No
hacía demasiado frío, pero me sentía aterida. Caminaba encogida, la espalda
curvada hacia delante, con la cabeza casi oculta entre la piel del cuello de mi
abrigo. Las manos en los bolsillos. Con paso acelerado, todo lo que me
permitían los tacones, intentaba llegar, lo antes posible, al hospital de San
Cristobal, a cuatro manzanas tan solo de donde me encontraba.
La
noticia, me la acababan de dar en el bar que frecuentaba cada tarde, junto a
mis compañeros de la oficina, al terminar nuestra jornada laboral. Las palabras
de Luis me impactaron: “Acaban de llamar a tu despacho. Lo he oído por
casualidad, ya desde la puerta de la calle. Le he dicho que te habías ido, y
que llamara mañana. Era una mujer, con voz muy alterada y muy nerviosa. Me
ha suplicado casi, que hiciera lo posible por localizarte, y te
dijera que tu compañera de piso, Natalia, ha sufrido un accidente, y la han
llevado al hospital de San Cristobal. Eso era todo. Ella tampoco sabía más”.
Por algún motivo, mi compañero, que acababa de llegar, esa tarde se había
retrasado en salir, y de modo providencial contestó aquella llamada. La noticia
de un accidente, siempre es algo que nos alarma, y más cuando no tenemos, como
era mi caso, ni un solo dato de lo que había ocurrido, ni cómo.
Las
puertas de cristal automáticas del hospital, se retiraron a mi paso. Atravesé
el hall de entrada, y me dirigí al mostrador de información. Una amable joven
auxiliar, me atendió al instante:
- Por
favor, podría indicarme como está, un chica que ha ingresado esta tarde, no sé
a qué hora, que ha tenido, creo, un accidente. Es que no tengo muchos más
datos...Su nombre en Natalia Hernández.-le indiqué un tanto atropelladamente.
- Espere
un momento, por favor... ¿El segundo apellido es...? - esperó mi respuesta,
mientras contemplaba la pantalla de su ordenador.
- Sí,
sí...El segundo es Salazar. Perdone, pero es que estoy muy nerviosa - me
disculpé por la omisión del dato. Marcó un teléfono, y repitió el nombre de mi
amiga por dos veces, hasta que, tras escuchar a su interlocutor durante un
minuto y darle las gracias, colgó el auricular para indicarme después.
- No está
en planta, se encuentra todavía en urgencias. Ha sufrido una caída de la moto.
Me comunican que tiene varias contusiones, y alguna fractura, todavía sin
informar, pues se encuentra pendiente de realizarle una exploración
radiológica, para poder así valorar definitivamente su estado. De cualquier
modo, para su tranquilidad, me dicen que no parece que sea grave.- y terminó su
comentario con una amplia sonrisa.- Si quiere esperar, pase a esa salita de ahí
enfrente, que en cuanto sepa algo, yo le aviso, no se preocupe. ¡Ah! Me dicen
que su madre está con ella.
Agradecí
su amabilidad y, seguidamente, me acomodé en la sala de espera, impaciente por
saber alguna noticia más del estado de Natalia.
Hacía tan solo dos meses que la
conocía. Natalia, era la hija de la dueña del piso donde ahora vivía, y con
quien lo compartía. Por mediación de uno de los clientes de la empresa, y ante
mi comentario de estar buscando un piso para compartir, me puso en contacto con
la madre de esta muchacha que, como ya he dicho antes, era la propietaria, y no
solo de este piso, sino de todo el inmueble. Ya en la primera entrevista nos
caímos bien. Al día siguiente, me presentó a su hija. El encuentro, fue en una
cafetería de la calle Serrano. Esa misma tarde firmé el contrato y, a los dos días,
me instalé en el piso, que ya habitaba Natalia desde hacía casi un año.
