Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

El Corazón de Cristal - 45 y 46


Capítulo 45

La luz del amanecer empezaba a teñir el cielo y a colarse en el dormitorio de Crystal, como desafiando a la joven a despertar. Con un gruñido molesto, se giró en la cama y extendió el brazo hacia el cenicero y los cigarrillos que estaban en su mesita de noche.


“Será mejor que lo vaya dejando”, pensó con aire apesadumbrado llevándose un cigarrillo a los labios y encendiéndolo. Después de llegar del hospital, Crystal se había pasado casi una hora sentada en el sofá mientras Laura recorría la sala de arriba abajo, limpiando cosas que en realidad no estaban sucias y hablando sin parar sobre su madre.
“Menos mal que no ha dejado el hábito de la limpieza, porque si no esto sería una leonera. Yo nunca malgastaría mi tiempo en sacarles brillo a las patas de la mesa de café. Con tanta actividad, es imposible que el polvo vaya a posarse en ningún sitio”.
A pesar de la falta de sueño, Crystal se sentía extrañamente a gusto. La madre de Laura estaba enferma y, a pesar de que la cosa iba en serio, los médicos parecían mostrarse optimistas y capaces de controlar la situación.
Tras una larga calada, Crystal contempló la pintura abstracta que decoraba una de sus paredes.
“Todavía no entiendo qué le ve Laura a esa cosa. Hasta un crío de cinco años podría hacerlo”.
El cuadro no mostraba más que unos cuantos brochazos de color brillante que formaban un patrón regular.. Crystal siguió mirando el cuadro mientras se consumía su cigarrillo, reflexionando sobre lo ocurrido la noche anterior. Comprendió que había tenido que llevar a Laura al hospital, puesto que ella se encontraba demasiado afectada para conducir, pero no comprendía por qué no había llamado a Jenny. Había dado por hecho que Laura telefonearía de inmediato a su ex amante para que la ayudara.
“En realidad, yo no he servido de mucho. Sólo estuve… allí”.
Crystal se encogió de hombros, incapaz de determinar en qué momento había hecho algo útil por Laura. Aun así, le agradaba pensar que al menos había sido capaz de consolar un poco a su compañera de piso.
Tras estrujar la colilla en el cenicero, Crystal salió de la cama y se encaminó al cuarto de baño. “Si no puedo dormir, será mejor que me vaya arreglando”. A medida que se acercaba a la ducha, se preguntó con curiosidad si Laura recordaría que tenía un partido de softball. “Claro que no vamos a ir. Me pregunto a qué hora querrá irse al hospital”.
En ese momento, la idea de que quizá Laura no iba a necesitarla cruzó por su mente. Tras silenciar la necesidad más apremiante de la mañana, sin duda debido a la gran cantidad de café y chocolate que había ingerido el día anterior, Crystal se aseguró de que la puerta estaba cerrada y se metió en la ducha. Corriendo la cortina transparente, se maravilló otra vez de que nunca tuviera restos de jabón. “Seguro que la limpia a conciencia después de ducharse todos los días”, pensó dejándose empapar por la cascada de agua caliente.
Consciente de que Laura estaba aún profundamente dormida y de que probablemente quería seguir en ese estado un poco más, Crystal se premió con una sesión extra larga de ducha, dejando que las cálidas gotas recorrieran su cuerpo. A pesar de que lo estaba disfrutando de lo lindo, de pronto sintió curiosidad por la perilla multifunción. Dio un rápido giro a la llave y el agua que caía suavemente se convirtió en un chorro concentrado de mayor potencia.
—Ohhh… —exclamó, cubriéndose los pechos por la fuerza del agua—. Es la última vez que hago estas cosas. —Girándose para que el agua le masajease la espalda, Crystal se dio el lujo de pasar allí unos minutos más antes de cerrar la llave y salir, situándose sobre la esponjada alfombrilla azul. La ducha había resultado vigorizante, pero aprendió la lección y decidió no jugar con la perilla de ahí en adelante…, o al menos, no cuando ésta apuntaba a zonas sensibles de su cuerpo.
—¡Diablos…!
No tuvo necesidad de echar un vistazo al baño para asegurarse de que se le había olvidado traerse la ropa limpia. La ropa interior que había traído descansaba ahora, empapada, sobre la barra de la cortina. Por lo menos, Laura sigue dormida. Tras arrojar la toalla sobre la barra, empezó a pasarse el cepillo por el pelo, estudiando su imagen en el espejo y advirtiendo, no sin pesadumbre, que sus pechos parecían algo más caídos de lo que normalmente estaban.
 “Genial, tengo veinticinco años y ya me estoy arrugando”, pensó. “Aunque es lógico, las tengo demasiado grandes como para que se queden ahí arriba toda la vida”.
