Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

El Corazón de Cristal - 51 y 52

Capítulo 51 
La impresión de Crystal de que aquello iba a ser algo casual quedó eliminada en el mismo momento en que entró en casa de Gail y vio la mesa de la sala decorada con un mantel y un centro de mesa.
—Ah, ya estáis aquí —dijo Gail, saliendo de la cocina.
—Mamá, Bobby y yo podemos encargarnos de la cena. Tú deberías sentarte a descansar —protestó Laura, indicando silenciosamente a Crystal que ocupara el sofá.

—Tonterías. Estoy cansada, pero aún soy capaz de pelar patatas —argumentó su madre al tiempo que se limpiaba las manos en el delantal—. Me alegra volver a verte, Crystal. Bienvenida a mi hogar.
—Gracias, Sra. Taylor —respondió Crystal—. ¿Le puedo ayudar en algo?
—De hecho, sí. Los platos están en el armario de la sala. Sé buena chica y pon la mesa. Voy a decirle a Bobby que traiga la vajilla de plata y las servilletas. —Gail se quitó el delantal y se lo alargó a su hija—. Y dado que piensas que estoy inválida o algo así, ve a la cocina y ayuda a tu hermano con la salsa. ¡Helen! —llamó—. Los niños van a terminar la cena. Vamos al porche a ver la puesta de sol.
—Te sigo —dijo Helen traspasando las puertas abatibles de la cocina—. Laura, mira bajo el mostrador a ver si hay algo para prepararme un daiquiri, ¿quieres, cielo?
—Estoy segura de que sí —convino Gail—. Laura, la batidora está al lado del horno y ya sabes dónde encontrar hielo. Pero yo no quiero. El médico dijo que nada de alcohol mientras esté con la medicación. Tomaré un té helado. Y ponle algo a nuestra invitada.
Laura, aún preguntándose cómo había pasado de tener veintiocho años a tener quince en un segundo, asintió y dirigió una mirada a Crystal antes de entrar en la cocina.
Aterrada ante la idea de ir a cargarse alguna pieza de la vajilla china, Crystal sacó los platos, las tazas y los platillos de té del armario uno por uno, depositándolos con sumo cuidado sobre la mesa. Bobby, por su parte, entró en la sala con una enorme caja de madera.
—Hola, Crystal.
—Hola, Bobby, ¿qué tal?
—Me da la impresión de que he sido vendido como esclavo, pero aún no estoy seguro —bromeó el chico—. Mamá y tía Helen no me han dejado parar en toda la tarde. —Dejó la caja sobre la mesa—. No entiendo por qué tanto lío para una simple cena. Sólo sois tú, tía Helen y Laura. Mamá no había sacado la cubertería buena desde la última vez que vino la abuela. —Abriendo la caja, más o menos el doble de gruesa que de larga, dejó ver su interior de terciopelo rojo y un montón de utensilios brillantes perfectamente acomodados en su interior—. Bien —dijo él—. Por lo menos no tengo que sacarles brillo.
El juego constaba de tenedores, cucharas y cuchillos, junto con varios cubiertos de servir más largos. Bobby distribuyó la cubertería rápidamente por la mesa de modo que cada lugar tuvo dos tenedores, tres cucharas y un cuchillo de untar mantequilla. Acto seguido, devolvió la caja al armario de la vajilla y sacó los cuchillos para la carne de uno de los cajones.
—Se te ha olvidado sacar los cuencos para la sopa.
—Oh. —Crystal fue hasta el armario de nuevo, alargando las manos hacia unos cuencos pequeños que descansaban sobre el estante superior.
—No, esos son de postre. —El muchacho fue hasta ella y señaló una pila de cuencos en la parte de atrás—. Créeme, te encantará la sopa y el pollo de mamá. Voy a ver si Laura necesita algo.
A medio camino de la puerta, Bobby se detuvo y frunció el ceño mirando a la mesa. Crystal supo inmediatamente que debía haber hecho algo mal, pero para alivio suyo todo lo que hizo el hermano de Laura fue cambiar el orden de un par de cucharas antes de salir.
“Por suerte yo no suelo dar cenas así”. Rodeando la mesa para observar la corrección, Crystal sonrió ante el gesto meticuloso de Bobby. “Igual que su hermana”, pensó. Tras terminar de poner la mesa, decidió ir a ver cómo iban las cosas en la cocina.
—Ya sé cómo se hace —decía Laura en el preciso momento en que Crystal atravesaba las puertas abatibles.
—Es que no es así. Mamá utiliza la perilla, no la brocha —objetó Bobby, con la susodicha perilla en la mano.
—Pues yo prefiero la brocha —afirmó Laura con tranquilidad, sumergiéndole en la salsa y embadurnando la parte superior del pollo.
—Pero es el pollo de mamá.
—Bobby, ¿de verdad crees que va a saber si he usado la brocha o la perilla? —En ese momento, advirtió que Crystal estaba allí—. Hola. ¿Ya está la mesa?
—Sí. —Crystal miró a Bobby y le dio las gracias en silencio.
—Bien —dijo Laura—. Al pollo le quedan como quince minutos y, para entonces, estará todo listo.
—Genial, entonces me da tiempo a fumarme un cigarrillo.
—Eh, espera que vaya a por los míos. No tardo nada —dijo Bobby saliendo de la cocina y subiendo la escalera en tres zancadas. Un par de minutos después, estaba de vuelta con una cajetilla azul en la mano—. Listo.
—Pues vamos —dijo Crystal.
—Espera, vamos a la entrada. La tía Helen no sabe que fumo y a mamá no le gusta que lo haga delante de ella —afirmó el chico, sosteniendo la puerta. Crystal asintió y le siguió.
