Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Piel - Ricardo Rodrigo Lera - 4 fin



                                           New York



                            Irene acababa de cumplir un año, cuando una mañana, al despertarme, vi que ella ya no estaba en la cama, y sobre su almohada había un sobre cerrado. Nunca había tenido un problema con Natalia, pero aquel sobre me sobresaltó. No tenía nada escrito. Lo abrí mientras me sentaba en la cama. Dentro había una nota que decía.” Creo que deberías mirar en la carpeta portafirmas del despacho. Lorena”. Aquello parecía una película de detectives. Como nunca me han gustado las adivinanzas, salté de la cama u tanto malhumorada y me dirigí al despacho, habitación que compartíamos las tres, porque también habíamos habilitado un rincón para que jugara Irene. Sobre la mesa, casi oculta por una montaña de papeles, estaba el portafirmas de cuero. Me senté en el sillón y abrí la carpeta. Dentro encontré otro sobre más grande. Soltando un juramento, lo abrí, hablando sola.
                                   - Cuando vengas te vas a enterar tía… Vaya cachondeo con los sobrecitos - y saqué el contenido para ponerlo sobre la mesa.
                            No me imagino la cara de sorpresa que me debió de quedar. El contenido del sobre eran dos pasajes de avión a New York, con nuestros nombres. Junto a ellos un posit que decía “Para la mujer más maravillosa del mundo. Te quiero. Natalia”. Me temblaron las manos y sin poderlo evitar, besé aquella pequeña nota. Me sentí feliz, al ver que lo que empezó lleno de dudas, se había consolidado como una relación de amor y de pasión, en la que jamás nos pedimos nada a cambio. Ella decía siempre que estaba en deuda conmigo, porque yo le había dado las dos cosas más importantes de su vida que eran, mi persona y la niña, y en cambio ella solo a si misma. Realmente me hacía muy feliz, me ayudaba, tenía detalles geniales a diario, y lo más importante, adoraba a Irene, tanto como si hubiera sido realmente suya. A veces, me he planteado como pude quererla tanto, como se fue metiendo en mi corazón, ésta rubita de ojos profundos, de alma inocente, y piel de seda blanca. La amaba con toda mi alma, y la deseaba cada día más. Su cuerpo me hacía sentir fogosa y caliente, y hasta su olor me excitaba. Estaba segura, de  no poder ya vivir sin ella.
                            Aquella sorpresa sí que me dejó fuera de combate. Ir las dos a New York, era un sueño que yo siempre quise realizar pero que, por una cosa u otra, no habíamos podido hacer realidad. Sin perder un segundo, cogí el teléfono y la llamé.
                                   - Te voy a matar, tonta, mira que eres… Casi me he asustado con tanto sobre. Pero ha valido la pena, vaya regalazo cariño. Sabes que era mi ilusión desde siempre…Me has hecho muy feliz. ¿Cuándo nos vamos? Con los nervios no he mirado ni la fecha.- y la oí reír al otro lado del auricular.
                                   - Tú sí que eres tonta… ¿Asustarte, por qué? Nos vamos dentro de diez días. Este viaje es una simpleza, comparado con todo lo que me has dado desde que te conozco. Ah, ya he hablado con tu madre, que lo sabe desde hace días, y se ha comprometido a quedarse con la niña. Vete refrescando el inglés, guapa.- y volvió a reír.
                            Hasta el día de la partida, todo fueron nervios. Me dijo que no llevara demasiado equipaje, pues allí podríamos comprarnos ropa y un montón de complementos. Por un lado, me dio pena tener que separarme de Irene, durante diez días, pero por otro, sabía que con mi madre, estaría tan bien cuidada como lo haría yo. Natalia también se merecía unos días para ella, para estar juntas las veinticuatro horas, y poder charlar como hacía meses que no hacíamos, y poder dormir tranquilas, sin la preocupación de si Irene se despertaba. Ir de tiendas, era para las dos un vicio, y tampoco habíamos podido encontrar una tarde libre, para salir juntas.
                            Natalia me ayudó con las maletas. Decidimos llevar una cada una, y no demasiado grandes. Si nos hiciera falta, compraríamos alguna más allí. Diciembre en la “Gran Manzana”, puede ser bonito, pero helador a la vez.
                                   - Pon dos jerséis gordos y ropa interior de abrigo, además yo me llevaría unas botas.- así, poco a poco, fuimos ordenando el equipaje. Yo no había estado nunca en América, pero Natalia había cursado estudios de inglés en Washington, durante dos veranos.
                                   -¿En qué parte de Estados Unidos estuviste estudiando, en Washington, me dijiste una vez, no? - le pregunté.
                                   - Estuve un verano en Baltimore y otro en Washington, sí. Son dos ciudades que están bastante cerca, pero a más de trescientos kilómetros de New York, que son casi cuatro horas en coche, y en ninguna de las dos ocasiones, pude ir hasta allí. Iba con una beca y no disponía de mucho dinero. Baltimore es una ciudad muy bonita, tiene unos setecientos mil habitantes, y está muy extendida, ya que aunque en el centro tiene algunos pequeños rascacielos, el resto son edificios de pocas alturas. La gente es un tanto desconfiada, pero cuando los tratas no son tan raros. Yo lo pasé muy bien. Mi madre si que ha viajado varias veces a New York, siempre me ha hablado maravillas de esa ciudad, y aunque ella iba por negocios, también encontraba tiempo para salir de compras, y traernos alguna cosa en cada viaje que hacía. - y terminó riendo, seguramente al recordar algún suceso, que le ocurrió durante aquellos dos viajes, o los regalos de su madre...
                                   - No me imagino que haremos tú y yo, cogidas de la mano, por esas calles y avenidas de New York, como dos paletas. Casi me da miedo pensarlo. En las novelas y en las películas, dicen que no es una ciudad segura.- y la miré esperando que me tranquilizara.
                                   - ¿Paletas? Tú y yo vamos a ir como dos princesas, con un buen plano, y buenos dólares en el bolsillo, a quemar las tiendas de la Quinta Avenida. No hay que tener miedo de nada. Las pelis son las pelis. Mujer, hay barrios donde ya te dicen que no es nada recomendable entrar y menos mujeres solas, pero con no ir allí, pues solucionado. Ya verás lo bien que lo vamos a pasar. Me he comprado una guía estupenda, y con ese librito en la mano y una buenas zapatillas deportivas, para no acabar con los pies destrozados, nos vamos a hacer las dueñas de New York, ya verás, ya. Temblad americanos…que vamos para allá…- se acercó hasta mi, y nos abrazamos. Éramos realmente felices.
                            Yo, por entonces aún no me había planteado ponerme a trabajar. Había solicitado una excedencia en la empresa, y con el dinero que me había quedado de la separación de Eduardo, tenía para poder mantenernos durante un buen tiempo. La casa, no nos costaba nada, pues la madre de Natalia, la había puesto a su nombre, desde que supo que éramos pareja. Cristina, se consideraba una mujer liberal, y aunque en su fuero interno no lo fuera, a nosotras quiso darnos otra imagen. Yo me llevaba muy bien con ella, la verdad. De vez en cuando, la invitábamos a comer, y venía encantada. Ella, por su lado, nunca olvidaba mi cumpleaños ni mi santo, y me traía un buen regalo. Natalia, estaba muy extrañada del modo de actuar de su madre, porque, aparte de no reconocerla, su relación con ella había cambiado, de casi no hablarse, a llamar a casa cada dos por tres. Preguntaba siempre por la niña, y le compraba ropa de marca y algún que otro juguete.
                            Nuestro avión despegó a las doce y diez de la mañana. Recuerdo que miré el reloj con los ojos inundados de lágrimas, al pensar en la carita de Irene, cuando la despedí en la sala de embarque. Pronto nos separarían casi seis mil kilómetros y seis horas de diferencia horaria. El vuelo fue muy bueno, sin ninguna incidencia y, siete horas después, tomábamos tierra en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. De allí, en un taxi, y tras de recorrer los veinticuatro kilómetros que la separan de él, llegamos a la isla de Manhattan. Para mí todo era una sorpresa, pues Natalia no me contaba nada.
                                   - ¿A qué hotel vamos? ¿Está muy lejos del centro?- ella sonreía y me contestaba siempre con la misma frase.
                                   - Espera y verás, sino no es sorpresa.- y se volvía a mirarme con esa cara de pícara, que tanto me gustaba.
                            Una vez en Manhattan, el taxi nos llevó a la calle cuarenta y cinco, tal y como le había indicado ella, y una vez allí, le dio la orden de dejarnos en el hotel Roosevelt.
