Capítulo
49
Crystal rió con
ganas y negó con la cabeza.
—Creo que paso.
Ahora mismo no busco una relación.
—Lástima. ¿Por
una ruptura fea?
—No. —Como era
su costumbre, Crystal bajó la vista hacia la mesa para hablar sobre sí misma—.
Nunca he tenido una relación estable.
—Una auténtica
lástima. Eres joven, pero, ¿no te parece que ya es hora de ir buscando a
alguien con quien compartir tu vida? —Helen extendió la mano y palmeó la de
Crystal—. Hazle caso a este carcamal, querida. No hay cosa más triste que no
tener a nadie a quien amar cuando vuelves a casa. Personalmente, creo que te
estás limitando con eso de no buscar en el otro lado de la valla. Mi sobrina es
una joya, ¿sabes? Escritora de éxito, con carrera… y no está nada mal, ¿eh?
Crystal
advirtió el gesto de complicidad de Helen y sonrió.
—No, para nada.
Laura es una persona muy agradable, pero no hay nada de eso entre nosotras.
Además, no soy su tipo.
—Pues no sé qué
decirte, querida. Mi sobrinita parece pensar otra cosa.
—¿Qué ha dicho
sobre mí?
—Ah, tienes
curiosidad, ¿eh? —preguntó Helen con aire interesante—. Te diré lo que vamos a
hacer. Aún quedan como veinte minutos para la cena, ¿no?
—Sí, por lo
menos.
—Si me das una
calada o dos, a lo mejor me animo a revelarte cierta información confidencial.
Crystal no
necesitó que se lo repitiera.
—Vamos.
********
Laura se sentía
agotada para cuando apagó el motor, aunque ver el ya familiar Omni allí
aparcado le levantó un poco el ánimo. Eso significaba que Crystal estaba en
casa y, probablemente, que su tía habría decidido irse a dormir temprano.
Recordando la bolsa colmada de productos de limpieza que llevaba en el asiento
trasero, la cogió y se dirigió a la puerta.
Tras dejar la
bolsa en la mesa de la entrada, advirtió con cierta extrañeza que ninguna de
las dos estaba en el piso de abajo. Lo que no le sorprendió tanto, por
desgracia, fue el desbarajuste que reinaba en la sala de estar. La cocina tenía
mejor aspecto. Los platos estaban limpios y secándose, aunque juzgó que la
autora de tan magnánimo gesto había sido su compañera de piso, puesto que el
colador yacía en el extremo opuesto del fregadero. Laura se dio unos minutos
para reacomodar todos los utensilios de cocina antes de subir la escalera.
—¿Hola?
—exclamó Laura al oír voces a medio camino del piso superior.
—Estamos aquí
—respondió Crystal.
Laura no pudo
evitar enarcar las cejas ante este nuevo cambio de rutina. Su tía Helen y
Crystal estaban juntas en la misma habitación y, a juzgar por los sonidos que
provenían del interior, se lo estaban pasando bien. El aroma dulzón que salía
de debajo de la puerta le aclaró el motivo. Al abrir, lo primero que vio fue
una montaña de ropa sucia, unos vaqueros arrojados sin ningún cuidado en el
respaldo de la silla naranja y las botas de trabajo de Crystal tal cual habían
caído al quitárselas de dos patadas. Crystal estaba cómodamente tumbada en la
cama y Helen ocupaba la silla con los pies en alto.
—Hola —dijo
Crystal—. ¿Cómo está tu madre?
—Hola,
calabacita —saludó a su vez Helen—. Ven a sentarte y nos cuentas.
—No te
preocupes por la ropa —le advirtió la joven—. Pasa por encima y ya está.
—O también
podría alquilar una excavadora —respondió Laura con acritud. Evitó pisar la
ropa sucia y fue hasta la cama, sentándose con las piernas cruzadas en la
esquina más cercana a la puerta del balcón. Entonces, dirigió una mirada a su
tía y luego a Crystal—. Ya veo que habéis encontrado algo en común —afirmó con
un tono que no dejaba lugar a dudas sobre lo que opinaba al respecto.
—Te pareces
demasiado a tu madre. —Helen frunció el ceño y tomó la pipa de las manos de
Crystal—. Y bien, ¿cómo está?