Inclinándose hacia delante, estudió su reflejo con detenimiento en busca de arrugas en su frente y alrededor de los ojos. Al no encontrar ninguna, y sintiéndose bastante estúpida por lo que acababa de hacer, Crystal terminó de peinarse y se lavó los dientes. Cuando iba a dejar otra vez el cepillo en el soporte, su mirada cayó sobre la bandeja del jabón.
—¡Diablos! —murmuró. De alguna forma, se las había arreglado para dejarla llena de agua y los jabones literalmente flotaban en ella. Alcanzando la toalla, secó a conciencia la bandeja y los jabones, acomodándolos después de forma que no se notara demasiado el desastre.
“¿Para qué demonios tiene esos jabones en el baño si nadie los puede usar? Para que huela bien, basta con poner un ambientador”.
Aquélla era sólo una más de las muchas molestias tolerables de su compañera de piso. A Laura no le gustaba la cortina de la ducha ni que Crystal utilizara la barra como tendedero de su ropa interior y a ella no le gustaban los jabones que “no se pueden usar", la funda de pelo de la taza ni el papel, duro y reseco, que su amiga insistía en comprar.
“Tú tienes tus caprichos y yo los míos”, pensó Crystal, colocando el último jaboncito en su lugar. “Simplemente, los míos no son tan molestos”. Tras arrojar la toalla húmeda otra vez sobre la barra, abrió la puerta y miró hacia la izquierda para asegurarse de que la habitación de Laura estaba cerrada antes de echar a andar, totalmente desnuda, hacia la suya.
********
Exhausta por la desvelada de la noche anterior, sin mencionar el miedo que había pasado por lo de su madre, Laura no se sorprendió demasiado cuando abrió por fin los ojos y comprobó que era casi mediodía. Intentando despejar el sueño que aún le nublaba la vista, se levantó y caminó hacia el baño con aire desganado. Casi por inercia, tiró de la toalla que estaba colgada en la barra de la cortina de la ducha y quitó la ropa interior que la acompañaba y dejó ambas cosas sobre el borde del lavabo, cosa que ya formaba parte de su rutina mañanera, puesto que Crystal era quien normalmente se levantaba primero. Girando las llaves de paso hasta lograr la temperatura adecuada, Laura cayó en la cuenta del chorro que caía con fuerza y lo miró pensativamente, advirtiendo quién lo había cambiado.
“Es la primera vez que lo hace”. Una idea terriblemente lasciva cruzó su mente en aquel preciso instante. “¿Qué estaría haciendo aquí dentro?”. Cambiando la perilla de nuevo, Laura se metió bajo el agua y agarró el jabón con una sonrisa pícara en los labios.
Media hora más tarde, bajaba las escaleras. No se había preocupado de secarse el pelo, que le caía libremente hasta la altura de la mandíbula por delante y a la altura del cuello por detrás. Un agradable olor se las arregló en aquel momento para colarse en sus fosas nasales y sonrió.
—Mmmm…, ¿qué huele tan bien? —preguntó, sabiendo que Crystal estaba en la cocina. Inmediatamente, le contestó una voz clara y animada.
—He encontrado una caja de tortitas y las instrucciones venían en el lateral —dijo Crystal regalándole a Laura una sonrisa—. He oído la ducha y pensé que tendrías hambre.
—Muchas gracias —contestó Laura, contemplando la torre de tortitas que había en un plato y sintiendo cómo su estómago rechinaba—. Ya se me ha olvidado la última vez que alguien me hizo el desayuno.
Después de pensarlo un momento, se dio cuenta con cierta pesadumbre de que Jenny había sido la última persona que había pasado la noche con ella y la había sorprendido de esa forma. De aquello hacía casi tres años, y Laura se preguntó a dónde había pasado todo ese tiempo. “Encerrada arriba frente al ordenador y sin parar de escribir”, contestó una voz en su interior.
—Tu vida sexual es tan aburrida como la mía, ¿eh? —dijo Crystal con una mueca irónica, sacando a Laura de sus pensamientos—. No me lo explico, con todas esas mujeres pululando a tu alrededor. —Crystal le dio la espalda para retirar la siguiente tanda de tortitas de la plancha.
Laura, por su parte, la miró con aire pensativo.
—Supongo que llevo un tiempo sin ocuparme de eso. —Acodándose en el mostrador, alcanzó la cafetera y vertió el líquido humeante en una de las tazas que había cerca—. En realidad, tampoco lo había pensado. —Perdida en sí misma, Laura no se dio cuenta del momento en que Crystal fue hasta la nevera y le acercó el cartón de leche—. Oh, gracias —dijo en ese momento, alargándole la taza—. Así está bien.