Dado que yo tan apenas pasaba tiempo
en casa, pues mi trabajo me hacía estar fuera desde las siete y media de la
mañana, en que salía para la empresa, hasta las diez de la noche, más o menos,
en que regresaba de nuevo, cansada, la mayoría de los días ya cenada, y sin
ganas de hacer otra cosa, que desmaquillarme y meterme en la cama, había muchos
días en que ni nos veíamos, pues cuando yo me iba temprano, ella aún dormía, y
cuando me acostaba, la mayor parte de las noches, no había llegado aún. Por
todo lo dicho, mis conversaciones con Natalia, se habían reducido a un par de
horas, uno o dos sábados, y a una larga charla, un domingo por la mañana, en
que coincidimos en el desayuno, y se nos hizo la hora de comer, sentadas en la
alfombra del salón, entre confidencias, un paquete de cacahuetes, pistachos, y
una botella de vino tinto. Realmente nos contamos muchas cosas, pues el alcohol
y una extraña sensación de bienestar, que nos invadía a ambas al estar allí
juntas, como terminamos por reconocer entre risas, nos soltó la lengua y abrió,
algunas de las puertas de nuestros
corazones.
Natalia, era una mujer de esas que llaman la
atención, allí donde van. Sus veintinueve años, con una estatura de más de un
metro ochenta, sus medidas, casi perfectas, sus ojos de un azul imposible de
definir y su impecable estilo en el vestir, siempre elegante y moderna, muy
moderna, debían de convertirla, con toda seguridad, en el foco de atención de los
hombres, y no solo de ellos, pues a mí, me atrajo, de alguna manera, desde el
primer día que la vi. Tenía todo el aspecto de una de esas mujeres nórdicas,
suecas o noruegas, de rostro angelical, melena rubia, sin apenas maquillarse,
con la piel muy blanca y una discreta pincelada rosada en los pómulos.
Mi
compañera de piso, trabajaba como abogada, en una de las empresas de su madre,
acaudalada aristócrata, viuda y con una intensa vida social, que en
consecuencia la hacía aparecer, frecuentemente, en la mayoría de las revistas,
de las llamadas “del corazón”. Por el contrario, según me confesó, Natalia
odiaba esa vida. Solía ir, casi todos los fines de semana, a montar a caballo,
en un club cercano a Madrid. En invierno se convertía en una asidua de las
pistas de esquí catalanas, y en verano, pasaba una larga temporada en Ibiza,
junto a un grupo reducido de amigos, poco dados a las fiestas al uso en
aquellos lares. Le gustaba el yoga, acariciaba todo lo relativo al budismo, sin
ser una ferviente practicante, y se sentía orgullosa de ser una estricta
vegetariana y miembro activo de la asociación ecologista Greenpeace, con la que
colaboraba en tareas burocráticas, desde el departamento de propaganda. Siempre
que podía, solía sacar ese tema en sus conversaciones, aprovechando para hacer
proselitismo de lo que ella consideraba unos valores fundamentales. Poco más
sabía de ella, pues en aquella larga conversación de domingo, fue todo lo que
me dejó entrever, en lo referente a su vida.
Me
tranquilizó saber que su madre estaba con ella. Pasada casi una hora, y viendo
que no me daban ninguna noticia sobre mi compañera, volví a acudir a la
recepción, por si se habían olvidado de mí. La muchacha que me había atendido
cuando llegué, ya no estaba, y de nuevo tuve que contestar a toda una serie de
preguntas a su sustituta, antes de que me dijera, por fin, que no la subirían a
planta, pues la iban a dejar esa noche en el box de observación de urgencias,
dado que había recibido un fuerte golpe en la cabeza, y era preceptivo tenerla
en vigilancia intensiva, por si surgía un posible problema cerebral o alguna
complicación de otra índole...
Decidí
entonces marcharme a casa. Eran ya más de las diez, y estaba sin comer nada
desde las cinco de la tarde. Me planteé el problema de la cena y decidí que no
tenía ninguna gana de meterme en la cocina a esas horas. Saliendo del hospital,
y antes de buscar un taxi, entré en una cafetería, situada al otro lado de la
calle, y me tomé un sándwich de jamón y una Coca-Cola.
Ya
en la cama, me costó bastante conciliar el sueño. El hecho de saber que estaba
sola en el piso, y que Natalia descansaba maltrecha en la cama de un hospital,
me produjo una extraña sensación de angustia. Antes de acostarme, había pasado
por delante de su cuarto, y la visión de su cama vacía, me hizo estremecer.
