Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Amor en Peligro - Adaptaciones (Parte1)


Amor en peligro
Original de Jenna Petersen
Adaptación de Libros Adaptaciones



La espía Caroline Redgrave no ha vuelto a ser la misma desde la noche, seis meses atrás, en que fue alcanzada por la bala de un aspirante a asesino. Aunque se ha recuperado físicamente, aún le atormentan los recuerdos del trauma y el remordimiento por lo que estuvo a punto de suceder. Está desesperada por volver de nuevo a la acción y recuperar su autoestima. Acepta de mala gana la misión de seguir y proteger a Julie Ashbury, la condesa de Westfield, sabiendo que hacer de «niñera» podría proporcionarle casos de mayor relevancia. 



Lo que no sabe es que Julie es una atribulada espía y que sus superiores acaban de asignarle la labor de seguirla a ella. Pero mientras las dos se persiguen mutuamente por todo Londres, destapan sin saberlo un auténtico caso y un magnético deseo que las une de las formas más escandalosas y sorprendentes. ¿Podrán Julie y Caroline superar los traumas del pasado y trabajar juntas? 

PRÓLOGO
Londres, 1808.
—Deja que yo me ocupe de convencer a la Corona, Charles.
Charles Isley se reclinó en el cómodo asiento del palco que su acompañante tenía en el teatro. Apenas vislumbraba su rostro en la penumbra, aunque lo conocía bien. Después de todo, era una de las damas más influyentes y mejor consideradas de la buena sociedad londinense. Si sus padres supieran el temerario proyecto que se proponía llevar a cabo, no darían crédito.
Y ésa era la clave, por otra parte.
—Como usted quiera, milady —respondió él haciendo un gesto de asentimiento con la cabeza. —Confiaré en su mayor influencia en este tema. Pero aún nos quedan otros detalles por resolver. Quiere crear un grupo de mujeres espías: viudas, para que no se escandalicen de las actividades que tienen lugar en los bajos fondos, y damas de la alta sociedad, para que tengan acceso a las personalidades más influyentes del imperio. ¿Tiene a alguien en mente?
—Necesitaremos más de una dama, por supuesto. Trabajarán en equipo y así podrán ayudarse una a otra. Pero quiero que las aborde de forma individual, con discreción. Ya he decidido quién será la primera.
Su señoría alargó la mano para coger la pequeña bolsa que sostenía su doncella, de pie justo detrás de ella, y el tejido de su falda emitió un frufrú al hacerlo. Sacó del bolsito una lista con los nombres que Charlie había recopilado para ella en las últimas semanas, desdobló la hoja y le echó un vistazo. A la tenue luz, el hombre vio que había hecho anotaciones al lado de muchos de los nombres, aunque no podía leer las palabras.
—No me mantenga más en suspense. ¿Quién será esa primera mujer espía?
—A partir de los datos que has recabado para mí, Meredith Sinclair me parece una buena candidata —dijo ella y Charles percibió la sonrisa en su voz.
El asintió.
—Estoy de acuerdo. Es muy popular e inteligente. Y perdió a su marido hace unos meses.
—Siempre ha sido una resplandeciente joya en sociedad. Posee cierta gracia y una ligereza de movimientos que me llevan a creer que podría encarar bien el entrenamiento físico al que tendrá que someterse.
Charles sacó un pequeño cuaderno de notas del bolsillo y anotó el nombre de la dama en cuestión. Una ola de excitación lo invadió al hacerlo.
—Me pondré en contacto con ella de inmediato, milady —dijo con una sonrisa.
—Muy bien, Charlie. —Su señoría alzó una mano en señal de despedida mientras él se levantaba dispuesto a irse del teatro. —Muy bien.
***************************** 
—Su plan marcha bien, milady. —Charles Isley caminaba de un lado a otro del salón de su acompañante. Fuera, se oían unos acordes de música procedentes del atestado salón de baile, pero confiaba en que nadie los interrumpiera. Su señoría había ordenado a dos lacayos que montaran guardia a la puerta del salón. Nadie sabría que había estado allí.
No era de extrañar que ella estuviera reuniendo a un grupo de mujeres espías.
—Magnífico, Charles. —La dama no se apartó de la ventana, pero él percibió la sonrisa en su voz—. Me alegra oírlo.
—La primera de las damas elegidas para el trabajo ya ha aceptado —continuó Charlie—. Pero usted dijo que desearía tener más de una espía en su grupo, para que colaborasen entre sí. ¿En quién más había pensado?
La mujer no lo dudó.
—He estado meditando mucho y me he decantado por un nombre que no estaba en su lista.
Él ladeó la cabeza mirándola con curiosidad. Su señoría le había pedido una lista de potenciales damas espías, y él había supuesto que todas las mujeres que resultaran elegidas para su clandestino grupo saldrían de allí. A fin de cuentas, había llevado a cabo una meticulosa labor de investigación sobre cada una de ellas.
—Admito que estoy sorprendido —dijo, dando un sorbo de la bebida que le había ofrecido a su llegada—. ¿De quién se trata?
—¿Conoce a lady Whittig?
Charlie hizo memoria.
—Puede ser. El nombre me resulta familiar. —Se sobresaltó cuando empezó a tomar forma en su mente la imagen de una mujer tímida, introvertida, vestida de riguroso luto—. Espere, ¿se refiere a Anastasia Whittig?
La dama se volvió y lo miró con una leve sonrisa.
—La misma.
—Pero ella es... es... —Se detuvo para buscar una palabra que no resultara ofensiva.
Su señoría se encogió de hombros, como si comprendiera la razón de sus dudas.
—Sí, Anastasia es una mujer muy reservada, pero posee una inteligencia fuera de lo común.
