El
comienzo de esta estación, siempre ha supuesto para mí, el tener unos primeros
días tristes y llenos de melancolía. Pasada esta primera etapa, mi cuerpo y mi
mente te estabilizan de nuevo. Estoy segura de que debe de ser un problema
químico. Aunque parezca una incongruencia, apostaría que en mi organismo, mis
hormonas, mis células y mi sistema endocrino, sufren una serie de
transformaciones, que me precipitan a ese pozo negro y sin fondo, que para mí
es la tristeza. Me encuentro floja, sin ganas de nada, duermo más de lo
habitual y suelo gastar muy mal humor, al menos eso es lo que opinan mis
compañeros de la oficina, que tiene que sufrirme en los inicios de la
primavera.
El
invierno, que queda atrás, me da vida. El frío me estimula, lo mismo que el verano,
pero la primavera no es ni una cosa no otra, y yo debo de ser muy extremista en
eso de las temperaturas.
Todo
esto viene al caso porque, aquella primera primavera que compartimos, tuve dos
discusiones muy acaloradas con Natalia, y no solo con ella, pero como mi
verdadera vida comenzaba cuando salía de la oficina, las de mi trabajo ni las
contaré. Tal vez, también ella sufría este extraño síndrome primaveral, que
tanto agría los caracteres. El caso es que por pequeños detalles, y a la mínima,
saltamos las dos como si nos fuera la vida en ello. Nuestros temperamentos son
realmente parecidos y nuestros asaltos, a mala cara, bien podrían parecerse a
un choque de trenes. Pero también teníamos momentos maravillosos.
Una
mañana, en que me había dormido, bien porque no tocó el despertador, o porque
no lo oí, el caso es que salté de la cama, como poseída por una legión de
diablos encolerizados. Me abalancé, profiriendo juramentos, sobre la puerta del
baño, y entré como una estampida de cimarrones. Sonó un grito espantoso y, al
levantar la vista, pude ver a mi compañera, bajo el humeante chaparrón de la
ducha, con la esponja en una mano, y un bote de gel en la otra, que me miraba
con cara de película de terror. Frené en seco mi carrera, y me quede estática frente
a mi amiga y compañera de piso, sin saber cómo reaccionar.
-
¿Pero a dónde vas tan atropellada? Menudo susto me has dado. ¿Es que no puedes
andar como las personas? Casi te cargas la puerta. - su cara, mostró en ese
momento la rabia que le queda a uno, después de haber superado un susto.
-
Perdóname Natalia. Me he dormido, y voy a llegar muy tarde a la oficina. No
sabía que estabas aquí, además, normalmente, a estas horas estás en la cama
aún.- decía la verdad, pero ella tenía todos los motivos para estar molesta.
-
Vale, te perdono. Enseguida salgo, para que entres tú. No tardo nada. Anda ven
y dame un beso de buenos días. - adelantó su cuerpo fuera de la bañera,
invitándome a que me acercara hasta ella.
En
el tiempo que llevábamos conviviendo juntas, no había tenido ocasión de ver
desnuda a Natalia, lo mismo que ella a mí tampoco. Guardábamos una cierta
intimidad, sin demasiados aspavientos, ni miramientos, sin ñoñería, pero con un
elemental respeto. Tuve entonces la ocasión de disfrutar de ese precioso
cuerpo. Recuerdo que, por un lado, pensé en salir lo antes posible del cuarto
de baño, y por otro, sentí la necesidad de quedarme allí, de recrearme con tan
angelical visión. Aquella piel húmeda, de aspecto tan suave, llena de cientos
de diminutas gotas, resbalando como lágrimas brillantes. Sus formas tan
perfectas, sus infinitas piernas, la perfecta curva de sus caderas y el sensual
volumen de sus pechos, la hicieron aparecer ante mí como una excitante
desconocida. Se dio cuenta del descaro de mi mirada y, dando la vuelta sobre si
misma, me dijo:
-
¿A qué no estoy del todo mal? Mi trabajo
y mi dinero me cuesta. Por cierto, tengo que pasar ya por el instituto de
belleza, me tengo que depilar, pues llega el buen tiempo, y hay que lucir
palmito, como dice mi madre.- terminó riendo, mientras se quitaba el poco jabón
que le quedaba.
Me
encantó su naturalidad, al permanecer desnuda ante mí, sin sentir el menor
pudor, ni la menor vergüenza. Por otro lado, aquella experiencia me produjo una
serie de nuevas sensaciones, dignas de un análisis posterior y más concienzudo,
sobre este aspecto de mi persona. Intenté corresponder a su generosidad, al
dejarme contemplarla así y, antes de que saliera fuera del plato de la ducha,
me desnudé también, con lentitud, y acercándome hasta ella, esperé mi turno.
Natalia, se volvió entonces y al verme así sonrió, me alargó su mano, para que
la ayudara a salir, sin resbalarse y, saltando fuera de la ducha, me abrazó con
suavidad.
Lo
que sentí en ese instante, es imposible de explicar. Nunca había tenido una
mujer desnuda en mis brazos aunque, no sin ruborizarme, en más de una ocasión
lo había imaginado, y lo había fantaseado casi exactamente así. Tal vez, esa
había sido una de mis secretas e inconfesables fantasías sexuales. Ya en el
colegio, con doce o trece años, durante unos campamentos de verano, sentí algo
parecido con Esperanza, mi compañera de tienda. Muchas noches, me excité
viéndola desnuda al cambiarse de ropa o mientras se quitaba o ponía el pijama,
para entrar en el saco de dormir. Las monjas nunca nos hablaron de estas
posibles sensaciones, pero yo ya sabía, en mi fuero interno al menos, que todos
aquellos pensamientos, jamás los podría confesar a nadie. Julia ni lo sospechó
siquiera, pero por todos aquellos momentos, guardaré siempre un buen recuerdo
de ella.
-
Que calentita estás, que gusto - me dijo apretándose más contra mi.- Bueno me
voy a vestir, y tú date prisa, que hoy te van a echar la bronca en la oficina.-
y cogiendo una toalla, salió del baño de puntillas, en dirección a su cuarto.
Tardé
unos segundos en reaccionar. Aquella sensación, que Natalia había dejado en mi
piel, duró aún esos pocos segundos. Fue como un bálsamo, que me dejó serena y
relajada. En ese momento, decidí que ese día no iría a la oficina. El agua
caliente sobre mi piel, borró lentamente el recuerdo de la suya. Algo nuevo
había crecido en mis percepciones, en esas sensaciones más elementales de mi
sexualidad.
Aquel
episodio, ni siquiera lo hablamos entre nosotras. Nuestra vida transcurrió como
siempre, al menos para ella, pues ya no pude verla nunca de la misma forma, y
aquello me creó el problema de sentirme sola, ante esas actitudes que habían
nacido para ser compartidas.
Cuando,
en mi fuero interno, había empezado a pensar, que como se dice vulgarmente, me
gustaban las mujeres, la vida vino a demostrarme que no todo es ni blanco ni
negro. En una tarde de compras por el centro y, tras más de tres horas de
deambular de tienda en tienda, con los pies molidos, entré en una cafetería para
reponer fuerzas ante un café y un croissant. Me senté en una de las mesas,
busqué la que estuviera en el lugar más discreto, y pude quitarme por fin,
disimuladamente, los zapatos. La sensación de placer se incrementó, con el
primer sorbo de café y la visión del impresionante aspecto de aquel bollo con
nombre francés.
Dos
mesas más allá de la mía, un hombre de unos cuarenta años, guapo, con muy buena
fachada, el pelo engominado, vistiendo ropa de marca, de aspecto desenfadado y
con un libro entre sus manos, dejó su lectura, y comenzó a mirarme con
insistencia. Colocó el libro sobre la mesa y con una sonrisa me dijo:
-
Que bien se queda uno cuando, por fin, se puede quitar los zapatos. ¿Verdad?- y
esperó mi comentario.
-
¡No me diga que se ha dado cuenta…! ¡Qué vergüenza, por Dios! Y yo pensando que
no se enteraba nadie. Es que no podía más… ¿No le molestará? - terminé
sonriendo yo también, sonrojada y con la vista baja.
-
Nada de eso. Yo entiendo que el dolor de pies es algo insoportable, y que con esos
zapatos y esos tacones, no me extraña que llegue un momento en que no se pueda
resistir con ellos puestos. Hagamos como que no lo he visto y solucionado.-
desplegando una gran sonrisa, se levantó y, llegando hasta mí, se presentó. -
Eduardo Salvatierra, en este momento, tu último y más ferviente admirador. -
extendió su mano, a la par que hacía mención de acercarse, para darme los
consabidos dos besos de saludo.
Con
su proximidad, me llegó una suave nota de perfume, varonil y seguramente muy
caro. Noté su cara suave, recién afeitada. Su piel morena, indicaba que
practicaba algún deporte al aire libre, o que al menos visitaba, con asiduidad,
algún salón de rayos UVA. Me gustó el detalle de que, desde el principio de la
conversación, me tuteara, como si me conociera de toda la vida. Seguramente,
era un hombre con una amplia vida social, pensé.
Tras
la presentación, y sin que mediara una sola palabra más, volvió a su mesa para
recoger su libro y su taza. Con uno en cada mano, llegó de nuevo hasta mi mesa y
se sentó en la silla vacía, frente a mí. Me sorprendió de nuevo su actitud,
pero también he de decir que igualmente me agradó su atrevimiento. Me gustan
los hombres que tienen iniciativa y una cierta y pícara sinvergonzonería.
-
Con tu permiso, voy a dar cuenta de mi merienda, antes de que el café se
enfríe.- y tomando los cubiertos, me dispuse a trocear el croissant. Ese fue
todo mi comentario.
Así,
una tarde que había comenzado sola, y de compras, terminó cansada y acompañada,
nada menos que por Eduardo Salvatierra, ilustre señor notario del colegio de
Madrid, soltero, divertido y con una culta e interesante conversación, que se
prolongó hasta más allá de la media noche, tras una maravillosa cena, en un
conocido restaurante japonés, junto al paseo de la Castellana. Sobre la una de
la madrugada, y después de unos momentos, aún en el coche, prolongando la
despedida, descendí de su Mercedes blanco, para decirle de nuevo adiós, ya
desde el portal. Algo vi en aquel personaje, cuando en mi primera cita, fui
capaz de entregarle uno de mis más preciados secretos, mi teléfono. Quedó en
llamarme cualquier tarde, para pasar juntos otra velada tan interesante, al
menos, como aquella, según confesó antes de dejarme.
Mi
relación con Eduardo se fue consolidando poco a poco. La verdad es que la vida
a su lado era todo menos monótona. Nos veíamos los fines de semana y para cada
uno de ellos preparaba una aventura distinta. Podíamos pasar de uno romántico,
en un hotel con encanto, cerca de Granada, a otro vertiginoso, que incluía un
saltó doble en paracaídas, cerca de Salamanca. Por otro lado sus detalles eran
verdaderamente maravillosos. Una mañana trajeron a casa un ramo de rosas,
formado por tantas flores como mis años. Un viernes, estando arreglándome para
salir con él, me mandó a casa un increíble vestido de Adolfo Domínguez, solo
porque, en una de nuestras conversaciones, había yo mencionado, de pasada, a
ese modisto, como uno de los que más me gustaban. Jamás pensé en poder llevar
un vestido de esa firma, pero él hizo realidad ese sueño. Detalles así, eran
los que me hacían sentir como una princesa de cuento.