Vinieron a mi cabeza muchos pensamientos negativos. Me dio por pensar en cómo
le habría quedado el rostro, con esos preciosos rasgos. La imaginé desfigurada
y llena de cicatrices. Por un lado, intentaba quitarme esas imágenes de la
cabeza pero, por otro, me recreaba en esa visión terrible de su cara ensangrentada y rota.
Entre uno y otro pensamiento, me llegó por fin el sueño.
Sobre
las siete de la mañana, y mientras terminaba de arreglarme para salir hacia la
oficina, oí que se abría la puerta de la casa. Al instante, la voz de Cristina,
la madre de Natalia, me llamó por mi nombre, sin duda para no asustarme, aunque
inmediatamente a este pensamiento, me vino la idea de que si así hubiera sido,
también podía haber tocado el timbre. No me gustó esa actitud, un tanto
prepotente, de la que se sabía dueña de la casa. Desde el baño, contesté a su
llamada. Venía a buscar unas mudas, la bata, las zapatillas y la bolsa de aseo
de su hija. Me comentó que ya le habían informado de mi visita anoche al
hospital, cosa que me agradeció insistentemente.
Las noticias sobre el estado de Natalia eran
bastantes buenas. El parte médico de las seis de la mañana, ratificaba la
fractura del cúbito, el radio y la cabeza del metacarpo del brazo derecho. Por
otro lado, se le habían atendido dos cortes, que necesitaron catorce y seis
puntos de sutura, respectivamente, en el mismo brazo derecho, a la altura del
antebrazo. El casco había evitado, sin duda, un traumatismo craneal severo,
aunque el golpe recibido contra el suelo, le había producido una conmoción, en
grado tres, con pérdida de conciencia, que se solucionó de manera espontánea
durante el transcurso de la noche. El parte, que su madre me había dejado leer,
concluía con una nota sobre varios rasguños y hematomas en rodilla y pierna
derecha, de pronóstico leve. Se preveía, que de no haber complicaciones, podría
ser dada de alta en las próximas cuarenta y ocho horas.
-
¿Tiene muchos dolores? - pregunté a Cristina, impactada por todo lo que acababa
de leer.
-
No. Desde el primer momento le han puesto analgésicos en el gotero. Se ha
pasado la noche medio sedada y, lo primero que me ha dicho esta mañana, es que
tenía hambre. Pienso que esto es una buena señal ¿verdad…?.- concluyó su madre
con una sonrisa. - Su siguiente preocupación ha sido que como había quedado la
moto. Imagínate…
-
¿Cuándo podré ir a verla? - comenté, mientras le ayudaba a meter las cosas que
había venido a buscar, en un neceser de viaje.
-
Hoy tal vez sea pronto, lo digo más que nada porque seguro que se pasa el día
durmiendo. Mañana, será mejor día para ir a verla. Se alegrará mucho de verte,
seguro…
Efectivamente,
a la mañana siguiente sobre las diez, me ausenté del despacho, para acercarme
hasta el hospital. Natalia, se encontraba en una habitación de la tercera
planta, en la que únicamente había una cama. En ese momento estaba sola, pues
su madre había salido para gestionar algunos asuntos urgentes, según me comentó
su hija. Con el brazo escayolado, la pierna vendada, y la cara decorada con una
gran mancha amarilla, de antiséptico de yodo, cubriendo las marcas de varios
arañazos y raspaduras, era un verdadero cuadro. Abrió los ojos al oír el ruido
de la puerta y, volviéndose, me recibió con una gran sonrisa.
-
No sabes la alegría que me da verte sonreír. Esa es la mejor señal de que todo va por buen camino.-
le dije mientras me acercaba hasta la cama.
-
Yo creo que me río por no llorar… Menudo susto. Aún no sé bien que es lo que me
pasó.- y mientras decía esto alargo su mano izquierda, para coger la mía.
-
Me enteré anoche. Vine lo antes que pude, pero me fue imposible verte, claro
está. De todos modos, me dijeron que tu madre había llegado ya y eso me
tranquilizó. Pero bueno, lo importante es que, para lo que pudiste hacerte….
¿Te caíste o te tiró alguien?- le pregunté, después de haberle dado un ligero
beso, en el lado menos lesionado de la cara.