Charlie no lo dudaba, pero veía otros inconvenientes que había que tener en cuenta.
—Anastasia Whittig amaba profundamente a su esposo. Él murió hace seis meses y, desde entonces, ella casi no se ha dejado ver en público.
Una sombra cruzó por el rostro de su acompañante, y Charlie pudo ver que estaba pensando en su propio esposo, fallecido hacía justo un año. Ella también lo había amado profundamente. Y también lo había perdido.
—Puedo afirmar por experiencia que, a veces, tener una vocación es lo que más se necesita cuando el peso de la pena se vuelve insoportable —dijo en voz baja.
—Sí, milady. Pero ¿qué podría aportar ella al grupo?
La melancolía de la dama se esfumó para dejar paso a una sonrisa.
—Un día la vi leer un libro. Era nuevo, por lo que era imposible que lo hubiera leído antes. Y en cuestión de minutos, fue capaz de recitar el texto palabra por palabra, sin tener que mirar el original ni una sola vez.
Charlie enarcó las cejas.
—Eso podría ser muy útil.
—Creo que, con el entrenamiento adecuado, podría convertirse en una maestra de los códigos secretos. Como también creo que Anastasia Whittig es mucho más de lo que salta a la vista.
Charlie tomó unas cuantas notas y finalmente le hizo una inclinación de cabeza.
—Me pondré en contacto con ella inmediatamente y la informaré de su respuesta dentro de unos días.
Se volvió hacia la puerta, pero la voz de su señoría lo detuvo.
—Charles. —Cuando él se dio la vuelta para mirarla, añadió—: Sea amable con ella.
El hombre inclinó de nuevo la cabeza con una sonrisa en los labios.
—Intentaré tratarla con la mayor delicadeza, milady. No tengo intención de perder a una espía en potencia si puedo evitarlo. Buenas noches.
Su señoría se volvió hacia la ventana nuevamente.
—Buenas noches, Charles. Y buena suerte.
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Charles Isley garabateó unas pocas anotaciones en un pedazo de papel que sostenía en precario equilibrio sobre el regazo. El balanceo del carruaje convertía en un tanto ilegible su caligrafía, pero confiaba en poder descifrarla más tarde.
—Ya he contactado con Meredith Sinclair y con Anastasia Whittig, milady —dijo, levantando la vista hacia la mujer oculta en las sombras del asiento de enfrente.
Ésta iba mirando por la ventanilla, de manera que lo único que él vislumbraba era el elegante contorno de su rostro de perfil.
—Muy bien, Charles —contestó con serenidad—. Ya casi estamos a punto de que empiecen su entrenamiento.
Charlie se sorprendió. Creía que todo eso ya estaba listo.
—¿Algo más, milady?
—Creo que nuestro círculo quedará completo si añadimos una tercera dama.
Pudo ver el atisbo de sonrisa que asomó a los ojos de la dama, pese a la escasa luz.
—Sí, con una más bastará —añadió la mujer.
Charles rebuscó entre sus papeles la lista de posibles candidatas para el grupo de espías, que la dama y él habían ido recopilando a lo largo de meses de meticulosas pesquisas. Se alegró de haberla llevado consigo, a pesar de creer que ya no la iban a necesitar.
—Perdone que se lo pregunte, pero ¿por qué tres, milady?
Ella se echó a reír.
—¿Conoces a dos mujeres que opinen igual en todo?
Él reprimió una sonrisa.
—Bueno...
—No respondas, Charles, sólo conseguirás meterte en líos —lo interrumpió ella con tono divertido—. Con tres, siempre habrá un voto de desempate en caso de que dos no estén de acuerdo en algo.
Él asintió. Como siempre, el análisis de la dama era impecable.
—Ya lo entiendo. Pretende incluir en el grupo la voz de la calma, de la razón.
Ella negó con la cabeza.
—No. Creo que Meredith y Anastasia son capaces de actuar con racionalidad, cada una a su manera. Lo cierto es que me gustaría añadir una voz más impetuosa e independiente.
Antes de que pudiera continuar con sus requisitos, los ojos de Charles cayeron automáticamente en el primer nombre de la lista. Uno de los pocos que no habían sido tachados por una u otra razón. Un nombre al que llevaba dándole vueltas desde que idearon aquel plan.
—Veo el nombre que estás mirando y creo que estás en lo cierto —dijo la dama, colocando una mano sobre la otra—. Me gustaría que te pusieras en contacto con lady Allington.
Él meditó la mejor manera de expresar sus temores.
—Milady, no pretendo llevarle la contraria, pero es sabido que Caroline Redgrave no siempre ha demostrado ser muy de fiar. ¿Hay alguna razón por la que desee añadirla al grupo?
La mujer volvió a sonreír, esta vez con un matiz de complicidad secreta y una innegable certidumbre.
—Por supuesto, Charles. Quiero que hables con ella porque me gusta.
Él se quedó mirándola, atónito ante su afirmación. Pero no discutió. Hacía tiempo que había aprendido a no hacerlo. Ella siempre tenía razón. Por ese motivo había accedido a ayudarla a llevar a cabo aquella escandalosa empresa de crear un grupo secreto de espías formado sólo por mujeres. Su instinto era infalible.
El carruaje comenzó a aminorar la marcha y Charles recogió sus cosas.
—Muy bien. Lo haré lo antes posible.
Su acompañante asintió mientras él accionaba el tirador para abrir la portezuela y bajar del coche.
—Perfecto, Charles.
A medida que el carruaje se alejaba, la dama se recostó en el confortable asiento de cuero con un suspiro.
—Quiero contar con Caroline Redgrave, porque se parece mucho a mí —susurró al vacío.

