Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

El Corazón de Cristal - 41 y 42

Capítulo 41

—¿Y cómo te hizo sentir eso?
Crystal no necesitó girar la cabeza para sentir los ojos de la terapeuta fijos en ella. En lugar de eso, siguió mirando al techo. Con un encogimiento de hombros, utilizó su defensa habitual.

—No lo sé.
—‘No lo sé’ no es una respuesta. Inténtalo otra vez. Cuando empezaste a contárselo, ¿cómo te sentiste?
—Nerviosa —admitió Crystal, estirándose para colocar sus manos detrás de la cabeza—. Cuando empecé, tenía miedo de que se asustara y no volviera a hablarme o algo así.
—Y cuando te diste cuenta de que eso no iba a pasar…
Crystal tragó saliva, deseando haberse preparado algo de beber al llegar.
—Me sentí…, no sé, bien, supongo. No me miró de forma rara ni nada. Al menos, eso creo. En realidad no la miré mucho mientras hablaba. —En ese momento, dirigió la vista hacia Jenny, recordando lo que Laura le había contado de su ruptura—. Ella también me contó cosas. —Crystal se detuvo por un momento—. Supongo que eso también me hizo sentir bien.
—¿Cómo te sentiste al compartir tu historia con otra persona?
Crystal miró al techo una vez más.
—Al principio me dio miedo. El corazón me latía muy deprisa, como si me preocupara que él fuera a entrar en la habitación y a sorprenderme hablando del tema con otra persona. —Aspirando profundamente, intentó ordenar sus pensamientos—. Ella simplemente me dejó hablar y hablar, sin importarle lo estúpida que pudiera parecer. ¿Sabes qué fue lo mejor?
—¿Qué?
—Que me creyó. —Crystal se desperezó de nuevo, apoyando el codo en el puff sin dejar de mirar a Jenny—. Laura me creyó, sin importar lo que le dije o cómo lo dije.
—A medida que empieces a llenar tu vida de gente buena, descubrirás que hay muchos en quienes puedes confiar. Amigos que creerán cualquier cosa que les digas y no te juzgarán nunca. Esos son los que necesitas. No gente tóxica.
—Quieres decir mis viejos amigos.
—Los amigos cambian a medida que creces, y crecer no es algo que ocurre cuando cumples dieciocho y te conviertes en un adulto legal. A lo largo de tu vida, descubrirás qué son lo que yo llamo los amigos especiales.
—Como Laura —dijo Crystal—. Después de nuestra charla, siento que puedo contarle casi cualquier cosa.
—Es bueno construir una confianza en otra persona, ¿verdad? —le preguntó Jenny.
—Estuvo bien eso de decir la verdad sobre lo que sucedió. —Lo único que deseaba Crystal era ofrecer un poco de sí y sintió que las palabras acerca de la confianza acudían a su mente. Para su sorpresa, Jenny tenía otra idea.
—Y cada vez que cuentas tu historia a otra persona, te quitas un poco de peso de los hombros. Disminuyes el poder que tiene sobre ti.
—No tiene ningún poder sobre mí. Yo estoy al mando —protestó Crystal.
—Eso crees, ¿verdad? —Una mueca de asombro fue su única respuesta—. ¿Cuándo fue la última vez que te subiste en un ascensor con un hombre sin sufrir un ataque de pánico? ¿Cuándo fue la última vez que dormiste bien sin emborracharte o drogarte antes? Ni siquiera hemos empezado a estudiar si sufres alguna disfunción sexual. —Esas palabras golpearon a Crystal y supo que lo estaba reflejando en su rostro. Frunció el ceño y apartó la mirada, pero su terapeuta y amiga no pareció darse por aludida—. No has estado al mando de nada, excepto de aislar tus sentimientos a toda costa. Tanto si lo admites como si no, actúas y reaccionas en base a tus experiencias y no podrás seguir adelante hasta que superes tu pasado. Crystal, quería proponerte que te unas a un grupo que viene aquí los martes por la tarde.
—¿Un grupo? —“¿De qué demonios me estás hablando?” Incorporándose hasta quedar cara a cara con Jenny, Crystal otorgó a la terapeuta toda su atención.
—Hay un grupo de mujeres que se reúnen aquí todas las semanas para hablar acerca de sus sentimientos y experiencias. Es para supervivientes de violaciones y abusos sexuales.
