El
pasto acaricia su mejilla movido por las tenues lenguas del aire primaveral.
Los rayos de sol se recuestan en todo su cuerpo amoldándose perfectamente a su
figura despreocupada. En la esquina de sus ojos, iluminados por el esplendor de
la mañana, se dibujan pequeñas líneas de alegría mientras ve formas sin forma
en las nubes que se desplazan perezosas por el ancho espacio azul. Y mientras
ella imagina, yo la observo, maravillada por cada detalle de su rostro y su
repentino movimiento de manos que asemeja el vaivén de los insectos que se
cruzan entre su vista y el infinito que; estoy segura, observa. Veo la
perfección en ella. Esos y más sentimientos, a los cuales no logro darles
nombre, se reflejan por todo mi cuerpo, tan cerca del suyo que hasta puedo
sentir el calor que emana. De repente, quizá percatándose de estos sentimientos
o de mi intensa mirada, gira un poco la cabeza y con sus ojos fijos en mí
rostro, me pregunta sin palabras; ¿qué significa toda esa energía que sale de
mí? Y yo, tomada por sorpresa, intento evadir esos ojos cafés que cuando me
observan desnudan mis deseos. Así pues, fingiendo pereza, volteo hacia otro
lado fijando la mirada en una mariposa que descansa sobre una rama seca a lo
lejos.
Espero
a que ella descuide mi presencia y regrese a esa interminable búsqueda de
respuestas a preguntas que parecen simples pero que a ella le preocupan de
forma incesante. Me observa por unos minutos más, que a mí me parecen horas, y
al final vuelve su vista al cielo. Nuestra relación siempre ha sido así, ella
se percata de que algo sucede dentro de mi ser cuando estamos juntas y lo único
que hace es mirarme a los ojos por unos instantes y después dejarlo pasar. Pero
esta vez no calla como siempre, sino que me pregunta, con un tono que me asusta
por el esfuerzo que hace para que no note su intranquilidad.
—¿Qué sientes por mí?
Al escuchar estas palabras todo mi cuerpo se
tensa e incómoda. Ahora cada piedra y pasto en mi espalda se entierra tal aguja
diciéndome que no diga la verdad pues muy cara saldría mi sinceridad.
Volteo a verla intentando encontrar la razón a esa pregunta. Al hacerlo me encuentro con sus intensos ojos apremiándome por una respuesta.
Volteo a verla intentando encontrar la razón a esa pregunta. Al hacerlo me encuentro con sus intensos ojos apremiándome por una respuesta.
—Un gran cariño por la buena
amiga que eres— es mi
respuesta apresurada para que no se percate del dolor que siento por no ser lo
suficientemente valiente para expresar la verdad.
¿Decepción
noto en su semblante? O ¿es quizá, incredibilidad? Estos sentimientos pasan tan rápido por su
cara que al final creo que fueron producto de mi imaginación. Ella vuelve a
poner su atención en las nubes vagabundas al frente suyo.
Mi
cuerpo se destensa considerablemente al ya no ser el punto de atención de esos
ojos. En mi cabeza se formula la necesidad de devolver la pregunta. Pero mis
pensamientos marchan rápido, mi conciencia me detiene antes de abrir la boca
cuestionándome el “para qué” y respondiendo ella misma con otra pregunta:
—¿para qué nos golpee la
realidad de su cariño limitado por la amistad?
Y en
ese momento entra en acción mi corazón que se siente un poco dolido por esa
verdad inminente pero terco responde:
—Bien debes saber,
conciencia, que no accedería a que saliéramos lastimados sino fuera porque hay
esperanzas.
Y mi
conciencia con risa socarrona le responde amargamente:
—Pues no parece que te importe
tanto si salimos o no lastimados pues has dejado que amemos a un ser que por
mucho tiempo no nos ha correspondido—
termina triunfante.
Aunque
yo apoyo ese razonamiento de mi conciencia y mi corazón se queda solo en esta
lucha interna. Se apodera de mí. Pues la mayoría de las veces en la guerra de
ti mismo la locura es más fuerte.
Toda
esta lucha no duro más que segundos, y sin más reparos que las palabras
amontonándose en mi boca le devuelvo la misma pregunta:
—¿Y… tú… qué sientes por mí?
Espero
la respuesta como el que espera recibir un duro golpe, cierro los ojos y mis
puños se contraen con tal fuerza que me lastimo, me concentro en ese dolor.
Pasa
mucho tiempo y la respuesta no llega, abro mis ojos y nuestras miradas se
topan. No sé interpretar lo que se dibuja en sus facciones, quizá es duda o
miedo. Ninguna me parece que sea buena.
—¿Qué pasa? — pregunto.
—Te temo— responde. Y gira la cabeza
hacia otro lado.
Mi
corazón se entristece y cruelmente la conciencia se alza victoriosa.
—¿por qué? — es lo único que logro
articular.
En
realidad no quiero saber la respuesta, lo único que quiero es levantarme y
echar a correr. Pero mi cuerpo no responde a mi cabeza. Le doy vueltas a su respuesta
en mi mente, mientras miro su cabello y algunos trozos de pasto que se han
adherido a él. Entonces ella ya conocía mis sentimientos…
Estoy
amarrada a este suelo que me parece congelado, esperando el golpe final. La veo
erguirse, y cierro los ojos. Imagino su figura marchándose, y yo tirada aquí.
Lo único que me queda es esperar al viejo tiempo que no lleva prisa para curar
mis heridas. El silencio es eterno, no escucho sus pisadas lejanas.
Giro
mi cabeza boca arriba con los puños y los ojos fuertemente cerrados. Y siento
un aliento cálido en mi piel sensibilizada por las lágrimas que atraviesan mis
mejillas. Unos labios fríos se apoyan en los míos que arden a su roce. Ese
aroma tan bien conocido por mí se combina con el de la naturaleza. No me hago más
preguntas mientras mis manos acercan su cuerpo al mío que lo desea. Sus senos
chocan contra los míos e inesperadamente nos hacemos una con el vacío.
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wauuu!
ResponderEliminarMagistral
¡mis aplausos a esta bella pieza de arte!!!
Agradezco tu comentario.
EliminarHat.
Que lindo!!! Bendita conciencia a la cual no se le puede engañar.
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