—Cien veces
mejor que cuando la ingresaron —dijo Laura—. Si todo va bien esta noche, a lo
mejor le dan el alta mañana por la mañana.
—¿A qué hora
vas a ir a verla? —preguntó Helen.
—Quiero llegar
allí como a las nueve o las diez.
—Voy contigo
—dijo Helen, extendiendo la mano para que Crystal le diera el encendedor.
Laura observó
cómo su tía de cincuenta años le daba una calada a la pipa y pensó para sí que
debía haberla poseído algún bicho de la Dimensión Desconocida.
Laura aún se sentía incómoda al ver a Crystal fumando, pero lo de su tía era
harina de otro costal.
—Em… ¿Tía
Helen?
—Dime,
calabacita. —Helen parecía estar viéndola, pero tenía los ojos levemente
cerrados. Al parecer, llevaba ya un buen rato en aquella habitación.
—¿Te importaría
no fumar… eso delante de mí? Se me hace un poco raro.
—Tengo una idea
—dijo Crystal recogiendo su pipa y dejándola sobre el cenicero—. Voy a por un
cigarrillo. ¿Por qué no salimos al balcón? Laura se va a asfixiar aquí dentro.
—Excelente,
querida. —Helen se puso en pie un tanto precariamente, se enderezó y fue hacia
la puerta corredera.
—¿Y de qué
habéis estado hablando? —preguntó Laura a Crystal, procurando quedarse atrás.
—Ah, toda clase
de cosas —le respondió la joven—. De hermanas, familias, libertad… y de ti,
claro.
—¿De mí?
—Bueno… —Los
ojos de Crystal adquirieron un brillo travieso—. Tú eres lo principal que
tenemos en común. Y por cierto, ¿lo de saltar barriles con la bicicleta? Mala
idea.
—¿Te ha contado
eso? —Laura estaba conmocionada puesto que esa era una de las anécdotas que más
la avergonzaban, en especial cuando el comandante de la base llamó a su padre
para contarle que ella había estado jugando en un área no autorizada.
—Me ha contado
un montón de cosas —dijo Crystal con tono juguetón. Helen no había tardado
mucho en entonarse, regalándole una tremenda retahíla de los momentos más
embarazosos de la niñez de Laura—. Como esa vez que fuiste a visitarla y te
perdiste en el metro.
—Fue ella la
que me dijo que me quedara en la línea roja —refunfuñó Laura mientras salían al
balcón—. Así que ahora tienes por hobby hablar de mí, ¿eh?
—Tienes suerte
de que se me olvidara echar los álbumes de fotos a la maleta —dijo Helen—. ¿Te
acuerdas de aquel verano que fuimos de acampada? ¿Cuándo vinieron tus primos?
En ese momento,
Laura sintió un gran alivio de que la oscuridad que les rodeaba ocultara el
rubor que sin duda teñía su rostro.
—Sí, me
acuerdo. ¿Podemos cambiar de tema?
—Ah, es mucho
más divertido meternos contigo —dijo Crystal recostándose en su silla y
apoyando los pies sobre el barandal—. A ver, Helen, me estabas contando la
primera vez que Laura se emborrachó.
—Oh, no —gruñó
la mujer en cuestión—. ¿Y todavía te
preguntas por qué no suelo beber? Basta con que una tía te lleve a tu primera
borrachera.
—Te pasaste
todo el rato abrazada a una diosa de porcelana, ¿no? —la picó Crystal.
—Fue su mejor
amiga aquella noche —añadió Helen con tono divertido—. Y también a la mañana
siguiente.
—Pero apuesto a
que tú tienes más confianza con esa diosa en particular que yo —dijo Laura
devolviéndole la broma.
—Ahí me has
pillado, colega. —La única bombilla del muelle trasero aportaba escasa
iluminación, pero lo bastante como para que Laura viera la pantomima de Crystal
como de haber recibido un disparo en el pecho—. Sin embargo, yo nunca he
intentado bajar a gatas unas escaleras.
—No se te
olvida nada, ¿verdad, tía Helen?
—De hecho, casi
nada, calabacita —contestó Helen, disfrutando de lo lindo. Crystal y ella
tenían unos cigarrillos encendidos y la mujer le dio al suyo una buena calada
antes de seguir vacilando a su sobrina—.Tendrías que haberla visto, Crystal. No
paraba de hablar con la barandilla.