                            Cuando bajé del coche, me dio la sensación de estar interpretando una de esas películas americanas, que tantas veces había visto en el cine o en la televisión. En ese instante, y mientras el taxista, por cierto un peruano muy agradable, sacaba el equipaje del maletero, Natalia me pidió que le pagara yo, pues no llevaba billetes pequeños y no quería sacar allí delante, un montón de los de cien dólares. La carrera nos salió por cuarenta y cuatro dólares.
                            Una vez todo el equipaje en la acera, a una seña del portero, con uniforme de almirante, del hotel salió un botones, perfectamente uniformado, con un extraño carro a modo de perchero dorado con ruedas y, en su plataforma, fue depositando nuestras dos maletas y la bolsa de viaje, que era todo cuanto llevábamos. Nos pidió, en un perfecto castellano, que le siguiéramos al interior del hotel.
                            El impacto que nos causó la recepción, una vez atravesadas las pesadas puertas de cristal, fue tal, que las dos nos detuvimos, para quedarnos luego absortas mirando a nuestro alrededor y hacia arriba, a aquel inmenso techo con más de diez aparatosas y luminosas arañas de cristal. Las paredes, enteladas en un elegante color crema, los suelos de un reluciente mármol beige y el mobiliario en un estilo años treinta y tapizado en tonos verdes, se perdía entre grandiosos búcaros de flores naturales, y grandes cortinajes de terciopelo igualmente en tonos marrones. Sobre el largo mostrador de la recepción, una balconada con barandilla de forja dorada, servía de plataforma a la cafetería. Miré entonces a Lorena y le dije.
                                   -Estás loca, esto te habrá costado una fortuna… ¿Pero dónde me has traído? ¿Ahora sí que has hecho que me sienta como una reina? Gracias cariño, esto no lo podré olvidar nunca.- sin importarme el lugar, me acerqué hasta ella y la besé en los labios.
                            El hotel, fue construido en los años veinte, exactamente se inauguró el veintidós de diciembre de mil novecientos veinticuatro. Dispone de mil quince habitaciones, de las cuales cincuenta y dos son suites, y lo atienden seiscientos diez empleados. Cuando leí todos aquellos datos, aún me di más cuenta de que Lorena, me había traído a uno de los mejores hoteles de La Gran Manzana.
                            La gran escalinata central, me recordó el escenario de la entrega de los óscar en Hollywood. Todo parecía sacado de una película, pensé, y me reí cuando supe, que en este hotel se habían rodado en efecto más de quince.
                            Nos dieron la habitación seiscientos ochenta y cuatro. El ascensor nos llevó hasta la séptima planta, ya que la primera estaba ocupada por los salones del restaurante, y las habitaciones empezaban en la planta segunda. Un lardo pasillo, cubierto de pared a pared, con una mullida alfombra color burdeos, nos condujo, tras a un botones, que avanzaba en grandes zancadas, casi imposibles de seguir, hasta nuestra habitación, o mejor diré habitaciones, pues esta se componía de tres.: el dormitorio propiamente dicho, una salita contigua a este y el baño.
                            He visto camas altas, pero aquellas superaban a todas. No te podías sentar en ella y tocar con los pies el suelo, pues te quedaba a más de treinta centímetros de la alfombra. Cuando el botones nos dejó solas, las dos dimos un grito de alegría, y comenzamos a saltar por la habitación y a recorrer las distintas estancias. Natalia se subió, como pudo, a una de aquellas inmensas camas, que tendría fácilmente un metro cincuenta de ancho y saltó, una y mil veces, sobre el mullido colchón. Parecía que estábamos en un parque de atracciones, y es que cuando estaba con ella, me contagiaba su espíritu infantil, y nos convertíamos en eso, en dos crías. Aunque solo nos llevábamos tres años, yo siempre parecía mucho más mayor que ella.
                            Sin deshacer el equipaje, nos sentamos en el pequeño saloncito, dispuestas a confeccionar un plan sobre lo que serían nuestras actividades en esta gran ciudad. Había, claro está, una serie de lugares que no podíamos dejar de ver, por ser los más emblemáticos. Pero también teníamos la idea de dedicar al menos un día entero a compras. Cristina, la madre de Natalia, que había estado allí en más de diez ocasiones, nos preparó una lista de las mejores tiendas en las que comprar a buenos precios.
                            Como eran ya más de las nueve de la noche, decidimos bajar a cenar al restaurante de hotel. De este modo, después de la cena, saldríamos un poco, por los alrededores, y luego a la cama, pues el día había sido cansado y el siguiente lo iba a ser más. La cena se prolongó más de la cuenta, pues con tanta variedad de platos, y sobre todo de postres, nos pasamos el rato yendo y viniendo a los mostradores de buffet. Con los estómagos tan llenos, no nos dieron ganas de ir a ningún sitio más que a la habitación, y una vez allí a la cama. Al ser estas tan grandes, decidimos dormir las dos en una sola. Derrotadas, pero felices, nos desnudamos, y abrazadas, el sueño nos invadió enseguida.
                            Nos despertamos a eso de las ocho, y para mi sorpresa, Natalia me dijo que de un momento a otro, nos subirían el desayuno, que como siempre ella había encargado, en un momento que se ausentó de la mesa durante la cena, y que justificó como una visita al lavabo.
                            Cuando llamaron a la puerta, nos pusimos rápidamente el confortable albornoz, que el hotel nos había dejado en el baño, y Natalia acudió, descalza y en dos zancadas, a abrir. Dos camareros, seguidos de una doncella, entraron con sendas mesitas rodantes, llenas de aquellas cosas que más nos gustaban para desayunar. Colocaron todo el servicio sobre la mesa de la habitación, y no sin antes hacernos mil reverencias y decirnos, mil veces también, si necesitábamos algo más, salieron al fin, en fila india. Fue un momento memorable, que recordaré siempre. Probamos de todo: zumos, pastas, bollos de leche, mermeladas, de los colores más increíbles, jamón cocido dispuesto en una fuente, creando un bonito dibujo, café, y unas seis o siete piezas de frutas diversas. Todo rezumaba elegancia y buen gusto, desde el servicio de desayuno, tazas y paltos, hasta los cubiertos y servilletas de hilo, con el emblema del hotel bordado en ellas. Natalia, en cuanto dio por finalizado el desayuno, abrió, de par en par, uno de los amplios ventanales, y se asomó para contemplar el alocado ritmo de esta ciudad.
                                   - Dios mio, es genial, que colorido, y cuanto taxi amarillo. Mira, y todo el mundo corre, son como hormigas enloquecidas. Si nos quejábamos del tráfico de Madrid, esto es un millón de veces peor, vaya ruido… Oye, casi no se ve el cielo. Los edificios parece que se juntas allá arriba. Sin haberlo recorrido, ya me encanta New York… Ven a verlo Lorena, ven aquí, conmigo, y deja de comer, que ya veo que tú regresas a España con unos cuantos kilos de más.- y volviéndose hacia el interior de la habitación, me hizo señas con la mano, para que fuera donde ella estaba.
                            Abrazadas, nos quedamos unos minutos contemplando el increíble espectáculo del despertar de esta ciudad, que estaba a nuestros pies, y a la que estábamos dispuestas a conquistar en los nueve próximos días. Hacía mucho frio, pero según la previsión del tiempo en el canal tres de la CBS, no se esperaban nevadas en los próximos días. Nos abrigamos bien, nos pusimos el calzado más cómodo que habíamos traído y salimos a la 45th Este, para cruzando luego Madison Avenue, llegar hasta la 5th Avenue. No es que lleváramos idea de comprar mucho en aquellas tiendas, pero solo ver sus escaparates  era ya un verdadero capricho para la vista. Joyerías, boutiques, y tiendas de las marcas líderes en el mercado mundial, tenían allí sus locales, buques insignia de las firmas.
                            No puedo decir que recorrimos aquella avenida en su totalidad, pues tiene kilómetros, pero la anduvimos durante más de tres horas. Entramos en diez o doce tiendas, solo entre las calles 34th y 59th. Sobre las doce, decidimos entrar en un centro comercial, el famoso Saks Fifth Avenue, para comer algo y descansar un rato. A la salida, nos dio tiempo a visitar la catedral de San Patricio, muy próxima a este centro, antes de que cerraran.