—Estás bromeando. ¿Sentarme en una habitación con un montón de extrañas para contarles lo que me pasó? —Crystal meneó la cabeza enérgicamente—. Ni hablar.
—¿Qué es lo que te da miedo? —le preguntó Jenny—. Cada una de ellas es una superviviente, igual que tú.
—Sería más probable encontrar una bola de nieve en el infierno, doc. No pienso hacerlo.
—Podrías simplemente sentarte y escuchar. No estás obligada a decir nada. Lo único que debes saber es que el grupo tiene las mismas reglas que nuestras sesiones. Nada de drogas ni alcohol antes de ir. Muchas de esas mujeres están también en fase de desintoxicación.
Jenny se levantó y fue hasta el sofá, recogiendo su carpeta antes de sentarse sobre un almohadón de cuero. Los ojos de Crystal no se despegaron de ella ni un momento al tiempo que se preguntaba qué es lo que se proponía la terapeuta con todo aquello. Acto seguido, obtuvo su respuesta.
—¿Te acuerdas de lo que escribiste en tu diario… —echó un vistazo al cuaderno y comprobó la fecha—, el viernes por la noche?
Los ojos de Crystal se abrieron como platos al intentar recordar. El diario se había convertido en su ritual nocturno mientras se fumaba el último cigarrillo antes de irse a la cama. A menudo olvidaba que, eventualmente, Jenny iba a leerlo y dejó vagar su mente por los pensamientos y sentimientos transcritos al papel por su propia mano.
—Yo, em… intento no pensar que vas a leer lo que escribo.
—Soy consciente de eso —dijo Jenny—. Aquí dices cosas muy intensas, pero lo que entresaco una y otra vez de tus palabras es tu necesidad de sentir que formas parte de algo.
—¿Qué? —Sin pensarlo, Crystal se incorporó hasta tomar el lugar que Jenny había ocupado antes en el puff azul, cerca del sofá—. Yo nunca he dicho eso.
—¿Ah, no? —Jenny señaló un punto de la hoja con el dedo—. Justo aquí, y cito textualmente: “Siento que estoy de visita en este mundo y luego vuelvo al mío…" —adelantó unas páginas—. Este día escribiste bastante. Deja que lo encuentre… ah, sí, aquí está. Dices que “siento que estoy desmoronándome y que nadie puede volver a juntar todas las piezas. Nadie me entiende". —Lo único que Crystal pudo hacer fue asentir ante la gran verdad que reflejaban sus palabras—. Quiero que des el siguiente paso, Crystal —afirmó Jenny en voz baja.
—Lo pensaré —respondió ella, acodándose sobre sus propias rodillas—. También estoy estudiando para el GED por las noches, así que ya veré.
—¿En serio? No me lo habías contado. ¿Cuándo empezaste?
—Laura encontró una página web con toda la información y esas cosas. Me imprimió los cuestionarios y me ha obligado a hacerlos para que podamos hacernos una idea de lo que necesito aprender —dijo Crystal con evidente emoción—. Me va mejor de lo que ella creía.
—¿Laura te está ayudando?
—Sí. Hace de profesora, corrigiéndome los exámenes y eso. —Crystal intentó descubrir el significado de la expresión de Jenny, pero antes de lograrlo la terapeuta se levantó y ocupó el puff que quedaba vacante.
—Eso está muy bien —dijo Jenny—. Es un paso en la dirección correcta. Deberías considerar escribir sobre ello en tu diario nocturno. Hasta ahora no habías mencionado nada.
—Lo escribí al principio de la noche pasada, pero aún no has tenido oportunidad de leerlo —dijo Crystal—. Estaba cabreada porque no era capaz de recordar todas las fórmulas que Laura insiste en meterme en la cabeza —meneó la cabeza y continuó—: No sé, doc. Unas veces creo que puedo hacerlo y otras que soy una idiota incapaz de aprender una palabra.
—Es muy común tener dudas acerca de uno mismo, especialmente con algo que supone una meta tan difícil. Yo también dudaba de mí cuando estaba en la escuela.
—¿En serio?
—Pues claro. Todo el mundo tiene dudas, Crystal. El objetivo es enfrentarlas y seguir adelante. Si fallas una vez, no des por hecho que siempre lo harás. ¿Te acuerdas de cuando hablamos acerca de aprender de las experiencias pasadas? ¿De los fracasos además de de los éxitos?
