II PARTE FINAL
Nunca quise que las cosas sucedieran de ese modo. El enojo de Ame, la
negativa de Rebeca y mucho menos el desprecio de Jaime que fue lo que más me
dolió de aquel día. Hubiera hecho cualquier cosa por evitar aquel mal momento pero
la situación se no fue de las manos. ¿Qué hacer, quedarme sin más? Imposible.
Ángela me llamó y debía regresar
Cuando conocí a
Amelia, el dolor por la traición de mi esposa estaba dando paso a la decepción,
el caso es que creí que podía interesarme en alguien más, ya que por el último
año y medio solo había tenido conquistas de una noche. Fue entonces que puse
mis ojos en aquella chica, con la que me cruzaba todos los días al salir de la empacadora. Detrás de la visera
del casco de mi motocicleta, podía mirarla sin que se diera cuenta cada mañana,
cuando ella llegaba en el bus de la empresa para entrar en el primer turno del
día. Siempre estaba ahí en el último asiento, mirando hacia el estacionamiento
donde yo me encontraba. No sé por que pero me ponía nerviosa y salía apresuradamente. Eso ocurrió por más de
un mes pero de pronto ella ya no miraba, al llegar el bus ella se
levantaba de su asiento presurosa y ya
no cruzábamos nuestras miradas.
Un fin de semana
me encontré con algunas compañeras de trabajo en un antro de la ciudad, ellas
estaban acompañadas por otra chica que era del turno de la mañana. De apoco,
entre conversa y conversa, la fui reconociendo y comencé a interrogarla.
- Creo que te he visto llegar con el turno de la mañana con otra chica, una de tez clara y un poco más
alta que tú – le dije como al pasar.
- Ah sí, debes hablar de Amelia. Somos compañeras de sección.
- ¿Y no se van de fiesta juntas? – pregunté en tono divertido
- ¿Amelia? ¡No! Ella no es de la ciudad, Amelia vive en un pueblo a
unos cinco kilómetros al sur de la empresa, en San Damián.
- Pero yo las he visto llegar en el mismo bus.
- Claro, es que el bus recoge al personal de la ciudad y luego a los
trabajadores de las localidades cercanas a la empacadora. Además – agregó –
tiene un hijo pequeño de unos cinco años.
- Ah, ¿es casada? – pregunté con poco interés
- ¿Casada? No. El padre del niño la dejó hace tiempo, no sé bien la historia
- añadió.
Con esa información me di por satisfecha y no pregunté más. Pasamos el
resto de la noche bebiendo y bailando con el resto del grupo.
Amelia, Amelia,
Amelia me repetía al verla llegar en el
bus. Ya no me miraba como antes, o por lo menos no tan abiertamente, porque noté o creí notar que me daba fugases miradas
de cuando en cuando. Entonces puse mayor empeño en cambiar de turno. Era
difícil conseguir un traslado para las mañanas, por políticas de la empresa en el primer turno se daba preferencia a las mujeres casadas o con niños pequeños y
a algunos estudiantes. Así que fui a diario a la oficina de personal hasta que
se dio una vacante.
El primer día tuve
que pasármela en las oficinas de la administración, para finiquitar lo del
cambio de turno, hasta que se hizo la hora de salir. Decidí esperar en el
estacionamiento para verla de cerca por primera vez. A pesar de que llegué antes que los del turno
salieran y comenzaran a subir a los buses no logré verla. Esperé hasta que el
último bus salió y a ella no la vi. Un sentimiento de decepción me invadió, me
quedé pensando y llegué a la conclusión de que talvez ese día no había ido a
trabajar, encendí mi moto y me disponía salir cuando la veo frente a mí
mirándome. No creía lo que estaba viendo, así que me acerqué despacio hasta
detenerme a su lado. En su rostro así
como en sus palabras se notaba preocupación, le ofrecí ayuda, para ver si tenía suerte y lograba cruzar
algunas palabras y poder conocerla finalmente.
