Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Amor en Peligro - Adaptaciones (ParteFinal)


CAPÍTULO 19

Aquella pelea era a muerte, y Julie no tenía intención de ser la que acabara perdiendo. Estaba furiosa y concentrada en golpear. Ver a Leary lanzándose sobre Caroline, armada con un ridículo parasol había sido demasiado.
Bloqueó uno de los puñetazos del hombre y le lanzó otro. El sonido del hueso roto unido al sofocado gruñido de dolor de Leary sería recompensa suficiente para toda una vida. Quería que aquel hombre sangrara por todo el daño que había hecho.
Pero el boxeador le asestó un inesperado golpe desde abajo que le acertó directamente en el mentón, haciendo que Julie se tambaleara y se le nublara la vista. Lanzó una imprecación mientras se reconvenía por no haber tenido más cuidado. Con la fuerza de Leary, bastarían un par de golpes como aquél para tumbarla de espaldas.


Lanzó un directo a los flácidos pliegues de grasa de su estómago, y el hombretón se dobló con un gemido de dolor, dándole tiempo a Julie de sacar la pistola que llevaba en el cinturón. Le apuntó con ella, pero antes de que pudiera informarlo de que quedaba arrestado, el otro se incorporó con el súbito ímpetu de un semental desbocado y la desarmó.
La pistola cayó al suelo con un ruido metálico mientras Leary la empujaba con toda su fuerza. Julie chocó de espaldas contra la pared y el otro la inmovilizó eficazmente, presionándole la garganta con su musculoso antebrazo.
Julie trató inútilmente de liberarse y de utilizar las piernas para pisotear los pies de su contrincante, pero como buen boxeador, Leary esquivó sus golpes y cambió de postura para evitar que pudiera zafarse apoyándose en la pared.
Julie empezó a verlo todo negro, la cabeza le daba vueltas y cada vez le llegaba menos aire a los pulmones.
Leary sonrió, contemplando con su sufrimiento, y se inclinó sobre ella.
—Primero acabaré contigo y luego empezaré con ella. Cuando termine con lo que le tengo reservado, me suplicará que la mate. Quiero que mueras sabiéndolo.
Julie hizo un último esfuerzo por golpearlo, pero sus extremidades, privadas de oxígeno, estaban demasiado débiles. Estaba a punto de perder la conciencia. Tenía la mente nublada, pero aún tuvo tiempo para un último pensamiento. Caroline. Y lo injusto que era saber que iba a morir y que no volvería a ver su sonrisa; que no volvería a estrecharla entre sus brazos, ni a besarla; que ya no podría decirle cuánto la amaba.
A punto de desvanecerse, oyó su voz:
—¡A menos que te haga suplicar yo a ti antes, maldito bastardo!
Y de pronto notó que Leary dejaba de aplastarle la garganta y que sus pulmones se llenaban de aire. Cayó hacia adelante, tambaleándose, y se encontró en los brazos de Caroline.
—¡Julie, Julie! —la oyó gritar, su voz más fuerte ahora que iba desapareciendo su aturdimiento. Ella trataba de mantenerla erguida—. Dime algo.
La morena tosió, tratando de coger aire para aclarar su mente y poder tranquilizarla. Pero cuando pudo verla con claridad, lo único que pudo decir fue:
—Caroline.
Ella sonrió mientras la ayudaba a ponerse en pie, aún un poco tambaleante. Se sentía menos confusa, y miró a su alrededor intentando comprender qué había ocurrido.
Cullen Leary estaba tirado en el suelo, boca abajo, a poca distancia. Yacía desmadejado y con la cabeza torcida en un ángulo forzado apoyado en la pared contra la que había intentado estrangularla. Tenía los ojos abiertos y vidriosos y le salía sangre de un profundo corte en la nuca. Junto a su cuerpo, vio el parasol de Caroline manchado de sangre.
Julie parpadeó, incrédula. ¿Estaba muerto? ¿Estaría soñando? ¿Cómo se podía aporrear a alguien con una sombrilla?
Caroline siguió la trayectoria de su mirada y se encogió de hombros.
—He sido yo —explicó, como esperando que aquellas tres palabras bastaran para aclarar la escena—. Y después se ha dado contra la pared.
Julie parpadeó nuevamente y se agachó para comprobar si tenía pulso. Al cabo de un momento, levantó la vista y miró a Caroline.
—¿Has matado a un hombre con un parasol? —le preguntó, incrédula.
Ella asintió, pero tomó la sombrilla y se la tendió. Ella la cogió y se quedó sorprendida al notar cuánto pesaba. Demasiado para ser una sombrilla.
—¿Un mazo? —inquirió, atónita.
Caroline sonrió.
—Cortesía de Anastasia Tyler.
Julie se levantó negando con la cabeza y la miró. Estaba sana y salva. De hecho, la rubia la había salvado. Jamás había conocido a nadie, hombre o mujer, tan fuerte. Nadie que la conmoviera como Caroline. Y la amaba. Puede que hubiera necesitado estar al borde de la muerte para comprenderlo, pero era verdad.
—Caroline... —comenzó a decir con voz queda, cogiéndole la barbilla.
Para su sorpresa, ella rehuyó su contacto y bajó la vista.
—Deberíamos ir en busca de Ana y a Lucas. Aquí ya hemos terminado.
Terminado. Julie se le acercó. Eso era lo que habían acordado, sí, pero ¿era lo que Caroline deseaba de verdad? Ella la amaba. ¿Sentiría Caroline algo por ella?
Pero antes de que le diera tiempo a preguntárselo, la puerta se abrió y apareció Lucas Tyler, flanqueado por media docena de agentes, incluido Charles Isley. Al parecer, los Tyler se habían preparado para cualquier contingencia, aunque eso significara desvelar el caso ante las autoridades.
Pero a Julie eso ya no le importaba nada, ni siquiera cuando el caos estalló a su alrededor. Los agentes la rodearon en un rincón de la estancia, gritando y haciendo preguntas que exigían una respuesta.
A ella lo único que le importaba era Caroline. Ésta le lanzó una mirada por encima del hombro y, acto seguido, salió por la puerta.

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Caroline jugueteaba con el dobladillo de su vestido, delante de la ventana de su salón, contemplando el paisaje gris. Por fin había disminuido un poco el frío implacable que habían padecido todo el invierno, pero el ambiente estaba plomizo y no dejaba de caer una lluvia gélida.
Su humor estaba en consonancia con el tiempo.

Durante los últimos días la habían sermoneado, gritado, mimado, todo menos dejarla a solas con sus pensamientos. Charlie se había mostrado satisfecho por su trabajo y furioso por su engaño alternativamente.
En condiciones normales, esas reuniones con su superior habrían sido la causa de sus turbulentas emociones, pero en ese caso no era así. Algo mucho más inquietante la perturbaba: Julie.
No la había visto desde la noche en que abandonó aquella habitación de El Poni Azul, dando por terminada su aventura, según los términos de su acuerdo.
—Ven a tomar el té —la animó Ana.
Meredith asintió. Tristan y ella habían regresado a Londres esa misma mañana, y Merry había insistido en que le contara todos los detalles del caso.
Caroline había estado dando explicaciones desde ese momento.
—Quiero saber qué ha dicho Charlie antes de que yo llegara —pidió su amiga.
Caroline se acercó a la ventana y se sentó entre las dos.
—Me ha dicho que el caso se había resuelto —explicó, con escasa emoción—. Al parecer, uno de los sirvientes del príncipe regente estaba descontento con el trato que recibía, y contrató a Cullen Leary para que lo ayudara a robar algunas de las piezas favoritas del príncipe utilizando a ese actor para hacerse pasar por él y entrar en Carlton House. Creo que lo ideó como algo personal. Una forma de conseguir dinero vendiendo lo robado y golpear al príncipe donde más le duele: su vanidad.