Dado
que mi trabajo estaba muy relacionado con la compra venta de terrenos, fincas
etc., me propuso dejar mi empresa, y entrar a trabajar en su notaría, como
asesora, en todo lo que estuviera relacionado con bienes inmuebles. No soy muy
proclive a hacer grandes cambios en mi vida, y la verdad es que, hasta ese
momento, lo había cumplido, pues desde que terminé la carrera, únicamente había
trabajado en la empresa donde me encontraba por entonces. La propuesta era
tentadora, ya que al margen de la parte sentimental, pudiendo estar a diario
cerca de él, estaba la parte pecuniaria, y casi asustaba la cifra que puso ante
mis ojos.
Natalia,
continuaba siendo mi confidente en todos los asuntos de mi vida, y este mismo
papel lo asumía yo, en los de la suya. No había nada que nos sucediera, sin que
aquella misma noche, lo comentáramos juntas, antes de acostarnos. La propuesta
de Eduardo la dejó boquiabierta. No podía existir nada más tentador. De
cualquier modo, a ella, el asunto no le gustó, desde el mismo instante en que
se lo expuse.
-
Yo que tú, me lo pensaría mucho. Mira, en los tiempos que corren, dejar un
trabajo como el tuyo, puede ser un suicidio. Llevas más de siete años allí, se
te valora, y según me cuentas, con ninguno de tus compañeros tienes el más mínimo
roce. Hace un mes, más o menos, hasta recuerdo que me hablaste de un posible
ascenso. Pon eso en un platillo de la balanza, y en el otro todo lo referente a
ese mirlo blanco, que has encontrado.- tal y como dijo esta última frase, noté
cierto sarcasmo en su entonación. Hasta ese día, nunca había hecho ningún
comentario negativo a todo lo que yo le había ido contando de Eduardo. No quise
pensar mal, pero me dio en la nariz un cierto tufillo de celos, y la verdad es
que me encantó esa sensación.
Después
de tres meses saliendo con Eduardo, de compartir unas vacaciones en Marruecos,
y de sentirme más que satisfecha en todo lo concerniente a nuestras relaciones íntimas,
volví a plantearme participar con él en las tareas de la notaría, y enrolarme
en su plantilla. Y en esa encrucijada estaba cuando, una mañana de domingo, en
que desperté a su lado, en su piso, después de una maravillosa cena, una
botella de champán francés y dos horas de agotador sexo, se me acercó, desde su
lado de la cama, y a bocajarro me dijo:
-
Cuando quieras, puedes fijar la fecha de la boda… Espero que compartas conmigo
esta nueva aventura que te propongo… Por favor Lorena, dime que sí, que te vas
a casar conmigo. Me da igual donde, como y si es por la iglesia, el juzgado o
el rito zulú. - y de un salto, se colocó sobre mí, y cogiéndome por ambas
muñecas, separó mis brazos empujándolos contra la cama, se acercó lentamente a
mi boca, hasta besarme.
-
Esto es a traición, no se me puede pedir algo así, cuando aún no estoy
plenamente despierta. No me gusta que juegues con ventaja. Después de una
ducha, y de un buen desayuno, me lo vuelves preguntar, y entonces te daré una
respuesta. - y ahora fui yo la que alcé la cabeza, hasta encontrar de nuevo sus
labios, para besarlos lentamente.
Verdaderamente
tuve mucho que pensar, pero aquella misma mañana, tras el sí que más me ha
costado pronunciar, comenzamos ya a hacer proyectos para la realización de
nuestra futura boda. Un primer e ineludible paso era el presentarnos a nuestros
respectivos padres. Por mi parte, solo a mi madre, ya que mi padre había
fallecido hacía cinco años, víctima de un cáncer, y a una no muy extensa
familia. Él, por la suya, era todo lo contrario. Según una relación de
parientes que me dio, para tener conocimiento exacto del número de asistentes,
tenía una hermana y cinco hermanos más, todos casados ya, y con dos o tres
hijos cada uno. Aquel dato me hizo pensar si no estaban relacionados con alguna
conocida secta religiosa. Sus tíos sumaban otros seis, y los sobrinos ya eran
como para perder la cuenta. Vivian dos de sus abuelas y un abuelo. En lo
relacionado con los amigos, aquello sí que era para temblar. Entre los de los
padres, y los de los hermanos, llegué a contar más de cuarenta. En resumen, por
parte de Eduardo asistirían unos cien invitados y por mi parte no llegarían a
veinte.
Los
padres de mi futuro marido, vivían en Barcelona, más exactamente en La Garriga,
un municipio de unos quince mil habitantes, situado a cuarenta kilómetros de la
Ciudad Condal, y enmarcado dentro del parque natural de Montseny. La ciudad,
cuenta con varias fábricas de muebles, que dan trabajo a un gran número de sus
habitantes. Una de esas fábricas era propiedad de los padres de Eduardo, y otra
más, de tres restantes sus hermanos varones, pues su hermana, se había casado
con un argentino, y había marchado a vivir a Mar del Plata, y Eduardo sin
querer saber nada con los muebles, había estudiado la carrera en Madrid, donde
se había quedado a vivir definitivamente.
La
llegada al chalet de los señores Salvatierra, convulsionó la vida de la casa.
Se habían reunido todos, para comer una paella con nosotros y así poder conocer
a la novia de su hijo, hermano, o tío. Nunca me han gustado los protagonismos,
y aunque tampoco me considero una persona retraída o tímida, aquel tipo de
reuniones familiares, entre desconocidos, que van a estar juzgando cada uno de
tus gestos, cada comentario, cada mínimo detalle, para luego, forjarse entre
todos una opinión, sin duda equivocada, de la persona que pretende incorporarse
a su clan, casándose con el “pobrecito” Eduardo, me producen urticaria.
Tal
y como había supuesto, los hechos se desarrollaron igual que si, una servidora,
les hubiera escrito el guion. Sus padres, gente bien, como los definiría mi
madre, fueron correctos, discretos y educados, pero no se comportaron de igual
modo los hermanos y sus respectivas esposas. Como un cardumen de pirañas, y
aprovechando cualquiera de los momentos en que Eduardo se separaba de mí,
arremetían con una andanada de preguntas capciosas y con segundas intenciones,
para intentar pillarme en algún renuncio, o en cualquier opinión, que pudiera
crear un cisma en sus propias convicciones, escandalizando su moral o sus
encorsetados y pacatos principios.
Le
había pedido a Eduardo que, por más que insistieran, no nos quedáramos a dormir
en su casa. Le costó aceptar la idea, pero al fin accedió a mi suplica y
reservó una habitación en un hotel de Barcelona. Insistieron, ya lo creo que
insistieron, durante la sobremesa, y de nuevo en el momento en que dijimos que
había llegado el momento de irnos. No les sirvió de nada, pues el hecho de
tener la habitación reservada ya desde Madrid, minó su empecinamiento. Sobre
las siete de la tarde, después de ocho horas en aquella casa, asediados en todo
momento, nos volvimos a quedar solos. Cuando el coche salió a la carretera, y
pude ver como el chalet iba quedando atrás, me acerqué hasta Eduardo y, dándole
un beso en la mejilla, le comenté:
-
Ha sido todo como había pensado. Tu familia es un encanto, pero ya tenía ganas
de estar un rato contigo. Espero que les haya caído bien a todos… ¿Te han dicho
algo?- aunque la respuesta me importaba muy poco, la esperé por curiosidad.
-
No sé por qué tenías que caerles mal… Mi madre me ha dicho que le pareces una
mujer interesante, elegante y culta. Mi padre, en cambio, solo ha comentado que
eras un mujer “cañón”, una expresión muy suya y un gran piropo, de esos de
antes. - y se puso a reír su comentario. - El resto no me ha dicho nada, pero
seguro que les has impactado, como lo hiciste conmigo el día que te conocí.-
separó su mano del volante, y la colocó cariñosamente sobre mi rodilla.
Cenamos
en el hotel, pues Eduardo pidió que nos subieran la cena a la habitación. La
noche, se llenó después de caricias, suspiros y hasta algún que otro apagado
grito. Al día siguiente domingo, nos llamaron de recepción a las diez, tal y
como habíamos ordenado. Bajamos, ya con el equipaje, que dejamos en el hotel,
para irnos a desayunar, sin tener que coger el coche, a una cafetería, al otro
lado de la calle. Sobre las once y media, cogíamos la autopista para Madrid.
Aquel fin de semana tuvo, una de cal y otra de arena, como reza el dicho.
Los
días pasaron a más velocidad que nunca, o al menos así me lo pareció, pues sin apenas
darme cuenta, llegó el día de mi boda. Ahora me preguntó cómo fui capaz de
hacerlo, y para qué, pues no tenía ninguna necesidad de casarme. Mejor no os relato
con mucho detalle aquel evento, que aunque todos presuponían que iba a ser el día
más feliz de mi vida, no lo fue de ningún modo. Solo recuerdo que todo el mundo
me daba órdenes y me manejaba, desde que amaneció. Primero con el pelo, el
maquillaje, después con el vestido, luego siguió el maldito velo, y terminó con
el extraño ramo, que había elegido, como no, mi suegra, y digo esto, porque
parecía cualquier cosa menos un ramo de novia, “nueva floristería” llaman a
cosas así. Los zapatos, comenzaron a hacerme rozaduras desde que salí de casa,
y ya en el coche, camino de la iglesia, me los quité durante todo trayecto.
Por
tres veces me pisé el vestido, que se descosió un buen trozo a la altura de la
cintura. El velo se me enredó en uno de los pendientes, y casi me arranca una
oreja. A la entrada, el padrino, el señor fabricante de muebles, corría
demasiado por el pasillo central de la iglesia, y yo, sin poder seguir su paso,
me tuve que soltar de su brazo, para obligarle a frenar. Nadie se preocupó de la
larga cola del vestido, y cada vez que me senté, durante la ceremonia, tiró de mí,
más y más, hasta casi ahogarme con el borde del escote. De los errores durante
el ritual, mejor olvidarlos, pues se equivocó el cura, el novio y hasta la niña
que leyó la epístola. Las monedas de las arras, salieron todas rodando hasta
los primeros bancos, y los asistentes, anduvieron a gatas por entre ellos, para
recuperarlas. Y suma y sigue. Aquello no fue una boda, fue una película de
Cantinflas. Como colofón, me dio por reír, es risa floja que te da siempre que
no puedes hacerlo, y me fue imposible leer una línea seguida, sin explotar en
una carcajada. Eduardo, solo hacía que darme codazos, y aquella noche, ya en el
hotel, descubrí que me había producido un cardenal de gran tamaño, a la altura
de la cadera. La cara del cura, como es de imaginar, era todo un poema.