Y cual fue mi sorpresa cuando aceptó sin
reparos y se montó en la motocicleta luego de ponerse el casco de repuesto. Si
bien estaba sorprendida por lo inesperado de la situación, la proximidad de su
cuerpo al mío me era más que agradable.
Al trabajar juntas
todos los días en la misma sección, me dio la oportunidad de irla conociendo
poco a poco y, de igual forma, me fui metiendo en su vida. Siempre que podía la
observaba sin que se diera cuenta. Fui ayudándola en ese proyecto con su tierra
que la llenaba de entusiasmo y, de paso, me contagiaba a mí. A pesar de mis esfuerzos, en ocasiones
creo que fui más un estorbo para ella,
aun así me hacía sentir bien en todo momento. Con Amelia pude apreciar el costo
y el sacrificio que implica producir los vegetales que consumimos cada día, que
en el mundo real las verduras y frutas no nacen en las bandejas plásticas de
los supermercados. De apoco, me fui
enterando de los diferentes cultivos y los tipos de suelos para cada uno de
ellos. De las dificultades con el clima y el problema del riego en las zonas
altas.
Ella manejaba mucha
información de las técnicas tradicionales y de los nuevos sistemas de cultivos
y la de su comercialización. Yo podía escucharla por horas, cuando estaba
distraída la observaba detenidamente
cada gesto, cada detalle. De cómo cambiaba el color de sus ojos cuando
estábamos en el campo, de su sonrisa cuando hablaba mirando al horizonte, cómo
la brisa jugaba con su delicado cabello claro que no alcanzaba a ser rubio y su piel, fresca como la mañana. Los finos rasgos
de su rostro la hacían verse más joven
aún, aquello me intimidaba y hacía que me perdiera en ellos a la vez, sus
delgados brazos me atrapaban al igual que sus pequeñas manos, las que por las
noches me arrastraban hasta sus deliciosos pechos, que me robaban la voluntad dejándome
a merced de mis paciones.
A pesar de los
deseos que despertaba en mí, no me atrevía a hacer el más mínimo acercamiento
sin antes sentir que ella lo deseaba de
la misma forma, que era su cuerpo el que exigía de mí. Y de esa manera ella y yo nos fuimos acoplando en una danza
lenta, sin apresuramientos en la cama. El ritmo no lo marcaba el deseo de
posesión sino la entrega de la una a la otra, en cada beso, en cada caricia, en
cada penetración. Los cuerpos daban y recibían sin pedir nada hasta la
saciedad, claro salvo la primera vez que estuvimos
juntas, la tensión entre ambas simplemente nos estaba matando.
Así mi vida se fue
haciendo más tranquila, más familiar, olvidando los días de dolor y amargura,
dejando atrás el deseo de huir, alejándome cada vez más de esa tristeza que
pesaba. Hasta que aquel domingo por la tarde, que estando con mi vecino y su
hijo en la ciudad, un detective privado contratado por Ángela me contactó y me
comunicó con ella. El asunto era claro, debíamos arreglar lo de nuestro
matrimonio; si bien me negué al principio,
ella me convenció que debía volver a la capital y terminé por aceptar.
Después de más de medio día de viaje por carretera, en las últimas horas de la tarde,
me estacionaba frente a la que hacía dos años había dejado de ser mi casa, mi hogar. Ángela estaba al pendiente
de mi llegada y salió a recibirme. Por mi parte estaba algo nerviosa. De
repente me encontré frente a frente con la mujer que tanto había amado y que
había roto mi corazón. Ella estaba igual como la recordaba, su cara, su
sonrisa, su porte. Perfecta. Entramos en la casa y comenzamos a hablar. Yo
estaba más relajada. Al principio me hablaba de cómo estaba, lo que había hecho
durante este tiempo, en tanto yo me dediqué a observarla. Realmente no había
cambiado en nada, todo en ella era como si el tiempo se hubiera detenido, sus
gestos, sus ademanes, la manera como jugaba con sus dedos cuando estaba
nerviosa, quizás, si hasta más bella pensé. Cuando dejó de hablar nos quedamos
en silencio observándonos, fue ahí que me di cuenta que el dolor se había ido,
que la decepción ya no existía, la miré a los ojos y me sonrió, fue entonces
que entendí lo que es el amor.
