Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Y se llamaba María - Estrella G de S


Sentada en aquel balcón, veía caer las hojas de los árboles. Bordaba unas iniciales en un pequeño pañuelo blanco y sabía que aquel otoño de 1878 sería el último que mis ojos verían. Las lágrimas, una tras otra, salían disimuladas desde mis ojos recorriendo mis mejillas y muriendo en el aire que se las llevaba hacia el mar.

Nunca olvidaré el olor a naranja y jazmín que en aquel patio Sevillano se respiraba, es lo último que recuerdo antes de que mis piernas ya no tuvieran fuerza para andar por mi enfermedad. Y sin embargo en mis últimos  momentos no tengo palabras para la vida que he traído al mundo y que se que se irá sin conocer a su madre… sólo tengo palabras para ti, para tus ojos que un día se perdieron en el mar azul , y me pregunto si sabrás, cuando me vaya, que me he ido.

El año 1864 fue un año especial para todos, aunque España no pasaba su mejor momento, Papá sí que vivía en una etapa de desahogo económico, quizás de los pocos afortunados.  Había conseguido tal comodidad gracias a las personas que huían de  la península hacia el nuevo continente. Tras la muerte de mamá nadie creía que mi padre pudiera levantar cabeza, pero Jorge , mi hermano menor, la vida que creó mi madre mientras la suya se apagaba, se parecía tanto a ella que mi padre pudo ver en él un apoyo constante que le ayudó a seguir. Mi padre tenía una compañía naviera en Cádiz, algunos de los tercios que marchaban para Cuba habían salido de aquel puerto en barcos de su compañía, los contratos privados y los contratos del ejército, habían hecho que la economía casera fuese más que suficiente. 

Por aquel entonces yo tenía diez años.

 Ese mismo verano  mi padre se volvió a casar con una mujer de buena posición social y con posibles que había quedado viuda tras la  corta enfermedad de su marido, le dio un cólico miserere y en poco más de un día murió. 

Esta mujer se llamaba Ana, tenía dos hijos, la mayor de doce años llamada María y un hijo de diez llamado Adolfo. 

Recuerdo la primera vez que “los tres intrusos” como los llamaba Jorge, llevado por los celos tras dejar de ser considerado el centro del mundo para mi padre… y haber tenido que compartir atención de él con “los tres intrusos”, cenaron en casa, con nosotros. 

Adolfo era un niño mimado, y bien criado de ojos verdes que creía ser mayor de lo que era y que jugaba a ser el protector de todas las damas decentes que él conociera,  ese primer día ya intentó comprometerse conmigo, dos veces y por la misma razón en sus sonrojados mofletes quedaron señaladas mis dos manos.

María por el contrario era una chica callada, observadora y muy inquieta, sus ojos miel no pararon de moverse por la habitación en toda la velada, observando cada detalle de la cena.

La timidez de María me atrajo desde el primer momento, yo sólo sabía preguntarle  sobre cualquier tema, quería saber si era muda, pues nunca contestaba a nada de lo que se le preguntaba, en el pueblo se decía que maría  tuvo que ser operada de pequeña por decir palabras mal sonantes a diestro y siniestro, y que un médico inglés había amputado su lengua. 
Antes de conocerla, yo la temía, pero desde el momento en que la vi solo infundió en mi intriga. Era compresible el miedo ¿Cómo sería alguien sin lengua? Muy buen humor no habría de tener. Sin embargo supe al instante que aquello era mentira, quizás fueron sus ojos, no lo sé, o quizás la paciencia… alguien malhumorado… no solía tener mucha paciencia.

Comencé a seguirla, y vi como María observaba el mundo, y yo, aprendía observándola a ella y a través de ella, Su mundo.

Una tarde mientras María paseaba por las marismas, me vio escondida. Llevaba varios días tras sus pasos, sin quererlo había desarrollado una extraña obsesión por ser su sombra. Más que nada en el mundo, mi corazón quería entender a aquella niña de mirada profunda. Con extremada timidez sus ojos se acercaron a mí y por primera vez la vi sonreír a otro ser humano.