Meredith sonrió con ojos llenos de excitación. Ana tenía una mirada idéntica. Estaban emocionadas porque el caso se había resuelto y todo había acabado bien. Caroline no podía sentir lo mismo.
—Creo que el actor lo confesó todo antes de que Charlie cerrara la puerta de la sala de interrogatorios —dijo Ana, riéndose.
Meredith también rió.
—Cuánto ha debido de disfrutar Charlie. Siempre le ha gustado mucho el teatro.
Anastasia asintió.
—Ya lo creo. El hombrecillo dio todo un espectáculo. Lloró y suplicó.
Caroline se levantó y comenzó a andar de un lado a otro de la habitación, inquieta.
—Sí, todo ha salido bien, y el caso está resuelto. Y, a pesar de su enfado por haberle ocultado lo que estaba haciendo, Charlie me ha informado de que vuelve a contar conmigo. De modo que todos podemos volver a nuestras vidas como si no hubiera ocurrido nada.
Meredith y Ana intercambiaron una mirada.
—¿Por qué tengo la impresión de que éste no es un buen momento para felicitaciones? —preguntó Meredith lentamente.
Caroline se encogió de hombros, alarmada al notar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. ¿Qué le estaba pasando? Se sentía a punto de tener un ataque de histeria.
Ana se levantó y se acercó a ella, rodeándole cariñosamente los hombros.
—¿No has hablado con Julie desde esa noche?
Caroline se zafó de su abrazo. Hablar de ello era como que le echaran sal en la herida.
—No. ¿Por qué tendríamos que hacerlo?
—Bueno, ha colaborado en el caso. Supuse que hablarían —intervino Meredith—. Aunque tengo entendido que el Ministerio de la Guerra le está rindiendo todo tipo de honores por haber acabado con Leary. Sé lo mucho que te disgusta que nuestro grupo nunca se lleve el mérito.
—Eso no me importa —contestó Caroline, restándole importancia con un gesto de la mano.
Julie se merecía todas esas alabanzas por su heroísmo y valentía. Se alegraba de que, por lo menos, le estuviesen mostrando el respeto que merecía por haber resuelto el caso.
—Pero ella sí te importa —dijo Ana, girando la cabeza—. Y ése es el problema, ¿verdad?
—Es la segunda vez que me vienes con esas tonterías —se quejó ella.
—Si son tonterías, ¿por qué estás llorando? —preguntó Meredith, enarcando las cejas.
Caroline bajó la vista y una gruesa lágrima le cayó en la mano. Bueno, ya no podía seguir negándolo. Se apartó y trató de contener la emoción, pero ésta rebasó los límites y de su garganta escapó un sollozo. Al instante, Ana la abrazó y la estrechó con fuerza. Meredith se les unió y las tres permanecieron así un momento.
Caroline trató de detener las lágrimas, de recuperar la compostura y la fuerza. Intentó recordar por qué era mejor así. Y poco a poco dejó de llorar.
—Ven aquí —dijo Meredith, llevándola hacia el sofá. Las dos se sentaron juntas y Ana lo hizo en la silla más cercana—. Y ahora, cuéntanos la verdadera historia. La que nos has estado ocultando todo este tiempo.
Caroline vaciló un momento. Tal vez si hablaba de ello, podría dar carpetazo a sus sentimientos de una vez por todas.
—Nos... Nos hicimos amantes el día que le revelé mi verdadera identidad —admitió lentamente.
Ana asintió.
—Tenía la impresión de que pasaba algo así.
—¿Tan obvio era? —preguntó ella, horrorizada.
—No —la tranquilizó su amiga—. Eran pequeños detalles. Un roce, una mirada desde el otro extremo de una habitación. Sólo se fijaría alguien que quisiera verlo, te lo prometo.
Meredith le acarició la mano.
—¿Y qué ocurrió después?
Caroline tomó aire temblorosamente.
—Las dos éramos conscientes de que ese deseo mutuo, esa atracción física era lo único que podíamos tener. De modo que hicimos la promesa de que, cuando termináramos la investigación, terminaría también nuestra aventura. Ambas estábamos de acuerdo. Yo me he limitado a cumplir con lo pactado.
Ana ladeó un poco la cabeza.
—Caroline, cariño, ¿por qué no pueden ser más que amantes? No lo entiendo. Siempre has evitado cualquier relación cuando un hombre ha mostrado interés por ti, pero nunca nos has explicado por qué.
Ella dio un respingo. No quería hablar de aquello, ni siquiera con sus amigas. De manera que se buscó otra razón por la que no podía estar con Julie.
—Me ha dicho una y otra vez que el hecho de que tenga un trabajo que me hace correr riesgos constantemente es demasiado para ella. Que después de ver morir a una mujer que había sido importante para ella, no podría amar a una espía. Además, está también el hecho que es una mujer. Yo no se… si…podré con ello.
Meredith frunció el cejo, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—Pero si tú la amas, tiene que haber una manera de...y lo otro, no creo que a nadie le importe, al menos no a nosotras.
—No la amo —atajó Caroline, poniéndose en pie.
Se había estado repitiendo eso mismo una y otra vez desde que salió de El Poni Azul. Repitiéndose que no la amaba y que Julie no la amaba a ella.
Pero cada vez le costaba más creérselo. Sobre todo cuando, al repetírselo, siempre sentía aquella horrible sensación de pérdida.
—Entonces, ¿por qué estás tan triste? —le preguntó Ana con dulzura.
—Se ha terminado el caso —respondió ella con un suspiro—. Y eso siempre lo llevo mal. Con el tiempo olvidaré a Julie. Olvidaré lo que compartimos y continuaré viviendo mi vida. Debo hacerlo. No tengo más remedio. Quedan muchos casos por resolver, misterios que desvelar. Eso me hará compañía.
De hecho, aún le quedaba un enigma por aclarar relacionado con el caso recién acabado. Tenía una cita al cabo de una hora para ello. Tal vez después pudiese olvidar a Julie, como sabía que debía hacer.
¿Y si no podía? Pediría que le asignaran casos fuera de la ciudad. La idea de separarse de sus amigas le rompía el corazón, pero pensar que podía encontrarse con Julie en una fiesta y verla flirtear con otras mujeres, o que un día viviera con una de ellas le resultaba insoportable.
—Caroline, detesto verte tan triste, tan sola —susurró Ana.
Ella se encogió de hombros.
—No... No estoy sola —mintió—. Tengo mi trabajo otra vez. Con eso me basta.
Y así debía ser.

CAPÍTULO 20

—¿Alguna vez has amado a una mujer?
Ben escupió el trago de whisky que tenía en la boca y se volvió hacia su hermana mirándola con estupefacción.
Julie le tendió un pañuelo para que se limpiara el mentón y la solapa de la chaqueta. No era la reacción que había esperado.
—¿Qué? —Ben negó con la cabeza como si no comprendiera lo que su hermana le estaba diciendo—. ¿Qué?
—He oído tu pregunta la primera vez. —Julie rodeó el escritorio y se apoyó en el borde con los brazos cruzados—. Y creo que tú también has oído la mía. Has estado con muchas mujeres, y tanto madres como debutantes te consideran casi tan buen partido como a mí. Y bien, ¿alguna vez has sentido algo más que una pasajera atracción hacia alguna de esas jóvenes?
Ben se limpió los restos de whisky de la chaqueta y se quedó mirándola.
—¿He de deducir de esa pregunta qué crees estar enamorada?
Julie entrelazó los dedos y miró al suelo.
—Necesito tu consejo —dijo en voz baja.
—Ésta sí que es buena. Mi hermana mayor habla de amor y me pide consejo en la misma frase. ¿Es que se ha congelado el infierno por fin?
Julie movió la cabeza ante sus bromas deseando poder encontrarle ella también la gracia a la situación.
—Lo siento —dijo Ben, poniéndose serio de repente—. ¿En qué te puedo ayudar?
Julie se removió, incómoda.
—¿Puedo confiar en tu discreción?
El joven se puso serio y entornó los ojos.
