11
Isabel cabalga
hacia Casa Grande, ha estado todo el fin de semana con Cristina.
En la comarca no se habla de otra cosa que de lo ocurrido el viernes en
la noche en la cantina.
Nieves quedó con ellas el domingo en la mañana. La muchacha contó que su
padre no había comentado nada de lo acontecido.
Silencio, sólo
silencio. El Lobo no habla, actúa, al acecho, espera el mejor momento para
degollar a sus víctimas.
Las hermanas lo saben, Isabel no va a salirse con la suya esta vez. El
Lobo atacará cuando menos lo espere.
Isabel tiene un plan. Hay poco tiempo para llevarlo a cabo. Los
acontecimientos pueden precipitarse tan rápidamente que les puede ir la vida en
ello.
Hablará sin tapujos con sus hermanas. A Cristina no sabe si decírselo.
Si sabe algo su vida puede correr peligro.
Isabel ha bajado de Aroaki, le apetece caminar, la noche ha llegado sin
avisar, el fresco de septiembre se hace sentir en la tierra extremeña. La
brisa le despeja la cabeza. La muchacha piensa.
Almudena y Nieves han cenado. Su padre no está. Las muchachas están
preocupadas, esperando. Conversan.
–¡Qué solas estamos esta noche, hermana! Isabel está a punto de llegar–,
comenta Nieves.
–¿Qué hablasteis esta mañana?– pregunta Almudena.
–Le dije que ayer padre no hizo referencia para nada a lo acontecido el
viernes. Isabel está muy preocupada, hermana–, responde seria Nieves.
–Es hora de tomar una decisión. La vida de Isabel no ha sido nada fácil
desde que comenzó a ser diferente, la nuestra es complicada pero la suya no
tiene ningún futuro aquí–, dice con contundencia Almudena.
–Me dijo que esta noche la esperásemos en su habitación, hacia las once,
tiene que hablar con nosotras, mucho me temo que Isabel tiene un plan y lo va a
llevar a cabo. Veremos que nos cuenta–, concluye Nieves.
Las dos hermanas están en la habitación de Isabel. No mucho más tarde de
las once Isabel aparece, como siempre por lugares imprevistos, ¡esta vez ha
sido por la puerta! Las hermanas esperaban que entrase por la ventana.
–¡Buenas noches hermanas!– dice Isabel abriendo la puerta de la
habitación de golpe, ¿sois un poco asustadizas, ehh? Aquí estoy, enterita–,
Isabel abraza a sus hermanas, las quiere y las respeta, lo que tiene pensado
hará que se separe de ellas quizás para siempre.
–¡Hermana, hueles a mujer! ¡Qué rico olor tiene Cristina!– dice con
cierto humor Almudena. Nieves e Isabel sonríen.
Isabel está encantada con la naturalidad con que sus hermanas han
aceptado su relación con Cristina. Está orgullosa. Haría cualquier cosa por
ellas. Nadie la ha ayudado ni la han curado como ellas. Si no hubiera sido por
su apoyo ya estaría enterrada, habría huido o estaría condenada. Las ama,
le duele lo que les va a plantear, solo espera entendimiento, como siempre.
–La noche va a ser larga, poneros cómoda, hoy necesito un whisky. ¿Os
acordáis cuando lo robe sin que nadie se diera cuenta? Robo el coñac… el buen
vino… ¡vuestra hermana es una ladrona! Jejejee–. Isabel sonríe, Almudena
y Nieves ponen las copas, se sientan y…
–¡Isabel desembucha! Dinos lo que tienes planeado sin omitir nada,
¿vale?– dice Almudena con voz grave y dura.
–Eso voy a hacer. A ver, hermanas, no tengo que decir que mi
situación en esta casa se torna cada vez más dura e insostenible.
Estoy esperando cualquier reacción de padre, reacción que me puede costar muy
caro–, dice Isabel. Sus hermanas asienten. –Me voy a ausentar durante unos diez
días, me tenéis que cubrir y decir a padre que me he vuelto a perder en
la sierra, él lo interpretará como que “le tengo miedo por lo que pasó en la
cantina”. Espero que así no sospeche la verdad–, cuenta Isabel.
–¿Dónde irás hermana? Si no vas a la sierra, ¿dónde irás?– pregunta con
intranquilidad Nieves.
–A Cádiz, me informaré cuando sale un barco hacia América, hacia
Argentina exactamente. Es el único futuro que le veo a mi relación con
Cristina, abrirnos a nuevos mundos, conocer nueva gente y aparecer como
hermanas. Una nueva identidad, una nueva vida. Le he estado dando muchas
vueltas y es lo único que veo con posibilidades de éxito. Aquí me espera la
muerte, – dice de un tirón Isabel.
La realidad ha estallado de golpe, la situación no admite muchas dudas.
Isabel tiene razón, vivir bajo el yugo de El Lobo no tiene muchas alternativas,
ninguna.
–Pe… pero eso significa no verte más Isabel–, dice Almudena con un nudo
en la garganta.
Nieves mira cara a cara a Isabel, sabe que está sufriendo, observa como
Almudena se ha dado media vuelta ocultando las lágrimas que pugnan por salir de
sus bellos ojos. Ella es la más joven de las tres, la preferida de su padre, es
la única capaz de frenarlo en contadas ocasiones. No sabe que decir ni que
hacer. Un silencio se ha establecido en la alcoba. Las tres mujeres beben de
sus respectivas copas, no les queda mucho para estar juntas.
–¿Lo sabe Cristina?– pregunta Almudena cortando el duro silencio,
tratando de reponerse de la tristeza que siente.
–No. Esta noche dormiré aquí, mañana desayunaré con vosotras y padre.
Necesito saber cómo reacciona ante mi presencia. También necesito demostrar
tranquilidad, normalidad. No quiero que padre sospeche lo más mínimo adónde
voy. Tiene que estar totalmente convencido que estoy en la sierra. Es la única
posibilidad que veo para que salga bien lo que tengo que hacer–, vuelve a
decir con convicción Isabel. –Mañana por la noche iré a ver a Cristina,
hablaré con ella y.., he dudado en decirle todo o contarle a medias, por una
parte pienso que si sabe algo su vida correrá peligro. Tengo miedo hermanas.
Por otra parte tiene todo el derecho a estar alerta y saber a lo que voy a
Cádiz y porqué estaré diez días sin verla. Es por ello que se lo voy a decir.
También tengo que contar con ella para saber si está dispuesta a irse conmigo–,
continua Isabel.
–No dudo que se irá contigo, esa mujer te ama. No llego a entenderlo del
todo pero es una gran mujer y te va a hacer feliz. Eso es lo que importa–,
acierta a decir Almudena con cierta angustia.
Almudena, la hermana mayor, es la más responsable. Ha visto casi
todo en ésta vida, se acostumbró pronto a la falta de la madre y a la crueldad
de su padre. La Tata ha tratado de suplir a su madre, pero no lo ha conseguido,
guarda demasiados secretos de La Casa Grande, tiene demasiado miedo a descubrir
verdades, verdades que atañen a El Lobo, verdades que si salen a la luz
pueden producir mucho sufrimiento; no, La Tata no ha podido suplir a la madre.
Solo hay cuatro años de diferencia con Nieves, la pequeña, dos con
Isabel. No es una gran diferencia de edad. Las tres han vivido entre el
sufrimiento y el temor.
Ahora tiene la oportunidad de ayudar a que Isabel consiga su libertad.
Es la que más tiene que temer, tanto porque siempre ha sido la más rebelde,
tanto por su opción personal. El Lobo ha podido consentir relativamente todo
los desmanes de Isabel, pero que “ame a un mujer”, por ahí no va a tragar. El
Lobo siempre ha pensado que Isabel se casará con quien él diga y entonces se le
quitaran todas las “tonterías de la cabeza”. Por ello no la ha matado todavía,
El Lobo cree que la domará y la podrá utilizar en sus planes de conseguir más
tierras a través del casamiento. Es un hombre cruel pero práctico, sabe de la
belleza y el valor que tiene su hija mediana.
Almudena comprende todo esto, lo sabe, Isabel solo tiene un camino,
huir. Le partirá el alma, pero también sabe, cuando pase el tiempo, que solo
con recibir una carta de su hermana diciendo que es feliz, ella también lo
será.
Como siempre está dispuesta a ayudar a Isabel, también a Nieves. Son
tres hermanas unidas por la crueldad de un padre sanguinario, corroído por el
poder, podrido de soberbia.
Nieves, la pequeña, tiene ansias de libertad, de vivir una vida fuera de
aquella casa, pero sus planes no son huir. Ella quiere casarse con alguien que
tenga poder y dinero, con capacidad de llevarla a la corte, a Madrid. Sueña con
bailar en los mejores salones del reino, conocer a la nobleza más influyente,
en lucir los mejores vestidos. Nieves quiere eso, lo conseguirá, hace mucho que
no cree en el amor, nunca lo ha hecho pero algo ha ocurrido. El amor que se
profesan Cristina y su hermana se lo han demostrado. El amor esta ahí. Ello no
cambia ni un ápice sus planes. Es la mejor opción que tiene, si tiene suerte se
casará con alguien que por lo menos le guste, pero no quiere andar huyendo de
nada ni de nadie. Se siente hermosa y con ello puede aprender a defenderse en
un mundo de poder y corrupción.
Si tiene sentimientos por alguien es por sus hermanas, no solo quiere a
Isabel, la admira.
El Lobo no ha querido ir a cenar a La Casa Grande, no desea ver a su
hija Isabel. Si la mira a los ojos puede que se levante y la azote hasta la
muerte. No es el momento. El Lobo está intrigado. Nunca su hija se le
había enfrentado tan abiertamente. No entiende todavía por dónde apareció en el
momento preciso para intervenir sin ser vista.
El Lobo piensa mientras pasea por sus tierras. La noche es clara, hay
buena visibilidad, montado en su caballo observa todo lo que le pertenece.
Masculla un plan para averiguar todos los pasos de su hija.
Por lo pronto asustará un poco a Carmen y a Pedro. La forma será
atacando a una de las muchachas, la tal Cristina es muy bella, diferente y le
produce cierto morbo.
El Lobo sonríe. Sí, esa Cristina tiene algo diferente a las otras dos
trabajadoras de la taberna. No notó miedo en sus ojos. ¿Otra Isabel? Vaya, otra
mujer que se le enfrenta, eso le divierte.
En cuanto a su hija, hará que alguno de sus trabajadores la siga. Quiere
averiguar cada uno de sus pasos, se ha vuelto demasiado resbaladiza. No puede
consentir tanta libertad. A Isabel le ha llegado el momento de casarse, El Lobo
tiene sus planes, quería esperar un poco más pero la acción de Isabel le ha
demostrado que cada vez la muchacha le tiene menos respeto y eso le enerva, no
lo va a consentir. Isabel aceptará lo que él diga, lo que él mande,
lo que él decida.
El Lobo sabe que su hija para enfrentarlo tan abiertamente tiene que
estar planeando algo, o le ha pasado algo muy especial. Él sabe de los buenos
sentimientos de la chica, ¿Isabel se ha enamorado? Si es así, ¿de quién? Algo
muy importante le ha pasado, y no puede ser nada más que el amor. El Lobo
sonríe. Él es un hombre muy inteligente. Conoce a cada una de sus hijas, las ha
consentido demasiado, ahora han crecido, él tiene planes para cada una de
ellas.
Ellas lo harán más poderoso, piensa también en que alguna de ellas le
dará un heredero, un niño que se convertirá en hombre, él lo educará
personalmente. Necesita un varón en la familia para completar sus planes, es lo
que le hará definitivamente poderoso y feliz.
El Lobo suspira, a la mañana siguiente planeará como “asustar” a
Carmen y Pedro. Decididamente su objetivo será Cristina, quizás, quizás… piensa
El Lobo, ¡no está nada mal! ¡Le gustan esas mujeres! Quizás, quizás,…¡un poco
de dinero lo arregle! El hombre mira a la luna, aprieta sus ojos, le brillan,
es un hombre listo y duro, por eso es El Lobo. Se divertirá en los próximos
días.
La mañana ha llegado, finalmente Isabel se quedó dormida muy tarde,
preparó una saca con las cosas más necesarias para el viaje. Alguna muda
y ropa cómoda. Un poco de dinero. Solo le falta comida para el camino.
Almudena y Nieves están sentadas junto con su padre, la Tata pone el
desayuno. El Lobo sonríe a sus hijas, está de muy buen humor.
–Chicas, ¿habéis visto a vuestra hermana? No ha aparecido en todo el fin
de semana. Espero que esté bien–, pregunta irónico, como siempre, el padre.
Isabel aparece de improviso.
–Estoy bien padre, cansada de cabalgar por esos mundos, pero ya sabes de
mi gusto. Ahora estoy aquí, estoy muy bien–, dice tranquilamente Isabel.
Frente con frente, mirada con mirada, sonrisa con sonrisa. El Lobo no
puede enfrentarse así a su hija, no puede ir como ella, no puede enfrentarla
honradamente.
Es superior a ella. ¡Qué pena que no sea macho! Maldice
al universo por ello. Tiene todo lo que un hombre debe tener solo le faltan los
atributos masculinos.
