Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Isabel, Extrema y Dura - Aroaki (Parte1)


1. 
Aquel verano había sido demasiado caluroso para que aquella tierra pudiera sacudirse la herrumbre que provocó  el extremo clima que arrasaba el lugar.

Isabel, exhausta, cabalgaba por aquel lugar que conocía tan profundamente. Sudada, casi sin aliento, esperaba que llegara el atardecer para poder refrescarse y poder dormir.

Una de aquellas tardes de verano había decidido adentrase en la sierra extremeña sin pedir permiso a su padre.




Su pretexto era el buscar la  alimaña que degolló sin miramientos a las ovejas y cerdos de la poderosa hacienda que regentaba el patriarca. Se exponía a la violencia y poder que su padre ejercía sobre su hermanas y ella y todo ser viviente de Tierra de Lobos. No la importaba demasiado, en su cuerpo aún recordaba los golpes del cinturón del El Lobo; nada comparado con el dolor que le causaba la cantidad de palabras que su padre escupía por su boca.
Lejos de amilanarse, Isabel, seguía desobedeciendo, una y otra vez.

Cansada llegó a un lindero, donde acaba la media montaña y comienza algo de bosque.

La vegetación se ha hecho algo más abundante, entre el atardecer y el anochecer, Isabel busca un rincón donde cobijarse y descansar.  La noche traerá algo de frescor.
Está sucia, sudorosa y, por un momento, hecha de menos la tina donde se baña habitualmente. Rápidamente se olvida del lugar donde vive. Ahora está libre, sucia, pero libre, nadie la está juzgando.

Sólo una nota dejada en su casa da fe que se a adentrado en la sierra, así no la buscarán, la dejaran sola durante un tiempo, no mucho, pero lo suficiente para sentirse libre y llenarse de la energía de la tierra y de sus elementos.

El castigo no le importaba, la sensación de vida que ahora experimenta es muy superior a cualquier castigo o sufrimiento que le pueda acarrear El Lobo.

No es la primera vez que se va de la hacienda, ni será la última, la muerte no la asusta, está demasiado acostumbrada a ella.

Llega a un rellano lo suficientemente plano y rodeado de árboles como para inventar un lugar de descanso.

Su ropa, hecha jirones, nada tienen que ver con la vestimenta con la que se había ido. Siempre le pasaba igual, destrozaba vestidos y los convertía en un tipo de vestuario que nada tenían que ver con el de una mujer.

Simplemente los adecuaba al caballo, al cabalgar sin descanso y a la comodidad para estar en la sierra. Montaña y vestido de mujer estaban reñidos.

Paró su caballo con un solo ademán, el animal obedeció, unas cuantas aventuras con su ama habían educado a la yegua, ésta conocía muy bien los ímpetus de quien cabalgaba sobre ella.

¿Dónde habrá agua? Pensó Isabel.  Su montura y ella la necesitaban. ¡Demasiado calor! Exclamó muy dentro de ella.
Media cantimplora, eso es lo que le queda de agua, le dará algo más de la mitad a su preciosa yegua, Aroaki, no sabe de donde ha salido ese nombre, su cerebro un día se lo ofreció. Amaba a la yegua, al principio sufría por ella, cada vez que se escapaba pensaba que azotarían a la yegua, pero no,  El Lobo sabía que su hija era la total y absoluta culpable.

Isabel baja de Aroaki, se aproxima y la acaricia, busca la cantimplora y un recipiente, da de beber a la preciosa cabalgadura. Quita la silla de montar, la libera de la presión de las correas, la da una cariñosa palmada, el animal relincha satisfecho, empuja con su hocico a su dueña y se aleja.

Isabel prepara fuego, acaba de dar un largo trago a su casi vacía garrafa de agua; mientras que el fuego comienza a crujir y a iluminar la noche, la muchacha extiende su saco y su manta, prefiere la protección de unas rocas próximas.

El lugar se antoja bello, un rellano dentro del frondoso bosque al que llegó al atardecer. Isabel decide que en cuanto amanezca buscará agua, huele la humedad del bosque, el agua no esta lejos. La necesita, la desea. Su cuerpo está sediento de la frescura y la limpieza que el agua producirá en su cuerpo.

Pone a asar un conejo que cazó no hace muchas horas. Tiene hambre. Le queda algo de vino, ese vino duro y con sabor a pellejo de alcornoque de su tierra.

Come, se adecenta dentro de lo posible y se tiende en su improvisada cama, su mente, de nuevo, divaga, ensoñaciones que vienen una y otra vez.

Desde hace algún tiempo, esas ensoñaciones vienen muy a menudo, nunca vivió ni leyó ninguna historia como aquella. Cuando Isabel se relaja, cuando el cuerpo de la joven e intrépida mujer  se tranquiliza, al cerrar los ojos, mil misterios entrelazaban su cerebro.

Isabel oye a su yegua como mastica la hierba que, escasa, crece por allí. El silencio se instala en el lugar; de repente, la muchacha se incorpora con una rapidez anormal en una mujer, en sus manos empuña una escopeta. Oye voces y risas, alguien esta por acercase a su improvisado campamento.
La muchacha, ya de pie, espera detrás de las rocas. De nuevo las voces y las risas, de golpe todo enmudece, alguien se da cuenta de resplandor que proyecta el fuego hecho por Isabel; da la voz de alarma, Isabel sale de su escondite empuñando su escopeta.

-Si alguien se mueve, muere. –Dice con una voz que no admite sorpresa. - ¡Acérquense al fuego! - Manda Isabel. Tres sombras se aproximan, no dudan, solo están obedeciendo.

Alguien se atreve a decir: ¡no vamos armadas! ¡nada podemos hacerle!

Isabel se aproxima un poco mas, divisa a tres mujeres, comprueba alrededor que no haya nadie más. Las mujeres cargan con un petate, visten ropas sencillas. Baja la escopeta. ¿Qué hacen por aquí? Pregunta sin saber que decir.

-Vamos de viaje. Queremos llegar a tierras del señor Lobo. Si no nos equivocamos estamos en buen camino.- Dice una de las mujeres. La mujer avanza un pie adelante.

-¡Quieta ahí! -Ordena sin miramientos Isabel. Isabel observa intrigada a la muchacha que tiene delante, no debe ser mucho más mayor que ella. Intuye que es valiente.

-¿Cómo podría fiarme de vosotras?- Pregunta sin saber porque Isabel.

-¿Cómo podríamos fiarnos de ti?- Responde la mujer que ha tomado la iniciativa.

El instinto de la moradora de la Casa Grande le dice que esa gente es de fiar, su mirada se centra en la silueta que la habla. La proximidad ya es mucha, el fuego, aún fuerte, es suficiente para que pueda dilucidar las formas de las  tres mujeres.

-Mi nombre es Isabel.-

-El mío es Cristina.  Ellas son Lola y Lucia.


Las dos mujeres se miran atraídas por la reacción de ambas, las dos se han sorprendido. No lo entienden, se observan y miran una y otra vez, la sensación es la necesidad de memorizar las líneas de cada una de ellas.

Lola, la mayor, rompe el embrujo. - ¡Bueno, Isabel, ya está bien! Somos pacíficas no te vamos a hacer nada.

- No, no. –Dice, dubitativa Isabel. - Hay que tener cuidado en la sierra, nunca sabes a quien vas a encontrar.

- Tienes razón, pero con nosotras no viene nadie más, mira, no tenemos nada más que un maldito cullillo. Tómalo si quieres. – Impone Lola, la más mayor. 

Finalmente, las tres mujeres bajan sus petates, Isabel estrecha la mano de Lola y Lucia, Cristina es la última, no sabe porque pero no la saluda como a las otras.

Lucia está avivando el fuego, Lola ha ido por más leña, Cristina está preparando algo de comida, no mucho, sopa y algo de queso y pan. No hay mucho donde elegir.

Isabel en su rincón observa, todo parece una aparición. No sabe que ha ocurrido en la última hora. Solo comprende que de estar sola está con tres mujeres más. No se siente amenazada, quizás, todo lo contrario. Las ha invitado a su espartano campamento, un escalofrío caliente recorre su cuerpo cada vez que se acerca demasiado Cristina, no entiende que pasa, los ojos de la joven…., no comprende muy bien que ocurre, no es capaz de mirarla fijamente.

-¿Hacia dónde caminas Isabel? –pregunta Cristina.

-Como vosotras, hacia tierra del señor Lobo.

-Sino es indiscreción, ¿cómo es que vas para allá?

-Tengo familia. Responde escuetamente la muchacha. ¿Y vosotras tres? ¿Por qué vais hacia allí?

-Bueno, nos han ofrecido llevar la cantina del pueblo. La dueña de la cantina es familiar de Lola, han ampliado el lugar, ya no es solo una cantina, sino un lugar de paso donde personas y ganado descansan. También un lugar donde comer.

La timidez de Isabel sale de golpe, no sabe que decir ni que hacer.