El hormigón y los escalones enmarcados por ladrillo rojo estaban fríos, ya que el sol pegaba en la parte de atrás de la casa por la tarde. Tras tomar asiento, Crystal le alargó el mechero a Bobby después de encender su cigarrillo.
—Gracias por ayudarme antes —dijo ella recuperando el mechero.
—Tranquila —dijo él, exhalando una gran cantidad de humo—. Yo sólo lo sé porque mamá nos enseñó a Laura y a mí hace algunos años.
—Mi madre prefería cenar delante de la tele —dijo Crystal recorriendo con la mirada el caminito que llevaba hasta la calle—. Es un barrio genial.
Bobby rió con ironía.
—Está lleno de pijos. Yo prefiero ir con los chavales de la Segunda.
Consciente de en qué parte de la ciudad se encontraba esa calle, Crystal miró a Bobby.
—¿Sabe tu madre que vas por ahí?
Una abierta risotada surgió como respuesta.
—¿Estás de coña? Le daría un infarto si pensara que ando tomando drogas o algo así —dijo él—. Le digo que me voy al centro comercial y se queda tan feliz.
—¿Y lo haces? —preguntó Crystal. Cuando no contestó de inmediato, ella asintió y volvió a mirar la calle—. Ya veo. Pues ten cuidado.
—Yo no he dicho…
—No hace falta —le interrumpió—. Yo no crecí en una zona residencial, Bobby. Sé de qué va el rollo. Uno no va a la Segunda a no ser que consuma o trafique. —Insegura de hasta dónde llegar con el tema, Crystal suavizó el tono y miró al muchacho con seriedad—. ¿Conoces el edificio en ruinas cerca de la tienda de lencería?
—Sí.
Crystal aspiró profundamente.
—Hace cinco años más o menos yo iba mucho por ahí. De hecho, solía ir a drogarme al segundo piso.
—No recuerdo haber visto ese sitio abierto —dijo él.
—Ya —convino la joven—. Pero unos cuantos clavos no impiden que la gente entre a un edificio abandonado para siempre. —Acto seguido, se encogió de hombros—. Quedaba cerca de donde yo trabajaba y también de mi camello. —Crystal se preguntó por un momento cuánto habría contado Laura a Bobby acerca de su pasado, pero decidió correr el riesgo—. No era la única que iba por allí. Había como otros veinte o treinta que se quedaban normalmente.
—Vaya —exclamó él no sin sorpresa, intentando reconciliar la imagen de la mujer con la que estaba en ese momento y la de aquella otra de la que estaba oyendo hablar—. ¿No te daba miedo?
Crystal se planteó la pregunta un momento.
—Creo que no. Pero en aquel momento había pocas cosas que me importaran. Lo único que quería era colocarme y trabajar un poco para poder pillar más coca.
—¿Te pinchaste alguna vez? —preguntó él. Crystal pensó por un momento que aquélla era una pregunta un tanto extraña, pero negó con la cabeza.
—No. Había oído hablar del SIDA y no me fiaba de nadie. ¿Y tú?
Bobby negó también.
—No, pero me han dicho que es un viaje alucinante.
—Saltar de un avión sin paracaídas también es alucinante, pero no te lo recomiendo. —Crystal miró profundamente los ojos azules del chico—. Es como jugar a la ruleta rusa, Bobby. A la menor oportunidad, te matará sin dudarlo. Lo he visto.
—¿Has visto morir a alguien?
—Dos veces —admitió—. La primera fue una chica, Lisa, por sobredosis de crack. Creo que le pegó demasiado rápido. Ya estaba muerta cuando llegó la ambulancia. El otro fue un chaval que no conocía. Me despertó un disparo, pero no era tan imbécil como para ir a ver qué pasaba. Encontraron su cuerpo a la mañana siguiente, en el pasillo.
—Oh, Dios, es horrible — dijo él.
—Eso es lo que hacen las drogas duras. Probablemente mataron al chico por no pagar. Ocurre todo el tiempo. Bobby, tú lo tienes todo. Eres joven, guapo, inteligente, te han dado una beca para la Universidad… Puedes conseguir todo lo que te propongas. No lo eches a perder por meterte en la coca. —Por cómo se estremeció él, Crystal supuso que había dado en el clavo.
Bobby, por su parte, apagó el extremo de su cigarrillo y se guardó el filtro en el bolsillo.
—Sólo han sido un par de veces. Normalmente comparto un porro con los amigos.
—¿Los mismos que te dan la coca?
—Sí, Tyrone trajo un poco un día.
Crystal asintió.
—Y apuesto a que ni siquiera te pidieron dinero por ser tu primera vez, ¿no? Un regalo entre colegas.
—Sí, así es como funciona.
—Por ahora. Cuando te tenga enganchado, se acabarán los regalitos. —Crystal era consciente de que estaba yendo demasiado lejos, pero el caso lo requería—. Mira Bobby, yo no soy una joya. —A continuación, soltó una risotada—. En realidad, he hecho cosas de las que me avergüenzo, cosas que preferiría que la gente no supiera, pero sé de lo que hablo. Fumarse uno o dos porros para relajarse de vez en cuando es una cosa, pero meterse en el tipo de drogas que dices no tiene nada que ver. —En ese momento, bajó la vista—. Si pudiera dar marcha atrás hasta cuando tenía tu edad, cambiaría mucho de lo que he hecho en mi vida, empezando por los dos años que me pasé al borde de la muerte. —Crystal imitó a Bobby con lo del cigarrillo, sospechando que a la Sra. Taylor no iba a hacerle gracia encontrar una colilla en su patio—. Recuerda que la única persona que va a preocuparse por ti eres tú mismo.
Bobby tragó saliva y se miró las manos.
—No irás a contarle a mamá o a Laura lo que hemos hablado, ¿verdad?