—¿Tienes que preguntarlo, después de todo este tiempo?
—No, claro que no. —Tomó una profunda bocanada de aire y soltó de carrerilla—: Hemos tenido una aventura.
—¿Lady Allington y tú?
Julie frunció los labios.
—No, la chica que vende naranjas y yo. Pues claro que me refiero a Caroline.
Su hermano se quedó boquiabierto.
—Desde el principio tuve claro que había una gran complicidad entre las dos, pero ¿una aventura? No habría imaginado que ninguna de las dos estuviera dispuesta a llegar hasta ese extremo.
—Yo tampoco —admitió ella con un gemido—. No lo planeamos. Pero es como si algo nos empujara hacia la otra sin que podamos hacer nada por evitarlo. Cuando estoy cerca de ella, necesito tocarla. Cuando pienso en ella, deseo verla. Pero la noche en que concluyó nuestra investigación, se alejó de mí sin mirarme siquiera. Desde entonces, anhelo tenerla a mi lado.
Ben tragó saliva.
—La amas.
Asintió. Oírselo decir a otra persona hacía que fuera más real. Algo extraordinario.
—¿Y para qué necesitas mi ayuda, Julie? Porque yo nunca he estado enamorado.
—¿Cómo puedo dejar de amarla?
Para gran disgusto suyo, Ben se echó a reír.
—¿Dejar de amarla? Me parece que la cosa no funciona así. La amas. Punto. No se puede amar y desamar a alguien a voluntad. Y perdona que te lo pregunte, pero ¿por qué quieres hacer eso? Lady Allington es una mujer hermosa y excepcional, que tiene más cosas en común contigo que nadie que yo conozca.
Julie no podía negarlo. Nunca había conocido a nadie como Caroline. Capaz de hacerla reír y frustrarla con la misma facilidad. Era a la vez desafío y consuelo. Amante apasionada y buena amiga.
Jamás había sentido con nadie una conexión como la que tenía con ella.
—Pero amándola doy a mis enemigos poder sobre mí. Si supieran lo mucho que me importa, la lastimarían para perjudicarme —explicó—. Ya hice que una mujer muriera por mi culpa. Si algo le ocurriera a Caroline por mi...
Ben dio una brusca palmada sobre la mesa y sus ojos, normalmente resplandecientes, se oscurecieron con una súbita rabia y disgusto.
—Tú no tuviste la culpa. Davina perdió la vida hace un año porque fue una estúpida al seguirte en una situación tan peligrosa. Era imprudente, insensata y joven. No imagino a Caroline Redgrave metiéndose ciegamente en medio de un tiroteo. ¿Tú sí?
Julie soltó una suave carcajada, aunque con reticencia.
—No, Caroline estaría disparando, en vez de ponerse en plena línea de fuego. O blandiendo una maldita sombrilla.
—¿Una sombrilla? —repitió su hermano frunciendo el cejo sin comprender.
Julie puso los ojos en blanco.
—Es una larga historia. Aunque el Ministerio de la Guerra me atribuya todo el mérito, fue ella quien mató a Leary. Con una... sombrilla.
—¿De verdad? —preguntó Ben, impresionado—. Pues a mí me parece que es perfecta para ti.
Lo era. Ya no se lo cuestionaba. Pero ¿bastaría ese amor para superar los recelos de ella y la aparente falta de interés de Caroline?
—Ya, pero ¿qué puedo hacer al respecto? Se alejó de mí.
Ben negó con la cabeza.
—Ustedes las mujeres son criaturas extrañas. No siempre actúan conforme a lo que sienten. Y generalmente dicen lo contrario de lo que piensan. Es frustrante.
—Julie enarcó una ceja. Entonces, ¿qué me estás diciendo? —preguntó. Por primera vez desde hacía días, sentía un brote de esperanza aflorar dentro de ella—. ¿Crees que tal vez Caroline corresponda mis sentimientos a pesar de que sus actos y sus palabras indiquen lo contrario?
—No lo sé —admitió su hermano encogiéndose de hombros—. Pero si yo estuviera enamorado, especialmente de alguien como Caroline Redgrave, no abandonaría el campo sin hacer todo lo posible para conseguirla.
—¿Sugieres que se lo diga? —Preguntó, frunciendo el cejo—. Si lo hago, no habrá vuelta atrás.
Ben se levantó y le dio un apretón en el brazo.
—¿Y tú quieres volver atrás?
Julie negó muy despacio con la cabeza, sosteniéndole la mirada.
—No. Sólo quiero tenerla a mi lado.
—Pues entonces ve a por ella —le dijo su hermano mientras se dirigía hacia la puerta—. Ve a por ella.

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 Lady Westfield le sirvió té a Caroline y después se llenó una taza para ella. Dejó la tetera en la mesa y se reclinó en el asiento. Caroline se removió, incómoda.
El encuentro con aquella mujer era mucho más fácil en su mente que en la realidad. Especialmente cuando la dama se limitaba a mirarla con aquellos ojos que tanto se parecían a los de Julie. Una miraba desprovista de emoción.
¿Se estaría equivocando? ¿Serían todo imaginaciones suyas?
¿Y qué ocurriría si sus sospechas eran acertadas?
—Parece preocupada —dijo su señoría bebiendo un sorbito de té, sin dejar de mirarla en ningún momento—. Y he de admitir que su petición de que nos reuniéramos esta tarde me resultó inesperada, aunque en absoluto molesta. Lady Allington, ¿qué puedo hacer por usted?
Caroline hizo ademán de coger la taza, pero cuando la levantó, la mano le temblaba tanto que el líquido caliente se le derramó en el platillo. Reprimiendo una imprecación, la dejó en la mesa y tomó aire para calmarse un poco.
De nada servía retrasar lo que había ido a preguntar.
—Siempre he sentido un gran respeto por usted, lady Westfield —comenzó, haciendo una mueca de disgusto al notar que la voz le temblaba tanto como la mano—. Desde que la conozco, siempre me ha atraído su fuerza y compostura.
La mujer arqueó una ceja.
—Me halaga, hija. Y le agradezco sus amables palabras, pero sigo sin comprender por qué necesitaba venir a decírmelo hoy.
Caroline tomó aire.
—En las últimas semanas, he empezado a preguntarme si esta conexión que siento con usted se debería a otra razón.
Se aferró al brazo del sillón, clavando las uñas en el brocado. Si pudiera leer los pensamientos de lady Westfield sería mucho más fácil, pero sus ojos se mantenían distantes e inescrutables.
—¿Se refiere a mi hija?
Caroline dio un respingo. Por alguna razón, había confiado en que sus inquietantes pensamientos acerca de Julie quedarían al margen de una conversación con su madre, pero por lo visto la seguían a todas partes.
Lady Westfield sonrió, aunque Caroline no respondió.
—Aunque me sorprendió cuando llegó aquí la otra noche con usted, me complació que lo hiciera. Si se ha creado algún tipo de lazo entre las dos, le puedo asegurar que no lo desapruebo. —Ladeó la cabeza y Caroline vio un brillo que casi se atrevería a calificar como desafiante en su mirada—. ¿Se refiere a eso?
Inspiró bruscamente. Podía aprovechar la posibilidad que le brindaba lady Westfield y echarse atrás. Afirmar que Julie era la razón por la que había ido a verla y no preguntarle lo que se moría por saber.
«Cobarde.»
Cerró los ojos.
—Supongo que mi... —buscó una palabra que no delatara demasiado sus sentimientos ni requiriese admisiones por su parte— amistad con su hija podría ser parte del motivo que me hace sentirme unida a usted, pero creo que es más que eso. Y me parece que sabe a qué me refiero.
Lady Westfield dejó la taza en la mesa y buscó su mirada sin alterarse.
—Me temo que no lo entiendo bien. ¿Qué es lo que intenta decirme?
—¿Qué le dice el nombre de lady M? —Caroline casi se atragantó con las palabras, obligándolas a salir de su garganta pese a que lo que más deseaba era retroceder y alejarse de allí lo máximo posible. Olvidarse de sus sospechas.
