Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Tiempo de confesiones - Angelove

Hay algunos que descuidan la familia. Otros simplemente la ignoran. Otros la malinterpretan. Los más, la soportan. Claudia estaba en este último grupo. Como cada verano tocaba celebrar el cumpleaños de su madre, se reunirían todos, la matriarca soplaría las velas y ahí terminaría la celebración, después desaparecerían. Ella, sin embargo, se quedaría allí parte la época estival. Un par de playas y una obra inacabada eran su excusa. Cuando todos se hubieran marchado podría disfrutar de la casa, las playas y la soledad a sus anchas. De momento se conformaba con poder refugiarse en su habitación. Así que no se percató de quien había llegado, mucho menos de quien lo había hecho en primer lugar.

Alguien había llamado a su puerta. Claudia sabía que no se trataba de su madre, ya que por lo general se olvidaba de tocar, o al menos esa era su recurrida excusa.
- Adelante.- Una cabeza rubia sonriente asomó tímidamente tras la puerta al entreabrirse. Era su hermano, Pedro.
- Hola hermanita. Mamá me ha dicho que estabas muy atareada. Y tu novio, ¿ya se ha ido?
- Por favor, no empieces tú también. Ya sabes perfectamente que no es mi novio.
- Ya, pero ella parece no enterarse.
- Sólo se entera de lo que le interesa. Tenía que irse. Trabaja.
- Sí, qué malo que es trabajar, ¿verdad?- Hizo una pausa mientras la besaba y se sentó en la butaca que estaba cerca de la mesa.- Dime, ¿qué tal estás? ¿En qué trabajas ahora? ¿Traduces?
- ¡Vaya! Alguien que se preocupa por alguien en esta casa.
- No seas tan suspicaz, Claudia.
- No. Yo estoy de vacaciones. Me han ofrecido publicar algunos de mis relatos, así que los termino y los corrijo.
- Bien por ti. Deberíamos celebrarlo cuando todos estén durmiendo.- Claudia asintió con un gesto y continuó hablando.
- Y ¿tú qué tal?
- Pues, yo no tengo vacaciones, no escribo y mi mujer no ha podido venir.
- Me alegro por ella. ¿No estará enferma, verdad?
- No, para nada. Pero tiene que terminar ese maldito proyecto, de ese maldito edificio. Ya sabes. Así que me he traído una amiga.- Claudia rió de una forma sarcástica. Pedro la miró con reprobación.- No pienses mal. Y mucho menos hagas bromas absurdas sobre ella y yo cuando la conozcas.
- Y ¿dónde van a acomodarla?- Siguió mirándolo con su sonrisa sarcástica.
- Pues esa es la cuestión. Por eso he venido a hablar contigo. Pensé que podría quedarse en tu habitación. Tienes dos camas y el salón ya está ocupado.- Claudia respiró hondo y sonrió incrédula.
- Bromeas ¿verdad?- Hizo una pausa a la espera de una respuesta, pero sólo obtuvo un gesto de negación y una leve sonrisa.- ¡Vamos!, es una desconocida.
- Pero es un encanto. Ni te enterarás de que duerme a tu lado.
- ¿Y por qué no duermes tú con ella? Te puedes llevar la cama.
- Venga Claudia. He venido solo a decírtelo para que no te sientas presionada, pero seguro que cuando la conozcas no te importará.- Claudia hizo un gesto indeciso de aprobación y encogió sus hombros:
- Siempre tan correcto. Ese gesto cuenta a tu favor, la verdad. Se nota que estás casado. Está bien. Supongo que si vamos al pub llegaré tan borracha que ni me enteraré.- Su hermano sonrió mientras le daba un beso en la frente:
- Eres un encanto. Le diré que suba con sus cosas y te la presento.- Pedro no cerró la puerta tras de sí, así que pudo oír el revuelo que se armaba en el salón y el ruido que hacían al subir las escaleras, con los golpes de sus bolsos, las risas, los jadeos de cansancio. Allí estaba de nuevo con una chica morena, algo más alta que su hermano, que esperaba pacientemente que la presentaran para poder soltar su bolso. Pedro respiró hondo. Trataba de controlar su risa y su respiración:
- ¿Sabes lo que ha dicho tu madre?
- No. Pero me lo imagino y no quiero saberlo.
- Pobre. A veces creo que chochea.- Respiró de nuevo. Claudia se levantó y se acercó hasta la puerta, ya que ninguno de los dos la había traspasado. En realidad no habrían cabido a la vez cargados como iban con sus bolsos al hombro, así que por una extraña circunstancia relativa a la inercia ambos se habían apoyado a los lados del marco. Claudia sonrió y se inclinó para besar a “aquella desconocida” y presentarse:
- Yo soy Claudia.- La amiga de su hermano hizo lo propio y se puso nombre con una voz cálida y un tono más calmado y menos jadeante.
- Yo me llamo Isabel.- Se miraron durante unos instantes, el tiempo suficiente para que Pedro se recuperara y decidiera ir a su habitación. Claudia ayudó a Isabel a colocar sus cosas, haciéndole hueco en el armario. Lo cierto era que el bolso tenía un tamaño exagerado en comparación a las pocas cosas que contenía, pero para dos días tampoco hay que comprar uno nuevo. En el poco tiempo que pudo conversar con Isabel descubrió que era periodista y tenía más sentido del humor del que habría imaginado. Pero no alcanzaba a imaginar por qué razón su hermano la había llevado.
Bajaron al jardín para la cena. No faltaba nadie. Su hermana menor sí había venido con su marido. Un primo de su madre, que probablemente ocuparía el sofá. Su padre, con su inagotable paciencia. Y, por supuesto, su madre con gesto ceremonioso, presidiendo una mesa recargada, tal y como a ella le gustaba, instalada en el jardín bajo un pequeño toldo. La velada transcurrió entre platos, preguntas rutinarias de interés dudoso por la vida y la cotidianeidad de cada comensal, y algún que otro chiste jocoso de aquel primo que nadie conocía salvo su madre.