                            Medianamente recuperadas, con nuestra parada para comer, decidimos coger el autobús, y dirigirnos al Empire State Building, que desde que cayeron las torres gemelas del World Trade Center, vuelve a ser el edificio más alto de la ciudad. Situado al otro extremo de la 5th Avenue, en la zona de Midtown, impacta verlo desde su base. Solo penetrar en su vestíbulo, con sus tres pisos de altura hasta el techo, te deja perplejo. Con sus más de cuatrocientos metros de altura y sus ciento dos pisos, su visita es toda una experiencia. Tras una ascensión de vértigo, en uno de sus setenta y siete rápidos ascensores, cuyas puertas están decoradas al más puro estilo Art Decó, llegamos al piso ochenta y seis y desde allí, pagando un suplemento, nos llevaron, de nuevo en ascensor, hasta el piso ciento dos. La vista de la ciudad es única. Tras las gruesas cristaleras, nos abrazamos y nos besamos, sin importarnos estar rodeadas por más de un centenar de personas. Habíamos llegado a la cima de nuestro sueño, y besarnos allí, fue como dar fé de que éste se había cumplido.
                            Natalia estaba más guapa que nunca, con el pelo recogido, sin apenas maquillaje, y con la cara sonrosada debido el frio de aquella mañana de diciembre. Hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por ella y con ella.
                                   - Nunca sabrás lo mucho que te quiero, mi vida. Cada día estoy más enamorada de ti.- y volví a besarla una y otra vez, para terminar mordisqueando sus labios.
                                   - Sí que lo sé Lorena, y espero que me creas cuando te digo que has conseguido ser la persona más importante de mi vida. Yo, no solo te quiero, sino que te deseo. Tu piel es para mi lo más maravilloso y deseable de este mundo. Estoy deseando llegar al hotel, para demostrarte lo que puedo hacer contigo. Esta noche, quiero que me pidas, y me supliques que deje de darte placer. Te voy a volver loca, cielo mio.- y ahora fue ella la que se apretó contra mi cuerpo, me besó y con mucho disimulo, colocó su mano sobre uno de mis pechos, masajeándolo suavemente.
                                   - Deja ya de decirme esas cosas y de tocarme, que aquí no podemos hacer nada y me estás poniendo caliente.- y entonces fui yo la que se abrazó a ella y terminó besándola mientras abajo, New York, era el mejor y más grande testigo de nuestro amor.
                            Nuestra segunda jornada, fue un poco más tranquila. Después de desayunar, y aprovechando que había amanecido un día soleado y no demasiado frio, nos fuimos a Central Park. Un verdadero paraíso natural y pulmón verde de esa zona de la ciudad. Anduvimos por caminos bordeados de grandes árboles, contemplamos los hermosos ejemplares de caballos, que montados por elegantes jinetes, dan un aspecto especial al parque. Cientos de aves en los estanques, zonas para niños, lagos y puentes, forman un conjunto, que choca con las siluetas de los rascacielos, asomando sobre él, integrándose como un decorado.
                            Natalia, se empeñó en montar en el carrusel, y como dos crías, nos compramos en un pequeño kiosco, una mazorca asada de maíz. Al final de la mañana, tras haber recorrido una buena parte del parque, nos sentamos a comer en el pequeño y coqueto restaurante Ballplayers´ Hause, donde nos sirvieron un plato combinado y un gran helado de chocolate. Por la tarde, y nada más salir del parque, tomamos de nuevo el autobús y ascendimos por la 5th avenida, hasta el tramo que denominan Museum Mille, debido a la gran concentración de museos y galerías de arte que allí existen, y entramos a visitar el Guggenheim Museum. Fue una visita muy rápida, pues a ninguna de las dos nos convence demasiado ese tipo tan vanguardista de arte, que en ese momento llenaba sus salas. Muy cerca, está la National Academy Museum & School of Fine Arts, donde pudimos ver una amplia colección de obras de los mejores artistas jóvenes, alumnos y ya artistas consagrados. En la sala de exposiciones itinerantes, colgaba su obra una joven, con apellidos claramente hispanos. La artista en cuestión, concedía, allí mismo, una entrevista a una de las emisoras de televisión local, NY1 canal 7. Me llamó la atención lo joven de la muchacha, pues no aparentaba tener más de dieciocho o veinte años, con aspecto aniñado, de pequeña estatura, con vestimenta un tanto informal e inspirada en el estilo hippy de los años sesenta. Llevaba el pelo en una melena, una amplia blusa blanca, chaleco de cuero oscuro, y una larga falda plisada, de tela estampada. El nombre que figuraba en los folletos de la muestra era Julia Ribera Castro. Sus cuadros, nos llamaron la atención, pues estaban dentro de los que nosotros siempre habíamos llamado hiperrealismo. Más que cuadros al óleo, alguno de los lienzos semejaba una fotografía. Aquí la conceptuaban dentro de la escuela de Pensilvania, y del estilo “New reality”, según rezaba en los folletos. Aquellos cuadros me dejaron impactada por su perfección, y lo sensual y sencillo de sus temas. La mayoría eran retratos de ancianos o de niños, y pasaba de una edad a otra, sabiendo encontrar esa nota de vida, en cada una de las dos distintas etapas del hombre. También había paisajes, pero siempre de calles y ciudades. Hubo un cuadro, que nos llamó la atención a las dos, pues representaba a dos mujeres, ya de cierta edad, desnudas, abrazadas y fundidas en un cálido beso.  Decidimos no irnos de allí, sin hablar con la autora.
                            Al poco, terminó su entrevista, y nos acercamos hasta ella. Tras presentarnos, Julia nos contó, a groso modo, la rápida trayectoria de su carrera y algo de su vida. Había nacido en Barcelona, de madre catalana y padre americano. Desde los cinco años vivía en Estados Unidos, más concretamente en la ciudad de Pittsburgh, en el estado de Pensilvania. Allí había cursado estudios de arte, y ya antes de finalizarlos, un galerista amigo de sus padres, le montó una exposición en New York, en una modesta sala de Queens Boulevard, en Long Island. Tras su paso por aquella galería, su vida cambió radicalmente, pues uno de los directores de la Escuela de Artes, le propuso trasladar allí su exposición. Pronto, la crítica especializada, se hizo eco de ella y ahora se encontraba dentro de esa pequeña élite de pintores de moda, en los círculos más especializados. Se alegró de hablar con nosotras, y nos invitó a tomar un té en la cafetería de la escuela, en la planta baja del museo.
                            Sentadas en una de las mesitas, entablamos una amena conversación. Fue Natalia, quien finalmente sacó el tema del cuadro de las dos mujeres, fundidas en un ardiente beso. Julia, nos dijo que eran dos amigas suyas, pareja desde hacía más de quince años, una era pintora, igual que ella, y la otra era taxista en la “city“. Salió el tema de nuestra pareja y como no del lesbianismo. Ella se confesó bisexual, aunque nos puntualizó, que sus mejores relaciones las había tenido con mujeres, pero ahora no tenía pareja.
                            Nos caímos especialmente bien, y como se había hecho ya muy tarde, quedamos en llamarnos y vernos otro día. Se empeñó en que teníamos que ir a su estudio, y verla trabajar en su ambiente, también le comentó a Lorena, por la que mostró más interés, que quería hacerle un retrato al carbón. Tras darnos su teléfono, nos despedimos, con la promesa de volver a vernos.
                            Aquel encuentro, impactó en gran manera, a Natalia, que estuvo hablándome de Julia, hasta que llegamos al hotel. Ya en la cama, solo tuvimos manos, bocas y piel, la una para la otra, y disfrutamos como locas de esa atracción que nos llevaba a perder el sentido del tiempo, cada vez que nuestras lenguas se buscaban, y nuestras piernas se abrían, para dejar paso al placer que venía de otra piel. Terminamos extenuadas, acaloradas y congestionadas, la una junto a la otra, desnudas sobre la cama, con las miradas perdidas en aquel artesonado del techo, mientras nuestros dedos, inquietos, jugueteaban con otros dedos, y se entrelazaban, una y otra vez, en una caricia lenta y perezosa.
                            Era la primera vez, que me separaba tanto tiempo de mi hija, y aunque hablamos a diario con mi madre, que intentaba ponerla al teléfono para que al menos la oyéramos alguna palabra, nunca imaginé que la podía echar tanto de menos. Mi último pensamiento, antes de dormirme, siempre era para mi hija.
                            Recuerdo tan bien todos los detalles de aquellos días, pues desde que cumplí los dieciséis años, he llevado un diario, sin dejar de escribir en él, cada noche, o cada mañana, si no lo había podido hacer al acostarme. Tengo ya más de veinte libretas, repletas, con el resumen de lo que hasta ahora ha sido mi vida.