Haciendo
honor a la conocida frase de, “beber para olvidar”, desde que llegué al
restaurante, no hice otra cosa que coger cada copa de champán que pasaba por mi
lado, y pasaron muchas. Cuando empezó la comida, yo ya no supe si era pollo,
ternera o merluza lo que me comí. Para rematar la faena, comenzaron los
brindis, y con ellos alzamos, que se yo las veces, copas y copas de champán
frío, que pasaba bastante mejor que el agua. Solo recuerdo, a continuación, que
al ritmo de una música ensordecedora y machacona, me apretujaban, me besaban,
me sobaban, y hasta hubo alguno que me metió mano descaradamente, sin que
pudiera hacer nada por evitarlo. Lo siguiente fue una cama de hotel que no
paraba de dar vueltas, y Eduardo sobre mí, intentando quitarme el vestido para
meterme entre las sábanas. Mi noche de bodas fue maravillosa, pues me la pasé
durmiendo como un bebé, entre geniales sueños y vapores de alcohol. Eduardo, según
me contó, todo cabreado por la mañana, me dejó allí, y se fue de copas con los
amigos, hasta las seis de la mañana. A todo esto no sé cómo llamarlo, pero
desde luego no una boda, tal y como yo entiendo esta ceremonia.
El
destino, juega con nuestras vidas de la manera más cruel. Eduardo, al llegar a
Madrid, y justo dos días antes de comenzar nuestro viaje de novios, se cayó
rodando por la escalera interior, que separaba nuestro salón, del resto de la
casa, en el piso superior. Como resultado de semejante caída, sufrió una
subluxación de la décima vértebra de la espalda. La cosa sonaba mal. Según nos
informó el traumatólogo, la lesión es parecida a una luxación, en la que se
separa, en demasía, una vértebra de otra, produciendo un desgarró de los ligamentos
y músculos que las unen. Total, un mes de reposo, y tres de rehabilitación, y
no precisamente en las Bahamas. Nuestro viaje quedó relegado a otro momento.
Llegué
a pensar que, desde que me había unido a Eduardo en matrimonio, la desgracia se
había adueñado de nuestras vidas. Algo me decía interiormente, que lo de unirme
a Eduardo había sido una gran equivocación. No me quedó más remedio que hacerme
cargo de la oficina de mi marido, teniendo que dejar mi trabajo. Todo era nuevo
para mí, y aunque él me iba explicando, cada día, todos los protocolos y
formulas, aquello se me hizo demasiado cuesta arriba. Sus colaboradores,
también me echaron una mano y tuvieron mucha paciencia conmigo.
Desde
la boda, y durante una larga temporada, deje de tener noticias de Natalia. El
trabajo, era una condena. Una condena que me hacía estar, algunos días, hasta
las diez o las once de la noche en el despacho. Perdí el contacto con mis
antiguos compañeros, con alguna de mis amigas y como digo, con Natalia. Una de
aquellas interminables tardes, en el despacho de la notaria, me acordé de ella, y sin pensarlo
dos veces, marqué su móvil. Tras varios tonos, oí de nuevo su voz.
-
¡Que ilusión me hace oírte, tía! He visto tu nombre en la pantalla y me ha dado un vuelco el corazón.
¿Qué es de tu vida? - y esperó mi respuesta,
-
Pues ya ves, trabajando aún a estas horas. Tengo tantas cosas que contarte, que
no sé por dónde empezar. - me puse nerviosa y hasta emocionada.- Desde el día
de la boda, ya no sabemos nada la una de la otra, y han pasado cinco meses…- me
interrumpió entonces.
-
¡Ya han pasado cinco meses…! Qué barbaridad, si parece que fue ayer…Bueno y que
cosas son esas que tienes que contarme. Empieza… - y volvió a darme paso.
-
Casi sería mejor que quedáramos una tarde, para tomar café y charlar largo y
tendido.¿ Te parece? - y aguardé un sí.
-
Bien, pero eso va a ser un poco difícil…- y la oí reír - Claro, es que no lo
sabes, pero ahora vivo en Barcelona. Así que lo del café…- y continuó riendo.
-¿Y
qué haces tú allí? No me digas que has dejado la empresa de tu madre. ¿O es que
habéis montado una sucursal? - la noticia, no me cuadraba mucho, con la vida
que había llevado hasta entonces Natalia, siempre pegada a su madre.
-
Ya sabes…aquello de que tiran más dos tetas…pues dale la vuelta…- y volvió a
reír - Tengo un novio que es de Barcelona, vive aquí y tiene aquí todos sus
negocios. Es dueño de tres gimnasios, una pista de pádel y un spa. Es un
negocio en el que hay que estar muy encima de él, y casi no nos veíamos, a no
ser que me pasara un montón de horas en el puente aéreo o en el AVE. Solución,
pues venirme aquí con él. Gran enfado familiar, mi madre, que casi no me habla
y muchos más daños colaterales.
-
Que extraña es la vida y como nos maneja. Fíjate lo que son las coincidencias,
yo he dejado también la oficina, y ahora trabajo con Eduardo, o mejor dicho, he
sustituido a Eduardo, después del accidente doméstico, que lo ha dejado fuera
de combate por unos meses, de los que ya lleva tres de rehabilitación. Espero
que sea una cosa temporal, pues no me gusta nada el asunto, y reconozco que no
valgo más que para una sustitución, como es el caso. Confío, en que cuando se
incorporé de nuevo mi marido, me admitan otra vez en mi antigua oficina, para mí
sería lo ideal - me interrumpió entonces.
-
¿Qué le ha pasado a Eduardo? ¿Dices que lleva ya tres meses de baja? ¿Pero no
era notario…? ¿Qué sabes tú de testamentos, poderes y escrituras…?- y volvió a
reír a carcajadas, con esa maravillosa risa, que ya tenía casi olvidada, y que
tanto me gustaba. - Perdóname por esta risa, que no tiene nada que ver con lo
del accidente de tu pobre marido. Siempre he dicho que valías demasiado, y no
te lo reconocía nadie… Con esto que me cuentas veo que tenía razón. De todos
modos, recuerdo que critiqué tu idea de irte de la empresa, y he sido yo la que
he hecho lo mismo. No tengo perdón.- hubiera estado hablando con ella toda la
noche, como aquellos sábados en que nos daban las tres y las cuatro de la
madrugada, sentadas en la alfombra o en el sofá del salón, compartiendo una
manta, y una botella de vino o una cafetera grande.
-
Lo de Eduardo es una lesión de espalda, que lleva su proceso y va bastante
bien. Se la hizo al caerse en casa, por las escaleras. Y hablando de cómo
estamos ahora las dos, ves las vueltas que da esto… Tú, detrás de un chico, que
por cierto no me has dicho ni cómo se llama, pues recuerdo que el último, con
el que yo te dejé, se llamaba Ramiro, eran andaluz y tenía algo que ver con
empresas de aceite, o algo así. Dejas a tu madre, te largas a otra ciudad, sin
tu círculo de amigos, sin tus caballos, no sé, sin todo lo que era tu vida. Y
de gimnasios, debes de entender lo mismo que yo de notarías. - y ahora fui yo
la que rompió en una carcajada.
-
Verás, se llama Raúl, es guapísimo, y me he enamorado como una tonta. Al menos
eso creo…, pues ya ves donde estoy y, como tú bien dices, mira las cosas que he
llegado a dejar atrás por él. Mi madre lo está pasando mal, lo sé, a ella le
gustaba Ramiro, el aceitero, al que deje al poco tiempo, pero ella no puede vivir
mi vida, lo siento de verdad…, ya me conoces. No sabes lo que daría ahora por
verte y seguir charlando. De todos modos, tienes que venir a verme. Escápate un
fin de semana, y lo pasamos juntas, sin hombres… Me acuerdo mucho de ti y, en
ocasiones, te he echado de menos. Me gustaba vivir contigo, de verdad. Si no
vienes tú, iré yo… ¿Vale? - y esperó mi contestación.
Con
esa idea, dimos por finalizada nuestra conversación, una de las dos iría al
encuentro de la otra. El verano estaba terminando, y no había podido salir aún
de Madrid. Me acordé de Natalia y de las playas del Mediterráneo, y le propuse
a mi marido marcharme una semana sola, y a la vez que veía a mi amiga, podría
tomar un poco el sol, como había hecho todos los veranos de mi vida. Eduardo,
estaba bastante mejor, terminaba ya con la rehabilitación, y se daba alguna que
otra vuelta por la oficina, aunque lo tenían que llevar y traer aún. Durante
esos días, sus padres se encargarían de él, encantados.
A
mediados de septiembre, Barcelona aún sigue recibiendo las oleadas de turistas,
extranjeros o no, que cada año la visitan, en esta época estival. Natalia, tras
la noticia de mi futura visita, se puso a hacer gestiones, según me contó a mi
llegada, para encontrar un hotel en un lugar tranquilo, y cerca del mar. Sus
pesquisas dieron fruto, y cuando llegué al aeropuerto, me estaba esperando, con
sus maletas ya en el coche, para que pudiéramos salir, directamente, en
dirección al destino de nuestras mini vacaciones. Comenzamos por coger la
autopista de Maresme, saliendo de Barcelona, en dirección norte. A una hora más
o menos, nos desviamos para entrar al pueblecito de Sant Pol de Mar. Reconozco
que nunca había oído nombrar a este pueblo. Hace unos años, tan solo, sus
habitantes se dedicaban a la pesca, y aún ahora, se pueden ver algunas pequeñas
y coloristas embarcaciones con las que continúan faenando. El pueblo, se
asienta alrededor de un trocito de costa, que es toda ella una playa, menos una
pequeña porción que se robó a la arena para construir un coqueto puerto
deportivo. El turismo es escaso y de cierto nivel. Nuestro hotel era el Gran
Hotel Sol, colocado junto al mar y, con sus jardines ascendiendo hasta un
antiguo torreón árabe, que proporciona cierto sello de identidad al pueblo. Me
gusto el sitio ya a primera vista. El hotel estaba completo, pero en recepción
nos dieron la llave de nuestra habitación, reservada por Natalia. Nunca
olvidaré el número, la doscientos veintidós. Mientras subíamos en el ascensor,
nos reímos de aquel dato curioso.
-
Mira, nos han dado los tres patitos, y solo somos dos…- rió mi amiga la
ocurrencia, mirando la placa de la llave. - ¡Ah! No te he dicho nada, pero he
reservado, como verás, solo una habitación. Imaginé que te parecería bien. Será
como volver a nuestro piso de solteras. - la noté feliz y emocionada de tenerme
allí, yo lo estaba igualmente. El compartir la habitación, era también un
motivo más de alegría para las dos. Realmente, había venido para estar el mayor
tiempo posible con ella. El sol era una mera disculpa
La
idea que llevamos, era pasar una semana, descansando, tomando el sol, paseando
por el pueblo y despertando cuando una de las dos lo hiciera, y siempre sin el
maldito despertador.