—Sí, lo recuerdo —admitió Crystal a regañadientes—. Siento como si fuera en veinte direcciones diferentes y no supiera cuál escoger.
—Y cuando te sientes así, ¿qué haces?
—¿Aparte de buscar el bar más cercano o mi pipa? —bromeó Crystal, aunque sólo a medias—. No sé. Supongo que hablo contigo o con Laura.
—Te sugiero que hagas menos lo primero y más lo último.
—Creía que no ibas a martirizarme con lo de mi afición por la bebida —aventuró Crystal al tiempo que se preparaba mentalmente para el sermón.
—Y no voy a hacerlo… aún —afirmó Jenny—. Era sólo una sugerencia, como lo del grupo de los martes.
—No. Lo que menos necesito es sentarme con un montón de mujeres que lo único que hacen es hablar de sus desgracias personales.
—Estoy casi segura de que no te matará —dijo Jenny—. Te prometo que no tienes que decir nada si no quieres, pero de verdad te recomiendo que vayas, al menos una vez. Tan sólo inténtalo.
Crystal farfulló algo para sus adentros deseando dejar el tema de una vez, pero sin parecer que había sido derrotada.
—Dejemos el tema por ahora. ¿Te apetece hablar de tu diario?
—En realidad no, pero me da que lo que yo quiera no importa, ¿no? —dijo Crystal, arrellanándose en el puff hasta encontrar una posición cómoda.
—Esa es la actitud que a mí me gusta —respondió Jenny sarcásticamente—. A ver, el jueves te extendiste de lo lindo con tu décimo cumpleaños. ¿Por qué no empezamos por ahí?
********
Al volver a casa, Crystal se encontró a Laura en la cocina, rodeada de una mezcla de olores que le hicieron la boca agua.
—Hola. Eso huele genial —afirmó al tiempo que colgaba sus llaves en el ganchito adecuado. No hacía mucho que habían tenido otra charla acerca del uso apropiado que debe darse a la mesita de un recibidor. A continuación, entró en la cocina balanceando su bolsa con una mano.
—Dame otros cinco minutos y estará todo listo —respondió Laura cerrando la puerta del horno—. He pensado que el pan de ajo sería más apropiado que las galletas.
—Por mí no hay problema. —Crystal puso su bolsa encima del mostrador y rebuscó dentro, sacando una botella de cerveza—. Chica, menudo día. Me llevó horas descubrir dónde estaban los cargadores de los taladros inalámbricos y he tenido una sesión infernal con Jenny hace un rato.
—¿Cómo te ha ido? —Laura alargó la mano para tirar la chapa de la botella y señaló la mesa de la cocina—. Vamos a sentarnos mientras esperamos.
—Ha sido brutal —afirmó Crystal con un suspiro, acomodándose en la silla acolchada—. Quiere que me una a un grupo de mujeres que van, se sientan y hablan sobre lo que les ha pasado en la vida.
—Bueno, si ella piensa que podría ayudarte…
—¿Cómo va a ayudarme eso? Con escucharlas sólo conseguiré acordarme de lo mío y, ¿qué tiene eso de bueno? —Negando con la cabeza, Crystal se llevó la botella a los labios—. Estoy intentando olvidar lo que me pasó, no revivirlo —dijo antes de echar tres o cuatro tragos—. Y eso no es lo peor. No dejó de hablar de algunas cosas que escribí en mi diario. —Al levantar la vista, advirtió la mirada paciente de Laura—. A veces, cuando escribo, se me olvida que alguien va a leerlo. Puse un montón de cosas acerca de cómo me sentía cuando era una cría y quiso repasarlo a conciencia.
—Quiso que tú lo repasaras a conciencia, querrás decir —afirmó Laura. Crystal asintió, sorprendiéndose cuando su compañera de piso le agarró la mano que tenía sobre la mesa—. No bromea cuando dice que hablar sobre ello te ayudará a sentirte mejor.
Crystal siguió con los ojos clavados en la mano que cubría la suya.
