Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Nuestra Historia de amor - Jane Doe - 1


Era la primera vez que vería cara a  cara a esa mujer. Si bien trabajábamos en la misma empacadora, nuestros turnos eran opuestos, por ello es que usualmente coincidíamos en la entrada de la empresa  aunque, por lo regular ella ya estaba sobre su moto con el casco puesto y a punto de salir.
      Fueron muchas  las veces que fijé  mi atención en aquella figura montada en esa maquina. Creo que en más de una ocasión fantaseé, hasta que un día  Carmen, una de mis compañeras, en tono de burla me sacó de mis pensamientos y  de mi error.
-¿Qué miras tanto Amelia? -me  preguntó con una mirada pícara.

- A él- dije descuidadamente.
- ¿Queeeeé?  -preguntó con las cejas levantadas.
- Al… de la moto - dije con tono de no entender su actitud y no pasó un segundo cuando soltó la más estrepitosa carcajada que le había escuchado en años.
-¡Ja, ja, ja, pero como tan luser¡  -me dijo-. ¿O… es que te estás volviendo alternativa? ¡Ja, ja, ja!
-¿Pero de qué hablas Carmen?  -pregunté más confundida aún.
-Es que no es un ÉL, es una ELLA, ja, ja, ja –y siguió riendo hasta que llegamos a nuestros puestos de trabajo.
       No sé que fue mayor si la sorpresa o mi vergüenza. Es que jamás se me hubiera ocurrido que el objeto de mis miradas fuera una mujer, además no era mi culpa, nunca la había visto de cerca sin el casco y sin esas ropas gruesas; siendo habitual que los del turno de noche siempre visten así, por otra parte, a mi nunca me han interesado las mujeres me dije a modo de justificación y dejé de pensar en el asunto. Pero de eso había pasado más de un mes en el que traté de no mirarla.
Al bajar del bus de la empresa aquella mañana noté que en la moto  él, bueno ella, no estaba y pensé que saldría en cualquier momento y por fin vería su rostro pero no salió y tuve que entrar.
          Antes de terminar mi turno esa tarde Héctor, el supervisor, me avisó que debía ir la oficina de personal. Una vez ahí debí esperar un tiempo largo pues la jefa estaba reunida en gerencia con otros jefes de sección. Al final me reprogramaron para el día siguiente. Salí casi corriendo para intentar alcanzar el bus de la empresa pero al llegar a la entrada ya no había nadie, miré con desconsuelo el paradero vació y exhalé con enojo el aire que tenía contenido en mi cuerpo. Con frustración me encaminé hacia la carretera a tomar locomoción pública. No había dado ni dos pasos cuando el estrepitoso ruido de la moto, que no noté al salir,  me sacó de mis cavilaciones, me giré y ahí estaba ella montada en su maquina saliendo lentamente del estacionamiento, me quedé como hipnotizada y ella pareció notarlo por que al llegar junto a mí se detuvo  y me preguntó.
- ¿Te pasa algo?
-   No… bueno sí, es… -ella parecía confundida pues inclinó su cabeza a un lado como tratando de descifrar lo que le decía -      es que el bus se fue y llegaré atrasada para recoger a  Jaime –  me miró con cara de ¿Y cual es el problema?- Jaime, mi…mi hijo en el jardín- logré decir. Al parecer finalmente me hice entender, no sabía por qué me había puesto tan nerviosa, pero ella sólo se limitó sonreír tiernamente, se giró sobre sí, tomó el casco extra y me lo ofreció.
-¿Si quieres te llevo?
No sé por qué pero no dudé ni un segundo, tomé el casco y me monté tras de ella en su moto. Antes de partir me pidió que la guiara ya que no conocía la zona.
       Al salir de ahí le indiqué el camino. Debíamos recorrer unos cinco kilómetros por carretera, luego tomar un camino secundario hasta el pequeño pueblo donde vivía para recoger a mi hijo. Al  principio estaba tensa, no sabía ni donde poner las manos, ella lo notó y guió una de mis manos a su hombro y  enseguida la imité con la otra mano. Durante todo el camino estuve inquieta sin saber por que razón, ella era muy tranquila para conducir, no hacía maniobras bruscas, de hecho no adelantó a nadie y aun así llegamos con tiempo antes que los niños comenzaran a salir. Me bajé de la moto, le devolví el casco y comencé a agradecerle el favor pero al igual que antes me puse nerviosa. Ella parecía disfrutar viéndome así, pues una alegre sonrisa se dibujaba en su rostro mientras, yo me sentía más y más nerviosa pero ella me tocó suavemente el antebrazo y agregó.
-Tranquila no pasa nada, ya estamos aquí y tu hijo saldrá en cualquier momento. No -replicó- , no fue una molestia, de todas formas yo no conocía por estos rumbos y me sirvió de paseo, además de la buena compañía  -y me hizo un guiño con un ojo.
Bueno es lo único que pude notar por la visera levantada del casco ya que no se lo había sacado.
         Cuando los niños comenzaban a salir ella encendió la moto para irse y yo sólo alcancé a preguntar su  nombre.
- Mariana, me llamo Mariana – dijo.
- Yo…Yo me llamo Amelia.
-Ya lo sé, nos vemos Amelia -y se fue.

Al día siguiente al llegar a mi trabajo vi su moto en el estacionamiento, no dejé de sentir una leve emoción al pensar que la vería nuevamente, pero ya al bajar del bus y dirigirme con mis compañeros al interior de la empresa no pude verla , no obstante intentaba  ubicarla con la mirada, pero Carmen, mi compañera, me distrajo llenándome de informaciones que finalmente no retuve salvo lo de el final de aquella charla, cuando ya nos habíamos puesto nuestros respectivos gorros para el pelo y los cubre boca en los vestidores, creí haber escuchado que alguien le había preguntado por mi, levanté mis cejas en señal de pregunta , ella se limitó a indicarme con un gesto de  cabeza dirigiéndola hacia el grupo donde, para mi sorpresa, se encontraba Mariana, quien al igual que nosotras se acomodaba la ropa de trabajo y con evidente tono de burla sólo agregó.
- Tu él  ella  –y lanzó una risita, le di una palmada en el brazo a modo de reclamo y la dejé para irme a mi puesto de trabajó, sin siquiera mirar al otro grupo desde donde Mariana se me quedó viendo.
             Más tarde cuando me encontraba en mi sección trabajando Héctor, el supervisor, me pidió que fuera nuevamente a la oficina de personal. Una vez ahí la señora Raquel me daba las nuevas órdenes.