-¿Cuánto llevas siguiéndome?- Me preguntó dulcemente. 

Su voz era suave, sonaba igual que el viento  cuando roza tu oído despacio y parece que te silba una canción.

La miré sonrojada, se había dado cuenta de que la observaba, y ahora quien sabe lo que pensaría de mí aquella niña tímida de ojos miel. Tartamudeando conseguí responder a su pregunta:

-yo… yo solo quería… si, eso… em saber… si… tu… tu… tenias lengua


Mejor hubiese sido haber callado, su sonrisa desapareció dejando ver en su rostro una huella de decepción.

-Ya ves que sí ¿Eso es todo?- Se dispuso, diciendo esto, a darse la vuelta.

-¡Espera! Yo… no es cierto, no es eso, es que… me pareces… interesante.

Me miró de nuevo con una ceja alzada 

-¿Interesante?

-Si, me gusta como observas todo, creo que tienes mucha paciencia, yo no aguantaría diez minutos sin hablar

-Ya lo has hecho, en el tiempo que llevas observándome, no has hablado con nadie.

-Pero… no es lo mismo, yo te miraba a ti porque eres… no se… ¿rara?

María me miró y sonrió

- Si, y mucho, pero a veces el hablar no sirve de nada, no suelo caer bien así que prefiero hablar sola.

-A mi me caes bien 

Ese día conseguí lo que casi nadie  había conseguido, que maría me explicara su mundo.

Nos hicimos amigas, los ojos miel de María  me ofrecieron la luz que hasta entonces no había conseguido yo por mí misma, del mismo modo que el fuego pequeño de una vela, en el lugar preciso, es capaz de alumbrar una habitación.

1870 fue especial para la amistad que nos unía a María y a mi, ya no era algo endeble que pudiera romperse en cualquier momento, los hilos que nos unían eran más fuertes que el mismo metal. 

María había creado a mi alrededor una cúpula invisible de protección, no dejaba que nadie que ella no conociese se me acercara más de la cuenta, y menos aún desde que cumplí los quince años, esa agudeza de espantar a todo lo que se moviera a mi alrededor se había hecho aún más eficaz. 

Mi puesta de largo fue ese año y para la ocasión mi padre organizó una fiesta, yo iría acompañada de un joven llamado Diego, que acababa de llegar de Londres. El chico era de buena familia y a mi padre le agradaba para mí.  Era unos años mayor que yo, lo que nos hacía una pareja más apetecible, pues aunque era mayor, seguía siendo joven.

Fuimos anunciados en toda la habitación, la fiesta, años atrás, de María no fue tan espectacular, ni su pareja tan admirada como la mía.

Recuerdo aquel día de mi puesta de largo, y recuerdo los ojos de María siguiéndome por toda la habitación con un brillo extraño que los hacía más grandes que nunca. 

Diego y yo hablábamos y reíamos y por supuesto, bebíamos, algunos más que otros, y Diego bebió demasiado para lo que  estaba acostumbrado, el joven me invitó a salir al jardín y allí sin permiso ni aviso me besó. Mis ojos abiertos, mientras me besaba vieron a María en la puerta de la terraza, inmóvil, furiosa, la vieron salir con paso ligero y desaparecer, mientras mi mano derecha golpeaba la mejilla de Diego. Mis pies se movieron deprisa y buscaron a María con la mirada por toda la habitación. Subí de dos en dos los escalones hasta su dormitorio y con el puño cerrado di dos golpes en su puerta, golpes a los que nadie respondió, pero yo, podía sentirla. Aun con esa puerta de madera maciza separándonos, podía oír su llanto, podían dolerme sus lágrimas resbalando por su piel...por mi culpa