                            Natalia, al tercer día de nuestra llegada, volvió a hablarme de la pintora que habíamos conocido en nuestra visita a la Escuela de Artes. Julia nos había insistido en visitar su estudio, y a mi pequeña, le hacía mucha ilusión tener ese retrato, que le había prometido.
                            La llamamos por teléfono, para ver de concertar una cita. Sus ocupaciones y alguna que otra entrevista sobre su exposición, hicieron que esta visita se retrasara aún dos días. De cualquier modo, le pareció muy bien que la hubiéramos llamado, y aprovechó para darnos su dirección, en el barrio de Brownsville, por lo visto un barrio residencial, al este de Brooklyn, según nos explicó.
                            Habíamos sacado un abono para el metro, que por veintinueve dólares, nos daba derecho a usarlo durante diete días, sin límite de viajes. De lo contrario, el billete de un solo viaje, nos costaba dos dólares cincuenta a cada una. Con esta ventaja del abono, recorrimos muchos puntos de la ciudad, visitamos cinco museos, y paseamos en los transbordadores, para los que también era válido. Cada noche, llegamos rotas al hotel. New York es una ciudad inmensa, y para andarla hay que estar muy en forma, o limitarte a hacerlo por parcelas pequeñas. Los taxis, no son excesivamente caros, y también fueron otro medio de transporte que usamos en más de una ocasión.
                            Por fin, llegó la fecha en que iríamos a visitar a nuestra amiga pintora, y digo amiga, pues como tal nos trató, el día que la conocimos. La línea tres del metro, nos llevó hasta la estación elevada de Saratoga Avenue. Tras atravesar cuatro manzanas, y bajar un tramo de esta bocacalle, llegamos al trescientos sesenta de Herzl St. Tal y como nos había indicado Julia, su estudio era en realidad una nave industrial, sobre cuya fachada todavía se podía ver el escudo de un parque de bomberos. Según nos contó, después de eso había sido también un taller de chapa y pintura de coches, y fue así, como ella la conoció cuando la alquilo. La primera impresión, fue impactante. La poca luz del recinto, no parecía la más adecuada para un estudio de pintura. Todo estaba sucio y gris. Por las paredes podían verse enormes manchas de pintura, junto con algunos grafitis y pruebas de colores. Cuando la vista se nos hizo a aquella penumbra, fueron apareciendo, ante nuestros incrédulos ojos, cientos de los más variopintos objetos, desde antiguas sillas de estilos diversos, bancos como los de los parques públicos, escaleras de mano de todos los tamaños, armarios de cocina, barandillas de forja, lámparas de cien estilos, y hasta un enorme caballo, de esos que se colocan en los tiovivos. Era una mezcla extraña entre guardamuebles y almacén de trastos abandonados. Luego supimos, que el dueño de aquellos locales, tenía una tienda de artículos de segunda mano, y éste era su almacén. Por el medio de aquel laberinto de cacharros, Julia, había creado un estrecho pasillo, que nos condujo hasta el final de la nave. Una vez allí, y a través de una puerta de mugrientos cristales, accedimos a otra sala, más pequeña, repleta de lienzos, a medio pintar y ya terminados, de todos tamaños, apilados en una de las paredes y colocados también sobre seis o siete caballetes de estudio. Tres de sus paredes eran enormes cristaleras, que daban a un pequeño patio, rebosante de plantas, y con un sauce llorón en su centro.
                                   - Este es el sitio donde trabajo. Me gusta, sobre todo, por la luz que tiene. Lo malo es que es demasiado grande para calentarlo, y hay veces, como ahora, en invierno, que tengo que pintar con bufanda, gorro y guantes.- y terminó riendo su comentario.
                                   - ¿No podías haber buscado un sitio más reducido? Esa nave de ahí afuera no te hace ningún papel. A mí, me daría miedo estar aquí sola.- le comenté  mientras le señalaba la puerta que daba acceso a la nave que acabábamos de atravesar.
                                   - Lo peor es por la noche. Veréis, porque aquí no solo pinto, también es mi casa. Pasad.- y nos indicó otra puerta, casi oculta tras dos lienzos de un tamaño descomunal, pintados con sendos paisajes urbanos, seguramente de algún rincón de esta ciudad. - Por aquí se sube a un altillo, sobre la otra nave, que era la parte de la zona de guardia de los bomberos, cuando esto era el parque número ochenta y uno. He cerrado la mayoría de las habitaciones, y me he quedado con un baño, la cocina y el dormitorio. Esta zona la caliento medianamente bien, con un par de estufas. Un amigo de aquí, del barrio, me ha hecho un enganche ilegal a la red eléctrica del alumbrado, y no gasto un dólar en estar caliente aquí arriba.
                            Nos enseñó aquellas dependencias, a las que había intentado dar un aspecto acogedor de vivienda, sin conseguirlo. Sobre las paredes y alguno de los techos, se podían ver grandes manchas de humedad, y hasta alguna que otra colonia de hongos. No me pareció un lugar muy saludable. Seguro que a su familia y conocidos en España, les habría distorsionado bastante las noticias sobre donde vivía. En aquel altillo, olía a humedad y a mariguana, en una mezcla casi irrespirable. Nos acomodamos en la cocina, sentadas sobre unos de esos altos y pesados taburetes de bar, que cualquiera sabe de donde habrían salido. Alineadas junto a una barra de madera, con adornos cromados, esperamos que silbara la tetera, que había colocado sobre un hornillo de gas.
                                   - No os puedo ofrecer muchas cosas, solo tengo galletas saladas, y si preferís algo dulce, aún debe de quedarme por aquí una caja de Donuts.- comentó mientras abría las puertas de uno de los viejos armarios elevados.- me fijé que realmente estaban prácticamente vacíos. Aquella chica no lo debía de estar pasando muy bien, o tal vez sí, a su modo. El hecho de poder estar en New York, de que la hubieran elegido para exponer en un sitio tan prestigioso como la Escuela de Artes, nada menos que en la quinta avenida, y que las televisiones locales se acercaran hasta ella para hacerle una entrevista, debía de suponer un sueño, para alguien que empieza, y en un país tan competitivo como este.  De cualquier modo, pensé, que ésta ciudad, da oportunidades y valora a artistas, que en otra no tendrían la misma acogida.
                            La obra de Julia que vimos allí, era verdaderamente buena. Cualquiera de aquellos cuadros lo hubiera colgado encantada en el salón de casa. Nos contó, que tenía ya varias ofertas de un par de marchantes, dispuestos a activar su carrera y prepararle otras exposiciones. De momento, no había vendido ni uno solo de sus cuadros, aunque tenía apalabrados cinco.
                                   - Como no venda algo más, no voy a poder pagar ni esta pocilga. Me han adelantado dos mil dólares, a cuenta, y con eso, aún aguantaré un par de meses. Espero triunfar de verdad, y poder salir de este barrio infesto. Estoy harta de negros, de violencia y de pasar miedo, cada vez que vuelvo a casa. La única ventaja, es que por este sitio pago solo trescientos dólares, y en ningún otro lugar, tendría algo parecido por ese precio. Es lo que tiene vivir en un barrio, lleno de negros, droga y delincuencia, que todo el mundo conoce con el sobrenombre de “The waste land”, es decir “la tierra baldía”. Y es así como está desde los años setenta, en que hubo una oleada de incendios y vandalismo, que acabó con la mitad de las viviendas, lo que provocó una huida masiva de gente. Se abandonaron muchos pisos y locales, algunos fueron derribados y ahora son solares llenos de basuras, y si os habéis fijado cuando veníais, otros continúan deshabitados, con las ventanas y las puertas tapiadas. Nadie quiere venir a vivir aquí.
                            La luz de la tarde se había ido perdiendo, poco a poco. Julia decidió, tras tomarnos el té, que era mejor empezar cuanto antes con el retrato de Natalia. Bajamos al estudio y, vaciando un caballete de su lienzo, puso en él un tablero, al que sujetó un pliego de papel, con varias chinchetas. A Natalia le pidió que se sentara en un taburete de madera, frente a ella. Yo, entre tanto, vi una vieja silla, y me aposenté en ella, detrás de la pintora, para poder ver mejor su trabajo.
                            Realmente, era un gusto verla mover la mano, con aquella destreza, mientras iba dejando finas líneas de carbón, con las que bosquejaba los principales rasgos de la cara de Natalia. Línea a línea, fueron apareciendo sus ojos, sus labios y esa preciosa nariz, pequeña y respingona que tanto me gustaba. Al cabo de media hora, el retrato de mi compañera era ya una realidad. Estaba preciosa, con esa mirada suya, tan personal e inconfundible. Julia había sabido plasmar el alma de Natalia y el brillo de sus ojos. Me quedé impactada al ver la obra terminada.