- Amelia, necesito que instruyas a la nueva – fue en ese instante que Mariana entró en la oficina-. Ah, aquí está Mariana, ella era del turno de la noche en la seleccionadora, ahora estará contigo en empaque, así que ayúdala para que se adapte lo antes posible-. Miró a Mariana y agregó-  Mariana ella es Amelia,  te dirá todo lo que necesitas saber, ahora pueden irse -asentimos con la cabeza y nos retiramos de la oficina. Ya en el pasillo Mariana me detuvo.
-¿Qué pasó Amelia, en los vestidores iba saludarte pero te fuiste como una flecha?
- Ah, sí, sí, es que mi amiga Carmen estaba toda latosa y  cuando le da conmigo no me suelta en todo el día.
- Um, creí que estabas enojada con mi…
- No, no –interrumpí- ¿Cómo crees, tú… tú -ya comenzaba a tartamudear y eso me desesperaba– tú has sido muy amable y yo…yo -¡Aaarr¡ Ahí estaba de nuevo y  bajé mi mirada  para que no viera que estaba apenada – sólo estoy agradecida – logré decir finalmente levantando  mi vista hasta su rostro y me encontré con una amplia sonrisa, misma que el día anterior pude apreciar a pesar del casco. Ahí en el pasillo, pude  verla cara a cara, aunque para ser precisa sólo apreciaba lo que el gorro en su cabeza y el tapa boca  que sostenía en su mentón no cubrían, aun así pude notar que tenía unos treinta años,  de piel canela, un par de ojos café pero tostados, con un brillo en ellos que daba la impresión de estar maravillados. Bajando por una nariz definida y unos dientes muy pero muy blancos, bordeados por unos labios delgados color chocolate, eso le daba a su sonrisa una dulzura que se extendía a todo su rostro, mismo en el  que me encontraba absorta, hasta que con  esa misma dulzura me sacó  de mis pensamientos.
- No tienes nada que agradecer, además si quieres retribuir hazlo ayudándome a adaptarme  lo antes posible -  y  me giró en dirección a nuestra sección.
        El resto del turno me dediqué a darle todos los detalles del trabajo; qué sí y qué no, cómo hacerlo más rápido o más aliviado, incluso los trucos que cada uno de la sección había ido aprendiendo con el tiempo. Ella estaba muy atenta tratando de asimilar la información. Así  se nos fue aquel primer día de trabajo juntas.
         Nuevamente en los vestidores pude observarla al igual que en la mañana pero con más calma, noté que era algo más alta que yo, un metro setenta y más quizás,  su cabello azabache en una melena corta, por lo del casco pensé. Cuando ya salíamos ella me alcanzó.
 - Ame –así me  llamó- ¿Quieres que te lleve?
- No, no es necesario. A mi hijo lo recogerá la abuela y yo aprovecharé para ir a mi campo –ella se quedó como analizando la información y luego preguntó.
 -¿Tienes un rancho?
- No, no precisamente un rancho, es un pequeño campo que está en las afuera del pueblo y cada vez que puedo voy a dar una vuelta.
 - ¿Y yo, podría conocerlo? Digo, si tú me invitas claro está.
- Por supuesto, si quieres me acompañas hoy mismo, así no tendré que tomar dos buses.
- Perfecto –dijo sonriendo como siempre.
          No me preocupé de nada ni de nadie, estaba tan contenta, que la sola idea de ir a mi campo era motivo suficiente para olvidarme de todos: del bus, de mis compañeros, de mi amiga Marta, que se me quedó viendo asombrada al verme montada en la moto de mi compañera. Y  sin más nos fuimos al pueblo. En casa preparé unos emparedados, compramos unos refrescos en el puesto de la esquina y nos dirigimos rumbo al  poniente del pueblo.
       Llegamos alrededor de las cuatro de la tarde. Al entrar abrí una endeble puerta de alambres que cercaban la entrada de la propiedad, le indiqué a Mariana que se estacionara en el patio de la casa que estaba ahí junto. Mientras ella se estacionaba me quedé absorta viendo el  paisaje a mi alrededor. Toda aquella maleza invadiendo lo que alguna vez fue un jardín, las enredaderas trepando por los muros, aprovechando cualquier grieta para colarse al interior de la casa. Mientras, los árboles  de los alrededores crecían de manera desordena formando pequeños montes. No pude más que suspirar ante tal abandono hasta que Mariana me sacó de mis reflexiones.
- ¿Ame, qué te ocurre?
- Nada, es…es –tomé un poco de aire y al ver que ella me miraba con una sonrisa dibujada en su rostro no pude más que sonreír para corresponderle y continué-  me da pena el abandono en que se encuentra el lugar – concluí.
- Ah, ¿Pero no hay posibilidad que lo reparen en familia y luego lo vendan?, así recuperan la inversión y les puede quedar algo de dinero
- No, no y no – fui tajante –. Vender jamás, es lo único que me quedó de mis padres y de todos los años que viví aquí; es más, yo nací crecí en este lugar, aparte de que éramos sólo los tres, ahora sólo tengo a Jaime.
- Y qué has pensado para la propiedad –inquirió interesada.
- No se realmente, a veces tengo deseos de cultivar la tierra, crear un invernadero  de flores, algo así.
- Qué bonito, siempre es grato ver cómo las personas se proyectan –suspiró.
- ¿Y tú, cuales son tus proyectos? -pregunté segura
-  Ah bien, la verdad no tengo proyectos, lo único que me preocupa del futuro es saber cuando vamos a comer por que mi estomago hace tiempo que me reclama –dijo con gesto quejumbroso sobándose la panza.
 - Pero como tan distraída –dije y la invite a entrar a la casa sacamos un par de sillas y nos acomodamos en el corredor.
        Luego de comer llevé a Mariana a conocer el resto de la propiedad, que no era muy grande, no contaba con más de unos veinte acres. En comparación con las enormes haciendas de la zona las que superaban los mil acres, aquello se podía considerar un jardín. De eso y de otros detalles le fui comentando, hasta que llegamos límite oeste  de la propiedad, donde deslindaba con un parque nacional, para ese sector todo era verde, verde de arbustos, árboles y monte hasta que la vista se perdía en el horizonte.
      Hablábamos animadamente siguiendo un angosto sendero, medianamente despejado de maleza, que llevaba a la casa, fue ahí que de improviso Mariana quedó petrificada, me volví extrañada.
- ¿Qué te sucede, te sientes mal? –Pregunté pero ella no respondió permaneciendo inmóvil en la misma posición. Me preocupé e insistí – dime que te ocurre Mariana, no me asustes -ella comenzó a balbucear con la mirada fija hacia delante en la vereda.
