Capítulo
47
Al final, Laura decidió que ella se iría al sofá mientras
su tía ocupaba su cuarto, ya que sus modales le impedían hacer menos por un
invitado, sin importar lo desquiciante que fuera. Helen ocupó el asiento del
copiloto y automáticamente se hizo dueña de la radio durante todo el trayecto.
Los altavoces comenzaron a escupir música discotequera mientras Helen
destripaba las vidas de sus familiares más cercanos. Intentando por todos los
medios alejarse el altavoz de su puerta, Crystal, en medio del asiento trasero,
no podía evitar captar ráfagas de la conversación.
En realidad, no era difícil,
porque Helen insistía en hablar por encima de la música en vez de bajar el
volumen, digamos hasta el umbral de tolerancia humana. La imagen de la familia
de Laura, tan perfecta e impoluta, empezó a desvanecerse de la mente de Crystal
a medida que su tía hablaba.
—Y el idiota lo habría conseguido si no hubiera
estornudado cuando estaba escondido en la alcantarilla —dijo la tía de Laura,
dando por terminada la historia de uno de sus primos—. Tuvo suerte de que sólo
le pusieran en periodo de prueba.
—Ahá —dijo Laura con aire ausente, prestando más atención
a la carretera. En ese momento, Helen se volvió hacia Crystal.
—Y dime, ¿sigue mi sobrina con esa obsesión por mantener
la casa como los chorros del oro?
—Em… —Dándose cuenta de lo comprometido de su situación,
Crystal aspiró profundamente y se rindió a la evidencia—. Sí.
—Lo que le hace falta es soltarse el pelo y vivir un poco
—continuó la mujer—. Es demasiado estirada. A lo mejor podemos sacarla del
cascarón mientras yo esté aquí. ¿Qué te parece?
“¡Oh, por favor, que
alguien me saque de aquí!”, imploró en silencio Crystal cuando una batería
de imágenes de bingos y museos cruzó por su mente.
—Pues, no sé, depende de lo que quiera hacer Laura —dijo
por fin—. Yo trabajo bastante, así que no creo que pueda ir con vosotras. —“Por favor, haced planes entre semana.
Espero que Michael tenga un montón de horas extra.
—Chorradas —contestó Helen—. Ya buscaremos tiempo.
Crystal frunció el ceño al darse cuenta de que Helen era
el tipo de persona que nunca acepta un no por respuesta.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte? —preguntó la rubia.
—Supongo que una semana o así. Ya veremos. No me gusta
poner fechas exactas.
La respuesta no ayudó a que Crystal se sintiera mejor.
********
—Me está volviendo loca —refunfuñó Crystal, dejándose
caer en el puff—. ¿Conoces a esa petarda?
Jenny, que se había pasado la mayor parte de la semana
hablando con Laura por teléfono sobre su tía, su libertad de espíritu y cómo le
había puesto la casa patas arriba, esperaba recibir algún tipo de queja por
parte de Crystal, pero no aquélla. Apenas la había saludado antes de empezar a
despotricar de la mujer.
—¿Y concretamente qué es lo que te molesta de ella?
—Todo —farfulló Crystal, pasándose los dedos por el
pelo—. Yo pensaba que Laura era un fastidio a veces, pero esta mujer me saca de
quicio. ¿Sabes que Laura siempre tiene respuesta para cada pregunta de todos
los juegos?
Jenny asintió, familiarizada con la situación.
—¿Y eso te incomoda?
—No tanto como cuando Helen, la enciclopedia andante, lo
hace. La pregunta era qué presa era, no cuándo se construyó y toda la historia.
Pues Laura va y dice Hoover y Helen salta con cómo eso dio lugar a Boulder City
y así un buen rato. —Crystal se estaba disparando, por lo que interrumpirla
quedaba fuera de lugar—. Dijera lo que dijera Laura, ella empezaba a hablar
hasta que la conversación no tenía nada que ver con lo que era al principio. Va
a volverla loca. —Crystal miró de soslayo a Jenny—. Sí, lo sé, no podemos
hablar de Laura.
Jenny asintió y abrió el cuaderno de la joven.
—Por lo que veo, ha sido una semana muy intensa.