—Claro que no. Es tu vida y tu decisión.
Crystal se levantó y agarró el pomo de la puerta.
—Mi amigo Mike jugaba de central en nuestro equipo el año pasado —comenzó Bobby, levantándose también—. Dio positivo en un control aleatorio antidrogas y perdió la beca. La necesitaba de verdad. Si consigue pasar con honores, tal vez pueda ir a la Universidad local.
—¿No te alegras de que no saliera tu número aquel día? —preguntó ella.
—De hecho, sí —admitió el chico—. Sudaba a chorros cuando el entrenador dijo los nombres de los que tenían que llenar el vaso. —Se encogió de hombros al recordar el momento—. Podría haber terminado como Mike.
—Dudo que alguien hubiera querido eso, mucho menos tú —afirmó Crystal en voz baja—. Venga, entremos antes de que empiecen a buscarnos.
—Sí —convino él—. Crystal…
—Dime.
—Gracias por hablar conmigo —dijo el chico al tiempo que la sorprendía con un breve abrazo—. Aunque no seas la novia de Laura, me alegra que estés aquí.
—Em… —Crystal se encontró de pronto nerviosa, sin saber qué responder. Finalmente, a falta de algo mejor, le devolvió el cumplido y entró en la casa.
La mesa rectangular cerrada daba lugar para seis comensales. Helen y Gail se situaron en los extremos, Laura y Bobby a ambos lados de su madre y Crystal junto a su compañera de piso. Cuando la familia Taylor alargó las manos hacia quien tenían más cerca, la joven se vio con la guardia baja. Bobby deslizó la silla para acercarse más a su tía y poder darle la mano. Eso de dar gracias no era algo a lo que Crystal estuviera acostumbrada, y tampoco había visto a Laura hacerlo en casa. Aun así, tomó con cierta inseguridad su mano y la de Helen, que quedaba a su derecha. Había una diferencia evidente entre las dos, tal y como pudo advertir. La piel de Laura era suave y sus dedos se entrelazaron mientras la escritora le acariciaba el dorso de la mano con el pulgar. Helen, por su parte, la agarraba con firmeza y su piel era más áspera. Al ver que todos los demás habían inclinado la cabeza, los imitó, ahogando un suspiro de alivio cuando oyó hablar a Gail, ya que temía que tuvieran que rezar algo que ella no se supiera.
—Te damos gracias, Señor, por los bienes que vamos a recibir y por haber reunido a mi familia esta noche —comenzó Gail—. Gracias por traer a mi hermana conmigo y haberme devuelto la salud. Bendice a la familia que no ha podido estar aquí hoy y vela por ellos así como velas por nosotros. Estamos felices de tener a Crystal hoy y te pedimos que la cuides a ella también.
Sorprendida, Crystal levantó la cabeza y sintió un leve apretón de complicidad en su mano izquierda. Después, Gail terminó de dar gracias y todo el mundo se soltó las manos. A pesar de que sintió alivio cuando los huesudos dedos de Helen se apartaron de los suyos, encontró un frío desagradable en la mano que antes había entrelazado con la de Laura. Para ser alguien que odiaba eso de que la tocaran y lo evitaba a toda costa, le desconcertó la idea de que parecía no importarle que fuese Laura quien lo hiciera. De hecho, al imitar los movimientos de los que la rodeaban, pasando platos y recipientes por toda la mesa para servirse, Crystal se encontró echando furtivos vistazos hacia su izquierda y mirando a Laura por el rabillo del ojo.
La escritora se encontraba interrogando a Bobby en aquel preciso instante sobre qué asignaturas pensaba coger para el primer semestre, permitiendo que la rubia la mirara sin que nadie se diera cuenta… aparentemente. Si hubiera echado un vistazo a su derecha, hubiera descubierto los ojos de halcón de Helen captando cada movimiento y cada mirada. Laura llevaba el cabello un poco más largo de lo habitual y las puntas empezaban a ondularse a la altura de su cuello. Debido a la multitud de botes de champú que había en el cuarto de baño, Crystal sabía que el pelo de Laura tendía a volverse quebradizo. Se le ocurrió entonces que su amiga no era la única que necesitaba hacerle una visita al peluquero, ya que sus áureos mechones empezaban a rebelarse contra su voluntad, y se planteó probar un corte más radical. Seguramente le facilitaría las cosas en el trabajo, ya que no tendría que preocuparse de hacerse colas de caballo todos los días.
Dejando a un lado ese asunto, siguió adelante con el tema… Las cejas de Laura, que mostraban una tendencia imbatible a juntársele por encima de la nariz y justificaban la eterna presencia de un par de pinzas junto a los cepillos de dientes. Un ligero abombamiento en el puente delataban la idea de Laura, tiempo atrás, de desafiar las leyes de la física y lanzarse a lomos de su bici cuesta abajo sin ni siquiera poner la mano en los frenos. Crystal sabía además que su compañera de piso había salido de aquella con una muñeca rota, aunque no le habían quedado secuelas.
Dándose cuenta de que había pasado de lanzar miradas furtivas a mirarla fijamente, Crystal se sonrojó y devolvió su atención al plato que tenía delante. A continuación alabó la comida, sin dirigirse a nadie en particular, y advirtió felizmente las sonrisas de Gail, Bobby y Laura, responsables del delicioso producto culinario que estaban disfrutando.