-Gracias por la respuesta, no hace falta que me expliques nada. Estamos como a cinco días de camino del pueblo. Es largo por lo caluroso. No podemos andar mucho durante las horas centrales del día. – Isabel no puede mantener la mirada de Cristina. Calla.

Cristina se aproxima a Isabel. –Muchas gracias, mujer. Uff, perdona, pero te hace falta una buena lavada, jajjaa.
La carcajada de Cristina coge de improviso a Isabel. Lola y Lucia que han estado calladas observando toda la escena, malamente han podido mantener la boca cerrada. Finalmente rompen a reír.
Isabel, sonríe, alza los ojos y se sonroja.

-Las tres mujeres acaban de cenar, el conejo que sobró de la cena de Isabel, ha desaparecido.

-¿Viajan sin caballo? –Pregunta Isabel algo intrigada.

-Pues sí, bueno más bien, viajábamos en una carreta tirada por dos caballos pero, nos robaron y, o nos violaban o le dábamos todo. Optamos por dárselo todo, nos dejaron con algo de ropa y comida. Por lo demás, ni un real. – Lola contestó con una sonrisa.

-A partir de ahora, no habrá problemas, lo prometo, trataré de protegerlas, soy buena tiradora. –Isabel siguió la conversación sin mirar al frente.

Cristina, un poco intrigada por aquella joven sucia, mal vestida, mal oliente y con unos ojos bellísimos, se va hacia ella, levanta la barbilla de Isabel y le dice: -oye,  puedes mirarnos sin bajar los ojos, la situación de sorpresa y peligro ya ha pasado. Ehh, mírame, no puedes esconder esos ojos tan bonitos.

Isabel alza los ojos, se encuentra con los de Cristina, color miel, piel morena, ¡eh! No entiende que la pasa. –Gracias - consigue decir - es que soy un poco tímida, a pesar de verme con una escopeta apuntando hacia vosotras. Sólo era para protegerme. Creo que sabéis lo que es la Sierra, te puedes encontrar con cualquiera.

-Vale, no digas más, ahora tenemos que dormir, descansar, es un buen lugar. ¿Te importa que me ponga un poco más lejos de ti? Creo que necesitas agua y limpieza. –Sonríe Cristina sin sorna.

-Se que estoy maloliente y sucia, pero llevo más de cinco días sin encontrar un lugar donde asearme. Apenas tengo agua. –Responde Isabel con algo de vergüenza.

-Vale, mañana en la mañana te podrás lavar, nosotras acabamos de encontrar un arroyuelo con un agua limpia y clara, toma, bebe de mi cantimplora, está llena, creo que tu yegua ha encontrado el arroyo. Nosotras también nos vamos a asear mañana, ahora a descansar.

Las cuatro mujeres ya descansan dentro de sus mantas. El fuego, ya hecho brasas, se va adormeciendo también.
Mañana será otro día.

2.

El amanecer llegó sin avisar, Isabel, acostumbrada a madrugar antes que sonara el canto del gallo, entreabrió sus ojos lentamente, percibió la cercanía de la respiración de otras personas, ¿acaso no estaba sola? No, no, ¡claro que no! La noche anterior había coincidido con tres mujeres, iban en el mismo camino. Aja, así es. En pocos segundos la cabeza se le aclara. Mira a su alrededor y nota los tranquilos y rítmicos jadeos de sus tres acompañantes. Los ojos se detienen en un bulto un poco encogido metido en su saca, sabe quién es, nota su presencia y su calor. ¿Su calor? Isabel piensa que está absolutamente loca. ¿Cómo que siente su calor? Si, se estaba refiriendo a Cristina. Una excitación cruza su cuerpo de norte a sur. El fresco del amanecer se ha vuelto demasiado cálido. Recuerda lo sucia que está. Saca una muda de su petate y se encamina hacia donde se supone está el riachuelo. No tarda más de 10 minutos en divisarlo. Su yegua la relincha contenta de ver a su ama, Isabel se acerca, la acaricia y le dice: tu ama está loca, sucia, loca y acalorada. Sabes, Aroaki, es por una mujer. Nunca me lo había planteado pero a las pruebas me remito. No tengo que disimular más, no puedo mentirme más. Siempre lo he sabido y lo he ocultado, mejor, me lo he ocultado.
Pero a nadie miré a los ojos así, nadie con una mirada me hizo abochornarme de esa manera. Soy una tipa estúpida. Ahora me voy al arroyo, me quitaré esta peste y trataré de no estar aquí para cuando vengan las chicas a bañarse, siento cierta vergüenza, seguro que me convierto en una mirona.

Isabel recorrió en poco tiempo el espacio que la separaba del arroyo. Con apremio se quito los trapos sucios que llevaba puesto. Se metió dentro, el frío del agua hace que la muchacha tirite, está helada, poco a poco, el contacto con el elemento la relaja. Por un instante la perturbación que le han producido sus propios pensamientos se disipa.

Las primeras luces han despertado a Cristina, toma conciencia del lugar donde se haya y rememora lo acontecido a última hora de la noche del día anterior. Instintivamente voltea su cabeza hacia donde duerme Isabel, no está,  su petate sigue ahí. Cristina suspira, pensó que Isabel se había ido. No, pero ¿por qué esa inquietud por aquella muchacha? Nada más verla la interesó, no le pareció la típica mujer, la atrajo de inmediato. A Cristina, la cabeza le da vueltas, la sacude, intenta volver de la locura de aquellos pensamientos.

Se levanta, las otras dos mujeres continúan dormitando, las claritas del día se van imponiendo a la noche.

Cristina oye unos pasos, suaves, andan despacio, como si no quisieran hacer ruido. No se alarma.

-Hola, saluda Isabel.

-Buenos días, Isabel. Contesta Cristina levantando la vista. Y ahí quedan sus ojos, una aparición, eso es Isabel. La joven tiene los pelos mojados, un simple pantalón y una camisa pegada a su cuerpo aún no del todo seco. Alguna transparencia sugiere a Cristina el cuerpo tan magnífico que tiene la muchacha.  No es capaz de apartar su mirada de Isabel, trata de desviarlos, lo único que consigue es dejarlos fijos en sus labios, boca carnosa,  jugosa.
Isabel percibe la intensidad de la mirada de Cristina. Sólo han sido unos segundos y la ha vuelto a trastornar.

-Cristina voy a hacer café, tengo algo de pan. ¿Gustas?

-¡Claro, claro! –Responde Cristina. Estoy hambrienta.  Te ayudo. Nosotras no tenemos casi nada, se lo llevaron todo.

La situación parece normalizarse, las dos muchachas se afanan en la tarea del desayuno.
El olor a café ha hecho que las otras dos mujeres se despierten; con bastantes aspavientos, Lola, la mayor, dirige su mirada hacia las dos chicas que, en silencio, han reavivado el fuego y tuestan el pan que ha ofrecido Isabel.
Lola sonríe,  estira sus brazos para desperezarse. Lucia la imita.

-Ummm, café, pan. Buenos días Isabel, buenos días Cristina. Nosotras no hubiéramos tenido nada que desayunar. – Dice Lola mirando alternativamente a cada una de las muchachas. ¿Algo pasa entre ellas? Lola ya tiene experiencia, mucha experiencia de vida. Se crió en la calle, luego en diversos ambientes, algunos no muy aceptables. Conoce, sabe, ahora calla. Los designios del señor en el amor son muchos.

Bueno chicas, yo me voy a asear, ¿alguien viene conmigo? Isabel parece que tu ya estás limpia y adecentada, jajá jajá, hueles rico. ¿Verdad, Cristina? Isabel ya huele como una mujer decente. –Lucia habla y habla.

Isabel se sonroja. La timidez la hace retroceder y se pone nerviosa.

Sí ya me lavé, muy temprano, el agua está fría pero rica,  ir a lavaros y yo recojo el campamento. Luego debemos partir, hay que aprovechar estas horas tempranas, a partir de las once de la mañana no podremos caminar. El día va a ser muy duro en cuanto a calor.  –La muchacha acierta a decir, baja la vista.

Cristina sonríe, si que huele rica, muy rica. Vuelve a sacudir su cabeza, ¡qué pensamientos tan pecaminosos le vienen!

Las tres mujeres vuelven del arroyuelo. Han tardado demasiado, Cristina ya ha recogido el campamento ha puesto en su yegua todo lo posible. Las pocas cosas de las otras mujeres están también recogidas. Solo faltan algunos detalles, ahora toca acompañarlas, el viaje hasta el pueblo va a ser largo y sin caballos, muy, muy cansado, en realidad no quiere llegar, sabe que una vez en el pueblo y en la Casa Grande, su vida será otra, el castigo de su padre no se hará esperar, esta vez va a ser duro, muy duro, no la importa.
Ahora está más dispuesta que nunca a conseguir su libertad, sabe que si su padre se entera de sus gustos, la matará o algo peor.