En
el pueblo de Sant Pol de Mar, había pocas cosas para poder hacer. Tan solo
tenía una docena de tiendas, la mayoría montadas para los pocos turistas que
por allí pasaban. Los verdaderos veraneantes, eran familias enteras de
Barcelona, de esas que se llamó de la burguesía catalana y de las que, tres o
cuatro generaciones anteriores, habían edificado sus segundas viviendas, al más
puro estilo modernista. Edificios, que aún hoy conservan todo ese glamour de
los años mil novecientos y pico. Nos dejamos llevar por los sentidos, y
visitamos sus más de diez pastelerías, que dan renombre al pueblo. No es una
frase, la verdad es que visitamos las doce que tiene. Su fama se ha extendido
por toda Cataluña, y hasta de provincias tan lejanas como Badajoz, habían
llegado visitantes atraídos por los delicados productos de la gastronomía del azúcar,
la almendra, y las refinadas harinas de la comarca, según nos contaron en una
de ellas. No hubo noche, en que para postre e incluso después de él, no nos subiéramos
a la habitación alguna de aquellas delicatessen. Como me dijo un día Verónica:
“hemos venido para pecar” y vaya si lo hicimos.
La
playa, fue otro de nuestros destinos diarios. Alquilábamos dos hamacas y una
gran sombrilla y, entre baño y baño, nos tendíamos al sol, como dos pescados en
un secadero.
Era
una maravilla, despertar y ver el sol sobre el mar, en un cielo de un azul
limpio y traslucido. Desde la cama, por la noche, con el balcón abierto, de par
en par, la luz apagada, desnudas y con una copa en la mano, nos entreteníamos
en identificar las constelaciones, en aquella pizarra oscura, que se plagaba de
diamantes.
No
sé aún bien cuando empezó aquella costumbre, pues no fue algo planeado, pero
cuando decidíamos meternos en la cama, nos quitábamos toda la ropa. La verdad
es que el calor, aún a esa hora, invitaba a ello. Estaba casi segura de que
también para ella era un placer verme desnuda. Durante los cuatro primeros
días, no hubo ningún comentario sobre este particular, pero la quinta noche,
cuando nuestra conversación se adentró en confidencias, y el relato de todas
aquellas intimidades, que nunca nos habíamos atrevido a exponer a nadie, relaté
a Natalia, mis fantasías sexuales de colegiala, con alguna de mis compañeras, como involuntarias
protagonistas. Finalmente me había liberado de aquel sentimiento de
culpabilidad, que me había acompañado durante toda mi vida. Esperé ansiosa el
comentario de mi amiga.
Natalia,
me escuchaba sentada frente a mí, sobre la cama, con las piernas en la clásica
postura yoghi de la flor de loto, mientras yo permanecía acostada, con las mías
a lo largo de su costado, y las dos almohadas bajo la cabeza, para tener una
mejor perspectiva de mi interlocutora. Con una mirada tierna, los ojos muy
abiertos, y una media sonrisa en sus labios, esperó a que finalizara mis
relatos, sin interrumpirme una sola vez. Concluí con una sincera declaración.
-
Sabes, tenía muchas ganas de poder hablar de todo esto. No sé lo que pensarás
tú, pero me has dado indicios suficientes, para creer que sientes algo parecido
por mí. Espero no equivocarme, y si es así, no tengas en cuenta mis palabras y
disculpa el atrevimiento de tu amiga. No querría que una confesión como esta,
terminara con nuestra amistad. Me da miedo decírtelo pero…, me gustas, y no
puedo dejar pasar un día más sin que lo sepas. Me gustas, y no quiero sentirme
más culpable de estos sentimientos, que me acaloran, que me ponen tierna cuando
te miró, a la vez que me impulsan a abrazarte, como lo hicimos aquella mañana
saliendo de la ducha. Es un cariño nuevo, distinto, al que no sabría poner
nombre. - cerré los ojos y esperé su reacción.
Noté,
como sus manos se posaban en mis piernas, luego, una suave caricia. Incorporándose,
se acercó para, acostándose a mi lado, entrelazar su mano con la mía. No dijo
nada. Así estuvimos dos o, tal vez, tres minutos, hasta que de repente, alargó
su mano hasta la mesita de noche, y apagó la luz, que esa noche,
excepcionalmente, habíamos mantenido encendida. Cuando abrí de nuevo los ojos,
la luna entraba en nuestra habitación, sin haber pedido permiso. Me volví
despacio hacia Natalia, la vi, a penas iluminada por dos débiles y azulados
rayos de aquella indiscreta luna. Dejé después resbalar mi mano por su cara,
con los dedos unidos y la palma hacia fuera, en una caricia que me electrizó la
piel. Al acercarme a sus ojos, noté la humedad de una lágrima que, rebasadas
las barreras de su prisión, rodaba hacia su boca.
-
¿No llores Natalia? ¿Pero qué haces, cariño…? No tienes ningún motivo para
estar triste. Si es por mi culpa perdóname, no he querido herirte, ni
ofenderte, yo solo… - y esta vez, sí me interrumpió, alzando la voz.
-
¡Estás tonta! Lloro de nervios, de emoción... Bueno, no sé porque lloro, es
igual, solo te puedo decir, que me has hecho plantearme muchas cosas con tus
palabras. Tu sinceridad, duele, pero ha abierto nuevas puertas en mi alma.
Nunca pensé que podría decirte esto sin sentir vergüenza… No sabes cuanta falta
me has hecho en algunos momentos importantes de la vida. No quiero ser infiel a
Raúl, aunque hace ya tiempo que de haberle engañado con alguien, ha sido
contigo, con esas fantasías que imagino compartir a tu lado, y con esa serie de
cosas más, que aún no me atrevo a contarte, pero que algún día sabrás. - se
había vuelto, nuestras caras, separadas por escasos quince centímetros, ahora
apenas estaban iluminadas. Notaba, como su rubia melena, se enredaba en mi
pelo. Podía disfrutar del aroma de su piel, amalgamado con el suave perfume que
usaba, y al que descubrí seguía siendo fiel. Su aliento, rozaba mis labios a
intervalos, en pequeñas y sensuales oleadas de calor. - Si he apagado la luz,
es porque no puedo escuchar de tu boca todo lo que dices sientes por mí, sin
mirarte a los ojos, y pensar que soy el objeto de tus deseos. Si te digo la
verdad, nunca me han atraído las mujeres, ni he pensado en tener algo con ellas
que no fuera una mera amistad. Lo tuyo es distinto, me pongo nerviosa cuando te
veo desnudar, cuando estas bajo el agua, en la ducha, o sentada en el inodoro
con la puerta abierta. Hay ocasiones, como ahora, en que coger tu mano me da
paz, y a la vez, me acalora y me incita a tocarte más, a acariciarte toda
entera. Luego me doy cuenta de que no soy capaz, de que me tiemblan las manos,
y me da miedo pensar que pueda tener estas tendencias lésbicas. Será, por todo
lo que la cultura de esta maldita sociedad nos ha grabado a fuego en nuestras
mentes, pero me he entregado a varios hombres, y he tenido relaciones íntimas
satisfactorias con casi todos. Mi cerebro se excita ante la presencia de unos
atributos masculinos, del especial olor de sus feromonas inundadas de
testosterona. Pero cuando apareciste tú, mi abanico de sexualidad se abrió, y
comencé a sentir algo nuevo y maravilloso, al verte desnuda, al rozarme contigo
en la cocina, mientras trasteábamos entre las cazuelas u ordenábamos un
armario. Imagínate, el otro día, con solo oír tu voz por teléfono, sentí como
me temblaban las piernas y un escalofrío me subía hasta la nuca. Me has
envenenado, con tu manera de ser, con tus palabras, con tu voz, con esa
preciosa cara y ese cuerpo que deseo, y
que me hace no pensar en el de Raúl. He luchado por olvidarte, porque no
supusieras un obstáculo en mi vida con él, pero no he sido capaz. Éste ha sido
el motivo de mi distanciamiento, y de que no te llamara antes. Te deseo, pero
dudo si quiero desearte. - abrí los ojos
para mirarla de nuevo, y me di cuenta, de que ella los tenía cerrados también.
Alargué mi mano, para acariciar su mejilla, y noté que estaba ardiendo, como si
una repentina fiebre se hubiera apoderado de ella. Aún con la poca luz que
llegaba desde la calle, pude ver entonces, como un intenso color rosado, había
subido hasta su cara. Estaba realmente congestionada. Este momento la superaba,
y aunque intentaba seguir mi discurso, no era capaz de asimilarlo como hubiera
querido. Cerré los ojos otra vez y reino el silencio. Aquella noche dimos un
paso decisivo en nuestra relación. A la mañana siguiente, ni un solo
comentario, nada con que romper el hielo y poder continuar hablado, de tantas
cosas como habían quedado pendientes la noche anterior,
El
día, transcurrió con la monotonía de cualquiera de los otros cinco, que ya habíamos
gastado de nuestras pequeñas vacaciones. Al llegar la noche, y tener que volver
a la cama, me sorprendió ver como Natalia, salía del baño con un pijama corto,
de seda color rosa. No dijo nada al respecto de su indumentaria, muy distinta
al de las noches anteriores. Cuando vio que la miraba sorprendida, me dijo con
la voz entrecortada:
-
He pensado que es mejor así. No te puedo pedir que hagas tú lo mismo, pero si
me gustaría… Mi madre repite una frase que viene muy al caso:” Quien evita la
tentación, evita el pecado” - y sonrió, mientras saltaba a la cama.
-
No quisiera hacerte pecar, como tú dices, no me lo perdonaría. Ahora busco mi
pijama y así podrás dormir más tranquila, evitando la tentación de mirarme - No
sé si se me notó demasiado, pero me cabreó su postura mojigata y falta de
confianza, esa confianza, con la que yo hasta ese día, no había tenido reparo
alguno en mostrar mi cuerpo desnudo, con toda naturalidad, al igual que pensé
lo había hecho ella.
Me
dio la sensación, de que me había cogido miedo, o que tenía miedo sí, pero de
si misma. De cualquier modo, había miedo en su comportamiento, y con esa
tensión entre ambas, nada podía funcionar bien. No estaba dispuesta, a que algo
que había sido tratado con toda la sinceridad y naturalidad del mundo,
desnudando nuestras almas, lo mismo que nuestro cuerpo, fuera el detonante de
aquella ridícula postura, impropia de Natalia. Y decidí que debíamos volver a
tratar el tema.
Cuando
apagó la luz, y ante su silencio, el sonido del mar inundo la habitación. Al
día siguiente dejaríamos el hotel, y nuestras vidas volverían a separarse
durante mucho tiempo, con toda seguridad. La convivencia con Natalia, durante
aquellos días, fue algo muy bonito, al menos para mí. No hubiera querido que
esa noche terminara nunca. Con estos pensamientos y mi sensibilidad a flor de
piel, rompí a llorar, sin poderlo controlar. Intenté que no se me oyera, pero
fue imposible. Al instante, noté el calor del cuerpo de Natalia pegado al mío y
su brazo, oprimió mi cintura. Su respiración húmeda, estremeció mi nuca.