No consigue odiarla del todo. Hay algo que lo paraliza, ¿su hija
consigue que él se paralice? El Lobo amedrentado por su propia hija.
El hombre vuelve a sonreír, ¡menos mal que sus pensamientos no están al
descubierto! ¡Maldita hija! Aprieta los puños.
–Siéntate y desayuna, debes estar exhausta, mi querida hija–termina por
decir.
–Gracias padre, tienes razón, tengo hambre. Por cierto, tengo algunos
asuntos que realizar en la sierra, hay algunas trampas para lobos que tengo que
terminar. No necesito tu permiso, pero me gustaría que aprobaras mi trabajo–,
dice Isabel. El comentario toma por sorpresa a sus hermanas. El Lobo
sonríe a su hija,
–¡Claro! ¡Qué mejor que tú! Ningún hombre puede hacerlo mejor que mi
hija Isabel. Hazlo. No tengo duda que lo harás bien, después tendré que hablar
contigo–, comenta sin dar importancia el padre.
–Me adentraré en la sierra por diez días, haré mi trabajo y luego
hablaré contigo padre, por supuesto, será un placer oír tus palabras–, termina
hablando Isabel.
Las dos hermanas observan sin dar crédito a lo que ven, padre e hija
conversando, ¡claro que con mucho doble sentido! En fin…
No hay más acontecimientos ese día. A la noche Isabel se dirige a la
cantina. Es martes, entre semana la hora de terminar el trabajo se adelanta
bastante, apenas son las diez y media de la noche y las chicas están en sus
habitaciones. Esta noche, Cristina no espera a Isabel, está en su pequeña
habitación, una cama pequeña, una mesa redonda, la chimenea y la bañera
conforman el mobiliario.
La muchacha acaba de lavarse. No ha querido cenar con el resto, se ha
llevado algo de fiambre, pan y vino a la habitación, necesita estar sola.
–No he cenado todavía, ¿hay algo para mí?–, alguien habla bajito desde
la ventana, una sombra aparece a la luz del candil,
–¡Maldita sea! ¡Me has asustado! ¡Diosas, Isabel! ¿Qué haces aquí? No te
esperaba–, suspira Cristina.
–Lo sé, pero no puedo dejar de pensar en ti y aquí estoy. No pretendí
asustarte, no tengo muchas más formas de avisar que vengo. ¿Puedo o me quedo a
medio camino y mi trasero medio afuera de la ventana?–dice cómicamente Isabel.
–Entra, entra, ya, venga. ¡Isabel, eres incorregible!–. Finalmente
Cristina sonríe, en realidad le gusta la forma de aparecer de su amante,
¡cuánto la ama! Ha trastocado su vida por complo. Sonríe, va hacia la ventana,
coge la mano libre de Isabel, tira hacia ella y la besa de forma absoluta.
No hay palabras, solo la acción del amor. Ropa fuera, manos que se
entrelazan en movimientos de caricias y sensaciones, ojos que se cierran para
apreciar cada uno de los roces. El placer llega una y otra vez, el fuego de dos
almas se manifiesta en sus cuerpos. Las bocas de las dos muchachas se expresan
en mil besos.
Poco tiempo después la cabeza de Isabel descansa sobre el abdomen de
Cristina. La muchacha trata de que su respiración vuelva a la normalidad.
Cristina suspira. Momento de aquietarse después de la tormenta y el
placer.
–Ven, Isabel sube hacia aquí, necesito sentir todo tu cuerpo–, habla con
un susurro Cristina.
La muchacha se ha dado media vuelta, la cama es estrecha, se acomoda
para que Isabel pueda quedar frente a ella. Los dos cuerpos se han juntado y
abrazado firmemente. Una mirada absolutamente llena de amor se posa sobre
Isabel. La joven responde a esa mirada, la eclipsa, nunca ha sido tan feliz. No
puede dejar de pensar que cualquier esfuerzo que realice para estar con Cristina,
merecerá la pena. Está valiendo la pena. Por un momento no le importa la
muerte, luego reflexiona y sí le importa; le importa porque quiere vivir, amar
y sentir cada uno de los días a Cristina. Isabel rectifica inmediatamente sus
pensamientos. Quiere vivir, desea amar y luchará para conseguirlo.
Las dos mujeres están sentadas cenando algo a la luz de las velas. La
tranquilidad se ha instaurado por un momento en la habitación. Cristina toma un
largo sorbo de vino:
–Cariño, dime, no es normal que tú un martes en la noche vengas aquí, te
arriesgues a venir sin más. ¿A qué has venido? ¿Qué tienes que decirme que no
puede esperar al viernes en la noche?– pregunta sin titubeos la joven.
–Tienes razón, no voy a andar simulando nada ni dando rodeos. Espera me
has llamado cariño, ca-ri-ño. Me gusta, es muy lindo. Es algo íntimo.
Cristina…yo, yo cada día estoy más enamorada de ti, lo pasaría muy mal si te
pasara algo. Yo…
–Shhhh, no tienes nada que temer, no pasará nada. Voy a estar contigo el
resto de mi vida, lo conseguiremos sea como sea, ¿entiendes Isabel? Sea como
sea–, Cristina toma la mano de Isabel una vez más aquella noche, la besa y la
mira profundamente a los ojos.
Isabel acaba de encontrar el momento justo para explicarle porqué está
allí esa noche y sus planes.
–Bien esté es el plan, Cristina. La información que ha llegado a mi
padre de mi propia boca es que me adentraré en la sierra, unos diez días. El
trabajo de terminar unas trampas para los lobos, es mi excusa. Bajo ningún
concepto debe saber que mi camino es otro. Voy camino a Cádiz. Cristina, allí
me informaré y compraré pasajes en un barco para cruzar el océano hacia
Latinoamérica. Conozco algunas familias que ya están establecidas allí. Tengo
que averiguar su dirección–, habla largamente Isabel.
La muchacha para un momento, ha hablado sin mirar a Cristina a los ojos.
Espera su reacción, algo de incertidumbre se establece en su cabeza.
Cristina calla, espera a que Isabel termine de hablar.
–¿Vendrás conmigo Cristina? Yo no puedo seguir en Tierra de Lobos, mi
vida aquí ha terminado, dime ¿vendrás conmigo?– pregunta nuevamente Isabel.
La joven al decir sus últimas palabras se levanta de la mesa, da la
espalda a Cristina, se acerca a la ventana, necesita aire. No ha entrado en
detalles con su amante, no es necesario, solo hace un falta un sí, y todo
estará en marcha.
–Siento no poder ofrecerte algo mejor, Cristina yo…– Isabel no es capaz
de articular más palabras.
Cristina también se ha levantado, no ha contestado inmediatamente, se
acerca por detrás a Isabel, la abraza y le dice:
–¿Acaso lo dudas? Iré contigo a donde haga falta, caminaré a tu lado,
las dos juntas. Entiendes Isabel, las dos juntas–, dice de forma categórica
Cristina.
Isabel da media vuelta y envuelve estrechamente a Cristina en un abrazo.
Poco tiempo después un beso sella el futuro que han decido ambas jóvenes.
En Casa Grande El Lobo habla con uno de sus hombres más duros y fieles,
–¡Carlos! Te voy a encargar un trabajo muy especial, durante unos días
quiero que sigas a mi hija Isabel allí dónde vaya y me digas cada uno de los
pasos que dé. ¿Has entendido? Ese es tu cometido. No la pierdas de vista. No
sólo es una orden, cumple a rajatabla con lo que te digo o no vuelvas por
aquí–, dice el Lobo ordenando.
–Bien patrón, como usted diga. La acabo de ver entrar en la casa, creo
que anda recogiendo algo de comida, lo que lleva en su yegua es lo mismo que
cuando se va para la sierra–, dice el hombre con cierto temor.
–Si, eso me ha dicho que estará ausente como diez días. Su objetivo es
terminar algunas trampas para evitar que los lobos nos diezmen el ganado.
¡Carlos! No la creo, algo se trae entre manos. No tengo que darte más
explicaciones, solo que la sigas y me informes. Solo eso–. El Lobo da por
terminada la conversación.
–Bien patrón, así se hará. Por cierto, señor, los dos hombres que pidió
le esperan esta noche en la taberna, a las nueve estarán por allí–, afirma el
hombre.
–No, no Carlos, dentro de la taberna no, detrás de la iglesia, allí nos
veremos y ya les diré lo que tienen que hacer. No se te olvide recalcarles
donde. ¿Has entendido?–, El Lobo mira duramente al hombre.
–Entendido patrón, les diré que estén a las nueve detrás de la iglesia y
que no llamen la atención–, el hombre se va diciendo estás últimas palabras. El
Lobo mira de reojo a su peón, una sonrisa marca su cara. Esta noche se va a
divertir, necesita saber cosas, también dará un escarmiento a Carmen y Pedro.
Los hubiera matado hace tiempo, pero sería poco inteligente, son gente
respetada por todos, no necesita que desaparezcan. Solo demostrarles
quien es el amo.
Isabel acaba de tomar todo lo necesario para su viaje. Finalmente ha
hablado con sus hermanas de los pormenores. Tampoco ha dicho todo lo que va a
hacer. Su padre está demasiado tranquilo, sabe que a su progenitor no se le
escapa nada. Isabel debe asegurarse de que nadie la sigue. La muchacha sí se
adentrará en la sierra, esperara a ver si alguien la sigue. Intuye que así va a
ser. Luego rodeará la sierra y saldrá por otro lugar, un lugar que pocos o
nadie conocen. Tiene que estar absolutamente convencida para girar y
encaminarse hacia Cádiz.
Isabel ha pedido a sus hermanas que cuiden de Cristina, que la visiten y
la protejan.
Es media tarde, Isabel monta a Aroaki y se interna en la montaña. Una
silueta la sigue sin perderla de vista. Isabel sonríe, lo sabe.
Van a dar las nueve de la noche. Los hombres de El Lobo están esperando,
el patrón se acerca con sigilo.
–¡Qué! ¿A quién esperáis?– pregunta de improviso El Lobo. Los hombres no
se han dado cuenta de que ha llegado.
–¡Patrón! Lo, lo esperamos a usted, disculpe, no lo oímos llegar–, dice
uno de los hombres.
–Bien, atended bien, seguid al pie de la letra mis órdenes. Quiero
que más o menos a las diez de la noche sigáis a Cristina, la trabajadora de la
cantina. Creo que la conocéis bien, desde que están las chicas, vais muy
a menudo a la taberna. Lo sé–, comenta sin mucha transcendencia el
patrón.
Los hombres asienten con temor. No saben que les va a proponer el jefe,
pero no será nada fácil.
–Bien, la chica saldrá a dar un paseo tú le dirás que alguien quiere
verla–, dice El Lobo señalando a uno de sus hombres. –Yo y José estaremos
esperando en este mismo lugar. Dile a la chica que venga aquí. Lo demás corre
de nuestra cuenta. ¿Está claro? Es muy sencillo lo que tienes que hacer. Sé
discreto. Ahora ve a hacer el encargo–, termina de hablar El Lobo. El hombre
asiente.
–Ahora, José ¿has traído lo que te pedí? El paño y el cloroformo, es la
forma de acallar a la muchacha y hacer lo que queremos–, pregunta el patrón.
–Sí patrón, aquí está, también la manta para envolverla. A las diez ya
es de noche, este lugar es poco transitado y no habrá problemas. La choza donde
la llevaremos está lista. Patrón, ¿puedo preguntarle algo?– dice con cierto
nerviosismo José.
–¡Claro! Cualquier duda es buena preguntarla porque después puede haber
malos entendidos, ¿no José? Y eso no sería bueno–, concluye duramente el
patrón.
–Si, patrón, así es. Mi pregunta es si le haremos daño a la chica o
simplemente será un susto.
–Será solo un susto pero con la marca de El Lobo. La chica se rebelará y
entonces un par de bofetadas o un par de puñetazos no vendrán mal. No te
preocupes lo haré yo, quiero que sepa muy bien quien hace esto y lo que les
puede ocurrir a todos los integrantes de la cantina si se pasan de listos
conmigo. Se acabó la conversación, esperemos tomando un trago en el burdel–,
termina El Lobo.
Cristina se siente intrigada de que alguien quiera hablar con ella.
Piensa que puede ser una trampa o que Isabel quiere verla a último
momento, o… pueden ser las hermanas. Conoce al hombre que le ha avisado de la
cita. Casi todas las noches pasa por allí, nunca se ha metido con ella, siempre
la ha respetado. Irá.
Se acerca a Carmen y le dice que va a terminar un poco antes su trabajo,
que necesita ir a un recado. Carmen está acostumbrada a los paseos de la
muchacha, no sospecha nada.
Avisa también a Lola y Lucia. Éstas piensan que es una cita con Isabel.
Cristina se encamina hacia la Iglesia, la noche ya es cerrada, los pocos
candiles que alumbran el lugar hace que la noche se torne algo oscura.
El Lobo y su secuaz están esperando. Se han ocultado en un saliente de
la parte de atrás de la Iglesia, no darán lugar a que la chica se alerte.
Cristina ha llegado, mira en todas direcciones.