—Tal vez, pero no es algo con lo que me sienta cómoda, ¿sabes? —En ese momento, apartó la mano y rodeó el cuello de su botella con los dedos—. En un momento dado, casi me ha hecho llorar. Incluso agarré una de esas pelotas de esponja y la tiré contra la pared, ¿te lo puedes creer? —Meneando la cabeza una vez más, Crystal tomó otro trago—. La próxima vez me pondrá a darle puñetazos a un saco de boxeo y querrá hablar con “la niña que hay dentro de mí" o alguna estupidez semejante.
Laura se levantó y se inclinó hasta que sus labios casi rozaron la oreja de Crystal.
—Si algo ayuda, no es una estupidez —dijo—. Voy a echarle un vistazo al pollo.
La escritora dio media vuelta y fue hasta el horno, dejando a Crystal a solas con sus pensamientos.
“Si algo ayuda, no es una estupidez, ¿eh? Bonito, Laura, muy bonito. ¿Sabes que a veces hablas como ella?”. Crystal miró a la mujer que le daba la espalda. “A veces. Y otras eres simplemente como una vieja amiga a la que puedo contar cualquier cosa con confianza”. Crystal estaba tan perdida en su interior que ni siquiera escuchó el primer timbrazo del teléfono.
—¿Puedes agarrarlo? —dijo Laura—. Yo estoy con el pan tostado.
—Claro. —A pesar de que nunca había usado el teléfono, sólo le llevó un segundo localizar de dónde venía el sonido y contestar—. ¿Hola?
—¿Laur?
—Em…, no…, soy su compañera de piso. —Crystal apenas era capaz de oír la voz masculina entre todo el ruido de fondo—. ¿Quién es?
—¿Está ahí? Soy su hermano Bobby. Necesito hablar con ella en seguida. —En ese momento, Crystal se dio cuenta de que el ruido de fondo era el del sistema de intercomunicación de un hospital.
—Sí, espera un segundo —exclamó cerca del auricular—. Laura, creo que es tu hermano. Será mejor que te pongas.
Laura depositó el pan tostado en la rejilla para que se enfriara y se limpió las manos con un trapo de cocina.
—¿Es Bobby?
—Creo que sí. —Al entregarle el teléfono, Crystal se vio invadida por una sensación de temor. Lo único que podía hacer era contemplar con impotencia cómo Laura contestaba la llamada.
—¿Sí? ¿Bobby? Habla más alto, no te oigo bien. ¿Dónde estás? —La súbita palidez del rostro de Laura confirmó las sospechas de Crystal—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué? Espera, no te oigo. —Tan sólo hubo una pausa momentánea—. Bobby, quédate ahí. Yo voy de camino. No, no llames a la familia. Yo lo haré si es necesario. Sí, tú quédate donde estás. Ya voy.
Laura dejó el teléfono sobre la mesa y se agarró con ambas manos al borde del mostrador.
—¿Es tu madre? —preguntó Crystal.
Laura asintió, haciendo grandes esfuerzos por mantener la compostura.
—Yo, em…, ella…, mi hermano no está seguro de lo que ha pasado. —Acto seguido, sacudió la cabeza—. Tengo que irme.
—¿Quieres que te lleve? —se ofreció Crystal colocando el auricular del teléfono en su lugar—. No creo que debas conducir estando así.
—Están en el Centro Médico.
—Cerca de la circunvalación. Ya sé dónde es. —Crystal echó un vistazo al horno para asegurarse de que estaba apagado—. Agarraré mis llaves.
—Espera. —Laura se enderezó y agarró sus propias llaves del gancho—. Vamos en el Jeep.
—Buena idea, al menos ése es legal —dijo Crystal, quitándole las llaves a Laura de las manos.
“Cielos, su madre está enferma. ¿Qué se supone que debo hacer?”.
 Rodeando con vacilación la espalda de Laura con su brazo, le dio un leve apretón de ánimo.
—Todo irá bien, Laura.
Para su sorpresa, se vio de repente enterrada en un firme abrazo, con los brazos de Laura rodeando su cuerpo.
—No sé qué hacer. —Las palabras de la angustiada mujer surgieron apenas como un susurro—. Cuando papá…, mamá se ocupó de todo.
—Shhh… Vayamos allí y a ver qué está pasando, ¿vale? —Crystal guió a Laura hacia la puerta.
“Llamaré a Jenny desde el hospital. Ella sabrá qué hacer. Yo no soy buena en esto de consolar a la gente”.