                                   - No te tengo cogida del todo…Pero no me ha quedado mal. Me gustaría hacerte otro retrato, pero al pastel o en sanguina. Tienes una cara genial para dibujarte, como modelo me encantaría tenerte aquí una semana y trabajar contigo un par de cuadros grandes.- soltó la lámina del tablero, y se la mostró a Natalia.
                                   - Me gusta…Ya lo creo, soy yo. Nunca me habían dibujado, pero veo que me has sacado genial. Es mucho mejor que una foto, tiene más vida. Gracias, muchas gracias Julia. En cuanto lleguemos a España, lo pienso llevar a enmarcar y lo pondremos en un lugar destacado de la casa, de ese modo nos acordaremos también de tí, cada vez que lo miremos. - se bajó del taburete y recogió la lámina, que la pintora le ofrecía, para mirarla después con más detenimiento.- ¿Te gusta Lorena? ¿Verdad qué estoy muy bien? Puede que hasta más guapa de lo que soy.- y comenzó a reír.
                                   - Espera, le pongo el fijador y que te lo coloco en un cartucho para que no se estropeé y, además, así lo podrás llevar mucho mejor en el viaje.- concluyó Julia, mientras buscaba el envoltorio en una repisa, bajo una gran mesa, repleta de tubos de pintura, y pulverizaba el dibujo con un líquido en spray, con un cierto olor a alcohol, para luego, enrollarlo e introducirlo en el cilindro de cartón.
                            Serian sobre las siete de la tarde, cuando salíamos del estudio de Julia. Natalia, feliz con su retrato como una niña en la mañana de Reyes. Nos despedimos de la pintora, ya en la calle. Se había hecho completamente de noche, y estaba muy oscura. El barrió permanecía en silencio, y no se veía a nadie transitar por allí. Solo el ruido a intervalos, del cercano suburbano, circulando sobre el trazado aéreo de hierro, rompía aquella calma.
                            Quedamos en ir a ver a Julia en la galería antes de volver a España. No diré que sentí celos, pero no me agradó el interés de la pintora por Natalia, y la respuesta de esta, a ese interés. Cuando la puerta de la nave se cerró, la cogí del brazo y la apreté contra mi.
                                   - Vamos a llegar cuanto antes al metro, no me gusta nada este barrio y menos a estas horas. Deberíamos haber marchado antes, cuando aún había luz. - le comenté a Natalia.
                                   - Mira que eres miedosa y aguafiestas, con lo bien que se estaba allí. Esta chica es un encanto. No sé lo que cobrará por una obra suya, pero el hecho de que me haya regalado este cuadro, es todo un detallazo por su parte.- concluyó Natalia.
                                   - Ya lo creo que es un detalle, no la conocemos más que de un momento en el museo, y ya nos invita a su casa y te hace un cuadro…No hay más que ver cómo te miraba, para darse cuenta de que le has gustado… ¿O tú no te has enterado?.- y esperé su contestación,
                                   - Vaya tontería que acabas de decir. No he notado que me mirara de un modo especial. Además, para pintarme, es lógico que se fijara con todo detenimiento…No sé porque me da que estás viendo cosas, donde no las hay. ¿Estás celosa o qué? Si es verdad lo que dices, lo que tendrías que estar es orgullosa de que se haya fijado en mí, pero celosa no, tonta… Acaso crees que voy a encontrar a alguien mejor que tú, para cambiarte…- y comenzó a reírse, mientras se cruzaba por delante de mí, obligándome a detenerme, para darme un maravilloso y largo beso en los labios. - Que poco sabes lo que te quiero y lo que supones para mí…
                            Acabábamos de doblar la esquina para salir a Saratoga Avenue, cuando alguien nos llamó desde la acera contraria. En un principio, ninguna de las dos hizo mención de volver la cabeza. Volvieron a llamarnos con una palabra que no entendí, en un tono muy imperativo. Aceleramos el paso, casi al unísono, y nos apretamos la una contra la otra.
                            Cuando menos lo esperábamos, como caído del cielo, un hombre de mediana edad, de color, de complexión atlética, y vestido con una cazadora vaquera, nos cortó el paso, obligándonos a detenernos. En un inglés bastante malo de pronunciación, nos pidió un cigarrillo. Le dijimos que lo sentíamos, pero que ninguna de las dos fumábamos, y no le mentimos. Al oírnos hablar, continuó él, pero ahora en un perfecto castellano.
                                   - Vaya mierda…Bien, si no lleváis tabaco, a ver lo que me podéis ir dando…Venga, sacar todo lo de los bolsos, y os vais quitando los relojes y todas las joyas. Menudo par de señoritingas. ¿A qué venís por aquí? Tan elegantes y finolis…. Seguro que vais buscando que os echen un buen polvo… Habéis tenido suerte, yo no voy por ahí violando tías pijas. No es mi estilo. Necesito meterme algo, y vosotras me vais a ayudar.
                            Sujetó a Natalia por la muñeca, y le quitó el bolso, luego, la empujó contra mí, y se acercó hasta un contenedor de basura, que teníamos junto a nosotras, para volcar el contenido sobre el tape. Buscó en la cartera y se guardó el poco dinero que encontró. A continuación, le quitó el canuto de cartón del cuadro, y lo lanzó al medio de la calzada. En ese instante, Natalia, hizo mención de ir a recogerlo, pero él se lo impidió. La cogió por las muñecas y se la acercó hasta su pecho, quedando su cara a pocos centímetros de la de Natalia.
                                   - Tú te moverás cuando yo te lo diga, puta de mierda. Anda, dale un besito a tu papaíto, por haber sido tan mala. ¿ Te querías escapas, eh?- fue entonces cuando yo, que me había quedado paralizada hasta ese momento, sin poder responder a aquella agresión, saqué valor, no sé de donde, y me abalancé sobre aquel repugnante tipo negro, y le clave las uñas en la cara. Noté su aliento, con un fuerte olor a alcohol.  Profirió un grito, similar al de una fiera alcanzada por un disparo, y lanzó violentamente a mi compañera al suelo. Natalia cayó de espaldas, aunque no llegó a golpearse en la cabeza. Después, se volvió hacia mí, y me dio un tremendo puñetazo en la cara, que me derribó, dejándome medio inconsciente. Recuerdo, que desde el suelo, lo vi dirigirse, de nuevo hacia Natalia, y decirle a media voz.
                                   - Esto es lo que te mereces, hija de puta. Mucho pijerio y mucha apariencia, y luego llevas treinta asquerosos dólares de mierda.- en ese instante, oí un grito apagado, era Natalia. El tipo se alzó, y dándole una patada en la cabeza, se alejó tambaleándose, calle abajo. Como pude, me incorporé y doblada sobre mi misma, llegué hasta ella. No podía verle la cara, tapada por su pelo, alborotado y pegado a ella, lo aparté, y vi entonces sus grandes ojos, clavados en los míos. Eran los ojos de alguien asustado que pide auxilio, que reclama ayuda desesperadamente. Con un hilo de voz, aún pudo decirme.
                                   - Me ha apuñalado, Lorena…, en el pecho…Me ha matado amor mío. Me muero…Ayúdame por favor. - fue terrible, cuando al querer incorporarla, noté que sobre mi mano derecha resbalaba algo húmedo y caliente. Se estaba desangrando.
                            Miré desesperada a todos los lados, y comencé a gritar como una loca. Pedí socorro en inglés y en castellano. Sentada en el suelo, a su lado, la recliné sobre mi regazo. Al poco, oí unos pasos que se dirigían hacia nosotras. Alguien se agachó, y me preguntó en inglés, yo le hablé en castellano y entonces me dijo:
                                   - ¿Qué les ha sucedido? ¿Está herida? Soy el pastor de la iglesia que hay aquí enfrente.- y encendiendo un mechero, lo acercó hasta el cuerpo de Natalia. En ese momento, fue cuando me di cuenta de que mi nenita se moría. Lo que se podía ver, de su blusa blanca, a través de la abertura del abrigo, era una tremenda mancha roja, que brilló con la luz del encendedor.
                                   - La han acuchillado, señor. Un tipo negro nos ha atacado para robarnos. Ayúdenos por favor. Pida una ambulancia. Mi mujer se muere.- aquel hombre, que dijo ser el pastor de la iglesia baptista que teníamos enfrente, sacó su móvil e hizo dos llamadas.
                            Natalia me miraba con los ojos muy abiertos, desorbitados. Su respiración se hacía cada vez más lenta y forzada. Me había cogido una mano, y me la apretaba fuertemente.
                                   - No deberíamos haber venido, cariño… ¿Tú estás bien? Lo siento, lo siento mi vida. Me muero. Perdóname por abandonarte así, por dejarte sola con la niña…Os quiero mucho…- y aquel hilo de voz se fue apagando, no pudo seguir hablándome pues le faltaba el aire en cada bocanada.