Claudia miraba el reloj de soslayo. Las once. Decidió levantarse con la excusa de servirse una copa más de vino y se quedó apoyada en la columna del porche a la espera de un momento oportuno para escapar. Cuando todos reían con un nuevo chiste pudo escabullirse discretamente hacia su dormitorio, con una botella de vino y un poco menos de inspiración para terminar su trabajo, pero satisfecha de estar lejos de aquella comedia, aunque la algarabía se colara por la ventana. Bebía y miraba la pantalla del ordenador sin encontrar una línea que encajara como final. Le iba a costar terminar los relatos más de lo que había imaginado al principio. Se había reclinado en el sillón para tomarse un respiro y encontrar otra perspectiva, disfrutando del vino, consiguiendo aislarse del alboroto del jardín lo suficiente como para oír unos pasos por el pasillo. Transcurrieron algunos instantes de silencio antes de volver a oír aquellos pasos sigilosos, casi imperceptibles. Sintió curiosidad y decidió salir y averiguar quién se paseaba, aunque eso supusiera “dejar de escribir” por ese día. Abrió la puerta y se encontró de frente con Isabel que se había llevado un buen susto. Claudia intentaba torpemente ayudarla a salir del sobresalto con explicaciones:
- Lo siento. Oí pasos y pensé que alguien podía haber bebido de más y necesitaba ayuda.- Isabel sonreía intentando recuperar su equilibrio interior.- Sí. Por eso subí al baño. El de abajo estaba ocupado. Yo también siento haberte interrumpido.
- No lo has hecho. En realidad no hacía otra cosa que beber vino. ¿Quieres una copa antes de que se termine?- Isabel asintió aliviada y vio como Claudia bajaba y subía en un suspiro con una copa en la mano. Entraron en la habitación y se acomodaron con una copa y una sonrisa un tanto infantil cerca del ordenador para ver algunos montajes y correos absurdos que estaban almacenados. Después de casi una media hora de risas Claudia se reclinó un poco, e introdujo una nota de seriedad en la escena:
 - ¿Por qué pensaste eso?- Isabel la miró algo perpleja, ya fuera por la cantidad de alcohol ingerida o por el cambio repentino en el ambiente distendido que las había acompañado en un primer instante, no acertaba a adivinar a qué se refería. Aventuró una pregunta:
- ¿Qué te había interrumpido?- Claudia movía la cabeza de arriba abajo ligeramente sin mirar a ningún punto en particular.- Tu hermano me comentó que iban a publicar tus relatos y que los estabas corrigiendo. Por eso imaginé que habías desaparecido del jardín.
- Es un bocazas. Siempre lo fue. Aunque te prometa que no contará nada, puedes estar segura de que acabará confesándole tu secreto a alguien.- El vino se había terminado, pero ninguna de las dos parecía dispuesta a bajar a por otra botella.- ¿Cómo os conocisteis?
- En un pub. Yo andaba algo deprimida por esa época. Había terminado una relación y estaba algo bebida, así que me sorprendió llorando como una niña por fuera de los lavabos. Se comportó de una forma muy respetuosa conmigo, ya sabes, nada de ese tipo de interés soslayado de la mayoría de los hombres que con una mano te tiende un pañuelo y con la otra intenta levantarte la falda.
- Sí. Debe ser de los pocos hombres en el mundo que está tan enamorado de su mujer que ni mira a otras.- Hicieron una pausa, cada cual inmersa en sus pensamientos, hasta que la cabeza de Pedro tras la puerta ligeramente entornada y el silencio les indicó que la fiesta iba a comenzar en ese instante:
- Bien señoritas, les anuncio que ya es hora de salir sigilosamente porque todos han caído en sus respectivas camas.- Se subieron al coche y marcharon al único pub que había en cincuenta kilómetros a la redonda. No aguantaron mucho tiempo ni muchas rondas a pesar de que el dueño los conocía desde hacía años y les siguió sirviendo después de cerrar.
A la mañana siguiente ninguno de los tres recordaba muy bien cómo y a qué hora habían llegado. Claudia despertó con los rayos del sol que se habían colado por la ventana. Cuando sus ojos se habían adaptado a la luz, pudo observar que Isabel dormía tranquilamente, su rostro estaba sereno como si no hubiera ingerido ni una gota de alcohol. Sólo su pelo enmarañado le habría podido delatar. Se quedó algunos minutos más mirándola atenta a su respiración acompasada. Decidió ducharse para despejar la mente y reanimar el cuerpo. Sus pensamientos durante el tiempo que había pasado en la ducha habían girado en si debía despertar a su compañera de habitación y en la forma en que lo haría. Entró de nuevo en el dormitorio y lo hizo con delicadeza, ofreciéndole café y el desayuno para aliviar los efectos de la resaca y bajó lentamente la escalera, como si fuera un niño que no quiere ir al colegio. Su padre era el único ser vivo que habitaba ese momento en la cocina. Respiró aliviada y lo besó:
- ¿Dónde han ido todos?
- Pues primero a la playa, después almorzarán en el pueblo y, finalmente, irán de compras.- Claudia miro extrañada a su padre que había hablado sin levantar la vista del periódico. Aquella actitud no era propia de él, pero no quiso hacer suposiciones y, contrariamente a lo que era su método habitual de no inmiscuirse, le preguntó directamente:
- ¿Y tú por qué no has ido?- Su padre levantó la cabeza y la miró con un gesto contrariado. No era de esa clase de persona que se amedrentaba ante un problema, menos aún ante una nimiedad como aquella pregunta.- Digamos que no me apetece oír más chistes.- Claudia decidió no insistir más y por el contrario le pidió el coche a su padre para ir hasta la playa con Isabel con la promesa de que volverían a tiempo para almorzar con él.
