CAPÍTULO
02
Julie
apenas podía evitar bostezar. Lo conseguía gracias a años de práctica. Dios,
cómo odiaba los bailes. Adoraba a su madre, pero las reuniones que ésta
organizaba eran lo peor.
Con
un suspiro, contempló el salón abarrotado. El suelo de mármol pulido, las
cristaleras que se alineaban a lo largo de la pared norte y conducían a la
amplia terraza entornadas para que entrara un poco de aire en la abarrotada
estancia, y por todas partes una marea de damas y caballeros bien acicalados,
perfumados en exceso y obscenamente ricos, que charlaban y reían.
Las
fiestas de lady Westfield madre siempre eran todo un éxito. Era una dama muy
popular, querida por todos y de gran influencia, y, además, no era de esas
personas que disfrutaran abusando de su poder sobre los demás. A los eventos
que organizaba acudían muchos invitados, tantas mujeres con hombres, algo que
no era casualidad. Llevaba años tratando de que sus hijos, Julie y Ben, se
casaran, con la esperanza de que pudieran encontrar a alguien que les llamara
la atención. Hasta el momento, sin éxito.
En
cuanto a Ben, Julie siempre pensaba que evitaba el matrimonio sólo para hacer
rabiar a su madre. Disfrutaba atormentándola desde que era pequeño.
Pero
en su caso era distinto. La mujer no sabía el peligro en que vivía
constantemente, ni que sus obligaciones con el rey eran la razón de que no se
casara, al menos por el momento. Su madre ignoraba totalmente en que consistía
su trabajo de media noche. Y no estaba en sus planes decirlo.
Prosiguió
su escrutinio saltando de una cara a otra. Le quedaba mucho tiempo aún para
elegir uno de aquellos rostros desconocidos, sentar la cabeza y concebir varios
herederos para su título. Al cabo de diez años más o menos... cuando hubiera
terminado con sus obligaciones con el Ministerio de Guerra, cuando estuviera
lista para cambiar de trabajo y dedicarse a entrenar y supervisar el trabajo de
otros espías, tal vez entonces buscaría a alguien con quién pasar el resto de
su vida.
Pero
no antes. Porque mientras estuviera en activa, constituía una amenaza para
cualquiera que se encontrara a su lado, cualquiera que fuera importante para
ella. Había aprendido esa lección del peor modo posible, y no volvería a
repetir el mismo error.
—¿Julie?
Desechó
de golpe el poderoso arrebato de cólera y se dio la vuelta. Su madre estaba de
pie a su lado, mirándola. Llevaba recogido su bonito cabello entreverado de
mechones plateados en lo alto de la cabeza. Los adornos grises de su vestido
azul eran casi del mismo tono. Seguía siendo una de las mujeres más
encantadoras de la alta sociedad londinense y, por si fuera poco, su ingenio e
inteligencia rivalizaban con su belleza. Era bien sabido que Juelie había
heredado casi todo de su madre.
Julie,
igual que sus hermanos menores, la adoraba. Pero temía aquella expresión de su
rostro más que cualquier otra cosa: preocupación maternal.
—Lo
siento —se disculpó, esbozando una sonrisa forzada que a la mujer no le pasó
desapercibida—. Debía de estar pensando en las musarañas.
—En
efecto —contestó ella, cogiéndose de su brazo. Le dio un cariñoso apretón—.
Creo que te he llamado tres veces. Pareces muy ausente esta noche. ¿Hay algo de
lo que quieras hablar? ¿Te preocupa alguna cosa?
Ella
negó con la cabeza.
—Por
supuesto que no. Soy el vivo ejemplo de la salud y el bienestar.
Ella
puso los ojos en blanco.
—Julie...
Ella
la miró.
—Madre,
estoy bien, te lo prometo.
Lady
Westfield no parecía convencida, pero antes de echarle un sermón, su mirada se
detuvo en la entrada del salón y sus ojos se iluminaron. Julie sabía qué había
visto antes de girar la cabeza y verla por sí misma: Caroline Redgrave había
llegado.
—¡Oh,
mira, ahí está lady Allington! —dijo la mujer, confirmando su intuición.
Julie
se volvió en la dirección que le indicaba. Tal como esperaba, Caroline estaba
allí, justo a la entrada del salón. A su pesar, se quedó sin aliento al verla.
La
primera vez que coincidió con ella había sido seis años atrás, cuando se la
presentaron durante una aburrida cena que duró horas. Se sentaron una frente a
la otra y, aunque no hablaron mucho directamente, quedó bastante fascinada.
¿Cómo evitarlo ante una mujer de chispeante ingenio y delicada sensualidad?
Por
entonces, ella estaba casada, el trabajo de Julie en el ministerio estaba
empezando. Desechó sin más la atracción que sintió aquella primera noche, y con
los años la notó resurgir en los confines de su mente, al coincidir ambas en
algún baile. No era un secreto que Lady Julie, sintiera atracción por las mujeres
un hecho que un principio había causado mucho revuelo en la sociedad pero que
más se podía decir era Lady Julie una de las familias más poderosas. Sin
embargo la atracción que sintió por Caroline había sido muy poderosa, pero la
ignoró, igual que había hecho con la atracción que pudiera sentir hacia
cualquier mujer, siempre a causa de la peligrosa existencia que llevaba. Por
entonces ya sabía el daño que su modo de vida podía causar. Deseó haber sido
capaz de mantener las distancias con todas las mujeres. Si se hubiera...
No,
era mejor no pensar en ello. Tenía que concentrarse en el caso que tenía entre
manos, y ya no podía fingir que no veía a Caroline. Le echó un largo y detenido
vistazo.
Y
la atracción revivió con ímpetu, como si nunca la hubiera acallado.
Probablemente,
era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida.
Su
cabello rubio reflejaba la luz como si fuera oro líquido, sus vibrantes ojos
verdes la observaban todo y a todos como una ávida cazadora. Desde la última
vez que la vio había perdido peso, lo cual era lógico, dada la larga enfermedad
que había sufrido. Donde antes había un cuerpo atlético, ahora se veía una
musculatura más delicada, casi frágil.
Sintió
un extraño y poderoso apremio de protegerla. Dedujo que eso se debía al caso.
Al fin y al cabo, sabía que corría algún tipo de peligro. Era normal que
quisiera mantenerla a salvo. Eso era lo que le habían encomendado.
Fue
la otra reacción que sintió ante ella la que no le gustó.
Deseo.
Un deseo irresistible, enérgico y puramente animal. Le entraron ganas de
arrinconarla en cualquier rincón y estrecharla contra su cuerpo hasta que no
cupiera ni un alfiler entre las dos. Quería absorber el aroma de su pelo,
saborear su piel hasta embriagarse.
Todos
esos pensamientos atravesaron su mente, una reacción extraña y apremiante, que
le aflojó las rodillas como si fuera una colegiala. Gracias a Dios, esa
avalancha se vio interrumpida cuando su madre se dirigió a ella de nuevo.
—Tenías
interés en que se le invitara, ¿no?
Julie
miró a su madre.
—No
empieces con tus artimañas de celestina, mamá. No pedí que invitaras a lady
Allington para que me empujaras a sus brazos ni viceversa.
La
idea no le desagradaba por completo, aunque su trato estuviera destinado a
durar poco.
Lady
Westfield sonrió.
—¡Yo
nunca haría tal cosa, Julie! —se defendió, empujándola a continuación en
dirección a Caroline—. Pero dado que tú la has invitado, deberías ir a
saludarla. Antes de que Andrew Horne se te adelante.
Julie
echó un vistazo a su izquierda y vio al famoso libertino contemplando a
Caroline con innegable interés. Apretó los puños. Si Horne la monopolizaba, no
tendría posibilidad de hablar con ella en toda la noche. Y tenía que hacerlo
para poder evaluar personalmente la situación. Tenía que conocer a la mujer
para poder descubrir el tipo de hombre que podía estar amenazándola.
