Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Amantes eternas - Adaptación - 1


CAPÍTULO 01

En algún lugar de Colorado.
¡Es tiempo de actuar!

Las mariposas se arremolinaron en el estómago de Inna Nichols mientras descendía de la limousine, siempre pendiente de su falda larga. Lo último que quería era aterrizar ignominiosamente en el suelo al momento mismo de llegar. Aferrándose a su bolso de mano, cerró la puerta. Dio un paso al costado y observó cómo el coche arrancaba con fuerza, preguntándose si no debería correr tras él, saltar adentro y volverse al aeropuerto.
No iba a pasar por ello otra vez; además, no tenía doscientos dólares.
No, se trataba de algo que quería hacer. Con un demonio; lo haría.  Pagaba sus impuestos, era una buena persona, mantenía al día sus cuentas, conservaba un techo sobre su cabeza… y tendría relaciones sexuales con un desconocido.
Pero no necesariamente en ese orden.
Después de asegurarse de que su media máscara todavía le cubriera la cara, enderezó su columna vertebral y se pasó las palmas húmedas sobre el ajustado vestido de noche. De pie ante el espejo del hotel donde se había alojado al aterrizar en Denver la noche anterior, había considerado cuidadosamente su decisión de ponerse ese vestido de Vera Wang tan pegado al cuerpo. En ese instante, habiendo dejado el dudoso santuario de su coche alquilado, deseó haberse puesto el vestido pantalón de seda que había elegido primero. Por lo menos, escondía más defectos que el vestido.
Un Rolls Royce se detuvo en el camino e Inna observó a la mujer que salió del coche. Una brillante media máscara dorada ocultaba su cara, pero no su pelo rojo ni el perfecto vestido negro de Versace.  Era obvio que la recién llegada no llevaba nada debajo.
Sí, había escogido bien, aunque un poco modestamente, en contraste. Además, ¿quién llevaría puesto un vestido pantalón, aunque fuera un Dior original, cuando iba a una fiesta para seducir a un total desconocido?
El Rolls se alejó y un Audi plateado tomó su lugar mientras ella reprimía una risa nerviosa. Para eso era que todos ellos estaban allí. Sexo. Y a montones.
Acomodó más apretadamente su delicado chal alrededor de sus hombros y aspiró profundamente. Restregándose una mano sobre el estómago, recogió su falda y subió los escalones que conducían a la puerta principal.
La casa parecía un castillo inglés, aunque hacía gala de una multitud de ventanas iluminadas con vista a la calle curvada. La decoración externa era discreta, y una abundancia de rosas lozanas, gardenias y pensamientos añadían un toque de color a la severa piedra gris de la casa. Iluminada por el parpadeo de las antorchas estilo tiki,  se veía cálida y acogedora.
Mientras se acercaba a la entrada, un hombre de pie junto a la puerta se volvió hacia ella. Vestido con un formal smoking —Armani, si no se equivocaba—, su mirada era impersonal.
—¿Su invitación, Madame?
—Oh, sí. —Azorada, ella giró y aflojó su chal para desnudar el hombro, mostrando un pequeño conejo blanco pintado en su piel. —Estoy invitada por el anfitrión, Dirk Pren...
—Sin apellidos— interrumpió él. —Aquí el anonimato es clave. Queremos que los invitados se sientan bienvenidos, así que sólo usaremos nombres de pila y usted puede llamarme Nigel. —Su expresión cambió de fría a acogedora. —Usted debe ser la señorita Inna. El señor Dirk me dijo que la esperara.
Ella subió su chal de vuelta a su lugar.
—Es un placer conocerte, Nigel.
Él sonrió como si sus palabras lo divirtieran.
—Su equipaje llegó hace varias horas y fue trasladado a su cuarto. Si me lo permite, la escoltaré allí ahora, así puede descansar de su viaje.
Inna refrenó una sonrisa mientras él le tendía su brazo. Parecía ser un poco más joven que sus propios cuarenta y un años, pero sus modales hablaban de una época hacía mucho tiempo muerta.
—Gracias, lo apreciaría mucho.