Londres, 1813
El estrépito desbarató la concentración de Anastasia Whittig. Parpadeó varias veces y se quitó las gafas al tiempo que miraba al techo con los labios fruncidos. ¿Qué demonios estaban haciendo los sirvientes allá arriba, enseñándose mutuamente a bailar? Detestaba las interrupciones, sobre todo cuando estaba a punto de dar con la dichosa clave de su último invento.
Miró la escalera que conducía a la planta principal de la casa desde su secreta habitación de trabajo en el sótano, y volvió a su tarea.
El segundo golpetazo la hizo dar un respingo. Fue seguido por fuertes pisadas y, para sorpresa de Ana, la puerta de su estudio se abrió bruscamente. En general, los sirvientes sabían muy bien que no debían invadir su zona privada, por lo que el hecho de que hubieran irrumpido ahí, sin llamar siquiera, era señal de que algo gordo estaba pasando.
Una de las doncellas bajó un par de escalones. Llevaba la cofia torcida y tenía los ojos muy abiertos y aterrorizados. Ana ladeó la cabeza para mirarla.
—¿Qué demonios está ocurriendo, Mary? Estoy en mitad de...
La chica entró jadeando, con el miedo pintado en su lívido rostro.
—Lady Allington, milady, ella... ella...
A Ana se le cayó la botella de queroseno que llevaba en las manos, pero a duras penas oyó el ruido que ésta hizo al dar contra el suelo. El latido de la sangre en sus venas era ensordecedor. Lady Allington, Caroline Redgrave, era su mejor amiga, y la dueña de la casa en la que vivían las dos. Era también espía.
Caroline había pasado la noche fuera, trabajando en un caso. Sólo había una razón para que Mary estuviera aterrorizada hasta el punto de entrar en su estudio: había pasado algo malo.
—¿Dónde está? —preguntó Ana al tiempo que subía corriendo la escalera. Se tambaleó un poco al agarrarse a la barandilla para impulsarse y subir más de prisa. El pánico amenazaba con ahogarla, y le costaba respirar mientras seguía a la doncella.
—Ha entrado por la parte de atrás, lady Whittig —contestó la chica, jadeando—. La hemos llevado al gabinete.
—¿Llevado? —repitió Ana, realmente asustada—. Oh, Dios mío.
Mary entró en tromba en el pequeño salón que quedaba cerca de la puerta trasera. Ana pasó junto a ella como una exhalación para encontrarse con los sirvientes, sollozantes y temblorosos, rodeando el sofá. Abriéndose paso a codazos, se detuvo horrorizada ante el espectáculo.
Caroline yacía tumbada, con los ojos cerrados. Estaba pálida, tenía la frente húmeda de sudor; ni siquiera el ajetreo de los sirvientes a su alrededor parecía capaz de despertarla. Una doncella estaba arrodillada junto a ella, presionándole un paño de cocina en el costado. Ana vio que el paño estaba empapado de sangre.
Se dejó caer de rodillas junto a su amiga.
—Deja que le eche un vistazo, Hester.
La chica la miró y retiró el paño. Ana se quedó estupefacta. A través de un desgarrón del vestido, se veía una herida de bastante consideración. El tejido estaba empapado de sangre y con restos de pólvora.
Le habían disparado.
Ana cogió el paño de las temblorosas manos de Hester y lo apretó de nuevo contra la herida para evitar que se desangrara.
Sentía náuseas y estaba paralizada de miedo, pero hizo todo eso a un lado. No era momento de ponerse histérica. Los sirvientes la miraban esperando instrucciones. De las decisiones que tomara en los próximos minutos, dependería que Caroline viviera... o se desangrara en el sofá.
Trató de que su voz sonara calmada. Bastante nerviosos estaban ya todos como para que empeorara aún más las cosas. Se volvió hacia uno de los criados.
—Robert, vaya a buscar al doctor Adam Wexler lo más rápido posible. Dígale que lo necesitamos. No le explique nada si ve que no está solo. Cuando se quede a solas con él, cuéntele que han disparado a lady Caroline.
El hombre asintió.
—Sí, milady. Volveré lo antes posible.
Entonces, Ana se volvió hacia Benson, el mayordomo. Éste la miraba fijamente, con el rostro demudado. Tal vez fuera el tipo de hombre serio y aburrido que no aprobaba la existencia de mujeres espías, pero era tremendamente leal. Todos sus sirvientes debían serlo para mantener su secreto a salvo.
—Benson, escúcheme —dijo en voz baja—. Mande a Henderson a buscar a Charles Isley. Que sólo le diga que es una emergencia. Que entren por la puerta trasera. Si alguien lo viera venir aquí a estas horas, levantaría sospechas.
Benson asintió y se dirigió hacia la puerta.
—El resto de ustedes preparen la habitación de lady Allington para su convalecencia. —Ella misma pensó que se precipitaba al pensar que su amiga iba a sobrevivir, pero tenía que dar alguna ocupación al servicio que no fuera mirar boquiabiertos cómo Caroline se desangraba. Mantenerlos atareados era un acto de bondad que nadie podía concederle a ella—. Asegúrense de que tenga todas las comodidades que pueda necesitar. Y por favor —añadió para aquellos que no estaban al tanto de su vida secreta—, no comenten esto con nadie. Una indiscreción podría poner la vida de su señoría en un peligro todavía mayor.
Los sirvientes asintieron y salieron del salón, susurrando asustados. Ana sólo podía rezar para que todos ellos guardaran silencio.
—Caroline —musitó, apartándole de los ojos un mechón empapado de sudor mientras intentaba contener las lágrimas.
Su mente tomó las riendas y la llevó a un lugar al que no quería regresar: junto a la cama de su esposo, más de cinco años atrás. Él también había muerto a consecuencia de un disparo; un accidente de caza en su finca. Fue una herida mortal, y no se pudo hacer nada por él.