-¡Se… se…serpiente¡
- ¡Qué¡ - Dije con sorpresa mirando hacia todos lados.
- Ahí, mi…mira, ahí adelante y nos está mirando.
- ¡Ah… pero que…que…Tontera¡ Eso no es una serpiente, es solo una simple culebra – dije divertida mirándole pero ella no cambiaba de expresión.
-¡Aja¡ serpiente o no, todas son peligrosas.
- No –dije tajante- en esta zona no hay serpientes o víboras venenosas; solo pequeñas culebras además, esta ni siquiera es adulta, si la miras bien es muy delgada y difícilmente supera los treinta centímetros.
- ¡Peor aún! Si esta no es adulta de seguro andan sus padres por ahí.
- ¡Ja, ja, ja! – No aguanté la risa – pero si las culebras son ovíparas – ella me miró con extrañeza –. Mira, las hembras ponen huevos los ocultan de los depredadores y se van, lo demás corre por cuenta de la naturaleza –repliqué.
- Puede ser, pero esta tiene ganas de enfrentarnos dijo sin quitar la mirada de la culebrita.
     En eso estaba en lo cierto, el pobre reptil al sentir el peligro inminente, sólo pudo enrollarse en sí levantando la cabeza para verse más intimidante a modo de defensa.
-Calma, calma, mira la voy sacar del camino –en seguida tomé una delgada vara y con ella aparté el pequeño bulto enrollado y lo puse fuera de la vereda –. ¿Ves? No pasa nada, vamos a la casa – pero Mariana siguió en su sitio, tuve que devolverme y tomarla de la mano para que me siguiera. Al principio se resistió pero de a poco  fue cediendo – pareces una niña taimada - le dije finalmente.
- Ya, ya está bien, tengo fobia a los reptiles.
- Pero si es una pequeña.
- Sí pero es reptil y las fobias son irracionales –remarcó.
-Supongo – concluí y no dijimos nada más hasta que estuvimos  en la casa.
 -¿Más tranquila Mariana? – pregunté al llegar.
- Sí, gracias.
- No tienes porqué, no hice nada.
- Yo creo que sí, tengo que agradecerte que no me hayas soltado durante todo el camino.
Sólo ahí me percaté que aún estábamos tomadas de la mano.
-Yo… yo, no… no me di cuenta –dije tratando de soltar su mano pero ella se percató y la retuvo con más fuerza, yo solamente atiné a mirarle a  la cara y ahí estaba su hermosa sonrisa que me calmó.
- Tranquila Ame…, creo que se nos hace tarde, es mejor que regresemos al pueblo –me soltó y se dirigió a la motocicleta mientras yo  cerré la casa y luego la puerta del predio.
            El regreso al pueblo fue sin inconvenientes, ella conducía tranquila y yo la llevaba tomada por la cintura, se me hacía más cómodo. En un momento sólo me dejé llevar, apoyé mi cabeza en su hombro y la tomé  más fuerte de la cintura. Me pareció que el tiempo se detuvo, el rodar de la moto era casi imperceptible. Me aferré con más fuerza a su cuerpo, rodeando completamente con mis brazos su duro abdomen apegándome cada vez más a ella. Me sentía suspendida en el tiempo y el espacio cuando el bocinazo de un camión que pasó junto a nosotras  me despertó de mi ensueño,  me di cuenta que estábamos detenidas frente a mi casa, yo seguía sin soltarla y ella permanecía quieta con sus brazos caídos. La solté, bajé lentamente y le devolví el casco sin decir nada, ella  lo aseguró y con vos queda agregó
- Nos vemos  Ame –y se fue.

          Al reencontrarnos la semana siguiente nos saludamos como si nada hubiera pasado, ella me saludó en los vestidores con su acostumbrada sonrisa y nos fuimos a nuestros puestos de trabajo. Así fue pasando la semana, en nuestros ratos libres le comenté que tenía planes de comenzar  con la limpieza del terreno,  ella se mostró muy interesada en ayudarme, lo que me sorprendió pero aunque no se lo dije me agradó mucho. Quedamos para iniciar la limpieza ese fin de semana.
          El sábado a primera hora Mariana  me esperaba frente a mi casa. Ahí estaba ella toda de negro, unas botas de vaqueras con aplicaciones, unos  jeans desgastados y una polera de mangas largas, ah sí y cómo olvidar, una mochila a la espalda de la que sobresalía por la parte de arriba el mango de una herramienta. Al acercarme a ella y después de saludarnos la interrogué.
- ¿Y qué llevas ahí?  -indicándole la mochila.
- Un machete – dijo con toda naturalidad.
- Pero si no estamos en la selva  –le aclaré.
- Tal vez no, pero sí hay culebras que pueden tener amigas serpientes –argumentó.
- ¡Qué loca! – la recriminé y partimos.
           Habíamos acordado con la abuela de mi hijo que ella cuidará a Jaime los días que yo dedicara al rancho, ella feliz por pasar mas tiempo con él; mientras tanto, Mariana y yo afanábamos arduamente desmalezando todo lo que alcanzábamos durante  las mañanas y  por las tardes, cuando el calor se  incrementaba, nos ocupábamos de la casa, lavábamos los pisos, limpiábamos las paredes, asegurábamos las ventanas que estaban algo flojas, en el exterior de la casa íbamos deshaciéndonos de las enredadera de los muros y también aprovechamos de  asolear ropa de cama y manteles que estaban en unas cajas cerrada. De esa manera fueron transcurriendo los fines de  semana.
       Una tarde,  teniendo muy avanzada la limpieza del campo, estábamos descansando bajo la sombra de los  árboles, a unos doscientos metros de la casa aproximadamente.   Hablábamos de nuestras vidas, yo le conté de la muerte de mis padres, antes de que naciera mi hijo y le hablé de Roberto, el que fue mi novio y  padre de Jaime, quién al enterarse de mi embarazo tomó sus cosas de casa de su madre y nunca más supimos de él, ni ella ni yo.
 - ¿Y tú Mariana, que hay contigo, familia, amigos, pareja…? - a ella como que no le gustó mucho hablar del tema, se levantó de donde estábamos, cogió una vara del suelo y comenzó a caminar alrededor de los árboles dando golpes con la vara a los troncos o a las ramas que colgaban.