Sin preguntar ni pedir permiso entré en la habitación cerrando tras de mí la puerta. Estaba tumbada en la cama bocabajo y utilizando la almohada de silenciador para su llanto. En tantos años nunca la había visto llorar. La cogí de la mano y puse la otra en su torso para ir volviéndola suavemente, me senté en su cama junto a su costado, y tiré  de ella hacia mí, quien respondió mirándome. Sus ojos estaban empañados de lágrimas que bajaban por sus mejillas y mojaban sus labios con delicadeza, como el rocío riega las rosas en las mañanas. Sentí un extraño deseo y me fui acercando a ella poco a poco hasta tenerla tan cerca de mí que podía sentir el calor de su respiración al salir de su boca, me miraba fijamente a los ojos y mi corazón latía más deprisa que nunca, sus manos temblaban como las mías y  algo en su mirada me incitaba a acercarme más. Finalmente sin poder evitarlo mis labios y los suyos se unieron en un húmedo beso, los suyos eran carnosos, y besaban con suavidad, mis dientes le dieron un pequeño mordisco que a riesgo de disgustarle provocó en ella el efecto contrario haciendo que no dejase de besarme, que me besara aun con más pasión que antes. Se enrevesaron nuestras lenguas como los hilos de una madeja y un calor infernal encendió mi cuerpo.
Al separarnos, notaba sus manos sobre mi cuerpo y pude ver que sus mejillas estaban, al igual que las mías, coloradas, no sabía si por vergüenza o por calor, pero lo cierto era que estaba más hermosa que nunca.

Su cuerpo temblaba y la habitación parecía haberse hecho más pequeña, lo que hacía necesario que nos acercásemos aún más, y volvimos a besarnos, al soltarla por segunda vez, algo en su cara cambió y me miró  horrorizada “¿Estará arrepentida?” pensé.

Sus ojos brillantes se clavaron en los míos como puñales pendientes de un hilo apunto de ser soltados ¿Qué ocurría?

-Esto está mal- Titubeó maría, sin dejar de sujetarme. Yo no supe que decir, sabía que no era correcto, pero no podía dejarla marchar de aquella habitación porque temía que después de aquello, nunca más la volviese a tener como en ese instante, la miré a los ojos y no quise contestar, volví a acercar mis labios a los suyos, acaricié sus mejillas, bajé mi mano por su cuello y sin darme cuenta donde antes estaban mis manos ahora estaban mis labios. Mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo vestido y ella quiso dejarse llevar. Sus manos acariciaron también mi cuerpo por primera vez y  poco a poco la ropa fue desapareciendo, aun nos recuerdo así,  sin saber qué hacer, sólo sabiendo que nos deseábamos. Aquella noche, mientras abajo se celebraba una fiesta en mi honor y la gente bailaba, yo probé por primera vez el néctar del amor de los labios de una mujer, la única persona a la que he llegado a amar, la única que amo.

Nuestros cuerpos desnudos se abrazaban exhaustos mientras el ambiente, cargado, nos mantenía alejadas de todo, no queríamos pensar, ni razonar. Ella acariciaba mi cabello y yo hacía círculos alrededor de su ombligo.

-Quieres dejar mi ombligo

-¿Por qué? Me gusta rodearlo

-Me haces cosquillas y… 

-¿Y qué?  

-Nada, pero podrías mejor acariciarme el brazo

-Me gustan tus brazos, pero prefiero tu ombligo

María me agarró de los hombros y me besó de tal forma que todos los vellos de mi cuerpo se erizaron

-Es hora de vestirse

Yo me estiracé en la cama destapándome y dejándome ver desnuda

-¿Quieres taparte?

-¿Por qué? – Pregunte- No es nada que no hayas visto ya
- Lo sé… pero entre que te estoy viendo así  y la forma en que me miras me veré obligada a empezar de nuevo contigo

Yo sonreí, lo cierto era que la idea no me disgustaba, ella ya se había vestido y se estaba recogiendo el pelo  y yo me levanté de la cama y fui acercándome a ella

-Así que… no puedes resistirte a este cuerpo

Ella sonrió y me miró de reojo

-Estate quieta y vístete

-Admítelo… no puedes resistirte- La cogí de la cintura y le mordí el labio inferior

-Es cierto, lo admito, no puedo- Entonces me besó ella de nuevo cuando de pronto la puerta sonó. Nos soltamos de golpe y yo me metí corriendo en la cama tapándome hasta arriba 

-¿Puedo pasar?

