Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Lágrimas de mujer - Daniells



1987 ciudad de México

El invierno comenzaba a sentirse y aquella noche la temperatura había bajado inesperadamente por lo que el ligero vestido que traía le provocaba un gran frio. Sus manos intentaban cubrir sus hombros mientras caminaba apresuradamente a su casa que no estaba lejos, unas cuantas calles y llegaría a tiempo para refugiarse bajo las sábanas de algodón tras pasar una agradable noche con sus amigas en el cine. 



De seguro que su padre dormía así que no tendría que preocuparse, esa noche él no la molestaría con sus insultos, pensó  soplando calor a sus manos para volverse a cubrir. Estaba cansada de aquella vida, pero no tenía alternativas, su madre se había marchado hacía muchos años, tantos que ya ni siquiera recordaba sus rostro, se había marchado dejándola sola con su padre quien desde entonces se había convertido en un desagradable borracho. No pasaba una noche en la que no rezase a Dios por una vida mejor. Pero parecía que Dios estaba demasiado ocupado para verla a ella, una simple mortal y eso lo comprobó unos días después cuando despertó en la cama de un hospital.
Intentando cubrirse continuó caminando cuando de repente algo que cambiaría su vida dio inicio.

El auto se detuvo con un brusco ruido, sus manos trataron de evitar a sus raptores pero eran demasiados, parecían jóvenes pero ella no estuvo segura, sus ojos fueron vendados y un pañuelo fue colocado en su nariz, segundos después había perdido el sentido.
No supo exactamente que le había sucedido, sus ojos le dolían y también su cuerpo, intento tocarse la cara y se encontró con rastros de sangre, la habían golpeado y el dolor entre sus piernas le decía que no sólo eso, sino que también habían abusado de ella, las lagrimas bajaron por sus mejillas mezclándose con la sangre de su boca. Cerró los ojos y deseo poder morir.

Las luces blancas segaron sus pupilas dilatadas, estaba muerta, estaba en el cielo, pensó y volvió a cerrar sus ojos para soñar con los ángeles blancos y los maravillosos océanos.

- Oficial creo que ha despertado. – la enfermera controlaba su suero mientras que ella comenzaba a despertar. No estaba en el cielo y tampoco estaba muerta. ¿Qué había pasado? ¿Todo aquello había sido un sueño?- se preguntó en su cabeza que comenzaba a dolerle.

- Señorita Peñaroja soy el oficial Delmiro ¿Sabe dónde se encuentra?- la voz de aquel hombre retumbo en su cabeza, todo le daba vueltas y estaba desorientada. Sus ojos azules recorrían con desesperación toda la habitación en busca de algo, una señal, un rostro conocido, pero no había nada, ni nadie.

– Le hemos avisado a su padre, estará aquí en unas horas. – volvió a decir el hombre mirándola fijamente con un pequeño cuaderno entre sus manos.  Su padre, ella podía asegurar que nunca llegaría, nunca lo había hecho, porque ahora sería diferente. Por más de dieciséis años su padre se había olvidado del mundo, ¿por qué ahora iba a querer regresar? Se dijo así misma sintiendo su cuerpo muy pesado a causa de los sedativos.

 – ¿Recuerda que le pasó señorita? – otra vez preguntaba el hombre vestido de azul, y ella por primera vez después de tres largos días respondió con NO. Su mente estaba confundida solo veía imágenes confusas. El cine, sus amigas, aquel auto y luego nada, todo volvía a ser negro como esa misma noche.

- No se preocupe señorita, ya tendremos tiempo de hablar, tenemos que dar gracias a dios por que usted esté viva.- que ironía pensó, dios, a él le había pedido una vida mejor y ahora que le daba, una mucho más miserable y vergonzosa que la de antes. Su cabeza se dejo caer de lado y otra vez las lágrimas se abarrotaron en sus ojos, no estaba segura pero sabía que algo malo le habían hecho, tenía 16 pero no era ingenua.
Cuanto tiempo paso luego de eso no lo supo ya que despertó con los gritos de alguien en el pasillo.

