Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

El Corazón de Cristal - 27 y 28

Capítulo 27

La luz cercana iluminó esa área apenas lo suficientemente para ver la cara de Crystal.
—Um... —La rubia intentó de nuevo—. Gracias por lo de hace un momento. Sé que lo hiciste por mí —miró alrededor, aún nerviosa de las sombras en la oscuridad.

—Hey... —Laura levantó su mano, tomó la barbilla de la stripper y ladeó su cabeza a manera que sus ojos se encontraran—. Sé que te da miedo estar en la oscuridad.
Crystal inclinó la cabeza y comenzó lentamente a caminar de regreso a la feria, Laura rápidamente cogió el paso al lado de ella.
—Pero me estoy divirtiendo. —La joven dijo firmemente—. No voy a permitir que esto me asuste. —Ella le dio a Laura un codazo juguetón—. Venga, vamos a encontrar un juego donde te pueda patear el trasero y ganar un premio para ti. —Crystal sostuvo en lo alto el osito de peluche para mostrárselo—. Tal vez pueda ganar uno más grande que este.
Laura contuvo una protesta. Seguramente ella podría encontrar un espacio en su recámara para el animal si Crystal quería ganar un premio para ella.
—Seguro, suena divertido. Vayamos a ver que juegos tienen los mejores premios.
Mientras buscaban el oso de peluche más grande en la feria, se detuvieron para que Crystal comprara otra cerveza y una botella de agua. Mientras esperaba, Laura dejó a sus ojos vagar por los alrededores, captando los sonidos y formas de la feria anual. Había personas de todas las edades, niños pequeños siendo llevados por sus padres, parejas de viejitos esforzándose por no ser atropellados por los adolescentes. Un centelleo brillante atrapó la atención de Laura moviéndose más cerca de la fuente.
“Perfecto”, ella pensó cuando vio el brillante letrero: El Juego de Cristal. Lo que había provocado su atención fueron varios cristales en forma de copo de nieve que colgaban de una cuerda plástica delgada. Eran del tamaño perfecto para colocarlo en su espejo retrovisor y eso había sido algo que Laura siempre había querido comprar pero nunca antes había encontrado uno de este tipo.
Ella estudió de qué trataba el juego, intentando resolver el truco para ganar. Desafortunadamente no había realmente alguna manera fácil de ganar. Era una mesa plana grande situada a la mitad de la cabina. Varios recipientes estaban colocados pegados unos con otros, cada recipiente de diferente color. El área del juego estaba cercada con una soga y una apenas inflada pelota para ser usada. Los ganadores fueron aquellos que tenían  su dinero sobre el color en que la bola aterrizó, logrando obtener así el premio correspondiente.
Laura rápidamente hizo las matemáticas. Había muchos recipientes cuadrados cafés, seguidos por rojos, verdes, amarillos, y negros. El que sobresalía era una copa plateada y era allí donde la pelota tenía que aterrizar para poder ganar el colgante de cristales. De otra manera el jugador se ganaría un regalo que correspondiera con el color donde aterrizara la pelota. “No hay duda de que son cristales de verdad y no de plástico corriente”, ella pensó, mientras le daba la espalda a la cabina. Laura dio sólo un paso antes de encontrarse cara a cara con Crystal.
—Aquí no tienen ositos de peluche. —dijo Crystal, mirando la cabina de donde venia Laura.
—Estaba viendo los colgantes de cristales, pero es imposible ganar. Venga, vamos a seguir buscando.
—No, espera un minuto,
Crystal caminó hacia la cabina y se apoyó contra el riel, observando y aprendiendo cómo se jugaba el juego. Metiendo la mano en el bolsillo, saco un cuarto de dólar apostando al color plateado. El asistente continuaba llamando a personas para que se integraran al grupo y se ganaran un premio, pero cuando ya ningún otro se aproximó, él se vio obligado a darle la pelota a ella.