Bajaron por una carretera estrecha hacia la costa hasta una pequeña playa de arena negra que atrapaba los rayos de sol sin quejarse. Estaba completamente desierta, así que ambas se despojaron de la ropa y se lanzaron al agua como si quisieran diluir aquella proximidad que habían compartido durante el viaje. El agua salada había hecho desaparecer todo el malestar producido por el exceso de alcohol de la noche anterior. Se tendieron en las toallas y dejaron que el sol y la ligera brisa que corría las meciera y les brindara el coraje suficiente para hablar. La primera en hacerlo fue Isabel, que había perdido el pudor de repente y miraba a su recién conocida sin aparente timidez:
- Me gustaría leer tus relatos.- Claudia sonrió pero no movió ni un músculo más en su cuerpo que los que rodeaban la boca.- ¿Antes de que se publiquen?
- ¿Por qué no? Podría hacer tu mejor crítica.
- ¿Crees que podrías ser objetiva e imparcial?
- No lo creo. Ahora que te conozco no sería capaz.- Claudia la miró. Isabel tenía la vista fija en las olas. No parecía incómoda al hablar con tal sinceridad, así que su compañera de playa arriesgó un poco más-¿por qué quieres leerlos?- encontrándose con su mirada dulce, carente de malicia.- Curiosidad supongo, no olvides que yo me dedico a escribir críticas.- Seguían mirándose como si se tratara de un duelo.- ¿Crees que descubrirías algo insondable de mi personalidad?- Isabel sonreía más abiertamente.- ¿Lo hay?- Claudia no fue capaz de contestarle, por el contrario se limitó a levantarse y apuntar que se hacía tarde y debían volver para almorzar con su padre tal y como le había prometido.
         Pasaron el resto de la tarde en el jardín bebiendo vino y escuchando las batallas de su progenitor. Isabel seguía observando muy de cerca a la hermana de Pedro. Le habría gustado poder pasar allí más tiempo junto a ella; que le hubiera dedicado algún pensamiento más profundo sin permitir que la timidez la condicionara; que le hubiera permitido acercarse tanto a sus sentimientos como físicamente en la playa; que le hubiera regalado la espontaneidad de sus labios y su cuerpo como lo había hecho con el mar. Sin embargo, probablemente se iría de allí, muy a su pesar, con las manos vacías, sin nada que la conectara con su mundo. Empezó a ensombrecerse y a aislarse ligeramente, desentendiéndose de los comentarios del resto de la familia que había regresado eufórica. Recogió sus cosas abatida sin percatarse de que Claudia la observaba con mirada traviesa hasta que le habló:
- Vas a olvidarlos.- Isabel frunció el entrecejo en un leve gesto de interrogación sin poder emitir una palabra.- Los relatos. Espero que seas capaz de juzgarme sin mucha acritud.- Hablaba al tiempo que le tendía un pendrive. Lo aceptó con un gesto infantil de entusiasmo y se despidieron con un inocente beso. No hubo tiempo de más, Pedro quería volver junto a Clara lo antes posible. Aunque la carretera estaba despejada, podían llevar una buena marcha, contemplar el paisaje y era de día, el viaje estaba resultando tedioso. Cada vez que observaba a su acompañante de soslayo, comprobaba su mirada taciturna. Había perdido su naturalidad momentáneamente, así que se decidió a romper el hielo:
- Espero que no te haya importado mucho que te abandonara hoy. Pensé que te gustaría más quedarte y descansar después de lo que bebimos anoche que soportar el interrogatorio de mi madre y mi hermana.
- ¿Por qué crees eso?
No lo sé. Lo supuse. Estás muy callada.- Pedro esperó pacientemente una respuesta.
- Lo siento. No era mi intención dar esa impresión. En realidad estoy un poco triste. Pensaba en lo rápido que pasa el tiempo.
- Eso quiere decir que lo has pasado bien.- Isabel lo miró sorprendida, a la espera de una explicación.- No me malinterpretes, mi padre y mi hermana son encantadores cuando quieren, pero no son precisamente habladores. Creo que por eso congenian.
- Pues siento desengañarte porque ha sido todo lo contrario. Nosotras también fuimos a la playa y después pasamos la sobremesa charlando con tu padre.
- ¿En serio?- Pedro se mostraba escéptico.- ¡Vaya! Eso es todo un logro sobre todo para Claudia, no suele ser muy abierta con la familia, imagínate con los desconocidos.
- Me sorprende que digas eso. A mí incluso me ha dejado sus relatos para leerlos.
- Eso sí es un hallazgo. Entonces debes haberle caído muy bien. Ni siquiera yo los he leído. ¿Sabes una cosa? A veces tengo la impresión de que mi hermana es gay.- Isabel comenzó a reírse y a mover la cabeza de un lado a otro.- Hablo en serio. Incluso dudo de que haya tenido alguna relación con David. Me gustaría que fuera más espontánea, como tú. Que llegara un día y me presentara a alguien que le gustara.
- ¿Por qué crees eso?
- No sé. No quería ofenderte. Lo dije sin pensar. De repente me entero de que contigo ha hecho un montón de cosas y ha hablado por los codos y me ha dado que pensar.
- ¿Y por qué no se lo preguntas?
- No puedo hacer eso. No puedo llegar sin más y preguntarle ¡eh! hermanita, ¿eres lesbiana? ¿Lo harías tú si te gustara?- Isabel guardó silencio durante un rato.- No creo que eso te ayudara, tampoco que fuera justo para mí.- Pasaron el resto del viaje en silencio, contemplando el atardecer.