José se acerca por detrás, Cristina se ha parado, la muchacha se ha
quedado quieta por un momento, esperando. Unas manos y un pañuelo le han tapado
la boca, Cristina se ha dado cuenta demasiado tarde. El cloroformo actúa muy
rápidamente. El Lobo envuelve a la chica en la manta, José la carga, los dos
hombres se introducen entre los arbustos y pronto buscan un camino poco
transitado que los lleva hacia una cabaña. No está lejos, apenas media
hora después dejan el cuerpo en un sucio catre. Atan las muñecas de la muchacha
a la cama y esperan que se despierte, la cantidad de cloroformo aspirado por la
muchacha no ha sido mucho, no tardará en abrir los ojos.
Almudena y Nieves están intranquilas, su padre no ha cenado con ellas,
lleva todo el día desaparecido, no ha estado en los campos ni con el ganado,
algo trama. Almudena y Nieves han pensado que deben vigilar a las chicas de la
cantina, conocen a su padre, urdiría un plan para dar a Carmen y Pedro donde
más le duele. Ahora “el éxito de la taberna y la fonda” viene de la mano de sus
tres nuevas trabajadoras.
El Lobo lleva demasiados días callado, sin dar señales de violencia ni
dureza. Ha estado sonriente, demasiado sonriente después de la “vergüenza
sufrida” de manos de su propia hija. El Lobo odia la cantina y a sus dueños.
Almudena y Nieves han decidido salir esa noche, quieren vigilar los
pasos de su padre. Isabel se ha ido, no está para proteger a Cristina ni a las
chicas, ellas se encargaran. Pasaran a la acción durante el tiempo que su
hermana no esté en el pueblo.
Dos siluetas siguen los pasos de El Lobo y su secuaz. Han visto todo lo
ocurrido. Cristina ha sido secuestrada y narcotizada. Han reconocido a los
culpables. Tienen que tener mucha prudencia para no ser descubiertas.
Almudena y Nieves saben donde llevan a Cristina, la vieja choza fue un
lugar de juegos en la infancia.
Esperaran a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, solo
intervendrán si El Lobo hace daño a Cristina. No van a dudar en pegarle un tiro
si es necesario.
En la cabaña un joven cuerpo se mueve, despierta, abre los ojos y se
encuentra con dos miradas burlonas.
–¡Vaya, señorita! Bienvenida a la vida. ¿Esta cómoda? Creo que sí. ¿Se
preguntará porqué está aquí? Fácil…
12.
A Cristina le
cuesta aclarar la mente, la cabeza le da vueltas y está en un sopor. La
conversación de los hombres la traen poco a poco a la normalidad. Pronto
comprende su situación, su mirada se dirige a una alta figura que la observa en
silencio. La muchacha toma conciencia de quien es, el miedo aparece sin avisar.
Es El Lobo
quien habla.
– No tengas
miedo mujer, estás aquí para advertir a tus amos de que no jueguen conmigo,
hasta ahora les he permitido hacer lo que quieran. No tienen que olvidar quien
es el amo de esta tierra. Quiero que les diga que la próxima vez no seré tan
benévolo.
Los dos
secuaces sonríen estúpidamente. Levantan a Cristina y la sientan en una silla
destartalada y vieja.
Cristina
traga todas las palabras del hombre. No ha opuesto resistencia, por ahora.
–¿Estás muda?
¿Cómo te llamas? Sí creo que tú eres Cristina, lindo nombre, y tú no estás nada
mal. Yo pensaba, quizás, que por algo de dinero, tendrías la amabilidad de
divertirme a mí y a mis hombres. Dime, ¿cuándo dinero necesita una mujer como
tú para satisfacer a tres hombres como nosotros? Nadie me tiene por tacaño así que pide por esa boca tan linda.
El Lobo ha
dicho estas palabras acercándose peligrosamente a la mujer, le ha levantado la
barbilla y la ha mirado con asqueroso deseo a los labios. Cristina mueve la
cabeza intentando deshacerse del contacto con el hombre. Sigue sin decir nada.
–¡Vaya! Pero
si esta mujer está muda. José trae las tenazas a ver si podemos abrirle la boca
y ver si le falta la lengua.
El hombre
carcajea sonoramente, coge la tenaza y la pone frente a los ojos de Cristina,
la muchacha observa, sus ojos reflejan pánico. No sabe que le van a hacer.
Piensa una forma de escapar pero no puede, la tienen bien amarrada a la silla,
sus manos atadas, está totalmente indefensa. Dos lágrimas quieren salir de sus
bellos ojos, no quiere llorar, eso les mostraría el triunfo a aquellos
desalmados.
Otra risa
estridente envuelve la vieja cabaña, ahora es El Lobo quien ríe. Le gusta dar
miedo, es una de sus especialidades. Nunca ha dudado en usar la fuerza, la
compra de voluntades e incluso la muerte para conseguir sus propósitos. ¡No es
tan malo! Solo utiliza la muerte cuando ya todo lo demás no le ha dado el
resultado apetecido. Nota su triunfo al observar la cara desencajada de la
mujer, Cristina tiene miedo.
–Bien, ¿y
ahora contestarás a mi propuesta? Seremos complacientes contigo, además te
llevarás dinero, considera el complacernos como un trabajo, ¿acaso el buen
trabajo no es bien pagado? Pues serás bien pagada–, continúa insistiendo El
Lobo.
Un momento de
rebeldía asoma a los ojos de Cristina, la propuesta es repugnante. Ella jamás
se vendió por dinero. Su cuerpo es de otra persona, su alma también.
–¡Vete a la
puta mierda! Ni yo ni mi cuerpo está en venta. Si hacéis algo en contra de mi
voluntad comprobaré lo cobardes que sois–, habla con cierta seguridad Cristina.
–¡Vaya la
joven habló! Tú lengua resulta exquisita. ¿No quieres dinero por un trabajo
agradable? Parece que no te gusta mi propuesta–, dice el patrón con cara de
pocos amigos.
Una mano
cruza el aire cortándolo, la cara de Cristina recibe toda la virulencia de la
bofetada, la misma mano repite la operación. Dos golpes se estrellan contra el
hermoso rostro de la joven.
–¿Y ahora?
¿Estás dispuesta a complacernos? Aunque tu cara ya no parece tan agradable, tus
labios se hincharán en un rato. No, ¿verdad muchachos? Ya no es tan atrayente
esta mujer–, habla el Lobo mirando con un desprecio absoluto a Cristina.
Cristina ha
encajado las bofetadas y aguantado el dolor. Huele el sabor a sangre que
comienza a salir de sus labios. No ha chillado. No ha gritado. No les dará ese
placer. Su suerte está echada. Nada puede hacer.
Almudena y
Nieves no están lejos pero no pueden ver nada de lo que ocurre en la choza,
solo pueden oír. Están situadas en la parte de atrás de la vieja cabaña, no es
grande, mil rendijas pueblan sus paredes. Al oír lo acontecido Nieves entra en
cólera, agarra su escopeta con determinación. Almudena la para.
–¡Espera
Nieves, no te precipites! Solo han sido dos bofetadas y unos cuantos insultos.
Padre solo quiere asustar, no la hará mucho más daño. Esperemos–, habla con
prudencia Almudena.
–¡Maldito
hijo de puta! No, entiendo hermana, no lo entiendo, ¿cómo puede ser nuestro padre?
Es un cobarde–, contesta Nieves tragándose sus palabras. Almudena tiene razón,
pero su progenitor tiene que recibir un escarmiento, no puede tratar así a las
personas, no puede mantener a toda aquella población con el miedo acechando en
cada esquina.
En el
interior de la desvencijada choza, la
situación para Cristina no parece mejorar. El Lobo ha mandado callar a sus
hombres que han propinado una sarta de insultos a la joven, no tienen otra
forma de imponerse, solo mediante el insulto y el miedo. El Lobo pasea hacia un
lado y hacia el otro, a veces, rodea a la muchacha. Cristina ha cerrado los
ojos esperando más golpes.
–¡Desátenla!–
grita el amo.
–¡Pero
patrón! Un par de golpes y un par de insultos. ¿Eso es todo?– José se atreve a
hablar. Ha sido su fallo. El puño de El Lobo sale disparado hacia el mentón del
esbirro. Toda la rabia acumulada se expresa en ese golpe.
–No aprendes,
José, no aprendes. No te tengo que dar ni una sola explicación de mis actos.
¡Ahora desátala!– ordena una vez más.
José se
levanta como puede y acata la orden. En unos instantes Cristina está libre de
ataduras.
–¡Ponte de
pie, mujer!– El Lobo ha dicho estas palabras aproximándose mucho a la muchacha.
Cristina no
lo duda y lo encara. Lo mira con total desprecio. Cristina ya no tiene miedo,
no le dan miedo los cobardes, el padre de su novia es uno de ellos. Las dos
caras están muy próximas, Cristina percibe el aliento del hombre.
–Espero que
sepas decir a tus jefes que por esta vez, pasa, no habrá una próxima advertencia.
Si no atienden mis demandas pronto tendrán las consecuencias que ellos mismos
se han buscado. Y tú no olvides la suerte que has tenido, vuelve a decir no a
mis exigencias y serás mujer algo más que muerta. ¿Lo has entendido?– remarca
El Lobo sus palabras hablando muy bajito. –¡Vámonos muchachos! Es hora de
continuar la diversión.
El Lobo se ha
apartado un poco de la joven pero vuelve sobre sus pasos y con extremada
virulencia sacude con su puño el
estómago de Cristina. Ésta se encoge sobre si misma, le falta la respiración,
cae al suelo, ahora sí, las lagrimas salen a borbotones de sus ojos, el dolor y
la humillación la hace sucumbir al llanto. Mientras los dos esbirros y el
patrón salen rápidamente del lugar.
Momentos
después cuando los hombres se han alejado de la choza, Almudena y Nieves corren
a socorrer y consolar a Cristina.
–¡Dioses!
¡Cristina! ¿Qué te han hecho? ¡Hijo de la gran puta! ¿Cómo es posible ser tan
despreciable?– dice Almudena agachándose para ver el estado de la muchacha.
Las dos
hermanas levantan a Cristina que casi está desmayada, el último golpe ha sido
devastador.
Poco tiempo
después, con Cristina un poco recuperada, las muchachas se encaminan hacia el
pueblo. El silencio marca el tiempo. Hay momentos en que las palabras sobran.
Almudena y Nieves llevan agarrada de la cintura a Cristina.
Es muy tarde.
La taberna está cerrada. Nadie ha sospechado nada. Almudena golpea la puerta de
atrás de la cantina. La dueña abre un
momento después, alarmada por la hora y los golpes.
–¡Dios mío!
Cristina ¿qué te ha pasado?– Dice Carmen con una mirada de honda preocupación.
–¿Ha sido el Lobo? ¡Maldito! Lo siento no puedo decir otra cosa–. Carmen ha
dirigido sus ojos hacia las dos acompañantes. Nieves y Almudena bajan la cara,
sienten vergüenza ajena.
Una vez
dentro de la estancia, Carmen se afana por limpiar y curar las heridas de
Cristina. La joven aún no ha articulado palabra. No hay mucho que hablar, el
silencio expresa toda la angustia que sienten.
En la sierra,
Isabel juega al despiste con su perseguidor, pronto conseguirá perderlo. Ha dado un rodeo lo suficientemente
grande para que el hombre no sepa por
donde seguir.
Le ha bastado
un par de horas para escabullirse de su perseguidor. Sabe que el hombre dormirá
no muy lejos de allí y que esperará un par de días para volver a La Casa
Grande. No puede regresar antes pues se expondría a una ira tan fuerte del patrón que le podría costar la
vida.
Isabel ha
continuado camino toda la noche. Finalmente, al amanecer toma la senda que la
conducirá a Cádiz, debe asegurar el día de salida del barco, el precio y
preparar todo. Conoce a gente de la ciudad, quiere saber con seguridad la
dirección, en Argentina, de las personas que la pueden ayudar allí. Los
primeros tiempos serán duros, piensa la muchacha. Continúa su marcha hasta bien
entrada la tarde, está cansada pero sus ganas de llegar lo antes posible y
regresar para estar con Cristina la hacen sacar fuerzas de donde no hay. Está
nerviosa, Isabel intuye que ha pasado o pasará algo, su padre ha estado
demasiado tranquilo esos días, se vuelve a repetir, demasiado tranquilo…
La noche ha
llegado. Lleva a caballo casi veinticuatro horas, Aroaki está exhausta, ella
también. Se hace a un lado del camino y busca un lugar seguro para pasar la noche.
La oscuridad de mediados de septiembre aún luce espléndida. Suelta a la yegua.
La muchacha dispone una espartana ración de comida y vino. No quiere hacer
fuego, por ahora, toda prudencia es poca.
Isabel reposa
dentro de su saca, aún no concilia el sueño, muchos pensamientos, demasiada
acción en las últimas semanas. Piensa en Cristina, en la primera mirada
picarona recibida de la muchacha. La sonrisa casi mágica que la tiene embobada,
los ojos que la abrazan descaradamente….Isabel se excita, ¡nunca fue tan feliz!
