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Serenpidia - Eldest88 - Capítulo 4

CAPÍTULO 4 CONVENIOS

―¡¿Que dijiste?! ¿Qué es lo que informas mensajero?― El rey Kruger se levantó airado de la silla de su despacho, del escritorio cayeron varios objetos producto del fuerte golpe que le había propinado con su mano desnuda, el té aún tibio se escurría por la esquina del mueble sin que nadie se percatara.

―Su..hijo.. Lord Arashi...él.. ― el pobre hombre se debatía entre terminar la frase o salir como alma que llevaba el diablo ― Hemos recibido informes de que se encuentra a bordo del Saint Metien rumbo a Shikaku― un nuevo golpe y tembló bajando la mirada asustado de que ese fuera su último día, sin embargo, tres golpes en la puerta lo hicieron respirar con alivio. 
―Adelante― Los ojos grises airados del Rey Keinji se giraron en descontento, dándole la espalda a su interlocutor. Le dieron paso al soldado al otro lado de la puerta mientras observaba por la ventana pensativo. 
―Su majestad, ― el militar se inclinó en una solemne venía. ―El general Yuichi acaba de arribar junto a la comitiva de Fuuka,― volvió a erguirse esperando órdenes. 
―Llevenlos al salón principal, ― el de ojos grises se giró hacia la salida de aquella estancia, esperando quedar a solas con el investigador que le hubiera llevado tan malas noticias. ―Hoy mismo parte hacia Shikaku, no es necesario que le diga que debe ser en absoluto secreto, enviaré dos guardias de mi entera confianza a su domicilio, que con su ayuda deberán traer a mi hijo a como dé lugar.― Sin esperar ninguna respuesta por parte de su interlocutor, el rey salió en dirección al gran salón, ahora debía solucionarlo. 
―¿Cómo se lo vamos a explicar?― Una gota de sudor bajaba por el lado derecho de la cara del joven general Yuichi. 
―No creo que deba hablar si no me lo permite su rey, general― El pelinegro se ajustaba la pechera muy nervioso. 
Ambos hombres caminaban detrás de la Guardia Real quienes se encargaban de la seguridad del rey Kruger, cruzaron por el pasillo principal que conectaba varios de los salones donde se llevarán a cabo reuniones de estrategia militar o solo fiestas de la corte; llegaron a las puertas que resguardaban el salón del trono, dos hombres con lanzas se giraron al unísono abriéndoles el paso, al tiempo que la estructura se abría de par en par mostrando un tapete de color rojo que les guiaba hacia su destino, ambos se miraron nerviosos sin tener la menor idea de cómo le iban a explicar al monarca el que llegarán sin su preciado hijo y su prometida. 

Mientras tanto en otro lugar del castillo…

―Lleven a Kanto a la caballeriza y denle de comer― la ojiverde descendió rauda del corcel posando la mano derecha en la cintura de la castaña y ofreciéndole la izquierda para que se sostuviera y poderla ayudar a bajar. 
Uno de los sirvientes tomó las riendas cuando ya los viajeros se hallaban en tierra ―Como ordene su...― 
―No digas más… retírate― la pelinegra se tenso al tiempo que interrumpió al pobre sirviente que la veía confundido, no había sido capaz de explicarle a la de ojos carmesí que no era un simple soldado. Solo tendió su mano a la princesa para guiarla por el camino, preocupada de que la herida en su pierna le hiciera fallar el paso, aunque ella misma no se sintiera tampoco en las mejores condiciones.