La mujer entreabrió los labios.
—Lady M era el apelativo cariñoso que utilizaba mi esposo. Supongo que Julie se lo habrá comentado.
Caroline frunció los labios. Después de todo, tal vez estuviera equivocada. No veía nada en el comportamiento o la expresión de lady Westfield que delatara su secreto. Pero su intuición insistía en que había algo más. Si no tenía nada que ver con lady M ¿por qué ocultar sus emociones? ¿Qué la empujaba a poner en práctica tan delicada habilidad?
—La verdad es que fui yo la que le mencionó el nombre a ella —contestó con voz queda—. Conozco a una mujer que se hace llamar así.
La sonrisa de lady Westfield se suavizó.
—¿De veras?
Caroline contuvo el aliento. Por un momento, vislumbró un destello de emoción en su rostro. Amor y orgullo. Ambos dirigidos a ella, a Caroline. Pero no había motivo alguno para que aquella mujer, prácticamente una absoluta desconocida, sintiera algo así... a menos que no fuera una absoluta desconocida.
A menos que hubiera estado siguiendo todos sus movimientos durante los últimos cinco años y la intuición de Caroline fuera acertada.
—Es usted, ¿verdad? —Susurró, quebrándosele la voz—. Usted es lady M. Nuestra lady M.
Los ojos de lady Westfield se llenaron de lágrimas.
—Siempre le dije a Charlie que un día acabarían descubriendo la verdad. Y yo aposté desde el principio por que serías tú.
Caroline se levantó de golpe, tapándose la boca con las manos que, de repente, sentía frías.
—Es usted... es usted...
Lady Westfield se levantó despacio y se acercó para tranquilizarla.
—Soy yo, Caroline.
Miró cómo lady Westfield, lady M, curvaba los dedos alrededor de su mano y le daba un cariñoso apretón que le provocó una cálida sensación en todo el cuerpo. Aquello era real, no era un sueño ni una fantasía. Estaba ocurriendo de verdad.
Sintió que el cariño que durante toda la vida deseó que su familia le profesara inundaba de repente su corazón. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas y no se molestó siquiera en limpiárselas.
—Ven aquí, mi niña —dijo lady M estrechándola entre sus brazos.
Durante largo rato permanecieron así, abrazadas, mientras Caroline lloraba libre y silenciosamente. Aquélla era lady M. Su mentora. La mujer en la que ella había visto a una figura materna. A la que había deseado impresionar para que se sintiera orgullosa. Y por fin estaba allí, con ella, después de tantos años.
—Siéntate a mi lado —dijo lady M finalmente, guiándola hasta el sofá. Le rodeó los hombros con un brazo y la miró con sonrisa desvaída, los ojos resplandecientes a causa de las lágrimas—. Debes de tener muchas preguntas.
Caroline se rió suavemente. Se quedaba muy corta. Mil preguntas acudían a su mente, pero una sobresalía entre todas las demás.
—¿Lo sabe Julie?
Lady Westfield se reclinó y una genuina expresión de sorpresa cruzó su rostro. Después sonrió levemente, como si supiera un secreto que Caroline desconocía.
—No. Julie se muestra muy protectora con su familia, como estoy segura de que habrás podido comprobar. No tiene ni idea de mi verdadera identidad.
Ella suspiró aliviada. Si Julie lo hubiera sabido todo ese tiempo y no le hubiera dicho nada, el dolor sería demasiado terrible. Pero pasado el momento de alivio, le sobrevino otro de horror. Ella conocía ahora el secreto de su madre, y no podía ocultarle algo tan grave.
—Debe decírselo.
Lady M se apartó un poco y negó con la cabeza.
—No puedo. Se volvería loca de preocupación. Es mejor que no lo sepa.
—¿Igual que pensaron que sería mejor para nosotras no saber que nos habían encargado vigilarnos mutuamente para así mantenernos entretenidas? —preguntó ella, sorprendida ante la brusquedad del tono que había empleado con aquella mujer a la que adoraba. Pero la idea de que le ocultara algo tan importante a su hija, que se negara a mostrarle respeto ofreciéndole la verdad después de todas las veces que Julie había demostrado lo mucho que valía la ponía furiosa. Julie se merecía algo más.
Mucho más.
En vez de responder a su punzante pregunta con sarcasmo, lady M le dio unas palmaditas en la mano.
—Las dos estaban descontroladas, Caroline. Estoy segura de que ahora eres consciente de ello. Confiábamos en que si les encargábamos una «misión» carente de peligro, ambas se aplacarían un poco. Jamás se nos ocurrió que descubrirían una conspiración contra el regente. Sé que no te gusta esta respuesta, pero es la verdad. Y admito que, en mi caso, tenía además unos motivos algo egoístas.
Caroline frunció el cejo.
—¿Qué motivos?
—Llevo tiempo observándote.
Suspiró y le apartó un mechón de pelo de la frente. El maternal gesto hizo que se le saltaran las lágrimas, pero Caroline parpadeó rápidamente para contenerlas.
—He aplaudido tu independencia, incluso cuando te salías de las normas de la investigación volviendo loco a Charles. Me he reído viéndote meterte y salir de muchos líos. —Se puso seria de repente—. Y cuando te dispararon, creí que me moriría mientras aguardaba a que me dieran noticias sobre tu estado, si vivirías o no. Tenía tantas ganas de estar contigo. Te he querido como quiero a mis propias hijas, Caroline.
Ésta tragó el nudo que se le había formado en la garganta.
—Yo... lo notaba. Aunque no habíamos hablado nunca. Podía sentir su cariño. Creía que eran imaginaciones mías.
—No lo eran —contestó la mujer con una inmensa sonrisa—. Con todos estos sentimientos que compartimos, ¿te parece mal que deseara que te convirtieras en una hija de verdad para mí?
Sus palabras hicieron mella en ella y no pudo ahogar una exclamación de sorpresa.
—¿Quería que... quería que Julie y yo nos conociéramos e intimáramos? ¿Quería que...?
—Se enamoraran, como creo que ha sucedido, aunque he oído que te has apartado de ella.
Caroline abrió desmesuradamente los ojos. ¿Es que a aquella mujer no podía ocultársele nada?
Lady M continuó, insensible a su sorpresa:
—Que formaran una familia, como creo que lo harán. Sí, admito que lo deseo con todo mi corazón. No lamento haberlas juntado, sobre todo cuando veo la admiración y la emoción con que te mira mi hija. Intentó proteger su corazón para no volver a sentir nada después de un terrible incidente, ocurrido hace un año, que la abocó a una espiral de desesperación de la que temí que no se recuperaría nunca.
Caroline asintió.
—Me lo ha contado.
Lady Westfield sonrió.
—Lo que demuestra que tengo razón, cariño. También me he fijado en cómo la miras tú, con una feroz expresión protectora, algo que antes reservabas sólo para Ana y Meredith, pero ahora es mucho más intensa. Sé que estarás siempre a su lado, pase lo que pase. Lo sé.
Con la vista nublada, y con una mezcla de estupefacción e intensa emoción, Caroline se puso en pie a duras penas y retrocedió ante las palabras de lady M. Palabras que habían identificado con precisión todas sus secretas esperanzas. Sus sueños y sentimientos más profundos.
Pero que no podían hacerse realidad. Por una razón que la dama desconocía. El motivo que había destruido su primer matrimonio.
Lady M ladeó la cabeza.
—Pero no habías venido por eso, ¿verdad? Y, a juzgar por la mirada arrebatada que veo en tus ojos, la misma que tienes antes de echar a correr, no quieres seguir hablando de mi hija conmigo.
Caroline se quedó boquiabierta. Dios santo, qué bien la conocía.