—Tú siéntate y relájate. —Crystal señaló en dirección a la mesa—. Yo me encargo de esto. Tengo la receta.
Laura asintió, se dejó caer en una silla y se llevó la taza a los labios. Hipnotizada por el vapor que se elevaba frente a sus ojos, Laura dejó que sus pensamientos vagaran con libertad mientras contemplaba a la mujer que iba y venía en la cocina. Después de todo el tiempo que habían vivido juntas, iba comprendiendo cada vez un poco más a su hermosa pero conflictiva compañera.
Ahora entendía que Crystal era poco menos que un alma solitaria que sufría profundamente por ello. Cuando se había mudado, Laura podía captar el inquebrantable escudo de una mujer criada en las calles. El tiempo, sin embargo, le había mostrado lo que había bajo ese escudo. En ocasiones Laura lograba entrever a la adolescente confusa pidiendo a gritos que la protegieran de aquellos que debían haberla protegido y sentía encogérsele el corazón al pensar en la joven que jamás había recibido el amor que con tanta desesperación necesitaba. Pero la noche anterior y esa misma mañana le estaban mostrando otra parte de Crystal.
Laura sintió el cariño en la forma en que la había abrazado durante su ataque de llanto, los cálidos abrazos que llegaban justo cuando más los necesitaba, el café y las tortitas esperándola al despertar. Cuando Crystal dejó sobre la mesa el plato y el sirope, Laura se levantó y envolvió a la joven con sus brazos.
—Muchas gracias por haber estado conmigo ayer —susurró Laura con la boca enterrada en el rubio cabello de su amiga—. Fue muy duro para mí y sólo quiero que sepas que te lo agradezco. —Retrocediendo levemente, pero aún sin soltarla del todo, Laura miró con intensidad sus ojos verdes—. No cualquiera se pasaría toda una noche sentada en la sala de espera de un hospital sólo para dar apoyo moral a una amiga.
La media sonrisa de Crystal parecía forzada y Laura se dio cuenta de que la joven era incapaz de mantener el contacto visual.
—Ya, bueno… —dijo la rubia antes de apartarse de ella—. Tú también me has apoyado. Es lo menos que podía hacer. Será mejor que comas algo antes de que se enfríe.
Captando la incomodidad de su amiga, Laura dirigió una última mirada a Crystal antes de volver a sentarse. La escritora apenas había dado el primer bocado a su desayuno cuando cerró los ojos y dejó escapar un gruñido de satisfacción.
—Oh, está buenísimo. —Otro bocado—. No me había dado cuenta del hambre que tenía.
—Bueno, ayer no cenaste nada —indicó Crystal, negando con la cabeza cuando Laura le señaló la torre de tortitas—. No, gracias. Me he levantado temprano y ya he comido. Ah, por cierto, te han llamado por teléfono.
—¿Ah, sí? —Laura cortó con el tenedor otro pedazo de tortita—. ¿Quién era?
—Tu tía Helen.
El tenedor de Laura se detuvo a medio camino entre el plato y su boca y miró a su compañera como si acabara de decir que los de Hacienda querían pedirle audiencia.
—Y… ¿qué ha dicho? —preguntó con turbación. La mención de la excéntrica hermana de su madre nunca era buena señal. Laura aún se acordaba de las muchas ocasiones en que sus padres se habían encerrado tras una reunión familiar para discutir acerca de algo que Helen había dicho o hecho.
—Que llegará al aeropuerto a las cuatro y veinte. Te he apuntado el número de vuelo. ¿Por qué pones esa cara?
Laura había cerrado los ojos y arrugado la nariz, completamente segura de que estaría sufriendo un horrible dolor de cabeza antes de acabar el día.
—¿Te ha dicho cuánto se va a quedar?
—No. Había mucho jaleo y su acento es algo extraño.
—Es de Boston —dijo Laura, abriendo los ojos y contemplando la tortita mientras la empujaba por el plato—. Viene y eso no es bueno —susurró.
—¿No es uno de tus parientes más queridos? —aventuró Crystal.
—La soporto —convino Laura con tono de fastidio—. Es un poco… Es del tipo de personas que “lo que ves, es lo que hay”. La tía Helen no se calla nada y opina de todo. —Tras varios tragos de café, destinados más a ordenar sus ideas que a saciar la sed, Laura continuó—. No sería tan horrible si no pensara automáticamente lo contrario que mis padres sobre cada cosa.
—¿Se lleva bien con tu madre? —preguntó Crystal.
—Si hace tiempo que no se ven, la cosa no va tan mal durante un rato. Se ponen al día de sus respectivas vidas y cotillean sobre el resto de la familia.
—No suena tan mal.
Laura levantó la cabeza.