Haciendo deslizar la mano femenina en la parte interior de su brazo, Nigel la condujo a la casa. Aunque conocía a Dirk desde hacía casi veinticinco años, nunca había ido a su casa solariega. Construida a finales de 1800, Prentice House era la creación de un barón obsesionado por los ferrocarriles, el primer Prentice en labrarse un nombre por sí mismo. Muchos años atrás, después de varios cocteles,  Dirk se había reído de lo ostentoso de la casa y las tierras circundantes. En ese momento, al verla, ella podía entender a qué se refería.
El piso era de mármol italiano, con incrustaciones de bronce simulando los carriles de un ferrocarril, motores y ganado. Reprimió una sonrisa ante la visión de un toro particularmente bien dotado. El cielo raso se alzaba dos pisos en lo alto, con dos arcos macizos de rica caoba intercalados con una araña de luces de un tamaño que nunca había visto fuera de un teatro de ópera. La luz que se reflejaba en los numerosos cristales la deslumbró.
El despliegue colosal de las escaleras hacía juego con el tamaño abrumador de la casa misma. Alfombrada con un color rojo vino, su anchura era de por lo menos quince pies y ascendía a una altura vertiginosa. Permitió que sus dedos acariciaran el pulido pasamano de caoba a medida que subía, con la mirada fija en las tres ventanas de vitreaux, de altura imponente, más arriba.
Los cristales enjoyados atrapaban el sol que se desvanecía, derramando sombras de colores a través del descansillo, como joyas lanzadas descuidadamente alrededor. El cristal central delineaba a una mujer de cabello de oro de proporciones asombrosas. Vestida con atavío angélico que incluía un halo, su expresión extasiada, sus senos desnudos y sus manos extendidas negaban sus aspiraciones divinas. Los cristales que enmarcaban a la criatura lasciva estaban llenos de querubines pequeños y gordos armados con arpas, mini-arcos y flechas. Mientras se acercaba, notó que muchas de las criaturitas hacían gala de unos penes impresionantes.
Inna no pudo impedir la risa que burbujeó de su garganta.
—Una pieza interesante, ¿verdad?— comentó Nigel mientras la conducía a la izquierda, donde había más escalones. —El dueño original la encargó. Dicen los rumores que su esposa se rehusó a usar las escaleras principales, prefiriendo en lugar de eso la entrada de los sirvientes.
—Puedo comprender por qué.
—El señor Dirk le dio instrucciones a los empleados de cuidar especialmente de usted —Nigel la dirigió a un vestíbulo largo lleno de puertas.
— ¿De veras? Dirk y yo hemos sido amigos durante muchos años. Lo adoro. —Mientras pasaban por una puerta abierta, Inna vislumbró un suntuoso juego de dormitorio mientras iba siendo preparado para un invitado.
Nigel le dio un golpecillo amigable sobre los dedos antes de soltarla para abrir una de las dos puertas al final del pabellón.
—Éste será su cuarto durante su estancia aquí— dio un paso atrás para permitirle entrar.
Los pies de Inna se hundieron en la gruesa alfombra color crema mientras entraba al cuarto, con un suspiro de placer en sus labios. A su izquierda, una gran chimenea llena de leños y yesca esperaba el toque de una llama para llevarlo a la vida. Un confortable sofá cubierto con un montón de lujuriosos almohadones aparecía directamente ante ella; un pequeño escritorio estaba situado delante de una ventana grande, y a su lado una gran mecedora sin brazos. Directamente opuesto al portal, había un conjunto de puertaventanas que llevaba a un balcón con vista a los jardines.
A la derecha estaba la cama. Una de cuatro postes color crema, de tamaño king-size, cubierta con una colcha marfil y lila y una cantidad innumerable de almohadas.
Se veía divina.
—Esto es precioso.
—Estoy encantado de que encuentre la habitación de su agrado. El cuarto de baño está en la puerta de allí. —Él gesticuló hacia la puerta abierta en el extremo derecho más allá de la cama. —Los nombres de sus asistentas son Molly y Rachel y puede llamarlas marcando el 9 en el teléfono en cualquier momento del día o la noche.