—Y tampoco creo que hayas venido para verificar mi identidad. Te diste cuenta hace una semana, cuando Julie te trajo aquí después del accidente que sufriste. Tal vez no quisieras aceptarlo entonces, pero en tu corazón lo sabías. —Lady Westfield se levantó y entrelazó los dedos ante sí—. Así que, dime, mi querida Caroline, ¿a qué has venido? ¿Qué necesitas que no pudieras obtener a través de Charlie?
Ella tragó saliva. De repente, tenía la boca seca. Estaba casi mareada debido a la confusión y la emoción. Pero se tranquilizó.
—Yo... yo quiero abandonar Londres.
La sonrisa de lady M se esfumó.
—Ay, Caroline. Huir nunca es la solución.
—No estoy huyendo —insistió ella, aunque la negación se le antojaba baldía—. A pesar de lo que pueda creer, no tengo motivo para hacerlo.
—Mi querida hija, llevas huyendo toda tu vida.
Caroline dio un respingo ante la afirmación, tan cierta. Había estado huyendo del dolor, del pasado, del miedo. Sólo cuando conoció a Ana y a Meredith, y empezó a trabajar como espía, sintió que había encontrado su lugar en la vida. Pero todo eso había cambiado.
Sus amigas tenían esposo y vida nueva, mientras que ella estaba vacía. Sola.
Ahuyentó la autocompasión antes de continuar:
—¿Y qué me dice de usted? Miente a su hija aunque merezca saber la verdad. ¿No cree que eso también es huir?
Lady M se apoyó un dedo en los labios y guardó silencio durante tanto rato que Caroline temió haberse excedido. No había pretendido mostrarse arrogante con su superiora, sólo hacerle entender que, a veces, uno hacía lo que tenía que hacer. Caroline no estaba de acuerdo con las decisiones de lady M, y ésta tal vez no comprendiera las suyas.
—A lo mejor tienes razón en eso, Caroline —dijo, encogiéndose de hombros—. Quizá ocultárselo a mi hija es una forma de esconderme, de protegerme frente a su reacción, aunque yo crea que la estoy protegiendo a ella. ¿Qué me dirías si te propongo que hagamos un trato?
Ella la miró con cautela. No estaba segura de que le gustara el brillo que había en sus ojos.
—¿Un trato? —repitió lentamente—. ¿Qué clase de trato?
—Yo le confesaré mi identidad a mi hija si tú le das otra oportunidad. Mira en tu interior, revisa tus verdaderos sentimientos y dile lo que sientes.
Caroline cogió aire con brusquedad y se la quedó mirando con los ojos como platos.
—El amor es algo que uno debería acoger de buen grado, no temer, Caroline —prosiguió la mujer negando con la cabeza—. La vida es demasiado corta, y no me gustaría que te lamentaras por no haber hecho algo.
Con un suspiro, Caroline apartó la vista. A veces, lo único que hacía era lamentar cosas. La idea de que Julie pudiera amarla a pesar de sus defectos era tentadora, pero había que considerar los hechos del pasado. Había demasiados obstáculos.
Pero si accedía, Julie sabría la verdad sobre su madre. Y se lo merecía. Podría irse con la conciencia tranquila, sabiendo que le había concedido ese regalo.
—Si hablo con ella, ¿me asignará casos fuera de Londres?
Lady M frunció el cejo.
—Si después de que hables con Julie sigues queriendo irte, lo consideraré.
Caroline frunció los labios. No era un buen trato, pero al final aceptó:
—Está bien —dijo en un susurro, mientras se dirigía hacia la puerta—, de acuerdo. Gracias por su consejo. Y le prometo que lo tendré en cuenta.
Lady Westfield le cogió la mano y se la apretó con suavidad.
—Muy bien, cariño —dijo con voz queda antes de dejar que se fuera—. Hasta la vista.

CAPÍTULO 21

Julie se levantó en cuanto Caroline entró como un tornado en el salón. Aunque estaba de pie en medio de la estancia, al parecer no la vio. Aprovechó la rara oportunidad de examinar su expresión sin la máscara protectora que siempre llevaba ante los demás.
Su rostro reflejaba todas sus emociones. Y se la veía disgustada. Tenía el cejo fruncido en un gesto de rabia, tristeza y compasión que la hizo estremecer. La delataba la brusquedad con que se quitó los guantes y los tiró sobre el buró y después se sirvió un vaso hasta el borde de whisky.
—¿Caroline?
La rubia quedó de piedra, con el vaso a medio camino de sus labios, y entonces se volvió hacia ella con una lentitud casi dolorosa.
—Julie —dijo, con un hilo de voz, como si no pudiera creer lo que veía—. ¿Qué haces aquí?
—¿No te lo ha dicho Benson?
Ella negó con la cabeza y un violento rubor le tiñó las mejillas.
—No, yo... bueno... no le he dado tiempo. —Miró el vaso que tenía en la mano—. ¿Una copa?
La morena negó con la cabeza.
—No.
Dejó el vaso en una mesa y avanzó hacia ella con cierta vacilación, como si tuviera miedo de acercarse demasiado.
—¿Te envía ella?
—¿Ella? —Julie se quedó mirándola—. No sé a qué te refieres.
El alivio fue evidente en el rostro de Caroline.
—Nada. ¿A qué... a qué has venido?
Julie carraspeó. Se había preparado un discurso, pero verla tan agitada dio al traste con sus planes. No estaba segura de cómo decirle lo que sentía, cómo hacérselo entender.
—Caroline —comenzó—, sé que acordamos poner fin a nuestra aventura cuando cerráramos el caso. Dijimos que no permitiríamos que los sentimientos se inmiscuyeran, porque había demasiadas cosas entre nosotras.
Ella asintió, y un destello de tristeza asomó a su expresión.
—Sí.
Dio un paso más, incapaz de resistirse.
—Pero uno no puede predecir el comportamiento del corazón. Es imposible. Intenté luchar contra ello, fingir que no estaba ocurriendo, bloquearle el paso, pero... me enamoré de ti.
Caroline entreabrió los labios y un sonido estrangulado mezcla de dolor y gozo escapó de su boca. Se la cubrió con la mano y se quedó mirándola sin responder.
—Estoy enamorada de ti, Caroline —repitió, porque no estaba segura de que la hubiera entendido. Por algún motivo, había imaginado que a esas alturas la tendría en sus brazos.
—Pero todas esas razones que te impedían quererme siguen —susurró ella.
Julie negó con la cabeza.
—Temía por tu seguridad y creía que no podría soportar perderte. Y admito que siempre me preocuparé por los riesgos que puedas correr en tu trabajo, pero me has dado pruebas de tu fuerza más que suficientes desde que empezamos a colaborar. Y soy consciente de que amarte también es confiar en ti, confiarte tu vida tanto como la mía. Y eso hago.
Ella se dio la vuelta.
—Por favor, Julie. No sabes lo que dices.
—Sí que lo sé. —Le cogió suavemente el codo y la instó a volverse y mirarla—. Te quiero. Y si se pudiera, que te cases conmigo, ya sé que eso no es posible. Pero deseo que seas mía para siempre. Y quiero ser parte de tu vida, como lo son un matrimonio formado por un hombre y una mujer.
Una lágrima silenciosa y solitaria descendió por la mejilla de Caroline, que la miraba con semblante desprovisto de emoción. Entonces se zafó de ella y se apartó.
—Lo... lo siento —susurró con la voz rota—. No puedo hacerlo.

 Que Julie le se le declarara e hiciera una petición formal no debería haberle causado tan intenso placer, ni rechazarla tanto dolor. No podía aceptar, pero aun así, podría haberse hincado de rodillas y aullado de dolor.
Ella quería una vida con la morena, la deseaba con todo su ser. Después de negarlo ante todo el mundo, por fin era capaz de admitirlo, aunque sólo fuera ante sí misma. Amaba a la alta y hermosa mujer Con todo su ser, pero no podía estar con ella. Sintió un aguijonazo de dolor que no tenía forma de ahogar, igual que en el pasado. Todo lo relacionado con sus sentimientos hacia Julie era muy intenso, lo había sido desde el principio.