         Claudia se había sentado en el porche para pasar lo que quedaba de tarde tranquilamente tomando una copa. Había pasado una semana ya desde el cumpleaños y había podido disfrutar de la playa y terminar sus relatos tal y como era su intención. Su madre deambulaba de un lado para otro sin prestarles atención ni a ella ni a su marido. Todos habían aprendido en aquella casa hacía muchos años y muchos sinsabores, que ese comportamiento denotaba cierto estado de nerviosismo que podía llevar aparejado un enfrentamiento si se decía algo inoportuno. Así que se sentaron a la mesa en silencio para no provocar una escena, esperando algún comentario insensible sobre su presa más fácil, su hija:
- ¿Vas a quedarte lo que queda de tu estancia aquí en silencio?
- ¿Prefieres que te hable de la playa o del tiempo?
- Podrías dejarte de ironías y decirnos cuando vas a hacer algo útil en vez de aprovecharte de la generosidad de tu padre.
- Vamos, Esther, déjalo ya. Yo no me he quejado.
- ¿A qué llamas tú algo útil? ¿A tener un trabajo en una oficina, casarme como mis hermanos y traerte unos nietecitos?
- Pues no sería una mala idea. Así tendrías la cabeza más ocupada y te olvidarías de todas esas bobadas de escribir.
- Y tú me buscarías el marido, evidentemente.
- Ya tienes un novio. ¿Vas a esperar a la jubilación para casarte?
- David no es mi novio. Parece ser que eres la única que no quiere enterarse.- Claudia dejó la mesa antes de que su madre tuviera la oportunidad de sacarla realmente de quicio y subió a su habitación a recoger sus cosas. Estaba dispuesta a marcharse esa misma tarde. Su padre apareció cuando ya había terminado:
- ¿Dejarás que te lleve?
- Sólo hasta la estación.- Se subieron en el coche. Claudia no tenía ninguna gana de hablar, pero su padre que parecía no haberse percatado comenzó a hacerlo:
- No le hagas caso. No me importa ayudarte, ya lo sabes.
- Déjalo. No te disculpes por ella. Trabajaré más horas en el bar hasta que cobre por mis primeros relatos.- El resto del camino hasta la estación transcurrió en silencio. Se dieron un beso amargo de despedida, sin comentar nada más de aquel asunto ni de ningún otro.
         La primera llamada que recibió Claudia después de llegar a su casa fue la de su hermano apenado por lo que había sucedido. Ese era el tipo de asunto que todos los miembros de su familia terminaban conociendo. Para ayudarla a superarlo había tenido la genial idea de invitarla a cenar con la excusa de que Clara hacía mucho tiempo que no la veía. Se reunió con ellos en un restaurante francés de mesas pequeñas, luz tenue y ambiente relajado dos horas más tarde de la llamada telefónica de Pedro:
- Veo por el cuarto cubierto que falta alguien.- Claudia sonreía mientras hablaba con un ligero tono sarcástico.
- Eres muy suspicaz hermanita. Isabel vendrá también. Espero que no te importe.- Claudia escrutó el rostro de su hermano.- ¿Por qué iba a importarme? Me cae bien.- Era demasiado tarde para rectificar palabra alguna, Isabel estaba allí ya con una gran sonrisa, satisfecha. No le afectaba que la gente pudiera envidiarla porque era feliz. Cenaron envueltos en un aire festivo, tras lo que se sucedieron las copas, ya que nadie parecía querer abandonar aquel ambiente, salvo Pedro quien, con semblante contrariado, aprovechó el instante en que Isabel y Clara habían ido a la barra para desahogarse con su hermana:
- Dime, ¿por qué ninguna mujer quiere tener hijos en estos días?- Observó como su compañera de mesa esperaba una explicación y aclaró el comentario.- Clara no quiere tenerlos.
- ¿No quiere ahora o no quiere nunca?
- ¿Hay alguna diferencia? Me gustaría tener familia antes de jubilarme, eso es todo. ¿Tú tampoco los tendrías?
- Lo dudo.
- Pero puedes hacerlo aunque no haya un hombre en tu vida, eres mujer. Yo lo haría.- Claudia sonrió y miro a su hermano con cierta indulgencia, consciente de que aunque su comentario era sincero, todos aquellos rodeos que daba eran producto de sus sospechas hacia ella más que hacia su mujer.- ¿Dónde quieres ir a parar?
- Olvídalo. Supongo que tendré que ir haciéndome a la idea.
- Escucha, tal vez en este momento de su vida no le apetece. Es joven. Pero creo que tenéis la suficiente confianza como para hablar ese tema o cualquier otro.- Claudia hizo una pequeña pausa y continuó hablando envalentonada por el alcohol que había ingerido.- Y claro que podría tener hijos aunque “no tenga un hombre”. Pero eso no quiere decir que no vaya a haber nadie en mi vida. Ni que vaya a tenerlos. Nadie puede obligar a nadie a tomar una decisión así.
- Ya lo sé. También sé que su carrera es muy importante para ella. Pero me entristece. A veces la miro y parece tan distante de mí y mis ideas.- Hizo una pausa, mientras miraba como las dos jóvenes se reían con el barman. Claudia lo observó con detenimiento, a veces ese aire victimista que fingía le recordaba a su madre. - Tiene gracia que se lleven tan bien. Es curioso, conoces a alguien por casualidad, entra en tu vida…- Claudia miró hacia la barra y sonrió maliciosamente.- No me digas que te has enamorado de ella.
- No digas bobadas.
- Creo que yo me conformaría con eso.- Su hermano la miraba expectante.- Debería bastarte estar con la persona que amas, ¿no crees? Lo demás es superfluo, hacemos elecciones constantemente, pero no sobre la persona de la que nos enamoramos. ¿Por qué complicarlo todo creándonos problemas y expectativas? Honestamente, creo que lo que importa es el vínculo que compartís porque eso os ayudará a solucionar cualquier diferencia de expectativas o desencuentro.