En el salón del trono...
―¡¿Donde rayos esta el príncipe y la princesa?!― El rey se levantó horrorizado del trono. 
―Su majestad..Nosotros.. ― el Rubio transpiraba miedo, más bien terror, pocas veces había presenciado el enojo del rey, y casi siempre en batalla, pasó la mano con desespero por la nuca sopesando el peor escenario, su cabeza en una lanza a las afueras de Fuuka. 
―¡Envié a los mejores hombres a cuidar a mi hijo y a su futura esposa!― Los gritos ya se podían oír desde la entrada del castillo ―¿Cómo osas aparecer ante mi sin ellos? No mereces el título de general, Yuichi y usted.. ¿Quién es usted?― El rojo de la cara del monarca contrastaba con su cabello negro azabache, o lo pálido de su tez en situaciones más serenas. 
―General Reito Kanzaki su majestad, a sus órdenes.― El pelinegro se inclinó más de lo normal con deseos de salir huyendo de aquella situación, nadie lo había entrenado para enfrentar a un padre furioso y mucho menos a un rey que pudiera mandarle a fusilar, algo que podría igualmente esperar si llegaba a Tsu con tan terribles noticias. 
El sonido característico del picaporte interrumpió la muy segura sentencia de muerte para los generales en boca del rey. 
Una desaliñada princesa hacía acto de presencia para alivio de los reunidos, así mismo estaba acompañada por un soldado cuya presencia fue desestimada en el acto.  
―¡Princesa!― El general de Tsu miraba sorprendido hacia la entrada de aquel salón, un suspiro pesado que estaba conteniendo hasta ahora se escapo de sus labios, corrió hasta su protegida para constatar que era real lo que veían sus ojos. 
―¿Y mi hijo? ¿dónde está mi hijo?― El Rey Kruger descendió del trono por los escalones hasta llegar al lado de la de ojos carmesí que lo veían contrariada.
―¿Su hijo?― La evidente ignorancia en el tono ahora preocupado de la joven doncella del reino vecino, fue como una estaca clavándose en el corazón del viejo Kruger, cuya mente vaticinó los más terribles escenarios; maldiciéndose a sí mismo por haber enviado a su hija menor solo para cubrir las insensateces de su hijo mayor.
―Saeko... ¿Que he hecho?― Observó el retrato de su esposa junto a sus dos vástagos.
Entonces el soldado que estuviera esperando en la entrada se adelantó dando un paso para sacar a su padre del malentendido, sin embargo, la fuerza le abandonó cayendo estrepitosamente sobre la alfombra roja, así mismo el yelmo se deslizó en el suelo ante el impacto, develando la tupida melena de negro cobaltino que solo la familia real posee. 
La castaña volvió hacia el soldado que la vida le había salvado, gritando su nombre con angustia evidente. ―¡Nat!― Pero no pudo correr debido a su herida, así que apresuró el paso para acercarse.
―¡Príncipe!― Gritó el general Yuichi ante la estupefacción de Shizuru, quien no imaginó se tratara justamente del hombre al que tendría que desposar.
―¡Natsuki!― Gritó casi al unísono que el militar. El hombre con la misma cabellera y de aspecto semejante, alcanzó a la joven en dos zancadas, se inclinó tomándola por los hombros la giró hacia él, horrorizado observó una línea de sangre salir de su boca además de una hendidura en el costado de la armadura, la levantó en sus brazos caminando fuera de aquella estancia. ―¡Llamen al médico real!―ordeno el rubio a los guardianes de la entrada mientras el padre  se dirigió apresurado a la que fuera la habitación de su hijo al tiempo que sentía a la princesa que le seguía de cerca más que preocupada, quizás no sería del todo un desatino lo de la boda.