Era la voz ronca de mi padre, sin saber porque dije:

-Si, adelante

Sólo mi cabeza asomaba por encima de las sábanas y maría nerviosa se tocaba el pelo. Mi padre entró extrañado por la tardanza, y al verme en la cama pensó que había enfermado

-¿Ángela, hija mía, estás bien?- Vino con rapidez a tocar mi frente… y la encontró como era de esperar… ardiendo.

-¡Pero si tienes fiebre!¡Oh mi pequeña! – Miró a María con preocupación

-Quédate con ella, avisaré a un médico y daré la fiesta por concluida.

Al salir mi padre, María y yo nos miramos, no se porque pero sólo atinamos a reír, yo me puse mi camisón y aunque tuve que pasar un calvario de médicos, conseguí que nadie supiera lo que habíamos hecho. 

Si recuerdo algo malo de aquellos años que siguieron, es el distanciamiento entre maría y yo. Ella a penas quería mirarme, a la cara y yo sólo sabía buscarla. Por aquél entonces comenzó a conocer a un chico llamado Eduardo, tenía cinco años más que ella, se conocían por todas las cocinas sus aventuras con mujeres y su afición por el juego pero su fortuna acallaba todas las malas lenguas pues siempre ganaba más de lo que perdía. Su padre tenía grandes amigos en las altas esferas y planeaba enrolar a su hijo en el ejército, haciendo que ascendiera con rapidez podría ganarse un buen sueldo y obtener una buena posición, aunque al chico no le hacía mucha gracia.

María cumplía veintiún años y se anunciaba tras tres años de relación, y con esto me refiero a entradas en casa de una hora de duración cada dos días, salidas a tomar churros los domingos después de misa y algunas cenas, y todo esto siempre en compañía de una tercera persona… yo, quien con envidia lo observaba todo. A veces cuando la cogía de la mano y le decía tonterías y falsedades, yo observaba como ella le miraba y sonreía falsamente, en esos momentos clavaba mis ojos en ella con rabia y cuando me devolvía las miradas parecía estar pidiéndome perdón, lo que me enfurecía más aun.  

Cinco meses antes del anunciamiento de la boda, Diego y yo habíamos comenzado a mantener una relación más estrecha lo que había provocado en María un nuevo afán de protegerme, que yo quise entender como celos. 

Una noche mientras llovía y yo no podía dormir pensando que pronto perdería a María para siempre, ella vino a verme. 

La casa estaba en silencio y yo daba vueltas en la cama, era Julio de 1973, hacía calor y llovía. Un golpeteo en la puerta me sobresaltó, entre tanto silencio la puerta se abrió con suavidad, y una voz dulce sonó rompiendo el aire y llegando a mis oídos:

-¿Puedo pasar?

Mi corazón quiso salir corriendo  y esconderse y a la vez saltar del pecho y reír, pero mi voz solo dijo:

-Si

Si, que palabra más curiosa, el sí,  esa noche, fue una de las pocas palabras que dije, pues entre el sonido del agua al caer en el suelo, se repitió el roce de nuestros cuerpos sin ropa, mientras sus manos volvían a acariciarme y sus ojos a desearme, sentí de nuevo su corazón latir al mismo ritmo que el mío, y mientras gozábamos del amor, de sus labios salieron las mas bellas palabras que he escuchado jamás

-Te quiero

Me abracé a ella exhausta y quise decirle tantas cosas que solo pude decirle una:

-No te cases

Eso lo resumía todo, si se casaba no habría nada  que hacer, no podríamos vivir juntas, pero quedarnos solteras tampoco era la solución ¿De qué viviríamos? Teníamos dos hermanos que heredarían la fortuna y los negocios. No podíamos vivir así… aunque hubiese sido bonito.