- Y tú lo sabes porque te has enamorado muchas veces.
- Sí, muy agudo. Yo lo sé porque todo el mundo estaba dispuesto a inducirme hacia una relación que yo no deseaba realmente.
- Y…- Su hermano comenzaba a impacientarse.
- Y… tuve que parar antes de aborrecer el mundo y a mí misma.
- ¿Hablas en serio? Porque ese comentario es realmente serio, incluso trágico, casi como si narraras uno de tus relatos.- Claudia asintió y continuó hablando en tono solemne, con la mirada perdida.
- No se puede vivir una mentira toda la vida, créeme. Te convierte en un ser horrendo, despreciable. Y lo peor de todo es que esa mentira te conduce a otras. Porque deseas escapar sin encontrar la salida.- Claudia ni siquiera se había percatado de que Isabel y Clara se habían quedado  escuchando justo detrás de ella, como si no quisieran interrumpir aquel momento en la conversación que parecía crucial.- Yo seguí con David engañándome a mí misma, convenciéndome de que así no le haría daño, sin darme cuenta de que esa actitud iba acrecentando mi rencor hacia él y reconcomiéndome por dentro. De forma inconsciente empecé a engañarlo, me vengaba creyéndole culpable de mi propia cobardía, descubriendo mi cuerpo en el de otras, al tiempo que despreciaba el suyo.- Su hermano la miraba perplejo, con la boca abierta pero incapaz de hacer comentario alguno.- Así es. Ya ves de qué forma me di cuenta de que me gustaban las mujeres, poniéndole los cuernos. Y no una vez, me cebé en mi autocomplacencia y repetí con varias. Tenía la excusa perfecta, trabajaba en un bar sirviendo copas. ¿Crees que hubiera sido mejor que siguiera con aquella relación? ¿Crees que vale la pena acumular rencor y cometer estupideces?
- No tenía ni idea. Lo siento. Siento haberte puesto en esta tesitura.
- No te fustigues, he hablado de forma voluntaria. A veces resulta saludable desnudar el alma.- Claudia continuaba tan absorta en su confesión que ni se había dado cuenta de que Isabel y Clara ya se habían sentado.- Pero no entiendo por qué siempre has tenido ese afán por conocer mi vida íntima.
- Escucha Claudia, nadie es tan civilizado como para separarse de su novio  y seguir siendo su amiga y, menos aún, continuar viviendo en la misma casa. Tú misma has causado la intriga en la gente. Unos piensan que seguís juntos y otros que nunca lo estuvisteis. Es así de simple.
         Pedro y Clara  se despidieron tras terminar su copa, dejando a Claudia  abatida por aquella conversación, intentando reafirmarse en su creencia de que no había necesidad de explicar todo lo que rondaba por su mente, ni de convertirse en confesora ni confesarse. Detestaba dar explicaciones sobre partes de su vida que sólo le incumbían a ella, recibirlas de asuntos que pertenecían a dos y tenían solución en un simple diálogo entre ellos. En cualquier caso ya había dado el paso, y ahora debía prestarle atención a Isabel, con la que se había quedado a “solas”, aunque rodeadas de una multitud de desconocidos, y la miraba con sus ojos verdes de niña traviesa sonriendo maliciosamente:
- ¿Por qué estás enfadada?
- ¿Quién ha dicho que lo esté?
- Lo parece. Tienes la misma mirada que mi sobrino cuando le roban los caramelos.- Claudia sonrió, pero continuó hablando seriamente, interrogando a su compañera de mesa que aparentaba no tener dobleces, decidida a  conocerla un poco más:
- ¿Fue aquí donde conociste a mi hermano?- Isabel hizo un gesto negativo con la cabeza. Hacía tiempo que esperaba esa pregunta o, al menos, una similar.- Fue en un local de ambiente.
- ¡Vaya! Eso sí es toda una novedad. No me lo imagino en una situación así.
- Bueno, tiene amigos gays, no es difícil imaginar que alguna vez escojan ellos a donde ir.
- Y ¿tú sueles ir a ese tipo de locales?
- Solía ir a ese. Lo cierto es que esa noche no tenía que haberlo hecho.- Claudia la miró a la expectativa, esperando pacientemente sin hacer comentario alguno, mientras Isabel se concienciaba de que ahora le tocaba a ella aprovechar de forma ventajosa la información que había conseguido de forma casual. Aquella constituía la oportunidad perfecta para sincerarse y acercarse aún más a su nueva amiga, anhelando algo más.- A mi ex le gustaba mucho ir por allí. Pensé que si iba podría hablar con ella, no sé cuándo se me ocurrió aquella estúpida idea.
- Y estaba allí…
- Sí, sí estaba. Y yo había bebido demasiado. Creo que si me lo hubiera propuesto me habría ido a la cama con ella.- Isabel había perdido su natural gesto risueño y se había inclinado sobre la mesa mientras jugaba con su vaso. Claudia comprendió que debía desviar la conversación arrebatándole la seriedad al instante, ya que se sentía halagada por aquella muestra de sinceridad y no deseaba que su amiga entristeciera:
- Podríamos ir y enrollarnos delante de ella si quieres.- Aquel comentario había resonado en los oídos de Isabel obligándola a levantar la vista y sonreír de nuevo.- ¿Estás bebida, intentas ligar conmigo o las dos cosas?- Se miraron durante unos segundos. Claudia decidió aprovechar aquella oportunidad, consciente de que sería difícil que se presentara otra igual, y dio una vuelta más de tuerca a la conversación – lo cierto es que no estoy lo suficientemente borracha como para hacer una exhibición provocando celos, prefiero hacerlo aquí mismo – mientras tiraba suavemente del brazo de Isabel para besarla, arriesgándose a convertirse en el espectáculo gratuito de la noche en el bar. Se dejaron embriagar por la suavidad de los labios en un beso entrecortado por miradas sonrientes y caricias en el rostro con manos que apartaban el cabello guardándose del resto del cuerpo para una ocasión más íntima. Decidieron marcharse, tras unos instantes que les parecieron mágicos aunque no las hubiera saciado, caminando sin rumbo, en silencio, convertidas en dos tímidas adolescentes de forma repentina, hasta que Isabel interrumpió el silencio sin levantar la vista, como si hablara para sí misma:
- ¿Por qué esperaste tanto para besarme?
