Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Metanoia (No lo leas, es para ti) - Cat D' Arossi

Hay sonrisas que hacen nacer la vida. La suya se colaba entre las nubes en forma de sol, empapaba las copas de los árboles, se escurría bajo las puertas de las casas, golpeaba las ventanas, inundaba las calles. Dos comillas le remarcaban los pómulos a cada lado de la boca; ahí daban ganas de besarla: en las comillas, y en la boca, y en la barbilla, y en la nariz.

Sus ojos de miel siempre conspiraban; era imposible verlos y no sentir que el tiempo se detenía para que la punta de mi lengua le rozara los labios, para jugar a respirarnos mutuamente, a mordernos el miedo, a no dejarnos ir.
No debimos dejarnos ir.   


Se llamaba Yesabel. Su nombre recordaba a conjuros, maleficios y todo aquel tipo de cosas que la gente común no ha podido jamás explicar. Recuerdo haberlo detestado, haberme dicho que había en ella, en las facciones de su cara (su sonrisa. Dios, su sonrisa…) demasiada belleza y frescura como para que tuviese un nombre tan chocante. Estuve tentada a cambiárselo, a engañarme y convencerme de que se llamaba “Isabel” (como Isabel La Católica o Isabel II) pero encontré una mejor opción: llamarla Yes. Del anglosajón, claro, pero Yes, porque era ella. Porque era un SÍ rotundo… una afirmación constante.

La primera vez que la vi, las rodillas se me hicieron de agua. Uno malemplea la palabra “crisis” como malemplea la palabra “amor”, pero nunca sabe qué es lo primero ni lo segundo hasta que llegan juntos en forma de mujer. Entonces, las manos sudan, del pecho salen raíces y la cordura se desparrama sumiéndote en una especie de trance en el que solo eres capaz de preguntarte: ¿Dónde había estado ella toda mi vida? ¿Dónde? ¿Con quién?

A Yesabel le gustaba ondularse el cabello compulsivamente. Uno diría que era algo que hacía solo cuando estaba alterada, pero tomando en cuenta que vivía en un estado perpetuo de alteración, a veces parecía que las hebras (por lo general, muy lacias) se le ensortijaban en espirales infinitas, y aquello eran formas hermosas bailando en el viento… estirándose para tocarse.   

Creo que es evidente que amaba a Yesabel. O puedo que no… La verdad es que, conmigo, nada es evidente. Podría invitar a una mujer a dormir a mi lado (siendo ese el mayor grado de intimidad del que soy capaz), y puede que esa mujer, aun despertando junto a mí cada mañana durante ochenta años, no aprendiese jamás a conocerme. Pero ahora lo importante es que sepan esto (que tú sepas esto): Amaba a Yesabel (te amaba). La amaba con toda la inconsistencia, inestabilidad y arrebato del que fui capaz. Hasta que dejé de hacerlo.

No fue algo que haya terminado de la mejor forma. Yesabel había sido vista en compañía de un hombre unos diez años mayor que ella al que halaba del cuero cabelludo con una desesperación endemoniada, apenas permitiendo que el oxígeno circundante se colara entre sus cuerpos dado lo que parecía —a consideración de los testigos que me narraron la escena— un extenuante mecanismo de ida y vuelta, de claro oscuro, de sube y baja llevado a cabo en el asiento del conductor de un automóvil marca Kia color blanco, convenientemente estacionado bajo la sombra de un árbol cuya especie, por desgracia, nadie me supo decir.

Uno pone en códigos complejos todo aquello que no quiere entender, pero luego de un par de horas tuve que aceptar que se la estaban cogiendo. Que Yesabel cogía con un hombre en un Kia color blanco. Yesabel. Mi Yesabel. Cogía. Con un hombre. Cogiendo.
Se me destrozó la vida.

He de reconocer que en momentos tan difíciles hallé confort en la evocación cíclica de conceptos, y hasta pudiera dar testimonio del efecto terapéutico que encierra la palabra “Puta” luego de la enésima repetición. Desde luego, una vez pasado el dolor y el resentimiento comprendes que no tiene ninguna utilidad emplear ese término para referirte a nadie, pero entretanto, decir “Puta” es un buen analgésico.
Repeat after me: Puta.
Excellent.