Capítulo 52

—Y dime, Crystal —comenzó Helen—. ¿Ya sabes por quién vas a votar?
—Pues… no, todavía no —mintió la chica a sabiendas de que se refería a las próximas elecciones. Tenía pensado votar por los demócratas, pero dado que la madre de Laura era republicana no estaba por la labor de suscitar una interminable discusión sobre el tema.
—Tía Helen, ya sabes que política y religión no suelen terminar en conversaciones agradables —dijo Laura con tono de fastidio. Crystal sospechaba que la escritora estaba intentando por todos los medios evitar temas que fueran a causar controversia entre las dos hermanas.
—Mis amigos y yo solemos hablar de política y no pasa nada —protestó Helen antes de suspirar—. Pero supongo que se puede encontrar un tema menos problemático. ¿Creéis que los Yankees tienen algo que hacer este año?
Bobby pareció dar un bote en su silla.
—¿Estás de coña? Con el jugador en corto que tienen seguro que se meten en las eliminatorias. No se le pasa ni una.
—Pero no puede atrapar las que van por encima de la valla, y me da que los Mets son el único equipo de Nueva York que veremos en la post temporada —dijo Laura—. Tienen a siete en la alineación inicial con más de trescientos bateos y casi estamos en septiembre.
—Eso es porque están en la Liga Nacional, y ahí no hay buenos lanzadores —contraatacó él, acuchillando un pedazo de pollo—. Los Bronx Bombers van a subir, ya verás.
—Nunca podré entender cómo es posible que mis hijos hayan crecido en un hogar que adora a los Red Sox y sean fanáticos de los equipos neoyorquinos —afirmó Gail con aire frustrado. Acto seguido, miró a Crystal—. Deberías haberla visto en el ochenta y seis —dijo, refiriéndose a Laura—. Su padre aún vivía y estábamos viendo el sexto juego. —Sus ojos parecieron perderse en la nada a medida que recordaba la anécdota—. Deberías haberla visto. Los Mets estaban a punto de perderlo todo, era el último out y su padre estaba en éxtasis. Laura se quedó allí sentada poniéndose y quitándose su gorra de los estúpidos Mets.
—Pero ese año ganaron, ¿no? —preguntó Crystal.
—Sí, pero sólo porque el primera base de los Red Sox dejó que la pelota le pasara entre las piernas —afirmó Bobby. Al mirar a su izquierda, Crystal advirtió la sonrisa de Laura.
—En el amor, la guerra y las ligas mundiales todo vale —dijo ésta—. Papá se pilló un buen cabreo. No le había visto soltar tantos tacos en mi vida, pero yo me pasé un buen rato pegando botes por la sala.
—Y a tu padre no le hizo gracia que le quitaras el periódico a la mañana siguiente y le obligaras a leer el titular de la sección de deportes —dijo Gail con un tono de reproche en su voz.
—Era adolescente, mamá —se defendió Laura al tiempo que su sonrisa se borraba en un segundo.
—Pues claro que sí, calabacita —dijo Helen—. ¿Y tú qué, Crystal? ¿Qué equipo te gusta?
Crystal sospechó que a nadie le importaba realmente qué equipo le gustaba o le dejaba de gustar, pero Helen tan sólo estaba intentando meterla en la conversación. Dejó el tenedor a un lado y se tomó un segundo para limpiarse los labios con la servilleta.
—La verdad es que no soy muy aficionada al béisbol.
—Te sugiero que adoptes a los Mets si no quieres salir malparada —dijo Bobby—. Sobre todo porque van primeros y sólo quedan diez partidos para la temporada regular. Si llegan a las eliminatorias, te juro que mi hermana no se despegará de la televisión mientras estén jugando. —Con un guiño burlesco, miró de soslayo a su hermana antes de seguir hablando—. En cualquier caso, si te pones a animar a cualquier equipo que juegue contra ellos, verás cómo se pone Laura.
—No le des ideas, hermanito —le advirtió Laura.
—¿Y por qué no? —bromeó él—. Necesitas a alguien que te toque un poco las narices ahora que no voy a estar yo. —Sonrió con aire triunfal, recibiendo otra de su hermana.
—Tú sigue así y te mandaré un virus por mail —le amenazó Laura.
—Y yo escribiré tu teléfono en todos los lavabos de la facultad —contraatacó él con aire divertido.
—Vale, dejadlo ya —les amonestó su madre—. Te juro que es como cuando eran pequeños —le dijo a Helen, quien asintió reconociéndolo.
—¿Por qué crees que nunca los invitaba a los dos juntos a visitarme? —preguntó Helen—. No soy tan tonta.
Crystal escuchó la conversación que se desarrollaba ante ella. No era capaz de recordar una cena tranquila con su propia familia, puesto que solían ser frente a la televisión de la sala, con Patty, mientras su madre dormía la borrachera. En ocasiones especiales, como Acción de Gracias o Navidad, su padre acababa soltando gritos disparatados al miembro de la familia que hubieran ido a visitar y terminaba con una discusión acalorada entre sus padres cuando llegaban a casa. Crystal tenía serias dudas de que Laura hubiera experimentado algo así alguna vez y se preguntó si la invitarían a otra cena cuando llegaran las vacaciones. Para su sorpresa, se encontró deseando que fuera así.
