Lo que uno quisiera es que algunas veces la vida no fuera tan mala leche, que no nos jugara chueco, que fuera un poquito más tierna, que no doliera, que no enervara, que nos permitiera un respiro, una sonrisa.
Bueno, yo encontré la solución, el modo perfecto, solo basta con quererlo y puf… de pronto ahí está el camino. ¿Cómo?, volteo la cara y veo sus ojos, me dejo golpear por su sonrisa y sin duda no opongo resistencia a que me arrolle su belleza, su sentir.
Era un día como cualquier otro, cuando sus ojos trastocaron mi entraña. Entre al salón con el hartazgo que conlleva ir a una clase por cubrir el requisito y no por gusto. Los compañeros niñatos de siempre….. y de pronto, llegó ella, mi nueva maestra. Tan bella, y joven, pero con la mirada tan triste que de inmediato me dieron ganas de hacerle reír y protegerle.
No podía quitarle la vista de encima, de recorrer su piel blanca, su pelo ensortijado y la silueta que se intuía bajo sus ropas. Y ella indiferente, dictando la clase y triste.
De a poco fuimos entablando conversaciones cada día más largas, era verano y compartíamos un helado al terminar la clase, charlábamos de música, de arte e incluso de política. Mismas que yo aprovechaba para verla a detalle. Pero solo ahí, en el espacio que nos daba la imparcialidad de la escuela.
Una tarde sin buscarlo le encontré en mi cafetería de siempre, y no sabía si hablarle o huir por estar tan al descubierto, fuera de las paredes que nos llevaban al trato maestra-alumna. Me disponía a por lo último, cuando alzó la mirada y me sonrió. Fue lo más dulce del mundo y lo más fuerte, fue un golpe directo a mi estómago, me quedé sin aire, sin respiración por un segundo. Esta fue la primera vez que vi su sonrisa en todo su esplendor. Y ese fue el real inicio de nuestra amistad, ahí supe de su familia, tan disfuncional como el 99% de las familias, de su soledad, de su gusto por el mismo tipo de café que yo, de todo, incluso de su novio.
Un tanto resignada, pues ni ella ni yo vivíamos otra realidad más allá de la heterosexualidad me conformaba con verla contenta, verla.
Pasaron los días y se volvió costumbre encontrarnos en el café sin poner hora, solo sabíamos que ahí nos encontraríamos, y que eso nos daría pie a platicas y debates de todos los temas posibles.
Un día la encontré más triste que de costumbre e indague el motivo, su tenía que mudar en menos de una semana y no quería recurrir a su familia. Sin pensarlo y sin motivo oculto alguno le ofrecí venirse a mi piso. No, no a mi cama, no penséis mal. Mi piso tenía tres recámaras y además lo compartía con un amigo. Por tanto que lógica aplique… 3 recámaras, 1+1=2….. por tanto nos faltaba un inquilino.
Y así, cada día platicábamos en la terraza, vino en mano; de nuestras penas, alegrías, dudas, anhelos, etc. Y yo aprovechaba para verla, para ver cómo iba creciendo y como su mirada cada día cambiaba ese dejo de tristeza por un brillo que crecía de apoco
En esas charlas a la luz de las estrellas, había abrazos, sonrisas, y de pronto me di cuenta que ya casi no salíamos del piso, estábamos siempre platicando riendo y abrazándonos. Terminamos nuestras relaciones precias, porque ya no las necesitábamos, estañamos felices siendo amigas, conociéndonos.
Yo arreglaba sus cabellos detrás de sus orejas, le acariciaba el brazo lentamente, grabándome cada centímetro de su bella piel, ella tímidamente me agarraba la mano, luego sin pensarlo me acariciaba la cara y pasaban los eternos minutos viéndonos a los ojos, intuyéndonos.
Esa noche el vino, las estrellas, un clima perfecto. Como siempre estábamos en la terraza, en el camastro, hablando de que esperábamos en un futuro de la vida, y yo le abrazaba, y recorría lentamente el camino de su mano a su cara, su nariz, sus lóbulos, sus labios. Cada vez le veía con más amor y deseo, y en ese ambiente, mi mano, con vida propia, se deslizo por su cintura, recorrió su contorno y bajo de igual manera por su muslo, subió nuevamente y llegó hasta el contorno de su seno, ella se temblaba y pegaba se cadera a la mía. Yo le besé el hombro, la oreja, para de ahí bajar por su cuello… y ella me acariciaba entones como yo lo había hecho. Y no pude más mi índice recorría memorizando sus ojos, su nariz y su boca, y mi boca seguían ese camino trazado, con pequeños besos tiernos, preparando el camino. Por fin, nuestras bocas se unieron primero suave, luego me recibió, húmeda, cálida y con una lengua que me invitaba a atraparla, a sentirla. Ahí perdí el poco control que pude haber tenido. Y empezamos a besarnos desenfrenadamente y nuestras manos recorrían nuestros cuerpos por encima de la ropa, su cadera se pegaba a la mía y sentí entonces sus manos bajo mi blusa buscando mi piel que ardía, y esa fue mi señal, le saque la ropa no sé cómo y ella a mí, estábamos desnudas bajo las estrellas, en aquel quinto piso. No podía dejar de verla, de recorrerla de saborear su piel, era tan suave, tan blanca, tan bella.
Necesitábamos más, las caricias iban subiendo de tono y bajando en la topografía de nuestros cuerpos, instintivamente sabían a que seguía. Sus pezones se intercalaban en mi boca y los míos en la suya. Nos tocamos y besamos tan íntimamente que nos reconocimos, encontramos el código perfecto entre ambas, con la humedad, calor, ternura y ferocidad que ameritaba. Estuvimos toda la noche ahí conociéndonos, saboreándonos, amándonos. Con el primer rayo de sol nos dirigimos abrazadas a la cama y seguimos así, abrazadas, viéndonos a los ojos sin una sola palabra de por medio, todo estaba ahí, el sentimiento, la seguridad de los brazos de la otra, la certeza de que este es el lugar al que pertenecemos.
Ahora a más de 10 años seguimos en ese conocimiento diario, pero sabiendo que basta una mirada para que sepamos que quiere la otra.
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la lectura de esta historia, por doceava vez, ahora en este nuevo link,, sin duda me volvió a enamorar. Llega al alma.
ResponderEliminarGracias por compartir,
Ana, México
pues esta es mi primera lectura de la historia y me ha enamorado por su sencillez y ternura. gracias y un abrazo!
ResponderEliminarWauuuuuu buenisimooooo
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