Cuatro mujeres andan, sudan, se cubren con pañuelos la cabeza, Isabel tiene un sombrero al estilo del oeste americano. Llevan casi cuatro horas de camino y el sol ya empieza a calentar fuerte,  en poco tiempo se hará insoportable. La tierra extremeña es así, extrema y dura, su clima, muy frío en invierno, muy caliente en verano. La sierra marca los extremos más duros. Isabel conoce muy bien su tierra, la ama, quiere a su gente pero en los últimos años se la atraganta, quiere irse para las Américas, desea navegar hacia una nueva tierra donde empezar desde cero, no la importa trabajar duro y las penalidades, solo desea ser libre.
Un sentimiento de soledad le recorre todo el cuerpo, queda un poco paralizada. Sola, está muy sola, la verdad es que desearía compartir ese sueño de libertad y lucha con alguien, de nuevo su mirada se dirige hacia la mujer que va detrás de ella. Hasta ahora nunca se planteó estar con alguien, ni vivir con nadie, pero ese pensamiento se ha hecho añicos, la presencia de Cristina hace volar su imaginación.

 ¡Calla! Se dice así misma. Una cosa son tus deseos y sentimientos, tus gustos, los de otros, no tienen porqué ser igual a los tuyos. No sabes nada de esa chica.  –Isabel se repite ese pensamiento una y otra vez con la idea de alejar de sus pensamientos a Cristina. No lo consigue.

-¡Chicas, hay que parar! –Dice Cristina en voz alta. 

-No te preocupes, Cristina, a quinientos metros hay peñas y rocas con vegetación suficiente para dar sombra, nos servirá para descansar, comer algo y echarnos la siesta. Trataré de cazar algo mientras vosotras hacéis el fuego. Hay muchos conejos por aquí.

-Isabel contesta sin mirar hacia atrás. No quiere encontrarse con los ojos de la muchacha que la tiene trastornada, en cualquier momento se le va a notar que algo la ocurre, la van a preguntar y no sabrá  que contestar.

-Lola, me adelanto.  –Isabel monta por primera vez en el día a su yegua, la lanza al trote y se pierde en el camino. Las chicas observan los movimientos de la joven y ágil mujer. Cristina se ha quedado absolutamente embobada ante la destreza que muestra Isabel.

¡Chicas, a qué esperamos! ¡Tenemos que tener listo el campamento para cuando venga Isabel! ¡Qué suerte hemos tenido en encontrarla! Es un cielo, ¿verdad, Cristina? –Manda Lola, no sin una sonrisa.

Las tres mujeres han llegado al lugar señalado por Isabel, sueltan sus petates y se ponen a la tarea de recoger leña, hacer el fuego y tener listo algo de agua y la hoya.

¿Me dices a mí? Lola.  Cristina encara a Lola con una sonrisa.

Pues sí, es a ti, esa chica te tiene embobada, la espías a hurtadillas, disimulas tu rubor cuando se acerca o se dirige hacia a ti. Algo pasa, no hay duda.  –Replica sin dudar Lola.

Lucia quiere entender pero no comprende. Es la más joven del grupo y está pensando en otras cosas.  Al enterarse de la necesidad que tenía la familia de Lola de que alguien les echara una mano en la cantina, ampliada a casa de comidas y lugar para pernoctar, no lo dudo. Lucia se había criado con Lola, ella era su hermana mayor, se conocieron en un hospicio, se escaparon, volvieron, se volvieron a escapar y finalmente, Lola al cumplir la mayoría de edad se fue libre definitivamente y paso a trabajar en una familia de bien, allá en Cádiz, en cuanto pudo cumplió su promesa de llevarse a la pequeña Lucia.
Había pasado mucho tiempo de eso, la vida no les había dado tregua, de casa en casa, de lugar en lugar, de trabajo en trabajo. En ocasiones en la calle. Pero no la había importado, estaba con Lola, se tenían la una a la otra. Un día encontraron a un tipo que llevaba a otra chica y la “iba a colocar en un prostíbulo”.  Lola no lo permitió, mató en defensa propia a aquel asqueroso tipo, liberó a aquella joven mujer de un futuro seguro como puta. La joven era Cristina, una más que no recordaba tener padres.

Lola consiguió algunos trabajos en tabernas y las otras dos muchachas ayudaban como podían. Salían adelante malamente. Un día, en una de aquellas tabernas,  el destino hizo que Lola reconociera el nombre de un familiar lejano,  se llamaba Pedro y regentaba junto a su esposa una taberna en un pueblo perdido de la Extremadura profunda. El tal Pedro contó que había ampliado su negocio. Lola recordó el apellido, Mostazo, lo único que recordaba de su familia.
Hablando y hablando con Pedro,  llegaron a la conclusión que eran primos lejanos. Al fin y al cabo familia. Lola contó a Pedro un poco de su historia. Pedro no dudó en ofrecerles el trabajo. Lola no dudó, ese trabajo pintaba muy bien, tenían experiencia y lo más importante, las tres seguirían juntas.

Lucia estaba absorta en todos estos pensamientos cuando un relincho la sacó de ellos.  Cristina había vuelto,  bajo de un salto de su yegua, la acarició y tiró tres enormes conejos al lado del fuego.

¿Quién les quita la piel? –Dijo no con un halo de triunfo en sus labios.

Isabel se sentía diferente, su adrenalina salía a borbotones cuando cazaba, le gustaba, ahora era responsable de que las chicas tuvieran suficiente comida hasta llegar al pueblo.

Cristina y Lola ya habían acomodado todo lo necesario para hacer un guiso con los conejos. Cristina se levantó y se encaminó hacia Isabel, no dudó, se dejó llevar por su instinto. Se aproxima a Isabel que queda paralizada.

Cristina abraza sin contemplaciones a Isabel, se acerca a su oído y con mucha cautela le dice, -Eres mi heroína- Gracias por la comida. La besa entre el oído y el carrillo, vuelve a besarla muy cerca de los labios, se separa, sonríe, se aleja.

Lola y Lucia contemplan la escena. Lucia carcajea, conoce bien a Cristina y sabe que es muy efusiva. Lola, sabe que Cristina es muy efusiva pero nunca tuvo esa reacción tan fuerte con nadie.  Calla, sonríe y se pone manos a la faena.


Isabel, queda paralizada, un cosquilleo la recorre todo el cuerpo. Está claro, la atracción y el poder que Cristina ejerce sobre ella se confirma.

-¡Vamos Isabel! Acomódate y toma agua, te la mereces.  – Le dice Lola.

Isabel reacciona. Quiere andar tan deprisa que tropieza y cae. Cae justo donde está Cristina. La mira. Se levanta rápido. Las chicas se ríen. Isabel también.


Son las tres de la tarde, el sol, crudo, castiga la dura tierra extremeña, se mete dentro de su arena, de sus rocas, de sus caminos, de sus lagos, de sus ríos, de sus bosques, de sus montañas. Cuatro cuerpos se han tumbado después de una espartana, aunque sabrosa, comida.

Dos cuerpos duermen, la siesta es algo ineludible en estas tierras.

Otros dos cuerpos sólo descansan,  han cerrado sus ojos pero no han parado sus pensamientos, no pueden. Un cuerpo piensa en Isabel, el otro cuerpo piensa en Cristina.

Hasta las seis de la tarde no se pondrán en camino de nuevo. Así durante los próximos cinco días. Mucho tiempo.

La hora de ponerse en píe se aproxima.  El sol se va poniendo de a poco, aún quedan horas de luz. La hora mejor para caminar en la tierra extremeña.

3.

Es el tercer día de camino, las cuatro mujeres están exhaustas, son casi las nueve de la noche, el día toca  a su fin, sus fuerzas también.

Isabel que abre la marcha, conoce muy bien el lugar, demasiado bien, la sierra no tiene demasiados secretos para ella. Unos metros más allá sabe de un buen lugar para pernoctar, de nuevo necesita lavarse, poca ropa la queda limpia, es suficiente, en dos días más llegará a su casa, su cárcel particular; encontrará a sus hermanas y a su padre, su padre no, su carcelero.

No tienen demasiada comida, aún le queda pan, demasiado duro ya.  El día anterior tuvo la suerte de cazar un jabalí pequeño, lo suficiente para alimentar a cuatro hambrientas bocas.  Hoy tiene una sorpresa, aún le queda una bota de buen vino.

Después de la inseguridad del primer día, Isabel se siente algo más cómoda, la normalidad y la rutina se han establecido entre las chicas; se mantiene a distancia de Cristina, habla con ella aunque procura mantenerla a lejos.

Quiere pero no puede dejar de mirarla, de escuchar sus historias, de reírse con sus ocurrencias. Está absolutamente loca por esa mujer. El tiempo transcurrido solo ha servido para confirmar sus sentimientos.