—En casa, en el trabajo, en todo. —Arrellanándose para
adaptar la forma del puff a su cuerpo, Crystal entrelazó los dedos detrás de su
cabeza y dejó perder la mirada—. Como si no tuviera ya bastante con lo de su
madre, que por cierto cada día que tiene que estar en el hospital se vuelve más
zorra… —A pesar de que la regla de no hablar de Laura parecía haberse evadido
nuevamente, Jenny dudó si interrumpir a la joven, ya que aquella era una de las
líneas de pensamiento más largas que Crystal había compartido con ella hasta la
fecha.
―Apuesto a que ni siquiera ha escrito una página desde
que llegó ella… y eso que se ha bajado el ordenador a la sala. Está justo
debajo de mi cuarto, pero todavía no la he oído teclear. —La rabia y el
nerviosismo presentes en la voz de Crystal en el momento de entrar parecían
estar disipándose, reemplazados por un tono mucho más suave y reflexivo—.
¿Sabes que nunca lo había pensado? —sonrió—. El baño está entre medias de
nuestras habitaciones, pero cuando las dos abrimos las puertas del balcón,
puedo oír cómo escribe.
—¿Y por qué crees que te gusta escucharla? —aventuró
Jenny.
—No sé… —Crystal se encogió de hombros con su aire
habitual—. Supongo que me recuerda que está ahí al lado.
—¿Al igual que estaba tu hermana cuando eras pequeña?
—Algo así. —La joven estiró las piernas y las cruzó a la
altura de los tobillos—. Es diferente a cuando escuchaba a Patty. No sé cómo
explicarlo.
Jenny, tras hojear una o dos páginas mientras Crystal
hablaba, levantó la vista.
—¿Quieres hablar sobre este sueño?
Una expresión de sorpresa cruzó el rostro de Crystal,
quien inmediatamente frunció el ceño.
—La verdad, no. Ni sé para qué me molesté en escribirlo.
Es una tontería.
—Es la primera vez que mencionas haber tenido un sueño
erótico —apuntó la terapeuta—. Además, creo que es importante el hecho de que
te despertaras durante los juegos preliminares. ¿Habías soñado cosas así antes?
—No pienso discutir mi vida sexual, o la falta de ella,
contigo —dijo Crystal con firmeza, apretando la mandíbula y cruzándose de
brazos—. Hablemos de otra cosa.
—Buscando un tema más seguro, ¿eh? Vale. ¿Fuiste a la
reunión del martes por la noche? —La falta de respuesta y la mueca de Crystal
fueron significativas—. Ya veo. Esas sesiones están ahí para ayudarte, Crystal.
No te las recomendaría si pensara que no van a servirte de nada.
—A mí no me hace falta sentarme a escuchar las desgracias
de nadie —manifestó la chica—. Además, estaba ocupada con Laura y la chalada de
su tía.
Jenny dejó pasar el comentario, rehusando morder el
anzuelo y regresar así al tema tabú.
—Nunca deberías estar lo bastante ocupada como para
cuidar de ti, y eso es para lo que sirven esas reuniones. No puedo obligarte a
asistir, pero sí te lo sugiero.
—Vale, mamá —surgió la irónica respuesta, seguida de un
resoplido—. De hecho, si tú fueras mi madre, estarías muy borracha como para
saber lo que hago o dejo de hacer. —Hubo un largo silencio antes de que Crystal
siguiese hablando—. A Patty tampoco es que le hiciese mucho más caso, pero
siempre que íbamos a enseñarle algo de la escuela o algo así, nos ignoraba.
—No daba importancia a las mismas cosas que vosotras
—dijo Jenny—. ¿Y cómo te hacía sentir eso?
—Patty y yo lo odiábamos, claro.
—No. No te he preguntado cómo se sentía Patty. ¿Qué
sentías tú cuando llegabas a casa con algo que querías que tu madre admirara y
no lo hacía?
Crystal pensó en ello un momento, abriendo la boca para
decir algo y cerrándola de nuevo. Una leve sonrisa curvó la comisura de sus
labios.