-
¿Y ahora porqué lloras, tonta? ¿Qué te he hecho? ¿Lloras por mí, verdad? Dímelo
Lorena, por Dios…y deja de amargarte. No puedo verte así. Si tenemos que
hablar, pues hablemos, pero deja ya esas lágrimas, que te juro me hacen daño.
Tanto te ha dolido que no quiera estar, esta noche, desnuda ante ti, que no
sienta lo mismo por ti, que tú. No puedo evitarlo cariño, Dios sabe que lo he
intentado, que quiero pensar como tú, liberarme como tú, pero no puedo…- y
separándose, encendió la lamparita de noche. Luego, cogiéndome por los hombros
me volvió, lentamente, hacia ella. - Mírame, ya vale ¿no? No me hagas sentirme
peor de lo que estoy. - al dejar de hablar, comenzó a quitarse el pijama,
llegando a hacerlo con la camiseta de tirantes y quedando solo con el pantalón
corto, pero antes de que continuara, me incorporé y la sujeté por las muñecas.
-
Pero que equivocada estás…Creía que me entendías, aunque solo hubiera sido
medianamente, pero ya veo que no. ¿Crees que todo consiste en que me hagas
ahora un strip-tease? ¿Eso es lo que has comprendido de todo lo que te confesé
ayer? Por favor Natalia, no te hagas la tonta. Estamos hablando de algo más
profundo que unos cuerpos desnudos o con pijama, de unas sensaciones más o
menos agradables a nivel de piel. Te participé de mis más secretos
sentimientos, te hablé de mis húmedos fantasmas de la infancia, y de lo que
realmente siento por ti. Yo no puedo pedirte que me veas como yo a ti, pero
tampoco que huyas, como si fuera una apestada, o esa maldita tentación de la
que hablaba tu madre. Todo puede seguir igual, estoy segura. Mañana nos
separaremos, Dios sabe por cuánto tiempo, y tu pecado se ira seiscientos kilómetros
lejos de ti. Raúl volverá a llenar tu vida, tu corazón y tus noches de pasión.
A mí me espera Eduardo, con sus manías y su adición al trabajo. Cuando me
acuesto con él, siento que no le pertenezco, que soy un fraude, como esposa y
como mujer. Si pienso en ti, me veo forzada a fingir que me hace feliz, y que
el sexo con él es magnífico. Cuando sale mi otro yo, Eduardo me excita y
consigo plena satisfacción haciendo el amor así. De cualquier modo, cada día se
debilitan más las cosas entre nosotros dos, y desconozco como podré llevarlo.
Si quieres puedes olvidarme, te doy permiso, y no creas que es porque no te
deseo ya, sino porque como te quiero demasiado, no me perdonaría que sufrieras
más. - Volví a llorar desconsolada. Sentí una angustia tremenda en la garganta,
como si dos fuertes manos me impedían respirar. Me acerqué a Natalia, y la
abracé. No pude decirle nada más.
-
Me duele haberte hecho esto, porque no te lo mereces. Soy una imbécil, pero no
puedo ver las cosas como tú, y lo sabes. Cada uno tiene sus deformaciones y sus
principios, más o menos traumatizados por la familia, la educación y el
ambiente en que nos hemos criado. Reconozco que no soy libre, como tú lo eres.
Mis tabúes son mutilaciones que laceran
mi mente y me impiden pensar de otra manera. Siento adoración por ti, estoy en
el cielo cuando te tengo cerca, pero no me pidas que te bese, te acaricie
o te lleve al orgasmo, porque eso ahora
no te lo puedo dar. Entiéndeme Lorena, las cosas no son siempre como
desearíamos que fueran.- se apretó más aún contra mí, y me besó en el cuello
repetidas veces, mientras me decía susurrando - Mi pobre gatita…, ay, mi pobre
gatita…
En
la madrugada, me desperté, al sentir que sujetaba mi brazo. Entre sueños, me di
cuenta de que Lorena había llevado una de mis manos hasta su cuerpo, y
comenzaba a acariciarse los pechos con ella. Fingí que seguía dormida. Mi mente
intentaba procesar todo aquello, pero no pudo. ¿Me deseaba? Si era así, ¿por
qué confesarme lo contrario? No quise pensar, no era el momento, me concentré
solo en aquellas increíbles sensaciones, que me producía el poder recorrer, al
fin, sus deseados pechos, suaves, y turgentes, con los pezones abultados ahora,
sin duda fruto de la excitación que le producía mi mano sobre ellos, y el morbo
de hacerlo, creyendo que yo no era consciente de nada, pues dormía. Por otro
lado, mi excitación no fue tampoco algo baladí, y noté como se humedecía
igualmente mi vulva. La oía jadear, con una respiración entrecortada, mientras
su cuerpo se tensaba, una y otra vez, y balbuceaba algunas frases. Únicamente
en una ocasión, entendí lo que decía, muy bajito, casi entre dientes:
-
Déjame, no sigas…No puedo más, mi vida…No sigas, no sigas - y volvió a guardar
silencio. Llegué a dudar, hasta de si todo aquello lo hacía dormida, pero me
pareció demasiado, para que alguien pudiera hacerlo sin ser consciente de ello.
Dejó
luego de moverse, y la oí respirar con otra cadencia. Mi brazo quedó sobre su
vientre, y no quise moverlo de allí, hasta que el sueño se adueñó por fin de mí.
Al
amanecer, el sol, entrando en la habitación como una cascada, me despertó. Miré
a Natalia. Dormía profundamente, boca arriba, sobre la cama y completamente
desnuda. Entendí que el hecho de quitarse el pijama, era sin duda un regalo, su
regalo de despedida por aquellos maravillosos días, que habíamos pasado juntas.
No lo pude resistir, me acerqué hasta su cara y dejé un beso muy suave sobre
sus labios. Me vestí, y sin hacer ningún ruido, bajé hasta la recepción, para
encargar un desayuno un poco especial, que pedí nos subieran a la habitación.
Luego salí al el jardín y fui directamente hasta un parterre del fondo, en el
que recordaba haber visto algunos rosales. Corté la mejor rosa, procurando no
ser vista, aunque dada la hora, no me encontré con nadie por allí.
Regresé
a la habitación, dejé la puerta entreabierta, para evitar que el camarero
llamara al traer el desayuno, coloqué la rosa sobre su almohada y salí a la
pequeña terraza de que disponíamos. El aire, que llegaba desde el mar, me trajo
recuerdos de mi infancia, de tantas y tantas vacaciones, de jornadas de pesca
con mi pobre padre, y de besos sobre la arena, con sabor a alcohol y sal. Cerré
los ojos, y me debí adormecer unos minutos, pues el camarero, llamó con los
nudillos y a penas lo oí. Yo misma,
entré la mesita con las viandas, evitando que lo hiciera él, y tener que tapar
a Natalia, que continuaba desnuda sobre la cama. Me tendí junto a ella y al oído
le susurré:
-¿Tienes
hambre, cariño? Abre los ojos anda, que ya es hora de desayunar. Tenemos que
recoger todo, recuerda que hoy nos vamos.- y acaricié su cuello con un solo
dedo.
Se
fue, poco a poco, desperezando. Siempre había tenido un despertar a cámara
lenta, como lo bauticé una vez. Con los ojos cerrados, se sentó en la cama, y
me dijo entre bostezo y bostezo, al ver la rosa.
-
Gracias cariño… Así da gusto despertarse. ¿Qué hora es...? ¿Has mirado a qué
hora tenemos que dejar la habitación? Yo me ducho primero… ¿Vale? - y me buscó,
sin éxito, a tientas sobre la cama.
-
Tenemos tiempo hasta las doce. Son las ocho y cuarto, y en la terraza tenemos
el desayuno preparado. Ah, y dúchate cuando quieras, porque yo hace más de una
hora que lo he hecho. Por cierto…Estás mucho más guapa sin pijama que con él -
y estallé en una carcajada.
-
Que mala eres… Conste, que me lo he quitado porque tenía calor… Además me había
acostumbrado a dormir así, y me estorbaba para poder conciliar el sueño. Te lo
juro…No quieras ver más allá…- y ahora, fue ella la que terminó su frase
estallando también en una maravillosa carcajada. - Sabes, que pase lo que pase,
que pienses lo que pienses, te quiero. De eso si que estoy bien segura gatita.-
mientras hablaba, se dirigió hacia el baño.
Como
me gustó oírla decir aquello. Recordé entonces que, ya en otra ocasión, me
había llamado su gatita, y me gustó el apelativo. Desde ese día, pensé en ser
siempre su gata.
Sentí
verdadera pena al dejar aquel pequeño pueblo de pescadores, donde había sido
feliz, al poder hablar claramente con Natalia, pero por otro, había descubierto
que mis sentimientos no eran compartidos con los suyos, al menos como yo
hubiera querido.
Comimos
en el restaurante del aeropuerto, pues mi avión salía a las cuatro de la tarde.
Luego, para hacer tiempo, nos sentamos en la sala de espera de embarque,
Natalia me prometió una visita a Madrid, en muy poco tiempo. Supe que me
mentía, pues en el tiempo que habíamos convivido juntas, aprendí a conocerla
bastante bien. Natalia mantenía una lucha interior para saber discernir las
tendencias de sus sentimientos y sus preferencias sexuales, y me lo dijo
claramente.
-
Esta semana mismo voy a pedir una cita con la doctora Julia Marcos, una
reputada sicóloga que conocí hace unos años. Espero, que con su ayuda, sepa
encontrar las claves de mi vida y la explicación a todo lo que me está
sucediendo contigo. Parece mentira, pero el hecho de verte desnuda me fascina y
me excita, aunque creo que sería incapaz de pasar de allí, de acariciarte, de besarte
o disfrutar con sus genitales. - y bajó la vista al suelo al decir esta última
frase. Intenté callarme, pero no pude. Se marchaba lejos y tal vez pasara
demasiado tiempo hasta que volviera a verla. Me había prometido que no le diría
nada, pero cambie de idea.
-
¿Estás segura de lo que dices? ¿Muy segura Natalia? - y dejé la pregunta en el
aire para ver por donde salía.
-
Mujer, segura, segura, no lo estoy de nada en este mundo, pero al menos eso es
lo que pienso. - se volvió, me miró a los ojos y continuó - ¿A qué viene esa
pregunta? Creo que ya te lo expliqué todo la otra noche y quedo claro - la noté
insegura.
-
Mira, no te lo pensaba contar, pero ya que has vuelto a sacar tú el tema,
tampoco quiero quedarme con eso dentro… Anoche, de madrugada, sobre las tres,
más o menos, me despertaste al coger mi mano y empezar a acariciarte con ella.
La pasabas sobre tus pechos, tu vientre y tu cuello. No sé si estabas despierta
o dormida, pero yo sí estaba despierta, muy despierta, y me excitaste como hacía
tiempo no lo había hecho nadie. Jadeabas, y decías alguna que otra palabra. No
me engañes… ¿Estabas o no despierta? Si dormías, aquello fue para las dos un
sueño maravilloso, y si estabas despierta también. Te gusto, al margen de
sentimientos, te gusto, pues de otro modo, lo de anoche no hubiera sucedido.