Pero Jenny no estaba allí en aquel momento. Sólo ella y Laura.
“No puedo dejar que pase por esto ella sola”.
Sin saber bien qué decir, Crystal permaneció en silencio hasta que llegaron al Jeep. Una vez que Laura ocupó el asiento del copiloto, Crystal se puso al volante.
—Bueno, esto va a ser interesante. Nunca había conducido un coche como éste.
—¿Crystal?
—¿Sí?
—No me importa si corres esta vez —afirmó Laura en voz baja.
—Te llevaré allí lo más deprisa que pueda —prometió Crystal, haciendo girar la llave y sonriendo cuando el motor rugió lleno de vida. “Debe estar bien eso de no preocuparse de si el maldito cacharro querrá arrancar cada vez que te subes”, pensó mientras sacaba el Jeep del aparcamiento y tomaba rumbo hacia el Centro Médico.

Capítulo 42


A Crystal le llevó unos minutos maniobrar entre el tráfico para alcanzar la rampa de entrada a la carretera de circunvalación.
—Si vamos por aquí, nos ahorraremos al menos diez minutos por el tráfico —anunció, esperando una respuesta de Laura que nunca llegó. “Bueno, supongo que puedo ir por la autopista, ya que no hay objeciones”.
A medida que hacían la curva de la carretera, Crystal pisó con más fuerza el acelerador, extrañándose de la velocidad que aquel modelo antiguo era capaz de alcanzar.
—¿Quieres que ponga la radio? —Apartó la vista de la carretera a tiempo de ver el gesto negativo de Laura—. ¿Quieres hablar?
—¿Sobre qué?
—Cualquier cosa —dijo Crystal encogiéndose de hombros—. No importa. El tema que te apetezca.
—Ahora mismo sólo puedo pensar en mi madre.
—Genial. Cuéntame una historia sobre tu madre y tú. —Crystal echó un vistazo al retrovisor lateral antes de invadir el carril izquierdo y adelantar a una caravana—. La que sea.
—Me acuerdo de cuando me caí de la bici y me rompí un brazo. Llegué a casa y mamá, sólo con echarme un vistazo, supo que algo iba mal. No tuve que decir ni una palabra. —Laura sorbió por la nariz y se sacó un pañuelo del bolsillo—. Siempre sabía cuándo uno de nosotros se había hecho daño.
—¿En serio? —“Eso es, Laura. Sigue hablando. No pienses sobre lo que vas a encontrarte en ese hospital”.
Crystal sólo escuchaba a medias, dirigiendo la mayor parte de su atención al tráfico que las rodeaba. Iba por lo menos 30 kilómetros por hora sobre el límite de velocidad, pero su salida estaba aún muy lejos. Rezando en silencio para que los polis estuvieran más interesados en los donuts que en los infractores, Crystal asumió el riesgo y aplastó el pedal con más fuerza.
Por suerte para todos, los policías no advirtieron el Jeep. Crystal se las arregló incluso para encontrar un hueco cerca de la entrada de emergencias del hospital. Apenas había apagado el motor cuando Laura saltó del vehículo y corrió hacia la puerta.
—¡Eh, espérame! —gritó Crystal, liberándose del cinturón de seguridad y echando a correr detrás de Laura.
Bobby Taylor, de dieciocho años de edad, estaba sentado en una de las sillas naranjas de la sala de espera, contemplando el suelo con aire taciturno. Llevaba el cabello rubio alborotado y, cuando levantó la vista y vio a su hermana, Crystal advirtió que tenía los ojos enrojecidos. “¡Maldición, eso no es buena señal!”, pensó, apartándose cuando los hermanos se fundieron en un abrazo.
—¿Qué ha pasado? —dijo Laura, sin soltar para nada al chico—. ¿Ha tenido un infarto?
—No lo sé. Los médicos están dentro con ella. No puedo creer que esto esté pasando —dijo—. Hemos desayunado juntos y todo parecía ir bien. Bueno, estaba un poco cansada, pero nada fuera de lo normal. —Bobby volvió a sentarse. Laura, por su parte, se acomodó junto a él e indicó a Crystal que ocupara el asiento libre junto a ella.
—¿Te pidió ella que la trajeras aquí?
Bobby negó con la cabeza.
