3. ENVIDIA
(Envidia: Tristeza o pesar del bien ajeno)
Ninguna de las dos sabía muy bien lo que les estaba pasando.
Pero la atracción es así. Su madre siempre le había dicho que el corazón tiene
razones que la razón no entiende. Y ninguna de las dos entendía nada. A Inés
Andrea le parecía una metomentodo, pero estaba deseando meterle la mano por
debajo de la blusa y a Andrea Inés le parecía una estirada pero estaba deseando
comerle la boca.
Andrea se fue a su piso y cuando llegó llamó a sus amigas.
Era viernes y no estaba de humor para quedarse en casa.
Inés, cuando salió delpiso de sus padres decidió irse a
tomar una copa. Era viernes y no estaba de humor para encerrarse en casa.
Inés se dirigió a la discoteca donde tenía establecido su
territorio de caza. Pensó que lo mejor para sacarse a esa rubia entrometida de
la cabeza y olvidarse de sus magnéticos
ojos verdes, sería buscar otra atractiva mujer que la distrajera y la
complaciera. Así pues, se dirigió a la discoteca Venice, con intención de buscar un buen revolcón.
Se acomodó en la barra y pidió un ron negro doble, con
hielo. Echó un vistazo alrededor para ver hacia dónde iba a empezar a disparar
sus certeras flechas, pero no encontró nada que le agradara. Todas las mujeres
que veía a su alrededor le parecían poco apetecibles tras compararlas
inconscientemente con Andrea. ¿Qué le estaba pasando? Era una dulce pesadilla,
una sensación agridulce, un nuevo y gozoso sentimiento en su corazón mezclado
con grandes dosis de vergüenza. Ella sabía que no era correcta la forma en la
que había actuado con sus padres, y lo que era casi peor, tenía claro que Andrea también lo sabía.
De repente oyó entrar a una escandalosa cuadrilla de seis
mujeres, entre las que, para su desgracia y su deleite, se encontraba Andrea.
¿Cómo era posible? El oscuro rincón de la barra donde se había aposentado le
daba una visión precisa del lugar donde se había colocado el grupo de recién
llegadas, las cuales iniciaron una amigable charla. Inés no podía despegar los
ojos de Andrea. Llevaba unos pantalones vaqueros ceñidos, una camisa azul
entallada y una chaqueta gris de rayas y no podía dejar de mirarla mientras el
deseo iba creciendo en su interior.
Observaba de reojo a la chica de pelo corto que estaba sentada al lado de Andrea y se dio
cuenta de cómo la miraba, cómo rozaba sus brazos al hablar, cómo dejaba
distraídamente la mano sobre la pierna de Andrea, cómo se acercaba para
susurrarla al oído. Observó todo el
ritual de cortejo y notó que la desazón ahogaba su garganta. Eso debían de ser celos, una sensación
completamente nueva para Inés. Se
imaginaba siendo ella la que la rozara, la que la oliera, la que la saboreara;
deseaba ser ella quien estuviera sentada a su lado, la que la acariciara, la
que bebiera de su boca, deseaba perderse en sus ojos… pero no era nada, no era
nadie para la chica que le había robado el corazón.
Vio cómo se dirigían a la pista. Andrea tenía amigas, una
permanente sonrisa en su boca, alegría de vivir… y probablemente una pareja
también. Quizás la chica del pelo cortoque se la comía con los ojos. E Inés se
sintió más sola que nunca, más equivocada que nunca, ¿para qué le servían ahora
el dinero y el prestigio profesional? A
ella nadie le estaba esperando, nadie la miraba con ternura, nadie la quería
como había descubierto que se podía llegar a querer.
Bajó la cabeza, abatida y notó cómo las lágrimas acudían a
sus ojos. Se retiró al servicio. La
noche estaba resultando tan desastrosa como había descubierto que lo era su
vida. Había sido egoísta, prepotente, cruel, indiferente con la gente que la
había querido. Se estaba enjuagando el rostro con agua cuando oyó la puerta del
baño abrirse. Se le hizo un nudo en la garganta. Era Andrea la que entraba.
Andrea: ¿Tú, otra
vez?
Inés: Hola. Perdona, ya me iba
Sus miradas se cruzaron en ese momento. Andrea observó los
ojos todavía húmedos de Inés.
Andrea: ¿Estás bien?
Inés: Sí, gracias. Adiós
Inés salió apresuradamente del baño y se dirigió hacia la
salida del local Andrea salió detrás justo a tiempo para verla marcharse. Había
visto en los ojos de Inés a una persona completamente diferente de la que hasta
ahora había conocido, una persona vulnerable, una mirada desvalida. No la
siguió; no hubiera sabido qué decirle. Ni siquiera sabía qué es lo que sentía
hacia Inés. Hacía unas horas sentía rabia, desazón, y sí, un destello de deseo.
Ahora sentía preocupación, cierta ternura, y sí, un destello de deseo también.
Le seguía pareciendo una mujer complicada, pero ya no estaba segura de no
querer tener que ver nada con ella.
Cuando Inés llegó a su casa, se derrumbó en el sillón y
comenzó a sollozar sin poder parar. Lloró y lloró hasta vaciarse, hasta haber
repasado cada minuto de su vida y ser consciente de cuánto se había equivocado.
Lloró por Andrea quien seguro que la detestaba, lloró por la chica de pelo
corto que la acompañaba a la que ya no solo envidiaba, sino odiaba también,
lloró por sus padres que tanto se habían sacrificado y a los que seguro había
defraudado y lloró sobre todo por ella, porque había olvidado sentir.
Andrea no pudo pegar ojo esa noche. No sabía qué le estaba
pasando y por qué le afectaba tanto Inés. A pesar de la insistencia de sus
amigas se retiró temprano. La imagen de la abogada no se le iba de la cabeza.
Era una mujer, egoísta, altiva y prepotente, eso lo había podido comprobar
hacía unas horas, pero después había descubierto además que era tierna y
vulnerable. No se le iba de la cabeza.
Inés dejó pasar los días. Se refugió en el trabajo. Era el
único sitio donde se sentía completa, imponente, segura. Procuraba meterse realmente
fatigada a la cama para no tener que reflexionar demasiado sobre su vida y
sobre los ajustes o cambios que sabía que tenía que hacer. Y pensaba en ella,
en sus ojos verdes, en su indomable melena rubia, en sus jugosos labios, en su
extraordinaria figura, en su deslumbrante sonrisa. Se dio cuenta de que se
había enamorado y se dio cuenta de que no sabía cómo gestionar ese nuevo
sentimiento.
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