No
sin cierto esfuerzo, y entre algún que otro gesto de dolor, se incorporó un
poco, cogida a la abrazadera que, colgando del techo, caía justo sobre ella.
-
Para mí que la moto me hizo un extraño y no pude, o no supe, hacerme con ella.
Sé que esquive a un par de coches, me vi volando sobre la moto y luego ya no
recuerdo nada, hasta que desperté abajo, en urgencias. - se inclinó, y me
indicó un vaso con agua que había sobre la mesilla - Me lo acercas…No hago más
que beber. Se conoce que con toda esta medicación, me ha dado mucha sed.
La
vi tan indefensa, tan apagada y débil, que sentí verdadera pena al mirarla.
Ella, que era un espíritu alegre, vitalista y que irradiaba siempre una serena
felicidad, no conservaba ahora ninguna de esas cualidades. Aquella mujer, que
con ojos tristes me miraba recostada en tres almohadas, era una total
desconocida para mí.
Después
de tres días hospitalizada, Natalia marchó a casa de su madre, donde podía
estar mucho mejor atendida. Pasé más de dos meses sola en el piso. En varias
ocasiones fui a verla y, en cada una de esas visitas. Los cambios que pude
apreciar en ella fueron realmente sorprendentes. Por fin, a finales de abril,
me llamó una mañana su madre, para decirme que Natalia iba a volver. La noticia
me llenó de alegría, estaba ya un poco cansada de vivir sola, de no sentir,
aunque solo fuera en algunos momentos del día, la presencia de alguien más
entre aquellas paredes.
Dado
que aún no venía repuesta del todo, su madre me pidió que estuviera un poco más
atenta, a todo lo que pudiera necesitar.
-
Estoy segura de que no hace falta que te lo diga, pues sé cómo te has portado
con mi hija, pero si pudieras hablar un poco más con ella…Ya sabes lo
agobiantes que somos las madres…, a veces. A mí casi no me cuenta nada. Si te
enteras de alguna cosa importante, no dudes en llamarme. No me refiero a las
confidencias que ella te haga, pero vamos… Tú ya me entiendes.- y entendí,
entendí la preocupación de aquella mujer, pero estaba segura de que Natalia
podría defenderse muy bien sola, ante cualquier situación que se le presentara
y no sabía si se dejaría ayudar.
Aquella
noche, me dio verdadero gusto, al abrir la puerta del piso, ver la luz de la
cocina encendida, y oír las notas de una canción, que llegaban desde el salón.
Ya no estaba sola, de nuevo alguien compartía aquellas paredes, convirtiéndolas
en un hogar. Desde los dieciocho años, en que salí de mi casa, siempre he
tenido la necesidad de volver a vivir esa sensación que me producía el llegar a
casa del colegio, y ver a mi madre, preparándonos la merienda, agachada frente
a la lavadora o abocada en la ventana tendiendo una importante colada, y a mis
dos hermanos pequeños, peleando sobre el sofá del salón. Los voces de la
televisión, que nadie veía, acompañaban todos y cada uno de los actos de mi
casa. El ruido de las llaves de mi padre, al regresar a última hora de la tarde…
Eran tantas y tantas emociones, que ya no he podido tener más… La compañía de
Natalia, aunque de un modo muy particular, paliaba en cierta manera todas
aquellas carencias. Ahora con el ruego de su madre, me propuse ejercer un poco
de su hermana mayor, esa que ella no tenía.
Natalia,
volvía a ser la de siempre, su cara había recuperado la delicada y serena
expresión, que tanto me llamó la atención, desde el primer día que la vi.
Sentada en la mesa del salón, entre una montaña de papeles, alzó la vista al
verme aparecer en la puerta, y se mostró sorprendida.
-
No te he oído entrar. Con el sonido de la música y el jaleo mental que me llevo
con estos papeles de la oficina, casi me has asustado. ¿Qué tal el día? Ya ves,
de nuevo me tienes aquí. Con lo tranquila que debías de vivir sola… - y rió su
último comentario.
-
¡Que tonterías dices…! En primer lugar, bienvenida de nuevo a tu casa. Aunque
no me creas, te he echado mucho de menos. - me acerqué entonces hasta ella, que
se levantó, y viniendo hacia mí, nos abrazamos. Era la primera vez que lo
hacíamos, desde que nos conocíamos, y me gustó mucho sentirla así. Olía tan
bien. El roce de su cara en la mía, me recordó el de otras pieles, en otros
momentos igualmente gratos.