—No. Pensé llevarla a Saint Thomas, pero el tipo de la ambulancia dijo que el Centro Médico estaba más cerca. Me alegro de que estés aquí, hermanita. No sé contestar ni a la mitad de las preguntas de los formularios.
—No te preocupes por eso. Yo me encargo. —Le aseguró Laura—. Sigue contándome. ¿qué pasó?
—Dijo que estaba cansada y que quería echarse un rato antes de que empezaran las noticias. Fui a despertarla a las seis más o menos y la vi.… como desmoronada en la cama. No entendía lo que decía, así que llamé a Emergencias.
—Lo hiciste muy bien —dijo Laura rodeando los hombros del joven con su brazo—. ¿Ha dicho algo el médico?
—Me preguntó que si yo era el único familiar, me hizo firmar unos formularios y volvió a entrar. Le dije que venías de camino.
En ese momento, Crystal vio una oportunidad de ayudar.
—Laura, ¿quieres que le diga al médico que estás aquí?
—Será mejor que vaya yo —respondió la escritora poniéndose en pie—. ¿Puedes quedarte aquí con Bobby?
—Claro —dijo Crystal—. ¿Seguro que quieres hacerlo? ¿Quieres que llame a Jenny?
—No hasta que sepa qué está pasando —dijo Laura—. Volveré enseguida.
Cuando Laura abandonó la habitación, Crystal se levantó.
—Voy a salir un momento.
—Voy contigo —afirmó Bobby—. Ya llevo dos horas metido aquí. Me vendrá bien un poco de aire fresco. —Al levantarse, quedó patente que era como diez centímetros más alto que ella.
—El aire fresco no sé, pero yo voy a fumarme un cigarrillo —dijo.
—¿Te sobra alguno? —preguntó él—. Me he dejado los míos en casa y te juro que ahora mismo me apetece mucho.
—¿Sabe Laura que fumas?
—No. Y mamá tampoco, a no ser que no me lo haya dicho —presionó el botón para abrir las puertas corredizas—. Por favor, dime que fumas mentolados.
—Mentolado Light.
Crystal rebuscó en su bolsillo y sacó un paquete arrugado. “Laura sabe que fumas, lo creas o no”, pensó, acordándose de la conversación que había tenido con la escritora el día de la fiesta de graduación de Bobby. “Qué demonios. Tiene dieciocho años. Si quiere fumar, esto no se lo va a impedir”.
—Sírvete —le dijo, alargándole el paquete.
Bobby agarró el cigarrillo y se sacó un mechero del bolsillo.
—Gracias. —Chasqueó el encendedor y esperó a que Crystal encendiese el suyo antes de imitarla—. Oh, eso está mejor —dijo mientras exhalaba—. Estaba a punto de volverme loco ahí dentro yo solo.
—Me lo imagino. Hace un par de años unas amigas y yo íbamos de bares y el tío que conducía tuvo un accidente. Estuvimos en el hospital como seis horas. —Aquella había sido la única experiencia adulta de Crystal con los hospitales, y en su mayor parte la recordaba tras una nube de alcohol—. Sólo se rompió una muñeca.
—Debí haber traído el bolso de mamá —dijo mientras se dirigía hacia el muro decorativo que delineaba el jardín del hospital. Crystal le siguió y se sentó a pocos centímetros de él.
—En momentos como ese, uno no se acuerda de esas cosas.
—En cualquier caso, debí hacerlo. —Bobby se quedó con la mirada perdida hacia el aparcamiento—. Cuando llegué, querían su tarjeta del seguro y también saber si era alérgica a algo. Yo no sé nada de eso. —Dio una calada larga, encendiendo el extremo de su cigarrillo de un naranja brillante—. Soy el hombre de la familia y no tengo ni idea de qué hacer.
—¿Ya había ocurrido algo así antes?
Bobby negó con la cabeza. Las lámparas de sodio apenas dejaban entrever su perfil.
—Cuando papá tuvo el infarto no había nadie en casa. Laura estaba en la Universidad y yo en la escuela. Mamá nos dijo que ella llegó de la compra y se lo encontró en la silla. —Bobby siguió con la mirada fija en la nada—. Laura ya estaba en camino para cuando yo me enteré de lo que pasaba. Entre las dos se ocuparon de todo.
—En esa época tú eras muy joven, ¿no? —Le preguntó la chica.
