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Nunca Digas Adiós - Cristalsif - 23

Capítulo 23

La verdad de Kiyohime

Los versos de tus labios fueron como besos
Besos secretos que acariciaron al alma mía,
Fueron suspirados tus cándidos sonrojos
Sonrojos que arderían en mi lúcida fantasía


Perlas de cristal se deslizaron por tu piel
Piel dulce y nacarada que en sueños besé
Fueron gotas de rocío con dulce sabor miel
Como farolas con propia luz destellaron tus ojos
Fueron temblorosos cuando acaricié en hinojos
Ascendían en gozo esos momentos dichosos

Bellos mechones fueron castaños de tu pelo
Hebras ansiaban tocar mis dedos con desvelo
Deseos y pasiones que silencio con denuedo
Susurros que no añoraría de un adiós postrero
Si al despertar en tu lecho marcharme no quiero.
Serían musitadas palabras de amor sincero
En la honesta mirada que significa te quiero.

Una fuerza superior, un calor intenso arde en mi alma, ahora estoy en igualdad de condiciones con ella, mi protegida. Abrir los ojos a la luz de un nuevo día y saber que mis temores son cada vez más tangibles. Pero ¿Importa eso cuando estoy junto a la razón de mi existencia? Lo cierto es que se puede acabar el mundo en este momento y yo fallecería feliz. Me levantó de la cama con sigilo, abandono el lecho con pesar, porque en él también reposa la figura actual de mi amor pasado, son tan parecidas... Natsuki y mi Nataru. Sonrió amargamente al encontrar en ella, Natsuki Kuga, la marca que le es herencia y fuente de su poder, uno místico más allá de las Nano máquinas que recorren su cuerpo, la bendición y maldición de una diosa, de la que detesto, esa a quien llaman Yuki Onna. Deslizo mis dedos sobre su piel, un lobo en su espalda desnuda y percibo también el aroma de pieles, de éxtasis en el aire.

Se ha consumado lo que estaba escrito en las memorias de mi pasado y no necesito verlo, simplemente sé que esa estrella está ahí en el cielo, aguardando el momento en que nuestras vidas se apaguen, como la última vez. Cierro los ojos y me dejo ir una vez más, para que ella pueda tomar el lugar que le corresponde al lado de su amor, nuestro amor. No tengo derecho a robarle ni un solo instante más... sus últimos de dicha. Me transporto entonces a ese lugar en el que me escondo del mundo y veo a través de esos ojos sangría, una peculiaridad que en antaño también poseía yo y poseía... la primera de nosotras también. Sonrío al pensar que esta joven tiene el nombre de aquella que veneré durante toda mi vida, una deidad... un figura de un cuento de hadas ¿O no?

Aguardo en un sitio que existe y no existe en el mundo material, es como permanecer eternamente en el limbo de las emociones... de otra persona. Puedo tomar la forma de una criatura que es a su vez el símbolo de nuestra familia, ser el Child denominado Kiyohime, que es también mi nombre, o lo fue hace ya un tiempo remoto. Tengo la facultad de darle poder y fuerza a mi depositaria, aunque ya no puedo ser materializada por ella, esta gran cantidad de energía sigue intacta en ella, solo necesita el conducto adecuado, la emoción perfecta, las palabras correctas... ¿De quién hablo? Su nombre es Shizuru Fujino Viola, la descendiente más joven de nuestro antiguo linaje y mi portadora, la dueña de mí esencia en su alma, su corazón y su cuerpo. La escogí entre muchas opciones de nuestra casta por una simple razón, tiene una voluntad tan férrea que no he conocido igual, quizás solo Natsuki Kuga le iguala, pero ella es la reencarnación de esa persona especial para mí. Shizuru es capaz de amar con la misma intensidad que yo lo hice un día... aun lo hago, es solo que mi amor está cada vez más lejos de mi alcance, cada instante la esencia de mi Nataru se apaga, como la última vez que la vi. Sin embargo es relevante que al fin cuente mi historia, para que ella pueda encontrar una cura a esta maldición que se cierne sobre todos nosotros, y que yo he cargado sobre los hombros durante casi 500 años, pero no puedo quejarme, todo ello fue... por mi culpa.

En el año 1611, Sengoku Jidai (Kioto)

Aquello aconteció en lo que los historiadores llaman el periodo Sengoku Jidai, casi a finales del Azuchi-Momoyama, algunos años antes del periodo Edo. El Sengoku fue una guerra civil que tuvo lugar en una época de anarquía, prolongada durante al menos 100 años tras la revuelta de Onin en mi prefectura. En aquella época el gobernador al servicio del emperador en la prefectura de Kioto el Shogunato de Ashikaga, había sucumbido a los rebeldes partidarios de la antigua dinastía y por ello, los nobles tenían a su servicio pequeños ejércitos para mantener el orden en sus territorios. Vivimos una época semi-feudal en aquellos años, casi cual castillos y ejércitos dueños de su propia ley, pese a las cartas del emperador y la monarquía que aún es persistente. Mucho antes de que yo naciese y al principio de la guerra en 1473, el llamado monasterio Yoshizaki en Echizen, fue convertido en una fortaleza, la primera de muchas... desde entonces los centros de resguardo de los guerreros proliferaron en los monasterios de todo Kioto, incluso Japón. Por tanto ya no era posible distinguir monjes de guerreros, los segundos se escondían en la imagen de los primeros. Mi historia aconteció 4 años antes del Edo, cuando la guerra civil estaba por concluir, El Edo fue una era en la que según supe vino la paz y prosperidad a nuestra nación... pero como todos han de saber, ese brillo siempre tiene un precio y yo no estuve allí para verlo.

Nuestra familia no era la excepción a lo antes mencionado, teníamos una guardia personal compuesta por los Samurái, también en secreto algunos Ninjas de la familia Okuzaki, leales a nosotros durante muchas generaciones, o al menos hasta que ocurrió el incidente con Hanamichi Viola 50 años después, pero esa es otra historia que no es de mi interés contar. Nos sentíamos demasiado seguros de nuestros serviles, tan confiados que en mi vida jamás temí por mi seguridad. Además yo podía defenderme bastante bien a decir verdad, porque en nuestra familia ha sido por largos años una tradición, el que las doncellas tengan absoluto dominio de la lanza extensible o dicho de otro modo, la Naginata. Sin nada que temer, una vida prospera y una armada propia, era algo común dar cobijo a monjes y guerreros que luchaban por restablecer el orden, unos con las armas, otros con la oración.

Nataru Blan fue uno de los numerosos hombres que desfilaron por los monasterios y recibieron resguardo en la gran casa de Shouji Viola, mi padre, un ferviente creyente de los ideales que aquellas gentes defendían incluso con su vida. Pero si he de ser franca, le conocí antes de eso en el río Hidaka. Allí llevaba a cabo la ceremonia del Misogi, mediante la cual purificaba mi mente, cuerpo y espíritu soportando la caída de la cascada sobre mi cuerpo. Aquella era una tradición familiar recurrente cuando una doncella cumplía los 15 años, este era el signo inequívoco de su madurez y fertilidad, el reconocimiento irrefutable de su feminidad, de su amanecer como mujer. Yo estaba lista para contraer nupcias con el hombre que me fue escogido desde el nacimiento, el segundo hijo de la casta Kanzaki. Lo cierto es que mientras meditaba soportando el inclemente golpe del agua fría sobre mi cuerpo, apenas cubierto con un Kimono y mi cabeza portando una diadema blanca, no percibí la intromisión de un grupo armado, bandidos por decir lo poco redujeron con suma facilidad a mi escolta, pues eran numerosos.