Después de cenar, Bobby se ofreció para limpiar la mesa mientras Laura hacía el café y Helen y Gail se retiraban a la sala. Sin estar muy segura de qué hacer, Crystal se disculpó y salió a fumar. Había asumido que las dos hermanas compartirían una agradable charla, y se sorprendió cuando Helen salió tras ella con su pitillera en la mano.
—¿Te importa que me quede contigo?
—Para nada —dijo Crystal, indicándole una silla vacía. El porche estaba enmarcado en ladrillo rojo y contrastaba agradablemente con los muebles color crema y el verdor del césped del jardín—. Esto es muy bonito —comentó.
—Gail pagó una fortuna cuando se lo hicieron —le explicó Helen—. Recuerdo que había un roble horroroso justo en medio del patio. Los chicos se lo pasaban en grande subiendo y bajando, pero echaba a perder el diseño. —La mujer dio una calada a su cigarrillo dejando el filtro rojo por el carmín—. Y dime, ¿qué te ha parecido la cena?
—Ha estado genial. Estoy que reviento —afirmó Crystal, mostrándose confundida cuando Helen negó con la cabeza sonriendo.
—No me refería a la comida —le explicó ésta—. Me da que no estás acostumbrada a las multitudes. Te has pasado la noche intentando mantenerte al margen de las conversaciones, a menos que te preguntáramos directamente.
Crystal parpadeó y le dio una larga calada a su cigarrillo, sorprendida de que alguien hubiera advertido su silencio.
—Supongo que no soy una persona sociable. Nunca sé qué decir.
Helen se echó a reír.
—Cielo, esto no ha sido un evento social. Sólo la familia cenando.
—Yo no soy de la familia —puntualizó la rubia.
—Bueno, la familia más uno —se corrigió Helen—. Parecías tan incómoda que pensé que ibas a salir corriendo cuando te cogí la mano para dar gracias.
—Es que no estoy acostumbrada —dijo Crystal—. Mi familia nunca lo hacía.
Helen asintió y se quedó callada un minuto.
—¿Sabes? Si pasara algo entre tú y mi sobrina, no me importaría. —Crystal la miró rápidamente y abrió la boca para protestar, pero la mujer alzó una mano para detenerla—. Ya sé lo que decís las dos, y a juzgar por el aspecto de vuestras habitaciones así parece ser, pero me he dado cuenta de cómo actuáis cuando estáis juntas. —Aplastó el cigarrillo a medio fumar en la maceta que hacía las veces de cenicero y continuó—. Personalmente, creo que no estáis viendo lo que tenéis frente a las narices.
—Yo no soy gay —dijo Crystal, preguntándose cuáles eran esas "señales” que Helen había visto. ¿La forma en que Laura le había acariciado la mano durante la oración? ¿Las palmaditas amigables en su hombro?
—Eso dices tú —afirmó Helen sin mucho convencimiento—. El otro día me dijiste que no habías tenido ninguna relación seria hasta ahora, así que, ¿cómo lo sabes?
—Yo… —Bloqueada, Crystal trató de dar con una respuesta. Ella era hetero, ¿no? Después de todo, nunca había estado con una mujer ni había visto a ninguna como posible pareja sexual. El hecho de que se sintiera más cerca de Laura que de ninguna otra persona en aquel momento no significaba que quisiera mantener una relación lésbica con ella. No, Laura era sólo una buena amiga que la abrazaba cuando lloraba, que le hacía la cena todas las noches y se tomaba la molestia de escucharla cuando necesitaba hablar. Sólo estaban tan unidas porque vivían juntas, ¿verdad?
—Yo… —Crystal tragó saliva y volvió a intentarlo—. Nunca lo había pensado. —Dio una última calada a su cigarrillo y lo apagó en el cenicero.
—Pues tal vez deberías —afirmó Helen con dulzura recorriendo con los dedos un mechón de su plateado cabello alborotado por la brisa—. Yo soy una romántica empedernida, pero sé que el amor surge a veces en los sitios más inesperados. No deberías cerrarte puertas sin al menos echar un vistazo a lo que hay dentro.
En ese instante, Laura asomó la cabeza desde el interior.
—Eh, acabo de encontrar las cintas viejas y Bobby ha subido al desván a por la pantalla. Crystal, ¿te apetece ver un par de pelis caseras?
—Oh —dijo Helen entusiasmada al tiempo que se levantaba de la silla—. Hace años que no veo una de esas. Eras una cría tan mona…
—Claro, parece divertido —convino Crystal levantándose también. Los retratos y las fotos que decoraban las paredes de la casa le habían dado una idea de cómo era Laura de niña, pero verla en una película le serviría para dar vida a las imágenes. Además, así se acababa aquella maldita charla con Helen. La mujer entró primero en la casa y Crystal advirtió que la escritora sostenía la puerta para ella y que le rozaba el hombro al pasar.
—¿Qué? —preguntó Laura, con lo que Crystal cayó en la cuenta de que se la había quedado mirando fijamente.
—Ah, nada, pensaba en mis cosas —respondió la rubia sin demasiada convicción, aunque con la esperanza de que Laura no encontrara su respuesta tan estúpida como le parecía a ella.