—Tenía once años. Pero estaba tan cabreado que me pasé la mayor parte del tiempo llorando —lanzó el cigarrillo a medio consumir describiendo una parábola hacia la oscuridad—. Supongo que me hice a la idea de que ellas dos siempre estarían ahí para hacerse cargo de todo. Mírame. Mi madre se está muriendo y yo tengo que pedir ayuda a mi hermana por teléfono.
—Tú no sabes si se está muriendo —dijo Crystal, aunque por lo poco que sabía, el chico no iba desencaminado—. Y sí te ocupaste de tu madre. Fuiste tú quien llamó a la ambulancia —escuchó un sollozo ahogado e instintivamente se acercó un poco más a Bobby—. ¿Y si no hubieras estado allí? —Lo único que Crystal recibió como respuesta fue otro sollozo—. Yo sé lo que es tener una hermana mayor.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Crystal arrojó su cigarrillo al suelo y contempló cómo se quemaba lentamente—. Solía depender siempre de ella en todo, pero un día se marchó y tuve que cuidar de mí misma. Sé lo que se siente. —“¿Por qué le estoy contando todo esto?”. Al echar un vistazo al muchacho, Crystal obtuvo su respuesta. “Porque sé cómo se siente en este momento y es el hermano de Laura”. Cuando ella se había sentido sola y asustada, no había nadie para echarle una mano—. Te comprendo —dijo en voz baja—. ¿Quieres otro?
—Ahora no, gracias —contestó alejándose del muro. Crystal hizo lo mismo y comenzó a caminar con él de vuelta al hospital. Tanteando su bolsillo, calculó mentalmente cuántos cigarrillos le quedaban. Como medio paquete. Tomó la determinación de que seguramente él no fumaba mucho más que ella, sacó cuatro cigarrillos y se los alargó—. Toma. Por si te apetece uno más tarde —sonrió al ver que él no despreciaba la oferta—. Pero no le digas a tu hermana que te los he dado yo —añadió.
—Ni de coña —dijo, metiéndose los cigarrillos en el bolsillo de la camisa—. Gracias.
Crystal asintió y fue tras él recorriendo el pasillo de entrada. Al girar en la esquina, vio que Laura estaba en el recibidor hablando con un hombre que, asumió, era el médico. Cuando Bobby les vio, recorrió el resto del camino a la carrera para alcanzarles. “Será mejor que espere aquí”, pensó la chica, deteniéndose junto a la puerta de la sala que habían ocupado antes. Estaba a punto de entrar cuando vio que Laura y Bobby iban hacia ella. “Espero que tengan buenas noticias”.
—¿Cómo está?
—La van a ingresar —dijo Laura—. Vamos a hablar aquí dentro.
Los tres se sentaron en una de las esquinas de la sala de espera, colocando sus sillas en forma de triángulo. En cuanto se sentó, Crystal pudo advertir cómo se producía un cambio en Laura. La mujer de pelo oscuro se sentó muy erguida y su rostro no dejaba entrever emoción alguna. Cuando habló, lo hizo con un tono perfectamente controlado.
—Van a llamar a un cardiólogo.
—¿Ha tenido un infarto? —preguntó Bobby, inclinándose hacia delante.
—No —contestó su hermana—. El doctor Stevens dice que ha sido un edema pulmonar. Estaba llena de líquido. La tienen en Vigilancia Intensiva y me ha dicho que deberá quedarse unos días. —Laura echó un vistazo a su alrededor y después miró a Bobby—. ¿Has traído el bolso de mamá?
—No —dijo él—. No se me ocurrió. El único número que me sé de memoria es el tuyo.
Laura se levantó y fue hasta la mesita cubierta de revistas.
—Tenemos que llamar a la tía Elaine y al médico de mamá. Seguro que tiene su nombre y su número en la agenda. —A medida que hablaba, las manos de Laura iban acomodando perfectamente la montaña de revistas—. Necesito sus papeles. Están en el cajón de arriba del mueble del estudio. Ahí es donde guarda mamá todo lo del seguro y la documentación importante.
—Iré a buscarlos —dijo Bobby—. ¿Me puedo llevar tu coche? He venido en la ambulancia con mamá.
—¿Estás seguro de que serás capaz? —preguntó Crystal, atreviéndose a hablar por primera vez en un buen rato—. Puedo llevarte yo, si te es más cómodo.