Inna dejó correr sus dedos sobre la colcha, entregándose al lujo de sentir la seda cruda.
—Gracias por tu ayuda, Nigel.
—De nada, señorita Inna. Espero que esta visita cumpla con todas sus expectativas.
Ella levantó la mirada a su cara, pero la expresión del hombre era tan amigable como antes. Le dirigió una leve reverencia antes de dejar el cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
La mujer lanzó su bolso sobre la cama, luego caminó hacia el cuarto de baño. Encendiendo la luz, suspiró de placer al ver el cuarto inmaculado. Gruesas alfombras de color melocotón cubrían el mármol pulido mientras los límpidos espejos cubrían una pared. Una tina maciza ocupaba una esquina, con una ducha completa a su lado. La cómoda estaba metida en otra esquina junto con un bidé.
En el vanitory habían aceites esenciales de vainilla ardiendo en traslúcidos hornillos con asas de latón, junto con una selección de cremas costosas, lociones y champús.  Una pila de toallas color melocotón esperaba que las disfrutara en un taburete acolchado al alcance de la tina.
Si había algo que amara especialmente, era un cuarto de baño espacioso. Cuando había comprado su casa varios años antes, había tenido pocos requisitos: varias chimeneas, una cocina grande y un cuarto de baño espacioso. Había tenido la suerte de encontrar dos de tres, pero luego había remodelado un dormitorio entero para convertirlo en su lujoso cuarto de baño.
Inna usó rápidamente las instalaciones antes de moverse hacia el vanitory.  Quitándose la máscara de lentejuelas, clavó los ojos en su cara familiar.
La oscuridad de sus ojos verdes le regresaron la imagen de su cara en forma de corazón. Su nariz era común, pero sus labios eran llenos y rosados. Gracias a la humectación, su piel era buena, y su figura decente gracias a su amor por el footing.
Su pelo largo y rubio estaba arreglado en una torsión simple con algunos mechones sueltos. Su pelo siempre había sido una bendición y una maldición al mismo tiempo. Eran dorados como las espigas de trigo en los campos y cuando había humedad, se ponían rebelde. Como había perdido el pelo varios años atrás, odiaba llevarlo muy corto y algo en su interior siempre gritaba en el momento en que su estilista giraba en su dirección con unas tijeras en la mano.
Sonrió abiertamente al pensarlo. Algunos decían que era bonita; varios hombres incluso se habían atrevido a llamarla hermosa. Se volvió hacia un lado para comprobar la línea de su vestido dejando correr la mano sobre el costado. Sí, no demasiado vergonzoso para una dama que simplemente sumergía el dedo del pie en sus cuarenta.
En resumen, sería un cadáver con muy buena apariencia en su funeral.
Tomó un aliento profundo y enderezó su columna vertebral. No iba a pensar en eso ahora, porque era un momento para disfrutar y, demonios, iba a gozarlo incluso mientras se preguntaba si se había extralimitado.
Deslizó la máscara de regreso a su lugar, enderezándola con la ayuda de su reflejo. En ese instante, se sentía bien, tenía una buena apariencia y eso era todo lo que necesitaba… por el momento, al menos. Dirk la había invitado a su casa para relajarse, conocer personas y, si lo deseaba, involucrarse en placeres físicos de común acuerdo con un hombre de su elección. Una mirada a su reloj pulsera le dijo que era hora de empezar la cacería.
Se detuvo el tiempo suficiente como para retocar su lápiz de labios antes de apagar la luz y salir del dormitorio, teniendo cuidado de cerrar la puerta tras de sí.
Cuando Dirk había prolongado la invitación a la fiesta para abarcar el fin de semana, ella se había escandalizado. En todos los años que lo había conocido, nunca habría soñado que él presidiera veladas que incluían un fin de semana entero de indulgencias hedonistas: sexo, comida estupenda, vinos finos, y estimulante compañía. Sabía que él se codeaba con gente mucho más sofisticada que ella, pero nunca habría imaginado algo así, seguramente no con su amigo jugando al anfitrión. No se trataba de que fuese puritana, ni mucho menos. Pero… ¿Dirk favoreciendo un fin de semana de encuentros sexuales ilícitos en una casa llena de invitados? Reprimió una risa ahogada mientras paseaba a lo largo de la escalera central.