Isabel piensa, ahora con más seguridad que nunca. Se irá del pueblo. Sabe cómo ahorrar algo de dinero, está dispuesta  incluso a robarle a su padre. No será un robo es un adelanto de lo que le corresponde en herencia. Tiene que huir, escapar,  sabe como llegar a Cádiz y embarcar, Hace tiempo que tiene la información de los barcos que parten de allí hacia las américas.

Cristina está algo enfadada, Isabel la evita. No puede dejar de mirar a la valiente joven. Cristina también ha vivido mucho la vida en su corta existencia, conoce de amores, de sinsabores y de gustos que la sociedad llama “invertidos”. No tiene que dar explicaciones a nadie, solo sabe que quiere a Isabel, la está volviendo loca. Intuye que a Isabel, ella no le es indiferente.

Tiene que buscar el momento preciso para acercarse a ella.  Hoy hay luna llena, el calor es asfixiante, Isabel ha dicho que el lugar de acampada será al lado del río.  Necesita lavarse y refrescarse, no solo el calor es el motivo.

Lola y Lucia se afanan en montar el austero campamento y de iniciar el ritual del fuego. Preparan la cena, hay jabalí ya asado del día anterior,  con algunas raíces encontradas por el camino van a hacer una sopa dónde picaran el pan duro que queda a Isabel.

Cristina ha ido en primer lugar a asearse. Isabel está recorriendo el perímetro de seguridad.

El río esta vez no es un arrollo, la sierra media esta llegando a su fin y el río se ensancha en el llano.

Cristina se desnuda, coloca  su ropa cerca de la orilla, toma el jabón y sumerge  todo su cuerpo en el agua. El calor ha sido devastador durante el día, el agua aún está templada.
El placer que le produce el contacto con el líquido es muy parecido al que le provoca la proximidad de Isabel. Hay solo una diferencia, el agua la refresca, Isabel la perturba, la sonroja. Piensa en ella. La busca con la mirada, sabe que no está, cierra sus ojos, luego los abre y se encuentra mirando al cielo, ni una nube, soberbio universo, oscuridad y destellos luminosos.  La luna radiante, espléndida, misteriosa, luna llena. Hay mucha luz, nota el reflejo de la luna en el agua. Cristina se relaja. Enjabona su cuerpo con sumo cuidado. Despacio.
Piensa en Isabel, cierra los ojos y su cuerpo responde al pensamiento.

Aroaki ha conducido a Isabel directamente al río, la yegua necesita beber y refrescarse. La deja libre.

Isabel pasea, alza sus ojos y encuentra a la luna, exultante, poderosa. Llama su atención el sonido del agua, alguien chapotea por allí, será alguna chica que se ha ido a bañar. No puede evitar pensar en Cristina, puede ser ella.

Isabel se ha quedado paralizada, unos metros más hacia adelante, ve la figura que no quería ver, no puede dudar, sabe que es Cristina, tiene memorizado su cuerpo.

Cristina ha oído pasos, se ha esforzado en saber quien es, intuye que es Isabel, es Isabel.

-Isabel. ¿Eres tú?  -Pregunta Cristina casi sin alzar la voz. Isabel está tan próxima que la pregunta sobra.

-Soy yo, ya me voy. Perdona, no quería molestarte, sigue con tu baño. –Se apresura a responder Isabel que no se ha dado cuenta de lo cerca que estaba de Cristina. ¡Qué bochorno, pensará que la está espiando! ¿Acaso no es verdad?

Isabel se ha quedado sin habla, paralizada. No sabe como reaccionar. Si hecha a correr, Cristina se preguntará el porqué. Si se queda, también se preguntará que estaba mirando.
No hace nada.

Cristina piensa que ahora es el momento de abordar a Isabel e intentar saber algo más de esa chica.

Cristina comienza a salir del río. Anda despacio hacia Isabel. Solo unos metros la separan de ella.

-Isabel, espera, no te vayas. Ven conmigo, el agua está casi templada. Mira la luna es bellísima. Nada conmigo.

La poderosa figura de Cristina se acerca, su cuerpo se contornea como una diosa. Es una diosa.

Isabel no sabe qué hacer, se ha quedado perpleja, Cristina le habla, a sus oídos no llega nada más que un susurro,  está absolutamente embobada, Cristina va hacia ella, desnuda, brillante. No puede nada más que quedarse boquiabierta ante tanta belleza.

Cristina llega rápidamente hasta donde esta la muchacha, la coge de la mano.  Ven por favor, es una hermosa noche, merece la pena darse un chapuzón.

Isabel no habla, se deja hacer, Cristina la está desabrochando la sucia camisa, se deja; luego el corpiño, sigue el cinturón, el pantalón, los calzones.

Isabel se deja hacer, desea dejarse hacer.

Cristina guía a Isabel hacia el río.

Las dos muchachas van de la mano, se sumergen dentro del río, solo se miran, sus facciones son iluminadas por la luna, sus ojos brillan.
Cristina se ha puesto algo nerviosa, no sabe como entrar a Isabel.

Isabel, ¿estás bien? ¿Te gusta la temperatura del agua? –Pregunta Cristina.

Isabel, por fin, reacciona, se da cuenta de su desnudez, de la desnudez de ambas.

Está, está muy buena, está muy buena el agua. –Isabel tartamudea.

Cristina se acerca. Se aproxima, despacio, muy despacio. Toca con sus manos la cara de Isabel y la atrae hacia ella. Mira sus labios, no puede dejar de mirarlos. Isabel cierra los ojos, algo está sucediendo. Las muchachas juntan por primera vez sus labios, un casto beso, un pequeño roce, luego se miran, las dos a la vez han abierto sus ojos. Las dos sonríen. Isabel pierde un poco de su timidez, atrae el cuerpo de Cristina y la estrecha entre sus brazos. Luego, los dos rostros muy próximos, se contemplan mutuamente, se acercan de nuevo, esta vez el beso no es un simple roce. Necesitan reconocerse, explorarse. El beso se intensifica, la pasión de ambas también.


Las dos mujeres salen del agua cogidas de la mano, Cristina seca el cuerpo de Isabel, Isabel seca el cuerpo de Cristina.
No hablan, no dicen, no hace falta, los besos que se han profesado en el río lo dice todo. Lo presentían desde el primer día, la atracción ha sido palpable desde el momento en que se vieron.
No ha habido planes, el destino ha hecho que se crucen, que se conozcan, que se ensamblen.

Las dos muchachas se visten despacio, Isabel abrocha el corsé de Cristina. Se abrazan nuevamente.

Ahora están sentadas contemplando el río y los destellos que provoca la luna en el agua. Juntas, muy juntas.

La mente de Cristina se ha ido lejos, nunca ha sentido la seguridad y la calidez de nadie, así no, así como se siente con Isabel, nunca. ¡Es tan diferente lo que Isabel la transmite!
Se pregunta por qué le ha ocurrido a ella, a ellas. Nunca había tenido en cuenta el destino, ahora está confundida. No sabe si existe, si la realidad es lo que está ocurriendo o es una fantasía provocada por algún tipo de fiebre que se ha instalado en su cuerpo de forma continua.

Isabel no quiere preguntarse nada, está disfrutando de esos momentos, no quiere mirar más allá de un minuto hacia adelante. Tiene es sus brazos a una mujer, a una mujer con todas las letras. La desea, desea a Cristina, la quiere amar ahora mismo. No quiere precipitarse pero el corazón se le sale, le late deprisa, su cuerpo reacciona al mínimo contacto de Cristina. Necesitan algo de intimidad.


Lola y Lucia han  terminado con la tarea de hacer la cena. Isabel y Cristina están tardando.

¡Lola! – Voy a buscar a Cristina debe haberse dormido dentro del río.

No, Lucia, déjalas. Era algo inevitable que pasara.  –Dice tajante Lola.

¿Pasar, el qué? Isabel, Cristina. Cristina, Isabel. Lucia se hace una composición rápida de la situación, intenta adivinar que quiere decir Lola.

Bien, Lola, no sé que se traerán esas dos entre manos, o tú, pero ya me lo dirás. Algo pasa que no llego a dilucidar. Creo que es algo bueno, en fin, ya vendrán, yo tengo hambre. Voy a empezar a comer.   

Lola sonríe y calla.

Nosotras también tenemos hambre. –Dice Isabel.

Las dos muchachas han llegado sigilosamente, apenas han intercambiado una palabra, no hace falta. Isabel se va hacia su petate y saca la bota de vino.

Chicas, hoy hay fiesta, vamos a cenar con algo de bebida alcohólica. Es vino extremeño, duro y extremo, de buen gusto al paladar.  –Vocifera, Isabel.

No hace falta que grites. – Contesta Lola y continua: ¿eh, dónde os habéis metido? Parece que tu también te has lavado, Isabel. Por cierto a pesar de que es de noche, tienes los carrillos encendidos. ¿Tienes fiebre? 

Lola ha contestado con sorna, sabe que ha ocurrido.