A todo esto, debe ser comprensible que yo me había declarado una mujer rota, y que por lo tanto el recibir un correo electrónico de una tal Stephanie A. en el que mostraba admiración e interés por las historias que había publicado en Internet hacía un par de años, se situaba, en mi escalafón de relevancia, muy por debajo del subsuelo. Me había tomado un espacio de tiempo desvergonzadamente corto decidir que no contestaría, y no lo haría, simplificando, porque no; porque seguramente era innecesario, además de inútil. Porque seguramente la Señorita A. era como tantas otras Señoritas, que escribían con el único propósito de poner a prueba un supuesto milagro de palabra hecha mujer, a ver qué tanto hacía justicia a lo que ponía en mis libros, o a ver qué tanto era posible que entre dudas inocentes, y risas, y cosas tontas y lindas, de pronto yo la quisiera y eso la volviese inmortal.

No se puede negar que siempre ha tenido morbo la idea de enamorar a un escritor, porque siempre ha tenido morbo la idea de no morir nunca, de ser eso que, en medio de un abismo de frases incompletas y espacios teñidos en tinta, se levanta en algo parecido a un cielo y lo gobierna todo.

“Gracias por brindarme el placer de leerte”, había escrito ella. Placer. Dos veces. En dos líneas continuas.

Yo había adquirido la útil aunque a veces fastidiosa habilidad de leer entre palabras y extraer el verdadero —o al menos el más preciso— significado de las cosas, por eso era capaz de saber que la Señorita A. no depositaba muchas esperanzas en la posibilidad de recibir una respuesta de inmediato, seguramente porque asumía ser solo un nombre más dentro de una desproporcionada lista de correos no leídos; pero también era capaz de saber que tenía fe en recibir alguna respuesta, en algún momento.

Así que ahí estaba yo, vomitando mentalmente esa antipatía desvergonzada, esa odiosidad de mierda. Había leído el mensaje de la Señorita-Niña A. (porque estaba convencida de que era la típica puberta en autodescubrimiento) con la gratitud que siempre experimentaba al recibir el correo de una lectora, pero sin la menor intención de responder. Al fin y al cabo, yo tenía asuntos mucho más importantes que atender que la redacción de unas cuantas líneas empapadas en ridícula formalidad para una adolescente con demasiado tiempo de ocio. Tenía, por ejemplo, que sufrir —silenciosamente, pero no por eso sufrir menos—. Tenía que cerrar los ojos, hacer memoria y arder en la desgracia (Yesabel. Cogiendo. Con un hombre). Y morirme. Y volver a nacer. 

Nota:
Yes: si estás leyendo esto, puedes seguir haciéndolo. Esta historia no es sobre ti.
Stephanie: si estás leyendo esto, es un buen momento para dejar de hacerlo. Los dos primeros párrafos eran para ti.  

Tengo la convicción de que todas las mujeres hemos sido condenadas con la existencia de una amiga a la que somos incapaces de rechazar un consejo. La mía sugirió que respondiera el mensaje de la Señorita-Niña A., y aunque soy incapaz de recordar con exactitud las palabras que usó, tengo memoria de haber escuchado aquel “nunca se sabe” brotar de sus labios. “Nunca se sabe”, dijo. Y aún hoy la maldigo, y me maldigo, porque tenía razón… Nunca se sabe.

Stephanie resultó no ser una niña, al contrario, resultó tener casi mi edad. Tampoco resultó ser una psicópata ni una acosadora cibernética por la que tuviese que plantearme emigrar a Europa Central (¿ya sabes dónde queda Europa Central? ¿Aprendiste a pronunciar Es-can-di-na-via?). La verdad es que Stephanie acabó siendo todo lo que nunca busqué en una mujer, y todo lo que siempre había esperado.