Una hora más tarde... 
El doctor se hallaba dentro del aposento del príncipe cosiendo la herida ya limpia de la joven que se encontraba inconsciente sobre la cama, le habían quitado la armadura entre el y una Fumi muy alterada al ver el estado en el que había llegado. ―Perdió un poco de sangre su majestad― Le informó al padre.
―Gracias Okuzaki, por favor dile a tu hija que venga a mi despacho esta tarde, debo encomendarle una misión,― los ojos grises se posaron sobre su hija apesadumbrado, ya la había visto un par de veces herida, algo que siempre lo desesperaba era lo inquieta y curiosa que había sido desde muy pequeña, unas cuantas caídas de los árboles, un rasguño cuando el perro del jardinero había tratado de morderla porque lo había tratado de tirar al lago creyendo que quería nadar, pero nunca nada como esto, cuando el general Yuichi le había narrado la batalla librada contra ese monstruo no podía creer que su pequeña fuera tan valiente o tan hábil con algún arma, no lo diría en voz alta, pero darle en un ojo a un ogro, eso tenía que ser algo de lo que estar orgulloso, si no fuera tan aterrador al mismo tiempo. ―Descansa hija,― se acercó a la cabecera de la cama y se inclinó hasta posar sus labios sobre la frente de la pelinegra ―Fumi ― se dirigió a la mujer pálida que se hallaba al otro lado de la cama ― quédate cerca de ella, me mantienes informado de cualquier novedad― la de cabellos rosa se inclinó como respuesta.
El rey salió de la habitación cerrando la puerta detrás de él junto con el doctor principal de Fuuka, le agradeció por los servicios y se separaron tomando direcciones distintas ―Nadie entra y nadie sale― le indico a dos guardias que ahora vigilaban la entrada de los aposentos, camino por el pasillo hacia su despacho, pero al instante fue interceptado por una joven de cabellos castaños y ojos carmesí. 
―Disculpe su majestad,― la joven realizó un venía al hombre mayor. ―No es mi intención molestarlo, pero deseo saber como se encuentra el príncipe―
―Su alteza, debe descansar― Una mujer rubia con vendajes en la cabeza la seguía muy de cerca ―Disculpe majestad― se detuvo al percatarse de que el monarca se encontraba frente a la doncella.
―Nana por favor, necesito saber si esta bien, no podría estar tranquila si no lo veo― los ojos rubi observaron al moreno en una muda súplica. 
―En este momento está descansando señorita Fujino, por ahora no podrá verlo, pero le puedo asegurar que se encuentra bien, ya sus heridas fueron revisadas y vendadas, en la mañana podrá hablar con él― El pelinegro colocó una mano sobre el hombro de la joven mujer para reconfortarla. 
―Entiendo majestad, muchas gracias.― Nuevamente se inclinó en forma educada bajando la mirada con desazón, Miss María la tomó suavemente del brazo guiandola por aquel pasillo hacia sus aposentos, era más que claro que necesitaba llevarla a descansar pues unas ojeras cubrían su rostro. 
Las dos mujeres se dirigieron en silencio hasta la habitación que había dispuesto el rey para la princesa, abrieron la puerta encontrándose con una enorme estancia, la cama era de buen tamaño así como sábanas de la seda más exquisita, dos mesas de madera en los laterales de la cabecera en donde reposaban dos candeleros, a la derecha otra puerta que llevaba a otra habitación más pequeña con toda la ropa que le habían enviado desde Fuuka así como otros vestidos nuevos, regalo de su suegro y a la izquierda la puerta hacia el baño que contenía una cómoda, un gran espejo y una enorme bañera de porcelana aria capaz de alojar al menos a tres personas. 
―Necesito que preparen el baño de esencias para la princesa,― la mujer mayor le ordenó a dos sirvientes que esperaban en la entrada. 
―Sí madame― Ambas mujeres inclinaron la cabeza y se adentraron en el baño, tomaron algunas botellas de colores que contenían jabón y esencias varias, vertieron una con jabón de hierbabuena en el agua tibia. ―Está listo Madame,― ambas salieron para informar que ya se encontraba preparado el jacuzzi. 
―Salgan, si las necesito les avisaré,― la Ojiazul espero a que estuvieran solas y la puerta estuviera ya cerrada, se acercó a la castaña desatando la capa que llevaba sobre los hombros, imaginando que sería del príncipe. ―¿Usted se encuentra bien, princesa?― 
―Estoy cansada Nana, solo eso― la joven se giró hacia ella tratando de sonreír. 
―La comprendo,― con mucha atención le quitó el vestido y el corsé dejándola en paños menores ―Oh por Dios― Los iris azules temblaron en sus cuencas mientras sus párpados se abrían abrumados por la notoriedad de la venda en un lugar por demás comprometedor, entre preocupada por la cicatriz que esto podría ocasionarle a una joven dama tan hermosa como Shizuru y el hecho, de que claramente la señorita no había sido la artífice de la curación, pues esa tela no pertenecía a sus atuendos previos, dejando solo una posibilidad. Calmó la inquietud de su rostro y luego la condujo hasta el baño donde la misma castaña terminó por desnudarse, metiéndose lentamente dentro de las aguas tibias. 
―No deseo importunar, pero podría preguntarle ¿qué pasó en el bosque  con el príncipe?― La mujer mayor agradeció enormemente estar detrás de la castaña enjabonando sus cabellos pues su sonrojo era monumental, la insinuación era por demás una duda urgente sobre cuán intacta estuviera su virtud. 
―Sólo cuido de mí, Nana, es un caballero― Sonrió al recordarlo nervioso cuando sanaba la herida en su rodilla ― fue inesperado, a decir verdad, nunca fue altivo ni arrogante como muchos de los aristócratas de la corte de mi padre― la princesa enjabonaba cuidadosamente sus brazos ― me sorprendió bastante cuando me enteré de quién se trataba, fue gentil, amable y protector conmigo―
―Y usted decía que nada bueno le traería este compromiso, su alteza― sonrió maliciosamente la de ojos azules al recordar el enojo que traía hasta la noche anterior la joven.
―Ya veremos nana, aunque fue gentil no olvido que me oculto su verdadero origen ― los ojos sangría se oscurecieron al tiempo que tensaba la mandíbula.
―Fue por su seguridad señorita, si los hubieran apresado habría sido más fácil para el luchar si los bandidos no sabían de quién se trataba ― la mujer mayor tomó un recipiente con leche de coco con gotas de limón y  derramó  su contenido en los cabellos castaños para hacerlos más sedosos.
El baño transcurrió en silencio, la castaña pensaba en las palabras anteriores de la nana, tal vez tuviera razón, le daría el beneficio de la duda al hombre que le salvara la vida horas antes pues ahora era además su prometido.