Lola, deja a Isabel que por una vez sonría, nos ofrece vino y quiere fiesta, pues la va a tener. –Contesta Cristina echando un cable a Isabel que no sabe muy bien que contestar.

Cristina se ha acercado al fuego y mira en la profundidad de las llamas. Rojo, azul, crepitar, chispas que se van, nacen y mueren en el momento. Hay una que no, una chispa esta comenzando a echar raíces en su corazón. La ha puesto nombre, Isabel.

Las cuatro mujeres comen y beben, Lola está contando una historia de algún amigo suyo que se fue “más allá de los mares” (dicho español que significa la gran ola de emigración que hubo desde que se descubrió América de españoles hacia allá).

Lola sabe contar historias, sabe atraer la atención de los oyentes. Las cuatro mujeres terminan riendo. Isabel ha conseguido relajarse. No está muy lejos de Cristina, la mira soslayadamente, está vez no baja la mirada, cuando Cristina la mira, sonríe.

La adora, simplemente no puede dejar de fijar su atención en ella, trata de seguir a Lola en su historia pero alguien tiene la total y absoluta atención de Isabel, es Cristina.

La noche ha llegado y la bota de vino está vacía. Cristina e Isabel han aproximado sus sacas. Se han dormido dándose la mano. No han vuelto a hablar ni a decirse nada. Un beso robado cuando, recogiendo los cacharros de la cena, se han aproximado, solo eso, un casto beso de buenas noches, su primera noche.

El cansancio ha hecho presa en los cuerpos de las cuatro aguerridas mujeres.

Luna llena, está alta, dos corazones laten por primera vez sabiendo que se aman, que desean estar juntos. Dos almas perdidas para el resto del mundo, esta noche se han encontrado. Van a luchar, lo desean, quieren conocerse. Saber la una de la otra.

El amanecer del cuarto día está despuntando. Nadie se ha movido hoy en el estoico campamento. El vino de la noche anterior y el trasnoche han hecho mella en aquellos jóvenes cuerpos.
Hasta Aroaki se ha quedado dormida y callada. Silencio, silencio, el sol lucha por vivir un día más, pronto conquistará aquella tierra salvaje. Ojos perezosos tratan de volver a la vida, los pensamiento aún están un poco caóticos. Una mano busca la suya, se entrelazan. Esta mañana no hay sorpresa. Isabel tiene una nueva energía, se siente libre, ahora nadie podrá interponerse en su camino. Nadie, nunca se ha sentido así, nunca ha sido tan feliz, quiere serlo mucho tiempo. Ella sabe luchar, sabe conquistar, ahora sabe amar.


Quizás no sea día de caminar, no, es un día para reposar. Acariciar la brisa de la mañana antes de que se convierta en fuego. Isabel y Cristina se han encontrado.

4.

En el pequeño campamento parece que nadie quiere despertarse. El sol ya está alto, sólo unos arbustos dan sombra al lugar.

Hace bastante tiempo que Lola ha abierto los ojos, pero no quiere ni moverse, no le va a quedar otro remedio por imperativos fisiológicos. Una mueca de sonrisa en sus labios vaticina lo que está pensando. La vida da mil vueltas y conforma una realidad que, quizás jamás hubiera pensado, pero así es la vida, llena de sorpresas que nadie ha planificado. Lola es una mujer temperamental, de carácter muy duro en la mayoría de las ocasiones, eso le ha permitido sobrevivir. También sabe interpretar cuando algo es bueno. Siente debilidad por la pequeña Lucia, es una hermana pequeña para ella, daría su vida si fuera necesario.

Cristina es otra cosa, la muchacha ha sufrido tanto, ha recibido tantos golpes y, a pesar de todo ello, aún tiene capacidad de amar. Es una mujer utilizada desde pequeña por los hombres, ultrajada y violada al antojo de quien la tuviera. Admira sus ganas de vivir a pesar de todo, nunca había visto el brillo de sus ojos al mirar a alguien, ese alguien es Isabel. También sabe que Isabel es una de las hijas del El Lobo.
Cristina aprendió a leer y escribir sola, a ratos, entre paliza y paliza, entre violación y violación.
La encontró un buen día y desde entonces ha visto la evolución de la muchacha, cada vez que podía, si había que robar para comer, robaba, pero seguro que también traía un libro bien escondido debajo del brazo. Ahora ve brillar sus ojos cuando mira a Isabel, fue algo instantáneo. No duda que es correspondida por Isabel, pero es familia de El Lobo. El Lobo está en boca de gente más allá de aquellas tierras y es conocido como un hombre sin piedad,  es temido por su crueldad.

Lola está intranquila por los acontecimientos que sin remedio se producirán una vez  lleguen al pueblo. Hablará con Isabel y le pedirá que le diga quién es a Cristina. Si tiene que ayudarlas para que estén juntas, lo hará pero con la verdad por delante.

Lola prepara el café, Isabel se ha levantado y la sonríe.

-¿Café? No nos queda mucho pero es suficiente - Dice Lola.

-¡Claro, me muero por un café! Me ha costado un mundo levantarme – Contesta la muchacha.

-Isabel, el sol está muy alto, te parece que nos quedemos hoy aquí, hasta que caiga el sol hacia media tarde –La comenta Lola.

-Eso estaba pensando, por un día que lleguemos más tarde al pueblo no pasa nada, eso sí, tengo una idea: si nos vamos sobre las cinco y media de la tarde en tres horas estaremos en una posada donde podremos descansar en una cama y lavarnos. Podremos tener una comida decente y reponernos – Habla Isabel.

-No podemos permitirnos ese lujo, Isabel, no tenemos dinero. Necesitamos llegar al pueblo y comenzar a trabajar   – Sentencia Lola.

-Un momento, Lola, no te precipites, sé que os han robado, pero yo si tengo dinero, el suficiente para dos habitaciones y un buen rancho (comida). Por favor, permíteme daros y darme ese capricho. Cuando llegue al pueblo las cosas no serán tan bonitas – Dice Isabel bajando la cabeza.

-Ven, toma la taza de café y vamos un poco más allá, tengo que hablar contigo –Susurra Lola.

Las dos mujeres se apartan del campamento lo justo para no molestar a las durmientes.

-Tú dirás, Lola.

-Sé quien eres, Isabel, eres una de las tres hijas de Lobo, el cacique del pueblo

-¿Cómo sabes tú eso? Lola yo, yo………….. - Isabel no sabe cómo reaccionar, es como si todas sus ilusiones se hubieran venido abajo de un solo golpe.

-No, no, por favor, Isabel, no me malinterpretes. Tú no eres culpable de la fama de tu padre, de hecho pienso que cuando vuelvas vas a ser castigada de una forma atroz  - No, por favor, Isabel no pienses que quiero reprocharte algo – Dice Lola con el corazón en un puño.

Isabel no es capaz de mirar de frente a Lola, se viene abajo. Llora. Lola se acerca a ella y le tiende sus brazos, abraza a Isabel, la acuna. Isabel llora, llora quizás lo que no ha hecho nunca ni cuando su padre la azota.

-Toma un trago de café te sentará bien y ahora escúchame, por favor – Dice Lola levantando la barbilla de Isabel y secando sus lágrimas.

-Isabel me he dado cuenta de los sentimientos mutuos entre Cristina y tu, ha sido tan impactante, tan rápido que es casi irreal. No lo es, lo sé. Sólo te voy a pedir que digas a Cristina quien eres, y a partir de ahí que seáis conscientes de lo que vendrá una vez que estemos en el pueblo – Concluye Lola.

-Lo sé, lo sé, Lola, eso quiero explicarle esta noche, con tranquilidad, no voy a obviar absolutamente nada. Dame ese tiempo de confianza. No entiendo que me ha pasado con Cristina pero nunca, jamás el corazón me ha latido tan fuerte. Quiero conocerla, saber de ella, intuyo que nada para ella en la vida ha sido fácil. Pero dame esta noche. La fonda no es muy transitada, nadie se fijará demasiado en nosotras, hay demasiada gente caminado sola o familias destruidas como para que hagan elucubraciones. En estos parajes y caminos el tener la boca cerrada es una garantía de vida. – Habla Isabel con las lágrimas a punto de salir de nuevo.

Lola vuelve a llenar de café la taza de Isabel y la vuelve a abrazar. Seguirá hablando con ella. Las ayudará, si ese amor es como intuye no habrá nadie en toda la faz de la tierra que pueda con él.
Todas las chicas ya están activas en el campamento, les gusta la idea de quedarse hasta la tarde, no queda más remedio, andar ahora por el camino hacia el pueblo es sinónimo de quemaduras que pueden llegar a ser graves. No merece la pena arriesgarse.

Lucia y Lola han ido a lavar algo de ropa al río. Isabel y Cristina se han quedado recogiendo el campamento,  son más de las diez de la mañana y no hace falta fuego para nada.