Dime la verdad por favor, no me dejes marchar con esta duda. Sientes algo por mí,
lo sé.
Se
había vuelto a sofocar, sus carrillos eran un ascua, y las palmas de sus manos
comenzaron a sudar. Me dio pena verla así, pues intentó hablarme y noté como
sus labios temblaban antes de emitir sonido alguno. Lo estaba pasando realmente
mal.
-
Siento haberte despertado. No te puedo…Verás, sucedió todo sin pensar… Me
desperté, acalorada por el maldito pijama, y me lo quité. Al rato, se levantó
una brisa suave, y noté como toda mi piel se estremecía. Tomé conciencia
entonces de mi desnudez, y me acaricié lentamente el cuerpo, y disfruté de
aquella sensación. Pensé en masturbarme, al irme excitando más y más, pero al
verte a mi lado, tuve la necesidad de que tú también participaras conmigo de
aquel placer. Placer que crecía como un fuego interior. Me dieron ganas de
despertarte, de pedirte que fueras tú, la que me acariciara, pero no me atreví,
el miedo se apoderó otra vez de mí. Opté por ver si dormías, y al cerciorarme
de que así era, decidí coger tu mano, y disfrutar con su roce. Conseguí un
orgasmo perfecto, pues hasta tuve que morderme los labios para no gritar y
estropearlo todo. Esa es la verdad… Pero tú también compartes mi pecado, pues
fuiste incapaz de decirme nada. Esta mañana, hubiera querido contártelo todo,
pero eso solo hubiera servido, quizá, para crearte falsas esperanzas de lo que
siento por ti y no… - en ese instante salté violentamente.
-
Vaya, vaya. Me usa, se excita, tiene un orgasmo usando mi mano, pero tiene
dudas sobre si le gusto. Dile a tu sicóloga, de mi parte, que no sabes si te
gustan las mujeres, pero que te encanta acostarte desnuda con una y susurrarle
cosas al oído mientras te corres… Joder, Natalia, ya está bien…Te hablo así,
porque si lo que quieres es aparecer como alguien superior a mí, que por lo
visto encajó muy bien en el perfil de lesbiana, o por lo menos en el de
bisexual, porque no nos vamos a olvidar
de Eduardo, y esas palabras a ti no te gustan, porque tu madre no lo
entendería, y las monjas de tu colegio no lo aprobarían… Ya te vale…ya. Deja de jugar al ratón y al
gato conmigo. Al hilo de la frase, me gustaba ser tu gatita, pero no el ratón,
con el que juegas antes de devorarme. Lo que más me duele es tu falta de
confianza…, con lo que yo te he dado… Siento unas… - y sin poderlo remediar, y
aunque me dio mucha rabia, demostrar mi debilidad ante ella, comencé a llorar,
tapando la cara con mis manos. Hasta para defenderme, salía siempre mal parada.
Intentó
arreglarlo, consolarme y pedirme perdón pero, tanto ella como yo, supimos que
así no se arreglarían las cosas. Cuando pasé el control policial, sabía que me
estaba siguiendo con la mirada, apoyada a una de las columnas, pero un
sentimiento de venganza me impidió volverme para decirle adiós. Luego, ya en el
avión, me arrepentí también de ese mal gesto. La quería, y contra eso no podía
luchar. Llegué a la conclusión, de que tras aquel incidente en el aeropuerto,
pasaría muchas horas pensando y dando vueltas a todas las ideas que habíamos
expuesto tan claramente en nuestra cama del Gran Hotel Sol, y sufriría por
ello.
Mi
alegría fue grande cuando, tras dejar de nuevo a Eduardo, ya repuesto
totalmente del accidente, al frente de su notaría, fui admitida en mi antigua
empresa, sin que me pusieran pega alguna. Volví a mis rutinas, e incluso a mi
cerveza de media tarde con los compañeros. Mi vida discurría sin altibajos, sin
nada que perturbara mi paz. Mi relación con él se enfrió bastante, pero lo
achaqué a que tan apenas nos veíamos entre semana y, los sábados y domingos, no
compartíamos las mismas aficiones. Hacíamos el amor dos o tres veces al mes, y
aquello no me suponía demasiado esfuerzo, ni atacaba a mis principios como bisexual
o lo que fuera…, quien sabe. El caso es que mis necesidades de sexo quedaban
redimidas, con aquellos encuentros y tres o cuatro momentos de soledad, en que
me masturbaba pensando en Natalia. No podía olvidarla, y no sería por qué no lo
intentara, pero en el momento en que pensaba en otro cuerpo, veía claramente el
suyo, que me había aprendido casi de memoria, y aquello era suficiente para
excitarme.
Y
llegó de nuevo la primavera, y mi mal genio con ella, y los recuerdos de
aquella otra primavera. Sucumbí, y una mañana, mientras volvía del médico, para
unos análisis rutinarios, me acordé de ella, mi alma comenzó entonces a maullar
de nostalgia, la gatita que ella adoptó, pedía estar de nuevo con su dueña, y
lo digo por cómo me llamó después.
Me
senté en un banco de la plaza de Chamberí y en un impulso, marqué su número. Al
terminar, noté como me temblaba la mano.
-
¿Natalia? Sí, soy yo… tu gata.- y comencé a reír. - ¿Cómo estás? Aún te sigo esperando… Dijiste que la próxima
vez te tocaba venir a ti.- le hablé muy rápido sin darle opción a responder.
-
Hola gatita…A ti es a la que necesita oír hoy. Qué alegría me das tía. ¿Me
preguntas que como estoy? Pues fatal, hecha una mierda, con perdón. Pero así me
siento. Si me llegas a llamar hace una hora, me coges llorando. - la
interrumpí.
-
¿Ha pasado algo grave? No me tengas así, dime.- y esperé impaciente su
respuesta.
-
He dejado a Raúl… No escarmiento tía, siempre caigo con el mismo tipo de
hombre, o tal vez es que son todos iguales. Qué se yo… Tenía sospechas, pero
nunca les di crédito. Una amiga me abrió los ojos. Era clienta de uno de los
gimnasios, pero Raúl no la identificaba como amiga mía, pues nunca nos había
visto juntas. El caso es que vio detalles, que la hicieron pensar que entre mi
novio y una de las encargadas de la sala de masajes, había unas confianzas,
impropias entre jefe y empleada. Coincidió, que durante una sesión de masaje,
estando ella en la camilla bocabajo, ya sabes, y en manos de esta empleada de
la que te hablo, entró él en la sala, y sin hablar, la cogió por detrás y se
pusieron a besarse. No dijeron ni una sola palabra, para que mi amiga no se
enterara de nada, pero ella, al ver que el masaje no continuaba, y notando que
había entrado alguien más, ladeando un poco la cabeza, los vio. Le faltó tiempo
para contármelo. Como estos detalles, pudo ver dos o tres más, poco después.
Llegó un día, en que no pude más, y le confesé que sabía todo sobre su relación
con la masajista. No lo negó. Me dijo que eso no tenía importancia, que eran
jueguecitos tontos, bromas nada más y que si me mosqueaba, es que era una
estrecha. Imagínate que respuesta. Así que me vi obligada a mandarle a tomar
por saco… Como lo oyes. Encima, cuando fui, el último día, a recoger mis cosas
del despacho, me di de narices en el pasillo con la fulana esa, y antes de que
le pudiera decir nada, pasó por mi lado y comenzó a reírse como una histérica.
Me volví y, haciéndole una de esas llaves de judo, la tiré al suelo y le di una
buena patada en el culo. Se formó un auténtico escándalo, pues empezó a gritar,
y salieron de los otros despachos. Sin inmutarme, cogí el ascensor y hasta hoy.
No he vuelto, ni a por las cosas que había ido a buscar, se las regalo al
imbécil ese. - hablaba a toda velocidad, sin darse tiempo casi a respirar. La
noté dolida y cabreada, muy cabreada.
-
No sé si decirte que lo siento o que me alegro. No conocí a ese tipo, pero por
lo que me has contado, me parece que has hecho muy bien en sacarlo de tu vida.
¿Pero sigues en Barcelona? - pregunté.
-
No, no. Estoy en Madrid. Ya me dirás que pintaba yo allí sola. Llevó aquí unos
veinte días. Ya sé que me vas a decir, que por qué no te he llamado, pero
aunque he estado tentada varias veces a hacerlo, al final he pensado que no
tengo derecho a recurrir a ti como paño de lágrimas, siempre que me sienta mal
o me suceda alguna desgracia. No te enfades, pero te juro que lo pienso así. -
bajó y suavizó el tono de su voz.
-
Mejor me calló… Te diría muchas cosas, pero bastante tienes ya con todo lo que
me cuentas. Quiero que sepas, que me duele esa falta de confianza, tanta como
para no llamarme y contármelo todo. Ya veo que no cambiarás nunca. Así que estás en Madrid y… Bueno, vamos a
dejarlo, porque no quiero cabrearme. ¿He de suponer que has vuelto a trabajar
con tu madre, claro? - relajé el tono yo también.
-
A ver, donde quieres que vaya… Ella, encantada de que la hija pródiga vuelva al
redil… Yo pues, para que te voy a contar, que ya no sepas. Después de un sinfín
de reproches, de muchos “ya te lo decía yo”, “nunca me haces caso” etc. etc.,
pues agaché las orejas y volví a entrar en mi despacho que, por cierto, lo
había conservado, tal y como estaba cuando me fui. Así que aquí me tienes. He
vuelto a nuestro piso…, bueno el que fue nuestro piso, que me pone muy triste,
pues aún no me he acostumbrado a ver tu cuarto vacío. Fueron unos tiempos tan
bonitos y…- se le quebró la voz y la oí llorar.
-
Ni te imaginas la rabia que me da oírte así. Cada vez que hablamos tú y yo, una
de las dos acaba llorando. Ya no somos unas crías Natalia. Tenemos que cambiar
nuestro modo de relacionarnos, porque aquí falla algo. Y si me apuras falla en
dos sentidos, por un lado en el de nosotras y los hombres, y por otro en el
nuestro propiamente dicho, como algo más que amigas. Ya me entiendes. ¿Somos
idiotas o qué…? No hemos aprendido nada con toda esta vida que llevamos
malgastada. Dime la verdad ¿Tú, cuando has sido verdaderamente feliz? Pero
quiero la verdad absoluta, sin más atajos y rodeos. Luego, te contestaré yo a esta
pregunta también. - había dejado de llorar y me volvió a hablar, entre largos
suspiros.