El pabellón de entrada estaba abarrotado de personas, cada uno luciendo una máscara que cubría al menos la mitad de sus caras. Los hombres estaban casi uniformemente vestidos con smokings,  mientras que las mujeres llevaban cada color del arco iris. Muchos de los vestidos podrían haberse visto en cualquier fiesta de Nueva York, mientras que otros eran categóricamente inexistentes. Apartó la vista de una mujer que parecía estar cubierta con una pañoleta y nada más.
Una suave campanilla llamó su atención, y sus camaradas en el sexo empezaron a atravesar el portal y desaparecieron de vista. Mientras alcanzaba el final de las escaleras, Nigel apareció a su lado.
—Señorita, por favor acompáñeme al salón de baile. —Él gesticuló hacia las puertas abiertas. —El señor Dirk dará la bienvenida a sus invitados y usted puede disfrutar de los refrescos.
Ella le dirigió una sonrisa de agradecimiento y entró en el cuarto, siendo una de las últimas en llegar.
En lo alto, las arañas de luces estaban encendidas tenuemente, emitiendo un resplandor callado y áureo sobre los invitados. Unido a la luz suave de una variedad de candelabros y el perfume de exótico del incienso, el efecto final era de un aura de complacencia.
A lo largo de la pared lejana, contra las ventanas, había una gran mesa llena de un conjunto imponente de alimentos para comer de pie y, en medio, una fuente fluyendo de champaña. Los camareros y las meseras, vestidos con togas, circulaban en el cuarto con bandejas de vino y canapés por si los participantes no desearan servirse de la impresionante comida. Inna vio una montaña de cócteles de camarón.
Al otro lado del cuarto había un estrado con dos sillas adornadas meticulosamente con yardas de seda roja y terciopelo negro. Dirk permanecía sentado en una de las sillas como un rey examinando a sus súbditos. Lo reconoció no porque no llevaba puesta una máscara, sino por su abundante pelo. Demasiado pálido para ser rubio, él lo dejaba largo, hasta varias pulgadas por debajo de sus hombros. Normalmente lo usaba recortado o atado hacia atrás, pero esa noche estaba suelto, pálido como luz de la luna contra el negro de su smoking.
Mientras la campana sonaba una última vez, él se levantó, haciendo callar eficazmente al grupo sólo con su presencia. Vestido de pies a cabeza de color negro, parecía un ángel caído, y ella le sonrió a la imagen que se formó en su mente.
Un camarero pasó, cargando una bandeja de champaña, y Inna tuvo que apartar a la fuerza la mirada de su taparrabos bien lleno. Sonriendo al dar las gracias, aceptó un vaso antes de dar un paso hacia atrás y recostarse contra la pared para escuchar a su amigo.
—Deseo darles la bienvenida a todos a mi casa esta noche— dijo Dirk, dirigiéndose a los aproximadamente cuarenta asistentes que lo rodeaban formando un semicírculo alrededor de la plataforma. —Muchos de ustedes han estado aquí antes, mientras que para otros, ésta es su primera vez. Aquí en Edén, las reglas normales de la sociedad no tienen aplicación, con excepción de una. No, significa no. Si algo los pone incómodos, díganlo claramente y todo el mundo en esta casa obedecerá sus deseos. En este fin de semana, la única regla inflexible es disfrutar y cumplir sus fantasías más salvajes. —Algunas mujeres gorjearon nerviosas, mientras algunos hombres tiraron fuertemente de sus corbatas.
La mirada de Inna recorrió al gentío y sonrió. Sí, iban a ser unos días interesantes. De pronto la piel se le puso de gallina y los finos pelillos de su nuca se erizaron.
Alguien me observa.
Escudriñó lentamente el cuarto, buscando la fuente de su incomodidad. De pie tras toda esa multitud, no podía ver a nadie prestándole la más leve atención, hasta que miró hacia arriba.