Desde
el accidente y todas sus secuelas posteriores, mi relación con Natalia se hizo
más intensa. Cada noche, tanto una como otra, hacíamos lo posible por tener un
rato de charla, antes de irnos a la cama. En esas conversaciones comentábamos
como nos había ido el día, y todo lo relativo a la marcha de la casa, desde los
gastos comunes, hasta la lista de la compra, para reponer la nevera. Hacía ya
meses que no comía en casa, pues me era imposible, con el poco tiempo de que
disponía a esa hora, pero la cena, procuré desde entonces hacerla allí, y
compartirla con ella. De algún modo, ambas sentíamos que dábamos un sentido más
familiar a la casa, con nuestra convivencia.
Las
coincidencias en los asuntos relativos a nuestra vida sentimental, eran
curiosamente casi idénticas. Yo hacía ya más de un año que no tenía una pareja.
Mi última relación, Luis, al que me mantuve fiel durante dos años, resultó ser
un hombre con una doble vida. Me costó creerlo y más aún asimilarlo. Vivíamos
una etapa genial, con grandes proyectos de futuro, e incluso llegamos a
plantearnos la boda. Esto hubiera sido para mi un gran paso, ya que nunca
figuró en mis planes de vida, como algo por lo que estaba dispuesta a pasar.
Fue una historia rocambolesca, pues fue su propia madre la que me abrió los
ojos y me dio las pistas, para descubrir el engaño en que Luis me tenía
sumergida. Antes de él, en mi vida, solo habían existido pequeños escarceos,
relaciones de una semana, incluso de tres o cuatro meses, pero lo de éste
último chico fue mucho más serio. La decepción, es algo que a cada persona
afecta de un modo diferente, y a mí me dejó muy tocada. En aquellos días, en
que me sentí realmente herida, hice la promesa de no volver a caer en algo así,
aunque también reconocí que no sería capaz de soportar la soledad por mucho tiempo.
De cualquier modo, bien sea por el destino o porque yo no propicié ningún tipo
de acercamiento al sexo contrario, había pasado, como digo, un año y nadie
había tenido ocasión de compartir mi corazón.
Por
otro lado, Natalia, acababa de romper con un tal José Manuel, del que me contó
un sinfín de tropelías y jugarretas, que habían terminado por colmar el vaso de
su capacidad de perdón, y la habían abocado a dejarlo. Según me dijo,
continuaba enamorada de él, pero reconocía que la vida a su lado hubiera sido
imposible. Su relación había durado también casi tres años, pero en los últimos
tiempos se había ido enfriando y, de mutua acuerdo, decidieron dejarlo, y hacer
cada uno su vida por separado. De vez en cuando, recordando momentos y
situaciones vividas, me confesó que se sentía tentada a llamarle, a charlar un
rato con él, a contarle cosas de su vida, a la par de satisfacer esa curiosidad
morbosa de saber cómo llevaba la suya, sin ella.
Entre
confidencia y confidencia, reímos estas coincidencias, y nos sentimos de algún
modo más unidas. Pero esta situación no duró demasiado. Cuatro meses después
del accidente, un domingo por la mañana, Natalia me llamó desde su habitación.
Yo, no me acababa aún de despertar, y su voz me sacó de ese sopor final tan agradable.
La oí, como si formara parte de una ensoñación. A su tercera llamada, fue
cuando me di cuenta de que realmente era ella, la que estaba gritando mi
nombre.
-
¡Lorena, ven…! ¿Quieres que te cuente lo que me pasó anoche? - y esperó mi
respuesta.
- Ya voy, ya voy…Son solo las diez, y es
domingo tía… Me has despertado. Como no sea importante lo que me tienes que
contar, me cabrearé contigo. - y al terminar la frase, me incorporé en la cama,
en un gran alarde de fuerza de voluntad.
Con
la bata, aún a medio poner, entré en la habitación de Natalia. Ella seguía
dentro de la cama, únicamente su cabeza asomaba por el embozo. Me miró con cara
de pícara y, destapándose de un golpe, se sentó sobre la almohada.