Nunca supe la intensión tras las acciones de aquellos hombres, si bien fuera un secuestro con la idea de obtener un jugoso botín o meramente el deseo de profanar mi cuerpo. Solo pude ver una figura descendiendo de salto en salto sobre las resbaladizas rocas de la cascada, el filo de los metales chocar y a los asaltantes, uno a uno caer al agua manchando con su sangre el agua cristalina del río. En cuanto el guerrero terminó con ellos, se dio vuelta para mirarme, acto que corrigió con prontitud pues la tela blanca se notaba translucida por el agua. Por suerte para mí había concluido el ritual, porque me era difícil no contemplarle, estaba fuera de mí cualquier pretensión de continuar meditando. Él tenía una figura atlética y una piel tan pálida como la nieve, el cabello negro de un tono cobalto y recogido en una coleta propia de los Samurái más jóvenes, cuyo flequillo aún cubría parte de su rostro, tenía unas facciones muy finas, era un hombre muy delicado pero ágil y mortal con la espada. Lo más hermoso de toda su anatomía, eran sus ojos... tenían un tono esmeralda único, salvaje pero melancólico, siempre ligeramente cubiertos por su melena azabache.

En cuanto estuve nuevamente presentable, aquel hombre me escoltó en todo momento, caminaba a mi espalda como lo haría un servil y aquello suponía una gran diferencia social entre él y yo. Me guio a salvo con otros escoltas de la familia y entonces esa persona se evaporó, mucho antes de que pudiera agradecer su ayuda o conocer su nombre. La siguiente oportunidad en la que le vi, fue precisamente un día en el que un grupo de monjes y guerreros que se desplazaban al monasterio del norte, a unos cuantos kilómetros atravesando las tierras de los viola. Llegada la noche sin poder  avanzar en su camino, se vieron obligados a solicitar acilo en nuestra casa. Se me envió para ordenar a las doncellas como servir a nuestros huéspedes y mis ojos, así como secretamente mi corazón se llenó de dicha con solo verle. Mi padre apreciaba no solo el servicio de aquellos hombres, sino también sus relatos de las otras provincias y prefecturas, aquella era una forma común de enterarse de las noticias, ya que habitualmente el correo era interceptado y no siempre llagaba a su destino. He de confesar que deseaba oír su voz, pero él no habló... la curiosidad estaba matándome, cuando se sirvieron las copas el muchacho declinó, y los otros alegaron que era aún muy joven para beber Sake entre los hombres.

Pasadas unas horas, se retiró con el permiso de los demás y secretamente le seguí hasta la fuente en el centro de nuestro jardín, allí sentado contemplaba su propio reflejo en el agua cristalina, pero estoy segura había notado mi presencia. -Ara, me cuestiono si mi joven protector es mudo, hizo un voto de silencio o es la timidez la que le impide el habla- Me atreví a decir.

-Se equivoca mi señora... no soy mudo y tampoco he hecho un voto- Se puso de pie, hizo una reverencia y pretendió marcharse sin más a sus aposentos.

Esto me ofendió en sobremanera. -Si es el caso, me sorprende que un fiero guerrero como usted tema y huya de mí sin ninguna sutileza- Dije sin ningún recato y mis palabras le detuvieron.

-Un hombre no debe posar los ojos donde no le es permitido, si mirase a la luna en el firmamento... pasaría por muchos sufrimientos al no poder tenerla- Me miró de soslayo antes de marcharse.

Hablaba con voz grave, pero suave y hasta delicada. Sus enigmáticos ojos supieron cautivarme con aquella tacita declaración realizada. Había sido hábil al no darme su nombre, pero si expresar su debilidad por mí de forma respetuosa, incluso poética. Me hallé sola en aquel bello paraje observando los pequeños pétalos rosa caer de los árboles, sus actos habían incrementado mi curiosidad o eso quise pensar en aquel momento. Entonces decidí hablar cautelosa con sus compañeros de viaje, intentando saber su nombre, pero todos lo llamaban 'el monje'... nadie conocía su verdadera identidad, luchaba por la causa y era un chico honorable a pesar de su juventud, por tanto no hacían preguntas. Al cuestionar la razón del apodo, muchos sonrieron...

-Realiza una danza mortal, su espada tiene voz propia en cuanto abandona la funda como si fuera el canto de un Shinigami (Dios de la muerte). Cualquiera pensaría que sin ella 'el monje' es nada, dado que el chico es algo bajo de estatura... pero le aseguro señorita que él es todo menos indefenso, aún sin su arma- Afirmó el más veterano y por tanto líder Ankara-san. Yo agradecí con una sonrisa y una venía la colaboración que sin saberlo me había prestado el hombre mayor.

En cuanto la noche avanzó un poco y todos yacieron dormidos, me escabullí de mi cuarto y la escolta. Los cuales admito muy cómodos y borrachines como para ser buenos en su labor. Me deslicé por los pasillos y me introduje en el cuarto de aquel joven que movía la más intensa curiosidad en mí. Al acercarme lo encontré dormido, se antojaba tan dulce en el sopor de sus sueños, que quise retirar los hilos negros de su rostro para observarle mejor, pero un movimiento brusco me arrojó sobre el lecho, una mano tapó mi boca y una daga se posó amenazante en mi cuello.

-Ki...Kiyohime-sama- Una vez me reconoció me soltó más que apenado, guardó la daga entre sus ropas y se sentó a una prudente distancia de mí. -Tal parece que mi señora ha equivocado su cuarto, un error poco común en alguien que conoce esta casa como la palma de su mano- Muy respetuoso y hasta inocente diría yo, cualquier otro hubiera dudado de mi honra en ese momento.

-Sus bienvenidas son algo poco habitual... señorrr...- Dejé mi inquietud sobre el tintero.

-Si quería saber mi nombre solo ha debido preguntarlo Viola-sama...- Me dedicó una sonrisa en las sombras y lamenté en mi interior no contar con algo de luz para apreciarla mejor. -Yo soy Nataru Blan, y es un honor conocerla- Inclinó su cabeza ante mí con un porte que no distinguí la primera vez que le vi.

-Blan... ese apellido me resulta familiar...- Mis ojos se ampliaron. -¡Son los terratenientes del Norte!-

-Shhhh- Me silenció con el ademán de un dedo en mis labios y me hizo estremecer en el solo tacto, algo atrevido para ser Nataru un 'monje'. -No desea ser encontrada en mis aposentos, a mí me matarían y su virtud sería puesta en tela de juicio... procuré por favor hablar más bajo- Tampoco esperaba tal agudeza de su parte.

-¿Un hábil espadachín como usted teme a la muerte?- Le miré curiosa, procurando seguir su consejo, hablar en un susurro.

-De ningún modo... temo más al deshonor que mis actos puedan traer a mi familia- Admitió Nataru con tierna vergüenza.

-Me parece que Blan-sama se escabulle de mí como si estuviera en serio peligro...- Me acerqué un poco más a él y este se tensó en el acto.

-Prefiero hablar con usted a la vista de todos, que en la intimidad de esta habitación. No olvido la hospitalidad de su padre- Hablaba formal, muy distinto a la fluidez de su lengua en la fuente.

-Y así todos pueden dar fe de su caballerosidad y rectitud- Sospechaba algo diferente en él, pero cuanto más cerca le tenía mayor era mi deseo por eliminar toda distancia. Aquello lo sabía impropio, sabía que jugaba con fuego pues cierto era que si él se dejara arrebatar por sus bajas pasiones, muchas cosas estarían perdidas. Excepto porque una parte de mí anhelaba ver completo ese momento, a sabiendas de las consecuencias y tristemente apenas le conocía, ¿Cómo podía tener tal efecto en mí? Pero ¿Y si yo no fuera de su gusto...? Temí. -¿O es acaso que mi aspecto le resulta desagradable?- Me fingí dolida.

-No me malentienda Viola-sama... cualquier caballero afirmaría que su belleza es apenas comparable a la de una deidad, por favor sepa disculpar mi tosquedad si es eso lo que le hicieron pensar mis torpes palabras- Él había eliminado la distancia para sujetar mis manos con suplica, noté entonces que eran suaves, delicadas y delgadas. El entendimiento llegó para mí como un disparo, tan rápido que me costó bastante el no desmayar allí mismo. Al notar mi palidez se apartó silencioso y bajó la mirada. Se supo delatada, pero yo le debía la vida... o así lo justifiqué, para no prestar atención al horror que suponía saberle una criatura con cuerpo de mujer escudada en un disfraz. Saberla mi congénere, muy a mi pesar no disminuyó en lo absoluto mi deseo, por ella clamaba con fuego mi piel, aun con más fuerza que antes.

-Ara, parece que Blan-sama es un hombre poco experimentado con las mujeres- Compuesta mi fachada y oculta mi inquietud decidí jugar un poco.