La amigable
charla siguió durante más o menos una hora, aunque Laura dejó de sentirse
avergonzada después de aquella última anécdota. Por fin, tras varios bostezos,
quedó patente la necesidad de dar por terminada la velada y Helen se retiró a
la habitación de Laura, misma que ocupaba desde que llegó. Laura siguió a
Crystal adentro, sorteando unos pantalones cortos que había tirados junto a la
puerta.
—¿Cómo puedes
vivir en medio de este desastre? —preguntó Laura.
—Sé
perfectamente dónde está cada cosa. Es un desastre organizado —dijo Crystal
dejándose caer en la cama y apoyando la espalda contra el cabecero—. Y dime,
¿ya te has hartado o te sientes de humor para hacerme una visita de vez en
cuando?
Desde la
llegada de Helen, había pasado la mayor parte de las tardes en el piso de
abajo, por lo que las dos amigas no habían tenido muchas ocasiones de sentarse
a charlar, y Laura se descubrió echando de menos esos ratos.
—Vale, pero si
me prometes que sólo fumarás cigarrillos.
—Trato hecho
—convino alegremente Crystal al tiempo que daba un golpe en el brazo de su
silla naranja—. Siéntate y relájate.
—Veo que esta
noche estás de buen humor —apuntó la escritora, sentándose a continuación—.
Todavía no me puedo creer que tú y mi tía Helen hayáis hecho buenas migas, y
menos que hayáis estado fumando hierba.
—La verdad es
que me dejó pasmada cuando me preguntó si tenía —dijo Crystal ahuecando una
almohada antes de ponérsela en la espalda—. Pero una vez que se me pasó el
cabreo, me di cuenta de que no está tan mal. Un poco rara, pero simpática.
—No te ha
contado su teoría sobre los alienígenas y los laboratorios secretos que tienen
escondidos en el desierto, según veo.
—Ah, lo estoy
deseando. Me ha dicho lo de su primo, el que tiene un espectáculo de travestís
en Nueva York.
—Ya te habrás
dado cuenta de que no todos a los que llama primos lo son en realidad —le
explicó Laura—. Creo que la mayoría son hijos de sus amigos, y a ella le
encanta jugar a la tía rica con ellos.
—Ya… A mí no me
hubiera importado tener una tía rica cuando era pequeña.
—Bueno, no
estaba mal, pero nunca me interesó su dinero. Ir a verla era como estar en un
parque de atracciones gigante. Nunca se sabía lo que iba a hacer, pero era
divertido. —Sin pensarlo, Laura se quito las zapatillas y subió los pies a la
cama de Crystal—. Créeme, hay un límite para lo que una persona puede
divertirse en cierto tiempo, dejando aparte el bajar gateando una escalera. —Se
inclinó hacia delante y le dio a Crystal una palmada en la pierna—. Eh, me ha
llegado un cheque esta mañana. ¿Qué te parece si salimos tú y yo a cenar
después de que salgas del trabajo mañana?
—¿Y qué hacemos
con Helen?
—Se la
apalancaré a Bobby. Seguro que le encantará contarle todos sus chismorreos. —La
mente creativa de la escritora trabajó durante un momento antes de idear el
escenario perfecto para su plan—. Le comeré el tarro con el rollo de que a mi
hermano le encantaría pasar la tarde con ella antes de irse a la Universidad.
—Estoy segura
de que le va a encantar —dijo Crystal.
—¿Sabes que fue
ella quien me compró mi primer coche cuando acabé el instituto? Era de segunda
mano, pero no estaba oxidado y llevaba pocos kilómetros. Un "cinco
puertas" muy útil para moverme por el campus.
—Mi primer
coche es el mismo que tengo ahora —dijo Crystal haciendo un gesto hacia el
aparcamiento—. Fui tirando de lo que me devolvía Hacienda e hice pagos
trimestrales para conseguir ese montón de chatarra. Lo tengo desde hace casi un
año.
—Y seguro que
lo valoras más de lo que yo valoraba mi Ford. No llevar cadenas en mitad de una
tormenta y mi falta de experiencia lo llevaron al desguace cuatro meses después
de que mi tía Helen me lo compró.