A su izquierda, un balcón se extendía cubriendo la anchura del cuarto, y una mujer permanecía de pie, con la mirada fija en ella.
Su pelo era negro como el ala de un cuervo, largo y suelto, cayendo hasta debajo de sus hombros. Se veía muy alta, con sus largas piernas encajonadas en unas botas de cuero negras, altas hasta la rodilla, y unos ceñidos pantalones negros. Una chaqueta de terciopelo color Borgoña cubría sus hombros imposiblemente anchos, mientras los volantes fruncidos de su blusa blanca asomaban a través de la parte delantera, abierta. Una simple máscara negra cubría la mayor parte de su cara, pero no su boca. Sin sonreír, se veía firme y dominante.
Ella apartó la mirada, deseando controlar de nuevo la respiración. Era una estúpida. No podía ser ella,  porque ella no existía. Nunca lo había hecho.
Desde que podía recordar, había tenido sueños acerca de una mujer, alta y de pelo negro como el azabache, que era su amante. Los sueños habían comenzado cuando era apenas una adolescente, y habían empezado siendo muy inocentes. Cada tres o cuatro meses, soñaba con caminar bajo una luna llena, con su mano en las de ella, con besos robados que le hacían retorcer los dedos de los pies, bajo la luz fría y azul. Se reían, hablaban y yacían en los campos clavando los ojos en las estrellas.
A medida que crecía, los sueños iban cambiando y aumentando en frecuencia. Eran casi siempre de naturaleza sensual, dejándola húmeda y excitada cuando despertaba. En la mayoría de las ocasiones, había estado tan estimulada que un simple contacto de su mano la había llevado a la satisfacción que deseaba ardientemente. Siempre había salido con hombres, le gustaban los hombres. Curiosamente, cuando sus sueños empezaron. Creyó que sus gustos habían cambiado. Pero, no. Cuando veía a otra mujer no sentía nada en lo absoluto. Eso la confundía.
Miró hacia arriba otra vez, y sus miradas se encontraron. La alta morena inclinó la cabeza, provocando un temblor de anticipación en su cuerpo mientras la saludaba haciendo un gesto con su vaso y esbozando una gran sonrisa.
Ella raramente había sostenido una relación a largo plazo. Todos los hombres con los que había estado solo le reivindican sus sueños y porque, tan loco como pudiera parecer, siempre había tenido la extraña sensación de que habría estado engañando a su amante del sueño. De todos modos, ninguna mujer real se había mostrado nunca a la altura de su visitante nocturna.
No sabía en qué momento había decidido permanecer leal a una invención de su imaginación sobre activa. La mujer del balcón probablemente no daría la talla tampoco, pero podía divertirse averiguándolo.
Un camarero vestido con un taparrabos blanco la distrajo al ofrecerle una apetitosa selección de mini-quichés.  Aunque no quería nada, eligió un quiché de hongos y agradeció con la cabeza mientras el camarero se retiraba. Después de morder su manjar, tomó un pausado trago de champaña antes de regresar su mirada al balcón.
Ella se había ido.



Renuncias: Esta historia no es mía, como todas sabemos. Solo hago algunas modificaciones y así ampliar nuestra biblioteca de lecturas.
Original: Dominique Adair - El último beso
Agradecimientos: A la teta feliz por su espacio. A todas ustedes por sus comentarios. Parece que no los veo, pero si lo hago
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6 comentarios:

  1. INTERESANTE espero que siga mas parese que me va ha enganchar

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  2. pues me uno, sí, parece muy interesante, me ha gustado mucho, te seguire.

    Makeys.

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  3. Muy entretenida ya esperando el siguiente capitulo

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  4. Muy interesante historia la seguire a ver que pasa...

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  5. Me encanta como va la historia solo espero que tenga final.

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