-¿Ein? Bueno yo... soy un caballero y nosotros no tenemos memoria- Su sonrojo era tan hermoso, como la deleitable vista que contemplaba de sus piernas apenas ocultas en la Yukata.

-No debe ocultarlo... es usted aún muy joven para ser maestro en las artes amatorias- Seguramente Nataru estaría cuestionándose el cómo llegamos a tener esa conversación. Sin embargo sus tiernos gestos me incitaban a molestarle un poco más, fue desde entonces mi debilidad. -Aunque... es culto de nuestras castas que las hijas de grandes señores sean instruidas por Geishas para la complacencia de sus futuros esposos... ¿no fue este su caso Nataru-san?- Insinué con toda desfachatez.

-¿De... de qué habla?- Se puso de pie y me dio la espalda. -Esa es... la peor ofensa que me haya sido hecha en toda mi vida- Presionó los puños, mientras yo le miraba desde mi cómoda posición en el futón. -Le suplico se marche Viola-sama... o seré yo quien se vea obligado a partir en medio de la noche y seguir con mi camino- Había total determinación en su voz.

-Si lo hace yo diré a mi padre que usted me ha deshonrado- Refuté inmediatamente, sin pensar que mi egoísta deseo de no dejarle partir le metería en un aprieto y tendría que responder como el honorable 'hombre' que era.

Se giró bruscamente posando su atención en mí, sus ojos verdes me miraban contrariados. -No sería capaz de mentir... ¿O sí?- Usé mi faz inexpresiva para esconder la verdad, porque ciertamente yo no mentiría de esa forma y mucho menos pondría en riesgo a Nataru-san, pero necesitaba con desesperación que me creyera y después de un corto silencio así fue. -¿Qué quiere de mí?- Tomó asiento al frente con expresión derrotada.

-Su sinceridad... ¿Por qué se oculta en las vestiduras de un hombre? Un guerrero al cual todos temen y admiran, sabe usted que si alguien supiera esa verdad moriría en la horca o decapitada Blan-sama- Una nota de temor escapó de mis labios, la sola idea era terrible.

Nataru suspiró pesadamente, para negar con la cabeza. -Debí haber aceptado ese Sake en la velada con su padre Viola-sama- Frunció el ceño y me miró con cierta frialdad. -Me abruma que una doncella como usted haya podido descubrir mi secreto con solo rozar mis manos... cuando he podido mantener a salvo mi identidad, en la cotidianidad de un grupo de hombres apestosos, que no tienen el más mínimo reparo en ir medio desnudos por el campamento- Retiró algunos cabellos de su rostro, en un ademán completamente femenino. Curiosamente parecía fastidiada de ver tantos hombres semidesnudos... extraño, aquel sería el sueño de toda señorita que presa por la curiosidad desearía ver a un hombre en una posición tan 'varonil', aunque yo tampoco me contaba en esa lista de mujeres.

-Entiendo... pero eso no responde mi pregunta- Insistí con suplica en los ojos, con su mano tan cerca de la mía y sin atreverme a tocarla. -Juro por lo más sagrado que este será nuestro secreto- Le imprimí la mayor sinceridad de la que era capaz a mi voz.

Nataru asintió suavemente. -Para ellos es timidez el que no me duche en el río con todos, dicen que soy un niño todavía pues solo tengo 16 años... pero esta es edad suficiente para ser la cabeza visible de la casa Blan, al menos en teoría. Mi padre murió en un ataque realizado por los partidarios del antiguo régimen, cuando yo tenía 8 años. Mi pequeño hermano contaba con apenas 2 años de vida tras el incidente y ello lo hacía un heredero completamente incapaz. Se corrió la voz de la muerte de Kioshiro Blan y muchos señores fueron a visitarnos para cerciorarse de aquella circunstancia... entonces mi madre urdió un plan para evitar que esos hombres, cuyo fingido pesar era evidente, no pudieran apropiarse de todo lo que era nuestro... al menos hasta que mi hermano Saito sea un hombre en capacidad de defender sus propiedades- Tensó la mandíbula desviando el rostro a un lado. -Usted no lo entiende porque su padre está vivo y tiene 2 hijos varones que pueden sucederlo cuando muera, Kami-sama retrase este hecho muchos años- Inclinó la cabeza con devoción, en aquella implícita suplica que me enterneció enormemente. -La idea de mi madre fue clara, cuando aquellos hombres nos visitaron yo dejé de ser una niña para convertirme en el heredero de nuestra casa, se me obligó a vestir las prendas e insignias correspondientes. Muchos de aquellos señores creyeron nuestra falacia, mi aspecto les convenció porque yo soy el vivo retrato de mi padre y por ello respetaron el linaje de nuestra familia. Sin embargo mi madre debió desposar a uno de los tantos pretendientes que llegaron después de algunos meses, alguien tenía que hacerse cargo de todo puesto que yo todavía no estaba en posición, edad, ni mucho menos conocimiento de cómo administrar mi herencia. Finalmente mi madre se vio obligada a enviarme lejos para que su esposo jamás descubriera la verdad sobre mí y claro está, no tomará nuestras vidas como dictan las costumbres... así fue como viajé a Indonesia con un fiel sirviente y protector llamado Rayzo... allí, él me instruyó en el arte de la espada, pero también se me admitió como alumna en un templo tras superar numerosas y difíciles pruebas, todo para aprender el Pencak Silat... hace un año, he debido abandonar tal instrucción puesto que mi madre me solicitó que volviese con urgencia, el honorable Keita Sakamoto había fallecido al parecer, y con su muerte la que creía sería mi libertad se convirtió en algo inalcanzable. Tuve que escapar del templo y Rayzo sacrificó su vida para que yo pudiera volver... esas eran las reglas- Una pequeña lágrima en la memoria de aquel leal sirviente bajó por su mejilla y sin mediar pensamientos, con mis dedos la retiré sintiendo mío su pesar.

-Lamento escuchar eso Nataru... sin embargo su pequeño hermano ahora debe tener 10 años, una edad razonable que ahora los otros señores tienen que respetar- Intenté atisbar una luz de esperanza en aquella lastimera historia, no imagino cuantas dificultades tuvo que superar para estar de vuelta en Japón o cuanto dolor tolerar en la lejanía sin su familia.

Me sonrió amablemente, retiró mi mano de su hermoso rostro... pero pude atisbar un dejo de nostalgia en su mirada esmeralda y ello, comprimió mi corazón de una extraña forma. Algo dentro de mí gritaba que no querría escuchar sus siguientes palabras. -Volví a mi hogar y al ver a mi querido Saito me he sentido orgullosa, él será un gran señor dentro de algunos años, ya pronto alcanzará mi estatura y le será designada una esposa... solo debo esperar unos cuantos años más, antes de desaparecer discretamente. Es por esta razón que después de unos meses en casa, me uní a este grupo de monjes y guerreros... tenemos que viajar hasta Echizen para apoyar la avanzada y recuperar el control de la prefectura, pero yo, mi querida Kiyohime... no tengo planes de volver con mi familia por mi propio pie- Sentada como un hombre, ya hablaba como uno... era cruel, dolorosamente injusta su situación solo por ser mujer y ese tono de luto algo horroroso. Quien vive y lucha una guerra de tantos años, no está destinado a volver a su hogar en vida.

-¡No!- Sujeté sus ropas negándome a tal realidad. -¿Por qué no puedes volver? ¿Por qué no puedes fingir eternamente?- Sonaba tonto incluso para mí, pero tenía que convencerla de algún modo.

Llevó su mano sobre la mía en su brazo derecho. Me miró a los ojos con ternura, era tan dulce su forma de verme, que ya sería imposible para mí desprenderme de ella. -Porque soy mujer Viola-sama... una doncella como usted ha descubierto mi secreto con tan poco. Yo no puedo fingir ser un hombre para siempre... en cuanto cumpla con el deber de desposar a una doncella, esta me delataría y sería mi fin, así como el de mi madre y mi hermano, yo no podría perdonarme tal deshonor o perderlos- Volvió a separarme de sí, quería esconderse en sus cabellos para que las puertas de su alma no delataran lo que vi... Deseas vivir ¿No es así Nataru?