—Oh, eso
apesta.
Laura sonrió al
escuchar la frase malsonante de su amiga, pero al final asintió.
—Supongo que depende
de cómo lo mires. El seguro me dio el dinero que necesitaba para comprarme los
libros, así que no tuve que pedirles prestado a papá y a mamá cuando quedaba
tan poco para Navidad. En cualquier caso, ahorré lo que me sobró y empecé a dar
clases particulares para comprarme otro coche.
—Apuesto a que
tuviste más cuidado con ese —aventuró Crystal.
—Pues sí
—admitió laura por su parte—. Me duró hasta el último año de carrera. —Acto
seguido, frunció el ceño tratando de recordar cómo se habían desviado tanto del
tema. Claro que, con Crystal, cualquier conversación era una montaña rusa—. Ah,
la cena.
—Sí. ¿Adónde
habías pensado ir? Hay uno muy barato como a kilómetro y medio del hospital. Ya
sabes, ése con los cristales ahumados.
Laura hizo una
mueca.
—¿Y si vamos a
un sitio donde la mitad del plato no sea grasa?
—¿Estás de
coña? Es el mejor sitio. Hacen unas costillas buenísim… —Crystal pareció
replantearse la idea un momento—. Ah, cierto, que tú no comes carne roja. Pero
también tienen marisco.
—Sin duda empanado
y nadando en aceite —respondió Laura—. Hay un italiano cerca del centro
comercial.
—¿Y comida
china? —propuso Crystal ignorando el comentario de su compañera de piso.
—Siempre como
demasiado cuando voy a un chino. ¿Qué tal el sitio nuevo de la Quinta ?
—Demasiado
caro. Michael sólo ha podido darme unas cuantas horas extra esta semana.
—Crystal suspiró y alcanzó sus cigarrillos—. Es como cuando empezamos a vivir
juntas. No nos ponemos de acuerdo en nada.
Laura no pudo
evitar sonreír.
—Ya… Pero hemos
mejorado mucho desde entonces. Llevo semanas sin recoger la toalla del suelo
del baño. Y hablando del baño…
—Yo no he sido
—afirmó Crystal antes de oír el final de la frase.
—Mala
conciencia, ¿eh? —bromeó Laura—. Ya sé que tía Helen usó mis jabones, pero me
ha dicho que no ha comprado los nuevos. Así que, ¿de dónde han salido?
—¿El hada del
jabón?
—Me da que soy
un poco mayor para creer en hadas, Crystal. Sin embargo, sí creo que hay por
aquí una compañera de piso que ha tenido un detalle maravilloso.
Crystal sonrió
al escuchar palabras como aquellas, a las que definitivamente no estaba
acostumbrada.
—Es que echaba
de menos el olor.
—Para eso
existen los ambientadores —puntualizó Laura—. A mí no me la das. Te lo
agradezco mucho. Son incluso más bonitos que los que tenía antes.
La rubia sonrió
de nuevo y apagó su cigarrillo.
—¿Cómo hemos
acabado hablando de esto? Estábamos con la cena.
—Yo he sugerido
el restaurante de la Quinta
—retomó Laura.
—Y yo he dicho
que es demasiado caro.
—La mayoría de
las cenas cuestan menos de veinte dólares, Crystal. Además, voy a invitar yo
porque el cheque ha sido de un poco más de lo que esperaba. ¿O es que te creías
que iba a invitarte a cenar y dejarte pagar después? —Laura negó con la
cabeza—. No soy tan mala en las citas.
—Ya, bueno, es
que la última vez que alguien quiso pagarme la cena lo hizo esperando algo a
cambio. —Crystal sonrió—. Pero dado que no tienes nada que hacer conmigo,
acepto.
—Oh, por favor.
Veros a ti y a tía Helen llevándoos tan bien vale más que una simple cena. ¿De
qué habéis estado hablando aquí dentro?
En ese momento,
Laura se puso a recoger un poco de ceniza que había caído sobre la mesita de
noche, así como un montón de paquetes de tabaco arrugados.
Crystal, por su
parte, le lanzó una sonrisa traviesa.