—Échala adentro del hoyo. Si tu dinero está en el color al que le atines, ganaras el premio que corresponda a ese color.
Crystal tiró la pelota, frunció el ceño cuando aterrizó en un recipiente café. Laura puso su mano en el hombro de la rubia.
—Vamos, encontraremos alguna otra cosa para jugar.
—¿Qué harías si me lo ganara?
—Siempre he pensado que sería agradable tener un colgante para mi espejo retrovisor —dijo Laura, regresando su mano a su costado—. Pero no puedes ganar este. Es un truco. Hay sólo un recipiente plateado en toda la mesa y está justo en la esquina. Eso es imposible de conseguir.
El asistente escuchó sin intención la queja de la morena mujer y bufó, ajustando los recipientes para otro juego.
—¿Usted va a seguir jugando o a seguir intentando ahuyentar a mis clientes? —se quejó el asistente.
—¿Realmente lo colgarías en tu espejo retrovisor si lo gano? —preguntó Crystal, colocando otro cuarto de dólar sobre el color plateado.
—Por supuesto que lo haría. ¿Por qué supones que no lo haría?
—No lo sé. Usualmente las personas allí cuelgan cosas que son importantes para ellos, como borlas de graduación o cosas como esas. De un amigo o algo. —Dándose cuenta de cómo sonó, Crystal tomó la pelota y la lanzó en el hoyo antes de sacar sus cigarrillos del bolsillo y encender uno.
—Exactamente porque lo pondría allí —dijo Laura quedamente—. Siempre exhibo los regalos que me dan mis amigos.
Ella devolvió la sonrisa que vio en la cara de Crystal.
“Esto va a tomar tiempo” —pensó, convencida que la linda rubia gastaría hasta su último dólar para ganarse un colgante.
No pasó su último dólar, pero sí diez dólares y tres cervezas más tarde, antes de que Crystal finalmente hiciera que cayera la pelota en el recipiente plateado.
—¡Muy bien! —Ella gritó antes de ser absorbida en un abrazo de oso de Laura.
—¡Lo hiciste! —La escritora dijo excitada mientras daba un paso atrás.
El asistente, habiendo obtenido más dinero del que había esperado, sonrió también y recogió la percha de los colgantes para que la mujer morena escogiera uno. Laura escogió un octogonal multifacético con un diseño de copos de nieve.
—Oh, es muy bonito —susurró, levantándolo hacia la luz y moviéndolo en varias direcciones para ver el arco iris de colores que se reflejaban en todas direcciones. No queriendo meterlo en su mochila, comprobó lo largo del nailon adjunto y lo colgó alrededor de su cuello. Crystal simplemente se apoyó contra la cabina y sonrió, terminando lo último de su cerveza.
—Me alegro que te haya gustado —dijo, peleando contra un bostezo.
—Me gusta, muchísimo —le aseguró Laura, señalando con el dedo el colgante—. Gracias
—No fue nada. ¿Qué quieres hacer ahora?
Habiendo visto el bostezo reprimido, Laura decidió que ya era hora de dar fin al paseo. Eran ya después de las nueve y ella todavía tenia que intentar escribir algo.
—¿Por qué no vamos a uno o dos juegos más y después nos retiramos? Aún tenemos algo de lo que ganamos en el blackjack.
—Si creo que ya es tarde —dijo Crystal—. Pero demos algunos paseos primero.
—Seguro. Tú escoge, y nos pondremos en camino. —Laura estuvo de acuerdo.
Una enorme sonrisa cruzó la cara de la stripper.
—Te juego unas carreras hasta el barco pirata.
—¿Y nos sentaremos hasta el extremo esta vez? —preguntó Laura esperanzadamente.
—¿Qué te parece a la mitad entre el centro y el extremo esta vez? Y para la próxima vez nos sentamos en la parte extrema.
—Hecho —dijo ella, siguiendo a Crystal a través de la feria hacia el barco pirata. 
********