 - Bueno – dijo al fin – no sé… - dudó un instante y prosiguió – mi madre… mi madre, bueno, ella murió cuando yo era adolescente…, mi padre se volvió a casar y a tener más hijos; – dio un golpe con la vara a un árbol – nunca me llevé muy bien con la nueva esposa de papá y mis nuevos hermanos – otro golpe, ahora a una rama – así que en cuanto terminé mis estudios me independicé, trabajé por mi cuenta, monté mi casa y me fui a  vivir con Ángela, mi novia  - ¡Qué¡ Me dije en silencio mientras ella seguía golpeando. - Hasta que un día, que regresé más temprano para darle una sorpresa,  la sorprendida fui yo… – ahora daba golpes al aire con  la vara y continuó -  al encontrarla con la que se suponía era su prima desnudas en ¡nues-tra   cam-ma! - y asestó un último golpe con fuerza.
-  ¡Qué raro Ame! – dijo con un notorio cambio de vos.
-  ¿Qué? - pregunté confundida.
- ¿De  qué pájaro es este nido tan raro? – dijo finalmente señalando con la vara en alto
- ¡A la mierda! -   Exclamé y como alma que lleva el diablo me levanté, tomé fuertemente la mano de Mariana  y corrí  tan rápido como pude en dirección a la casa.
-¿Qué pas…?
- ¡Avispas Mariana, avispas! ¡Corre, corre, corre!
El último golpe con la vara había dado de lleno en un avispero que colgaba de una rama.
             Ambas corríamos como si tuviéramos alas en los pies mientras una nube de  abejas se nos echaba encima, teníamos  sólo una oportunidad y esa era correr; de seguro rompimos el record olímpico de los doscientos metros con obstáculos: de arbustos, zanjas, piedras y todo lo que había en el camino. Al pasar por el patio, tiré fuertemente de una colcha que estaba en el tendedero sin soltar a Mariana, nos metimos hasta el fondo de la casa agazapándonos finalmente bajo la gruesa tela. Casi desfallecíamos, apenas si podíamos respirar.
        Nos quedamos ahí, una pegada  a la otra, evitando que alguna avispa  se escabullera por debajo de la tela, esperando que finalmente se aburrieran de buscarnos y se fueran. Nos quedamos en silencio por un rato  pero de pronto Mariana comenzó a quejarse.
-¡Arg!
-¿Qué te pasa Mariana?
-  ¡Arg, quema fuerte, quema!
- ¿De qué hablas?
- ¡Aquí, aquí! – y sin más, salió del escondite y comenzó a sacarse en la penumbra la playera que llevada puesta, la lanzó lejos mientras se dirigía  a una de las ventana para observarse a la luz, por suerte las avispas se habían ido, no antes que una de ellas acertara una mordida a Mariana en su pecho, entre el tirante del sujetador y la axila. Una mancha de color rojizo indicaba el lugar exacto de la mordedura, fui corriendo a la cocina por agua y un paño para hacer una compresa y ponerla  sobre la mordida. De apoco Mariana pareció calmarse, el dolor diminuía y la compresa permanecía más tiempo en su cuerpo. Pasados unos diez  minutos Mariana comenzó a reír, al comienzo de manera leve y algo quejumbrosa para terminar  en abiertas carcajadas.
- ¿Qué, de qué te ríes? – le pregunté.
- De tu tierra, ¡ja, ja, ja!
- ¿Queeé, qué tiene mi tierra?  - pregunté extrañada
- Parece, parece que se ha confabulado con todos los bichos del campo para echarme cagando de aquí  ¡ja, ja, ja!
- ¡No, no seas tonta, la tierra no hace eso! – le dije acercándome más a ella.
- ¿A no y entonces? – replicó con cara divertida
- La tierra lo único que hace es  probar el temple de las personas.
-Ya y parece que reprobé ¡ja, ja, ja!
- No sé  pero creo que la prueba del buen humor lo pasaste con diez – dándole un pequeño empujón al que ella respondió con otro y comenzamos a reírnos y a darnos manotazos en juego, hasta que tomé sus brazos  por detrás su espalda quedándome abrasada a ella por unos instantes. Rozaba sus caderas con mis brazos sintiendo su cálida y suave piel   pues, ella permanecía solo con el sujetador. Yo estaba embobada con su piel tostada llena de curvas y sus pechos redondos contra los míos. No se cual era la expresión de mi cara en ese momento pero ella sólo me miraba con una suave sonrisa dibujada en su rostro, apoyé mi cabeza en su hombro y dejé escapar un suspiro.
- ¿Y ahora qué?  - pregunté por lo bajo
- No sé, ¿qué quieres tú?
- Um – no supe que decir y escondí mi rostro en su cuello
- Supongo que deberíamos irnos,  creo que se hace tarde.
- Bien – respondí de malas ganas.
           De regreso al pueblo me sentía  igual que la primera vez que habíamos regresado del rancho, muy confiada, abrazada fuertemente a su abdomen, tan apegada a ella que el viento  pasaba por nuestro lado como si fuéramos sólo una. Simplemente estaba fuera de la realidad, únicamente sentía su cuerpo contra el mío. No me importaba nada más. Era como estar suspendida en el aire sin saber nada de la noche, la carretera, los vehículos, de la distancia ni el tiempo. No supe cuando llegamos ni cuanto tiempo me quedé así abrazada a ella sobre la moto, sólo reaccioné cuando Mariana  me sacó de mi distanciamiento de la realidad.
- Ame, Ame.
- ¿Sí?
- Será mejor que me sueltes, o no alcanzaré a  llegar a mi departamento a darme una ducha y tendré que  lanzarme al primer arroyo que encuentre por la carretera.
- Entonces quédate en mi casa y te duchas – dije con naturalidad
- ¿Estás segura?
- Por supuesto, además tengo antihistamínicos para aliviar las molestias de la mordedura – no dije nada más y le ofrecí mi mano.
          Mientras se bañaba busqué ropa  para que se cambiara y también del medicamento. Al salir de la ducha yo la esperaba dentro del baño, ella salió envuelta con una toalla así que antes que se vistiera le sugerí que revisáramos  la lesión. Una mancha de color rojo con un punto más oscuro en el centro indicaba el lugar exacto del ataque, le entregué una pastilla para la alergia, mientras,  le aplicaba una crema para el ardor. Comencé a esparcir lentamente con la yema de mis dedos desde dentro hacia fuera.
- ¡Auch! – exclamó
- Lo siento.
 Y continué con más cuidado esparciéndola. Ella pareció relajarse. Seguí frotándola, ella nuevamente reaccionó pero esta vez no fue un quejido sino más bien suspiró, la miré  a la cara, tenía sus ojos cerrados y el rostro contraído. Y así, mirándole al rostro, proseguí rozando con mis dedos a pesar que ya no tenía crema y mi mano se deslizaba bajo la toalla,  la que caía en cámara lenta, apoderándome completamente de su pecho, abrió los ojos y  me miró con una mirada obscura.