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―¿Señor esta usted bien?― Takumi sostenía un recipiente con agua mientras observaba a su príncipe absorto en las olas que agitaban el barco mercantil que los llevaría lejos de Fuuka.
―No me llames así Takumi, ya te lo había dicho, es necesario que pasemos desapercibidos, solo somos comerciantes, nada más ―El pelinegro se encontraba en la proa del barco, con una mano se sostenía del bauprés admirando la belleza del azul que cubría todo a su alrededor.
―Ara..Arashi..lo veo pensativo, ¿Acaso se está arrepintiendo de este viaje?―Al menor le costaba usar el nombre del príncipe, se sentía extraño y hasta descortés, aun cuando se conocieran desde muy pequeños y llevaran más una relación de hermanos que de sirviente y heredero de la corona.
―No amigo mío, en absoluto, solo estoy pensando en mi hermana, alguna vez habíamos hablado de huir de nuestra jaula de oro, cumplir nuestros sueños, poner nuestros deseos por encima de nuestro apellido ― el ojiverde suspiro melancólico ―ahora va a creer que simplemente la deje a su suerte, que la abandone ― 
―No creo que ella…―el de ojos lila pensó en darle ánimos a su amigo pero se detuvo, ―creo que lo va golpear…―esto último lo dijo en voz baja esperando que no lo hubiera escuchado.
―jajajajaja...si Takumi, creo que cuando lo sepa va a tener muchas ganas de matarme ―ambos se miraron sonriendo por el comentario.
―Y su padre, el rey, no creo que vaya a reaccionar bien Arashi ―Los ojos lila miraron directo a los verdes ya sin sonreír.
―Él debe entender que no es lo que yo deseo, nunca pedí ser el futuro heredero, solo quiero conocer el mundo, aprender de otras culturas, ser libre ― giro la cabeza para posar sus ojos verdes nuevamente en dirección al mar ―Mi hermana también lo comprenderá ― ambos se quedaron en silencio observando cómo algunas ballenas se alejaban en grupo por el costado derecho del barco, el dia se extingue lentamente en el horizonte, el viaje apenas había iniciado.

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―Mi señor, el ogro no ha cumplido con el cometido― Un hombre con traje oscuro caminaba por la estancia con parsimonia, su pierna derecha no le permite gran movilidad. 
―Dijiste que habías conseguido al más grande Zahid― Otro más pequeño de cabellos blancos se hallaba sentado enfrente de un escritorio de caoba donde se observaban varios papeles y plumas desperdigadas, una mujer semidesnuda estaba sentada sobre sus piernas y sostenía una copa de vino con la que le daba de beber a su amo ― Retírate Nahla ― la aludida dejó la copa sobre el escritorio, con sensualidad se colocó nuevamente el camisón que sostenía enredado en su cintura y salió de allí contoneando las caderas.
―El plan no contemplaba el que tuviera que enfrentar a tantos hombres, mi señor ― el sirviente se inclinó esperando que su excusa fuera suficiente para evitar la ira de aquellos ojos sangre que tanto miedo le producían.
―Zahid…Zahid…― Un suspiro tranquilo se escapó de los labios del peliblanco, ―solo fue un error de percepción, tal vez habría funcionado mejor si hubieras usado a dos ogros, pero…― los ojos sangría se pasearon por la pierna derecha del hombre.
―No fue fácil atraparlo, media casi dos metros, dos de nuestros hombres terminaron muertos, señor –sus ojos negros se oscurecían más al recordarlo, difícilmente podría recuperar la pierna luego de que aquella bestia se la partiera en dos.
―Ya no importa…― El de ojos sangre se levantó de su silla dirigiéndose a la entrada de la estancia – lárgate…no quiero que mis clientes se asusten con tu presencia ― abrió la puerta y despacho a su sirviente.