Crystal sonrió frente al estacionamiento del edificio. Una mirada rápida a su reloj de pulsera le indicó que tenía menos de cinco minutos para estacionarse y llegar hasta el consultorio de Jenny para su sesión. Después de aparcar el coche, cruzó a través de la puerta giratoria del edificio.
—Buenos días, señorita Sheridan —dijo Catherine, mirando en la libreta de citas de Crystal—. La señorita Foster la atenderá en un momento.
Ella asintió y dio un leve gruñido de aceptación antes de tomar asiento en una de las sillas cercanas a la pared. “Necesito más café”, pensó,  deseando haber dormido otros veinte minutos esta mañana. Por supuesto que tenía que aceptar una cita temprano debido a la regla de Jenny de no beber o fumar marihuana antes de la sesión. “Supongo que no puedo quejarme”. Ante el sonido de una puerta abriéndose, levantó la mirada y vio a Jenny.
—Buenos días, Crystal. ¿Comenzamos?
—Siéntate donde quieras —dijo Jenny mientras cerraba la puerta detrás de ellas.
Las elecciones de Crystal eran las mismas de la cita anterior, el sofá, la silla o las bolsas acojinadas. Sin pensarlo, escogió la silla, recogiendo sus piernas debajo de ella en el cojín grueso de piel.
—¿Y cómo estás esta mañana? —preguntó la terapeuta mientras tomaba asiento en el sofá, con un portapapeles en su regazo.
—Bien. —Crystal limpió sus manos sudorosas sobre sus piernas, sorprendida por el aumento de temperatura de su cuerpo. Era un sentimiento que ella no había experimentado desde que una vez fue llevada a la oficina del director en la escuela secundaria—. Sólo necesito un poco de café, supongo.
—Adelante, toma el que quieras. Hay una cafetera sobre la mesa justo en aquella esquina —dijo Jenny—. Si lo prefieres, puedes traer una taza grande sólo para tu uso.
—No; gracias de cualquier manera, doc. —Se puso de pie y caminó hasta la máquina de café, tomando un vaso blanco de unicel—. No estoy acostumbrada a usar mucho las tazas. Además, la mayor parte de las que tenía, se quemaron en el incendio.
—No tiene nada de malo tener una taza favorita para el café, Crystal. Algo especial para ti. ¿Tuviste alguna cosa especial cuando eras niña?
Crystal dejó de echar crema a su café y miró hacia abajo, viendo como se mezclaba el café de moca con la crema.
—No tuve nada especial cuando era niña, doc. Sólo tuve a Patty—. Lanzando el agitador plástico a la basura, volvió a su silla y miró a su amiga/terapeuta—. ¿Es por eso que estoy tan condenadamente mal? ¿Porque jamás tuve una taza especial para mí?
—Preferiría que no pensaras en ti misma como si fueras un objeto dañado, Crystal. —Jenny amonestó amablemente—. Hablando de daño. Hablemos sobre esa horrible herida en tu cara.
—Te dije el sábado en el juego que no fue nada.
—Y creo que te dije lo que pensaba de esa respuesta. No evites las responsabilidades, Crystal, ¿recuerdas? Así que dime quién te golpeó y por qué.
—Fue un estúpido universitario que alardeaba con sus amigos. Él quiso algo más que sólo mirar y cuando intenté escaparme él me golpeó.
—¿Cómo te hizo sentir eso?
“Oh, genial. Aquí vamos con las preguntas escabrosas”, pensó Crystal.