-Podría... encontrar una jovencita que por amor guarde tal secreto- Insistí, aunque la sola idea de ver a otra mujer cerca de Nataru resultaba odiosa.

Una risa muy poco recatada manó de aquellos labios rosáceos. -Me parece que Viola-sama ha leído muchos libros de amores e idilios... una mujer no querría renunciar a una vida normal, con el vilo del miedo a cada instante, en un matrimonio sin hijos y en compañía de otra... que teniendo un cuerpo como el suyo jamás podría amarla como un hombre puede- Arguyó finalmente con pesar.

Me mordí los labios queriendo afirmar que era posible, que yo misma me ofrecería para la tarea de pasar una vida junto a mi Nataru y que renunciaría a ser madre, solo por la maravilla de su compañía. Que encontraría la forma de amarla, pues a fin de cuentas aquello no debe ser tan distinto de las instrucciones de Madame Yuriko, la Geisha que me instruyó en las artes amatorias. Pero que podría decir yo, que también estoy presa en mi pequeña jaula de oro... hasta la fecha nunca vi tan inconveniente la idea de ser la prometida de Ikeda Kanzaki. -Entiendo la dificultad...- Me separé lentamente de Nataru, para quedarme hechizada nuevamente en el profundo verde de esos ojos tristes. Una idea se arremolinó en mi cabeza, ¿y si pagara por una doncella?... no precisamente una doncella, una dócil concubina a cambio de su silencio y su... ¡No! ¡No quiero tal cosa!

-Veo pesar reflejado en su lindo rostro Kiyohime. No debe angustiarse por un simple conocido, alguien que está de paso... así que por favor no se preocupe por mí, en cuanto me vaya hará bien en olvidarme- Sonreía comprensiva, pero el efecto era contrario en mí, en nada me alentaban sus mustias palabras.

-Nataru es cruel al pensar que le olvidaré con tanta facilidad- Reclamé enojada por su intensión.

-No digo que lo hará... digo que todo sería más fácil de ese modo- Ella me instaba a reír con una mueca algo cómica en su cara, pero solo lograba que yo deseara sollozar. -Debe irse, si no desea ser descubierta en su 'pequeña' travesura-...

Esa noche ella no osó tocarme un solo cabello, aunque yo no he de negar que lo deseara. En los días venideros, repetí mi acto de aparición en su cuarto, hablamos incansablemente de su vida y de la mía, relatos de sus viajes, anécdotas de mi infancia y Nataru me prestaba atención como pocas personas en mi vida. Ni siquiera mi madre, para quien tristemente era como una joya que se vende al mejor postor y con la que nunca pude hablar de cosas que no fueran el cómo servir el té y disponerlo todo para mi futuro esposo. En cambio esa persona se comportaba de una manera extraña para mí, era un caballero en toda la extensión de la palabra, pero a la vez una comprensiva mujer que pese a vivir oculta en ropas de hombre, aún conservaba destellos de su feminidad en cada uno de sus movimientos. Era un placer prohibido contemplarla cada día, tan prohibido como lo era para las jóvenes que servían en nuestra casa.

Por primera vez experimenté el sentimiento que nace del amor, el insufrible monstruo de los celos. Odiaba a toda insensata que osaba acercarse a mi Nataru con la más tonta excusa, entre ellas la de entregarle los alimentos. Rabiaba de ira cuando ella blandía su espada con gallardía y con ello suspiraban enamoradizas las jovencitas. Se hizo común en aquellos días de alojamiento, el que los invitados hicieran gala de sus habilidades con la espada en presencia de mi padre y con el ánimo de divertir a los comensales improvisaban pequeños espectáculos. Escuchaba con molestia los parloteos de las mujeres, que si bien no expresaban sus febriles deseos en presencia de los hombres, si lo hacían en el anonimato de las duchas, donde los baños de rosas eran una práctica común y una zona de chismorreo segura. Nataru se hacía cada vez de más adeptas y algunas inclementes, no procuraban mantener en secreto sus fantasías con el agraciado espadachín. ¡Mía! repetía en mi mente para apagar el deseo de manchar con sangre las termas.

Caía con cada furtivo encuentro, todos mis deseos y sentimientos se incrementaban hasta hacerme  soñar más de lo que bajo esas circunstancias podía permitirme. Pero allí estaba cada tarde en la fuente, esperando su llegada y su voz, ya que con su sola presencia volvía a respirar, a sentir vida... una verdadera, tras los muchos años de monotonía. Acontecieron noches en las que volví a escabullirme en su cuarto, aún si gruñía molesta por los riesgos que 'me gustaba' correr, siempre delataba comodidad y contento con mi presencia en los instantes siguientes, comenzaba a usar mi nombre en secreto y mi apellido ante las gentes. Me había enamorado de ella, pero dudaba que mis sentimientos fueran correspondidos y ello ahondaba una terrible pena en mi pecho. No importaba cuantas frases e insinuaciones empleara, cuan cerca de su deseado cuerpo estuviera, nunca bajo ningún concepto Nataru transgredía la línea de la amistad que estábamos viviendo. Comenzaba a cuestionarme seriamente, si su actitud era caballerosa o francamente idiota.. llegué incluso a pensar que era una mujer como todas, de las que hubieran deseado un gentil esposo y muchos hijos, pero lo deseche rauda al notar el desprecio con el que se refería a los hombres, ninguno le había gustado nunca.

El tiempo de una semana transcurrió con velocidad pasmosa, como si la vida se empeñara en hacerme pensar que solo estaba soñando, me despedí sonriente aquella noche, solté su mano con cierto pesar y logré volver a mi cuarto antes del amanecer. No pude conciliar el sueño, no tuve otra opción que contemplar con ensoñación desde la ventana de mi cuarto, los tenues rayos del sol que acariciaban las montañas y así fue hasta iluminar los campos de arroz en la distancia de las tierras de mi padre.

Con la llegada del día algo insoportablemente doloroso para mí acontecería. Nataru y sus acompañantes continuarían con su camino y yo, supe que mi corazón se iría con ella en dirección de Echizen. Tenía por todos los dioses que arrancarle una promesa o algún pacto con el que logrará verla otra vez, mas solo contaba con unas horas para eso. Ordené mis ropas, me dispuse en un atuendo respetable para la ocasión, oculté con habilidades aprendidas de mi apreciada Yuriko las ojeras, puesto que esas amenazaban con delatar mi escaso sueño ante mis padres. Finalmente me encaminé al comedor para tomar el desayuno.

En la gran mesa sirvieron primero a los hombres de la familia, Ren y Yuto me sonrieron enormemente, mis hermanos estaban de vuelta pero en mis cavilaciones casi no logró percatarme de eso. Nos desplazamos a un lugar más privado en el cuarto del té y ellos no me dieron oportunidad de hablar con Nataru, ocuparon valioso tiempo relatando anécdotas de su viaje y las 'buenas' noticias que traían consigo. Le anunciaron a mi padre el próximo arribo de mi prometido, en un tiempo estimado de un mes y medio. Guardé los modos con una sonrisa amable, en una careta muy ensayada que se aprende para jamás develar en presencia de los señores, las emociones que a una mujer de mi categoría pudieran afectar.

Fue así como finalmente aguardamos solas mi madre y yo, pues tales asuntos solo debían ser tratados entre mujeres. Ella no ocultó su alegría, no hizo otra cosa que hablar de los preparativos de mi boda y de la dicha que traerían a nuestra casa los posibles nietos resultantes de la unión. Pero yo solo podía pensar en mis hermanos y padre, que habían ido a despedir a los invitados que partirían en algunos minutos. Fue como si mi corazón se rompiese en tantos fragmentos, que seguramente no lograría reconstruirlo ni con el paso de una vida entera. Mi Nataru se marchaba sin siquiera una despedida... y el llanto amenazaba con salir de mis ojos.