                            Nadie más acudió en nuestra ayuda. Pasamos así unos veinte minutos, los peores de mi vida, que se me hicieron eternos. Natalia cerró los ojos, y noté que se le iban las fuerzas, al no apretar ya mi mano de la misma manera.
                            Por fin oímos la sirena de una ambulancia. Se detuvo a unos cien metros, dudó, arrancó de nuevo y vi como el pastor les hacía señas con los brazos extendidos, para indicarles el lugar donde nos encontrábamos. Frenó justo a mi lado, y de ella descendieron dos sanitarios con chalecos reflectantes, y un médico con una bata blanca corta. Comenzaron a desnudar a Natalia, y sentí frío por ella, que se dejaba hacer como una muñeca rota. Le pusieron una vía y un gotero, la entubaron, y al poco, el médico, que controlaba su pulso con un estetoscopio, gritó.
                                   - Se nos va, se nos va. Veinte miligramos de adrenalina, y sacar el desfibrilador, pronto. Señorita ¿sabe cuánto pesa su amiga? He de ajustar las dosis según su peso… Más o menos. ¿Sabe su grupo sanguíneo? Se está desangrando, y aquí no puedo hacer nada por evitarlo.- me habló, en un castellano con un acento hispano, cuya procedencia no supe identificar.
                                   - Yo creo, que sobre los cincuenta y ocho o sesenta kilos, más o menos. ¿Está muy mal, verdad? ¿Se muere? No deje que se muera, doctor, por Dios se lo pido… Tiene Rh positivo.- y sin poder aguantar ya más aquella tensión contenida, rompí a llorar desesperadamente. Era terrible, ver a Natalia, la pobre, desnuda, sobre una manta sanitaria roja, en el suelo de aquella sórdida calle de New York. La iluminaban dos focos, de una unidad eléctrica que instalaron los sanitarios, sobre sendos trípodes. Su rostro, medio oculto por una mascarilla de oxígeno, era la viva estampa de la paz, esa paz que ella siempre había buscado en el budismo, el yoga y la meditación. Tenía los ojos muy abiertos. Casi no me atreví a mirarla, pero me fije, que aún con todo aquello sobre ella, estaba preciosa, pues su cuerpo, roto ahora por una navaja, continuaba siendo esbelto y maravilloso. Aquella piel suave, que tantas veces había recorrido con mis besos, estaba ahora fría y pálida, desparramada sobre los adoquines de Brownsville.
                            Las maniobras de reanimación, ante mi desesperación, se prolongaron por más de media hora, sin resultado alguno. En un momento dado, oí al médico que, en voz baja, indicaba a los auxiliares que lo dejaran todo, que no había nada que hacer. Natalia, había dejado de existir ante mis ojos. Grité, grité desesperada, y me abalancé sobre el médico, suplicándole que no la dejara así, que siguiera intentando devolvérmela. Ya era todo inútil. Con sus últimas palabras, Natalia, me indicó que sabía que se moría, y aun así me pidió que la ayudara, porque era consciente de que yo no la abandonaría nunca, me quería, nos quería, pues hasta su último aliento fue también para mi hija. Ahora, ya con los focos apagados, vi como su cuerpo fue cubierto por una dorada sábana térmica, en espera de la llegada del juez. El personal de la ambulancia comenzó a recoger todo, y a mí me llevaron a su interior, aún no sé quién, ni cómo. Me hicieron preguntas, y me dieron una pastilla, junto con un botellín de agua. Mi cabeza, embotada y dolorida, era incapaz de pensar. Si recuerdo, que le rogué a alguien que me dejara salir de allí, para estar al lado de Natalia, pues mi obsesión era que no la dejaran sola, tirada en el suelo, en una noche de tanto frio. Había comenzado a nevar.
                            Solo oía voces en inglés, gritos y órdenes, pero no entendía nada. En ese momento, un policía de uniforme, cogiéndome del brazo, me conminó a bajar de la ambulancia, y dirigirme hasta un furgón policial, que había aparcado muy cerca de ella. Otro policía, de más edad, con el pelo canoso, me ayudó a subir al furgón. Allí todo fueron preguntas y más preguntas. Junto a él, se había sentado una mujer policía igualmente, que hablaba un perfecto castellano, me indicó que era nacida en Argentina. Les relate todo, con los detalles que fui capaz de recordar en ese instante, pues mi mente no respondía como hubiera querido. Firmé en varias hojas, y de nuevo tuve que abandonar aquel vehículo, pues fui reclamada por el ayudante del fiscal del distrito, que se había personado en nombre del juez, para proceder al levantamiento del cadáver. De nuevo las mismas preguntas, la presentación de mi documentación, para identificarme, etc.
                            Cuando terminé de hablar con el ayudante, la nieve ya había creado una fina capa blanca en todo nuestro entorno. Otra furgoneta, se acercó entonces marcha atrás, y de ella sacaron un ataúd metálico, que depositaron junto al cuerpo de Natalia. Tras introducirla en una bolsa de plástico negra, cerraron la cremallera y la colocaron en aquel extraño ataúd y de allí a la furgoneta del mortuorio. Aún pude ver, con la luz de los faros de la ambulancia, y antes de que cerraran la bolsa, el rostro pálido y sereno de la que hasta hacia unos minutos, había sido la mujer de mi vida, el ser más maravilloso y generoso que había conocido. Ella, me había dado a conocer la verdadera felicidad y el amor más bonito que podáis imaginar.
                            Poco antes de que se pusiera en marcha aquel vehículo, que la apartaba ya para siempre de mí, se me acercó un hombre de mediana edad, con un abrigo largo azul, y cubriéndose con un paraguas negro. Se presentó como el secretario del consulado de español.
                                   - Mis más sentidas condolencias, señora. Mi nombre es Nicolás Mayoral, vengo en nombre del cónsul de España. Por un tema de trabajo, él no se encuentra ahora mismo en New York, y ese es el motivo por el que estoy yo aquí. Vengo a ponerme a su entera disposición, y a ofrecerle toda nuestra colaboración. Me une una buena amistad con la madre de su amiga. Hemos tenido muchas reuniones en sus visitas a esta ciudad. La considero una gran señora. No conocía a su hija, pero por su madre haré todo lo que este en mi mano. Tengo ahí mismo el coche, así que deberíamos acercarnos a su hotel. Aquí ya no podemos hacer nada, y si sigue nevando, tendremos muchos problemas para circular con normalidad. - me tendió la mano, y posteriormente su brazo, para que le acompañara cogiéndome a él.
                                   - ¿Me puede decir a dónde han llevado a mi mujer? No quiero que esté sola. A fin de cuentas ¿qué hago yo en el hotel? - y le seguí como un autómata.
                                   - No se preocupe, yo le tendré informado de todo. Tampoco le podría decir ahora a qué lugar llevan el cadáver, pero lo conoceré esta misma noche. Ya sabe, los trámites legales son algo ineludible. Como me imagino que tendrá que hacer algunas llamadas a España, le pongo este teléfono del consulado, a su disposición. - y cerrando la portezuela del coche, dio la vuelta, para ocupar el otro lado de mi asiento. Le indicó al chofer la dirección que le di del hotel, y hacía allí nos dirigimos. Lo único que me pude llevar de ella, fue el tubo de cartón, con su retrato en el interior, que le arrebataron de sus manos en el momento de la agresión, y que yo misma recogí del medio de la calle, sin que nadie me dijera nada. El resto de sus cosas y el bolso, se lo quedó la policía.
                            Se me ofreció la ayuda de un psicólogo, y el gerente del hotel, cuando supo la noticia, hizo subir a mi cuarto al médico, para que me diera alguna pastilla que me ayudara a dormir. No pude meterme en la cama, cuando vi el lugar que ella había ocupado aquella misma noche, me negué a acostarme allí. Pedí que me mandaran una camarera, que me ayudó a poner todas las cosas de Natalia en su maleta. Cuando recogí su ropa interior, que había dejado en el baño, al cambiarse para salir esta mañana, no pude más que acercarla a mi cara, para sentir por última vez su olor. Aquél olor tan maravilloso, que solo con percibirlo a mi lado en la cama, me hacía sentir feliz y segura. Aquel olor que aún guardaba esa ropa, hecho de una mezcla perfecta de perfumes, el suyo, Gucci Flora, que llevaba usando desde que la conocí, y el inconfundible y maravilloso de su piel joven.