Ana negó con la cabeza. No. No iba a perder de nuevo a otro ser querido. No perdería a Caroline. Presionó la herida con más fuerza y su amiga dejó escapar un pequeño gemido de dolor. Ana se acercó un poco más.
—Estoy aquí. Ya estás a salvo. —Ahogó un sollozo. Ella no querría verla llorar—. Estás en casa.
Caroline gimió y abrió sus ojos verdes asombrosamente brillantes pese a estar nublados por el dolor.
—¿Sola? —preguntó entre toses.
—Sí, los sirvientes se han ido. Te pondrás bien, cariño. Adam ya está de camino. —Caroline tomó aire entrecortadamente, esforzándose por hablar, pero Ana negó con la cabeza—. Ahorra fuerzas. No intentes hablar ahora.
A continuación hizo una mueca, consciente de que lo había dicho más en su propio beneficio que en el de Caroline. Simple y llanamente, no estaba preparada para escuchar las palabras de despedida de su amiga. No podía aceptar que aquello estuviera ocurriendo de verdad.
Caroline soltó un gruñido de frustración.
—Trampa, Ana. Era... una... trampa.
—Ana.
La voz de Charles Isley la sacó de la bruma mental en que se encontraba mientras caminaba de un lado a otro de la estancia. Vaciló un instante antes de levantar la vista hacia su superior.
—Por favor, siéntate. —Charles le hizo un gesto hacia un sillón que estaba a su lado, junto al fuego—. Si continúas moviéndote así toda la noche, terminarás sudando como un pollo.
Ella negó con la cabeza y continuó recorriendo la habitación.
—No puedo sentarme, Charlie —musitó—. No puedo sentarme a tomar té y charlar tranquilamente o fingir que mi mejor amiga no ha sufrido un brutal ataque esta noche. No tengo fuerzas para mostrar otra cosa que preocupación y un miedo atroz.
Él suspiró al tiempo que se tocaba el pelo, cada vez más ralo. Sus mejillas, normalmente sonrosadas, estaban pálidas, y Ana notó la tensión en su rostro. Los dos intentaban permanecer fuertes en beneficio del otro.
Pero ambos sabían que la situación era grave. Que habían estado a punto de perder a Caroline. Que en realidad aún no había salido de peligro.
—¿Has informado a Meredith? —preguntó Ana, buscando algún tema de conversación con que llenar el horrible silencio.
Meredith Sinclair, Archer, se corrigió Ana mentalmente, era la tercera de su pequeño grupo de mujeres espías. Había contraído matrimonio un año antes, con el marqués de Carmichael, pero seguía trabajando en algunos casos.
Charlie asintió.
—Le he escrito una nota en cuanto Adam me ha informado sobre el estado de Caroline. Nuestros correos más veloces se dirigen a Carmichael en estos momentos.
—Llevará un día que les llegue la carta y dos hasta que puedan ponerse en camino hacia Londres —musitó Ana, apretando los puños a los costados sin dejar de caminar de un lado a otro. No quería ni imaginar la reacción de Meredith cuando se enterase, y le dolía imaginársela sufriendo el mismo miedo y dolor que le atenazaba a ella el corazón. Especialmente cuando era tan feliz desde su matrimonio.
Ana se detuvo ante la ventana y se asomó. Los jardines siempre le proporcionaban paz y serenidad, aunque fuera de noche. Podía representarse las flores que cuidaba personalmente y los arbustos bien podados. Pero ni siquiera eso podía borrar las imágenes de Caroline desangrándose.
Bajó la vista y se quedó mirando las salpicaduras de color rojo sobre su vestido negro. Con un escalofrío, volvió la atención hacia la oscuridad de fuera. Detrás de ella, Charlie se levantó y se le acercó.
—Caroline sobrevivirá y volverá a ver a Meredith, Anastasia —dijo con suavidad—. Ya has oído a Adam.
Ana resopló de una forma muy poco femenina, gesto más propio de Caroline que de ella. En efecto, Adam había bajado a decirles que Caroline sobreviviría a esa noche. Y puesto que era uno de los mejores médicos de campaña que había trabajado al servicio del ejército de su majestad en toda su historia y ahora hacía lo propio al servicio de sus espías, Ana le había creído.
Pero si Charlie pensaba que era tan ingenua como para no haberse fijado en el destello de preocupación en los ojos del médico o en la manera en que mantenía apretadas las manos detrás de la espalda conforme hablaba era que la había subestimado.
No era la primera vez que veía esa expresión en un médico. Los que habían atendido a su marido también habían evitado mirarla a los ojos. Tal vez Caroline sobreviviera a esa noche... pero eso no significaba que hubiera pasado el peligro.
—No me trates como si fuera una cría, por favor, Charlie —dijo Ana con un susurro mientras se daba la vuelta y buscaba la mirada del hombre—. No es la primera vez que me enfrento a la muerte, y tú tampoco. No sabemos si Caroline verá o no otro amanecer. Como tampoco lo sabe Adam.
Charlie retrocedió claramente sorprendido ante su serena evaluación de la situación. A decir verdad, así era Ana. Mientras que Meredith y Caroline eran alegres cruzadas, mujeres risueñas y rebosantes de vida que se enfrentaban a los peores traidores y criminales del país, ella era más bien tranquila y callada. Rara vez discutía nada. La confrontación no era su fuerte.
Ana frunció el cejo. Esa calmada disposición suya no siempre era una buena cualidad para una espía, pero ella lo compensaba con sus otros talentos. Su habilidad para codificar y descifrar códigos había sido puesta a prueba numerosas veces a lo largo de los años, y siempre había salido airosa. Además, estaban sus inventos, legendarios incluso entre los espías del otro sexo, que no dejaban de preguntarse si los rumores que corrían sobre la existencia de un cuerpo de damas espías y de su misteriosa jefa, lady M., eran verdad.
