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Serenpidia - Eldest88 - Capítulo 3

Capítulo 3 _ PROMESAS

—Confíe en mí, daré mi vida por la suya de ser necesario, Princesa— Añadió el arquero, aquellas palabras sumadas a esa mirada tan intensa la hicieron tomar su mano de inmediato, aun se podían oír gruñidos airados del monstruo que la acaba de atacar, los soldados seguían batallando para detenerlo.

—La voy a llevar al castillo— cuidadosamente colocó su mano en la cintura de la castaña —disculpe, le ayudare a subir al caballo— una extraña electricidad recorrió su espalda al sentir aquel contacto, tal vez sería el frío, pensó, solo llevaba un chal sobre sus hombros, era lógico que sintiera frío.
—Gracias— inclinó tenuemente la cabeza y el chico la ayudó a acomodarse sobre la silla del corcel, a continuación, se subió detrás de ella extendiendo ambos brazos alrededor de la delicada figura de la dama, y tomando las riendas con fuerza.
—Va a estar bien se lo prometo, — el soldado la sintió temblar por lo que pronuncio esas palabras para hacerla sentir mejor
Hierbabuena. —PensóNatsuki aspirando profundamente, aquel olor provenía de los cabellos castaños que casi se colaban por la hendidura de su casco gracias al viento, aspiró una segunda vez, ese olor comenzaba a gustarle.
El caballo galopó a buena velocidad por un sendero que la pelinegra conocía de memoria, cuando era pequeña escapaba de sus clases de etiqueta para huir sobre los lomos de Kanto, aquel era el camino más escarpado, por lo que estaba segura, el ogro o cualquier otra alimaña, no se atreverían a seguirlas.
—Ouch...— La de ojos rubí dejó escapar un gemido de dolor que venía tolerando desde que se subiera al caballo.
—¿Está usted bien princesa? — el joven halo las riendas deteniendo por completo al animal.
—Si...no.…disculpe... no quiero retrasarlo— la castaña se removió un poco sobre la silla, al parecer se había lastimado cuando salto fuera del carruaje.
—No se preocupe, podemos quedarnos a descansar un poco en este lugar, — los verdes ojos observaron con agudeza el entorno que los rodeaba, una gran montaña se alzaba a su lado derecho, mientras que algunos árboles se interponían a su izquierda por lo que sería difícil el acceso por otro lugar que no fuera aquel sendero que habían recorrido.
Bajó primero del corcel, a continuación tomó por la cintura a la castaña con suavidad — será mejor que se apoye en mí,— la oji rubí posó ambas manos sobre los hombros metálicos sintiendo cuán frío se encontraban, se deslizó entre aquellos brazos atléticos que la sostenían con suavidad, sin embargo, al posar el pie derecho sobre el mullido suelo sintió el dolor que con tanta fortaleza había soportado durante el trayecto, no pudo evitar cerrar los ojos y arrugar la frente en una muestra de dolor.
—Necesito que me enseñe la herida, — el soldado la siguió sosteniendo al ver que le costaba mantenerse en pie.
—¡No! — los ojos sangre se abrieron horrorizados, aun cuando fuera aquel su salvador no olvidaba que era un hombre y la ubicación de la herida, bueno, esa parte estaba más que prohibida a la vista para el sexo masculino, si no se tratara exclusivamente de su esposo.
—Princesa... — suspiro con cansancio alejándose un poco...— La entiendo, pero no podremos seguir adelante si no sanamos su herida, esta parte del camino es la amable, más adelante será más sinuoso y complicado—
La castaña se acomodó en una roca alta que se encontraba al lado del camino, suspiro largamente sopesando sus opciones, si era atrapada por aquel monstruo… No Podía siquiera imaginarlo. —¿Cómo sabré que no se aprovechara de mí?, estamos solos en... — observo todo a su alrededor agitando ambas manos en el aire —... en Dios sabe dónde, además de que ni siquiera me ha permitido ver su rostro, solo sus ojos se logran ver desde la abertura de su casco, como confiar en quien no muestra su rostro,— dijo esto casi en un susurro y bajando la mirada al suelo.
—No tenemos tiempo para esto, — dijo más para sí la pelinegra ya exasperada por la situación. — Haremos un trato...— Se giró dándole la espalda a la de ojos carmesí, —Solo me quitaré el casco una vez, solo una vez podrá ver mi rostro, pero…— Colocó sus manos enguantadas a los lados de su cabeza sosteniendo el artilugio pensativo, —prometa que no le dirá a nadie que lo hice, tendré muchos problemas si el rey se entera de esto, además de que no tendré mi tan preciada libertad pensó mientras esperaba oír la respuesta.