-Mi dulce Kiyohime lucirá tan bella que será recordada por generaciones enteras, una tan solo comparable a la de la hermosa Shizuru- La voz de mi madre me trajo de vuelta a la realidad. No podría reír, mucho menos llorar... ¿Cómo osaba compararme con esa divina mujer? Cuenta la leyenda que Shizuru fue una criatura tan grácil y dotada de tal hermosura, que con su sola presencia logró cautivar a un Dragón y robarse su amor, unida, fundida con aquel ser divino dio paso al primer descendiente de la familia Viola. Es esa la razón por la cual todas las mujeres de nuestra familia, tatúan en su espalda la figura arcana de aquel ser místico, somos una con el Dragón de fuego y él nos regala sus dones... según nuestras creencias, somos descendientes de esa pareja primigenia y todas nuestras tradiciones se rigen en base a esa unión. Esto claro, solo aplica a las mujeres... porque mi padre tiene otras creencias y considera tal relato un simple cuento para niños.

-Madre no debería compararme con aquella que es divina, ¡Es casi sacrílego!- Musité temerosa.

-Ara, me agrada el respeto que mi Kiyo-chan tiene con el legado, lo importante es que ella transmita nuestra fe a sus hijas como yo lo hice con ella, así como las enseñanzas que le he entregado- Acariciaba mi mejilla, una pequeña punzada y una sonrisa falsa en respuesta a sus maternales palabras.

Lo cierto es que nunca la había visto tan contenta, se notaba a leguas que la idea de ser abuela llenaba su mente de grandes ilusiones, pero era tan poco creíble al mismo tiempo. Ayame Viola... siempre tan calculadora e influyente en las determinaciones de la familia, verla ceder a los años y los tiernos pensamientos de la familia, resultaba un dolor de cabeza para mí. Mi padre es la cara visible, pero nada ocurre sin que ella lo urda en el lecho, manipulando completamente la familia a través de Shouji. Un matriarcado invisible gobierna a la casa de los Viola y es algo que solo ella y yo sabemos. Se nos enseñó que el matrimonio es una forma de liberación, en mi casa, en mi unión con Ikeda Kanzaki, sería yo al final... la que moviese los hilos de su vida, su gente y de ser posible todo su mundo. Esto era hasta hace poco un gran consuelo, pero cuando he conocido el amor, prefiero la muerte a permitir que ese hombre posé un dedo sobre mí en lo que a la noche de bodas respecta.

El sonido de un gran revuelo entre la servidumbre que caminaba de un lado para otro fuera de la puerta, nos alertó a mi madre y a mí. Ayame abrió la puerta corrediza y detuvo a una de las mujeres. -¿Qué pasa?-

-Los invitados requieren monturas mi señora, Viola-sama ha dado la orden... van a repeler un ataqué en las afueras, los opositores están quemando y saqueando uno de los poblados cerca de la montaña, hace un momento ha llegado una paloma mensajera dando el aviso- Musitaba nerviosa la jovenzuela.

-¿Los invitados?- Inquirí. Pero eso significa que...

-Ellos se han ofrecido para la tarea en agradecimiento por la hospitalidad de su padre Ojou-sama- Me respondió extrañada la chica, dado que no es propio que yo haga esa clase de preguntas, como mujer estoy relegada en ese tema, es cosa de hombres.

-Ve entonces y apúrate, vidas inocentes pueden estar siendo cegadas en este momento- Imperante mi madre cerró la puerta antes de mirarme. -Ara, es una suerte que tu padre no estuviera cerca... esos asuntos no son de nuestra incumbencia hija-

-Pero tú lo has dicho madre, vidas inocentes...-

Me interrumpió con presteza. -Son modos Kiyohime... modos de disuadir mi intervención abogando por aquellos que están a nuestro servicio, tú en cambio has sido muy enfática en tu interés por los invitados de tu padre... esperemos que solo te preocupen sus vidas y no otra cosa querida- Su mirada quiso leerme, pero escondí mis emociones tan pronto sus ojos negros se posaron sobre mí.

-Cuestionaba si está en manos capaces la tarea, solo confío como tú dices en aquellos que están a nuestro servicio... hubiere sido más apropiado enviar a nuestra armada- Desvié el tema lo suficiente para hacer que mi madre no prestase atención a sus suposiciones.

-Aun te falta por aprender pequeña... tu padre es sabio. No arriesga la vida de nuestros hombres, sino la de voluntarios confiados. Por el número de hombres que comanda Ankara-san, no tendrán problemas en repeler el ataque, sin embargo... seguramente habrá bajas y no serán nuestras- Sonrió ante las facilidades que eso suponía, cuando un Samurái al servicio de nuestra familia muere, es costumbre que los señores feudales se hagan cargo de sus cercanos, siendo estos esposas e hijos, hijos que serán nuestros vasallos Samurái en el futuro. -Dejemos este tema atrás, confía en el criterio de tu padre... nunca olvides que este tipo de conversaciones solo debes tenerlas conmigo, porque las mujeres...-

-Las mujeres no debemos inmiscuirnos en temas de guerra, hemos de estar al regreso de nuestros esposos e hijos para serviles- Completé la expresión que tenía calada en la cabeza desde la más tierna infancia.

-Así es... mi hija me enorgullece, será una maravillosa esposa y es eso en todo lo que debe pensar... su madre sabrá mover sus influencias como mejor puede para garantizar el bienestar de su Kiyo-chan- Los dedos de mi madre acariciaron mi rostro, mientras sus palabras apacibles solo me frustraban por dentro. Pese a ello sonreía como era costumbre y enseñanza, siempre oculta en una mascarada. Sonrisas, llanto, o seducción... esas son las caretas fundamentales en nuestro aprendizaje. Todas ellas matizan dependiendo del uso y la situación... mientras que las verdaderas emociones siempre están en lo profundo donde nadie puede acceder a ellas, están envueltas en una fortaleza amurallada.

Pasó la tarde, incluso llegó la noche sin que el grupo de rescate volviese. En mis pensamientos solo se preservaba una idea... más bien una súplica ante nuestro antepasado, rogaba al Dragón de fuego y a su adorada esposa, por la seguridad de mi amada Nataru, solo ellos entenderían mi sentir... porque ellos superaron la barrera que supone la diferencia. Aun así me agobiaba la angustia y las anteriores noches en vela comenzaban a hacer mella en mí, por lo que fui temprano a mi cuarto alegando un poco de fiebre. Fue creíble porque en verdad tenía calentura, tantas tensiones enfermarían a la más saludable de las mujeres. Mi madre me suministró horas más tarde un té, del que por su aroma supe se trataba de un somnífero. Accedí sabiendo que mis preocupaciones no me dejarían dormir y claramente esto no mejoraría fuese cual fuese el destino de mi amor en esos momentos.

Al despertar, sentí el peso de mi cuerpo apenas recuperarse de mis agitaciones recientes... no imaginaba que fuera tanto mi agotamiento y comenzaba a preocuparme que quizás los desvelos que le hice pasar a Nataru también hubieran mermado sus fuerzas para la confrontación. Casi como una premonición, un revuelo turbó mis sentidos nuevamente, busqué luz apartando los cerrojos de mis ventanas y noté que ya era de tarde ¿Cuánto tiempo dormí? Eso se hizo lo menos relevante, el sonido de caballos y el ajetreo de la servidumbre me daba la noticia que tanto estaba esperando.

Odié cada nefasto segundo que debí agotar en estar presentable y una vez libre de semejante labor, me moví a la sala principal, donde comúnmente se llevan a cabo las recepciones y grandes banquetes. Allí estaba mi Nataru, que alivio, que forma de recuperar el alma misma. Le servían una copa de Sake que esta vez decidió degustar, mas solo fue una. Contuve mis deseos de mostrarme, pero en mutismo, desde prudente y escondido sitio le observé silenciosa.

Esta vez noté una diferencia, en cuanto sus amistades le daban una palmada en la espalda a mi Nataru, esta gruñía. Tampoco su postura era la acostumbrada y su ropa estaba cambiada. Decidí irme, esperando una oportunidad de verla otra vez, pero en privado y aclarar mis dudas. -¡Miren! Ha llegado la luz de mis ojos...- La voz de mi padre interrumpió mis intenciones, mis hermanos a su lado sonrieron contentos al saberme mejor.