—¿Aparte de
intentar decidir qué es mejor, si el papel o la pipa? —Su cara cambió de pronto
al darse cuenta de lo que Laura pretendía hacer—. Oye, deja mi basura en paz.
—Laura abrió las manos para que la joven le quitara lo que había estado
recogiendo.
—Sólo quería
ayudar —dijo la mujer de pelo oscuro.
—Ya, ayudar a
limpiar —afirmó Crystal tirando los paquetes y todo lo demás a la papelera, ya
de por sí llena a rebosar—. Esta es mi habitación. Puedo tenerla tan sucia como
quiera.
—Hay una
diferencia entre el desorden y que parezca una zona de guerra.
—Pero es mi
zona de guerra —puntualizó la rubia con orgullo—. Si yo no voy a ponerte tu
cuarto hecho un desastre, tú no puedes venir a limpiar el mío. Me porto bien en
el resto de la casa.
Laura se
sacudió las manos en los pantalones antes de entrelazarlas para resistirse a la
tentación de recoger el paquete que había caído fuera de la papelera.
—Tienes razón.
—No es que esté
estropeando las paredes o la alfombra. Sólo está…
—Desordenada
—aventuró la escritora.
—Desordenada,
sí, eso suena bien. —Crystal sonrió—. Claro que decir que yo soy un poco
desordenada es como decir que en Maine sólo nieva un poco en invierno.
Ambas mujeres
se echaron a reír, continuando las bromas sobre sus respectivas manías un poco
más.
—Entonces,
aparte de qué es mejor, si el papel o la pipa… y no, no quiero saber la
respuesta… —dijo Laura—, ¿de qué más habéis estado hablando?
Capítulo
50
—De hermanas
—afirmó Crystal encogiéndose de hombros—. Le he dicho que debería preocuparse
más por el estado de salud de su hermana y menos por si ha terminado de pagar
las letras de la casa.
—¿Le has
hablado de Patty?
—Un poco. Le he
dicho que llevamos mucho tiempo separadas y que aunque estuviera viviendo en
una caja, querría verla y pasar tiempo con ella.
—Así que por
eso ha dicho que quiere ir a ver a mamá mañana —dijo Laura—. Me tenía intrigada
con semejante cambio de idea. —A continuación, miró a Crystal con aire
pensativo—. Supongo que algunas veces todos necesitamos que nos recuerden qué
es lo verdaderamente importante.
—No sé.
Supongo. —Crystal se encogió de hombros y levantó las rodillas, dejando
descansar allí sus brazos, sin dejar de recostarse contra el cabecero de la
cama. Una triste mirada melancólica cruzó su rostro en ese momento.
—¿Cómo te ha
ido hoy con Jenny? —le preguntó Laura al darse cuenta del día que era. Crystal
solía ponerse en plan solitario después de sus sesiones y Laura pensó que tal
vez aquélla sería otra de esas noches en que su compañera necesitaba quedarse
despierta y hablar.
—Bien, supongo.
—Crystal meneó la cabeza, como dándose cuenta del aspecto que debía tener en
aquel momento, y aplastó su cigarrillo contra el cenicero—. No es nada.
—¿Seguro? A mí
me parece algo.
—Estuvimos
hablando un rato sobre mi madre. —Crystal bajó la mirada—. Y te aseguro que no
ha sido uno de mis mejores momentos en esa oficina. —Laura permaneció en
silencio, a sabiendas de que su papel era escuchar sin interrupciones—. Doc me
metió en ese juego estúpido en el que se supone que le gritas a tus padres.
—Laura asintió, comprendiendo de qué hablaba aunque nunca hubiera estado
presente. Entonces, Crystal siguió hablando con la mirada perdida—. ¿Sabes qué
es lo más raro? Que por mucho que pienso que la odio, una parte de mí sigue
preocupándose por ella. —Alargó la mano como para agarrar una pelusa imaginaria
encima de la manta—. ¿Te acuerdas de lo mal que estabas cuando te llamaron para
decirte que tu madre estaba enferma? Yo quisiera que la mía me hubiera
importado lo suficiente como para reaccionar igual, pero adivina qué. —Crystal
lanzó una leve carcajada y meneó la cabeza—. Si recibiera esa llamada hoy
mismo… iría.