Me enamoré de ella. Ya no sé si ella de mí, supongo que uno simplemente llega a un punto en que es incapaz de creer en nada, pero lo que sí sé es que me enamoré de ella. No al principio, cuando parecía perfecta, sino a la mitad, cuando supe que no lo era. ¿Es posible que alguna de ustedes comprenda la magia que hay en conocer a la persona más ordinaria del mundo y ver en ella las cosas más extraordinarias? ¿Toda la luz que ella no es capaz de ver en sí misma? Y seguir viéndola, claro. A pesar de todo, seguir viéndola, hasta el final.

Tomé un vuelo para conocerla. Pero lo diré coloquialmente, como si hubiese sido ayer: “Me subí a un puto avión para conocerla. Y estaba cagada de miedo”. Estoy consciente de que muy pocas personas estarían dispuestas a hacer lo que hice, y también estoy consciente de que violé mi propio código: jamás perder el control, jamás dejarte llevar por las emociones, jamás mostrar debilidad, jamás arriesgar demasiado. Omití mis propios estatutos. Coloquialmente: lo mandé todo a la mierda. Recontracoloquialmente: me cagué en todo solo para existir en el mismo tiempo y espacio que ella por tan solo un par de días; para despertar a su lado (para verla despertar) una sola vez.
Nunca, en toda mi vida, fui tan estúpida.

Nota:
Si sigues leyendo: créeme, no es buena idea.

Nunca, en toda mi vida, fui tan feliz. Vi a Stephanie despertar una mañana; cuando abrió los ojos y la luz del amanecer se le deslizó entre las pupilas hechas de miel, y de gotas de almendra, y de pétalos de “No me olvides” paseándose por el cristalino, supuse que en alguna parte de la galaxia había nacido una estrella.

No había manera de saberlo, claro, como no había manera de saber gran cosa estando ahí, adormecida sobre un costado en la palma izquierda de la cama, con las sábanas a medio caer sobre el piso manchado de sol y la mirada perdida en ella. Pero yo lo supuse. De alguna forma, tuve la certeza de que un cerrar de párpados suyo era señal de que algo moría en algún lugar del mundo, mientras que con cada desunir de pestañas, cada vez que ella abría los ojos, algo, algo —y quién sabe qué— nacía en el universo, y lo iluminaba.      

Esa mañana, mi mirada recorrió lentamente sus piernas hasta alcanzarle las plantas de los pies. Los pies de Stephanie eran demasiado pequeños (tus pies son demasiado pequeños), yo se lo decía todo el tiempo, a veces forzando un hilo de voz aguda y delgada, una ternura que la mayoría del tiempo me hacía falta pero que ella despertaba como se despiertan esas cosas que de tanto dormir se entumecen. Y por eso usaba la ternura como podía: tropezándome, pateándome, arañándome… “Tus pies son muy pequeños, mi amor. Demasiado pequeños”, le decía, aunque en el fondo reconocía que el tamaño de sus pies no impedía que ella caminara por las calles como derramándose por las aceras, como huyendo de algo o de alguien… Persiguiendo centímetros recorridos por figuras que ya no existían (que ya no existen), pero que en algún momento habían sido parte del asfalto, de los postes, de los automóviles.  

Pero el punto es que los pies de Stephanie eran sumamente pequeños, y frágiles —aunque ella siempre dijera lo contrario—, y el punto es, también, que parecían anclas, pero al mismo tiempo parecían alas. ¿Quién sabe? Puede que, a lo mejor, verlos me diera ganas de quedarme. Puede que, a lo mejor, verlos me diera ganas de volar.

Nota:
En caso de que sigas leyendo: escribí lo último el día que te vi despertar. En caso de que sigas leyendo aún después de eso: ese día estuve segura de querer despertar a tu lado cada día del resto de mi vida. Nunca supe si iba a pasar, pero yo estuve segura.

Y jamás mi lengua se había compenetrado con tanta perfección en el sexo de una mujer, como sé que jamás su sexo se había entregado a ninguna lengua. Tampoco mi boca se había visto envuelta con tal naturalidad en la húmeda experiencia de aquel movimiento agitado, de aquella vibración resonando en lo más hondo de su género. Había en ella un placer tan intenso que su cuerpo no concebía la inmovilidad; tan profundo que no concebía el silencio. “¿Dónde me estás chupando?”, preguntaba, y la voz se le quebraba en una dulce sinfonía que destilaba excitación.  Nunca le dije dónde (y nunca te lo diré).