—No, esa es la parte buena. Luego mi madre empieza a fastidiarla con su costumbre de beber o fumar o el sinfín de novios que tiene o su vida descarriada. —Laura encerró esas últimas palabras entre comillas con los dedos—. Entonces empieza lo bueno. Cuando papá vivía, los tres se enfrascaban en unos profundos debates sobre todos los temas de este mundo y más. La última vez que vino de visita le dijo a mamá que se negaba a quedarse bajo el mismo techo que ella. —En ese punto, sus ojos se abrieron desmesuradamente ante una idea—. Oh, Dios, espero que ya se le haya olvidado. No quiero que se quede aquí. Voy a buscarle un hotel.
—Vaya, debe ser horrible, ¿eh? —Crystal negó con la cabeza—. Y yo pensando que yo te trizaba los nervios. Parece ser una buena pieza, si puede superar a tu infernal compañera de piso. —Tomada por sorpresa por el comentario, Laura vio a su amiga encogerse de hombros—. Te oí una vez hablando por teléfono —confesó Crystal.
—Yo… —Laura bajó la vista hacia el plato, lamentando en serio que la joven hubiese escuchado aquellas palabras saliendo de su boca—. Hace mucho que no lo digo. Por lo menos estas últimas semanas.
Crystal meneó la cabeza quitándole importancia.
—No te preocupes. Tenías todo el derecho. Debe ser difícil vivir con alguien tan…
—¿Vago? —aventuró Laura, provocando una media sonrisa de su compañera.
—Iba a decir alguien tan diferente a ti —concluyó Crystal, mirándola fijamente—. Tampoco es fácil convivir con la señorita Trapo y Fregona, pero oye, no nos va mal.
No parecía estar tan molesta por el comentario anterior como Laura había supuesto y la escritora decidió que Crystal ya debía haberla perdonado.
—Así es —convino Laura, al menos por ahora—. Alguien me dijo una vez que, con tolerancia y paciencia, no hay nada que no se pueda solucionar si la gente implicada está dispuesta a esforzarse para ello. Quién sabe, a lo mejor un día acabamos siendo buenas amigas.
—Mejor no adelantar acontecimientos —le advirtió Crystal con un dejo de ironía y pareciendo mucho más relajada y amigable de lo normal—. Sigo pensando que eres un dolor de muela con todo eso de limpiar y lavar. —Acto seguido, se puso en pie y se tanteó el bolsillo del pantalón—. Hora de fumar. Volveré en un par de minutos y, si quieres, iré contigo al hospital. Bobby ha llamado y ha dicho que se reunirá contigo allí.
—Parece que he sido la última en caerme de la cama esta mañana —dijo Laura—. Y sí, puedes venir si quieres, aunque luego tendrás que llevarme al aeropuerto para recoger a mi tía.
—No hay problema. Por lo que he oído de ella hasta ahora, será divertido. Ahora vengo. —Así, Crystal abrió la puerta corredera y salió a fumar.
Laura devolvió su atención al plato de tortitas que tenía delante, a pesar de que su apetito parecía haberse calmado al oír mencionar a su problemática tía. Tenía la esperanza de que Helen estuviera más preocupada por el estado de salud de su hermana que por traer a colación los seis mil tópicos que, invariablemente, terminaban convirtiéndose en una auténtica batalla dialéctica. “¿Quién la habrá llamado?”, se preguntó. “Seguro que la abuela Betty”.
Helen había sido una de las personas que no consiguió localizar en la primera ronda de llamadas, frustrada cuando el buzón de voz le indicó que no quedaba espacio en la cinta para dejar mensajes. Laura se hizo una nota mental para no recordarle a su tía la discusión que había terminado con su negativa a quedarse en la casa y evitar así que quisiera alojarse con ellas. Para consternación de Laura, sintió una punzada en la sien anunciándole el dolor de cabeza que estaba por llegar, y empezó a dudar de que aquel día fuera a resultar bien.

Capítulo 46

Bobby había estado esperándolas en el hospital y una mueca contrariada decoraba su joven rostro.
—Ya era hora. Mamá pensaba que no ibas a venir.
—¿Está despierta? —preguntó Laura a medida que se aproximaban. Su hermano estaba en el pasillo, frente a la puerta de la habitación de su madre.
—Sí, estoy despierta —gritó la mujer desde dentro. Laura compartió una mirada con Crystal antes de entrar, saludando de inmediato a su madre y disculpándose por no haber llegado antes. Con pesadumbre, comprobó que su hermano y Crystal no la habían acompañado dentro, obligándola a lidiar con su siempre alerta y, a juzgar por la expresión de su cara, nerviosa madre.
—¿Cómo te sientes? Nos has dado un buen susto.