—¿No? —repitió Julie con una voz extrañamente vacía—. ¿Por qué, Caroline?
Ella dejó escapar el aliento contenido.
—Pues hay muchas razones.
La morena frunció los labios.
—Dame una.
Ella asintió. Sí, merecía saber la verdad. Así no se atormentaría pensando que había perdido su afecto. Probablemente incluso se lo agradecería.
—En una ocasión, me preguntaste por mi matrimonio —dijo con un hilo de voz—. Y yo no quise responder. Tal vez lo comprendas cuando te lo explique.
La alta mujer asintió, con todo el cuerpo en tensión. Con un gesto, Caroline la invitó a que se sentara en el sofá al lado del fuego, y ella lo hizo en una de las sillas. Julie se inclinó hacia adelante, mirándola fijamente.
Caroline tomó aire y se preparó para contar la historia que había jurado que no revelaría a nadie.
—Estoy segura de que cuando te informaste sobre mí al comienzo de tu investigación, averiguarías cosas sobre Seth.
Julie frunció el cejo.
—Sí. Por ejemplo que se jactaba de sus aventuras.
Ella asintió, pese al violento rubor que le cubrió las mejillas. La directa afirmación hizo que quisiera salir corriendo, pero permaneció en su asiento.
—Le gustaba hacerme daño contándome a quién metía en su cama. Dónde, cuándo y cómo.
Se dio la vuelta. Aunque hubiera pasado mucho tiempo, los recuerdos seguían siendo dolorosos y humillantes. Tal como Seth quería que fuera.
—Era un bastardo —gruñó Julie.
Ella contuvo el aliento. Era la oportunidad perfecta para comenzar. El lugar perfecto para decirle lo que nunca le había dicho a nadie. Ni siquiera a Meredith y a Ana.
Sus ojos se encontraron y Caroline empezó a desgranar su confesión.
—No. La bastarda era yo.
Julie retrocedió un poco, confusa.
—No entiendo.
Caroline bajó la cabeza.
—Mi infancia fue un infierno del que rara vez hablo. Mi madre tuvo muchas aventuras, pero sólo una de ellas le dio un hijo. Fui una sorpresa tardía e inesperada, que sólo sirvió para recordarle a su marido sus constantes infidelidades.
Sintió un escalofrío al pensar en su padre y sus cambios de humor.
—No podía renegar de mí en público. Eso equivaldría a admitir que ella lo engañaba con regularidad, y su orgullo se lo impedía. Así que me dispensaba todas las prebendas que disfrutaría cualquier otro hijo suyo, pero cuando no había desconocidos delante que pudieran presenciar su crueldad, me trataba como si no valiera nada. Sus hijos legítimos aprendieron rápido y me trataban tan mal como él.
Tenía la vista perdida en un punto mientras los recuerdos la invadían.
—Deseaba con todas mis fuerzas poder ser otra persona. Ponerme un disfraz y convertirme en una chica con otra vida.
—Por eso asumiste con tanta facilidad la idea de disfrazarte —dijo Julie en voz baja—. Es algo innato en ti.
Ella asintió, sorprendida de lo liberador que era confesar su oscuro secreto. Era casi un alivio hablarle a alguien de su pasado, pese a conocer las consecuencias.
—Cuando cumplí la mayoría de edad, mi «padre» se mostró ansioso por echarme de casa. Llegó a un ventajoso acuerdo con Seth Redgrave, que se convertiría en el conde de Allington. Pensé que mi vida con él no podía ser peor que la existencia que había llevado en mi casa, y llegué al matrimonio con la confianza que toda novia lleva en el corazón.
Esbozó una mueca de dolor al recordar su ingenuidad. Su inocencia al pensar que tendría un final de cuento de hadas.
—Seth era joven y guapo. Confiaba en que, con el tiempo, llegara a quererme. Pensaba que tendríamos hijos a los que amaría y daría la infancia que a mí me negaron.
—¿Y qué ocurrió? —preguntó la morena, sosegándola con su voz.
Caroline suspiró.
—Mi padre y el de Seth eran amigos. Por eso acordaron el matrimonio. Una noche en que habían bebido mucho, mi padre le confesó el secreto que había mantenido oculto durante tantos años. Le dijo a lord Allington que yo era una hija bastarda.
Julie se estremeció de dolor.
—El viejo Allington era conocido por sus opiniones sobre la sangre y la pureza aristocrática —comentó.
Caroline le dirigió una frágil sonrisa. Ella lo sabía bien.
—Sí. Le enfureció saber que habían metido a una bastarda en su familia. Incluso quiso dispararle a mi padre, de tan furioso como estaba. Se planteó hacer que declarasen nulo el matrimonio, pero hacerlo era muy complicado y la publicidad habría acabado arrastrando por el fango el impoluto nombre de los Allington. En vez de eso, le contó la verdad a Seth y le hizo prometer que no me dejaría embarazada. Le dijo que antes permitiría que el título pasara a uno de sus hermanos menores, o a los hijos de éstos, que a un hijo que tuviera conmigo.
Julie le cogió la mano con suavidad. Buscó sus ojos y le sostuvo la mirada con sus ojos azules cálidos. Todos sus sentimientos estaban allí, a la vista. La furia hacia su padre y su esposo por el trato que le habían dado, la compasión por el dolor que había tenido que soportar, y el deseo de aliviarlo.
—¿Cómo pudo permitirlo? —preguntó en un susurro.
Ella soltó una carcajada.
—Con mucha facilidad, al parecer. El pobre Seth nunca fue capaz de plantar cara a su padre. Ni siquiera tras su muerte. Le daba miedo no vivir según las normas dictadas por Allington. De modo que en vez de eso, pagó su rabia conmigo. A sus ojos, yo tenía la culpa de que él no pudiera consumar su destino y pasar su título a su hijo. Continuó haciendo uso de sus derechos como esposo, pero sin ocuparse de darme placer. Y empezó a airear sus aventuras para demostrar su virilidad, dando a entender con ello que yo era la causante de que no tuviéramos hijos.
Julie soltó una imprecación.
Caroline esbozó una mueca.
—Fue una vida muy dolorosa y vacía. Por eso, cuando mi esposo murió, me mostré tan dispuesta a aceptar la proposición de Charlie de unirme a la Sociedad. Y por eso adoro ser espía. Todo el control del que carecía con mi padre y con Seth, lo tengo en la vida que llevo ahora.
Julie asintió:
—Lo entiendo. Y, como ya te he dicho, jamás te pediría que lo abandonaras. Pero no comprendo en qué modo podría ser obstáculo para nosotras lo que me acabas de contar. Si acaso, oírte hablar de tu pasado y ver la mujer fuerte y valerosa en que te has convertido hace que te ame aún más.
Ella la miró boquiabierta.
—¿Es que no lo has entendido? Soy una bastarda. Mi sangre está manchada. Ya te expusiste una vez al rechazo de la sociedad al aceptar públicamente tus gustos por las de nuestro sexo. Y te aceptaron. Pero no aceptarán que una Westfield mantenga una relación clandestina con una bastarda.
—Eso no es cierto —comenzó a decir ella, pero Caroline soltó una áspera carcajada.
—Lo he vivido, sé que es verdad. El linaje de tu familia es impoluto y muy respetado. Si alguien averiguara que vives con una mujer con mis antecedentes. Eso podría perjudicarte y entonces si se volverían contra ti. No quiero ser responsable de algo así. Y no podría soportar que me guardaras resentimiento por ello. De manera que no puedo estar contigo, Julie. No puedo correr ese riesgo.
Ella hizo ademán de cogerla.
—Caroline...
—No, por favor —suplicó, dejando que sus emociones estallaran—. ¡Vete!
Antes de que le diera tiempo a responder, la puerta del salón se abrió y apareció Benson.
—Le ruego que me disculpe, milady, pero tiene visita.
—Estoy en medio de una conversación importante, Benson —contestó exasperada.