-Ara, ignoraba que estuvieren festejando y no he deseado importunar, solo quería hacerte saber que mi salud está bastante mejor padre mío...- Totalmente servil ante el señor de la casa, con una venía y sin mirarlo directamente a los ojos. Pero de soslayo noté el ceño fruncirse en mi amada, extraño en verdad ¿Será acaso mi mente la que me engaña o estaba preocupada?

-Ven pequeña... me alivia profundamente que estés mejor, anda... toma asiento junto a tu anciano padre, te he echado en falta estos dos días, ya era un mar de angustias en pos de ti- ¿Dos días? Oculté mi sorpresa y obedecí a sus palabras, muy pronto me senté a su izquierda como él deseaba. -Si Ankara-san gusta continuar su relato, yo estaré encantado de oírlo y seguro mi Kiyo-chan también- Dijo Shouji de lo más cordial, mientras tomaba otro trago de Sake.

-No es problema, casi terminaba... iba en que... nos superaban en número pero no en habilidad, los más débiles sucumbieron en la primera oleada de nuestro ataque, mientras algunos apagaban el fuego de la aldea, nuestro pequeño amigo se debatía contra 3 hombres mucho más grandes que él...- Ankara-san, un hombre curtido por los años y además lleno de cicatrices palmeaba el hombro de mi Nataru con un gesto de admiración. -Sucumbieron bajo el filo de su espada, sospecho que no supieron del todo que les pasó... lamentablemente algunos de nosotros descuidamos un instante a los que estaban ocultos y un par de flechas se dirigieron hacía 'el monje', él logró atrapar una entre sus manos, pero la otra lastimó su costado... y mira que es terco el muchacho, fiel a los principios de un guerrero, no dudó en continuar hasta que vimos completada la victoria- Fruncí el ceño un corto instante, así que mi amada se había expuesto tan deliberadamente y por ello su cuerpo estaba herido. -Al final se ha ocupado de las heridas él solo, no sé si es un valiente entre valientes o un cabeza dura- Ankara-san sacudió los cabellos negros en su enorme mano.

-No quería incordiar Ankara-sama, los demás estaban ocupados ayudando a extinguir el fuego, así como en atender a las personas con heridas más severas y si he de ser franco, una doncella se ofreció amablemente en la tarea de limpiar los cortes...- Desvió la mirada sonrojado.

Las risas estallaron desde todos y cada uno de los hombres en la sala, incluso los serviles. Nataru se había delatado, hacían sorna del tierno y pudoroso gesto de momentos atrás. Para todos estaba claro que 'él' todavía no se había convertido en un hombre, no al menos en el sentido práctico de la palabra. Mi amada era evidentemente virgen y eso para mí tenía una clara significación, pero ¿Y ellos? Ellos resolverían ese aspecto a la brevedad posible, por lo que presioné los puños sobre el tatami ¿Qué otro modo de expresar mi frustración podría ejecutar en medio de aquellos ojos vigilantes? -Kiyohime... por favor ve con tu madre y ocúpate de que todas las sirvientas estén en sus habitaciones a horas recomendables- Susurró en mi oído mi padre, yo solo asentí.

Me despedí protocolaria y un sutil ademán con la cabeza indico a las mujeres que me siguieran. En el pasillo se escucharon abucheos y comentarios divertidos, brindis de copas mientras una a una las mujeres llegaban a mi lado. -Mi padre ha ordenado que todas ustedes vayan a sus aposentos a la brevedad posible, antes de dejar sus pendientes deben solicitar su reemplazo en los hombres a nuestro servicio- Una vez dadas las respectivas instrucciones, acudí presurosa a mi habitación.

En la privacidad de mi cuarto, tomé tinta y un papiro, escribí raudamente un mensaje que sellé con resina y la marca del anillo de serpientes en mi mano. Luego busqué entre mis ropas espada corta, en cuya empuñadura colgaba un pequeño cascabel, con un movimiento ensayado, una serie de cortes que evocaban el Kanji de mi nombre, reproduje un sonido particular. Sin tardanza una sombra apareció en mi cuarto a mi espalda. -Okuzaki-san- Dije suavemente antes de mirar la figura de la Ninja que me fuera designada desde el nacimiento.

-Estoy a su servicio Ojou-sama- Inclinaba su cabeza oculta por la tela negra.

-Quiero que hagas algo por mí- Pareciera una solicitud comedida, pero necesitaba con premura los servicios de aquella mujer.

-Sabe que para eso existo- Musitó sin levantar la cabeza.

-Seguramente habrás notado el movimiento en la casa- La joven asintió con la cabeza a mis palabras. -Esta noche los hombres irán a visitar la casa de citas del Dragón Rojo- Pude divisar una sonrisa divertida en los labios carmín de la Okuzaki, mas contuve un dejo de molestia ante su muestra de emociones, a mí no me hace gracia en lo absoluto. -Quiero que remitas este mensaje a Yuriko-sama- Mi voz fría apagaba en la mente de la chica cualquier intensión de replicar. -Sabe que espero su total colaboración y confidencialidad, yo sabré compensarla por tus servicios- La Okuzaki asintió antes de marcharse por la ventana con el manuscrito en sus ropas.

No tuve otra opción que confiar y esperar con la paciencia que no tenía a mi servil. Para la tarea fue indispensable una tetera completa y mi exclusiva reserva de té verde, mientras mi mente divisaba las posibilidades de lo que estaba a punto de hacer, una gran deshonra acaecería sobre mí de ser descubierta. Una hora después volvió a presentarse la joven Ninja con mi pedido, depositó perfectamente dobladas unas prendas negras frente a mí, era un atuendo masculino de color negro. -Yuriko-sama ha dispuesto todo para su arribo, pero debe llegar antes que ellos al Dragón Rojo, de otro modo sus deseos no se verán cumplidos Ojou-sama- Me puse de pie y deposité sobre sus manos un pequeño saco con más que el pago justo por sus servicios.

-Un incentivo por tu efectividad y tu silencio- A diferencia de los Samurái, los Ninjas sí que tienen un precio. La chica sonrió y se evaporó nuevamente, sabiendo cumplido mi pedido no tenía más razones para permanecer en mí cuarto.

Sin perder el tiempo ocupe en vestirme y esconder lo mejor posible mi rostro, así como mi cabello en la capa negra como la noche que se cernía en el cielo. Salí por la ventana, crucé el jardín y me oculté en unos pequeños matorrales cerca del establo, los mozos cuidaban de los caballos y ello supuso un gran problema, pero la Diosa estaba conmigo... de distracción me sirvieron las doncellas que regresaban del campo para alojarse en las humildes casas dispuestas para las familias de los Samurái. Pude tomar mi caballo entre las sombras y silenciosamente alejarme algunos metros antes de poder montarlo, asegurándome de no ser tomada por una ladrona, así partí presurosa al poblado más cercano. El galope raudo de mi caballo y el viendo golpeando en la cara me hizo sentir viva como nunca, romper las reglas tiene su mística, bastante más cuando se hacen por amor estas locuras.

Por las callejuelas oscuras y algo roídas por el uso, logré divisar una gran casa antigua, de tonos marrones y rojos en la entrada, pero mi ingreso no sería por la puerta principal, en la trastienda un sonido de ave atrajo mi atención y allí una chica de largos cabellos rojizos, me esperaba. -Yuriko-sama lo espera- Dijo tomando las riendas de mi caballo para esconderlo en los establos de la dueña de la casa.

Caminé a través de los pasillos escoltada por otra chica de negros cabellos y ojos azules, era la hija de Yuriko-sama y futura dueña de aquella casa. Tras pasar diversas columnas y un pequeño jardín central, la joven abrió una puerta para mí, allí en posición de flor de Loto, la hermosa señora de la casa aguardaba por mí. Nos dejaron a solas y solo entonces la dama se puso en pie para abrazarme, la extrañaba pues pese a su oficio había sido más madre para mí que la propia, más dulce, más comprensiva y paciente. -Kiyo-chan se ha convertido en una hermosa mujer- Musitó retirando la capa de mi cabeza para contemplarme.

-Yuriko... mi querida Yuriko-sama, he lamentado este año sin verte, mas espero que mis humildes cartas llegaran a tus manos- Una lágrima traicionera quiso escapar de mis ojos.