                            El señor Mayoral, se ofreció a ser él quien llamara a la madre de Natalia, ya que yo me sentí incapaz de hacerlo. Según me indicó, después, saldría hacía New York en el primer vuelo que encontrara. La llamada a mi madre fue también un duro momento. Mi hija, iba a echar mucho de menos a Natalia. Pasaba con ella todo el tiempo que podía, y estaba deseando llegar a casa para bañarla, y acostarla tras darle la cena. Ya en su cuna, no había noche que no le contara algún cuento. En ocasiones, cansada del trabajo del día, me las encontraba, a ella sentada en el suelo, sobre un cojín y recostada en los pies de la cuna, las dos dormidas. Estoy segura de que sin su ayuda y su apoyo, mi hija no estaría en este mundo. Ella me quitó la idea del aborto, al convencerme de que entre las dos podríamos sacarla adelante. Algún día, cuando Irene sea más mayor, le hablaré de Natalia y de lo mucho que hizo por ella, y por mí, sin pedir nunca nada a cambio.
                            Sobre las once de la noche, el secretario del consulado, me llamó por teléfono para indicarme, que a Natalia la habían llevado a la morgue del Kings County Hospital Center, en el 451th de Clarkson Avenue, en el mismo Brooklyn. Por la mañana le realizarían la autopsia, y ya se podrían comenzar los trámites legales, para la repatriación de su cadáver a España, tal y como había indicado, su madre, correría con todos los gastos que ello conllevara.
                            Sentada en una butaca de la salita adyacente al dormitorio, y por los efectos de aquel cocktail de pastillas que me habían ido suministrado, me quedé primero atroncada, y posteriormente profundamente dormida. Nunca agradeceré bastante al señor Mayoral, las deferencias que tuvo hacia mi persona, pues cuando desperté, vi que a mi lado se encontraba una enfermera, que el mismo había contratado, para que me vigilara durante toda la noche.
                            Cuando me levanté, y acercándome hasta uno de los ventanales, vi el maravilloso y mágico espectáculo de New York, cubierto de nieve, no pude más que romper a llorar. Recordé, entonces, lo que la nieve había supuesto, durante toda su vida, para ella. Maravillosa esquiadora, sobre unas tablas, era un auténtico placer verla volar por aquellas pistas del Pirineo. Esa mañana, estoy segura, habría gritado de alegría, me hubiera llamado para que fuera hasta la ventana con ella, y me hubiera pedido bajar a Central Park, para jugar un rato a tirarnos bolas. Será siempre mi nenita, mi segunda niña. Cada invierno, la nieve, me trae más vivo su recuerdo, como aquella mañana en que lloré tras los cristales empañados de un hotel de New York, cubierto por un manto blanco. También el cielo, rendía homenaje a la que, hasta el día anterior, había sido mi mujer.
                            Cristina, la madre de Natalia, me comunicó a través de Nicolás Mayoral, que su avión tenía la llegada al JFK, a las once de la noche. El mismo, se ofreció a llevarme con el coche oficial, para recogerla.
                            Sobre las cinco de la tarde, la policía judicial vino hasta el hotel. Me llamaron desde la recepción para que bajara a verlos. Eran dos policías, sin uniforme, los que, después de darme el pésame, me entregaron una bolsa de papel, con todas las pertenencias de Natalia, para ello, les tuve que firmar en tres o cuatro sitios. Así mismo, me dieron el certificado sanitario del gobierno, para poder comenzar las diligencias de la repatriación del cadáver, un certificado de defunción, y una copia del informe de la autopsia. Recuerdo, que guardé todos aquellos papeles en la bolsa, y volví a mi habitación, para luego, sobrecogida y entre lágrimas, volcar su contenido sobre la cama. Saqué su cartera del bolso, su estuche de maquillaje, su llavero y un montoncito de folletos, que Natalia había guardado de los sitios que habíamos visitado. En una bolsita de plástico sellada, estaban su agenda de piel, el anillo que yo le había regalado, como señal de nuestro compromiso, su reloj, los pendientes de plata, regalo de su madre y una cadena de oro, con una plaquita grabada con mi nombre y el de mi hija, que ella había encargado, y no se quitaba nunca. Eché de menos el estuche con sus gafas de sol de marca. Dejé sobre la mesilla, la documentación que me había traído la policía, y el resto lo coloqué en mi maleta.
                            Después de bajar a comer algo al buffet del hotel, por la imposición de Nicolás, que se presentó de nuevo a buscarme, para ir al aeropuerto, salimos a la calle, con intención de que pudiera despejarme un poco el frío de la tarde. Anduvimos tres o cuatro manzanas, chapoteando en la nieve medio derretida ya, por miles de pisadas, y regresamos otra vez al aparcamiento del hotel, para coger el coche y salir al encuentro de la madre de Natalia. Serían poco más de las diez de la  noche, cuando nuestro coche se introdujo en el río multicolor de vehículos, que abarrotaban la 5th avenida.
                            Debido a las fuertes nevadas caídas durante todo el día, el vuelo se retrasó unos treinta minutos. Al fin, por la puerta de desembarque, vi aparecer a Cristina, acompañada de otra señora, más o menos de su edad y un hombre de unos cuarenta años. Después supe que se trataban de la hermana menor de Cristina, y uno de sus abogados. Nos abrazamos, sin decirnos nada, y rompimos a llorar. La hermana, me comentó que venía muy mal, que durante el vuelo, les había dado un buen susto, pues había sufrido una lipotimia. Buscamos un lugar más tranquilo para poder sentarnos unos minutos, y nos dirigimos a una esquina de la sala, donde vimos varios asientos vacíos. La única pregunta que Cristina me hizo, con la voz rota y entrecortada, fue:
                                   - Quiero que me lo cuentes todo. Por favor… Me tienen engañada. ¿Estabas con ella? ¿Sufrió mucho? ¿De verdad, no se pudo hacer nada por salvarle la vida? ¿Han cogido a ese asesino? Pobre, mi niñita…En lo mejor de la vida. Si existe Dios, no es un ser justo… Quiero verla…- y volvió a estallar en sollozos, mientras se tapaba la cara con las manos. Estaba totalmente destrozada.
                            Cuando llegamos de nuevo al hotel, pasaban de la una de la madrugada. El recepcionista, por indicación de Nicolás, les entregó las llaves de sus habitaciones, que él mismo había ya reservado por la mañana, tras la confirmación del vuelo y de los que la acompañarían. No era el momento más oportuno para hablar, pues Cristina, anímicamente, estaba muy mal, y eso, sumado a un vuelo de más de siete horas, aconsejaba retirarse a descansar. Decidimos, que a la mañana siguiente, habría tiempo para explicarles todo con detalle. Con esa decisión, cada uno se dirigió a su habitación. Aquella sería la primera noche, en mucho tiempo, que tendría que dormir completamente sola, y con solo pensarlo, sentí una angustia en el pecho que me dejó casi sin respiración. Pero debía de ser fuerte, no podía dejarme llevar por el dolor, ella si lo hubiese sido, seguro. Con esta idea, incapaz de acostarme en aquella cama, me tendí en el gran sofá de la salita, y me dormí, vencida por agotamiento. Nicolás Mayoral, vendría a recogernos a eso de las diez, para llevarnos hasta la morgue, poder recoger a Natalia y trasladarla con un servicio funerario, donde la prepararían para poder viajar de nuevo a España. Nos esperaba una dura y dolorosa jornada.
                            El edificio de la morgue, anexo al hospital Kings County, tiene su fachada enteramente acristalada, con una gran  marquesina sobre las puertas de entrada. Allí nos esperaba ya la empleada de la empresa funeraria Heaven & Earth Funeral Service, una mujer de color, tremendamente gruesa, y vistiendo un uniforme negro, completado con un chaleco acolchado gris, en el que podía verse el logotipo de la empresa. Nos recibió muy amablemente, y nos pasó a una salita anexa a la recepción. Tras unos minutos de presentaciones, y ante la insistencia de Cristina por poder ver a Natalia, la empleada nos indicó que no sería conveniente que lo hiciéramos, pues el cadáver, tras la autopsia, no presentaba un aspecto muy agradable. Nos conminó a esperar a última hora de la tarde, en que una vez trasladado a sus instalaciones en la avenida Lenox, en Manhattan, y tras pasar por un proceso de embalsamamiento, obligatorio para poder trasladarla a España, se la maquillaría y arreglaría, para que pudiéramos verla con un mejor aspecto. Yo había traído un vestido suyo, azul marino, que a ella le encantaba y que habíamos comprado hacia cuatro días en la 5th Avenida. Aún no había tenido tiempo de estrenarlo, y pensé que estaría contenta de poder verse con el puesto. Se lo entregué a la empleada y tras convencer a Cristina que era lo mejor para ella y para todos, y para poder ver a su hija tan preciosa como ella la recordaba.
                            Se nos indicó una serie de gestiones que debíamos realizar antes de las cinco, pues a esa hora, las oficinas de New York se paralizan. Comimos en un restaurante junto al mar, al que nos llevó el señor Mayoral.