- Hubiera preferido que bajaran la intensidad de la luz y no hubiera decenas de ojos escrutando, pero no tengo tanta confianza con el dueño.- Hizo una pausa, muy breve, sólo para respirar y sacudió la cabeza en un intento inútil por borrar aquel comentario absurdo.- Quería hacerlo desde que fuimos a la playa. Créeme, tuve que contenerme en más de una ocasión porque no sabía si ibas a tirarme arena a la cara y salir corriendo.
- Y ¿ahora qué?
- No lo sé. Yo siempre me he dejado llevar.
- Y yo hace mucho que no hago esto. Estamos apañadas. En un concurso de lelos no sabrían a quien elegir para el primer premio.
- Podría llevarte a mi casa, pero no creo que quieras encontrarte con David en ropa interior y rascándose la entrepierna.- Sus voces sonaron entrecortadas por las risas algunos metros, hasta que Isabel se detuvo delante de un portal.- Supongo que en ese caso tendremos que ir a la mía.
- Ya sé de quién fue la idea de ir a ese bar…- sonrieron cómplices, mirándose sin hablar unos instantes nuevamente mágicos que les devolvió la sensación de comodidad.- ¿Quieres subir?- Claudia asintió y se dejó conducir dócilmente hasta un ático en el que echó en falta algo nada más entrar. Isabel le ofreció una copa de vino invitándola a ponerse cómoda.- No sé si nos sentará bien pero, sinceramente, no tengo otra cosa.
- Esto no me preocupa realmente.
- ¡Ah! ¿No?
- Lo que más me extraña de esta casa es que no hay ni una sola estantería con libros.- Isabel arrastró a Claudia hasta una habitación llena de cajas apiladas de cualquier modo sin casi darle tiempo a terminar la frase.- Siento haberte asustado, pero no he tenido tiempo de desembalarlos. Me acabo de mudar prácticamente. Lo cierto es que tampoco me puedo comprar una librería donde quepa todo esto.
- Ya… el saber sí ocupa lugar.- Claudia la miró con una sonrisa socarrona.- Pero tendrás cama, supongo.
- ¿Bromeas? Duermo en una tabla desde siempre.- Hablaba mientras la arrastraba de nuevo, esta vez hasta el dormitorio.-  Creo que no se te puede dar alcohol.
- Ya es un poco tarde para lamentarlo.- Empezaron a besarse en la boca, el cuello, el pecho… cualquier parte valía, al tiempo que se quitaban la ropa y se acariciaban todo el cuerpo hasta caer enredadas en la cama. Ninguna parecía querer soltar a la otra, ambas preocupadas por producir placer a su compañera, concentradas en cómo reaccionaba el cuerpo, la respiración, la piel con cada estímulo que se regalaban. Deslizaron las manos hasta sus sexos, recorriéndolos al unísono, incrementando el ritmo del movimiento de sus dedos, entre gemidos y respiraciones agitadas hasta estremecerse. Permanecieron un rato enredadas, sintiendo sus cuerpos temblorosos aún, sin fuerzas ni deseos de hablar, disfrutando de cómo sus cuerpos y respiraciones se iban relajando. Cuando se hubieron calmado, Claudia se incorporó ligeramente acercando la cabeza de Isabel hasta su pecho mientras la acariciaba y enredaba los dedos en el pelo. Sentía curiosidad por la historia de su compañera que se dejaba querer mansamente enredándose en su cuerpo de nuevo:
- ¿Por qué lo dejasteis? ¿Qué sucedió entre tu novia y tú?- Claudia se arrepintió de aquellas preguntas nada más pronunciarlas, al oír a Isabel respirar  profundamente antes de empezar a hablar muy despacio, como midiendo cada palabra, pensándola con mucho detenimiento, haciendo un gran esfuerzo.- No tenía que haber preguntado, lo siento, tengo el don de la inoportunidad.
- No. No te disculpes, ya hace mucho tiempo y es normal que sientas curiosidad.- Respiró más tranquila un instante y continuó hablando mientras jugaba con los dedos de Claudia intentando demostrarle que todo estaba bien.- En mi caso también fue una cuestión de cuernos, aunque no los puse yo, y reiterados. La perdoné una vez consciente de que la relación no sería igual, hasta que acepté con una segunda ocasión que seguiría repitiéndolo y decidí dejarla. Era una situación insufrible, me había convertido en una mujer celosa que sospechaba de cualquiera que se le acercara para hablar. Me sentí incapaz de perdonarla en una segunda ocasión, no tanto por el hecho, sino por lo en que me había convertido. Al tiempo supe que me había engañado con media comunidad lésbica. Creo que le habría gustado tener un harén. Nunca debí enamorarme de ella.
- ¿Te arrepientes?