AMELIA
Cundo ella se fue lloré mucho,
de rabia, de celos, impotencia, no comprendía qué había hecho mal, por qué a
mí tenía que volverme a pasar. Yo me
había prometido no caer en lo mismo otra vez, al parecer mi cerebro no le informó
al corazón de aquella decisión tomada
años a tras, pues, me había enamorado de nuevo y esta vez de una mujer. Los
días pasaban lentos, tuve que irme acostumbrando al dolor en silencio para que mi
hijo no se diera cuenta. Fueron muy difícil los primeros días, Rebeca me
acompañó y consoló en muchas ocasiones, sin el molesto “… yo te lo decía”, solo
estaba ahí para que no me sintiera tan sola. Y
así pasaron los días y las semanas
y con solo una leve esperanza,
que por algún milagro cambiara todo y Mariana regresara con migo, pero ella no dijo que volvería.
El invierno se
adentraba y al pasar más de dos meses sin noticias suyas la esperanza comenzaba
a esfumarse de apoco. Un día simplemente
me dije que no tenía sentido llorar por ella y lo mejor era seguir mi vida, aunque ahora sin Mariana y a pesar del dolor de su ausencia. Me decidí con más ahínco a sacar mi proyecto
agrícola aunque no iba mucho a la granja por ser época de lluvias; y vaya que
llovió ese invierno. Cada vez que podía
me iba al municipio del pueblo a ver los beneficios para dueños de pequeños
predios agrícolas, en otras
ocasiones viajaba a la ciudad, que al ser la capital de la
provincia tiene las oficinas del
servicio de agricultura. Allí iba en busca de información sobre los cultivos más rentables para la zona,
así como también de asistencia técnica necesaria. Me había decidido y no me
dejaría arrastrar por la pena y la desilusión.
El cambio de
estación se acercaba y yo tenía en marcha mi proyecto en su primera etapa. No
había sido fácil, en más de una ocasión, eche de menos una de esas
sonrisas que Mariana solía brindarme
que me tranquilizaban, me daban ánimo, sobre todo por lo que se nos venía en
adelante pues el trabajo sería más
arduo.
Para comenzar,
debía contratar los servicios de maquinaria agrícola, que fuera abriendo y
moviendo la tierra, para ello hablé con un vecino del pueblo, sin embargo, el
hombre no podía iniciar su trabajo,
mientras de la oficina agrícola de la ciudad
no dieran el visto bueno para la financiación, el último trámite se haría en el
terreno. De la oficina provincial, me habían avisado que ese viernes a primera hora
el agrónomo, iría a mi rancho con los certificados aprobados; para esas alturas
ya me había comprado uno de esos teléfonos celulares.
Aquel viernes era
el primer día de primavera. La mañana estaba hermosa, el sol se alzaba radiante
pero fresco y todo, todo lo que se veía alrededor era verde; verde claro, verde
esmeralda, verde fresco y joven, del pasto tierno, de las hojas nuevas, de los arbustos; todo en
general, incluso, me atrevería a decir que hasta el aire que respirábamos
aquella mañana era verde, por lo fresco que se sentía al entrar en el cuerpo. En
ese entorno nos encontramos al llegar al campo, con Rebeca y Jaime, que era el
más entusiasmado a pesar que no todo lo del campo le era agradable. Mientras
esperábamos al agrónomo fuimos a dar una vuelta por los alrededores, en eso estábamos
cuando escuchamos un par de bocinazos
que provenían desde el patio de la casa, era el aviso de la llegada de
aquel hombre. Jaime quiso ser el primero en conocer al agrónomo del que tanto
habíamos hablado en casa y corrió al patio, yo salí en su búsqueda y más atrás
nos seguía Rebeca. Al dar la vuelta a la
casa me encontré con Jaime estático en
medio del patio, no comprendí lo que le sucedía hasta que dirigí mi vista hasta
la entrada y ahí estaba ella.