La sala de estar constaba de dos sillones y un sofá bajo, y Bobby había reacomodado los muebles de forma que todos quedaran frente a la pantalla portátil. Él tomó asiento a la derecha de la misma mientras Gail y Helen ocupaban los sillones. Sintiendo que sería una bobada sentarse en el suelo cuando había sitio de sobra en el sofá, Crystal ocupó el lado izquierdo dejando el centro a Laura, quien estaba demasiado ocupada metiendo la película en el proyector. Cuando por fin se sentó, a Crystal le dio la impresión de que, de hecho, el sofá no era tan amplio como parecía. Su cuerpo estaba pegado al de Laura desde el hombro hasta la cadera. En ese momento, empezó la película, y pudo ver a una desgarbada niña de diez años y a un bebé vestido de azul, sentados en el césped delantero de una casa.
—Voy a apagar las luces —dijo Bobby levantándose. Crystal dirigió una mirada a Helen y se sorprendió al encontrar una sonrisa pícara en su rostro. Deseaba poder fruncir el ceño, pero encontró que sería un gesto inapropiado, ya que era la invitada, así que volvió a prestar atención a la pantalla, que ahora mostraba a la madre de Laura junto a un hombre fornido de pelo corto y canoso, al cual identificó como el padre de Laura. Crystal se paralizó al sentir un aliento cálido en su oreja.
—Hay algunas partes muy divertidas —susurró Laura—. Como cuando Bobby mete la mano en la pecera de papá intentando agarrar su querido Pez Ángel. Mamá le pilló y le grabó antes de que mi padre llegara a casa.
—Ahá —murmuró Crystal esperando que Laura volviese a mirar al frente y con la convicción de que Helen era capaz de ver en la oscuridad y de que en aquel momento sonreía ampliamente.
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—No ha estado tan mal —dijo Laura dando marcha atrás al Jeep.
—A mí me ha gustado. Tu familia es muy agradable —afirmó Crystal mirando a través de su ventanilla a medida que la casa de los Taylor se perdía de vista.
—Pero no había necesidad de que mamá sacara los álbumes de fotos, sobre todo el de cuando éramos bebés.
—Eran muy bonitas, sobre todo las de cuando os bañaban —dijo Crystal, aunque el predecible tono irónico de su voz no apareció.
—¿Estás preocupada por algo? —aventuró Laura.
—No, es que tengo muchas cosas en la cabeza —surgió la evasiva respuesta. Por supuesto, aquello no satisfizo a la escritora en absoluto, sobre todo cuando advirtió que Crystal tenía la mirada perdida.
—Hablar ayuda, ¿sabes?
—Ya, no, sólo necesito aclarar algunas cosas.
Estaba claro que Crystal no quería compartir aquello. Laura intentó iniciar una conversación dos veces durante el trayecto, pero desistió al no sacar a la joven más que un par de monosílabos. Al llegar a casa, Crystal le dio las buenas noches y desapareció en el interior de su habitación, dejando a Laura con la intriga de qué es lo que habría pasado en casa de su madre como para haber afectado hasta tal punto el humor de su amiga.
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R-r-r-rrrr, click. R-r-r-r-rrrr, click.
―¡Maldita sea! ¿Por qué no arrancas? ―Apretando sus manos contra el volante, Crystal giró la llave para devolverla a la posición de apagado y volvió a intentarlo. En ésta ocasión el Omni arrancó, no sin un gran estruendo y una nube de humo. Había sido un buen día en el trabajo, pero salir y pasar diez minutos intentando arrancar el coche había hecho que a Crystal le cambiara el humor considerablemente. Cuando estuvo finalmente segura de que su chatarra seguiría encendida, puso la marcha y salió del aparcamiento. Las manzanas iban pasando mientras la rubia pensaba en los acontecimientos del día. Depués de seis semanas de sudor, los trabajos de restauración del edificio estaban casi terminados. Cuando Michael la había mandado llamar a su oficina antes del final de la jornada, Crystal  temió que fuera a decirle que ya no había más trabajo para ella. Para su sorpresa, la había llamado para asegurarse de que quería trabajar con él en el próximo proyecto de restauración de una vieja escuela situada en unos apartamentos de renta baja. En compensación le aumentó en un dólar la hora por su flexibilidad y buena voluntad a la hora de aprender nuevos trabajos minimizando el tiempo laboral. Para algunas personas cuarenta dólares extra a la semana no era mucho, pero para Crystal significaba que podía permitirse pagar sus sesiones de terapia sin tener que pasar por encima de otras facturas o tener que trabajar demasiadas horas fuera de su horario habitual.
Y esas sesiones con Jenny Foster se habían vuelto más importantes con cada semana que pasaba. Crystal todavía rehusaba asistir al grupo de ayuda a las mujeres de los martes por la noche, pero se encontraba más predispuesta a hablar de sus sentimientos con la terapeuta. Hablar sobre el papel jugado por su padre era todavía difícil, y a menudo terminaba con Crystal intentando controlar su enfado o, en raras ocasiones, sus lágrimas bajo control. Aún entonces, aquello siempre significaba una larga noche para Laura y Crystal, hablando con su mejor amiga de lo que había ocurrido en la sesión de terapia.