-
No tengo que pensar mucho. Mira en mi etapa de los cinco a los once años, cuando vivía aún con mi
padre y, por tanto, aún no me habían llevado al internado del colegio
Jesús-María en Burgos. Después…, el día de mi primera comunión, me acuerdo de
aquel vestido y de los regalos, el día que terminé la carrera de derecho, y no
es por hacerte la pelota, pero un día muy importante fue cuando viniste a vivir
conmigo al piso, y luego…, es que me cuesta hablarte de esto, pero ya que me
has pedido sinceridad sin trampas, pues… la noche que me pillaste, haciéndote
la dormida, en aquel hotel cerca de Barcelona. Como verás, no te puedes quejar,
pues estás en dos de los cuatro momentos en que he sido feliz en mi vida. Ahora
te toca a ti, venga dímelos.
Me
había quedado en blanco. Mi cerebro estaba todavía procesando la confesión de
mi amiga. Me sentí realmente importante, al saber que había sido algo a
destacar en su vida. La oí respirar y ese sonido me sacó de mi ensoñación y le
contesté mientras hacía memoria.
-
Me gusta lo que me has dicho, gracias cariño, tú sí que sabes levantarme la
moral. Bueno, y con lo de la pregunta… Fui feliz, todos los veranos en que
fuimos a la playa con mis hermanos, el día que terminé de leer el libro de El
principito, y el momento exacto en que sentí mi primer orgasmo, y supe que
podía ser feliz sin necesitar a nadie, y por último, la mañana en que te vi
desnuda en la ducha, y saliste para abrazarme, y hoy, ahora mismo, al saber que
estás libre y sola, que tengo posibilidades de ser algo más que tu amiga, pues
me doy más cuenta de que te necesito y que te quiero Natalia. Sobre todo te
quiero y siento que tu piel es el único destino de mis manos, y esa frontera
que debo traspasar aún, para encontrar los sentimientos que encierra. Por ti
dejaría todo lo que tengo. Si me lo pides, solo he de vivir, por y para ti. ¿Me
dejas? - volví a hacerle otra pregunta, una gran pregunta. Me di cuenta de que
estaba acalorada, de que hablaba con la boca seca, pero mi piel transpiraba
demasiado, hasta mojar mi ropa. Solté todo lo que hacía mucho tiempo llevaba
ahogándome la garganta, como un lazo de soga. Tenía que intentar, que Natalia
no se alejara, de nuevo, de mi vida.
-
No tenemos arreglo, buscamos fuera lo que tenemos en casa. Y hablando de casa,
vente esta noche a cenar, te prepararé todo lo que te gusta, no creas que se me
he olvidado. Luego, mataremos las penas con un par de botellas de cava.- su voz
tenía ahora ese timbre de alegría, al que había definido yo como el sonido de
una campanilla. Aunque con ello, se hubiera parado el mundo, no habría faltado
a esa cena. Había sido muy clara en expresarle lo que sentía y, aquella
invitación, hizo volar mariposas en mi estómago - Te parece que me dejé caer a
eso de las ocho, asi te hecho una mano con la cena. ¿Vale? El postre lo llevo
yo.
Mientras
regresaba intenté procesar, más detenidamente, aquella conversación. Aquella
velada podía ser otro capricho de Natalia por tenerme cerca, para desahogarse
de sus problemas o para iniciar algo un poco más profundo conmigo. Me temí lo
peor, y me asalto el presentimiento de que esa noche volvería a casa
decepcionada una vez más, con el comportamiento de mi amiga, Tal vez era yo la
que quería ver algo, donde no lo había, la que pedía un imposible a esta
relación que sin duda estaba solo en mi cabeza, mi piel y mi corazón.
Cuando
llegué a casa, Eduardo no estaba. Encontré una nota pegada sobre el monitor del
ordenador, como siempre solía hacer cuando quería comunicarme algo, en la que
me decía que no comería en casa, y que le preparara su maleta pues salía, de madrugada, para San Francisco. No me
explicaba más, en un posit tampoco cabe un discurso, pero aún con todo, solía
ser parco en palabras. Algo le oí comentar de una empresa española que quería
establecerse en Estados Unidos, y le habían cogido como notario, para todo el
papeleo. Saqué de la nevera un plato preparado de lasaña vegetal, y lo calenté
en el microondas. Aquella semana había empezado un régimen, pero ya lo había
roto tres veces. Como decía mi endocrino, yo no empiezo regímenes, lo que
empiezo es la idea de hacerlos. Así que cogí dos pastelitos de los que le ponía
a mi marido en el desayuno y me los comí de postre. De cualquier modo, estaba
segura de que esa noche, Lorena, prepararía una cena vegetariana y eso
compensaría el desatino cometido con los deliciosos pastelitos.
Me
había duchado antes de salir de casa por la mañana, pero pensando en la
posibilidad de que Lorena sintiera la necesidad de acariciarme, o simplemente
de tocarme, lo volví a hacer de nuevo. Extendí mi mejor crema hidratante por
toda la piel, y deposité el perfume que sabía le gustaba, en los puntos más
estratégicos de mi cuerpo. Después de casi una hora luchando con mis pinturas y
brochas, conseguí maquillarme como me gustaba.
Ya el vestidor, me quité la bata, y colocándome ante el gran espejo de la pared, me contemplé desnuda. Giré, una y otra vez, sobre mí misma, y llegué a la conclusión de que seguía siendo una mujer apetecible para cualquiera. Con un vestido negro, largo, estilo imperio, me dispuse a bajar al garaje, para coger mi coche. Sonó el teléfono, era mi madre, que como siempre, hacía su llamada de rigor para saber si todavía vivía. Sobre las siete y media, salía de casa, para esa cita con la que había soñado, muchas veces, en los últimos meses.
Ya el vestidor, me quité la bata, y colocándome ante el gran espejo de la pared, me contemplé desnuda. Giré, una y otra vez, sobre mí misma, y llegué a la conclusión de que seguía siendo una mujer apetecible para cualquiera. Con un vestido negro, largo, estilo imperio, me dispuse a bajar al garaje, para coger mi coche. Sonó el teléfono, era mi madre, que como siempre, hacía su llamada de rigor para saber si todavía vivía. Sobre las siete y media, salía de casa, para esa cita con la que había soñado, muchas veces, en los últimos meses.
La
cena, como suponía, fue todo un éxito. Natalia sabía hacer unos maravillosos
platos, con esas odiosas verduras, que figuraban en mi dieta y con las que
tenía que batallar cada día. Como colofón a aquella sinfonía de sabores y
mejores presentaciones, yo había comprado, de paso hacia su casa, unos
deliciosos pasteles con crema francesa y una caja de bombones belgas. Todo muy
europeo como veis. No hay mejor compañero, para dos mujeres, en animada
conversación, que una caja de bombones y una botella de cava frio, y así lo
hicimos. Desinhibidas, felices, dejando nuestros problemas en cada envoltorio
vacío de aquellas delicias de chocolate, llegamos al punto crítico de la noche.
Fui yo la que sacó el tema.
-
Creo que si alguien me preguntara ahora, que es la felicidad, le diría que
estar aquí y ahora, contigo. Estás radiante y nadie diría que acabas de
terminar una relación. Verdaderamente… ¿nos hacen falta los hombres, para
colmar nuestras necesidades? Somos independientes, con una carrera, con don de
gentes, con un físico más o menos atrayente, y todo eso hemos de entregárselo a
un hombre para que, por más que nos adule, y nos acaricie los oídos con piropos
y zalamerías, en el fondo piense que somos inferiores y como tales nos trate.
Hemos venido al mundo, para tener hijos, para criarlos, mientras nuestro cuerpo
se estropea con cada embarazo y cada lactancia. No, me niego a ser todo eso.
Eduardo quiere tener un hijo, es su ilusión, como él dice, y me parece muy
bien, pero no me ha preguntado si es la mía, y da por hecho que tiene que
serlo, porque soy mujer y he nacido para eso…Y una mierda caballero, si quieres
tener un hijo, te lo compras…No te compras un Mercedes, y una Harley, porque te
hacen ilusión, pues se cree que esto es lo mismo, solo que no hay tiendas donde
vendan hijos, y esos no los puedes comprar. Tenemos auténticas batallas
dialécticas y siempre terminamos mal. Ya vale de manipulaciones. Hasta hace
cuatro días, tenías que pedir permiso al marido para salir de viaje, o para
comprarte una lavadora. No necesitamos un hombre a nuestro lado ¿Para qué?
¿Para qué nos defienda? Ya no estamos en la época de las cavernas, donde el
hombre defendía a la familia a garrotazos, de los dientes de sable y los
peligrosos osos. Ni nos quedamos en casa, mientras el sale a buscar el salario.
Nos ganamos el nuestro, y a veces mejor que el marido y eso si que les duele.
Dirás que soy una reaccionaria sufragista o una feminista anarquista, y tal vez
tengas razón, y a mucha honra, diría yo. Si quiero, puedo sentirme bien a tu
lado, como mujer, como partenaire sexual, como enamorada hasta la medula de tus
huesos. No hace falta más proclamas Lorena, sabes que no me ando por las ramas.
Estoy enamorada de ti, desde hace mucho tiempo, casi desde el primer día que te
conocí. Tengo un marido, si, pero no estoy enamorada de él, y te lo digo ahora
para que no me vengas luego con que le traiciono, con estos sentimientos hacia
tu persona. He salido con más hombres, pocos más, pero como un modo de llenar
mi vida, de buscar algo distinto a lo que sentía y que deseaba acallar o
aclarar. Tal vez ese sea tu problema. No he sido una mujer acomplejada por
sentirme lesbiana, pero si he luchado por poder afianzarme en esa condición
sexual, sin conseguirlo. No me he enamorado de ninguna otra mujer, y fíjate
que, cuando te conocí, yo ya tenía veintinueve años. Imagínate mi calvario.
Pero llegaste tú, y mi vida se volvió en color, y deje el blanco y negro para
los ratos de tristeza, tus desprecios y tus abandonos. No te culpo de nada, yo
también sé lo que es no estar segura de nada. Solo te pido que me dejes
quererte a mi manera, de un modo diferente a esa amiga y confidente, que siempre
está a tu lado. Yo no solo quiero estar a tu lado, quiero estar también en tu
corazón y en cada centímetro de tu piel. Espero, algún día, poder besar esos
labios y fundir nuestra saliva como una ofrenda vestal a nuestra particular
Afrodita. Y me estoy poniendo cursi, e impertinente, así que me voy a callar y
a conformarme con mirarte. - baje los ojos, y apuré mi copa de cava.
Agradecí
que Natalia no hiciera ningún comentario a todo lo que acababa de decirle. Se
levantó, y fue a la cocina a buscar la segunda botella de cava. La trajo
tintineando en una champanera llena de hielo, que depositó sobre la mesita de
centro. Continuó hasta la otra parte del salón y fue apagando luces. Únicamente
quedaron encendidos dos apliques, situados a ambos lados de la chimenea. El
ambiente se hizo mucho más cálido. Una vez llegó de nuevo hasta mí, cogió un
gran cojín, lo dejó caer al suelo, y se sentó sobre él, apoyando la espalda en
el sofá. Alargó el brazo, sacó la botella de la cubitera y sin ninguna
dificultad la descorchó.