¡Nunca sintió tanto! ¡Nunca amó así!
El deseo
puebla todo su cuerpo, todo su pensamiento es una imagen, la imagen de
una hermosa mujer, Cristina. El cuerpo de Isabel responde, sus manos tratan de
apaciguar lujuriosos deseos.
La mañana ha llegado.
Es muy temprano, apenas la luz del día
empieza a vislumbrarse, Isabel ya está montada en su yegua. Aún le
quedan 300 kilómetros por recorrer,
largas jornadas a caballo. Tres días, ni uno más para llegar a su destino,
averiguar y volver. La muchacha está inquieta, la angustia se ha apoderado de
ella.
Nieves y
Almudena han vuelto a La Casa Grande, su padre aún no ha regresado, habrá
dormido, como muchas noches, en el burdel. Las muchachas aprovechan para pasar
lo más desapercibidas posible. La Tata no debe darse cuenta de lo que ocurre.
Casi está amaneciendo y están agotadas. No se fueron de la cantina hasta no
dejar a Cristina lo mejor posible. Volverán al atardecer siguiente. Tienen que
trazar un plan. No hay mucho tiempo. En no más de una semana Isabel volverá con
la suficiente información para desaparecer de esa Tierra de Lobos junto con
Cristina.
Almudena y
Nieves pueden sobrevivir en la casa de su padre, saben manejarlo muy bien pero
“el problema Isabel” eso es otra cosa. El Lobo solo hará daño si encuentra una
rendija donde meter el cuchillo. La debilidad de Isabel es Cristina. El
progenitor de las muchachas no debe enterarse. En los próximos días tendrán un
solo objetivo: armar la maleta de Isabel, reunir el máximo de dinero y pensar
en retener a El Lobo mientras Cristina e Isabel se van camino de Cádiz.
Necesitan el tiempo suficiente para que
las muchachas embarquen poniendo rumbo a su nueva vida.
Otro problema
añadido es la vuelta de Isabel, no debe ver herida a Cristina o su reacción será
imprevisible. Las dos hermanas juntas son poderosas, nadie las protegió nunca,
solo ellas, las tres forman un tándem completo, casi infranqueable.
Lucia está
enfurecida, no entiende nada. Su amiga está herida, humillada, ultrajada y
jodida por el padre de su novia. Quiere comprender y no puede ¿cómo alguien
puede albergar tanto odio? Sus dos amigas le enseñaron lo poco que sabe de la
amistad y del amor. Su corazón está sufriendo por dos razones. Lucia se ha
enamorado, el trabajo está muy bien, quiere quedarse en esa tierra, pero la
nueva situación que se plantea echa por tierra todos sus planes. La otra razón
es Cristina, ¡la quiere tanto! ¡Han pasado tantas historias juntas! Ahora que
han encontrado algo de razón a la existencia de las tres, llega un malparido y
lo arruina todo. El Lobo no se saldrá con la suya. Sabe que Cristina debe irse,
pero también sabe que aunque Isabel y Cristina se vayan lejos, el problema de
El Lobo no terminará. Lo sabe. Quizás se haga vieja luchando contra tal alimaña
pero el amo de esa tierra no se saldrá con la suya.
Lola está muy
nerviosa, llevan muy poco tiempo en el pueblo, la cantina ha significado mucho
para ellas, es un hogar y un sitio cálido lleno de buena gente. Carmen y Pedro
las han adoptado como parte de su familia. Ha hablado con ellos, les han dicho que lo que le ha sucedido a
Cristina es como advertencia hacia ellos. Están destrozados.
Para Lola no
es la primera, ni será la última, vez que se enfrenta a situaciones difíciles.
En otras ocasiones salió adelante y no valía demasiado la pena. Ahora tiene una
gran razón para luchar y apoyar a Carmen y Pedro. La palabra hogar,
comprensión, apoyo, tienen un significado muy poderoso. Lucia y ella tuvieron
una larga conversación con una sola conclusión, lucharán hasta el final.
Lola está
dispuesta a seguir adelante, solo hay algo que le parte el corazón, tiene que
dejar ir a Cristina, la echará mucho de menos. Se consuela sabiendo que
Cristina será feliz con Isabel, no tienen ni la menor duda.
Carmen,
Pedro, Lucia, Lola, Almudena, Nieves, se afanan por juntar el máximo de dinero para dárselo a Cristina e Isabel.
Lola le ha
preparado a Cristina ropa cómoda para el tremendo viaje que hará su amiga. No
es mucha carga. Algo práctico y liviano.
Llevan casi
una semana preparando la partida. Vigilan muy de cerca los movimientos de El
Lobo. No hay movimientos.
Carmen y
Pedro tratan de ser algo más afables con los secuaces de su enemigo, tratan de
mandarle un mensaje de tranquilidad y buenas maneras. El Lobo es muy receptivo,
pensará que el mensaje dado por él a Cristina les ha llegado a los dueños de la
cantina. Es una forma de engañar a El Lobo.
Isabel ha
llegado a Cádiz. Se ha vestido totalmente como un hombre, trata de disimular su
feminidad todo lo posible. Ha contactado rápidamente con un capitán de barco
mercante que partirá en un par de semanas hacia el nuevo mundo. No hay lugar
para pasajeros en el barco excepto para algunas personas que pagan muy bien su
pasaje. Isabel no duda, tienen que tener el máximo de intimidad y protección.
Sabe que los camarotes de las personas que viajan en un barco de este calibre
están muy apartados de la zona de la tripulación. Muchas personalidades de buen
parecer han escapado hacia América en ese tipo de embarcaciones.
La muchacha
le ha dado al capitán un adelanto substancioso, el hombre mira con cierta
curiosidad al “joven” que pretende comprar un pasaje. Piensa que es un muchacho
que va a escapar con su joven esposa o amante. Sonríe. El dinero es contante y
sonante, si ayuda además a que una pareja tan joven sea feliz… mejor. El
capitán acepta y asiente. Será un placer tener en su mesa a esa pareja y a
algunas más. No será ni la primera ni la última vez que ayuda a escapar a
alguien de una sociedad poco proclive a admitir ciertos hechos diferentes a los
estándares de la época. ¡Claro que, el capitán no sospecha que sean dos
mujeres! Ni tiene que sospechar, piensa Isabel. La muchacha sonríe mientras
toma el camino de regreso a Tierra de Lobos. Ha conseguido también encontrar a unos
amigos que le corroboraron la dirección de contacto en tierras argentinas.
¡Un solo
día!, todo le ha llevado un solo día, tres días más y estará en brazos de
Cristina. Isabel suspira, ¡la ama! ¡la desea! Necesita mirar a sus ojos tanto
como respirar cada segundo para vivir.
El Lobo
llevaba más de cuatro días sin aparecer por La Casa Grande. Se había marchado a
Badajoz. Necesitaba estar lejos y pensar, los últimos acontecimientos en el
pueblo lo habían puesto demasiado tenso. La rabia que lo llenaba entero no era buena,
mejor tomar cierta distancia, relajarse y actuar después.
Seguía sin
saber nada de su hija Isabel, el hombre a quien había mandado para que la
siguiera no había dado señales de vida, puede
que todavía la siguiera o que hubiera sido despistado y no se atreviese
a volver sin ninguna información. Y algo así había sucedido: el hombre, luego
de perderla de vista, estuvo buscándola por dos días, finalmente, muerto de
miedo, volvió a La Casa Grande sin que nadie le viera, cogió sus pertenencias y
se marchó muy lejos. El patrón no hubiera dudado en matarlo.
Cristina
lleva sin trabajar desde el ataque sufrido, Lola y Lucia se turnan para
acompañarla. La muchacha ha comprendido que solo yéndose con Isabel tienen un
futuro juntas. Su pequeña saca está preparada para la partida, ropa ligera y cómoda para surcar
el mar y llegar a destino: la Patagonia Argentina. Todo un reto en su vida,
pero tiene toda la fuerza de su corazón.
¡Dios la
Patagonia! Piensa Cristina, un territorio que no está ni habitado, del que
apenas se sabe nada, existe pero nadie lo ha explorado. Una aventura que
recorrerá con Isabel, hablará con ella no sea que ese territorio solo sea
una invención de mentes portentosas.
–¿Lucia,
crees que con un par de vestidos sencillos será suficiente para tanto tiempo en
el barco? ¿Es decir un vestido puesto y dos de repuesto?–, pregunta Cristina.
–No te queda
otra amiga, no creo que Isabel consiga un camarote para ustedes solas, irán en
literas, imagino. Mucho equipaje puede
llamar la atención. Yo esperaría a terminar la saca hasta que Isabel
traiga la información–, contesta Lucia. –Por cierto ¿has terminado la
faldiquera? es muy importante para guardar el dinero y alguna documentación
extra –continua diciendo la muchacha.
–¡Claro! Es
una de las cosas más importante. ¿Me vais a dar todos vuestros ahorros? Yo…– a
Cristina se le ponen los ojos llorosos al recordar las palabras de Lola:
“Nuestra intención siempre ha sido apoyarnos, eso nos ha salvado la vida en
muchas, muchas ocasiones. La forma que tenemos de apoyarte ahora es con el
dinero. ¡Ojala pudiéramos darte más! pero es una buena cantidad para montar un
pequeño negocio allá dónde vayáis. No admito ni lloros ni agradecimientos.
Quizás nosotras tengamos que seguirte sin tardar mucho y, entonces, Cristina
¿nos darías casa y comida hasta encontrar trabajo? Apuesto a que sí, tómalo
como una inversión y para que no te olvides de nosotras, podemos aparecer en
cualquier momento, jajjaja.” Cristina recuerda las palabras de su amiga, sonríe,
ha tenido mucha suerte dentro de la maldita vida que ha vivido desde pequeña.
No recuerda a sus padres, ni a quien la amamantó, solo recuerda golpes y
vejaciones. Ahora tiene amigas, una novia a la que ama con delirio, unas
cuñadas que la cuidan, un poco de dinero para comenzar…..Vuelve a sonreír y
sigue preparando su marcha.
Carmen está
pensativa, El Lobo atacará de nuevo y esta vez no tendrán tanta suerte, no
quiere hablar con su marido, sería tensar aún más la situación. Sospecha que
sus tres chicas están tramando algo, ¿se irán? ¡Dios! Espera que no. En las
últimas semanas ha sido muy feliz, no solo el negocio va mucho mejor sino que
ha encontrado tres amigas, su calidad de vida ha subido muchos enteros desde
que las muchachas están.
Piensa en la
valentía de Isabel, parece tener muy buena amistad con Cristina. Aunque las
muchachas no se han dado cuenta ella ha observado las miradas que se profesan
cuando están cerca. Carmen es una mujer de mundo, en su juventud estuvo en
ambientes de la alta alcurnia. Cuando conoció a Pedro su vida cambió, el amor
de verdad le hizo ver la mentira que era la vida que llevaba hasta entonces.
Carmen sabe. Carmen observa. Los ojos de las dos muchachas no mienten, ahí hay
mucho más que amistad. Sabe que Isabel ha desaparecido y aún no ha regresado.
Carmen hilvana ideas, está segura que si Isabel se hubiera enterado de lo que
le ha ocurrido a Cristina ya habría dado señales de vida. La mujer también se
pregunta por qué Nieves y Almudena trajeron
a Cristina, ¿cómo sabían lo que le estaba pasando? Irá a ver a las
hermanas, pueden confiar en ella. Carmen sabe, Carmen observa.
Isabel está
muy cerca de La Casa Grande ha dado un último rodeo para aparentar que viene de
la sierra. Llega y deja a Aroaki en la cuadra. Se tiene que ir despidiendo de
ella, la dejará salvaje y libre como cuando la encontró muy pequeña y herida.
Desde entonces no se han separado, sus últimos días juntas llegan a su fin, la
llevará de nuevo hacia tierras gaditanas, la soltará en la amplia sierra
andaluza. Aroaki no tardará en liderar una manada de caballos salvajes, lo
sabe. ¡Ojala pudiera llevarla con ella, pero eso es imposible. Entra en la
casa. Está muy sucia. La Tata parece estar esperándola.
–Hola Isabel
te vi llegar, ¿cómo fue tu estancia en la sierra? Has venido antes de lo
previsto. ¿Ocurrió algo?– pregunta La Tata.
–No, no ha
ocurrido nada. Está todo bien: las trampas vacías y no he divisado ningún lobo.
Nada fuera de lo normal, los animales de la hacienda están seguros.
–¡Claro, no
lo dudes Isabel! ¡Teniendo a una protectora como tú no creo que ni un lobo se
vuelva a acercar aquí!–, La Tata está de buen humor, no es consciente de todo
lo que acontece a sus espaldas, es su forma de vivir dar: la espalda a toda la
verdad. –Ve a lavarte, estas sucia y andrajosa–, dice de buen talante.
–¿Mis
hermanas, están en la casa?– pregunta la joven.
–Están en el
mercado, vendrán en un par de horas. Te dará tiempo a asearte y comer algo,
pareces hambrienta–, dice la mujer. Isabel sonríe.
–Sí, así es
Tata, no he comido mucho en la sierra. Sabes que como tú cocinas no hay nadie
en todo el valle–, responde.