—Discúlpame,
madre —le dijo, con una rápida mirada—. Luego nos vemos.
Oyó
que ella respondía algo, pero, sin esperar, echó a andar hacia Caroline,
sorteando invitados y sirvientes con bandejas.
Ella
levantó la vista y la vio acercarse. Mantuvo la mirada fija en ella, sin
parpadear. Por un momento, la expresión de la joven cambió. Su semblante dejó
entrever una emoción que Julie no supo reconocer, aunque le resultaba familiar.
Pero ésta duró sólo un instante, siendo sustituida de inmediato por una sonrisa
cortés aunque vacía cuando llegó a su lado.
—Buenas
noches, lady Allington —saludó con una breve inclinación—. Me alegra que haya
podido acompañarnos esta noche. Mi madre estaba ocupada con otros invitados y
me ha enviado a darle la bienvenida.
Los
labios de ella esbozaron una amplia sonrisa, pero Julie seguía notando algo...
extraño. Como si Caroline le estuviera escondiendo algo. No para coquetear,
como hacían algunas mujeres, sino de otra forma. Se trataba de algo más
importante.
No
entendía por qué. Ellas no tenían una relación en la que la dama pudiera sentir
la necesidad de ocultarle cosas.
Al
menos, no había ninguna relación de la que Julie fuera consciente.
—Gracias,
Lady Westfield, es usted muy amable. Estoy deseando saludar a su madre para
agradecerle personalmente la invitación.
A
pesar de sus corteses palabras, seguía habiendo algo artificial en su actitud.
Julie ladeó la cabeza y se maldijo por no haberle prestado más atención en el
pasado, en lugar de haberse limitado a fingir que no existía. De cualquier
modo, ahora podría averiguar si esa frialdad con que se comportaba era normal o
algo nuevo.
—Éste
es el primer acontecimiento social al que asiste desde que cayó enferma, ¿no es
así? —le preguntó.
Caroline
abrió mucho los ojos y una nueva e intensa emoción cruzó su bonito rostro
durante un segundo.
—Sí
—contestó suavemente, con la voz levemente quebrada—. Así es...
No
terminó la frase. Algo situado detrás de ella pareció llamar su atención y la
hizo entornar los ojos. Julie miró y vio que Andrew Horne y alguno de sus
compinches avanzaban hacia ellas.
—Maldición
—exclamó Caroline entre dientes—. Sé que le parecerá arrogante y escandaloso,
pero no me importa. Baile conmigo. Ahora.
Julie
volvió la vista hacia ella, contemplándola con incredulidad. Pocas mujeres se
mostraban tan directas.
—¿Cómo...
dice?
Ella
la miró sin inmutarse.
—Por
favor, baile conmigo.
Julie
se encogió de hombros. Y ella que pensaba que tendría que buscar la manera de
acercarse a la rubia. Si prácticamente se le había arrojado en los brazos.
Se
dio cuenta de que la idea le parecía de lo más atractiva, por motivos que no
estaban relacionados con el caso.
Julie le ofreció la mano, y Caroline no pudo
evitar mirarla. Tenía la piel un poco más oscura que ella y rodeó la suya con
calidez. Volvió a pensar en lo raro que era que aquella mujer precisamente
necesitara protección.
La
música ascendió desde la pista de baile situada detrás de las dos mujeres y
Julie inició con ella los primeros pasos del vals que estaba sonando. Se movía
con sorprendente gracia y agilidad. Incluso no tuvo problema en evitar a un
conde un tanto bebido que se interpuso en su camino.
—¿Lleva
Horne molestándola mucho tiempo? —le preguntó, sujetándola con suavidad por la
cintura.
Caroline
sintió que se quedaba sin respiración ante la proximidad del contacto. ¿Qué era
ese sentimiento que le inspiraba aquella mujer? Era una sensación que hacía
tiempo que no experimentaba, pero había vuelto a sentirla, súbita e
inesperadamente, en cuanto Julie la toco. Nunca antes una había tenido ese
interés sentimental hacía una mujer. -Deseo.
Contuvo
el aliento. ¿De dónde había salido? No estaba segura, pero sintió cómo se
extendía por sus extremidades, provocándole un cosquilleo entre las piernas,
pese a que tal cosa no podía tener lugar en una investigación.
Parpadeó
intentando recuperar la concentración. Ah, sí, el patético Andrew Horne, su
excusa para arrastrarlo a la pista de baile.
—¿Horne?
—repitió como una idiota.
—No
he podido evitar fijarme en que su acercamiento ha sido lo que ha propiciado
que quisiera bailar conmigo a toda costa.
Se
le formaron unas pequeñas arruguitas alrededor de los ojos azules al reír, y
Caroline se sorprendió sonriéndole. Y sonrojándose. Algo que nunca le pasaba.
—Es
usted muy observadora —admitió—. El señor Horne se interesó en mí a partir de
un té organizado por su hermana al que asistí cuando me recuperé de mi enfermedad.
Sabe Dios por qué. Pero ya sabe cómo son los hombres de su calaña. Es un
libertino. Si no le hago caso, pronto encontrará a otra a la que perseguir.
Julie
arqueó una oscura ceja.
—¿Puedo
hacer algo para persuadirlo de que acelere su búsqueda?
Caroline
estuvo a punto de tropezar. ¿Julie Ashbury se estaba ofreciendo para actuar en
su nombre? Aquello era un cambio de papeles. ¿No se suponía que tenía que ser
ella la protectora, tanto si ella era consciente de ello como si no?
—Gracias,
milady, pero la intervención de una tercera persona podría animarlo aún más
—respondió con una sonrisa—. Sin embargo, si quiere usted participar en la
conversación que me veré obligada a mantener con él, le doy mi permiso para
hacerlo.
Julie
sonrió, pero fue una sonrisa tensa y desprovista de humor. Desde luego, se
estaba tomando muy en serio el interés de Horne, aunque Caroline sabía con toda
seguridad que aquel bobo petimetre no suponía ninguna amenaza. De hecho, al
echar un vistazo al salón, vio que incluso ya había perdido interés y estaba
hablando con una jovencita, que parecía más dispuesta a aceptar sus
insinuaciones.
—Como
la dama desee —dijo Westfield en voz baja.
Caroline
devolvió su atención a ella y se encontró mirándola. La estaba observando
atentamente, sin perder la concentración en el baile.
La
intensidad de su mirada le producía una sensación extraña. Con los años, se
había acostumbrado a observar a los que la rodeaban: sus movimientos, cualquier
pequeño detalle que pudiera revelar un oscuro secreto. Ese estudio del
comportamiento humano le había permitido averiguar cosas que no tenían que ver
con los casos. Una de ellas era que pocas personas miraban abiertamente, y
menos aún a los ojos de sus interlocutores.
Julie
Ashbury hacía ambas cosas. La contemplaba sin disimulo, manteniéndola cautiva
de sus devastadores ojos Azules. Una mirada escrutadora, que buscaba cosas que
ella normalmente no dejaba que nadie encontrara.
Caroline
apartó la vista notando que el calor invadía sus mejillas. La música se terminó
en ese momento y se liberó de los brazos de la morena, retrocediendo un paso
para hacerle una leve reverencia.
—Gracias
por el baile, milady, y por su ayuda —dijo, furiosa por el leve temblor que
vibró en su voz y por la súbita cobardía que le impedía mirarla a los ojos.
Julie
le cogió la mano y ella permitió que la sacara de la pista de baile, ignorando
los chispazos de deseo que le estaba provocando el contacto.
—Ha
sido un placer ayudarla, milady —respondió ella con una sonrisa engreída—. Si
alguna otra vez necesita que la rescaten, no dude en llamarme.