Gail Taylor agitó su mano con desgana, sin preocuparse por las vías inyectadas en su brazo.
—No os podréis librar de mí tan fácilmente. Tengo toda la intención de hacerte la vida imposible un poco más. —A pesar de la valentía que demostraba, Laura estaba segura de que su madre no había pasado un buen rato precisamente.
—¿Ha venido ya a verte el médico?
—Oh, sí, uno detrás de otro. Las enfermeras me han estado despertando cada hora para tomarme la presión y he conocido a un médico de cada área de este hospital. —La mujer extendió la mano, dejando ver una señal dentada en la base de su dedo anular—. Han tenido que romper los anillos por la hinchazón —dijo Gail con solemnidad—. Nunca me los había quitado desde que tu padre me los puso hace treinta años.
—Seguro que se pueden arreglar —aventuró Laura.
—No se trata de eso —afirmó su madre con tono cortante—. El doctor Stevens me ha dicho que esto podría volver a pasar. Quiere que lleve uno de esos botones de pánico alrededor del cuello para avisar a una ambulancia.
La idea de que su madre necesitara uno de esos chismes asustó a Laura más de lo que quiso admitir. Ya era suficiente con que su madre pareciera tan hinchada, puesto que apenas podía distinguir sus pómulos. Que algo así pudiera pasar otra vez sin previo aviso la aterrorizaba.
—Mamá… —Laura aspiró profundamente.
—Ah, no, de eso nada. —Gail negó enérgicamente con la cabeza—. Por muy serio que pueda resultar esto, no pienso tener una enfermera en casa.
—No iba a decir eso —respondió Laura, a pesar de que la idea había cruzado por su mente—. Pero tal vez deberías considerar tener a alguien que te eche una mano. No quiero que te esfuerces tanto.
—Tonterías. Tú estás sólo a una llamada de distancia y me sé de memoria el número de emergencias.
—¿Y si te caes y no puedes llegar al teléfono?
—Me estás hablando como a una abuela. No soy inútil, Laura. —El cansancio comenzaba a aparecer en el rostro de Gail—. Dejémoslo por ahora. Los médicos dicen que saldré de aquí a finales de semana. Ya veremos cómo van las cosas.
Laura asintió, ya que no quería molestar a su madre y tampoco estaba de humor para meterse en una discusión interminable.
—Otra opción es que me quede contigo hasta que te sientas mejor, si quieres. —Para cualquier otra persona, eso sería una oferta de lo más natural, pero en el caso de las determinadas mujeres Taylor, era magnánima en extremo. Laura amaba profundamente a su madre y el sentimiento era mutuo, pero hacía mucho que no se sentían cómodas la una con la otra. Esa idea le recordó de golpe al familiar que en aquel momento sobrevolaba sus cabezas en algún lugar—. Mamá… ¿te ha dicho Bobby quién va a venir?
—Helen no, ¿verdad? —preguntó la mujer con un dejo esperanzado. Laura asintió, deseando para sí que su hermano dejara de escabullirse para fumar con su compañera de piso y entrara en la habitación—. Pues en mi casa no se queda —afirmó Gail rotundamente—. Estoy demasiado cansada como para aguantarla.
—No te van a dar el alta hasta dentro de una semana, ¿no?
—Y cuando salga de aquí no quiero tener que aguantarla —insistió su madre—. La ciudad está plagada de hoteles. Que se quede en uno. —Gail gruñó algo incoherente y su rostro mostró los esfuerzos que estaba haciendo por mantenerse calmada. Al verlo, Laura alargó la mano hacia el botón de auxilio, pero la mujer la detuvo—. No, no hace falta. Es que últimamente me canso mucho.
Aliviada, pero no sin preocupación, Laura retrocedió y dejó caer su mano hasta uno de los barrotes que rodeaban la cama.
—Vale —dijo al fin, no queriendo alterar más a su madre—. Le buscaré dónde quedarse. —A continuación, fue hasta la cabecera y acomodó una de las almohadas que su madre tenía detrás de la cabeza—. ¿Mejor?
—Mucho mejor —aseguró Gail a su hija con una sonrisa aprobatoria que pareció extraña en su rostro hinchado por el edema—. Siempre fuiste una buena chica.
—Porque tuve unos padres geniales —afirmó Laura palmeando el hombro de su madre antes de colocarse donde pudiesen mirarse a los ojos—. A lo mejor no has estado de acuerdo con todo lo que he hecho, pero me has apoyado y me has querido. —Para sorpresa de Laura, se encontró pensando en Crystal y la recorrió una oleada de empatía, deseando que su compañera de piso hubiese podido crecer con unos padres tan buenos como los suyos—. Te quiero, mamá —dijo, apretando la mano de su madre.