-
Acércame tu copa, nos habíamos quedado ya en dique seco.- y cuando la tuvo
frente a ella, la lleno hasta el borde. - Bebe conmigo, anda…Vamos a brindar,
que aún no lo hemos hecho esta noche. - Llenó también su copa y la acercó a la
mía, sin llegar a golpearla, como debe hacerse, y me dijo sin dejar de mirarme
a los ojos.- Vales mucho más que cualquiera de los hombres que he conocido. Tu
aura posee una maravillosa luz violeta, lo que significa mucha fuerza
espiritual. Tus chacras, están perfectamente alineados, y su vitalidad, te da
poder absoluto sobre todo aquello en lo que centras tu atención. Así como en
otras ocasiones me has transmitido inquietud, e incluso te he tenido miedo, hoy
solo me das calma interior, y te lo agradezco, pues estoy muy necesitada de
ello. Ven, siéntate aquí, a mi lado.- y me indicó con su mano un lugar en la
alfombra, cerca de ella. Me decía que le infundía paz, pero era yo la que
sentía ahora esa sensación al estar allí, y escuchar sus palabras. Me senté
donde me dijo, y entonces, cogiéndome por los hombros, me inclinó hacia atrás,
hasta hacerme caer en su regazo, apoyando mi cabeza sobre su vientre. Sentí que
mi respiración se aceleraba, tuve vértigo, pero luego, el sonido de sus latidos
bajo su piel, acompasó mi corazón al suyo. No me atrevía a hablar, era un
momento perfecto, en el que me encontraba, jamás había sentido algo igual. Bajó
entonces sus manos, y las colocó sobre mis ojos. Noté, una oscuridad más
profunda, y el calor de su piel sobre mis parpados. - Ahora sí que me siento
tuya Lorena. Quiero sentir tus labios en los míos, sé que me quieres y me
deseas, y tal vez seas lo mejor para mí, esa persona que tenía designada para
hacerme feliz, aunque yo no quisiera, o no estuviera preparada para verla.-
separó sus manos de mis ojos, y me ayudó a incorporarme. Entonces, de rodillas,
frente a frente, con sus profundos ojos azules clavados en los míos, incliné mi
cabeza hacia la suya, y nuestros labios se encontraron al fin. Sentí como su energía
pasaba a mí, como la suavidad de aquella fina piel mojada, me hacía temblar
como una hoja al viento. Su saliva sabía a chocolate, a vainilla y a deseo.
Poco a poco, fuimos cambiando la postura de nuestras cabezas, y nuestras bocas
buscaron el mejor acomodo para poder apoderarse más de la otra. Fue un beso
eterno y profundo, que minó nuestras fuerzas, haciendo que nos deslizáramos,
lentamente, hasta terminar tendidas en la alfombra, en un abrazo igualmente
único, al separar nuestros labios, más rojos aún si cabe, por la pasión que los
fundió antes en uno solo. Ninguna de las dos se atrevió a abrir los ojos,
cerrados hasta ese instante, para no perder ni uno solo de los detalles que se
dijeron, en silencio, nuestras bocas, sedientas de cariño. Así imaginé yo el
primer beso de Natalia. Acababa de cumplirse mi sueño.
Ya
no había freno a nuestros impulsos y sentimientos, se había roto una inmensa
barrera, y no estábamos dispuestas a que volviera a cerrarse para separarnos de
nuevo. Lo siguiente que recuerdo, es que me encontré sobre su cama. Mi vestido
negro, descansando a mis pies y Natalia, desprendiéndose del suyo, sin dejar de
mirarme. Sobre la mesilla descansaban ya nuestros relojes, los pendientes y una
pulserita de oro que ella siempre llevaba puesta. Antes de subir a la cama, Natalia
apagó la luz de la habitación y encendió las dos lamparitas de noche. Mi piel
ansiaba su piel, y sin poder aguantar más, alargué mis brazos para acercarla.
Lentamente, se dejó deslizar sobre mí, y un escalofrío me recorrió la espalda.
La sentí caliente, y ligera. Era como si volara, a pocos centímetros. Comencé a
notar sus pechos en los míos, sus pezones, rozándolos, me parecieron la caricia
de una pluma. Su melena rubia, cayendo sobre mi cara, apenas me dejaba entrever
la suya. Y desde esa postura, comenzó entonces a deslizarse hacia abajo, en
dirección a mis pies, mientras iba besando cada centímetro de piel, por el que
pasaban sus labios. Apenas podía soportar aquella sensación, aquel
estremecimiento mezcla de calor y frío, que me taladraba el cerebro y humedecía
cada vez más mi sexo. Mis jadeos fueron en aumento. Instintivamente separé mis
piernas, justo en el momento en que su boca llegaba a la entrada de mi vagina.
Mi clítoris era su meta y allí se detuvo, para deleite de ambas. Cuando ya no
podía más y sentía que se aproximaba un inmenso orgasmo, dejó de lamerme y
continuó besándome, hasta llegar a mis pies. Jamás me habían besado y lamido,
de ese modo, aquellos pequeños dedos, pero juré que siempre le pediría que me
hiciera estas caricias tan deliciosamente eróticas. Cuando hubo terminado, quedó de rodillas
frente a mí. Ahora fui yo la que, incorporándome, fui hacia ella para abrazarla
y fundirme en su boca, mordiendo suavemente sus labios, y buscando su lengua
con la mía. Alternamos los masajes, y nuestros dedos, actuando en aquellos lugares precisos,
lograron varios orgasmos, que repartimos con generosidad entre las dos.
Agotadas, sudorosas y felices, el señor Morfeo, no sin cierto rubor, nos
invadió, poco a poco, seguramente encantado del espectáculo que ofrecían
nuestros cuerpos desnudos y juntos, mientras nuestros dedos se entrelazaban
como los eslabones de una cadena que daba seguridad e impedía cualquier
posibilidad de huir.
Tuvimos
que quedar verdaderamente exhaustas, pues cuando despertamos, casi al unísono,
eran ya la una de la tarde. La habitación permanecía a oscuras, y no quisimos
ni descorrer las cortinas, ni encender alguna luz. Así, en esa penumbra,
volvimos a abrazarnos y besándonos fue la mejor manera de darnos los buenos
días.
-
¿Tienes hambre…? Ya sé que suena muy prosaico, pero desde la cena llevamos más
de doce horas sin comer, y eso para mí es un sacrilegio. - le comenté a
Natalia, entre beso y beso.
-
Pues claro que tengo hambre, nos vestimos y nos vamos a comer por ahí. No es cuestión
de ponerse ahora a guisar. Sé de un sitio que no está lejos, y que dan comida
vegetariana, tienen un chef que prepara unos platos maravillosos. Es una idea,
ahora que si tienes otra mejor, estoy abierta a cualquier opción, el caso es
comer y pronto.- y diciendo esto, depositó un sonoro beso en uno de mis pechos
y saltó de la cama como lo habría hecho una ágil gacela.
Desde
esa noche nuestras vidas sufrieron un profundo cambio. Natalia comenzó sus
sesiones con la sicóloga, pues se dio cuenta de que necesitaba afianzar muchos
de sus sentimientos y la manera de ponerlos en práctica. De momento, reconoció
que yo le gustaba, que se sentía realizada, al menos en el plano sexual, con
nuestros encuentros. No me hablaba nunca de amor, o de nada parecido. Me di
perfecta cuenta de que, aunque yo empleara esa palabra, ella la rehuía siempre.
Por otro lado, todo aquello supuso un distanciamiento mayor de Eduardo, pero
ninguno de los dos echo de menos nada. Llegó un momento en que pensé que había
otra mujer en su vida, pues no comprendía como podía pasar tanto tiempo, sin
tener relaciones íntimas, al menos conmigo no las hubo.
Los
encuentros con Natalia fueron en aumento, primero eran cada quince días, más o
menos, después pasaron a ser semanales. En ocasiones, nos íbamos el fin de
semana, a algún hotel de los alrededores de Madrid. Para nosotras era como una
aventura continua. Cada vez que cerrábamos, detrás de nosotras la puerta de una
de aquellas habitaciones, era como si fuera el primer encuentro. Hubo ocasiones, en que solo salimos de la
habitación para comer y cenar, pues el resto del tiempo nos encantaba estar
juntas, sobre la cama, viendo una película en la televisión, leyendo cada una
su libro, o simplemente dormidas, despertando para besarnos, y hablar y hablar,
durante horas. Era maravilloso hacer el amor con ella, pues se dejaba acariciar
inmóvil, relajada, y provocativa, para luego tomar ella las riendas del juego y
llevarme hasta el éxtasis. Tenía unos dedos mágicos, y su lengua hablaba con mi
piel sin palabras. Teníamos nuestros propios juegos, con nuestras propias
reglas, pues ninguna de las dos había tenido experiencias anteriores en las que
hubiera podido aprender.
Aquel
verano, nos fuimos juntas a Ibiza, y allí descubrí otro paraíso, de la mano de
Natalia. Playas de ensueño, atardeceres llenos de besos, noches de delirio con
olor a madreselva. Me introdujo en su filosofía de vida, y la relajación entró
a formar parte de nuestras actividades diarias. Me presentó a sus amigos, y con
ellos disfrutamos de largas veladas a la luz de las velas, mientras el sonido
de una guitarra nos ponía mucho más sensibles. Hubo noches de auténtica locura,
y el alcohol contribuyó bastante a ello. No entendía, como personas que se
consideran casi inmateriales, con sus rituales de relajación, sus ejercicios de
yoga y su espiritualidad budista a flor de piel, podían desmelenarse de aquel
modo, durante una noche entera de copas. Ibiza es así, me contestó en una
ocasión, uno de sus amigos.
Pasamos
casi veinte días allí, en Sant Carles de Peralta, y en su playa de Aguas
Blancas, a unos diez minutos en coche de Sant Carles. La playa es nudista, y me
hizo mucha ilusión, regresar a Madrid, sin una sola marca de ropa en mi cuerpo.
Compartimos muchas cosas, con otra pareja de chicas, de Córdoba, que
disfrutaban su amor de forma totalmente deshibida. A todos los sitios iban
cogidas por la cintura, besándose cada tres
pasos, fundidas en abrazos eternos sobre la arena, o entre las olas. Me
encantó verlas en el comedor del hotel, compartiendo la comida como dos
adolescentes, y dándosela en la boca, la una a la otra. Lo mejor de aquel
lugar, es que nadie las miraba, ni se preocupada por lo que aquí hubiera sido
escándalo público. Esa es otra de las cosas que me enamoraron de Ibiza, y por
las que sentí mucho volver de nuevo a la península, a la rutina y a los
convencionalismos.
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Ricardo Rodrigo Lera - Derechos Reservados
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Muy bueno, me gusta bastante está historia. Y lo que más me gusta es lo larga que es, es Un placer leerte.
ResponderEliminarExcelente la manera de redactar. Gracias por regalarnos esta historia. Acabo de marcar como favorito el hotel Gran Sol de Sant Pol de Mar, definitivamente en algunas vueltas de la vida debo pasar por alli.
ResponderEliminarFlorencia de Argentina