—Iba a decir que molesta, pero creo que en realidad me
sentía herida. —Volvió a ponerse las manos detrás de la cabeza—. Dolía pensar
que todos los demás niños se iban a casa con madres que les querían y les
prestaban atención y la mía no era igual. —Crystal tomó aire profundamente—. No
sé por qué. —Las palabras, tanto tiempo guardadas en su interior, salieron por
fin de forma tenue mientras que ella rehusaba dejar de mirar el techo—. Llegué
a casa con el primer lugar en clase de arte y ella lo tiró a la basura. Cuando
saqué noventa y cinco en una de las pruebas preliminares, Laura lo pegó con un
imán a la nevera. —Los ojos de Crystal parpadearon con rapidez en un vano
intento por eliminar las lágrimas que empezaban a formarse en ellos—. ¿Has oído
eso de que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde?
—Sí.
Crystal aspiró profundamente.
—Supongo que es igual de cierto que uno no sabe lo que se
ha estado perdiendo hasta que lo tiene.
—¿O sea? —inquirió Jenny.
—O sea que… —Incorporándose, Crystal levantó las rodillas
y apoyó en ellas los brazos—. Desde que Patty desapareció, nadie se había
preocupado por mí. —Las emociones empezaban a traducirse en el rostro de
Crystal a medida que intentaba poner orden en sus pensamientos—. He tenido
amigas, pero ninguna tan cercana, no como Laura. —La joven lanzó una leve
carcajada y miró a Jenny—. Ya se me había olvidado lo que se siente cuando le
importas a alguien. Cuando le interesa lo que pasa en su vida. Cuando…
—Cuando alguien pega tu examen con un imán a la nevera
—concluyó Jenny.
—¿No te parece estúpido? —Le preguntó Crystal—. Me pongo
en plan ñoño sólo con que Laura haya hecho eso. —Se limpió los ojos para
impedir que las lágrimas empezaran a caer.
—Hace mucho tiempo que nadie se ha dado cuenta de tus
habilidades y logros. —Jenny dejó el cuaderno a un lado y se inclinó hacia
delante—. Hace mucho tiempo que no permites que nadie se acerque a ti lo
suficiente como para que le importes. Te escondes en tu caparazón intentando
aislarte de todo, pero muy dentro de ti eres consciente de que ese caparazón es
un lugar muy frío.
—Ahí dentro nadie puede hacerme daño —afirmó Crystal sin
demasiado entusiasmo.
—Si no corres el riesgo de que te hieran, vas a perderte
el placer de que te amen. Es lo que implica vivir, en lugar de sólo existir.
—¿Cómo diablos hiciste para llevarme a este tema? —gruñó
Crystal—. Estábamos hablando de la insoportable tía de Laura.
—Y tú estabas cabreada cuando has entrado por la puerta.
Ahora estás tranquila. Es sorprendente lo que ocurre cuando te abres con
alguien, ¿no? —Jenny sonrió, ignorando la mirada de impotencia que la joven le
dirigía—. Bueno, así que quieres hablar de tu inquilina temporal.
—Inquilina del infierno —aclaró Crystal, recordando el
hecho de que Laura solía llamarla así cuando empezaron a vivir juntas—. Ya
sabes que Laura es una obsesa del orden. Pues comparada con Helen, yo también.
Te juro que es imposible entrar a una habitación sin que parezca que acaba de
pasar un huracán. Por lo menos, con Laura sé dónde están las cosas. ¿Sabes que
está usando mi taza?
—¿Quién está usando tu taza?
—Helen. —Crystal se sentó y miró a Jenny—. Nadie usa esa
taza excepto yo.
—¿Y sabía que era tuya?
—¿Cómo no lo iba a saber? —respondió ella. El que otra
persona hubiese usado su taza era visto por Crystal como una afrenta personal y
la calma con que Jenny se tomaba el asunto ya le estaba fastidiando—. Es la
única que lleva mi nombre.
—No recuerdo haberla visto por allí —señaló Jenny.
—Laura me la compró la semana pasada —dijo Crystal—. ¿No
te lo contó?
—Casi no hablamos desde lo de su madre. —Tomando
consciencia de dónde estaba, Jenny se enderezó y se aclaró la garganta—. Has
vuelto a meterte en el tema, Crystal.