—Bueno, ya basta de ñoñería —dijo Bobby mientras entraba en la habitación. Tras él, Laura pudo entrever a Crystal en el pasillo con aire de indecisión y le indicó que pasara también.
—Ya era hora de que volvieras —reprendió la mujer al chico antes de mirar a Crystal—. ¿Cómo estás?
—Bien —respondió ella educadamente—. Espero que ya se encuentre mejor.
—Sí, mucho mejor —respondió Gail antes de tomarse un momento para respirar profundamente. Laura decidió en ese instante que su madre necesitaba descansar… y que ella tenía que enfrentarse con el familiar que pronto llegaría a la ciudad.
—Mamá, nos vamos a ir ya para que descanses —dijo ella, cubriendo los hombros de la mujer con la manta—. Relájate un poco. Volveré más tarde.
—Supongo que vas a traer a Helen —dijo su madre con tono de fastidio al tiempo que se recostaba sobre las almohadas.
—¿Te crees que tengo elección, mamá? —Le preguntó antes de terminar de ajustar bien la ropa de cama sobre el cuerpo de su madre y enderezándose—. Nos vemos luego.
Laura se inclinó para besar a su madre en la frente antes de hacerse a un lado para que Bobby pudiera despedirse también.
********
Los alrededores del aeropuerto estaban atascados de furgonetas y coches en constante batalla por ganar un hueco en el aparcamiento mientras una miríada de taxis trataban de colarse entre ellos.
—Odio venir aquí —dijo Laura cuando otro taxi metió el morro en el escaso metro de distancia de seguridad que las separaba del coche de delante.
—Me sorprende que no nos haya rozado —afirmó Crystal, mirando con desprecio al conductor—. ¿Quién fue el imbécil que diseñó este sitio?
—No creo que la responsabilidad sea de ningún imbécil. —Echando un vistazo a la señal de aparcamiento limitado, Laura comprobó el retrovisor y se metió en el carril izquierdo—. Estoy segura de que es cosa de un comité.
—De un comité de algunas drogas duras —comentó Crystal—. Mira, allí hay un sitio.
—No, está demasiado cerca de la puerta. Debe ser para discapacitados. —Al aproximarse, el dibujo azul en el suelo confirmó las sospechas de la escritora. Les llevó tres vueltas más y, por tanto, volver a ver tres veces la señal de aparcamiento limitado, el que Crystal viera un coche salir en ese preciso momento y ocupar el lugar vacante.
—Esto es de locos —refunfuñó la rubia—. Ya sabía yo que debía haber una buena razón para no ir volando a ningún sitio. No por el avión, sino por el maldito aeropuerto.
—Y hasta aquí ha sido la parte fácil —dijo Laura, haciendo girar la llave y activando el sistema de alarma del coche—. Tenemos que ver por qué puerta va a salir. Sólo me dijo el número de vuelo. —Se abrieron paso entre los vehículos aparcados, aunque sólo para verse detenidas de nuevo por una doble hilera de coches que no parecían dispuestos a frenar lo suficiente como para que ellas pudieran cruzar. Tras asistir pacientemente al tremendo repertorio de frases coloridas de su compañera de piso, Laura aprovechó un espacio y se lanzó como una flecha hacia la Terminal principal.
Los brillantes carteles de señalización y el fluir constante de personas creaban una abigarrada colección de colores y sonidos. Laura se detuvo ante uno de los mapas el tiempo suficiente para orientarse, decepcionada al comprobar que la puerta a la que tenían que ir estaba justo en el otro extremo de la Terminal. El temperamento de Crystal estaba ligeramente sensible aquel día, hasta el punto de que Laura se vio temiendo que, si algún transeúnte le daba un golpecito por accidente, iban a intercambiar algo más que insultos y gestos obscenos. Para cuando llegaron a la puerta, Crystal estaba claramente nerviosa y sin darse cuenta sacó su paquete de cigarrillos.
—Cierto —dijo con tono frustrado—. Aquí dentro no se puede fumar.
Tras dejar escapar un suspiro de fastidio, Crystal se dejó caer en la silla baja de plástico. Laura se sentó junto a ella y observó que la zona empezaba a llenarse de gente que también esperaba el vuelo.
—Me temo que no —afirmó Laura con delicadeza. Sin pensarlo, levantó una mano y la posó sobre el hombro de Crystal, un poco dolida al sentir un estremecimiento bajo sus dedos. Planteándose por un momento si apartarse o no, la escritora dejó que su mano resbalara hacia abajo, masajeando con suavidad la parte alta de la espalda de la joven. Dado que ésta no hizo nada por apartarla, Laura alteró el movimiento, formando pequeños arcos con sus dedos hasta que sintió que la tensión y la tirantez de los músculos empezar a ceder—. Hemos llegado quince minutos antes —dijo sin cesar de aplicar el agradable masaje en la espalda de Crystal. Era cierto que había sentido cierto rechazo al principio, pero Laura sospechaba que se había debido más a la reticencia automática de la joven mujer a que la tocaran.