Charlie alargó la mano para tocarle el brazo.
—Después de tantos años viviendo aquí, en casa de Caroline, viéndola trabajar sobre el terreno, descifrando sus anotaciones, ¿dudas acaso de que es la mujer más fuerte de Inglaterra?
Ana sintió el escozor de las lágrimas en los ojos y miró a Charlie con una triste sonrisa.
—No tengo duda de ello. Ni siquiera la propia lady M. podría superarla.
Charlie asintió.
—Entonces, créeme cuando te digo que saldrá de ésta. Recurrirá a su fuerza para recuperarse de esta herida. Luchará. Ésa es su mejor baza.

CAPÍTULO 01
 Londres 1814

La noche estaba despejada y fría, pero Caroline Redgrave estaba demasiado concentrada en abrir la puerta y salir a la gélida noche sin hacer ruido como para darse cuenta. En esos momentos le daba igual que aquél estuviera siendo uno de los inviernos más fríos que se recordaban. Estaba huyendo de su prisión. Finalmente, todos sus meses de planificación y sus semanas de trabajo iban a dar su fruto. En unos instantes sería libre.
El corazón le martilleaba en el pecho mientras se ceñía la pesada capa alrededor de los hombros, asegurándose de bajarse bien la capucha para que su pelo claro no la delatara. No había tenido tiempo de confeccionar uno de sus disfraces. Si quería escapar, tenía que ser entonces o nunca.
Con sumo cuidado, se encaramó a la resbaladiza tapia y observó el jardín que se extendía debajo sin perder el equilibrio. Había una buena distancia, de modo que sólo le restaba confiar en que su improvisada soga, hecha a base de anudar los extremos de las sábanas, que había ido separando y escondiendo a lo largo de los días, aguantara su peso.
Se puso en cuclillas mientras aseguraba la cuerda a los adornos de piedra que coronaban el muro de la terraza y se descolgó por él. Apoyó los pies en el nudo donde había unido las dos primeras sábanas y respiró aliviada al comprobar que la sostenía. Por lo menos, de momento no se había roto aún la crisma contra el suelo. Buena señal. Lo que tenía que hacer ahora era descender cuatro metros y medio para estar más cerca de su libertad.
Poco a poco, se fue deslizando por la sábana, con cuidado de sujetarse siempre a algún nudo, bien con las manos, bien con los pies, de su escala casera. De vez en cuando, echaba una ojeada a lo que le quedaba por bajar, entre el vaho que formaba su aliento.
Una ráfaga de viento hizo que la soga se balanceara en el aire. Caroline se aferró al suave tejido de las sábanas mientras el aire se calmaba. Todavía le quedaba bastante para alcanzar el suelo. Si se dejaba caer y no aterrizaba bien, podía quedar aplastada como un insecto. No estaba por completo recuperada de sus heridas. Lo último que necesitaba era guardar cama otra temporada. Eso la volvería loca.
El viento se aquietó y ella continuó descendiendo. Cuando sus botas rozaron el suelo, tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no celebrar su triunfo con un grito. Acababa de concluir otra audaz huida que añadir a su historial, la primera en meses. Se arrebujó en la capa y giró sobre sus talones en dirección a la portezuela del jardín que le daría acceso al ajetreo de la calle.
De repente, se topó cara a cara con un hombre: Charles Isley. Éste levantó el farol que llevaba en la mano enguantada y le lanzó una mirada cuyo sentido era indiscutible, aun con la escasa iluminación.
—Caroline —dijo con un gruñido un tanto frustrado.
Ella respondió pataleando en el suelo, sin importarle lo infantil de su reacción. Se echó la capucha hacia atrás.
—Buenas tardes, Charlie —saludó, fulminándolo con la mirada.
—Entra en la casa.
E hizo un gesto hacia las puertas ventanas que comunicaban el jardín con un saloncito. Era una orden, no una sugerencia, y puesto que era su superior, a Caroline no le quedaba más remedio que obedecer.
Entró en el luminoso y cálido salón con un suspiro. Había estado muy cerca de conseguirlo. Charlie cerró tras de sí con pestillo mientras la joven se desplomaba en el sillón de orejas más cercano, con los brazos cruzados en actitud desafiante.
—Caroline, Caroline... —la reconvino, moviendo la cabeza de un lado a otro mientras servía un poco de jerez en dos copas.
Le dio una, se sentó a continuación delante de ella, en otro sillón, y se quedó mirándola.
Caroline frunció los labios, intentando contener el sentimiento de culpabilidad. Maldito fuera. Siempre se las arreglaba para que se sintiera fatal cada vez que incumplía el protocolo o se comportaba con exceso de celo en algún caso. Y en ese momento estaba consiguiendo que se sintiera peor que nunca. Apretó los dientes. No estaba dispuesta a disculparse.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó en cambio, dejando el licor a un lado sin probarlo siquiera.
Charlie no tuvo tiempo de contestar porque en ese momento se abrió la puerta. Caroline levantó la vista. Eran sus dos mejores amigas, Meredith Archer y Anastasia Tyler.
Meredith se cruzó de brazos y le echó una mirada destinada asimismo a hacer que se sintiera culpable. Y lo consiguió, maldita fuera ella también.
—Nosotras se lo hemos dicho —admitió Meredith sin un ápice de remordimiento en el tono de su voz.
Caroline apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas.
—¿Y puedes decirme como es que ustedes dos sospecharon de mi plan?
Anastasia soltó una carcajada al tiempo que tanto ella como Meredith tomaban asiento en el sofá.