- Al principio sí. De repente me sentía sola, planteándome si no habría sido mejor mirar hacia otro lado, iba a los locales donde solía moverse solo para verla, con otras por supuesto, hasta que conocí a tu hermano y comprendí que me estaba haciendo daño a mí misma y perdiéndome la vida. Además, – hizo una pausa y giró la cabeza para mirar a Claudia que la observaba atentamente – casi con toda probabilidad, si no lo hubiera hecho no habría tenido la oportunidad de conocerte, y eso sí que no me lo habría perdonado.- Sonrieron satisfechas y se besaron tiernamente.- ¿Y tú? ¿No has vuelto a tener una relación seria?
- No podía. El día que tuve que confesarle a David que no lo quería fue uno de los más duros de mi vida y ha condicionado mi vida posterior en cierto modo. No podría pasar por un trago así de nuevo. Pensaba, ¿y si me lío con alguien y al tiempo me doy cuenta de que no la quiero?, ¿cómo iba a decírselo?
- Pero te perderás muchas cosas.- Guardaron silencio disfrutando de la proximidad de sus cuerpos, a la vez, como si lo hubieran decidido tácitamente, hasta caer en un sueño profundo, que solo se vio interrumpido por el sonido de un móvil. Claudia dio un salto de la cama y empezó a buscar entre la ropa tirada por el suelo. Era su padre. Isabel miraba su cuerpo mientras hablaba por teléfono. Ahora que ya no estaba bebida podía apreciarlo mejor. Su piel morena, el vientre que se movía a cada golpe de respiración, la espalda suave pero en tensión, su cabello castaño, ondulado. Se habría pasado lo que restaba de mañana observándola si no hubiera sido porque se le había escurrido entre las sábanas de nuevo, con sigilo, apoyando ligeramente la cabeza en su pecho, para dejarse acariciar el vientre.
- Era mi padre. Quiere verme esta noche. Cenar y hablar.
- ¿Te parece tan extraño que quiera hacerlo?
- Un poco de miedo sí que me da.- Pasaron casi todo el resto del día en la cama, hasta la noche, momento en el que Claudia se despidió de mala gana para reunirse con su padre en una pequeña pizzería que se encontraba cerca de su casa. Lo encontró sentado en una mesa situada discretamente, lejos de la puerta y de la barra, con la mirada perdida, triste, como la de un niño que se ha quedado sin poder hacer su actividad favorita:
- Hola papá.- Lo besó y se acomodó en la mesa, esperando que su padre se decidiera a contarle lo que le sucedía, si es que le ocurría algo. Pero no parecía tener intención de hablar más que de banalidades. Claudia se empezaba a impacientar, su padre no era del tipo de hombres que se andaba con rodeos, así que se decidió a darle un giro definitivo a la conversación con una pregunta directa:
- ¿Por qué me has llamado realmente?- Jugaba con el cuchillo sin mirarla a la cara:
- Tu madre y yo hemos decidido separarnos.
- ¡Vaya! Cuesta creerlo. Con lo bien que os lleváis.
- Puedes ahorrarte las ironías. No éramos la pareja perfecta pero todo era mejor hasta que tu madre conoció a ese tipo, ya sabes, el primo del que nadie había tenido noticias en su vida.
- Es curioso, porque yo siempre pensé que serías tú quien se buscaría una amante primero. ¿Y qué vas a hacer? ¿Dónde vas a vivir? Deberías quedarte con David y conmigo al fin y al cabo es tu casa.
- No, no voy a interponerme. Estaré en un buen hotel hasta que encuentre un apartamento decente.
- No hay nada en lo que interponerse. Escucha papá, yo también tengo que decirte algo. Y no me voy a andar con rodeos, porque si lo hago podría alargar la velada interminablemente- su padre la interrumpió levantando una mano:
- Ya lo haces.
- Está bien, seré directa. Soy gay.- Su padre sonreía y movía la cabeza de un lado a otro.
- Ya lo sabía.- Claudia le dirigió una mirada entre atónita y asombrada.
- ¿Cómo que ya lo sabías? Querrás decir que lo intuías.
- No. Cuando nos contaste que David y tú habíais terminado con vuestra relación le pregunté por qué. Supongo que estaba muy enojado y que te echaba la culpa a ti porque me lo dijo sin necesidad de insistir mucho. Pero no entiendo por qué has decidido revelarlo ahora, después de tanto tiempo.
- Pues porque he conocido a alguien especial y necesitaba ser sincera contigo. Antes no había ninguna necesidad de llegar y decirlo, no creo que nadie llegue y le diga a sus padres: soy hetero, por lo general presentan a sus parejas…- su padre no dejó que terminara:
- Escucha hija, no necesito que me justifiques tu estilo de vida…- Claudia lo interrumpió. Se sentía realmente ofendida y sorprendida, ya que entre todas las reacciones que podía haber imaginado nunca habría esperado que su padre la tratara con tanta indiferencia rayando en el desprecio.- ¿Crees que esto es una forma de vida? ¿Qué es algo que se toma y se deja? Toda mi vida he tratado de obrar de acuerdo a mi conciencia, como me enseñaste, estaba orgullosa de ti, pero cuanto más te conozco más me doy cuenta de que eres igual de retrógrado que tantos otros, en tu vida soportando humillaciones por no atreverte a ser feliz, y en la de otros por juzgarla.- No esperó una respuesta. En aquel momento no se sentía con fuerzas para discutir con su padre. Desalentada, caminó hacia su casa. Encontró a David leyendo en el sofá, ajeno a lo que ocurría a su alrededor. Se acercó y se sentó a su lado:
- ¿Por qué le dijiste a mi padre que era gay?- Su compañero de piso levantó la vista del libro y la miró sorprendido. Tardó unos segundos en reaccionar:
- En cierto modo me acorraló. Yo estaba bastante deprimido y enfadado en esa época. Lo aprovechó. Me di cuenta  de mi error cuando ya era muy tarde.- Hizo una pausa y observó con atención el rostro de aquella mujer que parecía haber perdido la esperanza en el mundo.- ¿Te lo ha contado?