- ¿¡Dónde está, dónde está mi hija!? – se escuchaba desde el pasillo. La enfermera que estaba en esos momentos con ella la miró con tristeza en sus ojos y ella se sintió sucia sin saber por qué. Entonces la puerta se abrió bruscamente y su padre apareció ante ella, estaba afeitado y llevaba ropas limpias. El oficial que la había interrogado ese día en la mañana ahora estaba junto a su padre.

- lo siento, por favor hija ¡Perdóname! – las palabras que su padre dijo la confundieron aun más. Sin más su padre se acercó a ella y tomándole la mano se la besó con ternura. Era la primera muestra de cariño que recibía en mucho tiempo de aquel hombre que era casi un extraño para ella. – Te juro que esos malditos pagaran por lo que te hicieron – volvió a decir secándose con una mano las lágrimas que le rodaban por las mejillas. Mientras que ella seguía muy confundida.

- perdón señor Peñaroja, lo siento pero su hija ahora tiene que descansar.- dijo la joven enfermera y su padre asintió con la cabeza, luego se acercó a su rostro y le dio un beso en la frente, no olía a alcohol y sus labios eran suaves. – No te preocupes mi niña, estaré afuera sí. Perdóname, por favor perdóname. – volvió a pedir aquel hombre que era su padre.

La enfermera y el oficial salieron del cuarto dejándola sola con sus recuerdos. Se sentía mal cada vez que intentaba recordar aquella noche, imágenes borrosas era lo único que podía ver al cerrar sus ojos, pero se prometió en silencio que algún día recordaría a los culpables de su desgracia.

Semanas después su vida de alguna manera, si había cambiado, su padre no bebía más y se preocupaba por ella. Había regresado a la escuela y en las tardes tenia secciones con un psicólogo para superar su trauma. Una tarde tras regresar de su cita con el doctor Noel, llego a casa sin imaginar lo que allí encontraría.

-¡hola papá ya he regresado! – exclamó al entrar en su humilde casa. – ¿Papá? – volvió a llamar al ver que este no aparecía y mucho menos le contestaba. Fue entonces cuando llegó a la cocina y descubrió la razón del estreno silencio. Allí junto a su padre sentada en una silla había una mujer, tenía los ojos tan azules como los suyos y el cabello muy rubio además vestía muy elegante.

– Perdón no sabía que tenias visita. – dijo deteniéndose en el umbral de la puerta y observando detenidamente el rostro de su padre.

- Marina esta es Isabel Santos. – el nombre le pareció conocido pero no le dio mucha importancia, camino unos pasos y extendió su mano para saludar a la mujer que de inmediato se puso de pies.

- Mucho gusto.- pronuncio tímidamente y estrecho la mano de la mujer. La corriente fue muy fuerte por lo que instintivamente soltó la mano y comenzó a negar con su cabeza. No era posible, se decía, no aquella no podía ser, no esa mujer no era, se negaba a tan siquiera pensarlo, no después de tantos años y sin ninguna explicación
- Si Marina, soy tu madre. – confirmó la mujer y ella no pudo aguantar la presión, su cuerpo cayó al suelo perdiendo así el conocimiento.



Otra vez se despertaba en el mismo hospital, una enfermera controlaba su presión arterial y delante de ella estaban su padre y su madre, ambos con expresiones muy confundidas.

- Señor Peñeroja – la voz del médico de guardia se escuchó en la puerta y su padre de inmediato se acercó a este.

-¿Qué le ha pasado doctor, está bien mi hija? – pregunto preocupado su padre. Ella sonrió disimuladamente ante la actitud de este.

- Si señor, su hija está bien.- dijo y se acercó a ella. – Veamos Marina ¿desde hace cuánto que no comías? – la pregunta la dejó confundida pero respondió de inmediato.

- Desde esta mañana, he tenido clases y luego... – calló apenada, no quería que su madre, aquella mujer supiese de su tragedia.

- Ahora sabemos porque te has desmayado, una joven en tu estado no puede dejar de alimentarse.  Tanto su padre como ella palidecieron al escuchar las palabras del doctor que mientras controlaba sus pupilas y su pulso.