Caroline
levantó la barbilla al oír su tono y se quedó mirándola. Westfield seguía
sonriendo, pero había cierta seriedad en sus ojos.
—Gracias
—consiguió decir—. Tendré... tendré en cuenta su generosa oferta. Y ahora, si
me disculpa, creo que acabo de ver a unos amigos a quienes me gustaría saludar.
Julie
arqueó una ceja sorprendida, pero bajó la cabeza en señal de aquiescencia.
—Buenas
noches, milady.
Ella
le devolvió el gesto y, a continuación, se dio la vuelta y se alejó. El corazón
le martilleaba en el pecho a cada paso, mientras se abría paso a ciegas entre
el gentío. ¿Qué le ocurría? ¿Una mujer hermosa la miraba a los ojos y se le
olvidaba todo su entrenamiento y su deber? Quizá Charlie tenía razón. Tal vez
había cambiado. Demasiado como para continuar con su trabajo.
—¡Caroline!
Al
darse la vuelta, se encontró cara a cara con Meredith y su esposo, el marqués
de Carmichael, Tristan Archer. Merry le cogió las manos.
—Estás
muy pálida, ¿te encuentras bien?
Ella
inspiró varias veces mientras los dedos de su amiga calentaban los suyos,
súbitamente gélidos.
—Sí,
sí, por supuesto.
—¿Te
duele? —preguntó Tristan en voz baja para que nadie más pudiera oírlo.
Caroline
negó con la cabeza, consciente de que creía que su palidez era consecuencia de
su herida. Pese a sus intentos por ocultar que la seguía incomodando de vez en
cuando, sus amigos se habían dado cuenta.
—No,
no me duele.
Meredith
relajó el semblante, más tranquila.
—Tristan,
¿te importa...?
Éste
asintió con la cabeza aun antes de que ella terminara la frase, como si pudiera
leerle la mente.
—Iré
a por una copa de vino —dijo, dándole un apretón en el hombro antes de
desaparecer entre los invitados.
Caroline
se volvió para evitar el escrutinio de Meredith y se concentró en calmar sus
desbocados nervios.
Merry
ladeó la cabeza.
—Salgamos
a tomar un poco el aire, ¿quieres?
Asintió,
sin oír apenas la sugerencia. Su cabeza era un caos. Pensaba en su incapacidad
para llevar a cabo su obligación, en la noche que le dispararon y pensaba en
Julie Ashbury, en su capacidad de ver el interior de las personas, en su
obligación de cuidar a la alta mujer y en su ofrecimiento en la pista de baile
de protegerla a ella.
Siguió
a su amiga hacia la terraza.
El
frío de la noche la golpeó como una bofetada, arrancándola de sus turbulentas
emociones. En cuanto tomó unas pocas bocanadas de aire notó que empezaba a
aclarársele la vista y a tranquilizarse.
—Te
he visto bailando con lady Westfield —comentó Meredith en voz baja—. ¿Qué te ha
ocurrido para que parezcas tan... perdida, Caroline?
«Perdida.»
Ésa era la mejor descripción. Así era como se sentía.
—No
lo sé.
Se
encogió de hombros. Normalmente, no admitiría su debilidad, ni siquiera ante
una de sus mejores amigas. Por muy unidas que estuvieran las tres, seguía
teniendo problemas a la hora de confiar. A menudo guardaba secretos y ocultaba
sus sentimientos y sus emociones. Pero esa noche estaba demasiado agitada.
Necesitaba ser sincera. Como Meredith lo sería en su caso.
Negó
con la cabeza.
—Al
principio ha sido muy fácil. Se me ha acercado ella, algo con lo que yo no
contaba y ha empezado a hablar conmigo como si me estuviera esperando. Entonces
he visto que el tonto de Andrew Horne se me acercaba y se me ha ocurrido
pedirle a lady Westfield que bailáramos para evitar la interrupción.
Meredith
asintió.
—¿Y
luego?
Caroline
miró por encima del hombro y vio que Tristan salía a la terraza buscándolas. Se
vio tentada de no hablar delante de él, pero entonces miró a Meredith. No tenía
sentido. Su amiga se lo contaría de todas formas.
—Me
he sentido como la antigua Caroline. Una mujer capaz de arrancar información a
cualquiera sin esfuerzo. Hasta que me ha mirado, Merry —susurró, aferrándose a
la balaustrada de piedra—. Me ha mirado de verdad. Y ha dicho que si necesito
que me rescaten no tengo más que llamarla.
—Vaya
ironía —comentó Meredith con una sonrisita en el momento en que su marido se
unía a ellas y le ofrecía a Caroline una copa de vino tinto.
—Bebe
despacio —le aconsejó Tristan—. Y respira.
Ella
frunció los labios. Seis meses atrás, ningún novato se habría atrevido a
decirle lo que tenía que hacer. Aunque estuviera casado con una de sus mejores
amigas.
Aunque
por supuesto que seis meses atrás, la mirada azul de la mujer a la que se había
comprometido a proteger no habría podido trastornarla, por penetrante y
escrutadora que fuera. Y, desde luego, no se sentiría nerviosa y asustada ante
la perspectiva de volver a hablar con ella.
—Me
ha resultado extraño que me dijera algo así —continuó tras dar unos sorbitos—.
Y he querido...
Se
detuvo. No iba a admitirlo. Ni siquiera delante de Meredith y de Anastasia
después. No podía decirles que por un instante había deseado aceptar ese
ofrecimiento de protección. Y eso era lo que más miedo le daba.
—¿Seguro
que te encuentras bien para aceptar el caso? —Preguntó Meredith tras un largo e
incómodo silencio—. Tal vez sea aún demasiado pronto...
—¡No!
—Atajó ella negando con la cabeza mientras dejaba la copa a un lado—. Estoy
bien. Puedo hacerlo. Hace tiempo que no practico, eso es todo. Probablemente mi
comportamiento de esta noche haya sido contraproducente, lo sé, pero puedo
reparar el daño. Puedo hacer que Westfield se interese de nuevo por mí y así
estar cerca de ella.
Tristan
soltó un resoplido burlón que hizo que las dos lo miraran.
—¿De
nuevo? No ha dejado de hacerlo.
Caroline
ladeó la cabeza para mirarlo.
—¿Qué
quieres decir? Si prácticamente he salido huyendo de ella...
—Nadie
ofrece protección a una mujer si ésta no le interesa, Caroline. —Tristan echó
un rápido vistazo a su esposa, que podría escribir libros enteros de lo que les
ocurrió a ellos—. Da igual lo que diga o haga, si te han hecho ese ofrecimiento,
es porque hay algo en ti que le intriga. En cuanto a lo de tu huida, ha sido
como agitar un trozo de carne delante de un perro. Estoy seguro de que si ha
servido de algo ha sido para atraerla aún más, no para ahuyentarla.
Meredith
sonrió.
—Una
observación muy inteligente, amor mío. A pesar de que estoy segura de que a
Caroline no le gusta demasiado que la comparen con un trozo de carne delante de
un animal de boca babeante.
Caroline
sonrió a su pesar ante el natural intercambio de bromas entre la pareja.
—Me
han llamado cosas peores.
Tristan
ignoró los comentarios humorísticos de ambas.
—El
hecho es que puedes sacar un buen provecho de su «ofrecimiento», si quieres.
Ella
asintió, notando cómo recuperaba un poco la seguridad, y el miedo y la incertidumbre
se desvanecían. Era un agente secreto al servicio de la Corona, tenía que
recordarlo. Recordar quién era antes de que le disparasen.