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―Necesito que hablemos hija – la mañana llegó para una dolorida Natsuki.
―Ahora no por favor, me duele todo padre― la ojiverde tomo las cobijas y se cubrió la cara esperando que él saliera de su habitación, espero, espero y no paso, ni un sonido, por lo que nuevamente tomo las cobijas y se las quitó de la cara ― ¿Qué sucede? –tenía un mal presentimiento.
―Pusiste en peligro tu vida Natsuki– las arrugas de su frente se notaban mucho más que de costumbre ― ¿en qué estabas pensando? –suspiro pesadamente el mayor.
―Padre,  no estaba pensando en nada, ella estaba en peligro, simplemente actúe ―los ojos verdes buscaban una mancha en el pulcro techo, no quería ver la cara de de decepción que él siempre le mostraba.
―Tenemos un problemas mas grande ahora..―el mayor contuvo las verdaderas palabras que quería decirle en aquellos momentos, orgullo, eso sentía de su hija menor, pero no se atrevía a pronunciarlas, nunca fue bueno para exteriorizar lo que pensaba acerca de sus hijos ― tu hermano se ha ido de Fuuka ―
―¡¿QUE?! ―la pelinegra se incorporó con tanta fuerza de la cama que sintió un leve dolor en el costado.
―Vas a tener que seguir en tu papel de príncipe un tiempo más ― los ojos grises ubicaron una silla, la tomó y se sentó en ella sopesando las palabras que le diría.
―De qué hablas, me lo prometiste, ― “maldito Arashi” ― pensó tensando la mandíbula, ni siquiera le había dicho que se iría.
―Ya envie a alguien para que lo traiga de vuelta, pero por ahora tendremos que seguir con esto Natsuki, se lo que te prometí y por eso vengo a replantear los términos de nuestro acuerdo, ―el de ojos grises la observo esperando pacientemente pues en los ojos verdes se podía dilucidar una explosión de ira.
La princesa se levantó de su cama en silencio y empezó a caminar por la habitación, pensaba en mil maneras en las que podría matar a su hermano, cuántas veces habían hablado de una fuga, pero siempre juntos, ahora la abandonaba, la dejaba atrapada en su prisión de oro, sola.
―Cual es tu propuesta ―Se detuvo en seco volteando a mirar a su padre.
―No podemos darnos el lujo de que se sepa que tu hermano huyó, tenemos muchos enemigos dentro y fuera de Fuuka, enemigos que desean quitarnos del camino ― el monarca se levantó y se acercó a la princesa bajando el tono de su voz, ―solo será por un tiempo en lo que regresa tu hermano, tendras que seguir siendo el príncipe, te ofrezco tu libertad, podrás elegir tu camino ―
―¿Hablas enserio? ― los ojos verdes se abrieron de par en par ante la propuesta de su padre ― ¿lo que yo desee?―
―Si, pero debemos tener más cuidado ahora, le he ordenado a Fumi que te ayude con algunos detalles ―  aun cuando eran gemelos y de pequeños había sido difícil diferenciarlos, al crecer cada uno tomó diferencias en cuanto su imagen, a Natsuki le gustaba llevar su cabello totalmente suelto, mientras que Arashi prefería llevar una trenza lateral que bajaba suelta por su hombro y el resto del cabello con un amarre en la coronilla dejando caer su melena sobre el resto de su espalda con un aire vikingo como era propio de los guerreros de la familia.
Fumi entró en los aposentos por orden del rey con algunos implementos que le ayudarían al cambio de imagen de la joven.
―Cuando termines ven a mi despacho Natsuki ―El rey salió por la puerta de la habitación y cerró tras de sí dejando a una hija que pronto se convertiría en su hijo, recordó a su esposa y la mirada de desaprobación que le haría en esos momentos ―”medidas desesperadas amor mío” ― pensó mientras caminaba de vuelta su despacho. 
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bauprés

Palo grueso, horizontal, pero algo inclinado hacia arriba, que en la proa de los barcos sirve para asegurar algunas velas.

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