-¿A qué se refiere con su estado doctor? – la voz de la mujer dejó a todos sorprendidos.

- Lo siento señora pero usted ¿es? – indagó el médico mirando a su padre.

- Soy la madre – contestó está firmemente.

- Entiendo, entonces usted sabrá señora Pena roja que para una joven en el estado de Marina no es saludable que deje de comer o que haga esfuerzos físicos. Eso podría dañar al bebé. – Literalmente la bomba explotó ante ellos y el rostro de su madre reflejo de inmediato desprecio hacia ella. Que mujer más desagradable pensó Marina pero se calló sus pensamientos.

- ¿Está seguro doctor? – preguntó su padre con un filo de voz  al tiempo que se acercaba al lado opuesto de la cama para tomarla de la mano. Ella no podía dar créditos a lo que había escuchado, estaba embarazada de un maldito violador. Aquello era su fin, pensó sintiendo como una lágrima recorría su mejilla.

- Si señor, su hija está embarazada, tiene apenas unas cuatro semanas pero ya podemos confirmarlo. – su padre le apretó fuertemente la mano y ella le devolvió el gesto. Estaba aterrada, perdería su escuela, sus amigos y hasta a su padre.

- Papá yo, yo... – pero no fue necesario que dijese nada, su padre la tomó entre sus brazos y la consoló pasándole las manos por sus largos y rubios cabello y diciéndole palabras de cariño.

- Shhh ya mi niña, todo estará bien, yo estoy aquí. – decía mientras ella se desahogaba llorando. Su vida no podía ser más desgraciada, un hijo siempre seria una bendición mientras que se desease pero ella no lo deseaba a ese que ya crecía en su vientre.

Luego de eso pasaron los meses y las cosas cambiaron para Marina, su padre siempre había estado a su lado y su madre también aunque después de tantos años ella siguiese guardándole rencor por haberla abandonado. No entendía que pretendía aquella mujer y mucho menos porque ahora había regresado, solo sabía que no podía confiar en ella.
Su pansa había crecido y ya podía sentir a su bebe, con la ayuda de su medico había comprendido que esa criaturita no tenía la culpa de lo que le había pasado y había aprendido a quererla. También había recibido ayuda de sus profesores y de sus amigas por lo que había logrado seguir estudiando desde casa, para no perder el curso.

Aquella mañana se había puesto a acomodar el cuarto que seria para su bebe, su padre y sus amigos le habían ayudado a decorarlo con colores vivo y llenos de paz para cuando el niño o la niña naciesen.

- Espero que te guste el color azul pequeñito – dijo acariciándose la pansa y doblando luego unos monitos que su padre le había  comprado. – sabes cuando estemos juntos, vamos a ser muy felices, si pequeñín, tu, el abuelo y yo. Los tres seremos una gran familia te lo prometo.

Ya no era una niña y mucho menos ingenua, la vida le había enseñado muchas cosas, sobre todo a ser fuerte y lo seguiría siendo por su hijo o hija, se dijo. – ¿Donde se habrá metido tu abuelo? ¡Tendría que haber regresado ya! – dijo en alta voz y dejando sobre la cuna algunas de las cajas sin abrir se regreso a la sala para ver porque su padre no llegaba. Una hora había pasado y su padre no había llegado y entonces comenzó a preocuparse. Tenía miedo que otra vez pudiese comenzar a beber aunque si le había prometido no hacerlo. Se había quedado dormida cuando escucho que alguien tocaba a la puerta.

- Ya voy, un momento – escalmo pues los golpes eran insistentes y ella con su pasota no podía casi caminar. Al llegar a la puerta abrió sin apuro y allí ante ella se encontró con dos ofíciale.

- ¿Señorita Peñaroja?- preguntaron estos

- Si soy yo. ¿Qué  pasa? – respondió ella acariciando su pansa pues su bebe acababa de patear.

- Lo siento señorita pero ¿podríamos pasar? – pregunto uno de los oficiales y ella asintió para luego dejarles entrar. – Seria mejor si se sentara. – sugirió el mismo oficial y ella comenzó a impacientarse.