                            Al día siguiente, a las seis de la tarde, despegó nuestro vuelo hacia España, llevando bajo nuestros pies, en la bodega de carga, el ataúd precintado de mi mujer. Jamás hubiera podido pensar, en nuestro vuelo de ida, que regresaríamos en éstas tristes circunstancias. De cualquier modo, siempre me ha quedado el consuelo de que fue muy feliz, en aquella ciudad a la que tanta ilusión le hizo llevarme, y ofrecerme como su último regalo.


Recuerdo

                  
                            El tiempo, deja atrás trozos de nuestras vidas, convertidas en polvo, ese polvo que se asienta cuando andamos el camino, y que ya nunca volverá a cubrir nuestros pies descalzos. Andamos cada vez más cansados, y nuestras huellas en el polvo, nos recuerdan, al volver la vista, lo que hemos sido. Mi diario, es tan solo, un listado de huellas.
                            Natalia dejó una marca imperecedera sobre mi alma, sobre mi corazón y en los caminos de mi piel. Me enseñó a ser yo, a afianzarme en mis tambaleantes convicciones, a definirme sexualmente, y a aceptar la maternidad sin miedos. Cuando ella se fue, me olvide de ser niña, de ver el mundo en colores, y todo quedó cubierto por una sombra gris.
                            Mi hija fue mi boya de salvación, la que logró convencerme de que vivir aún valía la pena. El recuerdo de mi mujer, fue el único alimento del alma.
                            Han pasado ya diez años de su muerte. A Irene le he hablado de mi pasado, de mi vida con Natalia, a la que llama su segunda madre. Hoy es la primera de su vida en que me ha pedido ir al cementerio. Hoy es dos de noviembre, otro día de difuntos, que sin que ella lo sepa aún, fue una fecha crítica para su vida. No la he engañado, no puedo hacerlo, mi egoísmo no debe coaccionar la vida de mi hija. Le he contado muchas cosas, con todo el detalle que pienso puede asumir una niña que pronto cumplirá doce años, y a la que considero muy madura, muy mujer, en todos los aspectos. Le he hablado de su padre, y las circunstancias que acaecieron por esos días. Si ella así lo quiere, podrá ir tras él algún día.
                            Le he comentado que llamara a sus abuelas, por si querían ir con nosotras a la Almudena. Mi madre si vendrá y Cristina le ha comentado que no se encontraba en Madrid, pero que hubiera ido encantada con nosotras.
                            Recuerdo aquel día de difuntos, bajo la lluvia, con un ramo de flores para mi padre, y aquella noche apasionada con Eduardo, en la que concebimos a nuestra hija.      Hoy hemos visitado dos tumbas, el nicho de mi padre y el panteón familiar, donde descansa Natalia, junto a su padre y sus abuelos. Irene ha querido llevar solo una rosa, pues se ha acordado de que una noche, hablándole de Natalia, le dije que era su flor preferida. Sobre la almohada de la cama, a su lado, en el hotel de Sant Pol de Mar, fui yo la que le dejé aquella otra rosa robada en el jardín. Ahora era mi hija la que, tras besarla, colocó aquella rosa roja, entre las rejas de la puerta del panteón. Me emocionó ver como a mi madre, se le escapó una lágrima, al cruzarse nuestras miradas.
                            Allí donde estés Natalia, mi niñita del alma, te deseo la paz que siempre buscaste en este mundo y toda la que fuiste capaz de darnos a nuestra hija y a mí. Siempre recordaré tu piel, ese envoltorio de seda, que encerraba el corazón más grande que ha existido. Ahora, repasando mi diario, he rememorado lo que fue ese periodo de nuestra vida que compartimos, y en el que fuimos verdaderamente felices. Algún día, cuando Irene sea más mayor, le contaré muchas más cosas de ti. Como me gustaría que, una de estas noches, vinieras junto a mi cama, y me contaras un cuento, como tantas otras hiciste con ella. Cuando llegue mi hora de marchar, por favor ven a buscarme, no sea que me pierda y tarde en dar contigo.             

                                  

                                                              Fin



Dedicado a todos aquellos que son capaces de vivir sin prejuicios, y dejan hablar a su corazón con palabras de piel.



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La Teta Feliz Historias y Relatos ® Ricardo Rodrigo Lera - Derechos Reservados
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18 comentarios:

  1. Eso no se hace soy un mar de lágrimas al leerlo no mames no tenía que terminar así :( ; (

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  2. Por que tuvo que terminar así ..estaba emocionada con la historia .hasta q llegue al final y no me gusto para nada ..pero igual te felicitó por la historia !!

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  3. GRACIAS POR VUESTROS COMENTARIOS. LA VIDA NO SIEMPRE TIENE UN FINAL FELIZ. LO IMPORTANTE ES SERLO MIENTRAS SE ESTA EN ELLA. SED FELICES OS LO RUEGO. UN ABRAZO A TODAS.

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  4. Respeto el final de la historia. Ojala nos regales otra pronto muy pronto....Saludos y deseando que estes bien.

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  5. Gracias por la historia, aunque debo decir que algunas cositas como el final no me gustaron

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  6. Horrible!, al final nadie contestó lo que pregunté el primer día, si esta historia la escribía un hombre, si es así, vaya con el afán de cargarse a las lesbianas, no solo en la tv, sino también en una "historia" escrita, que bien pudo tener un final mucho mejor, ya basta de tragedias, suficientes con las que a diario vivimos y vemos en las noticias.

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  7. Siento de verdad que haya quien diga que tengo el afan de cargarme a las lesbianas, pues esta idea no puede estar mas lejos de mis pensamientos. Creo que queda muy claro que el amor flota sobre toda la novela, pues siendo como es un sentimiento universal, nosotros los hombres tambien lo sentimos y lo vivimos con toda esa intensidad. Y volviendo a ese comentario de que el final es una tragedia, os dire que esta inspirado en un hecho real. La vida casi siempre es más dura de lo que quisieramos. A veces no se pueden elegir los finales felices. De cualquier modo muchas gracias por vuestros comentarios y por ese tiempo que me habeis dedicado, que para mi no tiene precio. Un beso a todas y juro que hasta pronto.

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  8. muy buena historia y con el final sufri..... espero seguir leyendo tus historias.

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  9. No me gustó, la próxima vez ponle un prefacio, así sabremos a qué atenernos (las 10 personas a quienes les pasé el link y mi persona), entro aquí para buscar distracción del diario vivir y me encuentro con esto. Bueno, si dices que es basada en un hecho real. Lo siento,... igual opino que entonces debieras ampliarla y publicarla en papel, como una novela de verdad, basada en un hecho real.

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    1. Pero que cosas dices ufff. Luego porque dicen que las lesbianas son intensas. Ahora resulta que las personas que escriben una historia deben complacer a todo lector con un final feliz y se prohíbe matar a las lesbianas jaja. No se si es mujer u hombre el que la escribió y eso es lo de menos. Ojala podamos agradecer mas y quejarnos menos...

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    2. Se está aquí para opinar y se respeta el derecho a disentir, gracias.

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  10. Estoy cansada de que cada historia que leo o series o películas terminen con una lesbiana muerta, se están repitiendo y es horrible, superen el tema odio estos finales, la vida es dura eso es cierto pero ya está bien de vivir con el miedo de saber a qué protagonista mataran esta vez. No me parece justo además de que la historia iba muy bien y no era necesario ese final

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  11. A TODAS LAS QUE NO OS HA GUSTADO EL FINAL DE MI RELATO, OS PROMETO QUE VOY A INTENTAR COMPENSAROS CON UNO NUEVO QUE TENGA UN FINAL FELIZ, A GUSTO DE TODAS. uN ABRAZO.

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  12. Hermosa la histórica, me encantó todo hasta el final que me hizo llorar, espero leer pronto tu nueva historia.

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  13. Hermosas historia.un poco triste el final me hizo llorar, pero estuvo muy bn la historia mil gracias por compartirla.

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  14. Hermosas historia.un poco triste el final me hizo llorar, pero estuvo muy bn la historia mil gracias por compartirla.

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  15. Vaya que tu historia me dejo al borde, me encanto poder leerla la ame de principio a fin.

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