Isabel sin
más dilación coge de nuevo su petate y va camino de su habitación, poco después
La Tata llega con una criada y preparan la tina.
Isabel está
limpia y come despacio en la cocina. Está sola y piensa. En Cádiz le dio tiempo
a comprar ropa y lo necesario para la travesía. Ropa masculina para ella, ropa
femenina para Cristina. Llevará bigote en su nueva personalidad cara al
público. Se cortará el pelo. No quiere dejar nada a la improvisación. Sus
nuevas pertenencias están a buen recaudo en casa de sus amigos de Cádiz. Un
matrimonio amigo suyo también zarpará el mismo día, a la misma hora, Isabel los
conoció en difíciles situaciones, son de las muchas familias que tuvieron que
emigrar de Tierra de Lobos por culpa de su padre. Isabel desde que fue
consciente de la maldad de su progenitor ha tratado de ayudar lo más posible a
sus víctimas. Ángel y Antonia son dos buenos amigos suyos, están casados, en su
tiempo tuvieron que huir con su familia hacia tierras andaluzas, Isabel ayudó
durante todo el proceso y también después. Son muy amigos, Isabel les ha
contado toda la verdad, la ayudaran, siempre es bueno tener a tus amigos al
lado en una situación tan delicada y diferente como la que vivirán en menos de
quince días. Lo único que no les ha dicho es que Cristina y ella son pareja.
Ángel y Antonia han comprendido que si viajaran dos mujeres solas llamarían
demasiado la atención, era buena idea que una haga de mujer y otra de hombre,
así no levantarían sospechas. También
tendrán lista la documentación de la nueva personalidad de ambas. En el barco
no hay problema de identidad ya que muchos ni la llevan, prima el pago del
pasaje sobre cualquier otra circunstancia. A la llegada a Argentina tampoco
habrá problema pero una vez establecidas allí sí deben contar con una forma de
documentación que les permita vivir sin ser molestadas. Isabel solo sabe de una
forma para que las dejen vivir en paz. Cristina y ella harán de hermanas. Una será viuda de….
Muchos
pensamientos embargan la cabeza de Isabel, debe tranquilizarse.
Almudena y
Nieves han aprovechado la ausencia de su padre para acercarse a la cantina y
estar con Cristina ultimando algunas cosas. Saben que su hermana llegará en un
par de días y no debe sospechar que su padre le haya hecho algo a Cristina porque estallaría en cólera y
no sabrían como apaciguarla.
Cristina casi
está recuperada de los golpes recibidos pero aún tiene la comisura de los
labios dañada. Comprende que no debe decir nada a Isabel. Ya verá que le
responde. Por ahora lo único que desea es que todo pase y estén embarcadas
camino de su nuevo destino.
Isabel está
con Aroaki cuando oye llegar a sus hermanas. Sale a su encuentro.
–¡Hermanas,
ya es hora, creo que os gusta demasiado el mercado!– grita Isabel.
Las dos
muchachas giran a la vez sus cabezas sorprendidas y un poco alarmadas por la
llegada tan rápida de Isabel.
–¡Ya estás
aquí, ha ocurrido algo!– Almudena baja rápidamente del carruaje y camina
deprisa hacia su hermana. Las dos muchachas se abrazan.
–No, nada,
tranquila no ha pasado nada solo que terminé pronto de las gestiones que he
hecho–, aclara Isabel.
Nieves
también se aproxima y envuelve con un cálido abrazo a su hermana. Las tres
mujeres entran en la casa y van directamente a la cocina, se aseguran que La
Tata no esté por allí. La mujer está adecuando una de las casas de labranza que
albergará a las cuadrillas de hombres que vendrán para la vendimia del vino en
pocos días. Se ha llevado a todas las sirvientas disponibles. Las tres mujeres
están solas.
–Voy a hacer
café y nos cuentas–. Nieves pone el puchero de agua en la lumbre y coge el
tarro dónde está guardado el café.
–Venga
hermana suelta por tu boca todo lo acontecidos estos días.
Las tres
mujeres están sentadas en la amplia mesa de la cocina tomando café y unas
pastas hechas por La Tata en la mañana, la verdad es que La Tata hace unos
postres riquísimos. Isabel cuenta todos los acontecimientos desde la salida de
la casa y como tuvo que despistar al hombre que mandó su padre para vigilar sus
pasos.
–¡Claro es lo
que decía padre que no había venido uno de sus hombres!– comenta Nieves.
–¿No ha
llegado ese tipo, no sé cómo se llama? Jajajaja, entonces ya no vendrá, teme lo
que le puede hacer padre. Hace bien en no venir. No consiguió su objetivo de
vigilarme–, concluye la joven.
Isabel
termina de contar todo y dice que en doce días deben estar en Cádiz para embarcar rumbo a su nuevo
destino.
–Te nos vas
hermana, no volverás, lo sé, ese es tu destino pero estoy contenta porque de
otra manera aquí solo te espera el encierro, casarte con quien diga padre o la
muerte–. Almudena suspira diciendo estas últimas palabras.
–Lo mejor que
te llevas es a una mujer valiente, que te ama sobre todas las cosas y que te
hará feliz, hemos conocido un poco más a Cristina y no me extraña que te haya
encandilado. Es una gran mujer. Será la mujer de mi hermana, jajajjaja, todavía
tengo que hacerme a la idea– concluye Nieves.
Las muchachas
ultiman su plan y también piensan en la forma de seguir en contacto sin
levantar las sospechas de su padre.
La tarde ha
llegado sin avisar. Hay muchas cosas que hacer, pero Isabel solo tiene un
pensamiento, desea ver a Cristina de inmediato, no la importa que esté
trabajando a esa hora, tomará un vino con ella y una tapita, espera poder
saludarla y que pase el tiempo rápidamente para que llegue la noche. Sabe que
su padre no está en el pueblo, que La Tata tiene mucho que hacer y que la
tranquilidad se ha instaurado en la casa y en el pueblo por unos días. La
preparación de la vendimia ocupa a la mayor parte de los hombres y mujeres del
pueblo, todos trabajarán para la hacienda de El Lobo. Los sueldos serán, como
siempre, bajos, pero familias enteras
participaran en el evento y, al trabajar todos, ahorran un dinero que les
ayudará a pasar el duro invierno de la tierra extremeña. El patrón suele estar
en esa época contento, tiene a todo el pueblo a su merced y se siente pletórico
de poder. Sus viñas dan uno de los mejores vinos de la comarca aunque la tierra
extremeña no es famosa por sus vinos, pero a nivel local sale un vino de uva de
pitarra riquísimo, diferente, acorde para comer los quesos y las carnes del
lugar.
Isabel ha
llegado a la cantina, está nerviosa, una risa bobalicona se le ha instalado en su rostro desde que salió de la
casa. Parece una adolescente enamoradiza, la verdad que es la primera vez que
se enamora y no sabe cómo actuar en muchas ocasiones, pero no la importa. Entra
en la cantina, aún no hay mucha gente por allí, es media tarde y solo un par de
parroquianos toman café y juegan a las cartas.
Lola está
dentro de la barra y ve como se aproxima su amiga. Sale a su encuentro entre
alarmada y contenta. Alarmada porque sabe que Isabel le preguntará donde está Cristina y espera que no sospeche mucho
lo acontecido. Contenta porque ve el rostro de Isabel relajado, y con una
sonrisa medio tonta, eso significa que todo está en marcha. Las dos mujeres se
abrazan. Lola vuelve hacia dentro de la barra.
–¿Qué quieres
tomar? Acabo de hacer unas tapitas riquísimas de morcilla, pan y tomate,
¿gustas?– sugiere Lola.
–¡Claro, con
la buena pinta que tienen, ponme un par de tapas y un buen vino!– echaré
de menos
estas cosas, piensa para sí Isabel.
–¡Te noto
contenta! Todo bien, ¿verdad?– pregunta Lola en voz baja.
–Sí, así es
todo bien, Lola, todo va hacia delante. Está todo preparado, solo falta que el
barco zarpe con nosotras dentro. Luego te contaré. Ahora dime, ¿está Cristina
por algún lugar? Necesito verla–, dice Isabel con un tono seductor.
–Ahh, sí,
claro, Cristina, pues sí anda por arriba, pero espera voy a avisarle para que
se adecente un poco, me tiene redicho que si apareces que le avise para
asearse, seguro que tu vienes limpita y bien
perfumada–, comenta sonriendo Lola. Tú bebe ese vino y come que estás un poco escuálida, mucho camino y pocas
viandas, ¿verdad?
Lola sube las
escaleras de la trastienda y corre a la habitación de Cristina, ¡está
endemoniada Isabel! No la esperaban hasta dentro de tres días. Hubiera dado
tiempo a que Cristina se curara del todo pero, en fin… habrá que disimular.
Lola avisa a Cristina que se desconcierta y un deje de preocupación aparece en
su semblante aún un poco demacrado por los últimos acontecimientos.
–¡Vale, vale!
Entretenla por lo menos tres cuartos de hora, he de bañarme, cubrir con
maquillaje este rostro tan pálido y ¡dios como voy a explicar lo del labio! ¡Ya
se me ocurrirá algo! Ve con Isabel, por favor, Lola, no tiene que sospechar
nada. Bien, bien Cristina, todo va a salir bien–, se dice a sí misma la
muchacha.
Lola vuelve
lo más rápidamente que puede con Isabel. La muchacha ha dado buena cuenta del
vino y de las tapas.
–¡Vaya parece
que te ha gustado mi invento!– comenta Lola.
–Pues sí,
están riquísimas estas tapas. Dime, ¿puedo subir a ver a mi nena? ¿O está
poniéndose bella para su novia?– pregunta muy bajito y un poco presurosa
Isabel.
–Pues lo
siento jovencita, su dama está arreglándose ante su imprevista visita, anda un
poco andrajosa y mal oliente así que tendrá que tener un poco de paciencia para
verla–, comenta.
–¡Vale, vale!
De acuerdo, y Lola ¿me harás compañía sentada en una mesa mientras espero a tan
exquisito dulce?– dice con cierta sorna Isabel.
–¡Eres
incorregible! ¿De dónde sacas tanta palabrería? Pues sí, te acompaño, déjame
preparar un plato de buen ibérico (jamón ibérico llamado así al jamón curado de
cerdo negro criado al aire libre en los campos extremeños, son de patas largas muy similares a los jabalís, su alimentación totalmente natural y salvaje
hace que el paladar del jamón curado sean imposible de imitar en ninguna parte
del mundo).
Isabel se va
hacia una mesa al otro extremo de donde
están sentados los parroquianos. Lola lleva el ibérico, una buena jarra de vino
y pan. Tratará de entretener lo máximo posible a Isabel. Una animada conversación hace que el
tiempo pase muy deprisa.
Casi una hora
después Cristina baja las escaleras y observa a Isabel. Ésta aún no se ha dado
cuenta que Cristina está muy cerca. Cristina suspira profundamente, ¡cuánto
desea abrazarla! La muchacha ha bajado a la cantina para que pase un poco más
de tiempo, necesita recomponerse un poco más. Si está en la cantina, Isabel no
la devorará todavía. Cristina se acerca a la mesa sigilosamente. Isabel está
sentada dando la espalda a la barra, nota unos pasos que se acercan, su corazón
se detiene para luego volver a latir mucho más deprisa. Sabe quien se acerca
pero no quiere darse la vuelta. Cristina dice
–¡Hola
chicas! Isabel ¿cómo tú por aquí?–. La muchacha intenta ser lo más natural
posible, no quiere que nadie sospeche nada, al fin y al cabo hay dos
parroquianos por allí, que por cierto ¡le vienen muy bien en esos momentos!
–Hola,
Cristina–. Isabel hace un movimiento para levantarse pero Lola la frena,
–No, Isabel
no te levantes, Cristina siéntate, voy a por algo de comida y bebida para ti.
Charlan tranquilas yo tengo que hacer cosas–, interviene rápidamente Lola.
Cristina se
sienta frente a Isabel, la mira con ansia, sus ojos expresan lo que su boca
tiene que callar.
–Hola,
Isabel, ¿qué tal tu viaje, todo bien?–, Cristina hace un esfuerzo por
tranquilizarse y no abalanzarse sobre su novia. ¡Maldita sociedad! Por un
momento le gustaría avanzar mil años hacia adelante, quizás toda la percepción
del amor de dos mujeres sea diferente a la actual.
–Hola, mi
amor, sí todo bien, te noto un poco nerviosa. No te preocupes hablaré despacio
y lo más bajo posible, ¿vale? Dime, ¿Por qué no me has hecho subir a la
habitación?, estaríamos más cómodas y podría hacer lo que deseo: abrazarte y
besarte hasta hacerte caer casi desmayada en mis brazos–. A Isabel le han
salido las palabras a borbotones, de una sola vez. Sonríe.
Pues estaba
haciendo cosas, sucia, necesitaba adecentarme, siempre me pillas mal oliente.
Tampoco quiero que nadie se pregunte porque tienes tanta libertad de subir a
los aposentos privados de la cantina, hay dos parroquianos que se podrían ir de
la lengua y no nos conviene, además es muy temprano para que subas por la ventana
y yo todavía tengo cosas que hacer, ¡y no me digas esas cosas porque no
respondo de mí!– acierta decir Cristina.