-De ello se ha ocupado Okuzaki-san y no sabes cuánto he agradecido a la Diosa tal gesto de tu parte- Yuriko también ha creído en Shizuru-sama, luego retiró con su pulgar mi llanto. -Tú mensaje procuraba urgencia y tu llegada ha sido abrupta... ¿En qué puedo ayudarte?-

La miré con determinación, sabía que de titubear ella no colaboraría con mis deseos. -Vienen hacía aquí mis hermanos, mi padre y sus invitados...-

-Así es, tu padre ha enviado un mensaje para solicitar nuestros servicios completos esta noche ¿Pero eso en que te afecta Kiyo-chan? No es nuevo este hecho, la familia Viola ha hecho uso de esta casa durante varias generaciones- Confirmó Yuriko mis pensamientos, realmente planeaba agradar a los invitados y a mi Nataru con una noche entre damas de compañía.

-En esta ocasión no soportaría mi corazón, saber que uno que es preciado para mí, se convierta en hombre con una de tus doncellas- Dije sin dilación y las manos de Yuriko soltaron mi rostro sollozante.

-Yo... yo no puedo negarle a tu honorable padre nuestra hospitalidad...- Delató angustiada su conflicto de intereses, su casa abre sus puertas a hombres honorables y de alta categoría social, así como a los amigos de estos, la estaba poniendo en un terrible predicamento, un favor  a cambio del desprestigio del Dragón Rojo, pero se equivocaba.

Negué con la cabeza. -Me malentiendes Yuriko-sama, no pido que le niegues tus servicios a los invitados de mi padre... te suplico me permitas estar en el lugar de una de tus doncellas, para poder estar con el hombre que es dueño de mi corazón- Supliqué, algo tan impropio de mí, pero tan desesperado como las circunstancias que me afligían. Si Nataru se negara a entrar en el lecho con una de las chicas levantaría sospechas y si aceptara, conozco cuan bien guardan un secreto las doncellas, pero sé que no podría soportar la idea de verla con otra.

Yuriko palideció ante mi proposición, me dio la espalda por un momento. -¿Sabes lo que me estás pidiendo?-

-Sé que no podré compensarte en esta vida por tan grande favor... pero te suplico, compadece mi agonía Yuriko-sama- Imploré con humildad, mientras me postraba ante ella y mi cabeza tocaba el suelo que antes fue soporte a sus pies.

-No es eso Kiyohime- Me espetó con seriedad en su pálida faz, se arrodilló a mi lado y con sus manos me elevó a su altura para verme a los ojos. -Entregarás tu virtud a ese joven, a sabiendas de que debes desposarte con el joven Ikeda Kanzaki, quien imagino no es el hombre por el que suplicas- Cuestionó con pesar en sus ojos celestes.

-Por Nataru, haría cualquier cosa Yuriko-sama... si le conocieras, sabrías el porqué de mi amor y mi capacidad de sacrificio-

-¿Estás segura que es digno de tanta devoción?-

-Lo estoy...-

-Kiyohime... antes de permitirlo, debo advertirte que si alguien descubriera esto... tendré muy a mi pesar que negar cualquier colaboración de mí parte en tu intrépido actuar, y espero que ese joven sepa guardar un secreto- Condicionó con el ceño fruncido por un momento.

-Tenlo por seguro, si fuera la ocasión yo diré que entre a la casa en la noche y sin tu consentimiento, golpee a una de tus doncellas, robé sus ropas y tomé su lugar- Afirmé con seguridad.

-Siendo así, ven conmigo... debemos cubrirte de tal manera que nadie sepa tu identidad, pero que a él le sea imposible quitar sus ojos de ti- Las palabras de Yuriko se hicieron obra en mí, dispuso los mejores atuendos, vaporosos velos que matizaban los rasgos de mi rostro, fui maquillada de acuerdo a la ocasión más naturalmente de lo que las demás chicas lo hacen. Tras explicarle el aspecto de mi Nataru y puesta sobre un tatami como la joya que se exhibe, esperé pacientemente el momento en que arribaron los hombres. 

Sonreí a escondidas al verle llegar, le hicieron usar sus mejores atuendos y la encontraba realmente hermosa a la vista, mi padre y mis hermanos no estaban lo cual fue un gran alivio para mí, pero si Ankara y los demás, quienes no tuvieron ningún reparo en pasar miradas lujuriosas sobre mí. Me sentí cohibida pero impasible observé como Yuriko separaba a Nataru de los demás, dado que el festejo era en su honor y tendría derecho a elegir primero. Paso frente a las chicas y temí que eligiese a otra antes que a mí, pues yo estaba oculta en tan elaborado disfraz. Volvió el alma a mi cuerpo en cuanto sus pasos se detuvieron frente a mí, sus ojos esmeralda me miraron maravillados y que tonta, he sentido celos del papel que interpreto ahora mismo.

-Tal parece que la elección ha sido hecha...- Afirmó con una sonrisa Yuriko, mientras tomaba mi mano y la unía con la de Nataru. Puedo decir que el corazón me dio un vuelco tremendo, pero guardé el secreto mientras nos dirigíamos a una de las habitaciones dispuestas para la privacidad.

En la soledad de aquel sitio, adornado con flores y pétalos se extendía ante nosotras un lecho de elaborados futones. Me di cuenta que no podría ocultar por mucho tiempo el quien soy y aunque fuera una vez me atrevería a tomarme en serio mi labor. Mi mano se liberó de la suya, subió por su brazo, surcó su cuello hasta su rostro, retiré parte del velo a la altura de mi mandíbula y posé mis labios sobre los suyos. Mi Nataru se quedó paralizada ante la caricia ansiosa que le prodigué y tras un breve momento me apartó con sus fuertes manos en mis hombros.

-Señorita, por favor...- Con voz temblorosa dudó. -Finja que esta noche ha pasado entre usted y yo, pero ocupe el tiempo en dormir... yo juro por mi honor que no diré nada y fingiré igual que usted-

-Ara, tal parece que Nataru prefiere proseguir virgen toda su vida- No pude evitarlo, algo dolida por su desplante disfracé mi voz con un tono de broma.

-¿Ki...Kiyohime?- Dio un paso atrás abrumada, retirando sus manos de mí y con los ojos amenazando salir de sus cuencas.

-Dije que cuidaría el secreto, por ello heme aquí... pero estoy un poco decepcionada de su reacción, al parecer mis besos no han sido del agrado de mi Nataru- Medías verdades en un tono jovial que esconde los secretos de mi corazón. -Tendré que replicar a Yuriko-sama por sus inadecuadas instrucciones-

-¿Ein?... el... el beso- Nataru tragó saliva, sin poder espabilarse del todo y luego se incendió como un farol. -El... BESO- Se llevó las manos a la boca como una niña pequeña y me hubiera reído, si no fueran mis caricias las que le hubieran causado tanto espanto.

-Ara ara... si alguien supiera cuan tímida es mi Nataru, todo su encanto con las jovencitas de mi casa moriría en un instante-

-¡Oi! Yo no... ¿Cuáles mujeres?- Me miró con extrañeza, y yo contuve un suspiro, tiene sus ratos idiotas aunque la ame.

Tomé un poco del sake dispuesto en la mesita de noche y serví dos vasos. -Las que no paran de mirarte cada día- Intenté ocultar mis celos mientras le tendía el licor, que no dudó en apurar de un solo sorbo.

-Kiyohime...- Dijo mi nombre con infinito cariño. -Gracias por... salvarme de esto, pero te has arriesgado demasiado- Frunció el ceño. -Si alguien lo descubriera-

-Aceptaría el castigo sin reclamos-

-¿Por qué?- Esas esmeraldas que vacían y llenan mi alma, quisieron desenmascarar mis caretas y lo consiguió.

-Por cosas que Nataru prefiere no saber, porque no quiero perder a Nataru y ha estado corriendo muchos riesgos- Levantó su mano y la llevó a mi mejilla sin dejar de mirarme tan intensamente, que mis piernas eran de gelatina y agradecí estar sentada en el lecho.

-No temas... siempre estaré junto a ti...- Mi corazón palpitó violentamente en mi pecho, ante las ansiados afectos de sus dedos en mi cara, era en verdad un delirio dulce el que yo gozaba. Sus labios rosáceos tan cerca... -Aun si es solo como un leal amigo, mi querida Kiyohime- Se mordió un poco la boca, que terrible tentación era aquella y que maldita falsedad estaba diciéndome.