A Laura no parecía que le importaran las largas conversaciones, llegando incluso a preguntarle a Crystal por ellas cuando sabía que había tenido una ese día. Para las dos mujeres se había convertido en un hábito y solían sentarse cada una a un extremo del sofá con sus pies compartiendo el espacio libre del centro. Esto lo hacía más fácil para Crystal, dándole el espacio que necesitaba pero estando lo suficientemente cerca en caso de necesitar un abrazo cuando el dolor era demasiado grande.
Conduciendo por la autopista, Crystal dejó a sus pensamientos derivar en la relación que ella y Laura compartían. Desde que su conversación con Helen le abriera los ojos, Crystal se encontró a sí misma muy interesada en la presencia y acciones de su compañera de piso. Nunca había algo sexual o romántico en la forma en que Laura la trataba, pero Crystal era consciente de la afección y cercanía que se había construido entre ambas. Sabía que eran las pequeñas cosas. Una caricia casual sobre su hombro cuando la escritora pasaba por su lado, la cena preparada para ella cada noche, las tardes juntas en el sofá viendo la televisión, o sentadas en el escritorio trabajando en los exámenes para el GED. Crystal incluso podía jurar haber sentido una vez los labios de Laura besarle la cabeza durante la intensa charla de una de sus sesiones donde había buscado la seguridad del abrazo de la escritora para dejar escapar las lágrimas, que de otro modo se negaban a caer.
Lejos de sentirse molesta por la creciente cercanía, Crystal se encontró a sí misma sintiéndose de acuerdo con ésta. Disfrutaba de los partidos de softbol y de los inevitables viajes al bar después de éstos. Cuando Bobby se marchó a la universidad,  Crystal fue con Laura para desearle buena suerte, aceptando incluso un abrazo del joven y revolviéndole el pelo como si fuera su propio hermano pequeño. Desde que tenía que comenzar a trabajar muy pronto por las mañanas, ella era normalmente la primera en levantarse y de asegurarse de tener listo café recién hecho para cuando Laura se despertase. Por supuesto, estaba también la forma en la que habían llegado a un acuerdo sobre sus vastas diferencias y costumbres en cuanto a limpieza y orden. Crystal se aseguraba de volver a dejar el periódico más o menos en orden y Laura se aseguraba de no hacer ningún comentario a cerca de las bragas que colgaban todos los días de la barra de la ducha para secarse.
Hoy era una noche especial y Crystal no hacía más que sonreir y mirar el paquete brillantemente envuelto en papel de regalo que había en el asiento del copiloto. Era el cumpleaños de Laura y a pesar de lo ajustada de su economía, Crystal estaba determinada a darle a su amiga el mejor regalo. Le había llevado varios viajes a diversos centros comerciales antes de pasar por delante de un quiosco en medio de la alameda y ver el regalo perfecto descansando en lo alto de una estantería. Pensando un poco en el coste, lo encargó, pagando extra por los artículos añadidos que también quería y esperando cerca de dos semanas a recibirlo. Crystal quería elegir una bonita tarjeta, pero después de mirar más de una docena de ellas, no pudo encontrar ninguna que expresara cómo se sentía acerca de Laura. Al final se dio por vencida, decidiendo que un regalo siempre se apreciaba más que una tarjeta de felicitación.
Ahora, finalmente había llegado el momento de salir del coche y de dárselo a su amiga y, Crystal se encontró sintiéndose bastante nerviosa mientras se acercaba al complejo residencial. ¿Le gustaría realmente a Laura?. ¿Sería mejor un cheque regalo?. Sacudiéndose esos pensamientos de la cabeza, Crystal guió el Omni al aparcamiento y apagó el motor, escuchando enfadada mientras éste continuaba haciendo ruido y echando humo durante unos segundos antes de, finalmente, quedarse en silencio.
Cuando entró en casa, Crystal se extrañó de no ver a Laura esperándola abajo como venía haciendo durante las últimas semanas. El débil sonido de la ducha llegó hasta sus oídos indicándole dónde estaba y Crystal rápidamente escondió el regalo entre el sofá y la biblioteca planeando dárselo después de la cena. Caminado hacia la cocina se sorprendió de que la cena no estuviese ni en el horno ni que hubiera signos de que Laura hubiera cocinado nada. Confundida, Crystal se sentó en el sofá. Laura no le había dicho nada sobre cenar fuera. Escuchando apagarse la ducha, Crystal asomó la cabeza por las escaleras.
―¡Estoy en casa! ―dijo cuando Laura salió del baño.
―¡Estaré abajo en unos segundos! ―respondió antes de que la puerta de su habitación se cerrara.
Cuando Laura bajó unos minutos después, Crystal se sorprendió de verla vestir unos pantalones de deporte y una camiseta color lavanda con el doble símbolo de mujer dibujado en ella.  Ciertamente no era lo apropiado para llevar si iban a cenar fuera.




 Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles

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5 comentarios:

  1. Refiriéndome a lo que alguien comentó en otros capítulos de lo buena que es esta novela y que casi (la mayoría de las veces sin el casi) no dejan comentarios, recordé lo que dice una amiga acerca de que muchas lectoras son como esas personas que entran al súper mercado, toman una revista del anaquel y se van a los pasillos, la leen y a la salida la dejan donde estaba y salen sin comprarla. XD

    Le comenté lo que alguien dijo aquí acerca de que nadie está obligado a comentar y me contestó que tampoco nadie está obligado a compartir, y lo hacen. ¡Plop! XD

    Lasgriegas.
    México.

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  2. Cuánta razón tienes. Yo fui la que dijo que casi no la comentan ;-) .Pero por lo que contestó Jjaxxel , si que la leen pero no se animan a comentar.
    Sigo diciendo que a mi me encanta como está evolucionando la historia entre las protgonistas.
    Saludos desde Canarias

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  3. Ays!
    Yo la vengo leyendo desde sus comienzos, me tiene en ascuas desde el primer dia y ya no veo las horas de que pase algo entre estas dos!
    Asi sigo esperando ansiosa!!!

    Alma

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  4. yo he leido,,,siempre comento al final y ps soy nueva en la pagina xD..asi q....esta historia me encantaaa muchoooooo...

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  5. Me encanta esta hiiistoooriiiiiaaaaa!!
    Lo bueno es que puedo leerla completiiitaaaaa y no esperar a que publique porque ya la terminooooooo!!
    Wiiii.. Saludos desde Venezuela!
    Te felicito, sos buena escritora :*

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