—Ya, bueno, es que es difícil no hablar de la persona con
la que paso la mayor parte del tiempo, —Se quejó la rubia. Considerando que
había dejado clara su postura, volvió al tema que en realidad le importaba—.
Pues eso, que no respetó mi taza, e incluso muchas cosas de Laura. Utilizó esos
jaboncitos con forma de flor del baño porque dijo que no le gustaba cómo olía
el normal. —En este punto, negó con la cabeza—. Hace un montón de ruido y le
importa un comino lo que diga su sobrina.
—¿Sabes qué? —Esta vez, la terapeuta no fue capaz de
contener una sonrisa—. Creo recordar que hace como dos semanas tú estabas
echando pestes por la boca sobre esos… y cito textualmente… estúpidos jabones
de Laura.
Crystal se sonrojó levemente y bajó la cabeza en gesto de
derrota.
—Ya, bueno, es que eso fue antes de que Laura me dijera
dónde los había comprado y lo bien que se sentía al entrar al baño y olerlos.
En este punto, Jenny sonrió con deferencia, tal y como
hacía siempre que Crystal llegaba por sí misma al punto que ella quería.
—La tolerancia y la comprensión marcan la diferencia. Tú
eras incapaz de soportar ciertas cosas de convivir con otra persona, pero con
el tiempo no sólo has aprendido a aceptar las diferencias, sino también a
apreciarlas.
Crystal no hizo ninguna objeción al respecto y se limitó
a encogerse de hombros.
—Ella no está tan mal. Una vez que superas lo de la
limpieza compulsiva, al menos. Hay que conocerla, eso es todo.
—Me da que mucha de la gente de ahí fuera cae en la misma
categoría —dijo Jenny—. Hay personas que merecen la pena, si te tomas la
molestia de abrir los ojos.
El rostro de Crystal adquirió una mirada ausente y Jenny
esperó algunos segundos antes de aclararse la garganta con educación.
—Oh, perdona —dijo la rubia—. Estaba pensando en algo.
—Cuéntamelo. —La animó Jenny, abandonando el sofá y
ocupando uno de los puffs para estar más cómoda, con las piernas en el suelo y
la espalda recargada—. A juzgar por tu cara, no era malo.
—Me estaba acordando de una vez, como hace tres años, en
que salí a conducir por una carretera secundaria. Me paré en un mercadillo de
esos que montan en los garajes. Parecía que habían sacado todo aquello de un
vertedero. —La cara de Crystal empezó a animarse a medida que se incorporaba
para seguir con la historia—. Tenían ventanas con los cristales rotos, lámparas
que no funcionaban y cosas así. Si parecía basura, allí estaba. Así que empecé
a echar un vistazo. No sé por qué. Nunca compro cosas de esas.
—Me gustan las ventas de garaje —dijo Jenny—. Uno nunca
sabe qué se va a encontrar.
—Exacto —afirmó Crystal con entusiasmo—. Bueno, pues
detrás de todos esos chismes inútiles encontré una caja con un reloj, una
navaja y varias herramientas. Estaba todo a cinco pavos y me dio buena espina,
así que la compré. Fui llevando cada cosa a un montón de tiendas de
antigüedades y me saqué casi cien pavos. Todavía conservaba algunas baratijas
de madera hasta lo del incendio.
—Y la moraleja del cuento es… —preguntó Jenny con tono
juguetón.
—Que incluso la basura merece que le echen un segundo
vistazo.
—Nunca se sabe dónde vas a encontrar un tesoro —concluyó
la terapeuta. Tras mirar el reloj, Jenny frunció el ceño—. Bueno, ya basta de
hablar de todo lo que se mueve sobre la Tierra. Creo que es hora de jugar un poco, ¿qué
te parece?
Capítulo
48
—Lo mismo que
la última vez —respondió Crystal, adoptando en seguida su faceta más
desafiante. Tras recostarse contra el puff, se cruzó de brazos—. Me parece una
estupidez fingir algo que nunca sucederá.
—De eso se
trata el fingir —explicó Jenny con calma—. Uno encuentra seguridad en poder
gritarle a alguien con quien estás cabreado sin preocuparse de las
repercusiones físicas.