 - Es mejor que te detengas o tendré que dormir bajo la ducha esta noche – dijo con seriedad.
- Entonces, yo te seguiré porque esta noche dormiré donde tú duermas – respondí y me apoderé de su otro pecho.
 Ella me tomó por el cuello y comenzó a besarme, yo respondí inmediatamente a su urgencia que también era  la mía. Me dejé arrastrar hasta la pared donde  comenzó su embestida con desesperación a mis labios, mi mentón, mi cuello volviendo a mi boca. Mis manos no se quedaron quietas recorriendo toda su espalda, sus glúteos, sus costados volviendo a sus pechos con los pezones erectos, que delicia para mis manos. Mariana se separó un poco para quitarme la ropa casi a jirones  hasta dejarme completamente desnuda  y continuó arremetiendo contra  mí, apegándome a ella con sus manos, apoderándose de mis glúteos,  empujándome  contra sus caderas. Yo me  deshacía al contacto de su cuerpo desnudo, parecía que en cualquier momento traspasaríamos la barrera de la piel para fundirnos en un solo cuerpo. No atinaba a nada solamente me dejaba llevar. Así nos íbamos arrastrando por las paredes hacia mi dormitorio. Ella sabía, sí que sabía cómo hacerme perder de mi misma, tanto así, que no alcanzamos siquiera a llegar a la cama y ahí mismo, en  el piso, apenas traspasado el umbral de la puerta de mi dormitorio, nos amamos con toda esa pasión contenida que se desbordaba de nuestros cuerpos, sumergiéndonos la una en la otra.
         Entre jadeos,  suspiros y caricias y, aprovechando un breve respiro, logramos llegar hasta la cama, donde se reactivó la pasión.  Mariana se apoderó de mis pechos mientras buscaba acomodo entre mis piernas, las que la recibían gustosa dándole vía libre hasta mi centro que anhelaba su contacto nuevamente. Ella no se despegaba de mis pezones duros por sus estímulos constantes, en tanto, mis dedos se enredaban entre sus cabellos bajando por su cuello rasgando su espalda con mis uñas. Sentía cómo, allá a bajo, mi sexo era acometido con fuerza por el de Mariana que se frotaba contra él con la ayuda de una de sus manos. Yo respondía elevando mis caderas  para un mayor contacto entre ambas. Con una última acometida de su parte, mi cuerpo entró en éxtasis incontrolable que me inundó por completo. Con su cara pegada a mi pecho y abrasándome fuertemente fueron calmándose mis espasmos.
            No sabía cuanto tiempo había trascurrido cuando, de la nada, comencé  a tener una sensación extraña, me sentía despierta a pesar de lo tarde que era y de lo que había sucedido entre ambas, pues, percibía el cuerpo desnudo de ella a mi lado. Si bien era de noche noté que la habitación estaba iluminada levemente por una claridad particular. No hice esfuerzos por levantarme o despertarla, sólo me dejé llevar por lo que veía o más bien lo que percibía. Me sentía diferente, liviana, etérea, como si un nuevo ser hubiera despertado dentro muy dentro de mí  y  desde ahí mirara en completa calma, sin juicios, cuestionamientos, sin miedos o preocupaciones la vida que se presentaba ante mí. Me sentía plena. Me  fui acomodando muy despacio  a un costado de ella y me dediqué a disfrutar  aquella  nueva y exquisita sensación, rodeada de una atmósfera cristalina como de ensueño.
               Al despertar una punzada en mi estómago me recordó las horas de ayuno. Me levanté en silencio, me puse mi bata y me fui a la cocina. Cuando regresé al dormitorio con el desayuno, me encontré con una visión que me preocupó. Mariana dormía, o eso me pareció, relajadamente semi cubierta con su dorso desnudo, con una mano detrás de su cabeza y la otra sobre su abdomen. Me fui acercando despacio y  me quedé sorprendida por aquella mancha rojiza que cubría gran  parte de su pecho, dejé la bandeja en  la mesa de noche,  me incliné  junto a la cama llevando  mi mano hasta la mordedura de la avispa, posé suavemente mis dedos en su piel cuando  ella abrió sus ojos de improviso.
- Umm, ¿a caso quieres aprovecharte  de mí? - dijo con una sonrisa pícara mientras yo me sorprendía y ruborizaba a la vez.
- ¡No, no… es…es… - y me puse nerviosa – la mordedura – dije por fin – creo, creo que el antihistamínico no te hizo efecto –. Señalando con mi índice  lo enrojecido de  sus pechos. Ella se incorporó de  apoco apoyándose en el respaldo de la cama, se miró con algo de extrañeza y luego agregó sonriéndome maliciosamente mientras tomaba mi mano y la dirigía al lugar de la mordedura.
- Esta, – dijo con sus cejas levantadas  sin dejar de sonreír – es la marca de  de la mordida de la avispa y estos trazos enrojecidos  -  guiando mi mano por su pecho – no fue una abeja.
- ¿Nooo? – pregunté en tono cómplice.
- ¡No!, esto,  fue una gata del monte con uñas  y dientes muy afilados que me atacó toda la noche sin descanso – y me tomó fuertemente entre sus brazos y se fue girando en la cama dejándome atrapada bajo su cuerpo. Yo jugaba a tratar de escapar, en tanto,  ella que me había quitado la bata, intentaba sujetarme por las manos mientras me besaba en la boca, el cuello, en mis oídos y volvía a mi boca, así estuvimos por largo rato jugando y riéndonos de un lado a otro de la cama.  De pronto, escuchamos  que abrían la puerta del jardín y voces en la puerta de calle, nos quedamos en completo silencio.
- ¡Shih, shih!
- ¿Qué, qué? – y Mariana miraba para todos lados
- Es mi suegra, trae a Jaime.
- Pero,  no dijiste que lo traería hasta después del almuerzo – y ambas nos giramos hacia el reloj despertador.
- ¡Mierda, las tres y media!
Me levanté de un salto  y cogí mi bata,  mientras, Mariana miraba por la habitación sin saber que hacer y en un acto reflejo, desapareció del cuarto metiéndose en el baño en el preciso instante que se habría la puerta de mi casa.
- ¡Llegaron!, ¿pero cómo está mi hijo bello, precioso, me extrañaste?
- ¡Mami, mami! – y se me abalanzó a mis brazos.
- Hola Amelia – dijo mi suegra con sequedad.