—¿Cómo piensas que me hizo sentir? —contestó ella, cruzando sus brazos sobre el pecho y clavando los ojos en los diplomas de la pared. Estaban demasiado alejados como para poder leerlos pero era mejor que estar mirando a Jenny a los ojos.
—Preferiría que me lo dijeras en lugar de intentar adivinar —argumentó Jenny—. Hagamos la pregunta aún más fácil. Olvídate de ese incidente. ¿Cómo te hace sentir el desnudarte en general?
Ella se encogió de hombros.
—Es un trabajo.
—Así como lo es ser terapeuta.
Crystal captó un movimiento por el rabillo de su ojo y giró su cabeza para ver a la mujer castaña escribir algo.
—¿Qué?
—¿Hmm?
—¿Qué estas escribiendo?
—Sólo escribo una nota, Crystal. Hay muchas cosas que se hablan a veces y hago notas para recordar algún tema en particular.
—¿Y qué es lo que escribes? —Ella se sorprendió cuando la terapeuta le entregó el portapapeles.
—Mira por ti misma. No hay nada allí que sea un secreto para ti —dijo Jenny—. Todo lo escrito allí es sólo para ayudarte, y no para lastimarte.
Crystal tomó el portapapeles y miró el papel sobresaliente. Una línea mostraba la fecha actual y varias palabras escritas con letra no muy claras por la escritura a mano de Jenny. Ella se encogió de miedo por una palabra rodeada con tinta azul: el cuaderno de apuntes.
—Um, yo, uh…, olvidé lo del cuaderno de apuntes. No voy mucho a la tienda.
—Esto no va a funcionar —dijo Jenny mientras se levantaba del sofá y se dirigía a su escritorio—. No puedo trabajar así. Tienes que querer cambiar lo suficiente como para hacer las cosas que necesitas hacer. —Ella abrió una gaveta y sacó un cuaderno de apuntes—. Toma. Tráelo cada vez que vengas. No tienes que mostrarme lo que escribes si no quieres pero espero que escribas a diario en él.
Tomando el cuaderno de apuntes, Crystal lo abrió y pasó algunas páginas. No había nada escrito solo eran hojas blancas con delgadas líneas azules.
—Yo… no soy buena escribiendo —cerró el cuaderno y lo colocó al lado del café.
—Piensa que es como un diario.
—Los diarios son estúpidos. ¿Por qué escribir todos tus secretos justo para que alguien pueda descubrirlos?
—¿Es a lo que le temes? —Jenny regresó a su posición casual en el sofá—. ¿Que alguien pueda usar tus palabras contra ti?
—Ni siquiera sabría sobre qué escribir.
—Escribe acerca de cualquier cosa que te venga a la mente de la manera que quieras. Puede ser poesía, prosa, una carta para un viejo amigo, cualquier cosa.
—Yeah, bien —dijo ella, resignada garabateando algo en el cuaderno. Sintiendo una pausa en la conversación, levantó la taza de café y bebió un sorbo.
—¿Estás cómoda? —preguntó Jenny.
Crystal colocó sobre el suelo la taza y cruzó sus brazos antes de asentir con la cabeza
—Bien. —La terapeuta continuó—: ¿Has estado leyendo tus meditaciones matutinas?
 Otra inclinación de cabeza.
—El tema de hoy es acerca de saber de donde viene la culpa.
“Uh oh”. Crystal se tensó, cruzando sus piernas al estilo indio. El sentimiento de estar en la oficina del director regresó con fuerza renovada.
—Sé de dónde viene la culpa —dijo ella suavemente, fijando de nuevo su mirada a los diplomas de la pared.
—¿De dónde?
—De él.
—Dime su nombre.
—Él. El inútil marido de mi madre.
—Tu padre.