Aquella era una
batalla eterna con Crystal: el conseguir que se sintiera lo bastante segura
como para abrirse y dejar salir un poco de la rabia y el dolor que tenía
dentro. A pesar de la actitud que mostraba en ese momento, Jenny juzgó que
valía la pena intentarlo.
—A mí me parece
una estupidez. —Refunfuñando al volumen exacto como para que Jenny la oyera,
Crystal fue hasta la colchoneta que había en una esquina de la estancia, justo
detrás de los puffs—. Vale, ¿a cuál de mis padres quieres que ponga a parir
esta vez?
—¿A cuál te
apetece gritarle? —replanteó la terapeuta, a tan sólo unos pasos de su
paciente.
—A ninguno, la
verdad —dijo Crystal con tono aburrido—. No se merecen ni el esfuerzo.
—¿A ninguno?
Crystal
asintió.
—Me importan un
comino los dos. Que se vayan al infierno.
—¿Por qué?
—Ya sabes por
qué. Por lo que me hicieron. —Crystal comenzó a ponerse nerviosa y empezó a
darle pataditas al borde de la colchoneta con la mandíbula apretada—. Ella era
una inútil.
—¿Por qué crees
que tu madre era una inútil para ti? —Jenny mantuvo la distancia, pero se
colocó en un punto en que pudiera mirar de frente a la joven—. Díselo, Crystal.
—No le
importaba nada.
—¿Por qué?
Díselo —la urgió Jenny, manteniendo un tono calmado—. Yo soy tu madre, Crystal.
Dime qué hice para molestarte tanto.
La respiración
de Crystal pareció crisparse, al igual que sus movimientos, y empezó a caminar
de un lado a otro.
—No nos
esperaba en la parada del autobús como hacían otras madres. No nos hacía el
almuerzo y teníamos que comernos el que daban gratis en la escuela. Todos sabían
que era para niños pobres.
—¿Qué más?
Un gemido
ahogado escapó de los labios de Crystal.
—¿Qué más? ¿De
verdad quieres saberlo? —Fue hasta Jenny hasta quedar cara a cara con ella,
sintiendo que la mujer retrocedía levemente—. ¿Qué te parece no ocuparse de
coserme la ropa antes de ir a la escuela? ¿Y no hacernos una cena que no
viniese en una bandeja de metal? ¡La odiaba! —exclamó antes de dar media vuelta
e ir hasta donde colgaba el saco de boxeo, de espaldas a Jenny—. ¿Tanto te
costaba hacer una maldita comida decente de vez en cuando? —El puño derecho de
Crystal impactó con fuerza contra el saco—. ¿Tanto te costaba aparecer en una
reunión del colegio? —Un golpe seco reverberó en la habitación cuando Crystal
golpeó de nuevo—. ¿Por qué no le abandonaste? ¿Tan poco te importábamos?
Jenny se sentó
con las piernas cruzadas sobre la colchoneta, dejando que Crystal desfogara a
gusto toda su frustración y sus demandas sobre el saco. Estremeciéndose tras un
golpe particularmente fuerte, se hizo una nota mental de ofrecerle los guantes
para la siguiente sesión. La joven, cuyo derecho a ser oída le había sido
negado tanto tiempo, rugía su venganza, contando a gritos las injusticias que
había sufrido a cualquiera que quisiera escuchar. El ataque de ira de Crystal duró
aún un buen rato, tras el cual se dejó caer de rodillas agarrándose la cabeza.
Jenny cogió varios pañuelos de papel y cruzó la colchoneta a toda prisa,
alcanzando a la chica justo cuando comenzaba a llorar.
—¿Por qué?
—Crystal se sorbió la nariz, abrazándose con indefensión—. No entiendo por qué.
Jenny puso sus
manos sobre los hombros de Crystal y los apretó levemente.
—Tal vez nunca
entiendas por qué tu madre hizo lo que hizo, Crystal, pero en un momento dado
tendrás que aceptar que no puedes cambiar lo que pasó.
—No puedo
hacerlo, ¿verdad? —susurró la joven al tiempo que cogía un pañuelo y se
limpiaba la cara—. Pero eso no implica que duela menos.