- Hola Rebeca – dije aparentando naturalidad
- ¿Llegué en mal momento? – tomándome de la manga de mi bata
- No, no, claro que no, es que estaba por  tomar un baño sólo esperaba a que salga Mariana.
- ¿Mariana, aún está aquí por lo visto?
- Sí. Se nos hizo tarde ayer y creí que sería peligroso conducir de noche por la carretera.
- Claro, claro, ya veo – dijo con desgano mientras se paraba frente a mi dormitorio – Amelia, creo que deberíamos hablar.
- Sí, dime – en ese instante Mariana salía del baño ya vestida y con el cabello húmedo.
- Hola – dijo acercándose a nosotras.
- ¿Y tú quién eres? – preguntó Jaime de sopetón.
- Yo, yo me llamo Mariana – respondió algo abrumada por la situación.
- ¡Ah, la amiga de mi mamá que le ayuda allá en el rancho!
- Sí, sí, la misma  -respondió más tranquila.
- ¿La moto es tuya?- la interrogó de nuevo.
- Sí, ¿te gusta?
- Es bonita, ¿podría andar en ella?
- Um… sí claro, si tu mamá nos da permiso – me dirigió una mirada inquisidora
- ¡Ya, ya, di sí mami – Jaime pidiéndome todo entusiasmado
- Bueno, pero hoy no.
- ¡Ah pero qué bolu…!
- ¡Jaime! ¿Qué palabrotas son esas? -  lo regañé
- Ves, tenemos que hablar – agregó mi suegra
- Bueno, bueno, bueno –interrumpió Mariana para aliviar la tensión - ¿Y qué tal si lo dejamos para el próximo domingo?, así tu madre está más calmada, ¿qué me dices?
- Si no queda de otra –  dijo resignado bajando  de mis brazos y se dirigió a su cuarto pero antes de entrar  se giró hacia nosotras - ¡Ah, pero no te vayas a olvidar, el próximo domingo sin falta! ¿Vale?
- ¡Claro! – confirmó Mariana levantando ambos pulgares.
Cuando Jaime ya había entrado Mariana nos dio a entender que se iría, pero mi suegra la detuvo.
- ¿Y no se quedará a comer? Por lo que sé aún no desayunan – dijo dirigiéndose a la cocina.
Mariana y yo nos miramos sin decir nada, luego ambas comenzamos a ordenar la casa, ella se quedó en la sala mientras yo me fui al dormitorio, claro ahí comprendí la facilidad con que Rebeca sacó sus conclusiones, al ver la bandeja servida en la mesa de noche  y la cama revuelta.
- ¡Rayos, rayos, por qué así! – me dije en tanto mi suegra preparaba algo rápido en la cocina. En el baño pude decirle a Mariana lo que pasaba, ella me abrazó y me dio un beso.
- Lo siento, no quise que pasara esto – me dijo al oído manteniendo su abraso.
- No importa ya pasó – escondiendo mi rostro en su cuello – de todas formas tarde o temprano  se iba a enterar, aunque hubiera preferido que fuera tarde – y suspiré.
- ¿Estás arrepentida? – inquirió casi en un susurro.
- ¡No, no, claro que no, es… es qué…!
- Shih. Si quieres hablo con ella.
- No, no es necesario, más tarde hablaré con ella – le dije cuando Rebeca nos interrumpió desde la cocina.
- La comida está lista.
Mientras comíamos, Jaime nos contaba de sus aventuras del día viernes en el colegio, en tanto que mi suegra  comenzó con el interrogatorio.
-¿Y usted, Mariana cierto?
-  Sí, sí señora.
-  Dígame, ¿lleva mucho tiempo en la empacadora?
-  Un… unos seis meses más o menos.
- ¿Y antes dónde trabajó?
-   U, bueno, fue más al sur, en la provincia vecina.
- ¿Y qué hacía allí? – continuó
-  Trabajé en una pesquera pero el frío y la humedad no me vino bien – contestó tranquila-
- ¿Y estuvo mucho tiempo en ese empleo? – Rebeca insistía
- Creo que te estás sobrepasando – la espeté
-  No te preocupes Amelia,  no me molesta – y continuó –. Ahí trabajé unos cuatro o cinco meses, no más.
-  Por lo visto no le gusta estar quieta mucho tiempo.
- ¡Rebeca! – la volví a interrumpir.
-  Será mejor que me vaya – dijo calmadamente Mariana para no inquietar a Jaime que nos miraba atentamente – mañana es día de trabajo y debo preparar mis cosa para la semana – y con la misma tranquilidad se dirigió a Rebeca – señora  ha sido un gusto, el spaghetti estaba delicioso y a usted jovencito, fue un placer conocerlo – y lo besó en la cabeza.
-  El domingo – sentenció Jaime con un dedo en alto.
La acompañe a la puerta y con un leve beso en la mejilla se despidió.
             Mientras mi hijo veía televisión entretenido en la sala, Rebeca retomó la conversación en la cocina mientras lavábamos los platos.
-  ¿Amelia?
-  Rebe, antes que digas algo, debo decir que…
-  Amelia, yo no estoy aquí por explicaciones, tú no tienes que dármelas, pero entiéndeme estoy preocupada por ti y por mi nieto.
- Rebe yo, yo…
- No, déjame terminar – interrumpió - es evidente que esa mujer y tú son más que amigas, estoy conciente que te ha ayudado pero… ¿Cómo sabes quién es?, ¿la conoces bien?,  ¿es persona de fiar o es sólo una aventurera sin rumbo fijo, un día aquí y mañana nadie sabe?
- Rebe yo, yo… - la verdad algo de razón había en sus palabras, en el fondo no la conocía bien, Mariana no hablaba mucho de si misma, mi corazón me alentaba hacia ella pero mi cabeza estaba revuelta.
- ¿A dónde quieres llegar con todo esto? ¿Que posibilidades tienes con alguien como ella? Jaime está creciendo y si se encariña. Esto será confuso y sobretodo si de la noche a la mañana ella decide irse, no sería bueno para él.
- Sí Rebe, tienes razón en preocuparte pero… no tengo nada claro, estoy confundida, esto es nuevo para mí.
- Amelia, no te estoy juzgando, para mí también es nuevo pero me preocupo por mi nieto.
Y no volvimos a hablar del asunto.
           Al día siguiente después del trabajo Mariana me llevó de regreso al pueblo, dejamos nuestras cosas en la casa y nos encaminamos con rumbo al colegio por Jaime. Mientras esperábamos  en un banco de la plaza, le comenté la conversación con Rebeca, de sus dudas con respecto a nosotras y a mi hijo, ella escuchó en completo silencio y agregó.