No escribiré sobre cómo terminó, quizás porque ni siquiera lo sé. Que lo escriba algún hijo mío, si llego a tenerlo, o que lo escriba alguna amiga mía, sujeto de abruptas aspiraciones literarias. O que lo escriba ella (sí, escríbelo tú. Al fin y al cabo, creo que tú sí lo sabes). Yo, en cambio, sé pocas cosas; a saber: que te da igual si estoy presente o ausente; que ya no te importa saber cómo estoy; que ya no me imaginas en un día futuro; que ya no te interesa saber dónde viviré, ni con quién; que ni siquiera te preguntas por qué, de pronto, me mudaré a una ciudad con 6 millones de habitantes (6 millones de posibilidades de no verte) cuando podría irme a una con apenas 1 millón, donde estás tú, donde alguna vez estuve. Sé que ya no piensas en mí, porque estás con ella; sé que verme algún día o no volver a verme nunca, te da exactamente lo mismo; sé que mi sonrisa ya no te gusta; sé que eso que hago con la boca ahora te da igual; sé que pronto me olvidarás… Sé que, a lo mejor, ya lo hiciste.   

Una se va quedando seca después de un rato, las ideas se adormecen y las palabras se escurren de la cabeza a la página como friccionándose contra una pared muy estrecha. Así que ya está. Seca. Terminé.

Metanoia:

O puede que no. Que no haya terminado.  
------------------------------------------------------------------------------------------------------
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Cat D' Arossi - Derechos Reservados
© Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor.

15 comentarios:

  1. Una entra por la puerta grande en tu historia y acaba saliendo de puntillas. Los dos primeros párrafos me movieron la tripa y me dije, "madre mía, esta historia me va a encantar" Y allí estaba degustando tu relato (ya un poco mío, porque así lo habías querido tu al compartirlo) y enseguida odiando a tu Yesabel (que cada vez era menos tuya y menos mía, porque no me gustaba imaginarla en el Kia) cuando tu señorita A se coló por un resquicio. Lo que yo no sabía era que los párrafos que me habían encadenado a tu historia eran de ella, lo que yo no sabía es que tú también habías conocido a una mujer con anclas y alas en los pies, capaz de lastrarte y lanzarte y lo que yo no sabía es que al final me iba a sentir una intrusa en tu historia, que la sensación de ser una voyeur iba a acabar haciéndome sentir un poco de reparo al haberme colado en algo tan íntimo.
    Me hubiera gustado decirte que ha sido un placer leerte, pero no quiero emular palabras que seguro te chirrían y sobre todo seguro que no te apetecen. Tranquila, a mi tampoco.
    Google me ha puesto sobre la pista de lo que significa Metanoia y me ha puesto también sobre tu pista, sobre tu "Entre Napoleón y los tulipanes", que pienso empezar a leer esta misma noche. Para que te quedes tranquila, ni soy adolescente, ni soy acosadora, ni pienso escribirte ningún correo electrónico.
    Pero déjame mandarte un abrazo y mi admiración.

    ResponderEliminar
  2. He vuelto a releer tu historia. Y salgo otra vez un poco de puntilllas, pero igualmente maravillada.
    Por si no quedó antes claro, me ha encantado. Cuídate Cat D'Arossi. Espero volver a verte pronto por aquí y degustar tu lúcida pluma.
    Un placer

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Despistada. El placer es mío... Nada consuela más en tiempos de desamor que compartir tu mundo con alguien que descifre tu idioma.

      Eliminar
  3. Oh por Dios!!! Entre Napoleón y los tulipanes es una de mis novelas favoritas, y ahora que compartes esta breve delicia literaria en La Teta Feliz siento como si hubiera recibido un pase VIP para un concierto de Madonna.
    Hágote saber que tienes mi más profundo respeto y admiración
    Gracias por compartir tu talento

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, por leerme. Bienvenida de nuevo a esos rincones de mi mente.