—Es cierto. No
lo hace —dijo Jenny con suavidad—. Pero cuando uno aprende a aceptarlo y sigue
adelante, el dolor va desapareciendo. Tú eres una mujer fuerte, Crystal. Puedes
superar esto.
—A mí no me lo
parece —dijo Crystal con un hilo de voz—. Yo… siento que el dolor nunca
desaparecerá. —Las lágrimas y los sollozos comenzaron a ceder levemente.
Avergonzada por semejante despliegue de emociones, Crystal tomó otro pañuelo y
miró cara a cara a la mujer—. ¿Así es como sabes que la cosa funciona, doc?
—Los psicólogos
tienen que cubrir una cuota diaria de pacientes a los que deben hacer llorar
—bromeó Jenny—. ¿Qué puedo decir? Iba con retraso.
—El espectáculo
que te acabo de montar debería valerte para varias semanas —respondió Crystal,
respaldando el comentario con una leve sonrisa. Ya confiando en controlar sus
sentimientos, se levantó y fue hacia el sillón reclinable.
Jenny, por su
parte, permaneció sobre la colchoneta y se giró para quedar cara a cara con la
paciente.
—¿Qué sientes
en este momento?
—Estoy bien
—contestó Crystal automáticamente.
—No te he
preguntado que cómo te sientes. Te he preguntado qué sientes. Lo de “bien” no
cuela. Inténtalo otra vez.
Crystal
traspasó a la terapeuta con la mirada, pero el efecto se vio mermado por el
enrojecimiento de sus ojos y su aire demacrado. Encogiéndose de hombros, trató
de encontrar las palabras que se arremolinaban en su interior.
—No sé. Vacía,
supongo.
—No lo dudo
—dijo Jenny con dulzura—. Pero me da que ahí dentro debe haber algo más de lo
que dices.
Asintiendo con
renuencia, Crystal le dirigió una media sonrisa.
—Supongo que
por eso eres la terapeuta, ¿eh, doc? —Con un suspiro, intentó aclarar un poco
más sus ideas—. A veces me pregunto qué estará haciendo, si es que no le
abandonó. Cuando era pequeña, siempre pensaba que entonces todo iría bien.
—Ahogó una carcajada—. Sueños de niños.
—Ya no eres una
niña.
—Todo esto es
absurdo. ¿Cómo puede ser? ¿Por qué la odio en un momento y luego me pregunto
cómo estará?
—A lo mejor no
es odio lo que sentías. La gente va a decepcionarte. Eso es un hecho. Cuando lo
hace un amigo o un conocido es una cosa, pero cuando se trata de alguien más
cercano, resulta muy difícil de aceptar.
Crystal miró a
Jenny con aire pensativo y asintió.
—Esto no va a
ser fácil, doc.
—Ya te he dicho
que crecer no es fácil —dijo Jenny—. Y te guste o no, vas a tener que recorrer
el camino con ayuda. No tengas miedo de pedirla cuando lo necesites.
—Eh, oye —dijo
Crystal mirando el reloj—. Nos hemos pasado de hora.
—A veces pasa
—contestó Jenny poniéndose en pie—. Esta vida no siempre se ajusta a los
horarios. —Crystal iba a levantarse también, pero se detuvo al ver el gesto
negativo de la terapeuta—. Aún no. Hay que cerrar la sesión antes de que te
vayas.
—Ah, genial
—dijo Crystal sin demasiado entusiasmo—. Me encanta eso de los cierres.
—Lo sé —afirmó
Jenny volviendo al sofá—. Es tu parte preferida después de lo del abrazo, ¿a
que sí?
—Sí, no puedo
decidirme entre las dos —afirmó Crystal con acritud—. Y después de esto voy a
tener que ir a la tienda a comprar crema, porque a Helen no le gusta el café
con leche.
—Considerando
cómo estabas cuando has entrado por la puerta, seguro que se alegrará que hayas
venido aquí primero.
—Ya, bueno…
—Crystal se encogió de hombros—. Me las arreglaré.
—Tolerancia y
paciencia, Crystal. Recuérdalo. —Jenny se recostó y agarró su carpeta—. Bueno,
vamos a cerrar esto para irnos a casa.