Capítulo 28

Crystal gruñó y tomó una aspiración profunda.
—¿Cómo lo llamabas?
—¿Te refieres aparte de llamarlo maldito bastardo? —Ella cambió de posición otra vez, deseando tener permiso de fumar en la oficina de la terapeuta.
—Aparte de eso. —Jenny dijo con una sonrisa ya conocida.
—Le llamábamos... —Le tomó algo de esfuerzo decir las palabras—, papi. —Crystal no hizo el menor esfuerzo para ocultar el veneno en su voz—. Él no merecía que lo llamáramos así. Odio al maldito.
—¿Por qué?
—Tú sabes por qué. Te dije que nos lastimó a Patty y a mí.
—Hay muchas formas de lastimar a alguien, Crystal. ¿Qué hizo él?
Su pie se contrajo nerviosamente.
—No lo sé, de todo, creo.
—Tú lo sabes bien. No acepto un no lo sé.
Crystal se giró y miró a la terapeuta.
—Él nos pegaba —dijo coléricamente—. Él pensaba que por ser nuestro padre le daba el maldito derecho de pegarnos cada vez que se le antojaba. ¿Eso es suficiente? —Ella regresó la mirada hacia los diplomas, esperando la reacción por su despliegue emocional.
—Tú dímelo —dijo Jenny serenamente—. ¿Tus pesadillas son sobre tu padre golpeándote a ti y a Patty?
—Son sobre un montón de cosas. —Ella se encogió de hombros, su cólera disminuyó algo por el tono suave de la terapeuta—. Algunas veces.
—¿Sobre qué son tus pesadillas la mayoría de las veces?
Cristal comenzó a mover el pie nerviosamente.
—Diferentes cosas. —“Sólo dilo”, una pequeña voz gritaba en su cabeza. “Vamos. Dile como el solía meterse dentro de tu cama por las noches. Cuéntale la pequeña sucia niña que eras”. La respiración del Crystal aumentó, las grandes paredes de la oficina parecían cerrarse hacia ella.
—Y-yo tengo que irme —dijo repentinamente, levantándose de su silla.
—Crystal, espera. —Jenny se levantó igualmente, el portapapeles cayó al suelo desde el sofá.
—No, me tengo que ir.
—Puedes terminar una sesión en el momento que tú quieras pero no quiero que salgas huyendo sólo por que tienes miedo de afrontar los sentimientos que surgen de pronto. —Ella alcanzó a Crystal y recogió el cuaderno de apuntes—. Recuerda que cualquier cosa que digas en esta habitación, cualquier cosa que escribas en este cuaderno, se queda aquí. Nadie va a usarlo en tu contra o juzgarte por eso. —Dando el cuaderno de apuntes a Crystal, ella agregó—: Además, tengo el presentimiento de que tú ya te juzgas lo suficiente por eso.
Mientras las paredes parecían dejar de acercarse, la joven aún se encontró incapaz de mirar de frente a Jenny, escogiendo en lugar de eso, mirar la cobertura blanca y negra del cuaderno de apuntes.
—¿Eso crees, huh, doc?
—Sí, eso creo —dijo Jenny suavemente. Crystal intentó no sobresaltarse cuando sintió la suave presión de la mano de la terapeuta presionando su hombro—. Vamos a trabajar en eso. —Soltando el agarre, Jenny dio un paso hacia atrás—. Muy bien, puedo ver al conejo atrapado mirar a través de tus ojos. Lee tus meditaciones, escribe en tu cuaderno de apuntes, y lo más importante de todo, haz algo agradable por ti misma cada día.
Crystal comenzó a rodar sus ojos. “Oh si, hacer algo agradable por mi cada día. Sigue viviendo en las nubes, doc”.
—Yeah, Ok, doc. Te veré la semana próxima.
********
¡Screeeech!
Crystal presionó ambos pies en el pedal del freno para evitar golpear por detrás al camión delante de ella. Un segundo más tarde se dio cuenta de la razón por la que paró en seco, había un enorme congestionamiento.
—Oh, odio conducir en el centro —dijo en voz alta.
Al Omni no le funcionaba el aire acondicionado, algo muy necesario para el caluroso mes de Julio, obligándola a dejar las ventanillas abajo con la esperanza de alguna brisa pasajera. Rodeada por varios grandes edificios, esa esperanza rápidamente se desvaneció.
A medida que avanzaba a la siguiente cuadra vio un espacio libre para estacionarse, el primero en diez minutos. Crystal tomó un paño para secarse el sudor de la cara.
—¡Ah. demonios!
Rodeado por hierba pulcramente cortada estaba una bomba para incendios, revelando el porqué ese espacio estaba desocupado. Decidiendo correr el riesgo, aceleró con fuerza el coche y se estacionó en el espacio. Estirándose en el asiento, subió las ventanillas dejando un espacio pequeño abierto, esperando que fuera suficiente para prevenir que el interior del coche se convirtiera en un sauna.