—Me da que, cuando se vaya, la vas a tener que traer tú sola —dijo Crystal, aunque su tono era definitivamente menos agitado que antes—. Yo no pienso volver a pasar por todo este rollo.
—¿Y cómo esperas que salgamos de aquí? —La interrogó Laura con aire irónico—. Dudo que el coche vaya a venir a recogernos aquí.
Crystal pareció reflexionar sobre el problema y frunció el ceño aún más. Laura, por su parte, hizo todo lo posible por no sonreír, pero la mueca de su compañera de piso era demasiado mona como para evitarlo.
—Buen punto —farfulló Crystal.
—Sólo expongo los hechos, amiga mía. Y no olvides que Helen va a llegar con tres o cuatro maletas como mínimo.
—¿Es que piensa mudarse aquí o qué?
Laura sonrió al escuchar eso, puesto que su tía se caracterizaba, entre otras cosas, por llevar siempre consigo una cantidad de equipaje mayor a la que cualquier otra persona necesitaría incluso para dar la vuelta al mundo.
—Esperemos que no quiera quedarse más que unos días. Si no, vamos a necesitar uno de esos cochecitos portaequipajes.
—¿Cómo que vamos? —preguntó la rubia con tono cortante—. Es pariente tuya, no mía.
—Vale. Pues tú te vas con ella y que te dé la brasa hasta que se te caigan las orejas. A mí me da igual.
—Me da que voy a arrepentirme de haber querido pasar el día contigo —afirmó Crystal con cautela, como dejando una puerta abierta a la esperanza.
Cuando por fin aterrizó el avión y los pasajeros comenzaron a salir en tropel por la puerta, Crystal no tuvo ninguna duda de quién era Helen. Ataviada con sedas de brillantes colores y un sombrero a juego, Helen Chick sobresalía entre la multitud. Laura corroboró las sospechas de Crystal con un movimiento de cabeza y empezó a gesticular para atraer la atención de la rimbombante mujer.
—¡Ooh, Laura Elizabeth! —exclamó Helen, con una voz que pareció ahogar el jaleo que las separaba. Saludando efusivamente, se abrió paso entre los demás viajeros y envolvió a Laura en lo que a Crystal le pareció un abrazo de oso.
—Hola tía, ¿cómo estás? —preguntó Laura cuando consiguió recuperar el aliento.
—Ah, como siempre, calabacita. Ocupada, ocupada, ocupada.
Crystal enarcó las cejas al escuchar el apodo cariñoso de su compañera de piso y haciéndose una nota mental para vacilarle después con eso. Al darse cuenta de que de repente era el centro de atención, alargó su mano.
—Yo soy Crystal, la compañera de piso de Laura.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Helen alegremente, abrazando a la joven con fuerza—. Eres una monería de chica. —Demasiado sorprendida como para resistirse, Crystal no se resistió al cariñoso gesto. A esa distancia, fue capaz de ver más claramente a la tía de Laura. Bajo el pomposo sombrero, una masa de cabello plateado rodeaba el rostro que, sospechaba, rara vez salía a la luz del sol sin una buena capa de maquillaje. De hecho, casi podían adivinarse varias capas de base y sombra de ojos que constituían la imagen pública de Helen Chick.
—Ah… gracias —farfulló Crystal, pidiendo ayuda a Laura en silencio.
—Tía Helen, no es… —comenzó a decir Laura.
—Salgamos de aquí antes de que nos quedemos copadas una hora —dijo Helen, cortando sin miramientos a su sobrina—. Aborrezco este aeropuerto.
Crystal no estaba segura del auténtico alcance de la palabra aborrecer, pero a juzgar por la cara de asco de Helen, no debía ser bueno. Claro que otra idea le rondaba la cabeza a raíz del comentario anterior a ese. Helen pensaba que entre ellas había algo más que amistad. En cualquier caso, dado que ya se dirigían hacia la zona de equipajes y que Helen había pasado a enumerar las múltiples cosas que funcionaban mal en el aeropuerto local, Crystal decidió dejar para después las aclaraciones pertinentes acerca de ese punto.
El brazo de Helen sostenía un bolso de cuero con ribetes dorados. La joven suspiró profundamente al ver la miríada de bolsas de viaje que daban vueltas en la cinta transportadora. Estaba segura de que no iban a caber en el Jeep y se preguntó si Laura habría traído cuerdas para el portaequipajes del coche. Sin embargo, una vez retirada la primera maleta, Crystal pasó a preocuparse por el hecho de que su espalda fuera a sobrevivir al esfuerzo de meter los bultos en el maletero.