Sí, ahí
estaba Mariana cómodamente apoyada en el
capó de una camioneta, traía unos bototos gruesos y jeans desgastados, una
camisa a cuadros bajo una chaqueta de mezclilla sin mangas, con sus manos acomodadas en un
cinturón de cuero y hebilla ancha, para
terminar aquel cuadro, en la cabeza ella traía puesto un sombrero de ranchero
de alas altas. Al igual que Jaime me quedé paralizada en el patio. Él fue más
osado y se acercó, ella se inclinó y
pareció decirle algo, él miró hacia el vehículo, luego me miró a mí y después a
Mariana nuevamente, ella le hizo un gesto con la cabeza indicándole hacia la
puerta de la camioneta. Rebeca que nos
había alcanzado posó una mano en mi
hombro y dijo.
- Anda, ve – y me dio un ligero empujón.
Me fui acercando con una mezcla de miedo y nervio al principio, luego
recuperé un poco de dominio de mí y avancé hasta quedar frente a frente. Ella
se echó el sombrero un poco hacia atrás y pude ir viendo su rostro, con aquella
sonrisa tierna que me encantó desde la primera vez que nos vimos cara a cara en
aquel estacionamiento.
Estaba muda frente a ella quién comenzó a hablar con
descaro manteniendo la sonrisa en su rostro.
- Buenos días doñita, sabe, en el pueblo me dijeron que la patrona
necesitaba gente con experiencia en este rancho – y me miró pícaramente
- ¿Y usted – tratando de mantener una vos neutra – tiene experiencia en
la labores agrícolas?
- Experiencia de sobra, ah y no sólo con la faena agrícola sino también
con el manejo de todo tipo de animales silvestres, ya sea que se arrastren,
vuelen o que te rasguñen por la noche – y lanzó una carcajada acortando el
espacio entre ambas para abrazarme y levantarme en el aire diciéndome.
-Te amo Amelia, te amo, te amo tanto Amelia, ¡TE AAAMO! – gritó al
final.
Yo aun estaba un poco aturdida pero no quería soltarme de su abrazo.
Quería llorar, reír, gritar por la emoción pero sus besos por todo mi rostro me
despertaban a una nueva y maravillosa realidad. Mi hijo también se hacía parte de nuestra felicidad,
él había bajado de la camioneta con un
sombrero en su cabeza igual al de ella y con otro en las manos para mí.
Mientras me probaba el sombrero Mariana corrió a la cabina del vehículo y
volvió con el más hermoso ramo de flores que yo jamás había visto.
Después de su regreso y luego de
ponernos al día de todos los besos y caricias que nos debíamos por los últimos meses, Mariana me fue
contando de sus andanzas por la capital. En aquel primer encuentro con Ángela se dio cuenta que ya no le dolía la traición.
Comprendió que simplemente ya no la amaba, entonces, cuando ella le planteó lo
del divorcio Mariana aceptó que fuera de mutuo acuerdo. Ángela le compró la
mitad de la casa así como la del negocio que ambas habían formado, además le
entregó su parte de las ganancias de los últimos dos años, cuando Mariana se
había ido sin dar más señales de vida. Mientras esperaba a que salieran los
trámites de divorcio, se dedicó a buscar información en el ministerio de
agricultura acerca de los proyectos de desarrollo rural para nuestra la zona.
Cuando hubo finiquitado
todo sus trámites legales y haber recogido la mayor información posible para el
rancho, puso en la camioneta, que había comprado, las cosas que le eran más
queridas y regresó a casa, sí a casa, porque para ella esta era su casa. Cuando le
pregunté por su motocicleta se encogió de
hombros y dijo.
- Sólo la compré para conquistar chicas.
- ¡Tonta! – le dije.
- ¿Qué? Si es verdad, mira si no conseguí a la más hermosa de todas – y
comenzó nuevamente a besarme por todas partes.