—Se lo prometo, nadie lo sabrá. — La castaña lo miró extrañada por tan rara petición, tal vez sería de alguna guardia secreta, pensó tratando de darle alguna explicación lógica.
—Está bien, confiaré en su palabra alteza. — Puso las manos a los lados del casco empujándolo hacia arriba, por lo que una cabellera larga de color cobalto se escapó escurriendo por su espalda cual cascada, se giró lentamente hacia su interlocutora al tiempo que cerraba los ojos con la esperanza de que al no verlos no podría luego relacionarla con ese momento.
—Cuál es tu nombre soldado. — Hermosa, eso fue lo que se le cruzó por la mente cuando observo aquella piel tan nacarada y esas facciones tan delicadas.
Trago saliva la joven morena, un tanto incómoda. —Nat.. Puede llamarme Nat— Se sentía nerviosa al saberse observada por aquella mirada carmesí que memoraba tan penetrante, por lo que antes de abrir los ojos nuevamente, tomó el casco y se lo coloco nuevamente.
Aun cuando Shizuru deseaba observar un poco más, entendía que la noche se hacía más oscura además de que su trasero ya se estaba incomodando en aquella roca fría y áspera, se movió un poco para subir su vestido hasta la rodilla derecha en donde se podían ver moretones y una pequeña pero dolorosa cortada.
La ojiverde no pudo evitar sentir calor dentro de aquella armadura. —Mi.… mi abuela me enseñó un par de trucos con las plantas, — se acercó despacio hasta la roca donde se encontraba la castaña, luego se colocó a nivel del suelo posando la rodilla izquierda en tierra. —Primero debemos lavar la herida con algo de alcohol, — movió su mano derecha hacia la cantimplora que amarraba en el cinto al lado derecho de su cintura donde se hallaba otra más oscura. —Es una suerte que a Yuichi le gustase tomarse algunos tragos, — murmuró tomando el recipiente lo abrió girando la tapa. —El sabe que no puede traer ese tipo de bebidas por lo que me pidió que se lo escondiera. — Los nervios la hacían hablar un tanto más que de costumbre, quitándose el guante de la mano derramó un poco de aquel líquido sobre la rodilla de la princesa, un movimiento tenue de la pierna le hizo pensar que tal vez le estuviera doliendo, con los dedos esparció con suavidad tratando de limpiar las heridas.
—Gr.. Gracias Nat. — Un leve ardor le hizo cerrar los ojos con fuerza echando la cabeza hacia atrás.
La pelinegra se levantó buscando en el árbol más cercano y notando una flor blanca con centro amarillo, encontrando en ellas el remedio que tantos años atrás su abuela le enseñó, asi mismo vió otras verdes más pequeñas que se escapaban de sus raíces, capaces de adormilar un poco los tejidos. Arrancó con cuidado algunas plantas colocándolas en el hueco de su mano en la que llevaba el guante, extrajo el recipiente de color más clara de su cinto vertiendo un poco de agua sobre las hojas, busco en el suelo una pequeña roca con la podría machacar aquellas hojas.
—Es manzanilla y dormenella, — caminó devolviendo sus pasos hacia la de ojos sangre que ya se encontraba un poco más relajada y miraba con atención los movimientos del soldado.
—Tu abuela sabe mucho de plantas, — la castaña le sonrió amable.
—Si, bueno, ella es muy sabia, salvo cuando quiere hacerme comer vegetales, — se detuvo pensativa frente de la princesa, quien habría jurado poder ver un mohín detrás de ese casco.
—En fin...— Suspiro saliendo de sus pensamientos, —esto lo va a sentir un poco incomodo, pero ayudará a cerrar la herida— se agacho nuevamente posando la rodilla izquierda en el suelo, tomó un poco de la pasta verde de su guante y se la esparció con los dedos sobre el corte que ya se veía mucho más limpio, — va a estar bien, confíe en mí.— Los dedos se movieron suavemente terminando de ocultar el corte, cubriéndolo con una de las hojas que no molió, luego retiró el brazalete exponiendo la fina seda de su camisa, la cual rompió para improvisar una venda que cubriera la herida, hizo un pequeño nudo y al finalizar volvió a acomodar el brazal de su armadura. —Esperemos unas horas con esta noche tan espesa es peligroso continuar, por lo pronto será mejor que comamos algo, — se quitó la capa para luego posarla sobre la castaña, quien le agradeció con la mirada.
—No creo que le guste mucho la comida de un soldado, pero es lo único que puedo ofrecerle, — se acercó al corcel buscando en la alforja amarrada a la silla, sacó un pedazo de pan, queso y una tira de carne deshidratada.
—No tengo ningún problema con ello, — sin poder controlarlo el sonido de su estómago se pudo oír con bastante claridad, apenada colocó su mano sobre su boca tratando de desviar la mirada.