- ¿Qué pasa oficial, por favor dígame que pasa? ¿Le sucedió algo a mi padre verdad? ¿Es por eso que están aquí?- interrogo con angustia y los dos hombre se miraron respectivamente.

- Así es señorita Peñaroja, su padre... – dijo este pero no pudo continuar al ver la pansa de esta, como iba a decirle a una joven embarazada que su padre estaba muerto, se cuestiono el hombre y mirando a su compañero le suplico que le dijese él.

- Su padre ha tenido un accidente señorita. – un cubo de agua fría cayó sobre Marina al escuchar esas palabras.

- Pero está bien, verdad. Dígame que está bien, ¡dígamelo! – grito desesperada agarrando las ropas del oficial, este la sostuvo con fuerza y trato de calmarla.

- Lo siento pero su padre está muerto. – respondió mirandola a los ojos. El mundo entero se abrió bajo los pies de ella, su padre no podía estar muerto, se dijo sintiendo sus lagrimas caer y recorrer sus rostro, no eso no podía ser. El dolor de su pecho fue entonces sustituido por otro más fuerte en su vientre.

- ¡Ahhhh! – grito de dolor y los dos oficiales la sostuvieron de inmediato.

- Señorita que le pasa, se encuentra bien – indago uno de ellos pero ella respiraba entrecortadamente.

- ¡Ahhhh! – otro grito y entonces algo liquido bajo por sus piernas manchando el vestido que traía... El liquido era una mescla de sangre y agua. Los oficiales se miraron a la cara y el temor apareció en sus rostros, los dos hombre estaban acostumbrados a tratar con criminales y mal vivientes pero no con una mujer a punto de dar a luz.

- Ayúdenme por favor – suplico Marina y minutos después se encontraba camino al hospital en el auto de policía. Su mente era un total caos cuando llego a urgencia, por lo que apenas pudo decir su nombre. Su padre estaba muerto, su hijo  por nacer y ella no tenia mas fuerzas para luchar. El médico de guardia en la sala de parto casi la obligo a reaccionar.

- Vamos Marina, ¡tienes que ser fuerte! – le había gritado mientras los dolores se hacían cada vez más insoportables. Tres horas y veinte minutos después Marina dio a luz a una niña hermosa, pesaba tres kilos y doscientos gramos y tenía el cabello negro. La enfermera lo puso en sus brazos luego de haberla bañado y ella observo el rostro de su pequeña, la bebe a su vez la había reconocido y le había exigido sus derecho para alimentarse, con la ayuda de la enfermera Mariana amamantó por primera vez a su bebe y fue el momento más hermoso de su vida.

...
La habían trasladado a una sala más grande donde habían otras mujeres con sus respectivos bebes, ella era la más joven por lo que de inmediato las demás le brindaron ayuda. Al segundo día de estar en el hospital su madre reapareció en su vida.

- He sabido lo de tu padre y lo siento mucho. – dijo Isabel al saludar a su hija. Marina tenía a su bebe en brazos y esta dormía plácidamente. – Es hermosa, pero no creo que puedas quedártelo.- las palabras de su madre se sonaron frías y sin un mínimo de dulzura.

- ¿Qué? – la voz de Marina pareció esfumarse en aquel monosílabo.
-
 Ya me has oído Marina, ahora estas bajo mi tutela y estoy segura de que no estás preparada para tener un hijo. Mírate eres una cría. – dijo aquella mujer que se decía su madre con la mirada de hielo. Era un monstruo disfrazado de madre que ahora pretendía quitarle a su hija, pensó

- No - negó Marina. - es mi hijo, tú no puedes quitármelo, mi padre dijo que podía...

- Ya lo has dicho, tu padre. Pero ahora está muerto y yo no pienso mantener a ese mocoso. – su madre alzaba la voz sin importarle nada. Marina trato de proteger a su pequeña aferrándose a él pero las manos de una enfermera se lo arrebataron de su pecho.