Cristina
sonríe. Con su bota, Isabel, debajo de la mesa acaricia la pierna de Cristina,
le encanta provocarla, sabe de la pasión que genera en ella.
–¡Puedes
parar de hacer esas cosas!– refunfuña Cristina desbordada por la pasión de su
novia.
–De acuerdo
pero esta noche no te libras de mí, te lo prometo. Ahora escúchame, tengo
muchas cosas que contarte. Mis hermanas me han informado que aquí está todo
preparado. Quizás tengas que variar algunas cosas en tu cabeza, te cuento…
Isabel cuenta
con pelos y detalles todo lo vivido en los últimos días. Cristina se sorprende
del buen plan que tienen en mente, se harán pasar por marido y mujer en el
barco. Luego serán dos buenas hermanas, una de ellas viuda, compartiendo vida y
casa en la Patagonia Argentina. Cristina tiene muy abierto los ojos y la mente,
recibe toda la información y la digiere rápidamente. Isabel no debe enterarse
de lo que le ha hecho su padre o montará en cólera y puede que el plan se vaya
al traste.
La tenue luz
que entra por los ventanales de la cantina hace que el rostro de Cristina no
esté muy visible a los ojos de Isabel. Eso le ayudará a no tener que dar
explicaciones hasta la noche. En un par de horas la oscuridad caerá, Cristina
estará hasta entonces con Isabel. Las dos mujeres hablan y atan cabos, en una
semana partirán hacia Cádiz.
Como es
tiempo de la vendimia, El Lobo estará en
los campos, es la única época del año que comparte comida y catre con sus
hombres. El Lobo no se suele acercar a la casa casi por una semana. Es una
buena oportunidad para que no pregunte donde está Isabel.
Lola habla
con Carmen que ha hecho acto de presencia en la cantina, las dos observan a la
pareja de mujeres sentada en un discreto rincón del lugar.
–¿Hacen buena
pareja verdad Lola?– pregunta a bocajarro Carmen.
–¿Pa, pareja dices? Sí se han hecho muy buenas
amigas–, acierta a responder Lola que se ha puesto roja.
–No, no Lola,
pa-re-ja. Las dos chicas son pareja, se aman, se quieren, se desean,
¿entiendes? Lo sé todo. No te preocupes estoy muy feliz de que se hayan
encontrado. Confía en mí. Y, si vas a preguntar si Pedro sospecha algo… no,
nada. Así que tranquila y me tienes que contar todo, con pelos y señales de lo
que traman esas dos. Aunque imagino….–, dijo Carmen con gran desparpajo.
–To, todo,
¿sabes todo? ¿Qué quieres decir?–, pregunta con azoro Lola.
–Quiero decir
que desde que El Lobo atacó a Cristina y me insististeis tanto para que Isabel
no se enterase… solo he tenido que atar
cabos y comprobar lo que mi instinto me decía. Escucha, esa vez que El Lobo
molestaba a Cristina, aquí en la cantina, Isabel salió de la nada para defenderla;
yo creo que entró por la ventana porque es muy difícil abrir la puerta de
atrás, la que da al callejón, desde afuera. Entró por la ventana y observaba,
solo cuando El Lobo y sus secuaces acosaron a Cristina actuó con absoluta
determinación. Solo tuve que atar cabos, jajajaja, ¡pero mujer, no pongas esa
cara, tranquila! Quiero a esas dos muchachas, Ahora desembucha, cuéntame todo
lo que hay. Creo que es mucho, ¡venga, Lola, suelta tu boca!– argumenta Carmen.
Lola se quedó
muda por un instante, cuando toma conciencia de la situación se da cuenta que
no hay marcha atrás, comienza a contar.
–Creo que
como me sigas mirando así no respondo de mí, Isabel, ¿no te puedes aguantar una
horita? Ehh, luego seré toda para ti, ¿vale? Te prometo una noche de acción.
Ahora ¡deja de mirarme así!– Cristina trata de disimular el calor que le sube
por todo el cuerpo ante las insinuaciones pecaminosas de Isabel.
–Ahora ve a
saludar a Carmen, entretente con Lola, yo tengo que terminar cosas arriba. “Cambiar las sábanas y toallas, arreglar la
mesa y adecentar algo la habitación y ventilarla, no quiero que Isabel huela el
sufrimiento y el miedo que he tenido los últimos días entre esas cuatro paredes
esperando quizás la vuelta de El Lobo”, apuntaba mentalmente Cristina
mientras se levantaba de la mesa.
–Vale, iré a
charlar un rato con ellas, oye ¿Y Lucia, dónde está? No me digas que se ha
puedo de novia–, pregunta inocentemente Isabel.
–Pues sí,
sale con Pablo. Es un gran chico, y muy amigo tuyo, todo queda en casa, estamos
muy contentas. Lucia está loca por contártelo, tú fuiste la que los presentaste y quiere agradecértelo.
–No fue nada
complicado, Pablo y yo nos criamos juntos, luego él fue a estudiar y está de
vuelta, solo tuve que dar un empujoncito. Se miran como nosotras, ¿no has
observado la cara de tontos que ponen los dos?– dice irónica Isabel.
–¡Ya salió la
Isabel payasa! ¡De dónde te vendrá ese humor! Jajajaja, en fin me voy para
arriba. Y tú ¡ale! Con las chicas. Mira, mira quien entra por ahí.
Es Lucia
quien aparece, Pablo la acompaña. Isabel mira de forma cómplice a Pablo
mientras que Lucia corre a abrazarla.
–Aja aquí
está mi dulce y preferida niña, ¿cómo has estado en mi ausencia?– pregunta
sonriente Isabel.
–¿Tú
preferida niña? No, no soy tu preferida Jajajjaja. ¡Te quiero mucho Isabel, gracias,
muchas gracias, estoy feliz, muy, muy feliz! Ya me contarás que harán ustedes
dos.
Isabel ha
levantado en brazos a Lucia y la hace girar, casi la marea, Lucia le comenta
cerca de la oreja en un instante todas sus sensaciones. Luego deja a Lucia en el
suelo sin dejar de carcajearse y abraza a Pablo.
–¡Cuídamela,
es una gran mujer!– le dice al muchacho que asiente.
Mientras
tanto Cristina ha subido sonriendo por las escaleras y se ha perdido junto con
sus pensamientos. Cavila, cavila mucho. “¡Por
qué Isabel se ha adelantado! Unos días más y estaría prácticamente sin ninguna
señal del ataque en su cuerpo.”
La noche ha
llegado sin avisar, Cristina espera en su pequeña habitación. La ventana que da
al callejón está abierta, sabe quien aparecerá en un instante por ella. Isabel
no se hace esperar.
–¿Alguien me
está esperando? Espero que algún día pueda entrar por la puerta, me estoy
volviendo mayor para estas cosas, ¡claro está que merece la pena por la
recompensa que recibiré dentro de un momento!– dice con humor Isabel.
Cristina está
poniendo un par de copas de orujo para las dos cuando oye la disertación de
Isabel. Sonríe. Mira hacia la ventana y ahí está su amor. Isabel una vez dentro, se dirige inmediatamente
hacia Cristina, abre sus brazos y la envuelve. Por un momento todo se detiene,
las muchachas disfrutan de la sensación del abrazo, ¡lo necesitaban tanto!
Isabel se retira un poco del contacto de su novia, coge el rostro de esta y la
mira, desea besarla, Cristina la mira, pone su mano entre sus labios y los de
Isabel.
–Espera
Isabel, algo ha pasado, mis labios están heridos– comenta la muchacha.
–¿Tus labios
heridos? ¿Cómo no entiendo? Espera… ven.
Isabel acerca
el rostro de Cristina a la luz de la vela, enciende una más y observa la boca de
la joven. Una fea cicatriz aún sin curar surca el labio superior, también parte
de la nariz ha sido afectada.
–¿Quién te ha
hecho esto? Dime y…
–Para, para
Isabel, no me lo ha hecho nadie, te lo tendría que haber dicho antes pero temía
tu reacción, aquí te puedo explicar mucho mejor. Tú sabes que en días de
trabajo andamos muy alocadas de un lado a otro de la cocina, de la cantina, de
la barra, en una de estas idas y venidas me di un golpe con un saliente de un
armario de la cocina, con tan mala suerte que me hice daño en buena parte del
labio superior y la nariz. Ya está casi curada, quería advertirte que tuvieras
cuidado al besarme–. Justifica Cristina.
–No sé,
Cristina yo juraría que parece más bien un puñetazo o una dura bofetada, pero
no tengo que dudar de tus palabras. No importa mi amor, deseo besarte pero
trataré de comportarme.
Isabel vuelve
a envolver en sus brazos a su amante, poco tiempo después las dos mujeres están
sentadas frente a frente en la mesa mientras sorben un trago de orujo de sus
vasos. Las manos entrelazadas. Isabel mira con total devoción a su chica. Ahora
es momento de hilvanar al máximo cada uno de los detalles del viaje. Cristina
escucha. Estarán en el barco las dos como marido y mujer. No lo puede creer.
Por un lado se le partirá el corazón por dejar a sus amigas, por otro está
deseando que llegue el momento ya que será una nueva vida al lado de la mujer
que ama. Serán libres en un nuevo mundo, siempre le gustó la aventura, los
desafíos, éste es uno más en su vida, ¡no! miente, es el más importante de su
vida.
–¡Te imaginas
más de un mes! Tú cogida de mi brazo paseando por la cubierta del barco,
cenando conmigo, bailando conmigo, durmiendo juntas en un pequeño camarote …
estarás a mi merced. No me importa aguantar unos días hasta que tus labios
estén curados. Luego recuperaré el tiempo perdido– habla con humor Isabel. Se
le nota la ilusión que pone en todas sus palabras.
Cristina se
levanta, se acerca a Isabel y la rodea con sus brazos, la besa suavemente en el
cuello
–¡Te quiero,
te amo!– dice muy bajito y remarcando bien las palabras.
Un instante
después la muchacha se ha sentado a horcajadas en las piernas de Isabel, no ha
podido evitar besarla. Isabel la recibe
teniendo cuidado. Cristina no quiere un pequeño beso, profundiza, no le importa
si se abre su herida. Ya curara. El aumento de la intensidad del beso no se
hace esperar, las caricias son las protagonistas, en un instante la ropa queda
esparcida por el suelo, la desnudez de ambas mujeres hacen que sus cuerpos tomen
la iniciativa. La ansiedad del amor toma vida.
Es tarde, la
noche ha llegado a su cenit, entra brisa por la ventana aún abierta. Las noches
de finales de septiembre son frías. Cristina se despierta, observa la suavidad
de los rasgos de su novia, cuando Isabel está relajada, la cara es de una
ternura indescriptible. Eso es lo que le produce Isabel, ternura, la necesidad
de tenerla todo el tiempo entre sus brazos, acunarla y decirle te quiero una y otra vez.
Cristina nota
cierta humedad en sus labios, ¡maldita sea, está sangrando! Ha sido el momento
de pasión que han tenido. No le importa. Se levanta, va hacia el botiquín y
cura su herida. Vuelve a la cama, arropa
a Isabel, se acopla a su cuerpo y vuelve al sueño.
Alguien está
llamando a la puerta. Golpes tenues, sin querer hacer ruido. Cristina se
despierta, se levanta, se anuda la bata y abre.
–Hola nenita,
¿qué tal la noche? Vale, vale no hace falta que me digas nada, ¡estupenda!
Vaya, tu labio sigue mal, ¡claro, debido a la noche de pasión, ehh! Jajaja –
señala Lola.
La mujer trae una gran bandeja de desayuno.
–¿Puedo
entrar o devuelvo a la cocina estos manjares? No, no me mires así, ¡esto pesa!
– vuelve a recalcar Lola.
–Pasa, pasa,
pero no alces la voz, Isabel sigue durmiendo. Debe estar muy cansada, me
apuesto que ha dormido muy poco en todos estos días. No sé cómo aguanta
tanto–, dice Cristina.
–Ya, y en vez
de descansar viene a cansarse un poco más gracias a su novia, en fin, ¡me
hacéis tan feliz! Solo con veros esas caritas. Mira, mira que semblante de
relajación y felicidad tiene tu novia. Y tú, mi pequeña amiga, a pesar de la
herida pareces estar en el limbo. ¡Vamos reacciona!
–¡Venga, a
desayunar algo conmigo mientras se despierta Isabel!
Las dos
mujeres se sientan y se ponen café.
–Tengo que
decirte algo importante, se trata de Carmen…– comienza a hablar Lola.
–¿Qué le pasa
a Carmen, ha tenido más amenazas del Lobo?–
pregunta con preocupación Cristina.
–No, no… es
otra cosa. Carmen sabe todo, espera, no digas nada. Sabe que Isabel y tú os
amáis– refiere Lola.
Lola cuenta
su conversación con Carmen. Cristina se queda seria y pensativa. No le preocupa
Carmen, pero hay demasiada gente alrededor de ellas dos que pueden salir
lastimadas.