—¡Que te crees que vamos a hacerlo!
Meredith asintió.
—Eso. Si te damos los detalles, podrías utilizarlos la próxima vez que decidas escabullirte de la casa en mitad de la noche.
Caroline entornó los ojos. Tenía la impresión de estar presenciando una puesta en escena ensayada. Estaba claro que los tres estaban al tanto de sus planes desde hacía tiempo y que se habían preparado para el enfrentamiento una vez Caroline moviera ficha. ¡Era desesperante! Seis meses atrás no la habrían pillado.
Seis meses atrás, las cosas eran muy distintas.
Hizo a un lado esos pensamientos, así como la abrumadora ansiedad que iba aparejada con ellos. No podía permitir que percibieran su miedo o sería peor.
—De acuerdo, a ver si lo adivino. Me han delatado las sábanas, ¿verdad?
Sus amigos soltaron una carcajada y Caroline se dio cuenta de que sólo ella era la culpable de su fracaso. Se había pasado semanas jugando al gato y al ratón con las criadas. Estaba claro que alguien había comentado algo de las sábanas desaparecidas y que el hecho había llegado a oídos de sus compañeras. Ana había vivido muchos años con Caroline antes de casarse hacía poco. Las criadas la informarían de cualquier cosa extraña si se lo hubiera preguntado.
Pero en vez de enfrentarse ella sola a Caroline, como habría hecho antes, Anastasia había optado por acudir a Meredith y a Charlie. Para protegerla.
Que la protegieran era lo último que deseaba. O necesitaba. Estaba harta de que se preocuparan tanto por ella y la tratasen como si fuera una niña pequeña. Y sus dudas no hacían más que incrementar sus propios miedos.
Charlie sacó su pipa.
—¿Importa verdaderamente cómo hemos descubierto tus intenciones de huir?
Caroline se encogió de hombros. Aparte de por la humillación, probablemente no. Lo que sí importaba eran las repercusiones.
—Y ¿cuál va a ser mi castigo? —preguntó, reclinándose contra el sillón. Cogió la copa de jerez de la mesita auxiliar e hizo girar el líquido suavemente—. ¿La horca? ¿Galeras? ¿Me deportarán a Australia? —Charlie sonrió ante su tono amargo, pero ella no dejó que la interrumpiera—. ¿O me condenaran al peor de los destinos? Mantenerme encerrada en esta casa, impidiendo que cumpla con mis obligaciones. ¿Seguirán sin darme casos?
Charlie se puso serio, Meredith hizo una mueca de dolor y Anastasia soltó un leve gemido. Caroline estaba tensa. Detestaba tanto como ellos discutir sobre ese tema.
—Nadie quiere hacerte daño, cariño —dijo Ana, poniéndose en pie.
Caroline la observó recorrer de arriba abajo la habitación. Percibía su preocupación y su miedo. Ana siempre había sido muy protectora con ella, pero se había vuelto aún más celosa de su bienestar desde que le dispararon y ella se casó. Su amiga se había separado del equipo para trabajar con su esposo, Lucas Tyler, espía como ellas. Ahora, él era su compañero. El esposo de Meredith, Tristan, también era espía. Ambas habían emprendido una nueva vida.
Y a ella la habían dejado atrás.
Se puso en pie al notar el aguijonazo de la pena.
—Ya sé que no quieren hacerme daño, pero me lo hacen. ¡Maldita sea, soy una espía! Nací para este trabajo, aunque no lo supiera hasta que Charlie me lo propusiera, hace tantos años.
Él la miró con una leve sonrisa, pero su expresión dejaba ver claramente que no estaba contento.
—¿Cuánto tiempo más he de pasar encerrada en esta casa, lejos del trabajo de campo?
Le entraron unas ganas tremendas de lanzar la copa contra la pared, aunque sólo fuera para llamar su atención. Pero probablemente eso sólo serviría para que consideraran el estallido como una muestra de inestabilidad mental.
—Te hirieron hace poco —dijo Charlie con amabilidad—. Me preocupa que vuelvas al trabajo tan pronto, sin estar seguros de que te hayas recuperado por completo.
Caroline se alejó con un resoplido de disgusto. Hacía más de seis meses del tiro que recibió durante un caso. El proceso de curación había sido doloroso, sí, y todavía le molestaba la herida, pero se negaba a admitirlo, aun cuando sus amigas eran testigos de ello.
Pero ése no era el único motivo para mantenerla alejada del trabajo de campo. Una noche pilló a Ana y a Charlie hablando de ella. Oyó a éste decir que temía que su herida hubiera trascendido el plano físico, que ya no fuera la misma que antes de que la bala le desgarrara el cuerpo.
Caroline se puso tensa al recordarlo, porque sabía que era verdad. En ocasiones, se despertaba gritando en mitad de la noche. En otras se sorprendía regresando mentalmente al pavoroso momento del impacto. Y por eso deseaba regresar al trabajo de manera tan imperiosa. Tenía que demostrarse a sí misma y a los demás que podía seguir cumpliendo con su deber.
Era lo único que le quedaba. No podía perder eso también.
Se volvió hacia él, desechando las lágrimas que de pronto le llenaban los ojos, con un vigoroso parpadeo.
—Charlie —susurró, abriendo y cerrando los puños en un intento por controlar sus emociones—. Por favor. Ser espía es lo que a Meredith le gusta. Es en lo que Ana se convirtió cuando las circunstancias así lo exigieron. Pero espía es lo que yo soy. Llevo este trabajo en el alma y me volveré loca si no puedo volver a hacerlo. Tengo que retomar la acción. Te lo suplico.