Laura cesó sus movimientos compulsivos un momento y les miró a los dos.
—Buena idea. Bobby, así podrás traer el coche de mamá y Crystal te seguirá con el mío. Te haré una lista de las cosas que tienes que traer —volvió a echar un vistazo a su alrededor—. Necesito papel… Crystal, hay una agenda en mi guantera. ¿Te importa traérmela, por favor?
—Claro. —“Con tal de resultar útil…”. Crystal se levantó y palpó su bolsillo para asegurarse de que las llaves seguían allí—. En seguida vuelvo.
Salir a la calle permitió a Crystal el tan necesitado tiempo que requería para pensar. A pesar de que no sabía gran cosa sobre lo que le pasaba a la madre de Laura, suponía que era algo serio y que los siguientes días serían una auténtica locura.
“Seguramente querrá llamar a Jenny para que esté con ella. Es mucho mejor que yo para estas cosas”.
Cuando llegó al coche, Crystal abrió los seguros y encontró rápidamente la agenda. “Será mejor que me asegure de que tiene una pluma, por si necesita escribir algo”. Abrió el broche y abrió la agenda, para descubrir que allí había tanto un lápiz como una pluma, cada uno en su compartimiento. “Debí haberlo supuesto, tratándose de ella”. Cuando iba a cerrar la guantera, descubrió un rollo de monedas pequeñas. “Podría necesitarlas para el teléfono o para sacar café de la máquina”. Tras meterse el rollo en el bolsillo, Crystal cerró el coche y emprendió el camino de regreso al hospital.
Al llegar, encontró a Laura y Bobby en la sala de espera. Con un vistazo rápido, vio que todas las revistas de la sala estaban en pilas perfectamente distribuidas y colocadas en varias de las mesas.
—Ya la tengo —dijo, mostrando la agenda—. También te he traído unas monedas que tenías ahí por si las necesitas.
—Buena idea —convino Laura alcanzando la agenda y el cambio. La escritora abrió el cuadernillo inmediatamente y empezó a pasar páginas—. Tengo que llamar a la hermana de mamá y contarle lo que ha pasado. También debería ir a cancelar la entrega del periódico mientras ella esté aquí. —Se detuvo un momento para frotarse los ojos—. Hay mucho que hacer. Alguien debe encargarse de Bobby y de la casa.
—Yo puedo cuidarme solo —protestó el adolescente—. Puedo recoger el periódico por las mañanas y también el correo.
—Déjale ayudar —imploró Crystal en voz baja—. Tú ya tienes bastantes cosas que hacer.
—No, él no debería hacerlo. Yo puedo encargarme de todo —dijo Laura, encontrando la página que andaba buscando—. Será mejor que empiece a hacer llamadas.
—Le llevaré a casa y volveremos lo antes posible, ¿de acuerdo? —preguntó Crystal—. ¿O quieres que nos quedemos hasta que llegue Jenny?
—No, iros ya. Yo estaré bien.
A pesar de la confianza que mostraba la voz de Laura, Crystal no le daba plena credibilidad. Pensó insistir por un momento, pero al final asintió con la cabeza.
—Como quieras. No tardaremos mucho.
El trío caminó hasta el recibidor, deteniéndose en el momento en que Laura alcanzaba el teléfono de monedas. Sin estar muy segura del por qué, Crystal alargó la mano y dio un leve apretón al hombro de Laura. A continuación de acercó a ella y susurró al oído de la escritora.
—No tardaremos.
Entonces, sintió una mano aferrando la suya.
—Gracias —dijo Laura—. Muchas gracias.
—No me las des. Para eso están los amigos, ¿no? —preguntó Crystal, apretándole el hombro una última vez antes de dirigirle un gesto a Bobby—. ¿Estás listo?
—Sí. Oh, espera. —Se tanteó los bolsillos y frunció el ceño—. Con las prisas se me olvidó coger las llaves.
—La del anillo verde es la de la entrada —dijo Laura—. Nunca devolví mi llave cuando salí de la escuela. —La mujer de cabello oscuro se giró y empezó a echar monedas en el teléfono.
  


Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles
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1 comentario:

  1. Siempre me quedo con ganas de más XD . Me gusta como va cambiando Cristal y la relación de amistad que va surgiendo entre ella y Laura.

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