Un gran letrero situado junto con una larga cadena rodeando el edificio anunciaba que era otro proyecto de construcción de M. Swenson.
“Ahora el problema será encontrar a Michael”, pensó, abriendo el portón y entrando al área de la construcción. Los montones de escombros estaban en todos lados, pulcramente organizados según el tipo de material. Observó a los trabajadores moviéndose de un lado a otro, acarreando pedazos de madera quemada y retorcidos metales. “Él debe estar dentro en alguna parte”.
—Disculpe señorita, esta es un área peligrosa. No puede andar caminando de un lado para otro sin un casco.
Ella giró y vio a un hombre alto que caminaba hacia ella llevando puesto un casco amarillo de protección.
—Señorita, estamos tirando cosas por las ventanas y desde el techo. Usted no debería estar aquí.
—Ando buscando a Michael Swenson.
—Él está dentro, pero usted no puede entrar sin un casco de protección. —Él señaló una bóveda dentro del edificio—. Espere allí. Para que no corra el riesgo de que algo pueda caer sobre usted. En un momento regreso.
Él salió corriendo del edificio, regresando momentos más tarde con un casco protector en su mano.
—Tenga. La oficina de Michael está en la parte de atrás. Vaya hacia abajo y doble a la derecha. No está difícil de llegar.
—Gracias.
Michael estaba hablando por teléfono cuando ella entró.
—Espera un minuto, Peter, ¿Ok? —Él colocó el teléfono en su pecho—. Hey, Hola señorita Sheridan. Estaré en un momento con usted —regresó el teléfono a su oreja—. ¿Peter? Te llamo luego. Alguien acaba de llegar. Ok, bien. Bye. —Colocando el teléfono en su lugar, el enorme hombre rubio sonrió y rodeó el escritorio—. ¿Cómo estás?
—Muy bien gracias, y, por favor, llámame Cristal.
—Bien, y dime, ¿qué te trae por aquí?
—Mencionaste la semana pasada en la cena que estabas buscando ayuda.
—Sí pero sólo en trabajo de demolición. Tú sabes, trabajo duro. —Él la miró escéptico—. No creo que sea un trabajo adecuado para ti.
Crystal se quitó el casco protector, confiada en que nada le caería sobre la cabeza mientras estuviera en la oficina.
—Es sólo sacar cosas fuera, ¿correcto? ¿Muebles viejos y cosas? Laura dijo que ya la habías contratado antes.
—Bueno, sí la he contratado pero, de hecho, este es un trabajo muy duro y de gran esfuerzo, Crystal. No estoy seguro si te conviene este tipo de trabajo. —Él se apoyó contra su escritorio—. Por favor, toma asiento. ¿Por qué querrías hacer algo como esto? Y lo más importante, ¿Qué le pasó a tu cara?
—Fue un borracho en el club —dijo ella, contestando la última pregunta primero—. Y necesito el dinero. No puedo trabajar en el club así como estoy.
Michael caminó hacia el archivo y recogió uno de los portapapeles que estaban encima.
 —Supongo que es justo darte una oportunidad —dijo él—. Llena esto y necesito una copia de tu tarjeta de seguro social y licencia.
Él le dio el portapapeles, que contenía varias formas para empleo.
—Contrato por día, pago por semana. El día de paga es el lunes después de una semana trabajada. Diez dólares por hora, el almuerzo es de media hora y diez minutos de descanso cada hora. Te proporcionaré un par de guantes y un casco, pero tendrás que conseguir tus botas. Me temo que esos zapatos de piel no funcionan aquí.
—Está bien. Puedo conseguirme las botas hoy. —Ella rellenó las diversas líneas de información requerida mientras hablaban—. ¿A qué hora?
—Abro el portón a las siete y lo cierro a las seis. —Él señaló el reloj que estaba en la pared—. Los últimos seis dígitos de tu número de seguro social serán tu código.
—Um... —Crystal hizo una pausa en la pregunta siete de la forma—. ¿Qué pasa si no tengo la respuesta para cada pregunta?
—Entonces deja ese espacio vacío. Son las preguntas resaltadas las que si son requeridas —dijo él, tomando la cafetera—. ¿Gustas algo de café?
—Por favor…, y no tengo respuesta para una pregunta requerida.
—¿Crema y azúcar? ¿Cuál pregunta?
—Ambos, por favor, y es la pregunta acerca de a quién contactar en caso de emergencia. ¿No puedo dejar ese espacio vacío?
—¿No tienes familia por aquí?
—No.