—Me doy cuenta, milady, pero la mujer dice que usted la está esperando. Es lady Westfield.
Caroline se volvió hacia su mayordomo sin dar crédito. ¿Lady M estaba allí? Ay, Dios, su «trato». Lady M había prometido que le contaría a Julie quién era si ella, Caroline, admitía lo que sentía por la morena. Probablemente había ido a cumplir con su parte al enterarse de que su hija estaba allí.
Miró a Julie, que no se había movido. Ni siquiera cuando las interrumpió el mayordomo. Estaba a unos pasos de distancia y miraba a Caroline y a su mayordomo alternativamente con gesto de absoluta sorpresa.
—¿Qué hace aquí mi madre, Caroline? —le preguntó en voz baja para que el hombre no la oyera.
Ella negó con la cabeza.
—Benson, hágala pasar.
Éste salió con una inclinación y dejó la puerta abierta. Caroline lo oyó hablar con lady Westfield en el vestíbulo. No tardarían más de unos segundos.
—Julie —murmuró, buscando sus ojos. En unos momentos se llevaría la conmoción más grande de su vida. Y pese a que no pudieran estar juntas, odiaba verla sufrir—. Espero que lo entiendas.
La morena retrocedió un paso.
—¿Entender qué?
—Buenas tardes, Julie —dijo lady Westfield al entrar en el salón.

CAPÍTULO 22

Julie miró a su madre con lo que confiaba fuera una sonrisa. Aunque no sabría decir si ésta fue muy cálida. Todavía estaba furiosa por lo que Caroline le acababa de contar, por su rechazo y, por si fuera poco, sus crípticas afirmaciones sobre su madre. Su hermano tenía razón. Algunas mujeres eran infinitamente frustrantes.
Se dirigió a su madre y le dio un beso en la mejilla, sin apartar la vista de Caroline.
Las dos se miraron y Julie tuvo la misma sensación de desconcierto que durante el desayuno, a la mañana siguiente de la caída de Caroline, al presenciar la tremenda conexión que había entre ambas. Una conexión que no alcanzaba a comprender por completo, y que aún parecía más fuerte en ese momento.
—Caroline —dijo lady Westfield en voz baja.
—Milady.
—¿Van a decirme alguna de las dos qué está pasando? —preguntó Julie, mirándolas alternativamente—. Madre, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué tengo la sensación de que Caroline y tú comparten una comunicación a la que yo soy ajena?
Ellas se miraron una vez más. Para sorpresa de Julie, su madre parecía estar nerviosa. Nunca la había visto así. Siempre se mostraba tan calmada y segura de sí misma...
—¿Qué pasa? —Preguntó, suavizando el tono—. ¿Te encuentras bien?
Ella asintió.
—Sí. La verdad es que he venido para felicitarlas por su buen trabajo —dijo, pero la voz se le quebró ligeramente.
Julie la miró a los ojos y se los vio rebosantes de emoción y algo más. Algo que no había visto nunca en ellos. Una fuerza muy parecida a la de Caroline. Determinación.
—¿Felicitarnos? —repitió, midiendo el tono. Miró a Caroline de refilón, pero ésta se había quedado en un rincón, con las manos enlazadas ante sí. Parecía que estuviera esperando que ocurriera algo.
El pulso se le aceleró.
—Julie, no he sido totalmente sincera contigo, y tal vez me haya equivocado. Verás, sé lo que eres —prosiguió la mujer con voz queda—. Hace tiempo que sé que eres una espía condecorada por tu buen trabajo. Estaba muy orgullosa de ti, aunque no pudiera decírtelo.
Julie retrocedió, tambaleándose. ¿Su madre lo sabía? Eso era imposible. Había tenido mucho cuidado. Ben era la única persona que conocía su secreto y él jamás la pondría en peligro diciéndoselo.
¿Significaba eso que se lo había dicho Caroline? Ella no haría algo así.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con voz débil, consciente de que no era una negación muy verosímil. Pero estaba demasiado atónita como para decir otra cosa.
Lady Westfield avanzó hacia su hija y le cogió las manos.
—Cariño. —Vaciló antes de continuar—: Cuando tu padre murió, me sentí perdida, vacía. Ya conoces la historia de mi familia. Pero encontré un lugar para mí protegiendo a mi país. A mi familia. Y formé un grupo de espías. De mujeres espías.
Las palabras hicieron mella en ella y retiró las manos como si le quemaran. La sorpresa fue tan tremenda que la habitación entera empezó a darle vueltas.
—Mujeres espías —repitió.
Miró por encima de su hombro. Caroline se tapaba la boca y miraba a lady Westfield, pero no parecía sorprendida.
—Eso es imposible —dijo, retrocediendo.
Su madre negó con la cabeza.
—No lo es. Estoy al tanto de los rumores que corren por tu Ministerio de la Guerra de vez en cuando. Todos se preguntaban si ese grupo era real.
Lady Westfield madre, sabía por buenas fuentes, que el Ministerio de la Guerra al que pertenecía su hija, solo había aceptado a Julie por el linaje al que pertenecía y esta había demostrado con creces que se tenía ganado el puesto, hasta el día en que sucedió lo de Davina. Fue entonces que los ministros dijeron que se habían equivocado, puesto que Julie era como cualquier otra mujer, no tenía nada de extraordinario. Lloraba y se lamentaba como lo hacían las damas delicadas que solo deberían estar en sus hogares, tejiendo y tomando el té con las amigas y desde entonces solo le habían asignados trabajos de escritorio. Ninguna otra mujer podría pertenecer al grupo de espías.
Pues bien Julie –dijo su madre. Si existe. Y has conocido a una de ellas en carne y hueso
Hizo un gesto en dirección a Caroline. Julie la miró y ésta asintió:
—El grupo de Caroline —susurró, como si de pronto la pieza encajara en el rompecabezas—. Pero ¿cómo?
Lady Westfield esbozó una sonrisa.
—Es asombroso lo que una es capaz de hacer con un poco de ingenuidad, contactos y mucho dinero. Pero cada vez me resultaba más difícil guardar el secreto. En esta familia nunca nos ha gustado mentir. Y alguien hizo que me diera cuenta de que no podía seguir protegiéndote ocultándote lo que hago.
Julie se volvió hacia Caroline.
—¿Tú? ¿Lo sabías y la has hecho que confiese?
Ella asintió con brusquedad.
Su madre le tocó el brazo.
—Caroline lo sabe desde hace poco.
—¿Cuánto?
Vio que se agitaba al oír su tono, pero no podía contenerse. No estaba dispuesta a hacerlo. Allí estaba ella, hablando de confianza y mentiras cuando le había estado ocultando algo tan importante.
Caroline carraspeó, rehuyendo su mirada.
—Empecé a sospechar después de mi accidente. Me dijiste que la llamaban lady M. Y ése es el apodo de la jefa de nuestro grupo.
—Lady M —repitió ella, con un tono de voz mesurado que no reflejaba lo traicionada que se sentía—. Por eso querías verla esa noche, y por eso te quedaste tan callada cuando te dije que mi padre la llamaba por ese nombre.
Ella asintió.
—Sospeché la verdad aquella tarde, pero no se lo pregunté. Estábamos inmersas en nuestra investigación, y quería resolver el caso antes de comprobar si mi corazonada era correcta. Supongo que también me daba algo de miedo.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —Julie negó con la cabeza—. ¿Por qué no me confiaste esa preocupación?
—¡Porque era algo absurdo! —Exclamó Caroline, levantando las manos—. Era una locura acusar a una mujer de la clase de lady Westfield de algo tan inaudito. No quería decirte algo así por si me equivocaba. Y si estaba en lo cierto... —Se detuvo—. Estaba demasiado asustada y contenta ante la posibilidad de que fuera cierto. Desde hace años adoro, amo y respeto a lady M.
Julie inspiró con brusquedad. Sus explicaciones parecían bastante lógicas y parte del sentimiento de traición y rabia se disolvió.