La boda pues, siguió adelante, y yo temía la noche en que tuviera que unirse a él, la noche en que ya no fuera sólo mía. Cada vez que la veía a solas,  la observaba y hablaba con ella, me guardaba mis celos, y cada noche le hacía el amor hasta que ambas caíamos sin poder articular palabra, ella tenía miedo y yo, podía verlo en sus ojos.



La noche antes de la boda me juró que no disfrutaría con él,  y que una vez casada ella, vendría a mi como hasta ese momento había ido. Yo deseé que fuera cierto, no soportaba no poder tener a mi alcance sus besos clandestinos, sus manos, sus caricias y sus palabras, no soportaba no buscar en secreto su mirada, que todo lo decía, sin decir nada… la amaba tanto. 

Esa noche me abrazó más fuerte que nunca y lloró en mi hombro mientras yo acariciaba sus cabellos sin poder hacer nada para consolarla, excepto estar ahí para ella.


Nunca me contó que ocurrió aquella primera noche a solas con su esposo, ni aquella primera ni ninguna otra, pero yo sabía cuando había ocurrido porque cuando él la visitaba ella, al día siguiente solo quería abrazarse a mí y soñar conmigo en una vida juntas. 

Pocos meses habían pasado cuando se le hizo insoportable tenerme tan lejos y pidió a mi padre permiso para que pasara algunas semanas con ella, en su nueva casa. Mi padre, quien me había visto vagar por los pasillo de casa triste, me miró  y viéndome de nuevo ilusionada no pudo más que asentir, el decía que nunca había visto dos hermanas que se quisieran tanto, que ni si quiera las hermanas carnales, pero nosotras no éramos hermanas.

Lo cierto es que nunca pensé que mi estancia en casa de María y Eduardo iba a ser tan dura. No podía imaginar lo que sería escuchar a él entrar por las noches en su habitación y violar mi santuario, no podía imaginar lo que sería escucharla gritar que ya era suficiente mientras él seguía, ni podía imaginarme entrando en su cuarto cuando él se iba y ayudarla a cambiar las sábanas manchadas para después acariciarla yo en unas limpias y hacerla de nuevo mía, creo que esos besos, esas caricias, y esas palabras que le dedicaba a María hicieron que pudiera soportarlo. Pero poco después de casada ella, todo cambió, ella quedó embarazada y yo prometida a Diego. 

La boda entre Diego y yo no se celebraría hasta año y medio después ya que su madre había muerto hacía unos años y él no quería que me casara de luto, Mientras, yo seguía viviendo con María, durante el embarazo, por las mañanas dábamos largos paseos, y por las noches, sin temor de que Eduardo fuese a buscarla, ella se metía en mi cama.

El niño nació en Agosto de 1875 y se llamó Fernando como el padre de Eduardo.

Yo pensé, para mi desgracia, que tras el nacimiento del bebé todo volvería a ser como antes, pero lo cierto era que Eduardo se había acostumbrado a las mujeres fáciles y María no lo echaba de menos, alguna que otra vez el iba a buscarla, siempre los  domingos, aunque no todos, las demás noches ella seguía siendo mía. 

María y yo cuidábamos al pequeño, quién tenía los ojos y los labios de su madre y a quien no tuve más remedio que coger cariño y quererle como si fuera mío, yo comencé a sentirlo así, nuestro… pero la realidad me despertó de golpe, Eduardo tenía que marcharse a Cuba, en España había ya acumulado demasiadas deudas y su padre decidió quitarlo del medio, moviendo algunos hilos consiguió que su hijo, el capitán de marina, fuera trasladado con urgencia a Cuba, tan pronto como se celebrase mi boda ambos se irían para quizás no regresar… las dos personas que me hacían feliz, Fernando y mi  María.