—Me da que esta
conversación se merece una taza de té —dijo Laura, consciente de que aquello
era lo suficientemente serio como para atajarlo—. Vamos a bajar al sofá, poner
la tele de fondo y hablar.
—Laura… ¿Crees
que es posible querer y odiar a alguien al mismo tiempo?
Tras aspirar
profundamente, Laura se planteó la respuesta con seriedad.
—Creo que
podemos odiar las cosas que ha hecho una persona a la que amamos. Y creo que
hay gente a la que nunca se podrá amar —dijo, pensando en el padre de Crystal—.
Lo mejor que podemos hacer es que nos sean indiferentes. No me gusta gastar mi
energía en odiar a alguien. Si me han herido hasta el punto de que no puedo
perdonarles o volver a confiar en ellos, les borro de mi vida y sigo adelante.
—Laura se puso en pie y extendió su mano—. Venga, vamos abajo. Si te portas
bien, a lo mejor me acuerdo de dónde tenía escondida una caja de malvaviscos y
el chocolate —aventuró, sabiendo de antemano que Crystal no era muy afecta al
té.
Con el
transcurso de las horas y la conversación, ninguna de las dos se dio cuenta del
momento en que la puerta de la habitación de Laura se abrió a medias o de cómo
la acústica de la casa transportaba sus voces hasta el piso de arriba. Si
alguna se hubiera molestado en mirar, hubieran visto a Helen sentada junto a la
puerta, con la luz de la luna reflejándose en su cabello plateado.
********
—¿Dónde tiene
la bandeja de servir? —preguntó Laura antes de abrir uno de los estantes y
cerrarlo de nuevo. Al parecer, su madre había reacomodado la cocina después de
que ella se fuera de casa.
—Creo que está
en el de encima de la nevera —dijo Bobby, reclinándose sobre la barra americana
que separaba la cocina de la sala. A continuación, cogió un trozo de queso y se
lo llevó a la boca.
—Deja ya de
comer —le amonestó Laura—. Se me había olvidado que pareces un ratón.
—¿Qué puedo
decir? Me encanta el queso —dijo, comiéndose otro pedazo.
—Pues a los
demás también, y me gustaría que quedara algo cuando nos sentemos a la mesa.
—Laura encontró la bandeja sobre la nevera y acomodó encima las tazas y la
tetera—. ¿Me puedo fiar que saques eso sin comer nada más?
—No —afirmó él
con tono divertido, antes de echarse otro trozo a la boca y encaminarse hacia
la otra habitación. Laura meneó la cabeza y volvió a comprobar el equilibrio de
la bandeja. La porcelana china de su madre, esa que nunca abandonaba el
armario, lucía esplendorosamente en sus manos y lo último que Laura deseaba era
cuartear o romper alguna pieza. Asegurándose de que las tazas estaban seguras,
levantó la bandeja con sumo cuidado y cruzó la puerta abatible.
—Aquí viene el
té —anunció.
—Excelente,
cariño —dijo la madre de Laura—. Déjalo aquí.
Gail Taylor
estaba sentada en una silla de terciopelo rojo mientras su hermana ocupaba otra
igual, de espaldas al fuego de la chimenea. Bobby permaneció de pie junto a una
de las mesas laterales, disfrutando de lo lindo con el queso y las galletas.
Laura, por su parte, dejó la bandeja y empezó a llenar las delicadas tazas de
color blanco y dorado.
—Y bien, ¿qué
te dijo el médico? —preguntó Gail a Helen, reiniciando la conversación que
tenían antes de que Laura llegara con el té.
—Que madre
debía quedarse bajo techo y no estar con nadie que tuviera la gripe. Ya ves tú,
en un asilo de ancianos.
—Pero si ha
tenido una mala reacción a la gripe, ¿qué otra cosa pueden hacer? —preguntó
Helen, tomando la taza de té y el plato que Laura le alargaba.
—Siempre
podemos traérnosla a casa —dijo Helen. Laura, que había estado atenta a la conversación,
enarcó las cejas y meneó la cabeza.
—¿Y dónde
piensas ponerla? La abuela no puede quedarse aquí. No hay nadie que la cuide.
Laura se dio
cuenta de su error al recibir una mirada taladrante por parte de su madre.