-¿Quieres venir conmigo a cazar algo para comer? – Comenta Isabel a Cristina.

-Si no queda otro remedio – Sonríe Cristina.

-Espera un momento Cristina – Dice Isabel acercándose a ella. La coge de la mano, la atrae hacia si y la abraza.

-Gracias por lo de  anoche – Aclara Isabel.

-Gracias, ¡Dios mío Isabel! Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Si es que no te arrepientes  – Se expresa Cristina con la voz un poco temerosa.

-¡Arrepentirme! No, eso nunca. Pero tenemos que hablar  y mucho. Hay cantidad de cosas que tengo que contarte y tú que contarme. Yo no contaba que me pudiera sentir tan atraída por alguien. Y ese alguien eres tú – Dice tajante Isabel.

Cristina vuelve a los brazos de Isabel, ahora es ella la que está a punto de llorar. Sabe que cuando le cuente a Isabel los avatares de su vida puede que no quiera estar con ella. Lo de la noche anterior fueron abrazos y besos, llenos de pasión y necesidad, pero nada más. Deberá contarle cosas que, quizás, Isabel no quiera aceptar. Tiene la esperanza de que Isabel sea una mujer muy diferente a todas, a todos, pero no habrá ni una maldita mentira en ella. Se lo jura así misma.

Isabel abraza con ternura a Cristina, piensa en las palabras de Lola, lo hará, no habrá ninguna mentira, si tiene que perder a la mujer que ahora mismo está entre sus brazos, no dudará. Demasiadas mentiras, calumnias, odios, sinsabores en su familia. Esta vez no, sea para bien, sea para mal.

Las dos mujeres se miran a los ojos, se acercan y unen sus labios, no hay duda, la atracción es incontestable.

El resto del día ha sido amable, Isabel y Cristina han traído una codorniz y un conejo, la comida está asegurada.

Las mujeres han contado anécdotas, viejas historias, algunas experiencias, no han profundizado mucho, han hablado de sus planes a corto plazo, Lucia es un poco payasa ha conseguido sonrisas y carcajadas de las demás integrantes del grupo. A veces la vida es muy dura y hay que tener valor hasta para sonreír.

Están llegando a la fonda. La sencillez y humildad del lugar es evidente, pero se nota que se afanan para que el espacio esté limpio y decente. Quien regenta el lugar es una mujer bajita y regordeta, sin llegar a la obesidad. Su cara redonda y siempre sonriente confiere confianza. No piensa quienes serán las forasteras que han llamado a su puerta pidiendo hospedaje.

-Por favor, mesera, ¿podría darnos alojamiento por esta noche y algo de cenar? También necesitaríamos asearnos – Es Lola la que lleva la iniciativa.

-Lo que necesiten las señoras. ¿Dos habitaciones? – Pregunta la dueña de la fonda.

-Si, es suficiente, pero le pido que haya una tina y agua caliente para adecentarnos, el polvo del camino llena nuestros cuerpos – Responde Lola.

-Bien, hay cordero para cenar con papas. Si necesitan algo más intentaré complacerlas  – Continua la mesera.

-¿Hay vino?  - Pregunta con una sonrisa socarrona Lucia.

-Pues mira jovencita, así es. Una fonda donde no haya vino es un negocio que no llegará a ningún lugar. Me llamo Petra, ¿y tú?

-Jajajaja, yo Lucia. Perdona era broma. Pero unos buenos tragos de agua y vino nos vendrían de maravilla.

-Entonces pongan sus petates a un lado y les preparo la  mesa, así cenan mientras mando calentar agua para que puedan bañarse –Concluye Petra.

-¿Cuándo te vas a callar jovencita? – Interroga Lola a Lucia no sin cierta sorna.

-No sé, no sé – Responde.

Todas ríen.

Isabel y Cristina van a compartir habitación, Isabel se despide por un rato para ir a atender a Aroaki.

-Cristina, ¿estás segura de compartir habitación con Isabel?  - Lola pregunta pero sabe la respuesta.

-En mi vida he estado tan segura de algo. Tenemos que hablar y mucho, aunque no creo que de tiempo en una sola noche. Presiento que tanto su vida como la mía no han sido nada fácil.  Todo va a estar bien, Lola, aunque sea una sola noche, necesito estar con Isabel.

Cristina ha respondido no sin cierto dolor.

-Te entiendo, sólo con miraros sé lo que os pasa, lo que os deseáis, y lo que os necesitáis. Buenas noches Cristina.

-Buenas noches Lola, Lucia.

Cristina sube las escaleras que dan a la parte alta de la habitación, el agua caliente está lista, alguien se ha encargado de llenar la tina. Una tina para dos, agua para dos, jabón para dos,  el amor es de dos.

Poco tiempo después Isabel entra en la habitación, Cristina se esta despojando de su ropa, se queda quieta, un poco cortada al ver como Isabel se para y la mira. ¡Dios mío qué mujer! –Piensa Isabel. Petrificada, no puede dar ni un paso, a pesar de la poca luz que dan las velas, intuye el cuerpo de Cristina que la espera. 

Cristina se ha quitado la ropa en su totalidad e invita a Isabel a hacer lo mismo. A Isabel le cuesta dar un paso hacia adelante, Cristina tiene que repetir que vaya y pregunta:

-¿Te gusta lo que ves? Si te acercas verás mejor – Sonríe pícara Cristina.

-Yo, yo, es que, ¡Dios! ¡Universo! ¡Mundo! ¡Yo que sé! Cristina me tienes en tus manos puedes hacer conmigo lo que quieras – Dice Isabel dando torpes pasos hacia la tina.

Isabel consigue quitarse la ropa, instintivamente cubre con sus manos su sexo y sus senos. Cristina ya está dentro de la tina.

-Ven, el agua está caliente, deja tu timidez para otro momento, tienes un cuerpo  espléndido, ven, por favor…. - Comenta, casi susurra Cristina.

Las dos mujeres ya están dentro del agua, una a cada lado de la bañera, se miran.

-Date la vuelta Isabel, te voy a enjabonar la espalda – Dice tajante Cristina.

Isabel obedece, poco después está entre los brazos de Cristina. Las dos mujeres se acarician sin mediar palabra. Algún tiempo después el agua comienza a estar fría.

-Vamos a secarnos – Dice Isabel que en su fuero interno sabe lo acalorada que está.

-Sus deseos son órdenes para mí  doña Isabel – Responde Cristina una vez más con sorna, le resulta algo especial la timidez de alguien que es capaz de montar, vestir, cazar y andar en la montaña en unos tiempos en que la mujer es puta o casada, poca cosa más.

-Tenemos que hablar de bastantes cosas Cristina, necesito contarte quien soy, cuál es el lugar dónde vivo y…………. Ssssssssssssssssss  - dice casi como un suspiro -Cristina, hablaremos luego, ahora necesito y deseo estar contigo con todas las consecuencias…. ¿vienes?

Isabel calla, no dice nada, lo único que desea es hacer el amor a Cristina, tenerla, saborearla, con sigilo, despacio, Isabel se ha acercado a Cristina y la besa profundamente……….

5.

Las dos mujeres se han abrazo, a Isabel, Cristina le produce una ternura que jamás sintió, mejor dicho, no la dejaron sentir. Se acerca a ella con sigilo, con templanza, tratando de expresar algo más que la tremenda atracción sexual que la produce.

Isabel es ruda, ha querido ser ruda para poder ser un poco libre, a un alto costo, nunca le ha gustado ser como sus hermanas, ni le ha llamado la atención los rituales de los vestidos, la pintura y las conversaciones estúpidas de las mujeres denominadas “normales”.

Ahora, todo ha cambiado, su rudeza se ha hecho añicos, su temperamento se a suavizado, sonríe bobaliconamente al tener ante ella a Cristina, desea hacerle el amor, no tiene mucha idea de como será, pero dejará que su instinto la guíe, siempre la dio buen resultado.

Se han sentado en la cama, Isabel acaricia el rostro de Cristina, se acaban de besar profundamente, la mira a los ojos, solo ve correspondencia de sentimientos. El recuerdo de la conversación con Lola la ha puesto nerviosa y se retira del contacto que la tiene sujeta.

Cristina no ha entendido la reacción de Isabel. ¡La desea tanto! ¡Quiere aprovechar hasta el último momento de tranquilidad que por ahora tienen! Sabe que va a ser corto.

-¿Qué pasa Isabel? ¿Qué he hecho? ¿No quieres estar conmigo? ¿Todo esto es muy rápido? Yo tampoco entiendo lo que ha ocurrido entre tú y yo, pero es más claro que el cielo de esta tierra en verano, cuando no hay ni una nube y se ven todas las estrellas. ¿Qué ocurre?

Cristina está desconcertada. No sabe qué hacer. Isabel se ha levantado de la cama y sólo espera su explicación.