—Vale,
lo entiendo —dijo y asintió con la cabeza reflexionando sobre lo que acababa de
decir Tristan—. Si convenzo a lady Westfield de que no me interesa ninguno de
los pretendientes que vuelven a revolotear a mi alrededor desde que me he
recuperado de mi «enfermedad», y le hago creer que necesito su ayuda para
ahuyentarlos, creerá que me está protegiendo. Sin embargo, en realidad me
servirá de excusa para estar cerca de ella, y así poder vigilarla, mantenerla a
salvo y averiguar cosas de ella que me ayuden a descubrir quién puede estar
amenazando su vida y por qué.
Meredith
asintió.
—Así
es.
—Voy
a aprovechar la situación. Muchas gracias por el consejo, Tristan.
Caroline
sonrió.
Él
se encogió de hombros.
—Tengo
otro consejo, por si les interesa a alguna. Vamos dentro antes de que cojamos
una pulmonía y de nada nos sirva haber hecho planes.
Caroline
asintió y siguió a la pareja dentro del salón, pero ni siquiera el calor que
hacía allí logró hacer que no se estremeciera. Utilizar el súbito interés de
Julie Ashbury en su propio beneficio se presentaba como una oportunidad
inmejorable de acercarse a ella y protegerla.
Pero
teniendo en cuenta la tremenda atracción que había sentido, debería andarse con
ojo para no revelar algo inadecuado.
CAPÍTULO
03
Tres
días después del baile de su madre, Julie no había logrado avanzar nada en sus
pesquisas sobre por qué alguien querría hacerle daño a Caroline Redgrave, y
mucho menos quién podría ser esa persona. Pero eso no significaba que no
estuviera descubriendo detalles cada vez más intrigantes acerca de la dama.
Se
reclinó en el incómodo sillón del saloncito de lady Laneford intentando
bloquear mentalmente la desafinada voz de su hija mayor que estaba dando el
recital. Dirigió una rápida mirada a Caroline. Estaba sentada justo delante de
ella, en el otro extremo de la sala, y parecía concentrada en la joven soprano.
Su semblante no revelaba la opinión que le merecía la espantosa música, aunque
ya se había dado cuenta de que la inexpresividad era algo habitual en ella.
La
joven no solía dejar que su rostro mostrara sus sentimientos. En las fiestas,
la había visto charlar animadamente con los demás invitados con ojos
desprovistos de toda emoción. Lo mismo en los tés. Y eso que Julie la había
observado subrepticiamente desde la calle durante una de las reuniones de su
sociedad benéfica, en que estaba con sus dos buenas amigas y un selecto grupo
de damas.
De
hecho, sólo había visto resquebrajarse la máscara dos veces, en las que una
intensa emoción atravesó como un relámpago su rostro. La primera fue con ella
en el baile, unas noches atrás, y la segunda mientras miraba por la ventana de
su dormitorio una noche, con una delicada bata a todas luces insuficiente para
el gélido aire nocturno.
De
la noche del baile, Julie recordaba haberle visto un diverso abanico de
emociones: sorpresa; una rabia para la que no encontraba explicación; un miedo
que no comprendía. Pero haber visto su cara aquella noche junto a la ventana
era lo que la dejaba intranquila.
Su
rostro reflejaba tristeza, melancolía, soledad.
Verlo
la había conmovido hasta un punto que le resultaba incómodo. No quería sentirse
atraída por aquella joven ni saber más cosas sobre ella, pero permanecer cerca
era la única opción. Tenía que pensar en el caso. Los sentimientos de Caroline
bien podían conducirla a la raíz de las amenazas.
—¿Julie?
Dio
un respingo al oír la voz de su hermano junto al oído, detrás de ella. No se
había dado cuenta de que Ben también estaba allí. Le resultó preocupante no
haberlo hecho.
—¿Qué?
—respondió con un susurro.
—Aplaude,
idiota —dijo su hermano entre risas.
Ella
parpadeó, consciente de que todos estaban aplaudiendo con cortesía. La hija de
lady Laneford había terminado su recital y miraba con nerviosismo al público.
Ben
le dio un codazo.
—¿Sabes?,
tal vez debería conocer a lady Allington. Ver con mis propios ojos cómo es la
mujer que ha conseguido que mi siempre alerta hermana se distraiga hasta este
punto.
Julie
apretó los dientes. Benjamin a veces era de lo más irritante.
—Ya
la conoces.
—De
pasada, pero no creo que nos hayan presentado formalmente. —Miró en dirección a
Caroline y soltó un silbido bajo—. Dios mío, se me había olvidado lo bonita que
es. Me sorprende que no lo mencionaras.
Tras
el comentario, Julie no pudo evitar mirarla también. Se estaba apartando un
mechón de pelo rubio de la cara y el gesto bastó para encender de nuevo en ella
el inexplicable deseo que llevaba persiguiéndola desde que se vieran en el
baile de su madre. Se obligó a ignorarlo antes de proseguir con la
conversación.
—Caroline
Redgrave es para mí una misión, nada más —dijo, lanzándole a Ben una mirada de
advertencia que éste ignoró por completo.
—Pues
es una lástima, porque creo que no te importaría que hubiera algo más.
Julie
abrió los ojos como platos.
—No
hay nada entre nosotras —insistió.
Bueno,
aquello no era totalmente cierto. Había habido algo... algo la noche del baile.
Benjamin
se puso en pie cuando el resto de la gente se levantó y empezó a formar
pequeños grupos. Agarró a su hermana por el codo y la instó a levantarse
también más de prisa de lo que ésta lo hubiera hecho por propio gusto.
—Venga.
Quiero conocerla.
Julie
se volvió, zafándose con destreza de su mano con un único y fluido movimiento.
—¿Qué?
¡No!
—¿Por
qué no? —Preguntó el joven—. Tienes que acercarte a ella, ¿no? ¿Y no será menos
sospechoso si yo te acompaño?
Cerró
los ojos. A veces deseaba que Ben no supiera que era espía. No es que se lo
hubiera revelado, sino que su hermano se había cruzado en su camino una noche,
inmediatamente después de que le disparasen y una bala pasara rozándole el
hombro. El joven le curó la herida y empezó a encajar las piezas. Desde
entonces, no había hecho más que darle problemas. Intromisiones, sugerencias...
nada más que problemas.
Lo
peor era que, a veces, sus condenadas sugerencias daban en el clavo.
—No
tengo ningún deseo de que... —comenzó Julie.
Pero
Ben la empujaba sutilmente hacia Caroline y ella no podía detenerlo sin llamar
la atención, cosa que quería evitar a toda costa. Así que se rindió, apretó la
mandíbula y avanzó hacia ella.
Lo
que vio no le resultó menos irritante que la presencia de su hermano. Caroline
estaba de pie, hablando con el joven que había estado sentado a su lado durante
el recital. El señor Tobias Clare, tercer hijo del vizconde Clare.
Razonablemente atractivo, inmensamente rico y... soltero.
Julie
entornó los ojos.
—Buenas
tardes, lady Allington —dijo, inclinando a continuación la cabeza en dirección
a su acompañante—. Clare.
Caroline
levantó la vista y la miró. Durante un instante, un destello triunfal iluminó
sus ojos. Como si hubiese pensado que de un momento a otro se le acercaría y se
felicitara por haber acertado.
—Ah,
lady Westfield. Me alegro de volver a verla —la saludó con una sonrisilla de
suficiencia.
—Un
placer verlos, Westfield, Ashbury —saludó a su vez Clare, dedicando una escueta
inclinación de cabeza a los hermanos—. Pero me temo que debo marcharme. Lady
Allington... —El joven se inclinó para besarle la mano enguantada—. Ha sido una
delicia escuchar el recital en su compañía. Confío en que volvamos a coincidir
pronto en otro acontecimiento social.
Julie
entornó los ojos al verla sonreír. Una sonrisa capaz de iluminar una habitación
como aquélla, de por sí llena de luz. En tiempos pasado Clare, había estado
tras Julie insistentemente hasta que tuvo que aclararle que ella no estaba
interesada en él ni en ningún otro hombre, el chico se había desilusionado
terriblemente, ahora cada vez que coincidían Clare aun mantenía un cierto
recelo hacía ella.