—Me las apañé
perfectamente contigo y con tu hermano desde que llevabais pañales. Si
contratamos a una enfermera, no veo por qué no podría quedarse aquí mi madre,
por lo menos durante un tiempo. —Gail miró entonces a su hermana—. Helen,
¿acabas de oír a mi hija?
Laura,
sintiéndose como una niña, alargó otra taza a su tía y se sentó, dirigiéndole
una mirada de soslayo a su hermano. Bobby, por su parte, se la devolvió con
aire cómplice, a sabiendas de lo que le esperaba a continuación.
—No puedes
culpar a las nuevas generaciones de no tener ni idea de qué es lo que realmente
importa —dijo Helen tomando un sorbito de té y dejando parte de su pintalabios
en la porcelana china.
—Helen, ¿te
acuerdas de cuando le robamos el coche a Papá Edsel? —preguntó Gail. Su hermana
sonrió inmediatamente.
—Oh, querida.
Llevaba años sin pensar en eso. Nos cayó una buena cuando vio la abolladura.
—Esa fue la
última vez que lo hicimos. A veces me pregunto si Robert y yo no fuimos
demasiado blandos —dijo Gail, mirando con determinación a su hija—. A ti ni se
te ocurra meterme en un asilo, ¿entendido, jovencita?
Laura adoptó un
aire ofendido.
—Ni en sueños,
madre —dijo la joven—. Bobby, deja ya de comerte todo el queso.
—Y ahora no
trates de meter en problemas a tu hermano —volvió a amonestarla Gail antes de
dirigirse de nuevo a su hermana—. ¿Cuánto piensas quedarte?
—No tengo nada
que hacer hasta mediados de mes. —Helen tomó otro sorbito de té—. Hay una
inauguración en el Met y no puedo faltar. Ya sabes lo mucho que apoyo el arte.
—O sea, que aún
nos quedan cinco días —dijo Gail—. No hay necesidad de que Laura te esté
trayendo y llevando constantemente. Hija, tráete las cosas de tu tía esta
noche. Puede quedarse en tu antigua habitación.
La escritora
hizo sus mejores esfuerzos por no ahogarse con el té que tenía en la boca.
—Em… por
supuesto, mamá. Tengo que ir a casa a recoger a Crystal en una hora más o
menos. Dejaré aquí las maletas antes de ir a cenar.
Laura advirtió
la sonrisita sabihonda de su tía, pero no quiso indagar sobre la causa enfrente
de su madre.
—Y supongo que
pagar unos precios exorbitantes por cenar es lo que tú llamas un modo apropiado
de gastar el dinero. Sería más lógico que vinieseis aquí. Bobby, ¿has puesto a
descongelar el asado como te dije?
—Sí, mamá.
—Pues arreglado
—dijo Gail felizmente al tiempo que se alisaba los pliegues de la falda—. Os
quedáis a cenar. No pasas tanto tiempo con tu familia como deberías y quién
sabe cuándo volverá a visitarnos tu tía.
—Em… —A pesar
de que normalmente pensaba rápido, Laura encontró dificultades para dar con una
excusa que les librara de aquélla sin ofender a su madre—. Yo no como carne
roja.
—¿Y cuándo he
dicho que era asado de carne roja? —Gail meneó con la cabeza y miró a su
hermana—. Te lo juro, Helen, no sé qué les pasa a estos críos. A lo mejor la idea
de papá de meternos en cintura con una vara de nogal no era tan mala después de
todo. Laura, llevas sin comer carne roja desde que eras adolescente. ¿Te crees
que se me ha olvidado? Tal vez no estoy al 100%, pero tampoco estoy senil.
Laura sólo pudo
asentir, deseando que se la tragara la tierra.
—Seguro que
disfrutarás un guiso de pollo casero con patatas asadas y tal vez un poco del
suflé de tu tía Helen.
Bobby y Laura
intercambiaron miradas. El suflé de Helen equivalía a los pasteles de frutas de
otras familias. Un mal necesario que tuvieron que sufrir año tras año durante
su infancia. Tal vez eso de que las dos hermanas no se hablasen tenía sus
ventajas, después de todo.
—Lo consultaré
con Crystal.
—No, llámala
ahora mismo y pregúntale —la urgió Gail.
—Está en el
trabajo, mamá. Sólo puedo llamarla por cosas importantes.