- No por favor, es mi hija, es mi hijea – Grito con todas su fuerza pero no consiguió nada, las demás madre veían la escena y protegían a sus bebes que también lloraban como el suyo. Isabel ni siquiera se conmovió con el llanto desesperado de su nieta ni con el de su hija.
- Mañana vendré por ti y espero que no cometas una tontería. – Marina lloro toda la noche y también lo hizo su bebe en la sala del reparto infantil. Esa noche Marina juro a dios que no descansaría hasta recuperar a su hija.



A la  mañana siguiente su madre llego como había dicho y después de haber firmado una serie de papeles se la llevo a la que sería su nueva casa.

- Nadie debe saber que has tenido un hija, nadie – la amenaza llego sin que ella se lo esperase. – Eso es si quieres que tu mocosa viva. –

Esa mañana Marina conoció a la verdadera Isabel Santos, su madre, una maldita víbora.
Y ante la amenaza penso que se encontraba justo en la cueva de muchas serpientes pero se equivoco, la familia de su madre la acogió con mucho cariño, Aldo su esposo fue muy amable y se presento ante ella con mucha disposición, su hermanastro Manuel, quien era unos años menor que ella también la recibió con mucho amor y ella ante esto se sintió agradecida.

Los días en ese lugar a pesar del cariño que recibía por parte de su hermanastro y del padre de este eran un verdadero infierno. Cada minuto que pasaba no dejaba de pensar en su bebe y en cómo recuperarla. Así pasaron los meses y aquel día finalmente llegó la felicidad para ella, solo que de la persona que menor esperó.

El día de su fiesta de cumpleaños Aldo invito a muchos de su amigo incluidos los hijos de estos. La fiesta era muy animada pero la anfitriona no parecía muy feliz y esto fue notado por la mirada de Rafaela Santoro, una de las amiga y socias de Aldo.

- Daria una estrella por tus pensamientos – dijo la voz como un susurro a sus espaldas. Marina se asusto y se alejo bruscamente, nunca mas había permitido que un hombre se acercase a ella, pero esta vez no se trataba de un hombre, solo que ella no se giro para ver. – Por favor no te marches. – pidió la voz y ella sin saber por qué se detuvo. – Perdóname si te he asustado, solo quería conversar un poco. – volvió a decir la voz y ella se sintió curiosa por saber a quien pertenecía esa voz tan segura y sensual.

- ¿Y se puede saber por qué conversar conmigo cuando hay tantas personas en esta sala? – pregunto irónica  mientras se giraba para encontrase con el rostro de una mujer. No solo ella parecía sorprendida sino que esta también. Era unos cuantos años mayor que ella, tenía el cabello largo y rizado, y una mirada muy intensa.

- Si te dijera que me has parecido la única persona sensata en este lugar me creerías. – dijo ella mirandola a los ojos. Marina se sintió apenada y se sonrojo ante la mirada de la mujer que iba vestida con un elegante completo de pantalón blanco.

- Por supuesto que no, además ni siquiera sé quién es, la verdad es que no conozco ni a la mitad de mis invitados. – esto último lo dijo con dolor pero rápidamente se repuso, en ese último año había aprendido a ser fuerte y a no mostrar su debilidad ante los demás.

- En ese caso, soy Rafaela Santoro. Ahora ya me conoces. – dijo otra vez extendiéndole la mano para saludarla. Marina dudo un momento pero luego sin poder explicar su reacción la acepto.

- Marina Peñaroja – dijo ella a su vez y sintió como su rostro se encendía al rose de aquella mano. – Perdón pero Sara mejor que me marche. – volvio a decir e intento escapar como hacia siempre ante cualquier persona que le hacía sentir diferente. Pero ella no la dejo, inesperadamente la tomo del brazo y ella se sintió prisionera, después de lo sucedido nunca más se había dejado tocar por nadie, le daba pánico solo entrar en contacto con otras personas.

- ¡No vuelva a tocarme, nunca más, me escucho! – grito con rabia y desasiéndose de la mano de Rafaela se echo a correr hacia las escaleras.

- Rafaela – llamo la voz de Aldo al ver la escena que acababa de ocurrir.