—Estoy
segura de que así será, señor Clare. Buenas tardes. Dijo Caroline
Cuando
éste se hubo alejado, Caroline se volvió hacia Julie. Seguía sonriendo, pero la
luminosidad de su sonrisa había disminuido significativamente. Con ella se
contenía, y Julie se puso rígida al darse cuenta.
—Bueno,
milady, parece que nuestros caminos están destinados a encontrarse muy a menudo
últimamente, ¿no le parece? —comentó, ladeando la cabeza. Estaba examinando su
rostro, buscando... algo.
Julie
desvió la vista.
—Eso
parece, milady —contestó y se encogió de hombros.
Benjamin
carraspeó detrás de ella.
—Perdone
mi falta de educación. ¿Conoce a mi hermano?
Ella
negó con la cabeza y su sonrisa se tornó nuevamente cálida. Con Ben tampoco se
reprimía. Julie sintió la irrefrenable urgencia de apartar a su hermano y
ponerse ella en su lugar para comprobar qué sentiría si Caroline la mirara a
ella de aquella manera. Sólo por el bien del caso, por supuesto.
—Lady
Caroline Allington, le presento al señor Benjamin Ashbury —dijo, disimulando el
tono hosco de su voz.
—Encantado
—respondió Ben, besando muy levemente su mano—. Lamento no haber tenido
oportunidad de conocerla la otra noche en el baile que organizó nuestra madre.
Caroline
asintió.
—Fue
una velada maravillosa. Lady Westfield es conocida por las fabulosas fiestas
que organiza.
—Se
lo diré de su parte —contestó Ben, riéndose—. Aunque no es que no lo sepa. Ella
disfruta mucho con ese tipo de eventos. Al contrario que mi hermana, aquí
presente.
Julie
le lanzó una mirada furibunda mientras el otro le daba un codazo en actitud
juguetona.
Caroline
dirigió la mirada hacia ella.
—¿No
le gustan los bailes, milady?
Tenía
unos ojos verdes tan increíblemente claros y penetrantes que Julie tartamudeó
un poco al responder:
—Tengo...
tengo que admitir, milady, que no están entre mis actividades favoritas.
—Entonces,
¿qué es lo que le gusta hacer, Lady Westfield? —preguntó, ladeando la cabeza y,
al hacerlo, unos cuantos mechones sueltos le enmarcaron el rostro.
Julie
se vio tentada de apartárselos, igual que había hecho ella misma momentos
antes.
En
vez de eso, apretó el puño y se encogió de hombros.
Benjamin,
como era de esperar, no experimentaba los mismos problemas con el habla que
ella.
—Oh,
mi hermana disfruta con muchas actividades —explicó, riéndose por lo bajo
mientras iba enumerando con los dedos—. Por ejemplo, adora los recitales...
cuanto más desafinados, mejor. Se pone furiosa si se pierde una emocionante
partida de whist con nuestra anciana abuela en el campo. Oh, y no se le ocurra
preguntarle por su pasión secreta, los retratos familiares que tanta gente
suele colgar en las galerías de sus hogares porque estaría usted apañada. Si
tuviera más tiempo libre, creo que lo dedicaría a escuchar la descripción que
las matronas hacen de las patillas que sus ancestros llevaban con tanta
distinción.
Julie
le dirigió la mirada más fulminante de cuantas tenía en su repertorio, pero a
la vez se descubrió observando con interés la reacción de Caroline a los
comentarios guasones de Ben. Ésta la recompensó con una pícara sonrisa que la
sacudió como si le hubiera rozado la piel.
—¿De
veras? Es usted fascinante, milady. Jamás habría imaginado que tuviera unos
pasatiempos tan... curiosos. —Se llevó la mano enguantada a los labios, lo que
atrajo la mirada de Julie hacia aquella bonita y tersa parte de su cara—.
¿Sabía que lady Laneford posee una de las mayores colecciones de retratos del
Imperio, y que se encuentra precisamente aquí?
—No
me diga —respondió ella con un suspiro.
—Así
es. Si quiere, me encantaría hacer con usted esa visita que de otro modo me
vería obligada a soportar... —Se interrumpió y levantó una mano en señal de
burlona disculpa—. Perdón, cuya explicación quería decir he tenido el placer de
escuchar varias veces en los últimos años.
Julie
ladeó la cabeza sin poder evitar abrir los ojos sorprendida. Por enfadada que
estuviera con Benjamin por meterse donde nadie lo llamaba y dejarla en
ridículo, las tácticas risueñas de su hermano habían funcionado. Caroline le
estaba pidiendo, con toda naturalidad, que fuera a dar un paseo con ella. Se
quedarían a solas y, después de aquella jovial conversación, tal vez se mostrara
más dispuesta a darle información.
—Milady,
no hay nada que me apetezca más —contestó con una inclinación.
Caroline
miró a Ben.
—¿Y
qué me dice de usted, señor Ashbury? ¿Le gustaría acompañarnos?
Éste
arrugó la nariz con repugnancia.
—¡Por
Dios, claro que no! Una galería de retratos se me antoja aburridísima. Dejaré
que disfruten ustedes solas del placer de semejante aventura.
Caroline
soltó una carcajada y se volvió, haciendo un gesto hacia la puerta del
saloncito.
Caroline entrelazó las manos a la espalda
mientras recorría con Julie la gran galería. Después de tantos giros por los
laberínticos corredores, ya no se oía el murmullo procedente del salón. En ese
momento se encontraban totalmente a solas, y, aunque no había nada inapropiado
en compartir con ella una diversión tan inocente como contemplar unos retratos,
tenía la sensación de que no era así.
De
hecho, más bien lo calificaría de travesura.
Julie
carraspeó al tiempo que alargaba el cuello para observar el retrato de un
Laneford fallecido hacía años.
—Confío
en que mi hermano y yo no hayamos interrumpido ninguna conversación interesante
con el señor Clare, lady Allington.
Ella
le dirigió una rápida ojeada con expresión inescrutable.
—Por
supuesto que no. Ha dado la casualidad de que el señor Clare y yo estábamos
sentados juntos, pero no se trataba de una conversación íntima en modo alguno.
Julie
relajó un poco la mandíbula, lo justo para que ella percibiera que la complacía
oírlo. El corazón le dio un incómodo vuelco. Al parecer, Tristan no se
equivocaba al decir que el interés que había notado en Westfield en el baile no
había disminuido.
Hecho
que la complacía mucho. Demasiado tal vez.
—Hum.
—Julie se llevó una mano al mentón, como si aquella pintura fuera de lo más
interesante, aunque Caroline dudaba mucho que le importara nada—. Es que no
estaba segura de si necesitaba que la rescataran, como comentamos el otro día.
¿Cómo voy a erigirme en su campeona, noble dama, si no sé cuándo necesita que
un caballero, salte a la palestra y la emprenda con los dragones? O en mi caso
una dama con modales de caballero
Ella
bajó la vista al notar el rubor que cubría sus mejillas. No pudo evitar sonreír
ante el tono bromista de sus palabras. Había algo en ella que hacía que se
sintiera... alegre y despreocupada sería la mejor descripción. Algo que no
había experimentado con frecuencia en su vida. Y nunca con una mujer.
Desechó
la inoportuna reacción. Tenía que aprovechar que estaba a solas con Julie
Ashbury para obtener información útil para el caso. Lo mejor sería que dejara
de pensar en cosas inapropiadas y retomara los asuntos que de verdad contaban.
—Dígame,
lady Westfield, ¿bromeaba su hermano al enumerar sus pasatiempos?
Ella
sonrió de oreja a oreja, sin apartar la vista del cuadro. Pero, por alguna
razón, Caroline tenía la impresión de que aun así seguía todos sus movimientos.