-Nataru miente muy mal- Me deslicé muy cerca de su oído, dejando que mi aliento rozara su lóbulo. -Yo no quiero un amigo...-

-¿Acaso Kiyohime desprecia mi compañía? Ya lo imaginaba, soy indigno de tal honor- Vi mucho temor en sus ojos, su cuerpo incluso temblaba.

No podía soportarlo, que más podía perder ya, el alma si no decía la verdad. -Nataru se equivoca, los sentimientos que le guardo distan tanto de ello, como para conceder tal solicitud.... mi corazón no soportaría estar tan cerca sin poder tenerle- Me abracé a mí misma con miedo, pero el valor de amar siempre es superior a cualquier flaqueza, estreché entre mis dedos la Yukata de seda y lentamente la hice descender hasta dejar una buena porción de mi pecho a la vista. Deseaba la lujuria de sus ojos, un atisbo de deseo, pero ella no quiso mirarme y me sentí rechazada instantáneamente.  -Espero pueda disculparme...- Evité el tono roto de mi corazón magullado. -Ahora seguramente Nataru tendrá una mala percepción de mí- Quería salir corriendo, no imaginé tal humillación.

Nataru negó vehemente con la cabeza a riesgo de desnucarse. -No... no diga eso por piedad Kiyohime- Desde la postura de flor de loto, se movió a una de rodillas para sujetar mis manos y llevarlas a su pecho. -Es solo que... yo... yo estoy enamorado de Kiyohime, pero ella ya conoce mi secreto... entonces mis tórridos sentimientos no podrían ser correspondidos por una criatura tan bella- Aquellas esmeraldas me miraban con intensidad. -...no podría ser bendecida por los dioses, no cuando han puesto sobre mis hombros semejante peso y yo... yo no podría...-

Sonreí con esperanzas renovadas, el dolor se evaporó al entender que me amaba. -Yo... también amo a Nataru y el que sea mujer... mmm... solo lo hace más... divertido fufufu- Reí de dicha incomparable.

-¡Oi!- Mi Nataru se sonrojó, ¡Que mona! -Me ha resultado muy difícil tolerar la presencia de Kiyohime y ver cuantos nobles le dedican miradas indecorosas ¿Por qué no pueden contenerse por lo menos?- Reclamaba como un niño pequeño al que otro pretende arrebatarle su objeto más preciado.

-Ara, ahora resulta que Nataru-SAMA también olvida las exageradas atenciones que le brindan las damas de la servidumbre ¿O las miradas lascivas de aquellas doncellas mientras entrena?- Me enfurruñe dándole la espalda.

-¿En serio? Pensaba que era porque soy el menor de todos- Dijo inocentemente, mientras me abrazaba por la espalda y que forma de derretirme con tanta facilidad. -¿Acaso no sabe mi amada princesa que solo sobre ella están puestos estos ojos de hielo?-

Pero ello suponía una oportunidad para mí fufufu... -Entonces... entonces... quiero una prueba de tus sentimientos- Me ovillaba aún más negándome a ver a mi Nataru.

-Haré cualquier cosa que pidas- Esas palabras mágicas me hicieron verla de nuevo. -Subiré a la montaña para traer la flor de fuego, enfrentaré a muerte a todos tus pretendientes y solicitaré tu mano a Shouji Viola, ofreciendo la dote que corresponda... daría todo lo que tengo y soy por ti- Dulce sinceridad de mi amada, un sonrojo inundó mi rostro ante la posibilidad de mi más añorado deseo.

-Eso es muy dulce viniendo de parte de mi Nataru...- Dudé un segundo. -Quiero... quiero que seamos una- Escondí mi rostro en su pecho, sujetándome apenada de la ropa de Nataru en un abrazo posesivo.

-Temo perjudicar tu honor... deshonrarte me sería imperdonable- Me estrecho entre sus brazos con gesto protector. -Deja que pida tu mano, deja que pueda hacerte mi esposa ante todos y después...-

-¿No cree Nataru que ya arriesgo demasiado al verle a escondidas? Por favor- Supliqué elevando la mirada sobre su amado rostro.

Sentí su hondo suspiro, sus besos en mis cabellos. -Te daría la vida misma porque no me queda ya corazón para entregar, lo tomaste el día que nos conocimos... entonces, mi cuerpo es todo tuyo Kiyohime- Me separó un poco de sí, con una mirada plagada de amor deslizó sus dedos hasta mis hombros y con sus manos deslizó la prenda de seda hasta mi cintura, dejándome completamente expuesta.

Fui objeto de la contemplación de esos ojos amados, se dio a la labor de mirar concienzudamente el Dragón de mi hombro prolongado hasta la espalda, pero ella no sabía que yo estaba hipnotizada por las bellas expresiones de su rostro y solo al percatarse de ello, una sonrisa y nuestro primer beso de verdad se produjo entre sus labios y los míos. Nuestros ojos se cerraron como símbolo de entrega, mientras labio a labio en una mordida a prensión, tanteábamos con inexperiencia el sabor de la otra. Mis manos desataron las cintas de la ropa de mi Nataru, así como el vendaje que ruin escondía la vista de su pecho a mis ojos, ambas nos recostamos sobre el lecho que le debíamos al gran señor de la casa Viola. Si mi padre lo supiera, fufufu. Me llegó mi momento de gloría, ver la piel desnuda de mi Nataru era algo fuera de serie, ese cuerpo celestial y ¡Ho! Así que yo no soy la única con tatuajes en la piel.

-Ara, quien me diría que Nataru ocultara una marca tan salvaje en su cuerpo... 'muy varonil' fufufu- Mi tono de voz lascivo le enrojeció y yo lo pasaba en grande con sus cándidos pudores a la vista, salvó porque se cubrió el pecho con las manos en un gesto de auto protección. Yo prefería calmarlos a mi manera.  -Parece que ignora también la obra maravillosa que es su desnudez- Moví sus manos lentamente. -Nataru es muy hermosa, parece haber sido esculpida con un cincel- Desdibujé las líneas de la marca en su espalda, a la par que me abrazaba a ella y mis manos comenzaban a subir en caricias por su torso. Mis labios ansiosos de probar su piel lamían y mordían dulcemente su cuello, entonces besé el hocico de la figura lobuna en su hombro. A lo lejos escuchamos el aullido de un lobo, nos miramos a los ojos con una sonrisa extraña. ¿Casualidad no es así?

-Te amo... nunca lo olvides, porque yo no lo haré- Nataru acarició mi mejilla, antes de posar una sábana sobre nuestros cuerpos, celosa de la luz que se colaba por la ventana. ¡Qué mujer tan dulce! Fufufu.


Sentir su anatomía contra la mía, era el mejor afrodisíaco existente y sentía un néctar manar de mi cuerpo, del suyo también. -Siempre juntas... este será el hilo que nos una- Sentencié guiando su mano a mi intimidad, con tenues movimientos le enseñé como podría obsequiarme lo que deseaba, primero con caricias delicadas sobre cierto botón que ansiaba su contacto. Pero me sorprendió su iniciativa y el tacto de su boca en mi pecho que saboreaba como a un fruto maduro. Tenía una guía superior que nunca esta demás, el instinto le indicó a Nataru el camino, esos labios que bajaron por mi vientre hasta llegar al lugar que por mi honor, solo a ella le pertenecería así como mi amor. Solo entonces y entrado el principio de nuestra noche, fuimos amantes, una entidad completa, un corazón latiendo al unísono, mientras la marca de la eternidad juraba que nunca olvidaríamos ese instante de dicha plena.
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3 comentarios:

  1. Me encanta como describes la primera vez ke kiyohime y nataru se encontraron y se amaron. Cada capítulo descubrimos como fue su inicio de su eterno amor y condena.

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  2. Me encanta como nos vas instruyendo como se conocieron nataru y shizuru más el porke de su amor eterno en la promesa de las familias blan y viola

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  3. Extrañe horrores tu historia juro por kamusama-sama que estato tan anciosa como la luna en salir para brindarle reposo al sol

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