- Calma – me dijo en tono sereno y con una de sus acostumbradas sonrisas tranquilizadoras – ella está en su derecho al preocuparse, después de todo soy prácticamente una desconocida.
- No, no lo eres – respondí con seguridad – por lo menos no para mí y no pienso que seas una aventurera.
Ella me miró con una sonrisa amplia y sus ojos chinitos, nos abrazamos mientras tocaban la campana anunciando la salida de los niños del jardín.
              Al igual que el resto de la semana nos fuimos los tres a casa y pasamos el resto de la tarde juntos, mientras yo preparaba la merienda, Jaime le mostraba sus trabajos a Mariana, ella demostraba mucho interés.
 - Tu hijo es un sol Ame.
- Sí y me lo digo todas las noches al verlo dormir.
              Habíamos quedado que el viernes siguiente Mariana se quedaría en mi casa para salir temprano el sábado al campo, por la tarde llevamos a Jaime con Rebeca. Aquella noche al irnos a dormir no nos aguantamos las ganas de estar juntas  y nos hicimos el amor, a diferencia de la primera vez no sentí el mismo desenfreno. Las caricias se arrastraban por todo el cuerpo, los dedos exploraban con delicadeza cada rincón, cada pliegue que encontraban en su recorrido. Los besos se hacían más largos e intensos. Viajábamos con nuestras bocas a todo lo largo y ancho de nuestros cuerpos, acariciando con los labios cada borde, cada curva, cada depresión a su paso, hundiéndonos  con las lenguas en nuestros manantiales inundados, bebiéndonos hasta última gota  de la una y  la otra. Los suspiros se alternaban con los gemidos, las pieles se reconocían entre ellas en cada contacto, en cada rose, adhiriéndose ambas  en una sola en el esperado éxtasis, que pronto y sin demora, daba paso a una nueva expedición.  Sin embargo, al ir recuperando la conciencia luego de la última incursión a nuestros deseos, no pude menos que sorprenderme al darme cuenta que el sol se colaba de lleno por la ventana de mi habitación y, con esa imagen, fui rindiéndome en un suave sopor.
         Al despertar  pasaba del medio día y  me encontré abrazada a Mariana, respiré profundo y abrí los ojos lentamente al momento que ella hacía lo mismo, nos miramos y nos sonreímos mutuamente. Nos quedamos en silencio por largo tiempo. No valía la pena retomar los planes del día anterior así que nos quedamos en la casa, después de bañarnos nos preparamos algo de comer que nos servimos en la cama, donde pasamos el resto de la tarde hablando y riendo de tonterías. Al llagar la noche simplemente nos  dormimos, una muy junto a la otra, hasta el día siguiente cuando fuimos por mi hijo y nos la pasamos juntos el resto del día. Mariana cumplió su promesa a Jaime.
             La siguiente semana continuamos con la misma rutina hasta el viernes cuando la invité a quedarse nuevamente pero ella negó con la cabeza y agregó.
- No puedo, tengo que arreglar algo en la ciudad. Ah  y mañana no lleves a Jaime  a lo de tu suegra – me indicó.
- ¿No vamos a salir mañana? – pregunté asombrada.
- Sí lo haremos pero llevaremos a Jaime con nosotras.
- Pero es peligroso ir los tres en la motocicleta, una cosa es dar unas vueltas despacio aquí en el barrio o por la plaza y otra es salir a la carretera, aunque sea un camino rural- argumenté.
 - Calma, calma mujer – y me sonrió –  no te preocupes yo me encargo de eso – y sin que Jaime nos viera me dio un beso y se fue.
               El sábado bien temprano la estábamos esperando, yo no dejaba de preocuparme, cuando escuchamos una bocina desde la calle frente a la casa. A  los gritos de Mariana, salimos para encontrarla al lado de una camioneta del tipo pic-cap esperándonos en la calle.
- ¡Ves, ahora podemos ir los tres al rancho! – me dijo sonriendo e invitándonos a subir.
- Pero, que… ¿Y tú moto… a caso…?
- ¡No, ni lo pienses! – Dijo tajante – Esta me  la prestó mi vecino a cambio de unas clases de conducir motocicleta para su hijo. Por lo tanto, tenemos locomoción hasta mañana al medio día.
           Luego de subir el bolso con la comida y ropa para Jaime nos fuimos para el campo donde pasamos todo el día. Mi hijo  se la pasó detrás de Marina preguntando una y otra cosa, ella no parecía cansarse de responder cada una de sus preguntas.  No sé,  creí notar algo en común entre ellos que en ese momento no logré descifrar. No obstante, cuando  yo veía que mi niño se volvía un poco cansón, le metía una fruta a la fuerza en la boca con tal  que estuviera callado unos minutos. Mariana  meneaba la cabeza y sonreía.
           Cuando regresamos por la tarde, no sé, si por tanta preguntadera o por andar de un lado otro todo el día detrás de  Mariana, en cuanto nos subimos a la camioneta para regresar él  se acomodó en mis brazos y se durmió profundamente.  Al llegar a casa le puse el pijama con mucho cuidado para no despertarlo y lo dejé en su cama. En tanto Mariana bajó las cosas del vehículo. Le dije que si quería comer algo, ella se negó argumentando cansancio, se dio un baño y se fue a la cama. Luego de ordenar algunas cosas en la cocina y de darme un baño la seguí al dormitorio, ya que también estaba cansada. Al meterme en la cama creí que  dormía, la observé por unos instantes, apagué la lámpara  y me acomodé a su lado, ella me rodeó con su brazo atrayéndome hacia sí y de esa manera nos dormimos.
             El frío de la madrugada me despertó, al recuperar la conciencia comencé a divagar sin abrir los ojos, pensé en todo lo que estaba viviendo con Mariana. La verdad ella no hablaba mucho de sí misma, de sus planes o si tenía proyectos a futuro salvo, aquella conversación tiempo atrás. No dejaba de pensar que algo de lo que pensaba Rebe tenía algún fundamento y eso me inquietó, luego, recordé los días que habíamos pasado juntas, lo cariñosa y preocupada que siempre se mostraba con Jaime y de cómo me hacía el amor, eso me alegró, la abracé con fuerza apegando mi cara a su cuerpo respirando profundamente. Ella acarició mi brazo y yo abrí mis ojos. Así la vi en la penumbra, sonriéndome. Tuve la impresión que adivinaba mis pensamientos y  me ruboricé. Con  ternura acercó su rostro y me beso suavemente en la frente, después en  mi nariz y luego de un  - Buenos días princesa – besó mis labios.