—Por
supuesto. Verá, uno de los pasatiempos favoritos de Benjamin es atormentarme
sin piedad. Y si los demás obtuvieran tanto éxito como él consigue en este
campo, habría muchos más hombres ricos y felices en el Imperio —contestó,
encogiéndose de hombros—. Seguro que sabe cómo son los hermanos. Tiene
hermanos, ¿verdad?
Ella
no pudo evitar ponerse rígida y que se le acelerase el corazón.
—S...
sí —masculló—. Los tengo.
Unos
hermanos que sentían por ella lo mismo que su padre, un hombre que no tenía
recato en reconocer, tanto en privado como en público, el desprecio que sentía
por ella. Su relación no se parecía en nada a la que Julie mantenía con el
joven Benjamin. En un acto reflejo, apretó los puños a los costados.
Julie
se volvió hacia ella, con semblante serio.
—¿Se
encuentra usted bien, milady? Se ha puesto muy pálida de repente.
Caroline
dio un respingo. Santo Dios, ¿de verdad había dejado que se trasluciera en su
rostro su reacción a la mención de su familia? ¡Aquello no podía ser! Se
apresuró a borrar cualquier emoción de su cara y le dedicó a Julie la mejor de
sus sonrisas más superficiales.
—Sí.
No ha sido nada.
Ella
alargó la mano y la cogió del brazo de manera inesperada. Igual que en el baile
unas noches atrás, su contacto desató una violenta tormenta de sensaciones por
todo su cuerpo. Era como si el simple roce de sus dedos reverberase en todas y
cada una de las terminaciones nerviosas de su ser y se estremeció sin poderlo
evitar cuando Julie la cogió del brazo.
—Le
pido disculpas —dijo con una voz repentinamente ronca—. Había olvidado su
reciente enfermedad. Tal vez está cansada. ¿Quiere que nos sentemos?
Señaló
un banco situado delante de un ventanal con vistas a los jardines nevados. Ella
asintió.
—Sí,
gracias.
Caroline
se sentó y Julie lo hizo también a su lado. El estrecho asiento las obligó a
sentarse muy juntas. Probablemente demasiado para lo que dictaba el decoro y, a
juzgar por el brillo de sus ojos, Westfield era tan consciente de ese hecho
como ella.
Lo
único que pudo hacer para reducir el contacto fue soltarse de su brazo,
confiando en que al dejar de tocarla se desvaneciera el extraño encantamiento
que de pronto pesaba sobre ella.
Su
proximidad estimulaba sus sentidos. Incluso su aroma le resultaba incitante.
Cálido y femenino. Un olor a limpio con una nota especiada a vainilla que
sugería que tenía una personalidad pícara y traviesa.
Carraspeó
y parpadeó varias veces seguidas para recuperar la concentración.
—Si
su hermano no ha dicho la verdad, ¿cuáles son entonces sus verdaderos
pasatiempos? —preguntó, enfadada consigo misma por el tono trémulo de su voz.
Julie
giró la cabeza y acercó el rostro al suyo.
—¿A
qué viene tanta curiosidad, milady?
Ella
se encogió de hombros. Detestaba tener que exagerar su interpretación.
—No
hay una razón en concreto. Sólo me lo preguntaba. No parece que le proporcione
especial deleite la vida social. Siempre me ha dado la impresión de que... se
aburría en los eventos a los que la he visto asistir en estos años. Me
preguntaba qué cosas podrían despertar su interés.
Ella
retrocedió una fracción y Caroline la miró confiando en no haberse pasado de la
raya. Desde luego, sus palabras habían sido muy directas.
Entonces
fue ella quien carraspeó, al tiempo que se frotaba las palmas sobre el tupido
paño de su bolso.
—Supongo
que soy algo distinta a otras damas. Disfruto con una apuesta interesante de
vez en cuando y practico la esgrima en mi club.
Se
reclinó en el banco y estiró el brazo hacia un lado, junto al respaldo. De
pronto, Caroline fue plenamente consciente de sus dedos, a escasos centímetros
de ella, aunque en ningún momento hiciera amago de ir a hacer algo indecoroso.
Así y todo, la promesa del roce de su mano sobre su cadera estaba ahí, en el
aire de repente asfixiante.
—¿Y
qué me dice de usted, milady? —Preguntó ella enarcando una ceja—. ¿Qué aspectos
de la vida despiertan su... pasión?
Caroline
tragó con dificultad. Tenía los labios y la garganta secos. ¿Se le estaba
acercando Julie o le parecía más grande que antes?
—Yo...
yo...
Estaba
tartamudeando. Ella nunca tartamudeaba. Siempre mantenía el control pasara lo
que pasase, ésa era su seña de identidad. En una ocasión, su labia le había
permitido librarse de ser capturada por un grupo de ladrones que la pillaron al
regresar a su madriguera antes de lo previsto. Y ahora en cambio se notaba
extraña con una dama que no suponía amenaza alguna para ella. Estaba nerviosa.
Y al mismo tiempo sentía una perentoria necesidad de contarle mucho más de lo
que estaba dispuesta a revelar.
Se
echó hacia atrás al pensar en ello y resbaló un poco del banco,
desequilibrándose.
Julie
la sujetó al instante, agarrándola por la parte superior del brazo con la
fuerza contenida de un poderoso animal, y la sostuvo para que no se cayera.
—Cuidado
—susurró, afianzándola en el asiento más cerca todavía que antes.
Lo
bastante cerca como para que sus alientos se mezclaran cuando ella levantó la
vista hacia ella, inmóvil, mientras Julie la miraba expectante.
Pero
¿qué estaba haciendo?
Instintivamente,
Caroline se zafó con suavidad de la presa que ejercía sobre su brazo y se puso
en pie. Entonces retrocedió sin apartar la vista de Julie.
—Lo
siento. Tras mi enfermedad me canso con facilidad. Debería regresar al salón y
despedirme ya de lady Laneford. Pero gracias por su... —vaciló un momento. ¿Qué
debería decirle?
—No,
gracias a usted —acudió Julie en su ayuda poniéndose en pie lentamente, y
revelando un cuerpo esbelto, de poderosa presencia—. Gracias por enseñarme los
retratos. ¿Me permite que la acompañe al salón?
Ella
negó con la cabeza.
—Se
lo agradezco, pero no. Prefiero volver sola. Buenas tardes, lady Westfield.
—Buenas
tardes, Caroline.
Ella
cerró los ojos al oír que la llamaba por el nombre de pila. Algo tan íntimo
como una caricia.
Abandonó
apresuradamente la galería sin mirarla siquiera, intentando recuperar el
aliento en su huida.
Iba
a tener que buscar una forma mejor de investigar las actividades de Westfield,
porque era evidente que estar a solas con Julie era demasiado para ella.
Demasiado.
CAPÍTULO
04
—Necesito
saber qué ha estado haciendo lady Westfield últimamente. Necesito más
información sobre esa mujer. Punto.
Caroline
andaba de un lado a otro, delante de la chimenea de la nueva casa de Anastasia.
Habían decidido reunirse allí porque Meredith se ausentaría de la ciudad al
cabo de pocos días, para acompañar a Tristan en su primera misión. Su
conversación giraba en torno al trabajo. Como siempre. O así era en el pasado.
Ahora, sus discusiones sobre temas de trabajo a menudo se veían interrumpidas
por anécdotas maritales y comentarios sobre el amor que profesaban a sus
esposos. Historias que a ella la dejaban al margen.
Ana
y Meredith levantaron la vista de sus tazas de té e intercambiaron una mirada.
Caroline reprimió una mueca. Su comunicación silenciosa la relegaba aún más.
—Has
hablado con ella, ¿verdad? —Preguntó Ana—. ¿No le has podido sonsacar algo
útil?