Él se quedó mirándola fijamente durante un largo momento. Ana lloraba quedamente y Meredith permanecía en completo silencio, con la cabeza gacha y expresión preocupada.
—Veo que estás decidida a hacerlo —dijo el hombre con un suspiro.
Ella asintió, demasiado excitada como para contener su entusiasmo. Era la primera vez que Charlie no se negaba en redondo a sus súplicas.
—Sí.
Él asintió con la cabeza muy despacio.
—Tengo un caso que había pensado encargarle a Meredith, pero, hace poco, el Ministerio de Guerra le encomendó a Tristan cierta misión en el norte del país y ella se irá con él dentro de unas semanas. Y lo que yo tenía en mente requerirá algo más de tiempo.
Caroline casi se hincó de rodillas de puro alivio.
—Lo haré. Haré cualquier cosa. ¿De qué se trata?
Con un gesto, Charlie la invitó a que se sentara de nuevo. Caroline lo hizo quedándose en el borde del sillón, inclinándose hacia adelante, tensa de expectación. Y de miedo, pero eso lo ignoró. Podía enmascararlo. Tenía que hacerlo.
—¿Te suena de algo el nombre de Lady Westfield? —le preguntó.
—¿Margaret Westfield o Julie Ashbury?
Julie Ashbury –dijo él
Caroline asintió con la cabeza, pensando en la mujer en cuestión. Había coincidido con ella unas pocas veces, sólo de pasada, nada más que unos comentarios de cortesía.
—Hemos llegado a interceptar ciertas comunicaciones sobre ella —prosiguió Charlie con el cejo fruncido—. Necesitamos que una agente la vigile e intervenga en caso de que la ataquen.
Caroline abrió los ojos como platos.
—¿Julie Ashbury necesita protección? —preguntó sin dar crédito.
No dudaba de la existencia de una posible amenaza. Westfield era la hija mayor Margaret Westfield proveniente de una familia poderosa y conocida, sin duda tendría enemigos. Era el hecho de que necesitara un guardaespaldas lo que despertaba sus sospechas.
Para empezar, era una mujer fuerte con casi un metro ochenta sobresalía allá donde fuera. Tambíen poseía un cuerpo fuera de lo normal para una mujer de su clase y en muchas ocasiones había demostrado que no necesitaba de nadie para defenderse. Claro que Caroline, como sus amigas, Meredith y Ana también mantenía una complexión fuera de lo común y también sabía defenderse, aunque la última vez les había fallado por poco, eran espían habían aprendido a cuidarse solas. Caroline estaba cien por cien segura que Julie era mucho más fuertes que ellas tres juntas. Cualquiera que tuviera ojos, podría ver que no era ninguna petimetra que tuviera que ponerse relleno en la ropa.
—Admito que pueda parecer ridículo dadas sus facultades físicas y mentales —reconoció Charlie—, pero es cierto. El problema es que Westfield desconoce la existencia de esas amenazas. No estará por tanto atenta a un posible ataque, de modo que, a pesar de su fuerza e inteligencia, podría no ser capaz de evitar que le hicieran daño, a ella o a los que la rodean.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Por qué no se le informa del peligro para que tome las medidas oportunas para su protección?
Fue Meredith quien respondió:
—Empecé a realizar pesquisas acerca de ella cuando en un principio se me asignó el caso. Al parecer, Westfield adora el peligro. Correr riesgos es como un juego para ella. Tememos que pueda tomárselo como un desafío si se lo decimos.
Caroline asintió. Entendía perfectamente a Westfield. Ella también adoraba el peligro... o al menos así era antes de que la atacaran. Lo buscaba a diario, aceptando los casos más arriesgados y exigentes desde el punto de vista físico.
Pero Caroline había sido entrenada para ello y Westfield no. De repente, ésta podía verse sobrepasado por lo que en otro momento no le habría parecido más que un juego.
—¿De dónde procede la amenaza y por qué?
Ana se encogió de hombros.
—Ésa es la otra parte de nuestro problema. No lo sabemos. Tendrás que averiguarlo tú.
Charlie la miró a los ojos y le preguntó:
—¿Qué te parece, Caroline? ¿Te interesaría ocuparte de este caso?
Ella titubeó un momento. Ese tipo de misiones, las que no incluían la protección del rey y la patria, no solían interesarle mucho. No le apetecía demasiado ser la niñera de una noble malcriada y libertina que ponía su vida en peligro por diversión. Pero si se negaba a aceptar el caso, tal vez no tuviera otra posibilidad de retomar el trabajo en muchos meses. Por el contrario, si protegía a aquella mujer y desentrañaba el origen de las amenazas que pesaban sobre Julie, les demostraría a Charlie y a lady M que estaba lista para volver.
Y, como mínimo, le serviría para mantener la mente ocupada.
—Por supuesto que lo acepto —contestó.
Charlie se puso en pie con una sonrisa.
—Muy bien. Mañana por la noche la madre de Westfield da un baile. Lo prepararé todo para que te invite. Mientras tanto, dejaré que repases los datos del caso con Meredith y Ana, y que te prepares. Si tienes alguna pregunta, no dudes en hablar conmigo.
Se despidió de las tres con una inclinación de cabeza y se dirigió hacia la puerta, pero antes de que se fuera, Caroline lo llamó.
Él se dio la vuelta y ella vio que sus ojos estaban llenos de ternura, de preocupación y del cariño de un padre. Le dolía verlo. Su propia familia nunca le había demostrado tanto afecto. Por eso la Sociedad era tan importante para Caroline, por eso no podía perderla. Atravesó la estancia y lo rodeó con los brazos.
—Gracias —susurró.
Cuando se apartó, Charlie le sonrió, sorprendido y claramente conmovido por el gesto. Recuperó la compostura antes de hablar:
—Buenas tardes, señoras —dijo con un tono algo más ronco de lo habitual.