Camino hacia ella riéndose sin poderlo contener. —Será mejor que coma bien alteza— extendió las manos con los alimentos hacia la apenada castaña, además de la cantimplora con el agua.
—¿Y usted?... No pensara darme todo y no dejar nada para usted, — aun con la cara sonrojada por la falta de etiqueta de su estómago hambriento recibió lo que en aquel momento consideró un manjar.
—Aún queda algo de comida en la alforja, no se preocupe. — Camino de nueva cuenta hacia Kanto quien ya comía plácidamente algunas vetas de pasto verde, sacó otro pedazo de pan y de queso, aunque algo más pequeños que los anteriores, suspiro. —“Voy a quedar con hambre”— pensó mirando con tristeza los alimentos —Esto de ser caballeroso es muy tonto, — se quitó el casco procurando que la princesa no le viera con sendos lagrimones mordiendo un pedazo de pan y otro de queso, de la etiqueta nada recordaba, hambre era lo único que tenía en esos momentos. En cuanto terminó el bocado y vió la grácil figura de la princesa del reino vecino, no pudo evitar admirar la belleza de aquella mujer, sintiéndose tan extraña por siquiera pensar en algo semejante. Aclaró su garganta. —Descanse alteza... yo haré guardia—
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—General Yuuichi ya hemos peinado la zona, no logramos encontrar al príncipe ni a la princesa, — murmuró uno de los soldados mientras se acercaba sudoroso, aún cuando helaba, habían perdido de vista a los príncipes y los buscaban arduamente ahora que habían logrado someter y matar al ogro, no sin ayuda de la flecha certera del príncipe quien lo incapacitó bastante.
—¡Hiroki! Ya deja de temblar, no seas cobarde. — El general Kanzaki le gritaba a uno de sus colaboradores quien se encontraba cerca de la cabeza de aquel monstruo ya decapitada en el suelo, algunos más lo amarraban para llevárselo de trofeo y solicitar la digna recompensa por librar aquellas tierras de la horrenda criatura.
—Tampoco hemos podido encontrarlos— El pelinegro se pasó la mano por la cabeza pensativo, Reito no imaginaba el infortunio que les esperaría, o mejor aún... lo tenía más que claro. —¿Que vamos a hacer Yuichi? El rey me va a colgar de las...— El Rubio lo detuvo con un ademán de la mano.
—Confiemos en ellos, el príncipe conoce a la perfección estos parajes y fue en busca de la princesa, nuestro heredero hará lo necesario para mantenerla a salvo. — suspiró pensativo. —“solo espero que Natsuki no deje que la descubran”— pensó esto último a la par que se daba media vuelta y caminaba hacia los pocos soldados que habían quedado en pie, esa bestia había sido muy difícil de vencer, de no ser por aquella flecha en su ojo no estaban seguros de haber podido derrotarlo con tan pocos soldados.
—No deben hacer fogatas— El comandante de Tsu le ordenó a uno que se encontraba recogiendo algunas armas, igual que a los otros que ayudaban a los heridos con vendas y demás. —No sabemos si esta bestia se encontraba solo o tenía compañía. — El joven realizó una reverencia y se giró presuroso hacia sus compañeros.
—¡Susako!... — El de ojos miel llamó con presteza a su mano derecha, —saquen los alimentos, repartánlos a todos los soldados eso incluye a los de la princesa, necesitamos reponer las energías— El rubio tenía la certeza de que aquello había sido una vil trampa, ese tipo de monstruos no andaban por esos parajes, estaban demasiado lejos de donde regularmente se tenían avistamientos de los mismos.
—Gracias por los alimentos Yuichi— el moreno posó la mano en el hombro del ojimiel, —Con tanto alboroto hemos perdido a varios de los nuestros, por lo que le invito un trago de licor de uvas, se hace en Tsu. — Sacando una cantimplora se la extendió a su par quien la miraba con un especial brillo en los ojos, realmente se consideraba una exquisitez.
—Gracias Kanzaki, me hacía falta un trago, — tomó el recipiente y de un solo trago bebió un gran sorbo de aquel líquido que ahora bajaba caliente por su garganta— necesitamos organizar las escuadras, no podemos quedarnos aquí por mucho tiempo.
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—Debemos volver al camino su alteza, — más o menos adormila y hambrienta, la pelinegra se acomodaba de nueva cuenta el casco que estaba torcido.
—Gracias, estaban deliciosas las viandas, — la castaña se levantó de aquella silla improvisada sin darse cuenta que su pierna derecha no respondía por lo que terminó perdiendo el equilibrio.