Aquella primavera comenzamos con los cultivos de flores. Sí, decidí cultivar flores. Siempre quise llenar
mi tierra de colores. Al mismo tiempo, reparamos la casa del rancho e hicimos
una ampliación para que Rebeca se fuera a vivir con nosotras; Mariana dijo que
éramos familia y debíamos estar juntas además, si nos mudábamos al rancho ella perdería
contacto con Jaime, sería injusto para ambos. La casa de Rebeca y la mía en el
pueblo las arrendamos.
Después de la primera cosecha, que fue una bendición,
Mariana me insinuó la posibilidad de aumentar la familia y yo acepté encantada,
así qué, en uno de los viajes que
hicimos a la capital para los trámites de
fertilización para de Ella,
aprovechamos y nos casamos. Rebeca, Jaime y Ángela con su nueva novia,
ya que la supuesta prima la había dejado hacía tiempo, fueron nuestros
Testigos. Ahora somos cinco con la llegada de Paz, por que así la llamó Mariana como la madre de ella. La niña
a sus cuatro años ya es toda una seductora con su sonrisa dulce, al igual que la
de su madre pero sin sus temores. Jaime la adora, la protege como si fuera su
princesita, aunque a veces, él puede verse sobrepasado por ella, como aquella
vez que estando Rebeca, Mariana y yo en la cocina entró Jaime histérico
gritando a la casa, nosotras corrimos a la entrada y lo encontramos sobre
la mesa del comedor.
- ¡Paz mamá, Paz! - chillaba sin control mirando a la puerta
-¡Qué! – exclamamos las tres acercándonos a Jaime que se abrazó a mí
sin bajar de la mesa, en tanto que Paz entraba
a la casa feliz.
- ¡Mami, mami! ¡Mira mami, mira! – mostrando su bracito en alto con unas lombrices enrolladas en la
manita. Mariana quién no sé cómo, ya estaba sobre la mesa gritando histérica acompañando a
Jaime
- ¡Ame la niña… las serpientes… se… se… la van a comer…!
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Hermosa Historia, Jane, gracias por compartirnosla. ojala sean muchas mas. Paky.
ResponderEliminarGracias Paky. La imaginación es un pozo sin fondo, yo también espero sean muchas.
EliminarJane Doe
Siempre serán gracias a tí Jane, tienes razón la imaginación es un gran pozo, la diferencia está en q no todas podemos plasmar de una manera tan profunda y bella, lo q tú y otras niñas logran en lo q escriben. Esperaré prometo; lo nuevo de tí. Paky
EliminarQue historia tan bonita y que final tan divertido, me encantó...muchas gracias, Jane.
ResponderEliminarMe requetesuper encanto esta historia
ResponderEliminarEspero sigas escribiendo
Saludos desde Suiza
Yakun
Me encanto la historia muy digerible al leerlo, excelente Jane
ResponderEliminarGracias chicas, a mí también me encantó escribirla. Lo del final obedece a que son esos, los pequeños momentos, los que vamos atesorando en nuestros recuerdos. Yo también espero publicar luego tengo más ideas en carpeta. A pesar que no escribo desde el 2010 al parecer no perdí mucha técnica, por ello me esforcé en hacerla de rápida lectura, que no las agotara, gracias Anónimo.
ResponderEliminarHermosa historia, tan dulce y tierna que terminé suspirando. ¡¡Ahh!
ResponderEliminarSaludos desde México
Yudi
Gracias chicas por los comentarios. Tengo algunas ideas en carpeta por lo tanto es seguro que sabrán de mí.
ResponderEliminarJane Doe
Muy BUENOOOOO!!! ME ENCANTO..espero leer otras historias tuyas
ResponderEliminaresa sonrisa de Mariana me acompaña y me llena el alma. muchas gracias por ésta historia. un abrazo!
ResponderEliminarQue hermosa historia me encanto espero mas de estas.!!
ResponderEliminarPERFECTO, ESPERO QUE SAQUES ESAS IDEAS DE TUS CARPETAS Y LAS COMPARTAS CON NOSOTROS, NOS ALEGRAS LA VIDA ;) ME ENCANTO LA HISTORIA
ResponderEliminarMe encanto la historia, te felicito, gracias por compartirla. Ale (Colombia)
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