Al parecer, Helen empacaba cada accesorio de la cocina cuando viajaba, pero no le preocupaba demasiado tener que cargarlos, puesto que en ese momento de limitaba a señalar con el dedo qué maletas eran las suyas e indicando a Laura el orden preciso en que debían ser colocadas en el carrito.
En cuando salieron al cálido aire de agosto, Crystal echó mano de sus cigarrillos. Sin embargo, antes de encenderlo, una nube de humo la rodeó, ya que al parecer Helen era más rápida en lo que a utilización de mecheros se refería. Crystal terminó de encender el suyo y, antes de guardar el encendedor, se vio sorprendida por una voz jovial.
—¿Tú también fumas? —Helen le dio una palmada en la espalda.
“Maldición, qué fuerza tiene”.
—Sí —respondió Crystal medio tosiendo.
—Pues en mi coche no se fuma —dijo Laura con firmeza, deteniendo el carrito justo detrás del Jeep—. ¿Prefieres un hotel en concreto?
—No hay motivo para enriquecer a esos antros… y menos en este pueblo —dijo Helen—. A tu madre le sobra espacio en esa casucha que tiene.
Crystal, que en ese momento intentaba acomodar dos maletas en el coche mientras mantenía su cigarrillo en precario equilibrio entre los dientes, sintió que Laura se estremecía.
—Mamá quiere que te quedes en un hotel. Supongo que no se le ha olvidado lo que dijiste la última vez que estuviste de visita.
—Chorradas. ¿Recorro no sé cuántos kilómetros para verla y no tiene la decencia de abrirme las puertas de su casa? No, calabacita, hay que poner la más grande abajo.
—Pensaba que ésta era la más grande —refunfuñó Laura, volviendo a sacar la maleta del Jeep y echando un vistazo a la que Crystal empujaba hacia ella—. No te puedes quedar en casa de mamá —repitió.
—Hmpf, vale. —Helen se cruzó de brazos mientras su cigarrillo arrojaba volutas de humo a la atmósfera—. Si va a estar en ese plan, por mí no hay problema. Al menos tú no eres tan maleducada como para dejar a un familiar en la calle.
Crystal estaba haciendo enormes esfuerzos para no entrar en la conversación, pero se vio incapaz de no dar un respingo al escuchar esa última frase. No había que ser físico nuclear para suponer a dónde quería llegar Helen.
—Em… ¿Laura?
—¿Sigues teniendo esa casa junto al lago? —prosiguió Helen, ignorando las miradas que se dirigían las dos jóvenes—. Debe tener una vista genial ahora que empieza el otoño.
—Tía Helen, no tenemos cuarto de invitados.
—Bah, haremos como cuando tú venías de visita en verano —dijo Helen con un gesto casual—. Vamos a cargar todo esto para ver qué se ha hecho Gail esta vez. Por tu estado de ánimo, supongo que no es grave.
—Necesita tiempo y medicación —comenzó a decir Laura—. Pero oye, no te puedes quedar con nosotras.
—Venga, Laurita —dijo Helen como si estuviera hablando con un niño—. ¿Ya no te acuerdas de cuando vine a veros y tuvimos esa agradable y prolongada charla sobre tu “compañera de piso”? No tienes de qué avergonzarte.
—No soy esa clase de “compañera” —afirmó Crystal por fin—. Tengo mi propia habitación.
—Oh. —Helen frunció el ceño y Crystal prácticamente daba por zanjado el tema cuando la estrambótica mujer encontró la solución perfecta—. A lo mejor tendrás un sofá, ¿no? —A continuación, rió con ganas—. Te prometo que no apareceré con ningún jovencito.
Crystal miró a Laura a tiempo de captar su característica caída de hombros en señal de derrota. “Supongo que vamos a tener compañía unos días”. Contemplando la montaña de equipaje que esperaba ser acomodado en el interior de Jeep, lo único que pudo pensar con claridad la rubia fue que al menos se tratara de días, y no de meses.



Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles
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4 comentarios:

  1. Con lo buena que es ésta historia y nadie deja comentarios :-(
    Bueno a mi personalmente me tiene enganchada,lo primero que hago nada más despertarme es entrar en el blog para saber como continuan las cosas entre Cristal y Laura.
    Gracias por molestarse en traducirla y subirla al blog.
    Un saludo desde Canarias

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    1. No dejan comentarios pero si que la leen....

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    2. Mejor tarde que nunca. Por casualidad me encontre con esta historia. Y me a gustado mucho. Felicitaciones por subirla

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  2. Jejejejeje nos descubrieron.. Amo esta historia

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