Caroline
se dio la vuelta y fingió concentrarse en el fuego, aunque ni siquiera veía las
llamas. Lo único que veía eran imágenes borrosas del rostro de Julie muy cerca
del suyo en el banco de la galería de retratos de lady Laneford. En vez del
calor de la chimenea, lo que sentía era el abrasador contacto de su mano cuando
la sujetó del brazo y la llama de su propio cuerpo en respuesta, privado de
caricias desde hacía mucho tiempo.
Pero
todo eso no podía confesárselo a sus amigas. Si casi no lo comprendía ella
misma. Resultaba absurdo que deseara a alguien que apenas conocía y mucho menos
que ese alguien fuera una mujer. Especialmente cuando el deseo nunca había sido
algo que ella buscase. Sin embargo, en ese caso, se empecinaba en zumbar a su
alrededor como un pesado moscardón. Del mismo modo que sus miedos y sus
recuerdos la atormentaban de manera persistente. ¿Podría ser que ese
inexplicable deseo por Julie no fuera más que otro efecto emocional de la noche
en que le dispararon?
—No
—respondió en un susurro—. No he sacado nada en claro de nuestros breves
encuentros. Confiaba en que vuestras pesquisas hubieran dado mejores
resultados.
Meredith
carraspeó y Caroline se volvió para mirarla.
—Me
temo que nosotras hemos averiguado tan poco como tú —explicó Merry,
encogiéndose de hombros—. Lady Westfield es como un libro cerrado. Tendrás que
insistir cuando coincidáis en eventos y reuniones. Estoy segura de que al final
acabará dándote alguna pista sobre sus pensamientos y actividades.
Caroline
tragó con dificultad el nudo que de repente se le había formado en la garganta.
Le estaban mintiendo. Podía verlo en sus ojos que esquivaban su mirada,
percibirlo en sus voces.
Sus
dos mejores amigas, las mujeres en quienes había confiado durante años y por
quienes habría dado la vida, le estaban mintiendo. Descaradamente.
No
sabía si gritar o llorar.
Optó
por cruzarse de brazos y fulminarlas con la mirada.
—No
me digas. Resulta interesante que ninguna de las dos haya descubierto nada
sobre ella. Especialmente si tenemos en cuenta que esta misma mañana Jenkins me
ha enviado una nota con una relación detallada de todos sus movimientos del
último mes.
Ana
se atragantó con el té y Meredith palideció. A Caroline le habría gustado
disfrutar de su triunfo, pero no fue capaz. Estaba claro cuál era el problema.
Ya no la consideraban capaz para llevar a cabo el trabajo.
—¿Has
hablado con Jenkins? —preguntó Meredith.
Caroline
asintió con la cabeza. Jenkins era uno de sus hombres de calle. En realidad un
hombre de la calle. Un carterista con tanta predilección por obtener
información como monederos. Información que no tenía escrúpulos en vender luego
a los espías dispuestos a pagar por ella.
Apretó
los puños mientras intentaba mantener la calma.
—Por
supuesto que he hablado con él. Tenía claro desde el principio que tanto Ana,
como Charlie o tú se resistirían a ayudarme. Han dejado más que claro que ya no
me consideran capaz de hacer mi trabajo.
Anastasia
se levantó de golpe.
—¡Eso
no es justo, Caroline!
—¿Que
no es justo? —repitió, y apretó los puños hasta hacerse daño—. ¡Te quiero, los
quiero a los tres, pero si creen que no me doy cuenta de que tratan de
protegerme, es que son todos estúpidos! Hasta tal punto quieren hacerlo que
incluso son capaces de permitir que lady Westfield corra peligro. ¡A menos que
uno de ustedes esté llevando el caso a mis espaldas mientras me mantienen
entretenida!
—Eso
no es verdad —protestó Meredith, al tiempo que posaba la mano en el brazo de
Ana.
Caroline
se dio la vuelta totalmente frustrada. Sus amigas se comunicaban sin necesidad
de hablar. ¡Y ella era el motivo de su muda conversación! Como si fuera una
niña que necesitara vigilancia. Una inválida incapaz de valerse por sí misma.
Y
lo que era aún peor: ella misma se sentía así. Después de dos encuentros con
Julie, se notaba insegura. Había creído que volver al trabajo haría desaparecer
sus preocupaciones y sus miedos, pero no había sido así. No sólo no habían
desaparecido, sino que nuevas emociones se aliaban con las viejas para
atormentarla.
—No
queremos ocultarte nada —insistió Meredith sin alterar la voz, con tono
apacible y conciliador—. Y si has descubierto algo a través de otra fuente,
estupendo.
Ana
frunció los labios, pero permaneció en silencio. Meredith continuó:
—¿Qué
información te ha proporcionado Jenkins?
Ella
se acercó a la mesa, pero no se sentó. Se detuvo a reflexionar sobre la
cuestión. ¿A esos extremos habían llegado? ¿Sus compañeras no la consideraban
lo bastante capaz como para compartir su información con ella y ella no les
tenía suficiente confianza como para revelarles lo que sabía?
—Salones
de juego ilegales —admitió al final con un suspiro. No sería ella quien les
ocultara cosas. Fingiría ante sus amigas que seguía siendo la eficiente espía
de antes, a pesar de que ambas tuvieran sus dudas al respecto—. Últimamente, su
señoría ha pasado mucho tiempo en los salones de juego ilegales. Sobre todo en
El Poni Azul, cerca de Newgate.
Meredith
abrió tanto los ojos que Caroline se percató de que aquélla era información nueva
para ella.
—¿El
Poni Azul? —repitió.
—¿Qué
es el Poni Azul? —preguntó Ana, volviendo la cabeza. Después de seis meses
trabajando como espía sobre el terreno, seguía siendo una ingenua respecto a
algunos temas.
Caroline
se encogió de hombros.
—Es
uno de los salones de juego con peor fama de toda la ciudad. Desde luego, no es
paradero habitual para una condesa. Por lo menos no de una que no se encuentra
en una precaria situación económica.
Caroline
frunció el cejo y se sentó. Julie había mencionado que le gustaba apostar de
vez en cuando, pero no le había dado la impresión de que fuera una jugadora
empedernida. El Poni Azul era el tipo de lugar al que sólo se acudían cuando ya
no se dejaba apostar en clubes más respetables. Un lugar donde se perdían
fortunas y, a veces, la vida.
Era
bien sabido que el juego podía poner en peligro la vida, y podría ser la
explicación de que alguien quisiera hacerle daño a Julie. De modo que, tanto si
le gustaba como si no, tendría que seguir esa pista.
—Pareces
preocupada —comentó Ana en voz baja—. Ausente.
Caroline
negó con la cabeza. Lo había vuelto a hacer, había dejado que se trasluciesen
sus sentimientos.
—Pensaba
en el caso.
Meredith
enarcó una ceja con incredulidad.
—¿Eso
es todo?
—Por
supuesto —contestó ella.
—¿Qué
vas a hacer entonces? —preguntó Merry sin alterar su expresión escéptica, como
si no creyera que el caso fuera lo único que la preocupase.
Caroline
se sustrajo a su escrutinio y respondió encogiéndose de hombros:
—Tengo
que ir a echarle un vistazo a ese sitio. Quiero interrogar a alguno de los
parroquianos, para averiguar si Westfield ha tenido algún problema. Igual hasta
tengo suerte y coincido con ella. Así podré observar cómo se comporta. Debo
determinar si existe alguna relación entre ese sitio y las amenazas que ha
recibido.
Ana
negó con la cabeza.
—Es
peligroso, Caroline. ¡No puedes ir ahí, no deberías!
Ella
se estremeció. Anastasia estaba diciendo en voz alta lo que ella misma pensaba.