-Tenemos que hablar. Necesito decirte quien soy, lo que hago, quien es mi familia, nada es tan simple, Cristina, prometí a Lola que no habrá una maldita mentira entre tu y yo. Sé que has sufrido y no mereces que alguien como yo pueda hacerte daño – Contesta de una tacada Isabel, que no es capaz de mirar a los ojos a Cristina.

-Yo también tengo que hablar contigo, quizás no te guste oír de mí muchas cosas, mi vida ha sido estúpida, no sólo dura sino que hay que tener tiempo para explicarlo. Pero por favor, eso puede esperar unas horas, antes de que termine el día habremos hablado, pero antes quiero estar contigo, lo necesito, así sabrás todo lo que siento por ti en estos pocos días, es extraño, pero ha ocurrido así y se tiene que aceptar así. Por favor, amémonos ahora, no sabemos que ocurrirá mañana, pero hoy somos dueñas de nuestra propia decisión. Ven, por favor, ven aquí, conmigo, Isabel, deja de pensar. Vamos a hacer una promesa, antes de que la luz del sol salga con fuerza, hablaremos. Ahora, ven…. - Cristina ha hablado con el corazón compungido, le duele. ¡Habrá verdad entre ellas! Pero esa noche tiene que ser de las dos. Es una noche de felicidad entre miles de sufrimiento, y desea a Isabel, ¡es tan diferente de otras mujeres! Nadie nunca le llamó la atención, ni hombre ni mujer.

Isabel se vuelve, entiende lo que Cristina le quiere decir, acepta, no es que acepte, es que lo desea. Una noche de felicidad entre miles de amargura. Se lo pueden permitir, cuando amanezca, las cosas pueden ser iguales, cambiar o simplemente todo habrá sido un sueño, pero en ese momento tiene a alguien que la espera a un simple paso. Isabel da ese paso. No necesitan decirse nada más. Ahora es el tiempo de amarse, de tocarse, de sentirse.

La desnudez de las dos mujeres no admite ninguna timidez, unen sus labios, los exploran, van recogiendo en cada beso las exclusivas características de cada una de sus bocas, saborean los pechos de cada una, sus cuellos, miran sus ojos, palpan cada uno de los centímetros de su piel, se están conociendo, poco a poco dan rienda suelta a todo el potencial de sus sentimientos y, las dos mujeres, algo sudorosas, intercambian el cenit de su pasión, de su verdad, ahí no hay mentiras, solo un gesto, solo un sentimiento, amor.

Cristina e Isabel se han quedado dormidas, agotadas, tranquilas. Hoy la luna alumbra especialmente. Aún no ha cantado el gallo, Isabel no ha conseguido conciliar del todo el sueño. Es feliz, pero un halo de tristeza cruza todo su cuerpo. En sus ojos, pocas veces con lágrimas, caen dos gotas de agua salada salidas de lo más profundo de su corazón.

Cristina despierta como si intuyese la tristezas de Isabel, las dos mujeres están totalmente entrelazadas, sus cuerpos solo están cubiertos por una ligera sábana. La última vela aún resiste el paso de la noche. Instintivamente Cristina abraza con fuerza a Isabel. La muchacha da rienda suelta a las lágrimas contenidas durante toda su existencia. Cristina no dice nada, sólo la sostiene, la aguanta en sus brazos y sabe de todo lo que lleva dentro esa mujer. Su mujer.

Es hora de hablar, cada una de las muchachas hacen un resumen de sus vidas, se han prometido no interrumpirse. Cristina cuenta lo suyo, deja entrever algunos detalles, no quiere ser demasiado explícita, no hace falta, sabe del entendimiento de Isabel.

Isabel le cuenta quien es, de quién es hija, de lo que hace y de lo que ha hecho, de lo que acontecerá cuando llegue al pueblo y a Casa Grande. No es capaz de decir nada más.

Isabel se ha separado algo de Cristina, aún las sensaciones de su contacto recorren su cuerpo, ahora no es capaz de mirarla a la cara. Solo tiene una cosa clara, lo que le ha ocurrido a Cristina en su vida no la importa, le importa de ahora en adelante. Lo tiene tan claro como que prefiere la muerte a no estar con ella. Enfrentará lo que tenga que enfrentar.

Cristina nota la ausencia de Isabel inmediatamente, sabe que tiene que darle tiempo a asimilar lo que se han contado, ella también lo necesita. Jamás sintió nada parecido a lo que le produce Isabel en su corazón, por lo tanto no importa quién es, lo que hace o lo que tiene que hacer. Isabel es una luchadora, eso es algo que tienen en común.

Cristina se levanta y va hacia Isabel, se han dicho lo que tienen que decirse, ni una mentira, ni un sentimiento que no sea verdad, ni un hecho, ni una palabra de más o de menos.

-Ven conmigo, necesitamos descansar. Al anochecer llegaremos al pueblo, tú te irás a tu casa, yo a mi trabajo, luego ya veremos. –Dice despacio y tranquila Cristina que a abrazado por detrás a Isabel, la voltea y las dos mujeres quedan enfrentadas, juntas sus manos y sus cuerpos, muy cerca, aún su olor y sabor del amor de hace poco tiempo quedan impregnadas en su piel, en su existencia.

Isabel acepta, no quiere pensar y va con Cristina.

La vida de las dos han sido tan distintas, el destino, el Universo, el Mundo, la casualidad, las ha hecho que se encuentren, ahora conocen lo suficiente la una de la otra, mañana entrarán en el pueblo, su suerte, su destino, su futuro o su vida o su muerte, está por llegar, no va a tardar mucho.


………………………………………………………


El atardecer se acerca y cuatro mujeres y un caballo caminan bajo los últimos coletazos de un sol que no perdona. La noche está llegando y el pueblo donde se encaminan se divisa no muy lejos. No más de media hora y abran llegado.

Isabel - llama  Lola -  Ven aquí.

Isabel camina de una mano con Cristina, de la otra agarra a su yegua, Aroaki. Las tres encabezan la marcha.

Vira su cara hacia Lola, Isabel suelta su mano de la yegua y se la entrega a Cristina, retrocede y camina junto a Lola, Lucia, se adelanta y conversa con Cristina.

-Dime, Lola, ¿qué pasa? – pregunta sin mucha voz Isabel.

-Tú sabes lo que pasa, antes de llegar al pueblo, tú tienes que tomar tu camino y nosotras el nuestro – Dice Lola sin un ápice de sonrisa.

-Sí, lo sé. Se lo diré a Cristina. No me esperéis en unos días. Mi padre me partirá en dos, cuando me recupere, pasaré por la cantina. Os veré, pero, por favor, Lola, sujeta a Cristina y que no haga ninguna locura, estoy muy preparada para lo que mi padre hará conmigo. A pesar de todo, mis hermanas me ayudaran. De eso no tengo ninguna duda, son tan diferentes a mí, pero estamos muy unidas. Y, luego, no se preocuparan por verme por la cantina, a eso si que está acostumbrados mi padre y el pueblo. El Lobo intentó tanto conseguir que no fuera, me castigó tan duramente, pero no lo consiguió, sigo yendo un par de veces por semana y, o lo aguanta o me mata. Y por ahora, parece que no entra dentro de sus planes matarme. Le gusta más el poder de doblegar que de matar  – Contesta de un tirón Isabel.

-¿Lo sabe Cristina? –Pregunta duramente Lola.

-Si, lo sabe todo, tanto de quien soy hija, de lo que he hecho, de la relación de mi familia, de El Lobo………. – Ya te dije que no mediaría ninguna mentira entre las dos.

-Y lo que te ha contado ella de su vida, ¿te importa Isabel? Cristina ha estado tocada, sobada, maltratada, violada, por hombres, una y otra vez, dime, ¿te importa? ¿Algún día se lo reprocharás?   - Vuelve a preguntar Lola sin miramientos.

-Me importa una mierda, Lola, Cristina me ama, yo no tengo ninguna experiencia, pero no soy estúpida, “nadie me ha tocado como tú me tocas, nadie me ha besado como tú lo haces, nadie me ha respetado como tú respetas”. ¿Contesta esto a tu pregunta? –Isabel responde casi sin aliento y con dureza.

-Tranquila, muchacha, no te conozco mucho, pero la convivencia de estos pocos días me ha dado la clave de cómo eres. Te ayudaré, contad conmigo para conseguir que vuestra relación salga adelante. Si la muerte acecha, la apartaremos, si los látigos duelen, soportaremos, si nos persiguen huiremos, si necesitáis esconderos, contad conmigo y Lucia. En esto no  vais a estar solas, pero habrá un momento en que tendrás que tomar una decisión, intuyo cual, pero no estoy segura de ello – Diserta largamente Lola.

-Mi cabeza da muchas vueltas, el Universo me hizo lista e inteligente, sabré abordar la solución cuando llegué, pero hay gente que me importa en mi casa, son mis hermanas, eso sí que no puedes olvidarlo, Lola.