—¿Y el hecho de
que vaya a cocinar para cuatro o cinco personas no es importante?
Bobby alargó el
teléfono inalámbrico a Laura, consciente de quién acababa de ganar la batalla.
********
—Muy bien,
Sheridan. Vamos a terminar esta habitación y empezamos a limpiar —dijo Josh
Thompson, el supervisor de Crystal—. Ya son más de las cinco.
—Vale, ya voy
—le contestó Crystal sin mirarle.
Acababa de
empezar a asegurar las tachuelas de esta sección y había por lo menos otros
cuatro ángulos que necesitaban fijarse para mantener el revestimiento
temporalmente fijado. Con tiempo y práctica, la rubia se había vuelto muy
eficiente con la pistola de clavos. Ya no rompía la capa superficial y era tan
rápida como cualquiera de los hombres que hacían el mismo trabajo en las otras
secciones del edificio. Aun así, el día había sido largo y el brazo empezaba a
dolerle por el esfuerzo incesante. La limpieza, lo más fastidioso de la
jornada, todavía estaba pendiente, y a juzgar por el barullo de trozos de
revestimiento que cubrían todo el suelo de la sala, calculó que le llevaría
como una hora más. Tras limpiarse el sudor con la manga de la camisa, Crystal
volvió a levantar la pistola de clavos e insertó un cargador nuevo.
—Eh, rubiales,
al teléfono —le gritó uno de los trabajadores.
—Voy —contestó
ella ajustándose la herramienta al cinturón de trabajo antes de salir de la
oficina e ir a buscar el teléfono. A medida que iban subiendo pisos, Michael
había instalado extensiones para la línea telefónica para minimizar el tiempo
que sus empleados estaban lejos de los puestos. Entró en la primera habitación
junto a las escaleras, vio el teléfono en una de las sillas y otra más, vacía,
junto a la primera. Éste mostraba varias lucecitas encendidas, señal de que no
era la única que estaba esperando una llamada. Con la intriga de quién estaría
llamándola al trabajo y no al busca, Crystal levantó el auricular y presionó el
botón.
—Crystal al
aparato.
—Crystal, soy
Laura. Perdona que te moleste en el trabajo, pero mi madre quiere hacer una
cena en casa esta noche.
—Ah, no hay
problema. Podemos salir cualquier otro día —dijo Crystal, malinterpretando las
palabras de Laura sin darse por invitada—. Me ofreceré voluntaria para trabajar
hasta tarde hoy. Hay mucho que hacer, te lo aseguro.
—O sea, ¿qué no
quieres venir?
—¿Qué? ¿No has
dicho que tu madre quiere que cenes con ella esta noche?
—Claro, pero
nos ha invitado a las dos, no sólo a mí. Venga, no me puedes dejar aquí sola.
Tienes que venir.
—Oh, perdona.
Te he entendido que querías cancelar lo nuestro para ir allí. —Crystal se sentó
en la silla vacía—. Tengo que pasar por casa a ducharme y cambiarme de ropa.
Hace un calor de mil demonios y estoy agotada.
—No hay
problema —dijo Laura—. Yo tengo que ir a por las cosas de tía Helen, así que
hay tiempo de sobra para que te arregles. Helen se va a quedar con mamá a
partir de ahora.
—Genial.
Estaría bien entrar en el baño y no tener que oler ese condenado perfume que
usa por todas partes. —A su alrededor, Crystal podía oír el barullo de las
herramientas de construcción—. Oye, Laura, tengo que seguir trabajando. Creo
que llegaré sobre las seis y media o así.
—Vale. Nos
vemos en casa y podemos ir en mi coche. Oh, y Crystal…
—¿Sí?
—Jamás cancelaría
una cita contigo, fuera cual fuese el otro plan —dijo Laura con firmeza—. Te
veo como en una hora y media.
Crystal se
despidió rápidamente y colgó el teléfono, pero se quedó mirándolo durante un
momento.
“¿Cenar con su familia?”
De pronto, la
idea de limpiar la obra no le pareció tan mala.
Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles
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autor.
Se acercaaaa el momentooooooo ... lo se jajajajaja :D gracias por la traduccion y las correcciones chicas :D
ResponderEliminarcena familiar un paso más
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