María me pidió que la acompañara a Cuba, que no me casara, que me fuera con ella y con el niño… pero lo cierto era que yo no la quería compartir, que no podía soportar a su marido, no podía soportar como la trataba, como irrumpía en su dormitorio, además me dio miedo abandonar  la seguridad de mi hogar para irme a un lugar donde, pensé, no sería feliz mientras él viviera, pero todo eso que pensé se desvaneció en el momento en que miré sus ojos y tuve que decir:

-Sí. 

Estaba todo pensado, aquella noche volvía a casa pensando en lo que le diría a mi padre, en como plantearle el que no deseaba casarme sino que prefería ir con mi hermana a Cuba, y seguir como hasta ahora… pensaba en mi vida con ella, en verla cada día y ese deseo me invadió aquella noche de enero de 1876, pero todo se desvaneció por la mañana cuando una carta a mi nombre llegó a mis manos: 

“Amor mío:

      Partimos ahora por sorpresa, quien sabe si huyendo, en un barco que sale en unas horas. Él  me ha despertado en la madrugada  y me ha gritado que nos íbamos de inmediato, ordenándome que no preguntase y no he querido preguntar. No podrás venir conmigo y ni si quiera te daré un beso de despedida antes de partir, te escribiré cuando me instale y tenga una dirección a la que puedas responder. No ha podido ser amor mío, pero aguanta, volveré por ti

Quien más te ama
                        María  “

La tinta del papel se había corrido mientras la escribía… lloraba al irse. Lloraba  por mí.


Mi hija, María, duerme en su cuna, Diego dice que es igual que yo, pero creo que lo hace para verme sonreír, es muy bueno conmigo y me he acostumbrado a su presencia, a su voz y a charlar con él, pero no he conseguido que me gusten sus besos, ni sus caricias, ni consigo acostumbrarme al roce de su cuerpo con el mío, Cuando eso sucede cierro los ojos y pienso en ella, donde quiera que esté, encima de mí, mirándome y deseándome.


No quiero decir con esto que no quiera a mi marido, pero antes lo veo como a un hermano que como a un amante. Yo ya tengo un amor y se llama María.


Ángela tenía razón, ese fue su último otoño.

El patio que Ángela miraba seguía igual en 1899, cuando la cancela de ese patio se abrió y una mujer de ojos miel lo cruzó hasta un puerta de madera, en la que se detuvo, cogió aire y llamó con fuerza, poco espero hasta que una criada le abrió:

-¿Qué desea?

-Quisiera ver a la señora de Diego Hernández

La criada se quedó extrañada y la hizo pasar al descansillo, justo en frente de ella, un retrato de Ángela presidía la sala… tan joven

Una chica de unos veinte años bajó las escaleras sin saber de la visita, y la mujer del pelo canoso y los ojos miel la observó incrédula, y con la mirada brillante dijo…

-¿Ángela?

La joven la miró sobresaltada  y negó con la cabeza

-No señora, yo me llamo María, Ángela era mi madre ¿Usted la conoció?

La mujer se quedó pensativa al oír hablar de Ángela en pasado, no era posible que hubiese muerto

- ¡ María, Vuelve a tu cuarto de inmediato! La señora y yo tenemos algunos asuntos pendientes de los que hablar.

La joven asintió con la cabeza, y triste obedeció la orden que su padre le había dado. 

-Hola María- Dijo diego observando a la mujer- vaya, tanto tiempo ha pasado… míranos, ahora nuestro pelo comienza a blanquear, aunque el mío se está cayendo a una velocidad increíble.

María estaba callada, triste.

-Pero pasa, será mejor que te sientes, tengo algo que darte

María hizo caso a Diego y tomó asiento, éste se marchó y volvió al poco tiempo con unos folios amarillentos en la mano.