- Sí. Quedamos para cenar porque se ha separado de mi madre y sentía la necesidad de confesarlo. Dudo que hayan estado unidos alguna vez. Pensé que era el ser más tolerante del universo y me ha demostrado que sólo va a tolerar “mi estilo de vida” porque soy su hija.
- No puedes culparlo. Tendrías que habérselo contado hace tiempo, así le habrías dado tiempo para asimilarlo y comprenderlo.
- Y tú tendrías que habérmelo contado a mí. ¿Sabes una cosa?- David sacudió la cabeza a la espera de una respuesta reveladora.- Esta va a ser la última conversación que tendré contigo en esta casa. De hecho, va a ser la última conversación que tendré contigo porque yo me habría mordido la lengua antes que contar una intimidad sobre mi ex a sus padres.- Su exnovio parecía perplejo. Claudia se dirigió a su habitación y empezó a hacer la maleta. Oyó los pasos de David tras ella.
- ¿Pero qué haces?
- Lo que parece. Hago una maleta, a continuación saldré por esa puerta y después podrás llamar a mi padre y vivir con él, ya que parecéis tener tanta complicidad.
- Vamos Claudia. Deja de comportarte como una niña. Eso es agua pasada. Cómo querías que reaccionara. Estaba ofendido.
- No te hagas la víctima. Hay muchas parejas que rompen y no hay que hacer dramas por ello.
- No hablarás en serio.- Claudia cerró la puerta sin hacer ningún comentario más y, solo cuando se encontró en la calle, tomó conciencia de que no sabía ni tenía un lugar al que ir. El sonido de una llamada de Isabel en su móvil la sacó momentáneamente de su ensimismamiento. La había olvidado por completo, pero lo cierto era que no habría tenido el valor de hablarle en aquel momento. Siguió observando la pantalla que se iluminaba a intermitencias hasta que dejó de sonar y puso rumbo a la casa de su hermano, que en ese momento era la única persona que consideraba más apropiada para ayudarla. Pedro la recibió con una sonrisa, siempre lo había hecho. Ni siquiera le hizo preguntas cuando vio su maleta, sólo la abrazó. La llevó hasta la cocina y sirvió dos copas de vino:
- ¿Qué piensas hacer? Aquí puedes quedarte el tiempo que quieras, sabes que Clara y yo estamos encantados de tenerte aquí. Pero es hora de dejar de esconderte y de crecer, ¿no crees?
- ¿Puedes ser más explícito?
- No hace falta que lo sea, sabes perfectamente a qué me refiero.
- ¿A Isabel?- su hermano asintió.- Acabo de conocerla prácticamente, no puedo presentarme en su casa sin más.
- ¿Por qué no? Arriesga algo en tu vida por una vez. Llámala, dile que estás loca por ella. Que no tienes a donde ir. Es la verdad. No le importará compartir gastos. Te has enfrentado a tus mentiras, has mirado a los demás a la cara y no vas a darle la oportunidad de demostrarte lo que sientes a la única persona que has encontrado que vale la pena. ¿Demasiada espontaneidad quizá?
- Demasiada caradura quizá.- Su hermano hizo un gesto de resignación, sacudió la cabeza y las manos.- Contigo es imposible Claudia. Acaba tu vino y ve a la cama a llorar.
- No voy a meterme en la cama a llorar. No voy a llorar en ningún sitio.
- Pues ve y díselo.
Claudia colocaba sus cosas en la habitación de invitados de la casa de su hermano. Pensaba en las palabras que le había dicho. En el fondo sabía que llevaba un poco de razón. Siempre aquella cobardía, aquel miedo a enfrentarse a lo que sentía. Salió a la calle, discretamente, sin poner rumbo hacia la casa de Isabel directamente, sin llamarla. Intentaba despejar su mente primero, decidir claramente lo que quería decirle cuando llegara a su puerta. Por supuesto no sería nada de vivir juntas. Paró frente a su casa. Respiró hondo y alargó su mano rápidamente tocando el timbre para no echarse atrás y subió la escalera arrastrando los pies. Había olvidado su discurso, todas las palabras que guardaban cierta belleza. Tendría que haberle escrito una dedicatoria hermosa en su libro de relatos.
Allí estaba, en la puerta, sonriente, esperando, como si hiciera años que no la veía:
- Me había hecho a la idea de que no te vería hoy.- Claudia suspiró para coger fuerzas y empezar a decir todo lo que le había rondado la cabeza mientras iba de camino. Isabel no la dejó empezar, colocó un dedo en su boca y atrayéndola hacia sí comenzó a besarla. No iba a permitir que se le escapara con rodeos absurdos. La besó. No habría palabras. No aquella noche. No en una temporada.


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8 comentarios:

  1. Genial relato, me ha gustado mucho , aunque preferiría que hubiese mas capítulos, un poco de la vida previa de ambas chicas hasta conocerse.

    Ana

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    1. Me alegra q te haya gustado. Si te hubiera gustado más buena señal. Mis relatos parten de una idea, no todos se pueden desgranar en una historia interminable, pero lo tendré en cuenta. gracias.

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  2. Guau sin palabras esta genial estate historian.

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  3. Dónde hay un botón de me encanta? Dios! Que delicia leer lo que escribes, sencillamente espectacular..

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    1. Y a mí me encanta q te encante. Muchas gracias por tu comentario.

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  4. vayaa como es la vida,, aveces perdemos alas personas que amamos por el miedoo,, es una linda historia

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    1. El miedo nos hace actuar de forma extraña, a veces con cautela otras impulsiva otras aposta buscando esa pérdida, lo mejor es q a veces la reacción del resto nos sorprende. gracias por tu comentario.

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