         Respondí olvidando todas mis dudas, me entregaba a su abrazo cálido y envolvente que me iba  apegando a su cuerpo.   Sentíamos la necesidad del contacto de nuestras pieles y nos desnudamos. Mariana buscaba con la yema de sus dedos mis caderas, subía por mis costados alcanzando y apoderándose de mis pechos. Arrastraba sus pulgares hasta mis pezones, endureciéndolos con mimos y caricias pero no era suficiente para ella y yo lo sabía, la separé de mi boca llevándola con mis manos hasta mis pechos. Se abalanzó sobre los pezones atrapándolos con  su boca, uno y luego el otro sin descanso, mientras su mano libre se encaminaba  por mi abdomen en busca de mi cadera. Deslizó la mano por mi muslo y lo fue acomodando sobre el de ella, que ya se ajustaba estrechamente a mi sexo. Así, ambas nos fuimos entrelazando en movimientos cadenciosos, entre abrazos  y caricias, gemidos y suspiros. Con el rose de nuestros sexos, de nuestros pechos nos entregábamos una vez más a nuestros deseos en aquella madrugada.
               El domingo por la noche al sentir la ausencia de ella en la cama, me abrasé a la almohada y me dormí con una idea en la mente que me rondó toda la tarde. Quería que Mariana se mudara a mi casa.
               El lunes por la mañana llegué a trabajar emocionada y a la vez tensa, no sabía cómo plantearle mi idea. Al encontrarnos el nerviosismo me ganó y sólo me limité a saludarla. Creí que mi intranquilidad me delataría, sin embargo, ella se mostraba silenciosa, como ausente. Después del trabajo me llevó a casa y se despidió. Creí que era cansancio y no me preocupé. El martes creí que todo volvería a la normalidad, no obstante, ella permanecía distante, incluso algo esquiva por momentos o eso pensé. Cuando me dejó en casa traté sondearla pero se justificó con que tenía que solucionar algunos asuntos.  El siguiente día no se presentó al trabajo, aquello me inquietó, ya que yo no tenía teléfono y tampoco un número donde llamar. Para el jueves estaba realmente preocupada, había llegado a la convicción de la necesidad de comprarme uno de esos celulares. Al vivir y trabajar tan cerca, además de no salir con frecuencia de mi casa y carecer prácticamente de amistades, la tenencia de uno de esos aparatos se me hacía innecesaria. Cuando vi  la moto en el estacionamiento, la calma regresó a mí pero no me duró mucho tiempo. Durante las primeras horas, Mariana no apareció por nuestra sección. Era  casi el medio día cuando  por fin llegó, me saludó con frialdad lo que me provocó un  escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Algo estaba pasando y sentí que no era bueno. Noté que prácticamente no me había mirado durante el resto de la jornada y una vez en casa ya no aguanté más.
- ¿Mariana, qué te sucede? – dije seria.
- Nada – Dijo con desgano.
- Pero Mariana, me preocupas, no sé si te pasa algo o estás enferma, te la pasas callada, no sé que pensar.
- No pienses nada, no es contigo.
- Y si no es conmigo entonces con quién, acaso es por lo de Rebe o… Jaime – me atreví a decir finalmente
- No, no, no se trata de eso, es… es – pero se calló y su mirada se perdió en la nada.
- Entonces, dime de qué se trata, habla por favor – supliqué
- No vas a entender – dijo por fin
- Inténtalo – repliqué
- Um… recibí un mensaje de Ángela – y calló nuevamente
- ¿Ángela?  tu novia
- Sí, Ángela, mi esposa
La noticia me tomó por sorpresa.
- Pe… pero  yo creí  que eran novias – dije confundida
- Bueno sí… - mantuvo silencio por unos instantes – éramos novias cundo nos fuimos a vivir juntas pero después…
- Después, después se casaron – repliqué con enojo
- Sí – dijo bajando la cabeza
- ¿Y no pudiste decírmelo, cierto?
- Es que… - y no la dejé continuar
- ¡Es que nada, tú me mentiste!
- ¡No, no te mentí!
- Pero callaste que es lo mismo.
- Para mi no era importante
- No era importante para ti  pero pera mí sí. A caso crees  que  ha sido fácil todo este tiempo, los cuestionamientos de Rebeca, mis compañeras de trabajo con sus miradas o que alguien se atreva a molestar a Jaime.
- Pensé que a ti…
- No, tú no pensaste nada o más bien sí, pensaste que yo  sería una aventura fácil y nada más – quería castigarla
- Eso no es justo Amelia.
- Justo, justo hubiera sido  decirme la verdad desde el principio.
- ¿Cual sería la diferencia?
- La diferencia… - guardé silencio por un segundo y agregué casi en un susurro  - yo, no me habría enamorado -y escondí  mi cara entre mis manos para que no me viera llorar.
- ¡Ame! – Exclamó e intentó tocarme pero no la dejé y le pedí que se fuera – ¡Ame!
 - Es mejor que te vayas, no quiero hablar contigo
- Cómo digas – aceptó sin reclamar, subió a su motocicleta y se fue.
             El viernes no apareció por la empacadora y no supe de ella hasta el domingo. Durante el fin de semana no pegué un ojo. Las dudas y los celos me atormentaban, la rabia se iba apoderando de mí y no me dejaba pensar con calma. Me pasaban mil películas por mi cabeza e imaginaba las más absurdas soluciones para lo que nos estaba pasando pero, irremediablemente, en todo escenario la que perdía al final era yo. Jaime comenzó a notar mi estado y, sin que nos diéramos cuenta, escuchó parte de lo que le estaba contando a Rebeca de lo sucedido con Mariana.  Cuando ella apareció el domingo por la mañana con su moto cargada con bolsos y una mochila grande para despedirse, él salió  corriendo a gritarle.
- ¡Mala, mala, qué le hiciste a mi mami!
- ¡Yo, yo… no…! - ella trataba de explicarle pero él no quería escucharla
- Eres mala, no te quiero – y comenzó a  darle patadas en la moto. Rebeca que había salido detrás de Jaime, pues yo no quería hablar con Mariana y solo miraba  detrás de la cortina mientras lloraba,  lo tomó en brazos.
- Lo del viaje fue… - Mariana intentó decir nuevamente.
- Es mejor que se vaya de una vez – le dijo Rebeca con sequedad.
- Pero es… -  insistió  mirando un vez más hacia la casa. Luego de un breve silencio bajó la visera del casco encendió su motocicleta y se fue.

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