-Lo entiendo, pero eso ya es otra historia, ahí está el camino del pueblo, ahí el de tu casa, despídete de Cristina.  – Habla Lola sin contemplaciones. Isabel acepta:

-Cristina, espera un momento, tengo algo que decirte. Deja a Aroaki a Lucia. .Medio grita Isabel.

Las dos mujeres se apartan del camino, se sientan en unas rocas. El anochecer está llegando, Cristina sabe lo que Isabel le va a decir. Lucia y Lola continúan andando, despacio, esperando, entendiendo, Lucia por fin ha comprendido. ¡Quiere tanto a Cristina! ¡Quiere tanto a Lola! Y, ahora, ¡comienza a apreciar tanto a aquella extraña mujer tan diferente a las mujeres de esa época!


-En una semana iré a la cantina, mientras tanto, oigas lo que oigas, digan lo que digan, por favor, ¡no hagas caso de los rumores!  En poco podré pasar por la cantina, eso no sorprende en mí, ni a los aldeanos, ni a mis hermanas, ni siquiera a mi padre. Mi padre tiene bastante con el burdel. Para él es suficiente. No armes escándalo, no preguntes por mí, iré. En una semana, iré. Prométeme que harás lo que te pido. – Expresa Isabel sin un atisbo de duda.


-Lo haré, pero ven. Haremos lo que tengamos que hacer. – Te lo prometo, el destino nos ha unido, si nos separamos no será por él, será porque no seremos capaces de andar el camino que el Universo nos ha ofrecido para caminar por él –Atina a hablar Cristina cuando su garganta no puede decir nada más.

Isabel mira a Cristina, coge su cara y la enfrenta, ojos con ojos, frente con frente, nariz con nariz, finalmente un beso profundo expresa lo que sus corazones anhelan.

El camino se divide, de frente el pueblo, hacia la derecha la Casa Grande, un caballo y un cuerpo que lo monta galopan hacia su castigo.

De frente, tres figuras cansadas por la dureza del camino se dirigen hacia el comienzo del pueblo, la cantina, la fonda no está lejos. Pensamientos y sentimientos están encontrados, se diversifican e intentan comprender, lo auténtico parece que en la vida no es lo correcto. La verdad siempre tiende a estar plagadas de mentiras para poder realizarse.

Isabel es indómita, a Cristina el sufrimiento ya no le importa, Lola y Lucia son luchadoras, no son mujeres idiotas de un tiempo en que las mujeres eran consideras y se lo creían así.

Las tres mujeres están llegando con más rapidez que la que quisieran a la entrada de la amplia fonda, un edificio solitario a las afueras del núcleo de la población. La puerta está entreabierta y se oyen las conversaciones dentro del establecimiento.

Carmen regenta el lugar desde hace un tiempo, su marido Pedro, le ayuda en las labores de todo lo que significa la cantina, la comida, las habitaciones, los animales, la huerta, la limpieza. La antigua cantina ha crecido demasiado para que ellos dos solos puedan con tanto trabajo.

El pueblo ha mejorado la calidad de sus habitantes desde que El Lobo trajo más ganado al lugar, la feria de ganado de  final de semana hace que bastantes visitantes pernoten en el pueblo. Sin duda se ha convertido en el pueblo más próspero de la tierra de Badajoz, después de la capital y Mérida, el pueblo ha llegado a tener cierto renombre.

El que tenga más renombre no significa que sus habitantes vivan mejor, solo un poquito mejor, todos sus ingresos están para pagar al cacique del lugar, El Lobo, hombre temerario, detenta muy buenas relaciones con el poder establecido en la España de ese tiempo y no duda en el castigo, en la muerte, en el aislamiento o el destierro de quien opte por desobedecer sus órdenes. Se siente muy superior al resto de su congéneres, se cree con derecho a exigir los impuestos a los que trabajan en sus tierras. No es un hombre feliz, ha tenido cuatro hijas, le falta un hijo, el varón que tendría que heredar sus tierras y seguir su estirpe, sus hijas son hermosas, inteligentes, pero eso no es normal en las mujeres, las trata con dureza y cierto paternalismo. Las cuatro son muy diferentes, pero no dejan de ser Lobas, la única que se le escapa del todo es Isabel y, una de dos, o la castiga una y otra vez con la mayor dureza (sabe que volverá a desobedecerlo) o la mata. No la matará, es su hija, pero la va a domar, aunque eso signifique llevarla casi hasta la muerte.

Isabel ha entrando con Aroaki por la parte de los establos, su padre no la espera, nunca sabe cuándo llegará, esa noche aún podrá dormir en paz, al día siguiente se enfrentará una vez más al castigo que éste le impondrá.
Deja a Aroaki en los establos, el animal presintiendo el sufrimiento de su ama, le relincha, Isabel se acerca y la acaricia, la yegua parece suspirar. Isabel le habla como a cualquier persona, le comenta, le dice, le abraza y con ello se desahoga. ¡Hecha tanto de menos a Cristina! La yegua conoce a su dueña, sabe de todo lo que ha tenido que correr y cabalgar con ella. Solo es un animal, pero presiente. La yegua sabe y espera el día en que trotará con su ama para no volver.

Lola, Lucia y Cristina han sido recibidas con una gran alegría por parte de Carmen. Ella es una mujer trabajadora que un simple establo ha conseguido poco a poco, día a día que aquel lugar se asemeje a un hogar y no a un establo, eso es lo que era.
Su marido, Pedro tuvo que ir de lugar en lugar para conseguir algo de “perras” (dinero) para ayudar a la manutención de su familia, Carmen mientras criaba a cuatro hijos y atendía la casa y el tugurio que era su antigua cantina. Han pasado casi diez años desde entonces, la cosa ha mejorado. Carmen no da más de si (no es capaz de abarcar todo lo que es el trabajo del lugar), cuando el marido le sugirió la idea de contratar por cama y comida a tres mujeres para ayudar en todo aquello, la sonrisa volvió a su cara, la misma sonrisa que puso al ver entrar a las tres mujeres. No dudó ni por un instante que eran ellas: escuálidas, sucias por el polvo del camino, con ganas de dormir en un catre (cama), hambrientas y con necesidad de limpiar y recoser sus andrajosos vestidos. Eran ellas. No dudo en salir de su barra y abrazarlas a pesar de la suciedad que mostraban.

-No digáis nada. Tú eres Lola, la lejana pariente de mi marido Pedro, tú Lucia la pequeña, y la última en llegar, tú Cristina. ¡Por dios, pasad! Y sentaros, apenas hay tres lugareños ha estas horas, pero hay comida y bebida   – La alegría de la mujer era muy evidente. Su campechanería evidente.

-Sí, tú debes ser Carmen, ¡Dios Carmen, nos robaron!! ¡Sentimos no haber llegado ayer! Gracias por tu acogida y disculpa nuestro aspecto  – Comenta, Lola con resignación.

-Naaa, pasar, mira sentaros en aquella mesa, yo no he cenado todavía, hoy nada que hacer, mañana a trabajar, pero hoy sois mis invitadas. Ale a comer y beber y contarme….


En la Casa Grande Isabel ha escalado hasta su habitación, su hermana mayor está en su cuarto, no lo espera, ¿o si?  - Se pregunta Isabel.

-Hola, Almudena, soy yo – Dice con una media sonrisa Isabel.

-Sé que eres tú, estaba paseando y oí a tu yegua relinchar, despacito, pero la conozco, sin duda habías llegado. ¡Maldita seas, Isabel! Sabes que mañana padre te va a azotar hasta que caigas desmayada. ¿Lo sabes? – Grita despacio Laura.

-¡Claro, si te parece no lo voy a saber! Pero hermana mayor, ¿no me has echado de menos? ¿No das un abrazo a tu andrajosa hermana antes de que sea una simple yaga de sangre?    - Contesta  no sin cierta sorna.

¡Cuántas veces! Almudena ha escondido a su hermana y la ha justificado, no la entiende, pero la quiere y para ella eso es suficiente.

La abraza, poco tiempo después Isabel se quita el polvo del camino y se viste como una mujer de su tiempo. ¡Joder! No está a gusto con esa ropa. Su padre siempre suaviza su castigo cuando la ve vestida así. Es peor cuando la ve llegar montada en su caballo, con aquel masculino sombrero y con los andrajos en los que ha convertido su vestido de mujer para poder montar y andar como cómodamente (como un hombre) en la sierra.
La hermana pequeña de Isabel, Nieves, entra en la habitación de Isabel, las tres hermanas están, de nuevo, juntas. Isabel cuenta, solo detalles de su internamiento en la sierra y de la caza de la alimaña que atacaba la ganadería de su padre. Isabel omite el resto de vivencias. No es momento de contar. Primero debe asumir el castigo de su padre, luego hablará a sus hermanas. Sabe que no comprenderán nada, pero lo aceptaran.

Continua ACÁ

----------------------------------------------------------------------------------------------------------
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Aroaki Derechos Reservados
© Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...