********
A Crystal no le
hizo falta abrir la puerta para identificar la música que aporreaba las
paredes. El hecho de que el Jeep no estuviera aparcado fuera sólo podía
significar una cosa: Helen estaba sola en casa y Crystal tenía que entretenerla
hasta que Laura regresara. Con un profundo suspiro, giró el pomo y entró.
Laura parecía
llevar fuera un buen rato a juzgar por el escenario, digno de un desastre
natural, que se le presentó. Helen estaba tirada sobre el sofá con el mando a
distancia en una mano y el teléfono en la otra. La mesita del café estaba
enterrada bajo un montón de envolturas de chicle y otros papeles. Al verlo,
Crystal se fue directamente a la cocina para no oír la conversación telefónica
de la mujer.
Seguro que es
de larga distancia, pensó mientras metía la crema en la nevera. Una caja de
seis cervezas casi vacía captó su atención. Espera, espera… yo tenía cuatro de
esas cuando me fui a trabajar esta mañana. Con renovado mal humor, agarró la
botella que quedaba y cerró la puerta con fuerza.
—Ah, ahí estás
—exclamó Helen desde la puerta—. Te he visto entrar, pero estaba al teléfono.
¿Te has acordado de traerme la crema?
—Está en la
nevera —respondió Crystal acodándose en el mostrador y llevándose la botella a
los labios—. Y por cierto, la cerveza que te has bebido era mía.
—¿En serio?
Vaya, perdona por no preguntarte. Di por hecho que me la podía tomar. —Sin el
sombrero, el cabello plateado de Helen se erguía casi de forma vertical sobre
su cabeza y Crystal se preguntó para sí si le habría llevado una foto de
Phyllis Diller al peluquero.
—Supongo que no
podías saberlo si nadie te lo dice —convino Crystal a regañadientes—. Casi todo
lo que hay en la nevera es comunitario, excepto la cerveza y esas cosas de
nueces que le gustan a Laura.
—Y dime, ¿qué
tal te ha ido hoy? —preguntó Helen, cruzando la habitación y acomodándose
frente a la mesa de la cocina.
—Normal. Ya
hemos terminado con los muros del segundo piso.
—Me vas a
perdonar, pero creo que estás demasiado buena como para andar jugando a Rosie la Remachadora. Podrías
ser modelo.
Crystal echó
otro trago sin ninguna intención de abandonar el mostrador.
—La belleza se
acaba tarde o temprano. Además, yo no remacho nada. Le pongo cemento a las
estructuras. Toda una habilidad en la industria de la construcción.
—A mí me parece
un poco de marimacho.
“No te he pedido tu opinión”, pensó Crystal.
—En fin… ¿Dónde
ha ido Laura?
—A ver a su
madre. Yo estuve esta mañana, pero Gail tenía esa actitud tan suya después de
la menopausia que le impide mantener una conversación normal.
—Por lo menos
se encuentra mejor y has podido entrar a verla otra vez.
—Bah. —Helen
hizo un gesto despreciativo con la mano—. No va a enterrar el hacha de guerra
tan fácilmente, y yo tampoco. Debí haber llamado simplemente para ver cómo
estaba, pero me apetecía tomarme unas vacaciones.
—Bueno, estoy
segura de que tu hermana te agradece el que hayas venido a verla desde tan
lejos.
Levantando la
botella una vez más, se sorprendió al encontrarla vacía. Sabía que tenía que
comprar más en la tienda.
—¿Agradecérmelo?
Por favor. —Helen hizo una mueca de disgusto—. Esa mujer no me ha dado las
gracias por nada en su vida.
—Yo no conozco
a la Sra. Taylor
lo suficiente como para decir nada, pero daría mi brazo derecho por saber dónde
está mi hermana ahora mismo. —Dándose cuenta de que había hablado de más,
Crystal dejó la botella en el mostrador y abrió la nevera—. Será mejor que vaya
haciendo la cena.
—¿No sabes
dónde está tu hermana? —preguntó Helen—. ¿Os habéis peleado o algo así?
Crystal negó
con la cabeza.
—No. Patty se
escapó de casa cuando era adolescente. No la he visto desde entonces. —Tras
sacar las sobras de pollo y dejarlas en la encimera, Crystal se quedó pensativa
un momento antes de volverse hacia Helen—. Oye, ya sé que no es asunto mío,
pero la Sra. Taylor
es tu hermana. ¿Es que no te importa cómo esté?