–Yo también
tengo que advertirte algo, Isabel sospecha que esto no es un golpe sino un
puñetazo, a duras penas he conseguido que deje de pensar en mi herida. Espero
que no ate cabos o su reacción puede ser impredecible– comenta Cristina.
Alguien se
revuelve entre las sábanas.
–¡Qué rico
olor a café! Amor me pondrías una gran taza de café– dice desde la cama Isabel
que se incorpora dejando al aire sus senos. No se ha dado cuenta de la
presencia de Lola.
–¡Dios qué
mujer! Buenos días Isabel, no me extraña que mi amiga se haya enamorado
perdidamente de ti. A ver si yo me voy a volver de la otra acera– exclama Lola
sonriendo ante la escena.
Cristina mira
y suelta una carcajada. Isabel busca inmediatamente la bata. Finalmente se
levanta. Es una más en la mesa del desayuno de ese día. Es una bonita mañana.
El Lobo ha
regresado y está enfrascado en la vendimia, son días en que su figura poderosa
cabalga por entre los viñedos dirigiendo a sus hombres. Se siente bien, en su
salsa, ordenando, mandando. Sus ojos escudriñan cada uno de los parajes del
lugar. Pronto comenzarán a pisar las uvas, es un buen año y la cosecha es
abundante.
Está
preocupado, el hombre que mando tras los pasos de Isabel no ha regresado eso
significa que no consiguió su objetivo. Piensa, está intranquilo. Volverá
mañana en la noche a La Casa Grande, apenas ha visto a sus hijas, estuvo en la
ciudad por unos días después del “asunto”,
luego comenzó la vendimia y se fue directamente al campo, con sus
peones. No le gusta estar demasiado fuera de La Casa Grande, hay cierto
descontrol últimamente. No sabe que están haciendo sus hijas, aunque la única
que le preocupa es Isabel. Irá a la casa mañana en la noche.
Todos los
preparativos para la marcha de Isabel y Cristina están ultimados. Muy pronto
partirán. Esa noche se ha cerrado la cantina, hay una cena de despedida de las
dos muchachas. Pablo y Pedro, junto con Lola y Lucia más las hermanas de Isabel
son las invitadas.
El Lobo ha
llegado a La Casa Grande, busca a La Tata y le pregunta donde están sus hijas.
La Tata responde que tenían un evento, que no sabe exactamente, parece que es
la despedida de alguien que se marcha. No sabe que decirle.
–¡Maldita
seas Tata, te estás volviendo vieja! Mis hijas hacen lo que quieren de ti, ya
no las controlas lo más mínimo, no puedo ausentarme.
El Lobo se
lava, se viste y sale hacia el pueblo, seguro que sus hijas están en la
taberna. Hacia ella se dirige.
La cantina
está esa noche a oscuras. El Lobo no entiende nada ¿Se les habrá metido el
miedo en el cuerpo a Carmen y Pedro después del “aviso”? El hombre sonríe
plácidamente. A él le abrirán.
Todos los
comensales están en los postres. Los vítores y el deseo de suerte para la
pareja de chicas se suceden. Todos sonríen. A la mañana siguiente partirán.
Isabel está
algo preocupada, le preocupa la reacción que tendrá su padre hacia sus
hermanas. Tendría que darle un escarmiento antes de irse, también está el tema
de la herida de Cristina, para nada se ha creído que haya sido un simple golpe.
Hay gato encerrado y ella lo va a descubrir aunque, quizás, sea mejor dejar
todo como está. Mañana será su partida y es mejor no tentar al destino.
Pero el
destino a veces se cruza en el camino y precipita los acontecimientos, la
verdad sale a borbotones y se hace dueño del tiempo.
Unos golpes
se oyen en la estancia, Carmen manda callar a todos, Pedro se levanta y empuña
la escopeta. Isabel acaba de ir a la habitación, los regalos que quiere dar a
las chicas se le han olvidado.
–¿Quién puede
ser, Pedro?– pregunta algo alarmada Carmen, la cantina está cerrada, no es
demasiado tarde pero los lugareños ya estaban avisados que se cerraba esa
noche. –¿Quién será?– pregunta nuevamente la mujer.
Pedro no
contesta, con una mirada alude que va a ir a ver quién es. El silencio se ha
instaurado en la estancia. Nieves y Almudena
temen lo peor. Lola y Cristina se miran preguntándose. Lucia y Pablo se ha
puesto de pie, las manos las tienen bien entrelazadas.
–¿Quién va?
La cantina está cerrada– vocifera Pedro.
–¡Abre, abre,
solo será un momento!– La voz de El Lobo paraliza a todos. ¿Quién le habrá
dicho que están allí?
Pedro abre la
puerta, encara a El Lobo. No lo deja pasar del escalón de la puerta.
–¿Tienes
cerrada la cantina? Pedro, ¿qué pasa?, ¿tan mal van las cosas o al revés te van
tan bien que puedes cerrar un día? Quería preguntarte por mis hijas. ¿Están
aquí? Sé que a veces vienen a charlar con Carmen y, no me refiero a mi hija
Isabel, que ya sabemos todos cuando viene. ¡Déjame pasar e invítame a un trago
ya que estoy aquí, además tengo algo que decirte!– El Lobo aparta de un empujón
al dueño de la taberna y entra sin más.
El hombre
queda paralizado ante la escena que ven sus ojos. Reacciona rápidamente y la
cólera se refleja por todos su poros. No hay cosa que le ponga más furioso ver
a sus hijas comer con el enemigo.
Pedro cierra
la puerta y empuña la escopeta.
–¡Qué escena
más bonita, todo el mundo cenando en buena armonía! Mis hijas aquí. Almudena,
Nieves, ¿por qué no me habéis pedido permiso? Ya sabéis que Carmen y Pedro no
son de mi devoción, os tengo dicho que aquí estéis lo menos posible. Pero ¿qué
es lo que me encuentro? mis hijas cenando con estos dos–. El Lobo ha dicho sus
últimas palabras señalando despectivamente a Carmen y Pedro.
Pablo da un
paso al frente.
–¡Quieto
jovencito, un paso más y eres hombre muerto! Y ¿quién más está aquí? Las nuevas
putas de la cantina.
–¡Maldito
hijos de perra! Tú a mí no me llamas puta, porque estás faltando a la verdad,
el único puto aquí eres tú, mal-nacido–. Habla Lola levantándose y fijando su
mirada en el provocador.
–Jajajajajajaja,
¿Me quieres meter miedo mujer? Ha
llegado el momento de darte la última advertencia, Pedro, voy a olvidar las
palabras de…
El Lobo calla
de pronto, su mirada se fija en la cara de la otra mujer. Reconoce a Cristina.
–¡Cuánta sorpresa
junta hoy! Cristina, tú también en la misma mesa que mis hijas.
–¡Padre ya
basta, solo estamos cenando! No tienes derecho a decir nada, ¡márchate, déjanos
en paz!– Almudena ha dado un paso al frente, tiene que parar a su padre de
alguna forma.
El Lobo
enfrenta a su hija y la alza la mano.
–¡Una palabra
más y no querrás haber nacido! ¡Esto no es asunto tuyo, simplemente no tenéis
que venir aquí para nada! Ahora siéntate– ordena El Lobo.
El reloj está
dando las diez de la noche, cada segundo
incrementa la tensión. La rabia de El Lobo ha paralizado la mente de
cada uno de los asistentes a la cena. La maldad de sus vibraciones llena la
estancia. El odio de años sale a relucir finalmente por la boca del hombre.
–¡Ya os mande
un aviso! Os dije que en cualquier momento la cosa podría ir a peor, y qué me
encuentro, ¡mis hijas con vosotros! ¡Algo que me fastidia mucho! ¡Se acabó! Carmen, Pedro, es el comienzo de
vuestro fin.
El Lobo ha
vociferado una vez más, imponiéndose, amenazando, desplegando todo su poder con
el miedo. El hombre sabedor de que domina la situación fija su atención
nuevamente en Cristina.
–¡Cristina!
¿Cómo estás? ¿Ya has curado tus heridas?
¡Qué mujer más fuerte! A ver, déjame ver tu labio…
–Ni se te
ocurra tocar un solo cabello a la muchacha. Ahora sal de aquí. Reniego de tu
paternidad.
Alguien habla
con tranquilidad, modelando cada una de sus palabras. Es Isabel que parece
ausentarse cada vez que llega El Lobo y aparece cuando menos se lo espera éste.
La muchacha ha cogido en su mano el látigo, lo oculta en su espalda. Tratará de
ahuyentar a su padre con palabras, esta vez no
va a retroceder ni un milímetro.
Isabel
sospechó desde un principio que algo había tenido que ver su padre en la herida
de su novia. Eso no se lo va a permitir, pero tampoco va a dejar a sus
hermanas, a las chicas y a Carmen y Pedro con el yugo de la venganza de su
padre cuando ellas se vayan.
La única
solución que conoce El Lobo es la humillación, la sangre, la amenaza y el
miedo:
–¡La que
faltaba!, la defensora de mujeres y animales ¡Ya salió el macho defectuoso!
Isabel llevo muchos días sin verte. ¿Desde cuándo eres tan amiga de Cristina
que te lleva a enfrentar a tu propio padre? Ahh, llevo sospechando hace rato
que hay algo más… para completar tu historia masculina te tenías que enamorar
de una mujer. ¿Es eso?, ¿te has enamorado de Cristina? ¿No me extraña es una
mujer impresionante? Sabes por algo no consintió en complacernos a mis hombres
y a mí, y mira que le ofrecí dinero… en cambio lo despreció. ¡Claro está que
recibió lo suyo!
El Lobo habla
deprisa, se ha puesto algo nervioso. Eso le lleva a cometer el primer fallo,
conforme termina de hablar y dada su proximidad con Cristina, le vuelve a
soltar una bofetada, esta vez no es un puñetazo, pero la bofetada vuelve a
reabrir la herida.
Isabel ha
mantenido la distancia con su padre. Ve toda la escena, oye cada una de las
palabras, ahora sabe que ocurrió. El Lobo, según acaba de abofetear a Cristina
se vuelve para enfrentar a su hija, pero no le da tiempo. Una ráfaga de viento
helado le cruza la cara, otro silbido le corta la otra parte, empieza a sangrar
abundantemente.
–¡Quietas,
hermanas! Esta vez no voy a consentir que ese mal-nacido se salga con la suya.
Nunca le he tenido miedo, ahora su cobardía me da asco. Es un ser repugnante.
Isabel ha
paralizado la acción de Pedro que estaba a punto de disparar. Pablo y Lucia han
socorrido a Cristina.
El Lobo
sorprendido por la acción de su hija, se para en seco, saca el pañuelo de su
bolsillo y se lo lleva a la cara. La humillación que siente hace estremecer su
largo cuerpo de vergüenza, ya no hay marcha atrás, echa mano al bolsillo de su chaqueta y saca
la pistola. Son los últimos instantes de su hija, así escarmentará a todos.
No le da
tiempo, Isabel no le ha quitado los ojos de encima. Se acerca a su padre
rápidamente y con la parte de la fusta del látigo golpea sin piedad la mano
asesina de El Lobo, luego el estómago. El
hombre se retuerce de dolor. Otro
golpe más y cae de rodillas. Isabel da
un último golpe a su padre con la fusta que finalmente le tumba en el suelo, El
Lobo ha caído, pierde el conocimiento.
La escena ha
sido muy rápida. Nadie ha podido reaccionar. Almudena y Nieves se acercan a su
padre. Isabel con determinación ordena a sus hermanas:
–¡Sacadlo de
aquí, llevadlo a la casa y mandad llamar a un médico! Tardará un tiempo en
recuperarse. Sacad mis cosas de mi habitación y traédmelas por favor, es hora
de que me vaya–Isabel no ha mirado ni una sola vez a Cristina. No quiere.
Primero tiene que solucionar lo de su padre y hermanas.
–Un momento
hermanas…
Almudena y
Nieves se aseguran que su padre sigue vivo. Solo sangra, realmente no mucho,
pero los golpes finales le han dejado sin conocimiento y alguna costilla tiene
rota, la cara está cruzada en ambos sentidos por una cruz, esa herida será
siempre visible.
–… lo siento
hermanas, no me quedó otra, este hombre no podía seguir amenazando. Jamás nadie
le hizo frente, así se hizo más fuerte,
el miedo era su arma más afilada. Ahora ya no. Espero que no arremeta contra
vosotras, aunque creo que siente tanta vergüenza que cuando se entere que me he
ido para siempre querrá pasar página y os dejará en paz. También a Pedro,
Carmen y las chicas. Si no es así, sé que lo solucionaréis. El Lobo tenía
intención de acabar conmigo esta noche. Ahora id hermanas. Pablo, Pedro por
favor, ayudad a las chicas para llevar a este cobarde a la casa. Carmen avisa
al médico para que vaya para allá, esta noche va a tener trabajo–manda Isabel.
Isabel ha
reaccionado con la rapidez que le da el no tener miedo y conocer muy bien a su
progenitor. Finalmente todo el mundo se ha puesto en marcha. Lucia y Lola está
cosiendo la herida de Cristina. A Isabel jamás se le olvidará que el golpe que recibió Cristina le sobrecogió el
corazón, pero también le hizo reaccionar.