- Aldo yo... – ella trato de disculparse, Aldo sabía que era gay y por un momento temió que no le agradase verla cerca de su hijastra. Pero como siempre su amigo la sorprendió al apoyar su mano en su hombro.

- Tranquila, Marina es una muchacha muy extraña, a veces ni yo se que le pasa por la cabeza. – comento Aldo con una sonrisa comprensiva.

- Eso mismo me ha pasado – confeso Rafaela viendo hacia donde se había marchado Marina – Ojala pudiera conocerla. – comentó en voz baja para que ni su amigo lo escuchase.

- Que has dicho- pregunto Aldo

- Nada, no tiene importancia,

- Bueno entonces vamos a buscar una copa.- propuso Aldo y ella acepto, sin dejar de pensar en la mirada triste y lejana de Marina, había sido eso, su mirada lo que le había hecho acercarse para hablarle. Tras el encuentro con la amiga de Aldo, Marina se encerró en su cuarto y se quedo observando la fiesta desde su ventana.



Años después en conmemoración de su ventitreesimo cumpleaños Marina observaba la hermosa velada para dos que la persona más importante de su vida, habia preparado en el jardín de la que en esos momentos era su casa.

- ¿Te gusta? – pregunto una voz a sus espaldas y ella tímidamente se regreso hacia esta, allí estaba ella, la mujer que había conseguido su corazón y su alma. Rafaela tras una larga y dura batalla había logrado que lo imposible ocurriese, Marina había vuelto a confiar en las personas y se había enamorado de ella. En un inicio Marina se había sentido confundida, con miedo a lo que Rafaela le había hecho sentir, pero luego tras conocerla, una linda amistad nació para convertirse luego en amor.  Que amase a Rafaela tampoco había sido aceptado por su madre, pero para entonces ella ya era mayor de edad y había decidido su propio futuro, un futuro en el que había encontrado la paz consigo misma aun cuando su corazón no sanase del todo.

 Ahora allí entre los brazos de su amada su corazón latía lleno de ternura, la misma que a cada minuto se reprochaba por no poder darle a su hija. Rafaela le había prometido toda una vida llena de dichas pero en el fondo ella solo necesitaba una cosa para ser completamente feliz.

 – pregunto su mujer alzandole la mirada al ver en esta dolor, un dolor que aun no era capaz de descifrar. Había hecho hasta lo imposible por complacerla y sabia que en sus brazos ella era feliz, pero aun y con todos sus esfuerzos no lograba quitar esa mirada trate y ausente que en muchas ocasiones su amada reflejaba.

- No es nada cariño, ¿no te preocupes? – respondió ella acariciándole el rostro.

- Ven, quiero que esta noche la disfrutemos, quiero que seas realmente feliz. – susurro tamandola del brazo y conduciéndola fuera al jardín. Mariana se sintió un poco culpable al escuchar las palabras de aquella maravillosa mujer, a veces sentía el deseo de contarle toda la verdad, pero luego las dudas y el miedo se apoderaban de ella y callaba.

 Aquella noche había marcado su vida y en ocasiones pensaba que no merecía la felicidad que Rafaela le había dado, las lagrimas, aquellas lagrimas que derramaba día a día desde su pérdida eran las únicas que conocían su secreto. Sufría en silencio y pedía a dios que le diera el valor de contar su verdad, aquella que por ser mujer no se atrevía a contar.



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3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho tu forma de escribir...una sugerencia,desde el cariño,...es una buena historia, que tiene mucho para explotar, creo q contada demasiado rápida. Que tal si además de contarla la llenas de detalles y nos deleitas con escenas y situaciones....porque creo sinceramente que tienes mucha capacidad para poder realizarlo....
    GRACIAS por escribir

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  2. Esta historia en verdad merece una segunda parte, tiene muchas situaciones que podrían abordarse, en eso concuerdo plenamente con Angels, del comentario anterior.
    Por lo demás es una fascinante historia y la manera particular de escribir que tienes, es grandiosa.
    Saludos Daniells. :)

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  3. Lo mismo digo, parece inconclusa,es buena la historia, pero muy corta de detalles que podrían hacerla más amena, además de que pasó pues con la hija?

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