-
¡No te lo vas a creer…! Bueno no me lo creo ni yo, con que tú… Verás, ven.
Siéntate aquí, a mi lado.- y dando dos palmadas sobre la colcha, me indicó el
lugar donde quería que me acomodara.
-
Venga, cuenta ya. Te veo atacada… Debe de ser algo muy gordo lo que te pasó
anoche…- y terminé riendo.
- Y tan gordo… Que me he enamorado…Así,
como lo oyes. ¡Qué hombre, por Dios…! Nunca pensé que existieran tipos así. En
un principio, cuando me lo presentaron, casi no me fijé en él. Luego, saliendo
del Scorpio, ya sabes, ese pub en la zona de Cuzco, me propuso dejar a la
pandilla e irnos a cenar juntos. No supe decirle que no, tenía ganas de estar
de nuevo con un chico y sentirme mimada y atendida. Necesitaba que me adularan,
que me dijeran lo guapa que estaba, lo bien
que me caía el vestido, o incluso eso que tantas veces he oído, de que tengo
unos ojos azules que impresionan.- al decir aquello estalló en un carcajada.
-
No sé cómo debe de ser el tipo ese, pero oírte a ti decir que te has
enamorado…Que fuerte… ¿No será que te pasaste con el cava? ¿Te dura aún la
resaca? Pero no eras tú la que decía que no quería saber nada de los hombres.
Que todos eran iguales…Bueno eso lo decía yo, pero es igual, creo que tú lo
suscribías también. ¿no? Y ahora, casi
me despiertas de un susto, para decirme esto. A ver, continúa, que me estás
poniendo de los nervios. - la miré fijamente a los ojos, para darme cuenta de
que, efectivamente, tenía algo distinto en la mirada, y aquello si me preocupó
mucho más.
-
Es un hombre genial. Es elegante, educado, gentil y muy detallista, vamos algo
difícil de encontrar en estos tiempos. Verás, se llama Ramiro, y es de una muy
buena familia. Por lo que me contó, sus padres tienen dos fincas de olivos en
Jaén, de no sé cuantos cientos de hectáreas, y se dedican a la comercialización
de aceite para la exportación. Él, está ahora en Madrid, para montar una
delegación de su empresa, y preparar un grupo de personas que puedan llevarla
de forma autónoma. Tiene treinta y seis años, es guapo, bien plantado, y se
nota que está mucho en el campo, pues luce un bonito moreno. Hemos vuelto a
quedar para esta tarde. Ya estoy impaciente porque llegue la hora.- y quedó a
la expectativa de mis conclusiones, sobre lo que había dicho. Y se las di.
-
Que quieres que te diga…Me parece muy bien que este chico te haya impactado,
pero de ahí a que me sueltes que te has enamorado. Ya no tienes quince años… Si
el primer hombre que te invita a cenar, es guapo y te dice piropos, te parece
ya el amor de tu vida, estás listas. Te creía más espabilada. Además, vienes ya
escarmentada de una relación anterior, que no te lo hizo pasar muy bien ¿no?.
Yo que tú, me tomaría las cosas con mucha calma, no me dejaría llevar por las
apariencias y, tiempo al tiempo. Se sensata Natalia, se sensata. - y cogiéndole
las manos, la miré directamente a los ojos, y dejé un ligero beso en su mejilla
- Anda, dúchate tú primero, que mientras preparo el desayuno.- y diciendo esto
salí de la habitación, en dirección a la cocina.
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autor.
me gusta esta historia, a ver que pasa, cuando subes mas?
ResponderEliminarme gusta como escribes.
Iran saliendo más capitulos, pues es un poco larga. Gracias
EliminarEl autor es un hombre?
ResponderEliminarSoy efectivamente un hombre. Tal vez os sorprenda, pero buscando en mi interior, he sacado ese lado femenino que todos tenemos, y con él entre mis dedos he recreado esta historia como un homenaje a todas vosotras. Solo espero que os guste y para mi seria un gran elogio que pensarais que lo ha escrito una mujer, como me han dicho ya muchas veces. Gracias de antemano por dedicarme vuestro tiempo. Un abrazo.
EliminarMe ha sorpendido gratamente
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