La muchacha
se acerca a Cristina, ésta se levanta, las dos mujeres se abrazan. Isabel por
fin llora, Cristina la sostiene.
–¡Te tengo,
te tengo. Llora, mi amor, llora!–. Ahora es Cristina quien toma las riendas de
la situación, Isabel se ha venido abajo por unos instantes, la tensión
acumulada durante tanto tiempo acaba de salir.
–Vamos Lucia
deja a las chicas un momento, vamos por sus cosas y preparemos el carruaje.
Pablo traerá a Aroaki y nosotras vamos preparando el otro caballo–, dice Lola
llevándose a Lucia que ha quedado medio paralizada ante la acción de la Isabel.
Instantes
después Isabel está más calmada. Toma un largo trago de vino que le ofrece
Cristina quien se sienta junto a ella y la toma de la mano. Isabel no se ha
atrevido todavía a mirar a su novia, está llena de vergüenza por lo que le ha
hecho su padre. Cristina la obliga a
mirarla.
–Lo siento,
lo siento. Siento todo lo que te ha hecho mi padre por mi culpa. Te ha podido
ir la vida en ello y yo estaba lejos de aquí. Soy una mala compañía para ti–
dice con lágrimas en sus ojos la bella muchacha.
–Tú no tienes
ninguna culpa, óyeme bien, tu padre me hizo lo que me hizo pero se lo hubiera
hecho a Lola o a Lucia, su intención era hacer daño a Carmen y Pedro. Es a ti a
quien hubiera matado esta noche al darse cuenta que yo significaba algo más
para ti que una amistad. Ten eso claro. Está noche le has dado a tu padre una
lección que no olvidará, quizás era la única forma para que deje en paz a
Carmen, Pedro y tus hermanas, y con ello a mis amigas– diserta largamente
Cristina.
–Probablemente
El Lobo no tomará represalias contra tus hermanas, pero a ti, te buscará y va a
tratar de matarte por todos los medios, no lo olvides. Eres la causante de la
vergüenza sufrida y con ello la humillación que significa la vulnerabilidad de
El Lobo. Nunca mejor dicho El Lobo tiene el rabo entre las piernas. Ahora es
tiempo de irse mi amor– continua Cristina.
Isabel se ha
calmado, poco a poco se recupera y, finalmente, mira a la cara de Cristina.
Acerca despacio su mano a los labios de la mujer. Observa la herida infringida
por su padre a la persona que ama, ¡maldito
cobarde! Intuye que fue algo más lo que hizo su padre, pero ya llegará el
momento de que Cristina le cuente todo, ahora es momento de la despedida y la
marcha.
Un par de
horas después todo está preparado. Pablo acaba de llegar con las pertenencias
de Isabel y con Aroaki.
–En un rato,
vendrán tus hermanas a despedirse. Tu padre no corre peligro pero quedará
bastante desfigurado y tardará en tiempo en soldar las cuatro costillas rotas y
el mentón desencajado, el médico ha tenido que colocarlo, aún no ha recobrado
la conciencia–cuenta Pablo.
Las dos
muchachas están preparadas para la partida. Lucia y Lola tratan de controlar su
llanto, se les va alguien a la que aman y aprecian. Quizás en un tiempo vayan
para allá. La vida nunca se sabe la de vueltas que da, por ahora se tendrán que
conformar con las cartas.
Palabras de
comprensión, palabras de aprecio. Abrazos de amistad. Cristina se marcha.
Lucia, Lola, Carmen, Pablo y Pedro ya se han despedido. Momentos después llegan
las hermanas, departen largamente con Isabel, la abrazan y le dan los últimos
consejos. No tiene que temer por la reacción de su padre, ha quedado en un
lugar muy bajo como para que en una temporada haga alguna de las suyas. Quizás
no vuelva a ser el que fue antes de la paliza de su propia hija.
–No te
olvides nunca que te queremos. Manda las cartas sin dirección, padre ni La Tata
la deben saber nunca. Ya sabes que si las mandas al puesto de correo de Badajoz
nosotras una vez al mes iremos allí y las recogeremos. Será suficiente saber
que eres feliz y que estáis bien– argumenta finalmente Almudena.
–Hermana no
se te olvide ponerte el bigote cuando haya luz del día. Sabes, eres el chico
más atractivo que he conocido–, dice Nieves abrazando a su hermana. Todos ríen.
Son casi las
dos de la mañana cuando un carruaje, sin hacer apenas ruido, encara el camino
hacia Cádiz. Dos caballos tiran de una carreta donde no hay demasiado equipaje.
Dos mujeres, una vestida de hombre y otra con vestido de viaje han comenzado un
largo camino que las llevará a un nuevo destino.
Tres días de
viaje apenas sin descansar. Llegan a Cádiz, piden una habitación para descansar
esa tarde-noche y asearse. En la madrugada embarcaran en el barco mercante que
surcará las aguas que las llevará al otro lado del mundo.
Isabel y
Cristina han estado casi sin hablar
durante el tiempo que ha durado el viaje hasta Cádiz. Han estado muy juntas,
sus manos apenas se han separado, mil besos se han dado, otro sin fin de
abrazos, reconociéndose, apoyándose. Miradas que lo dicen todo, sabiendo que
nadie las va a separar.
El bigote de
Isabel es cómico ¡qué bien le queda a la
jodia! piensa Cristina. Es el marido más lindo y tierno que conoce, también
el más intrépido y valiente de los mortales.
Avisaron a
Ángel y Antonia, sus compañeros de viaje, que ya estaban en Cádiz y solo les
quedaba esperar subir al barco y encontrase con ellos. Luego, las dos
mujeres se dirigieron a la fonda donde
se alojaron. Allí se bañaron y pidieron
que le sirvan la cena. Tenían bastante hambre, la comida del camino había sido
escasa. Solo dormirían unas pocas horas antes de que su nuevo destino llame a
la puerta y embarquen.
–¿Los
caballos?, ¿Aroaki? ¿La dejarás libre o hay algún plan?– pregunta Cristina,
Isabel está demasiado muda.
–Bueno, Pablo
me sugirió la solución… en pocos días hay otro barco que transporta ganado y
animales a América. Tienen una escala en el puerto de Buenos Aires. Parece que
tratan bien a los caballos… aunque Aroaki sufrirá porque no podrá trotar en un mes. Suelen dar bastantes
vueltas a la cubierta al día, suficiente para que los músculos de los animales
no se agarroten demasiado. Espero que llegue en buenas condiciones–, explica
finalmente Isabel.
–Bien, no me
hacía a la idea que no estés con tu
yegua. Aún no tiene tres años, está en su plenitud, puede que incluso nos de
muchas Aroakis–, continua la charla Cristina.
–Cristina…
estos días no he sido la mejor compañía, pero en cuanto embarque y zarpemos se
me pasará. Mira, sabes que no hay marcha atrás, aún estás a tiempo de…
–Shhhhhhh
cállate, hasta ahora no he tenido dudas, menos ahora, he elegido estar contigo
y esa es mi decisión. Solo con tu presencia ya me haces feliz, los planes de
futuro son muy agradables, las dificultades se reparten mejor si es de a dos–,
sentencia Cristina.
La cena ha
terminado con esas palabras, la mujer se levanta y como es su costumbre se
sienta a horcajadas en las piernas de su novia y la mira. Coge entre sus manos
la cara de Isabel y la da mil pequeños besos, hasta que profundiza en uno de
ellos de forma muy suave, el maldito labio aún no está al cien por cien.
–Espera,
quiero que se cure tu labio– advierte con comprensión Isabel.
–Tienes
razón. Será mejor que durmamos algo, le dije al dueño de la fonda que nos
despertase sobre las dos y media de la mañana, tenemos unas cuatro horas para
descansar–, comenta Cristina.
No hay muchas
más palabras, las dos mujeres se desnudan, se abrazan, se acoplan la una en la
otra. Solo esperan que llegue la hora.
Los cuatro
amigos están juntos, Isabel ha presentado a Cristina a Ángel y Antonia.
Cristina y Antonia han congeniado inmediatamente, las dos, buenas
conversadoras, se entretienen con su conversación.
–Aquí soy
Julio, no lo olvides, te tienes que acostumbrar amigo mío–, dice con una
sonrisa la muchacha.
–Pues sí,
¿estás muy logrado, compañero? Ese bigote te da un aire magnífico y los anteojos
un tono de empollón increíble. Buen disfraz.
–Realmente no
sabía de la posibilidad de viajar en un barco mercante, alojados en camarote y
con zonas medio privadas–, comenta Isabel a su amigo.
–Es una
costumbre que tiene ya sus años, date cuenta que muchas familias han tenido que
huir, bien por temas políticos, de cárcel o el deseo de intentar una nueva
vida. Quien ha ahorrado o ha tenido el suficiente dinero para pagarse este tipo
de pasaje, viajaran más cómodos que en los barcos que se dedican a llevar pasajeros, hacinados en barracones. No
son muchos pero es raro el viaje que no lleva dos o tres parejas en la misma
situación que estamos nosotros. A veces incluso familias enteras, ves no hay
más de tres camarotes, más bien pequeños. Y la salita de estar para estirar las
piernas y leer, también minúscula. Comeremos con el capitán y los oficiales.
Toda la tripulación sabe que viajamos con ellos, tienen orden de no mezclarse
mucho con los viajeros. La verdad compañero es que somos unos privilegiados viajando
así, el dinero pagado es mucho pero merece la pena–, explica concienzudamente
Ángel.
Los cuatro
viajeros están en la cabina del capitán Han sido invitados a ver las maniobras
de salida del barco. Se oye una sirena
en el embarcadero, la tripulación se moviliza, las amarras son quitadas, el
barco se mueve. Cristina se coge del brazo de su marido. El capitán explica los
pormenores de la partida. Algo más de un mes de travesía.
El barco se
aleja de la costa, encara las olas y se precipita dentro de alta mar.
Los cuatro
viajeros desayunan con el capitán. Su primer desayuno, de su primer día de
libertad.
Un poco más
tarde Isabel y Cristina pasean cogidas
de la mano, en un rellano, aprovechan para besarse. A Cristina le cuesta
acostumbrarse al bigote pero no puede evitar besar a Isabel al aire libre, sin
esconderse, es una sensación de libertad única.
El primer día
pasa sin ninguna novedad. La noche cae rápidamente. Es bueno tener la compañía
de Ángel y Antonia. Se despiden y las mujeres se dirigen a su pequeño camarote.
Las dos
jóvenes se asean, Isabel cepilla el pelo de Cristina, el suyo es fácil de
peinar, Cristina se lo cortó a conciencia en el camino hacia Cádiz. La tensión
de los últimos días va desapareciendo poco a poco del cuerpo de Isabel. Hace
muchos días que no está de forma íntima con su chica. La echa de menos.
–¿Cómo está
tu labio, Cris?–, pregunta Isabel mientras se acerca y observa la evolución del
labio de su amada.
–Casi
perfecto, a pesar de todos los inconvenientes apenas me dejará una pequeña
huella–, afirma la muchacha. –¿Lo dices por algo? Ven aquí, siéntate enfrente
mío, hay poco espacio, pero esta pequeña mesa será suficiente. Mira nos han
provisto de vino y algunas galletitas. El capitán nos ha mandado esto con una
nota, “para una joven pareja que comienza una nueva vida, para que brinden por
ustedes”. Es champán, del bueno. Está frío, aquí están las copas.
Cristina
sirve dos copas de champán. Atrae hacia ella a su novia y entrelazando sus
brazos brindan, sorben un poco del líquido y un beso sella la noche.
–Isabel, ¡qué
púdica estás! ¡Con el pijama y todo! Aquí no tienes que disimular quien eres,
quítate inmediatamente ese pijama, quiero ver tu cuerpo, ¿has pensado cuantos
días hace que no estamos juntas?, ¡necesito hacer el amor contigo, me tienes
abandonada!
Isabel
sonríe, se quita el pijama y deja al descubierto su magnifico cuerpo, Cristina
quita la copa de Isabel y junto con la
suya, las deja a un lado. Se desabrocha la bata y la deja caer. Se acerca a su amante, la
sienta en la pequeña cama, besa su cara, sus manos, su cuello, mil caricias
caen sobre el cuerpo de una Isabel absolutamente entregada. Suspiros de placer
salen a borbotones de la garganta de ambas mujeres, es su primera noche de
libertad, nada tienen que esconder, nada tienen que ocultar.
El barco
navega suavemente, dos jóvenes no han podido dormir esa noche y han salido a
pasear. La brisa arropa sus rostros, se detienen en un extremo de la cubierta,
se miran. Las estrellas se esconden y vuelven a salir en el firmamento. Dos
labios se juntan, profundizan, se unen.
Posdata: En
la época en que se desarrolla la historia de Isabel y Cristina La Patagonia
argentina solo estaba habitada en la costa. Cristina e Isabel podrían ser
denominadas “pioneras” en un tiempo en que las mujeres se quedaban en casa
junto a sus maridos, pero esa ya es otra historia.
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Me ha gustado muchísimo tu historia;) espero otra igual o mejor claro si se puede;)
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