La ojiverde se apresuró a sostenerla colocando sus manos desnudas sobre su cintura. —¡Tenga cuidado! — La miró tan de cerca. —Princesa ¿Está bien? — La apegó a su cuerpo tratando de no soltarla y haciendo caso omiso de su propio malestar a la altura del costado.
—Eh..Si..Si, no me di cuenta que había estado en una posición incómoda— Aspiró profundo detectando un suave olor a canela que procedía de aquel joven.
—Je… seguramente se le ha adormecido la extremidad, es algo normal, debemos esperar unos minutos, — menos mal que llevaba ese casco cubriendo su sonrojo, nunca había estado tan cerca de una chica como ahora y más cuando el silencio se había apoderado de ambas durante aquellos minutos. —¿Esta mejor su rodilla? — siempre hablando de más cuando estaba nerviosa.
—Ya no me duele, le agradezco sus cuidados. — La de ojos carmesí se recompuso alejándose con suavidad de aquellos brazos tan cálidos.
—No se preocupe, es mi deber cuidarla, su alteza. — Realizando una venia camino hacia su corcel Kanto, se acomodó los guantes en sus frías manos y se quedó de pie tomando las riendas esperando la llegada de la joven noble, quien se dirigió con parsimonia detrás del joven soldado, se acomodó la capa prestada tomando la mano que le extendía su acompañante.
—Le daré buenas recomendaciones a su rey— Sintiendo la mano enguantada en su cintura no pudo evitar un respingo. —Además de mis agradecimientos a las cocineras— se cubrió suavemente la sonrisa que se le escapaba.
Subir a la princesa había sido tan doloroso que casi gimió, en cambio sonrió nerviosamente. —Je... si es verdad, que buen pan y el queso, de muy buena pinta.— La vio sonreír por primera vez desde aquella noche tan oscura, solo la luna le daban la visión perfecta de un ángel carmesí, quitándose aquellos pensamientos tan extraños, de un salto se acomodó detrás de la princesa y una vez más, el dolor la hizo estremecer, tomó las riendas con fortaleza incitando al caballo para que comenzará a galopar.
Y si que era verdad que de ahí en adelante el camino se volvía más complejo, las rocas en el suelo ya no estaban en un nivel recto ahora se elevaban poco  a poco hacia una pequeña montaña, la de ojos rubí se aferró a su acompañante colocando ambos brazos sobre los del jinete temerosa de resbalar, al girar su rostro hacia el lado derecho pudo visualizar una gran pendiente luego de pasar algunos árboles altos y frondosos.
—Ya le dije que conozco este camino muy bien, alteza. — La sintió temblar y la presión en la armadura en el punto donde una hendidura se observaba, dolió nuevamente. —Solo… no mire la pendiente, vea el amanecer, ¿Es hermoso no lo cree? — La noche ya llegaba a su final, en el horizonte pequeños rayos de sol se filtraban mostrando un paisaje sin igual, el río se divisaba desde allí portentoso, miles de árboles lo precedían, tan grandes, tan fuertes, la castaña se relajó tranquila, pero sin moverse de aquella postura tan cómoda que le prodigaron aquellos brazos.
Así cabalgaron por algunas horas en silencio, el sonido del bosque despertando era mucho más llamativo, el croar de las ranas en algún charco cercano, las aves cantarinas revoloteando en la copa de los árboles más próximos.
—Es un ruiseñor...— La mano enguantada del soldado se extendió hacia una copa cercana de un gran roble.
Ese joven extraño le hacía sentir a ella misma una tranquilidad que pocas veces había tenido. —¿Tu abuela también te enseñó sobre aves? — la castaña le preguntó curiosa.
—No, fue mi madre, le gustaban mucho— esto último lo dijo con un tono de voz bajo y triste.
—Lo lamento, — las palabras en pasado le hicieron entender que había tocado un punto sensible, apretó con gentileza los brazos del joven soldado mostrándole algo de empatía.
El resto del trayecto fue silencioso, debido a lo que la joven morena comenzaba a sentir con el peso de la armadura sobre su cuerpo, el dolor cada vez más intenso en las costillas y un desagradable sabor en la boca. Pese a todo no sentía que sangrara, pues no estaba mojada su ropa, simplemente no entendía que pudo pasar y detenerse para mirar, no era una opción.
—Hemos llegado Princesa. — Delante de ellos se alzaba una gran puerta de madera adornada por un gran escudo en la parte superior, en él, un lobo blanco abría sus fauces amenazando a cualquiera que se acercara a ese lugar, además de dos torres enormes a ambos lados de la puerta donde se hallaban arqueros en posición de lucha.

¡Abran las puertas! — Se oyó decir desde el otro lado, y así el puente levadizo descendió para conceder el acceso a las dos jóvenes.
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