Cuando la puerta se cerró tras él, Caroline se volvió hacia sus amigas. Por primera vez en meses iba a encargarse de un caso.
Y nunca se había sentido tan excitada y aterrorizada.
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 —¿De qué te quejas? ¡Es un caso!
Julie Ashbury fulminó con la mirada a su hermano menor, Benjamin. Esa mirada había convertido a hombres hechos y derechos en gimoteantes piltrafas durante no pocos interrogatorios, pero el joven no parecía impresionado.
—Voy a ser la niñera de una... una... ¡Es una viuda noble, por todos los santos! —Julie atravesó el salón en dirección a la chimenea, puso un pie sobre la piedra oscurecida del hogar y clavó la vista en las llamas—. No esperarás sinceramente que me emocione la idea de tener que seguirla por salones de baile y asistir a condenados tés, escuchándola charlar del tiempo con sus amigas cabezas huecas.
Ben reprimió una carcajada, pero ella lo vio por el rabillo del ojo.
—Lo siento, Julie, pero lady Allington no tiene pinta de ser de las que hablan del tiempo.
Eso era cierto, pensó. Caroline Redgrave llevaba al margen de la vida de sociedad desde que cayera enferma el verano anterior, pero Julie no recordaba que fuera una de esas damas frívolas que acababa de describir. Las pocas veces que la había visto, le había llamado la atención no sólo por su belleza, sino por la chispa de perspicacia y la sensualidad que había en sus ojos.
Aun así, eso no significaba que le apeteciera ser su niñera. Ella era espía, por el amor de Dios. Seguro que debía de haber asuntos más importantes de los que ocuparse en un país que se encontraba inmerso en dos guerras, una con Francia y otra con las colonias de América.
Pero estaba claro que no la consideraban apta para atender asuntos como ésos.
—Con este caso me están castigando —dijo con los dientes apretados—. Lo sabes muy bien.
Ben suspiró, pero por la expresión de los ojos de su hermana Julie pudo ver que estaba de acuerdo con él. Y también vio que no estaba furiosa. Más bien parecía aliviada.
—Soy consciente de que no es el tipo de misión que te gusta. —Tamborileó con los dedos en el brazo curvado del sillón verde oscuro, demostrando el nerviosismo de siempre que tenía que decirle a su hermana algo que no le gustaba—. Pero tal vez sea lo mejor para ti.
—Ahora hablas como uno de esos funcionarios del ministerio —le espetó Julie, dirigiéndose hacia el mueble bar de madera de cerezo, a juego con el escritorio, y sirviéndose una generosa cantidad de whisky en un vaso—. Bastardos.
—Esos bastardos tal vez tengan razón.
Julie se bebió el whisky de un trago, y se negó a ver la mirada preocupada de su hermano.
Éste se puso en pie.
—Escucha, Julie, soy consciente de que quieres volver al trabajo, pero desde que...
—Ni lo menciones —lo atajó ella.
Ben frunció los labios, furioso.
—Desde el incidente, no has vuelto a ser la misma. ¿Por qué no aceptas esta nueva oportunidad como lo que es, una oportunidad? Puedes ir reincorporándote al trabajo de campo poco a poco, con cuidado, y demostrar a los de arriba que estás lista para volver. Completar esta misión con éxito podría abrirte nuevas perspectivas.
Julie se quedó mirando el vaso vacío. Su hermano tenía razón. Sus superiores del ministerio también la tenían. Últimamente, no era la misma de siempre. Era más imprudente, no se preocupaba por los riesgos. Lo único que quería era trabajar. No quería sentir, ni pensar... sólo trabajar. Pero aquel encargo le parecía insultante.
—Y, dime, ¿por qué necesita lady Allington que la protejas? —preguntó Ben.
Julie se encogió de hombros.
—Al parecer, alguien la está amenazando. Su esposo era un hombre de cierta influencia, con peligrosos apetitos. Como sabes, lo mataron en un duelo por una mujer casada.
El joven asintió.
—Sí. Fue un escándalo en su momento.
—Puede que algún viejo enemigo del esposo la haya tomado ahora con ella. Aunque no entiendo para qué esperar tantos años. Eso es lo que he de averiguar. Y evitar que lady Allington sepa que corre peligro.
—¿Por qué? —preguntó Ben.
—Ha estado enferma. Al parecer, sus allegados temen cómo podría tomarse la noticia.
Se encogió de hombros. No le supondría ningún problema ocultarle la investigación a la dama. Eso le facilitaría mantener las distancias, en vez de soportar que la bombardeara a preguntas estúpidas y miedos infundados que sólo servirían para distraerla de la verdadera amenaza.
—Hazlo lo mejor posible —le aconsejó su hermano—. Nunca se sabe adónde puede llevarte esto.
—Sí. Tienes razón, por supuesto. Ya lo he organizado todo para que madre la invite al baile que dará mañana.
Ben asintió al tiempo que sacaba su reloj del bolsillo del chaleco para mirar la hora.
—Hablando del rey de Roma, debería ir a verla. Estoy seguro de que tiene que darme alguna orden de última hora.
Julie soltó una carcajada y, por primera vez desde que recibiera el encargo, se sintió más distendida. Siempre podía contar con Benjamin para eso.
—Así es nuestra madre. Estricta como un general.
Su hermano se despidió con un gesto de la mano y una sonrisa, y la dejó sola. Julie se acercó a la ventana y se quedó mirando la noche fría y despejada. Proteger a Caroline Redgrave no era el caso más emocionante de su carrera, pero le daría la oportunidad de demostrar que podía volver al trabajo.
Si podía servirle para ahuyentar sus demonios, bienvenido fuera. 

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