfeo, no sin cierto rubor, nos invadió, poco a poco, seguramente encantado del espectáculo que ofrecían nuestros cuerpos desnudos y juntos, mientras nuestros dedos se entrelazaban como los eslabones de una cadena que daba seguridad e impedía cualquier posibilidad de huir.
                            Tuvimos que quedar verdaderamente exhaustas, pues cuando despertamos, casi al unísono, eran ya la una de la tarde. La habitación permanecía a oscuras, y no quisimos ni descorrer las cortinas, ni encender alguna luz. Así, en esa penumbra, volvimos a abrazarnos y besándonos fue la mejor manera de darnos los buenos días.
                                   - ¿Tienes hambre…? Ya sé que suena muy prosaico, pero desde la cena llevamos más de doce horas sin comer, y eso para mí es un sacrilegio. - le comenté a Natalia, entre beso y beso.
                                   - Pues claro que tengo hambre, nos vestimos y nos vamos a comer por ahí. No es cuestión de ponerse ahora a guisar. Sé de un sitio que no está lejos, y que dan comida vegetariana, tienen un chef que prepara unos platos maravillosos. Es una idea, ahora que si tienes otra mejor, estoy abierta a cualquier opción, el caso es comer y pronto.- y diciendo esto, depositó un sonoro beso en uno de mis pechos y saltó de la cama como lo habría hecho una ágil gacela.
                            Desde esa noche nuestras vidas sufrieron un profundo cambio. Natalia comenzó sus sesiones con la sicóloga, pues se dio cuenta de que necesitaba afianzar muchos de sus sentimientos y la manera de ponerlos en práctica. De momento, reconoció que yo le gustaba, que se sentía realizada, al menos en el plano sexual, con nuestros encuentros. No me hablaba nunca de amor, o de nada parecido. Me di perfecta cuenta de que, aunque yo empleara esa palabra, ella la rehuía siempre. Por otro lado, todo aquello supuso un distanciamiento mayor de Eduardo, pero ninguno de los dos echo de menos nada. Llegó un momento en que pensé que había otra mujer en su vida, pues no comprendía como podía pasar tanto tiempo, sin tener relaciones íntimas, al menos conmigo no las hubo.
                            Los encuentros con Natalia fueron en aumento, primero eran cada quince días, más o menos, después pasaron a ser semanales. En ocasiones, nos íbamos el fin de semana, a algún hotel de los alrededores de Madrid. Para nosotras era como una aventura continua. Cada vez que cerrábamos, detrás de nosotras la puerta de una de aquellas habitaciones, era como si fuera el primer encuentro. Hubo  ocasiones, en que solo salimos de la habitación para comer y cenar, pues el resto del tiempo nos encantaba estar juntas, sobre la cama, viendo una película en la televisión, leyendo cada una su libro, o simplemente dormidas, despertando para besarnos, y hablar y hablar, durante horas. Era maravilloso hacer el amor con ella, pues se dejaba acariciar inmóvil, relajada, y provocativa, para luego tomar ella las riendas del juego y llevarme hasta el éxtasis. Tenía unos dedos mágicos, y su lengua hablaba con mi piel sin palabras. Teníamos nuestros propios juegos, con nuestras propias reglas, pues ninguna de las dos había tenido experiencias anteriores en las que hubiera podido aprender.
                            Aquel verano, nos fuimos juntas a Ibiza, y allí descubrí otro paraíso, de la mano de Natalia. Playas de ensueño, atardeceres llenos de besos, noches de delirio con olor a madreselva. Me introdujo en su filosofía de vida, y la relajación entró a formar parte de nuestras actividades diarias. Me presentó a sus amigos, y con ellos disfrutamos de largas veladas a la luz de las velas, mientras el sonido de una guitarra nos ponía mucho más sensibles. Hubo noches de auténtica locura, y el alcohol contribuyó bastante a ello. No entendía, como personas que se consideran casi inmateriales, con sus rituales de relajación, sus ejercicios de yoga y su espiritualidad budista a flor de piel, podían desmelenarse de aquel modo, durante una noche entera de copas. Ibiza es así, me contestó en una ocasión, uno de sus amigos.
                            Pasamos casi veinte días allí, en Sant Carles de Peralta, y en su playa de Aguas Blancas, a unos diez minutos en coche de Sant Carles. La playa es nudista, y me hizo mucha ilusión, regresar a Madrid, sin una sola marca de ropa en mi cuerpo. Compartimos muchas cosas, con otra pareja de chicas, de Córdoba, que disfrutaban su amor de forma totalmente deshibida. A todos los sitios iban cogidas por la cintura, besándose cada tres  pasos, fundidas en abrazos eternos sobre la arena, o entre las olas. Me encantó verlas en el comedor del hotel, compartiendo la comida como dos adolescentes, y dándosela en la boca, la una a la otra. Lo mejor de aquel lugar, es que nadie las miraba, ni se preocupada por lo que aquí hubiera sido escándalo público. Esa es otra de las cosas que me enamoraron de Ibiza, y por las que sentí mucho volver de nuevo a la península, a la rutina y a los convencionalismos.


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La Teta Feliz Historias y Relatos ® Ricardo Rodrigo Lera - Derechos Reservados
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2 comentarios:

  1. Muy bueno, me gusta bastante está historia. Y lo que más me gusta es lo larga que es, es Un placer leerte.

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  2. Excelente la manera de redactar. Gracias por regalarnos esta historia. Acabo de marcar como favorito el hotel Gran Sol de Sant Pol de Mar, definitivamente en algunas vueltas de la vida debo pasar por alli.
    Florencia de Argentina

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