      Eliminar
  4. Hola!!!

    Entrar y ver una historia firmada por Cat D' Arossi me ha dado mucha emoción.. Emoción d estar a nada de volverte a leer después d algunos años, después de leer "Entre Napoleón y los Tulipanes.." después d guardar esa historia en mi memoria..que he de decirte que eso no basta..que la he leido tantas veces q he perdido la cuenta.. Que después de leerla por primera vez, escribi en mi cuenta d fotolog q usaba en esa época lo q me habia gustado tu historia sin saber q tú un día leerías esa publicación y me escribirías diciendo que te alegraba q me gustará..es por eso que me alegro volver a saber d ti..volver a leerte y que me haya gustado mucho esto..no me sorprende!!!

    Gracias y Saludos hasta donde estes!


    Seel..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Seel! Por supuesto que me acuerdo de esa publicación, me alegró mucho verla y saber que la historia te había llegado tanto. Al final, creo que esa es la mejor remuneración que puede recibir quien escribe.

      Gracias por leerme de nuevo, me da gusto saber que te transmitió algo. Va a ser cierto que del dolor sale arte...

      Un abrazo :)

      Eliminar
  5. Aún a riesgo de empezar a parecer ya un poco acosadora y tras haber degustado hasta la última línea de tu novela, debo darte las gracias. Ya nunca más veré los tulipanes rojos como antes. Entre Napoleón o los tulipanes, elijo cometer más errores y olvidar mi paracaídas en casa.
    Cuídate mucho

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajaja, creo que entre escritoras entendemos que a veces cierto tipo de acoso es necesario, y más: yo encantada de leer tus comentarios.

      He leído uno de tus capítulos, pero siento que he llegado tarde y me he perdido gran parte de la historia. Espero ponerme al corriente poco a poco.

      Eliminar
  6. Después de haber leído (quizás degustado, disfrutado, seguro) "La hija del conde" e incluso tu "Filosofía para lesbianas" debo decir que cuando menos me ruboriza que me hayas llamado escritora. Ni lo soy ni lo ambiciono.Soy consciente (que no orgullosa) de mis limitaciones. Dejo pues la denominación para las que sabéis hablar al corazón a través de vuestros pensamientos. Has sido un gran descubrimiento. Y está camino de serlo también Elisabeth Barret Browning, sobre cuya pista me has puesto ( sí, ya sé que es anacrónico, pero disfruto mucho con la poesía).
    Has sido un encuentro inesperado Gracias (Tranquila, prometo que este será mi último comentario)

    ResponderEliminar
  7. Sería interesante (y divertido, porque si deja de ser divertido creo que ya no tiene mucho sentido) escribir algo juntas. Nunca lo he hecho, pero me gustaría probar.

    Si te interesa, envíame un correo :)

    ResponderEliminar
  8. Respuestas
    1. Debía terminar para que naciera algo mejor (y te aseguro que es mucho mejor).

      Eliminar
  9. Aún me resulta imposible creer que estoy leyendo una dos tres cien veces de nuevo una historia de ti
    Me atrapan desde las primeras palabras esa manera de trasmitir tus sentimientos
    Soy una persona de muchas que ama tus historias pero sin duda el primer lugar lo tiene entre Napoleón y los tulipanes me enamoré tanto que no primer destino después de y terminar mi carrera y poder viajar será Kazajistán
    Pocas personas tienen el poder de cambiar la vida de los demás a través de sus letras. Tu lo tienes amalo y compartelos con tus muchas seguidoras

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu mensaje me ha sacado una enorme sonrisa. Es una gran alegría que conozcas mi primera historia, en especial porque han pasado ya varios años (aquí entre nos, la escribí cuando tenía 16, imagínate). Estoy de acuerdo en que es un don poder cambiar la vida de alguien a través de las palabras, y si realmente he podido hacer eso con una sola persona, no he vivido en vano.

      Me despido con la esperanza de recibir una postal de Kazajistán.

      Un abrazo,
      Rita

      Eliminar

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...