—Pues claro que
sí —dijo Helen con tono cortante—. Esa no es la cuestión.
—¿Y cuál es la
cuestión? —preguntó Crystal suspirando—. ¿Tan importante es si no ha terminado
de pagar la casa o que sus ideas políticas no sean las mismas que las tuyas? Tú
elegiste una vida de fiestas y multitudes. Viajar es tu mundo. Ella eligió una
familia y ese es su mundo. ¿Es que no puedes aceptar que sois diferentes y ya
está? —Sacó una sartén del estante bajo el mostrador y la soltó con un fuerte
golpe—. ¿Crees que no tiene miedo de estar en ese hospital sabiendo que se
habría muerto si su hijo no hubiera estado en casa ese día? —La bandeja y el
pollo fueron a dar sobre el fogón sin demasiados miramientos—. ¿Te parece que
Laura no está preocupada por su madre? Lo que menos necesita ahora es llegar a
casa y oírte machacar los mismos temas una y otra vez. ¿Realmente importa quién
tiene razón o quién está equivocada?
—No sabía que
te afectara tanto —dijo Helen, con una voz un poco más sumisa—. Normalmente
saludas a Laura y te vas arriba.
—Ya, bueno, yo
no soy de la familia e intento mantenerme al margen, a no ser que Laura
necesite hablar.
—Por no
mencionar cierto olor a hierba que sale de tu habitación.
Crystal se
sonrojó levemente.
—Ah, ya…,
bueno…
—Había pensado
preguntarte sobre eso. Se me olvidó echar la mía en la maleta cuando vine.
—Oh. —Captando
la indirecta, Crystal asintió—. Sólo puedo fumar hierba en mi habitación. Con
los cigarrillos no hay problema. A Laura le preocupa que los vecinos me vean
encendiendo un porro.
—Pues es una
buena forma de trabar amistad con los vecinos —dijo la mujer—. Los míos suelen
venir para que les dé un poco.
—Nunca me
hubiera imaginado que fumas —dijo Crystal sintiendo que la rabia de antes
empezaba a disiparse. Se inclinó contra el mostrador, resistiéndose a la
tentación de ir a sentarse con la tía de Laura en la mesa.
—Si me comparas
con mi sobrina, supongo que soy lo que se dice una rebelde. Iba mucho a las
discotecas en los setenta, pero estoy segura de que Laura no lo sabe. Su madre
la aislaba de aquel “sórdido” modo de vida, como solía llamarlo. —Helen le
quitó importancia al asunto con un ademán—. Ven a sentarte conmigo. No me gusta
hablarle a las paredes. —Crystal dudó un momento y luego cedió, colocándose
justo al otro lado de la mujer—. Eso está mejor. Tengo que admitir que no te
pareces nada a las otras novias de Laura.
—No somos
novias —le recordó la rubia.
—Bueno, digamos
amigas mujeres, no de amantes lesbianas —aclaró Helen—. Aunque tengo que
admitir que Laura debió haber tenido mucho valor cuando salió del armario con
su madre.
—Laura es muy
valiente —convino Crystal.
—Nunca se lo
dije, pero me siento orgullosa de que se mantuviera firme en ese aspecto y no
dejara que su madre la llevara a un psicólogo. —Una sonrisa malévola cruzó los
labios de la mujer—. Debo confesar que yo he estado tentada de cruzarme de
acera una o dos veces. ¿Te acuerdas de la serie aquella que se llamaba Wagon
Wheel? Podría contarte un par de cosas de la actriz que hacía de Carol.
La referencia
se abrió paso en la mente de Crystal. Aunque sólo recordaba la serie vagamente
de cuando era pequeña, el significado estaba claro.
—¿Entonces eres
bisexual?
—Supongo. Llevo
muchos años sin estar con una mujer, pero nunca es tarde. ¿Y tú qué?
—Yo soy hetero
—contestó Crystal.
—Ya veo. ¿Hay
algún hombre en tu vida? Conozco a un chicarrón que está como un queso y se
moriría por andar con un bombón rubio como tú.
Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles
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