-Esto es para ti, lo escribió Ángela antes de morir, y me hizo prometer dos cosas, una que no lo leería, otra que te lo entregaría solo a ti. La primera promesa la rompí, pero al menos cumpliré la segunda. Debo también confesarte que he leído hasta la última carta que le mandaste, desde la que ella pudo contestar hasta las que nunca leyó…

María callaba avergonzada, temerosa, pero sobretodo abatida

- Me mataba el hecho de que no dejase palabras para nadie más… excepto para ti… lo comprendí cuando llegó una de tus cartas y terminé de entenderlo cuando leí ese escrito que tienes entre tus manos… el resto sólo me confirmó lo que había leído. Al principio no entendía lo que leían mis ojos, pero poco a poco fue teniendo sentido, lo fui entendiendo gracias a sus palabras y a las tuyas, esos folios que te he dado cuentan vuestra historia. Me sentí tan engañado, tan destrozado que el odio se apropió de mi alma e incluso pensé en abandonar a María, la niña que llevaba tu nombre y que tenía su cara… pensé que eso era una forma de unión tu nombre y su rostro… vinieron a mi imágenes que no quiero recordar y los celos pudieron conmigo. A mi no me amaba solo me sentía como a un hermano. Pero entonces algo me dio vida… quizás la venganza… yo tendría lo que más quería después de ti, algo que tú nunca podrías tener, ni compartir con ella, algo que sería solo de Ángela y mío… nuestra hija, aunque llevara tu nombre… nunca la tendrías. Esa niña si me querría. Nunca concebiré en mi mente nunca el amor entre dos mujeres, pero amo demasiado a Ángela como para juzgarla, a pesar de todo nunca me fue infiel durante el matrimonio. ¿Por qué te doy este escrito? No te lo doy sólo por ella, sino porque imagino lo que puedes sentir, lo que sentría yo, si es que la amas como yo la amo, por eso te lo doy, por eso y porque aunque sus letras fueron para ti yo respiré su último aliento, yo le di el último beso y yo dormí a su lado la última noche, mientras tú, lejos, suspirabas por ella.  Yo se que pensaba en ti, ahora lo sé… pero no fueron tus labios los que rozaron los suyos por última vez. Siento ser tan egoísta, pero es esto lo que me hace contener el odio y el deseo de echarte de mi casa. Por ese rencor no te daño ahora por tus cartas en las que describías las noches con ella, los sueños con ella y en las que decías que la acariciabas, así que… permíteme serlo.

María se levantó llorando aferrada a aquellos trozos de papel y mirando el cuadro de Ángela con María en brazos, sus ojos llenos de lágrimas intentaron sonreír y sus labios se despidieron con un hilo de voz. María se fue hacia la puerta y dio un último vistazo a la casa,tras ella apareció María, era tan parecida a Ángela, le sonrió y le mostró un medallón con un corazón, medallón que María regaló a Ángela cuando ésta decidió irse con ella a Cuba, medallón que nunca se quitaría excepto poco antes de morir que se lo colgó a su hija pequeña, y en su interior guardó un pequeño papel enrollado, tras el pequeño retrato de Ángela. En él podía leerse:

¡”“Si alguna vez una mujer pregunta por mi, haz que lo vea. Te quiero Hija”

Y María, la de las canas, pudo sonreír,dio las gracias a la joven , se dio la vuelta y pensó

“¡Siempre pensó en mí!”



----------------------------------------------------------------------------------------------------------
La Teta Feliz Historias y Relatos ®  Estrella G de S Derechos Reservados
© Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor.

6 comentarios:

  1. Me ha emocionado...he llorado y he reido...quiero maaaaas

    ResponderEliminar
  2. Qje nivel, me has hecho llorar que historia más triste, y genial, mesclaste de todo en una misma historia.
    Felicidades
    Isa

    ResponderEliminar
  3. ¡OH DIOS! TENGO UN NUDO EN LA GARGANTA.... QUE RELATO MÁS BONITO.
    FELICITACIONES A LA AUTORA Y SALUDOS DESDE PERÚ.

    ResponderEliminar
  4. Una excelente historia, llena de muchas emociones.

    ResponderEliminar
  5. Que hermosa historia...gracias por compartir tan magnifica obra ....sam

    ResponderEliminar

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...