En otro momento, la idea de colarse en un peligroso club de juego la habría
llenado de expectación. Habría disfrutado con la emoción de interrogar a los
clientes sin que se supiera quién era en realidad. Su corazón habría empezado a
bombear adrenalina ante la posibilidad de que la pillaran mintiendo o la
amenazaran.
Ahora,
sin embargo, al pensar en meterse en aquel antro de mala muerte, lleno de
hombres peligrosos con quienes toda conversación podía ser un riesgo mortal,
notaba una presión en el pecho que le impedía respirar. Pero tendría que superarlo.
—Creía
que confiabais en que pudiera hacerme cargo del caso —comentó en voz baja.
El
alma se le caía a los pies cada vez que sus amigas esgrimían algún argumento en
contra de sus decisiones. Porque con cada mirada de preocupación y cada mentira
pronunciada por su bien le dejaban más claro que no podría contar con ellas
para aquella misión. No se había dado cuenta de lo mucho que había llegado a
apoyarse en ambas hasta que se vio inválida. Lo que le recordaba por qué había
rechazado ese tipo de vínculo con otras personas en el pasado.
—Confiamos
en ti —dijo Meredith con suavidad, deslizando la mano por encima de la mesa
para coger la suya—. Pero eso no quiere decir que no nos preocupemos. ¿Estás
segura de que tienes que ir?
Caroline
se negó a mostrar lo que sentía, de modo que optó por sostenerle la mirada sin
titubeos.
—Sabes
que tengo que hacerlo, pero iré disfrazada, por supuesto.
Se
zafó del reconfortante contacto de aquella amiga que sólo deseaba su bien.
Sabía que a su manera la estaba protegiendo. Pero ella no deseaba ser
protegida.
—Ten
mucho cuidado, Caroline —dijo Ana en voz muy baja—. Por favor, ten cuidado.
Ella
asintió y se dirigió hacia la puerta.
—Tanto
si queréis aceptarlo como si no, voy a hacerlo. Y, cuando termine, ya no
tendréis más dudas acerca de mi capacidad.
A
continuación salió por la puerta, confiando en poder recuperar también la fe en
sí misma durante el proceso.
************************************
Julie contó hasta diez mentalmente, pero el
velo rojo de la furia que llevaba bullendo en su interior toda la noche no
parecía desvanecerse. Llevaba horas agazapada entre las sombras de la noche,
muerta de frío, observando a Caroline mientras ésta llevaba a cabo misteriosos
arreglos en su habitación. No la había perdido de vista desde que abandonara el
baile en casa de lord Greenville, al que habían asistido ambas, y en el que
ella no le había hecho ningún caso. Al contrario, había estado evitando su mirada
toda la noche.
Que
la había estado evitando a ella en conjunto sería una descripción más ajustada.
Desde el día en que casi... bueno, en que se habrían besado si Julie se lo
hubiera propuesto... en casa de lady Laneford, Caroline Redgrave había mantenido
las distancias.
Pero
al tiempo que la evitaba, se dedicaba asimisma a actividades mucho más
peligrosas que unos besos robados en una galería de retratos. Julie tenía
información fiable de que Caroline Redgrave había recibido una comunicación
escrita de Horace Jenkins, un delincuente de los bajos fondos que de vez en
cuando vendía información a los espías. Y que era además un estafador,
chantajista y un ladrón de fama legendaria.
¿Por
qué demonios mantendrían correspondencia una dama respetable de la buena
sociedad y un hombre de esa calaña? Julie se ponía enferma al pensar en la
inmensa gama de posibilidades. En el peligro que Caroline corría sin saberlo.
Seguro
que la información debería estar relacionada con las amenazas que estaba
recibiendo. No había otra explicación para que se relacionara con aquel tipo. Y
por mucho que deseara entrar en su habitación, cogerla por los hombros y
zarandearla hasta que comprendiera el terrible riesgo que estaba corriendo...
no podía hacerlo. Aún no. No hasta que tuviera la certeza de comprender los
motivos y la naturaleza de los secretos que guardaba.
Lo
que significaba que lo único que podía hacer de momento era observar y esperar
a ver cuál sería su próximo movimiento. Se estremeció cuando el frío arreció,
traspasando su gabán de lana.
¿Qué
demonios estaría haciendo? La había visto salir del dormitorio, y se llevó una
sorpresa mayúscula al ver que un carruaje, no el de Caroline, con su escudo en
la puerta, sino uno corriente, se detenía junto a la acera. Miró por los
binoculares y observó detenidamente al cochero. Iba envuelto en varias capas de
ropa para protegerse del frío y se cubría el cuello y la cara con un llamativo
pañuelo rojo.
La
puerta de la casa se abrió y la vio bajar los escalones. Apenas lograba reconocerla
bajo el pesado capote, el chal y la capa de invierno con que se cubría, pero
sabía que era ella. La forma de moverse, la manera en que ladeaba la cabeza
observándolo todo... era Caroline, de eso no cabía duda. Llevaba una cartera de
cuero pequeña que el lacayo no colocó en el portaequipajes, como era habitual,
sino que la depositó sobre el asiento del coche, junto a ella.
Julie
salió de su escondrijo cuando el lacayo cerraba la portezuela y el vehículo se
ponía en marcha.
¿Adónde
demonios iría Caroline en mitad de una noche tan fría como aquélla?
Salió
disparada hacia su propio carruaje, pero en vez de meterse dentro, subió de un
salto al pescante, junto a su cochero.
—¡Síguelos!
—ordenó—. De prisa.
El
hombre asintió y arreó a las bestias. Julie se aferró al asiento para no caerse
mientras escudriñaba las calles en busca del coche de Caroline.
No
tenía noticia de que tuviera intención de abandonar la ciudad. Y tampoco le
había dado esa impresión mientras la espiaba desde la calle. No le había parecido
que estuviera haciendo el equipaje para irse de viaje. Y aunque así hubiera
sido, ¿para qué iba a llevarlo consigo dentro del carruaje?
Nada
en Caroline Redgrave tenía sentido. Nada.
Estiró
el cuello y se inclinó hacia adelante mientras el coche se escoraba
peligrosamente hacia un lado, sobre el suelo resbaladizo, al doblar una
esquina. Desembocaron en una avenida abarrotada de vehículos que llevaban a sus
juerguistas ocupantes de vuelta a casa tras una velada de fiestas y encuentros
amorosos.
—¡Maldición!
—gruñó—. ¿Dónde demonios se han metido?
Su
cochero negó con la cabeza mientras maniobraba entre las atestadas calles. En
la oscuridad, iluminada únicamente por el mortecino reflejo de las farolas,
todos los carruajes parecían iguales. Sin un escudo que ayudara a
identificarlo, era casi imposible distinguir si el vehículo de Caroline iba
delante o si ni siquiera estaba en la calle.
Se
habían adentrado en un barrio peligroso. Desde luego, no era lugar para una
dama. Bueno no al menos una dama como Caroline, sin embargo para Julie, si. Si
no supiera ya que la joven tenía tratos con hombres de dudosa moral, jamás se
la habría imaginado en un lugar como aquél.
—Podrían
ser aquellos de delante, mi lady —dijo el cochero, dirigiendo el vehículo hacia
un grupo de coches y caballos que se apiñaban delante de un destartalado
edificio.
Julie
se echó hacia adelante para leer el cartel que colgaba sobre la puerta, y luego
volvió a reclinarse hacia atrás sin dar crédito.
—¿El
Poni Azul? —Dijo con un hilo de voz—. No puede ser...
Pero
antes de que pudiera terminar la frase, uno de los vehículos situados al
principio de la fila se apartó de la acera y describió un amplio giro. Al pasar
junto a Julie, ésta casi se cayó del asiento.
El
conductor llevaba un llamativo pañuelo rojo alrededor de la cara y el cuello.
Era el cochero de Caroline. Y el carruaje estaba vacío.
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