Michael se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo suelo poner a Peter. ¿Por qué no pones a Laura? —Él abrió una pequeña alacena y sacó el café y la crema—. Quiero decir, yo sé que ustedes no son amantes o algo así, pero son amigas, ¿es correcto? Estoy seguro que si algo te ocurriera a ella le gustaría saberlo. —Él le dio la taza de café—. Espero que no haya quedado muy dulce.
Crystal tomó un sorbo y negó con la cabeza.
—No, está bien. ¿Y cuándo puedo empezar?
—Tan pronto como consigas tus botas de trabajo. Mi seguro no te deja trabajar sin ellas. —Él miró su reloj de pulsera—. Es casi mediodía. Debes trabajar un mínimo de cuatro horas diarias así que si puedes regresar a las dos p.m., puedes comenzar hoy. De otra manera será hasta mañana.
Él tomó una tarjeta de presentación y escribió algo en la parte trasera de la tarjeta.
—Si tomas la avenida cincuenta y seis hacia el aeropuerto, hay una tienda que ofrece precios bajos cerca de la vieja fabrica de Miller’s. —Le entregó la tarjeta—. Este chico te dará un trato realmente bueno, sólo muéstrale la tarjeta.
—¿Es amigo tuyo?
—Un ex-amante de hecho, pero le hace descuentos a las personas que yo le mando —Él observo el portapapeles—. ¿Ya tenemos todo?
—Sí, ya casi —Ella sacó su cartera de su bolsillo—. Aquí esta mi licencia… y aquí está la tarjeta del seguro social.
—Bien. —Michael llevó las tarjetas a la máquina fotocopiadora ubicada en una esquina de la oficina—. Espero que al menos me dures unos días antes de que renuncies.
—Oh, seguro. No me iría así nada más. —Ella aseguró.
—Bien, no hagas promesas hasta que hayas probado el trabajo. —Él le devolvió las tarjetas—. He perdido la cuenta de todos los hombres que han tomado este trabajo y lo abandonan en un día. —Él negó con la cabeza—. Supongo que a algunas personas les da miedo el trabajo duro. Bueno, tengo que arreglar algunas cosas. —Él se colocó su casco protector y tomó un aparato transmisor-receptor del cargador—. Disfruta tu café y quizá te vea esta tarde.
********
Como Michael había prometido, el dueño de la tienda le hizo descuento a Crystal en sus botas para el trabajo. Saliendo de la tienda después de hacer su compra, se sorprendió cuando alguien la llamaba por su nombre:
—Crystal, ¿Eres tú?
—Hey, Steph, ¿cómo te ha ido?
—Oh, lo usual. Tom sigue siendo un imbécil y los niños son unos pequeños monstruos, nada nuevo. —La pelirroja señaló el bulto que se marcaba en la blusa de Crystal—. ¿Tienes un cigarrillo extra?
—Seguro. Y dime, ¿qué andas haciendo por aquí? —preguntó Crystal mientras le entregaba un cigarrillo y su encendedor—. Creí que ustedes vivían en un trailer park en Ohio.
—Si vivíamos allí, pero Tom tuvo un problema con el idiota propietario del trailer park y tuvimos que mudarnos. Ahora estamos en Essex.
—Qué mal.
—Sí, bueno, este dueño es un imbécil también, pero al menos pudimos mudarnos sin referencias —dijo la pelirroja, dando un largo golpe al cigarrillo—. Tom me mandó a comprar algo de cerveza. ¿Quieres acompañarnos? —Ella se acercó un poco—. Acabamos de comprar un kilo de la cosa más maravillosa —colocó la punta de sus dedos sobre sus labios—, deliciosa, y es algo fuera de este mundo. En verdad te digo, Crys, esa bolsa es realmente suprema. Con un solo porro estarás elevada por horas.
—Oh, me encantaría pero tengo que ir a trabajar. ¿Tienes teléfono todavía?
—No, maldita compañía de teléfono. Tengo que pagar un gran adeudo que tengo y aparte pagar la renta nueva para que me den uno nuevo. Oye. ¿tú nos podrías prestar tu nombre para…?
—No, también tengo una vieja deuda con la compañía —mintió Crystal.
—Demonios, es una lástima. Ya hemos utilizado los nombres de Ricky y de Marci. Oh, bueno. Oye, ¿por qué no vienes cuando hayas terminando tu trabajo? Es el remolque blanco con adornos amarillos, a poco metros entrando al trailer park.
—Bien. Creo que terminaré alrededor de la seis más o menos. Te veré después.
—Genial. Oye, si puedes, eres libre de traerte unos dos packs de cervezas. Nosotros tenemos hierba mala de sobra.
—Trato. —Crystal sacó las llaves de su bolsillo—. Tengo que irme ya. Te veré más tarde. Y fue un gusto verte, Steph.
—Igualmente, Crys. Nos vemos más tarde



Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles
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1 comentario:

  1. =( no subes capitulos el sabado?


    Esperando escribes muy bien

    gracias

    Yfza
    Peru

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