—¿Cuándo lo supiste con certeza?
—Esta noche —admitió—. Venía de su casa cuando te he encontrado aquí esperándome.
Julie asintió. Por lo menos no se lo había estado ocultado durante días o semanas. O meses o años. Entonces se volvió hacia su madre y la miró detenidamente. Seguía pareciéndole la misma mujer, pero todo había cambiado en un instante. Ahora no sabía cómo tratarla. Qué decir.
—¿Cómo has podido ocultármelo durante tanto tiempo? —preguntó finalmente.
Ella frunció los labios.
—¿Acaso no estaba en casa el día que viniste a contarme que trabajabas como espía para el Ministerio de la Guerra?
—¡Eso es diferente! —exclamó ella, negando con la cabeza.
Julie estaba lo bastante cerca como para ver la expresión de incredulidad de su rostro.
—¿Diferente? —repitió con sarcasmo—. ¿En qué? Es la misma mentira y por el mismo motivo. Queríamos ahorrarle preocupaciones a la otra.
La morena abrió la boca, pero no se le ocurría una buena respuesta. Su madre tenía razón. Maldita fuera.
—Julie, eres mi hija mayor y te quiero mucho, estoy orgullosa de verte convertida en una mujer, fuerte independiente y responsable. —Le tocó la mano—. Pero a veces vives en un mundo de blanco y negro, de dobles raseros.
Ella frunció el cejo con incredulidad.
—¿Y cómo es eso?
Su madre sonrió.
—Crees que tú eres la única que puede ponerse en peligro, los demás no. Que tú eres la que mejor protege a todos los que están a su alrededor. Del mundo y de sí mismos. Pero no te corresponde a ti cargar con todo el peso de la humanidad sobre tus hombros. Ni en la vida —miró a Caroline y añadió—: Ni en el amor. Continuaré dirigiendo mi grupo de espías, y Caroline trabajará conmigo. Si la amas, encontrarás la manera de aceptar incluso aquello con lo que no estás de acuerdo.
Julie frunció los labios.
—Ya lo he hecho, madre. Si quieres sermonear a alguien, sermonea a tu espía. Ella es quien no tiene interés en estar conmigo ante los ojos de nuestra sociedad.
Lady Westfield se volvió y dirigió una aguda mirada a Caroline.
—¿Es eso cierto?
Ella titubeó un segundo antes de asentir.
—Sí.
—¿Y has cumplido la parte que te correspondía de nuestro trato? ¿Le has dado a Julie la oportunidad de expresarse y le has confesado lo que tú sientes?
Julie enarcó una ceja. ¿Habían hecho un trato? No sabía si sentirse humillada o divertida ante la injerencia de su madre. Se quedó mirando a Caroline, aguardando una respuesta.
Ésta la miró, con el rostro crispado.
—Bueno...
—Yo he venido y le he confesado que soy lady M. Ahora te pido que cumplas tu parte —dijo la mujer con severidad.
Caroline avanzó un paso, con los ojos muy abiertos.
—Yo no prometí...
—¡Caroline!
Julie retrocedió un paso al oír el brusco y autoritario tono que adoptó su madre. Sí que era la jefa de un grupo de agentes. Un general. Y Caroline se estaba comportando como un soldado insubordinado en esos momentos.
La vio coger aire, temblorosa, intentando recuperar la compostura. Pero al final se volvió hacia ella.
—¿Más secretos? —Preguntó Julie—. ¿Más confesiones?
La rubia negó con la cabeza y ella la vio debatirse interiormente. Esa batalla hizo que recuperara la esperanza, aunque sólo fuera un destello. Cuando le costaba tanto rechazarla, ¿sería por algo, no? Igual sentía algo por ella al fin y al cabo.
—Se acabaron los secretos, Julie. Tu madre quiere que admita algo que me cuesta mucho decir. Porque sé que de eso no saldrá nada bueno.
—¿Admitir qué? —No podía respirar de lo angustiosa que le resultaba la espera.
Ella se estremeció.
—Que... que estoy enamorada de ti.
—Caroline —dijo con un hilo de voz. Y la miró. Su hermosa guerrera. La mujer más fuerte que había conocido nunca, a quien quería tener a su lado el resto de su vida. Y la amaba—. Entonces, ¿por qué te apartaste de mí la noche en que murió Leary? ¿Por qué me has rechazado antes, cuando te he dicho lo que sentía?
Ella frunció los labios.
—Porque todo lo que te he dicho esta noche sigue siendo cierto, tanto si me amas como si no. No ha cambiado nada.
Julie abrió la boca para protestar, pero Caroline ya se había dado la vuelta para dirigirse a su madre.
—Lady Westfield, no puedo estar con su hija aunque la amo con todo mi corazón. No soy quien cree que soy. Sólo soy la hija ilegítima de algún granjero, músico, instructor o a saber qué, de entre las docenas de hombres que mi madre se llevaba a la cama para divertirse. Sin duda comprenderá el daño que este tipo de información podría causarles si saliera a la luz. No puedo ser la responsable de algo así.
Julie se volvió hacia su madre y sus ojos se encontraron. Por un momento, el silencio se adueñó de la estancia, hasta que la mujer asintió muy despacio.
—Díselo, Julie.
La morena tomó aliento y sonrió a su madre antes de volverse y dirigir toda su atención a la mujer que amaba.
—Caroline, tu negativa se basa en una mentira. Crees que si saliera a la luz la verdad sobre tu pasado lastimarías a mi familia, y que podríamos darte la espalda en un futuro lejano. Pero lo cierto es que no serías la primera bastarda que llevara el nombre de los Westfield.
Caroline ahogó una exclamación. Tenía que haberla entendido mal. Todo el mundo sabía que los Westfield poseían uno de los árboles genealógicos más antiguos y respetados de la historia del Imperio. Su sangre era pura como el oro. ¿Acaso, Julie no era una legitima Westfield?
—No comprendo —susurró, alternativamente a madre e hija.
Julie se acercó un poco más. El calor que emanaba de su cuerpo la envolvió tentador y descubrió que sólo deseaba arrebujarse contra ella. Era una tentación muy injusta. Desear tanto algo y tenerlo tan cerca sabiendo que nunca se podrá poseer.
La morena sonrió.
—Mira a mi madre, esa mujer a la que tanto afirmas amar y respetar.
Alargó las manos, las posó en los hombros de Caroline y la instó a mirar a lady M. Ésta sonreía, sin ninguna vergüenza.
—¿La querrías o la respetarías menos si supieras que es ilegítima? —le preguntó.
Caroline se quedó mirándola. Lady Westfield dio un paso al frente y le tomó las manos cariñosamente.
—Eso no puede ser —susurró ella.
—Pues lo es —dijo la mujer con voz queda—. Cariño, ¿por qué crees que te pedí que entraras a formar parte de la Sociedad? Te pareces a mí en muchos aspectos. Conocía las circunstancias de tu nacimiento desde el principio. Lo que tú no sabías es que se parecieran tanto a las mías. Mi madre también vivió una aventura, y yo fui el producto de su indiscreción.
Caroline parpadeó varias veces seguidas.
—¿Usted?
Lady Westfield asintió:
—Soy la primera hija del rey, aunque esté demasiado loco para recordarlo. Y, aunque lo hiciera, jamás me reconocería. Por eso formé nuestro grupo de espías. Mis hermanos menores despilfarran sus fortunas y provocan situaciones que ponen en peligro a la Corona. Meredith, Ana y tú habéis encontrado la manera de proteger a una familia que no sabe de mi existencia. —Le acarició la mejilla—. Y tus actos, tu corazón y tu energía significan más para mí que tu sangre.
Le dio un beso en la mejilla e hizo lo mismo con Julie.
—Ahora las dejaré a solas pues ya he hecho todas las confesiones que tenía que hacer. Y además me he inmiscuido bastante en su intimidad. Espero que mañana vengan a verme para darme buenas noticias. Me apetece celebrar un baile. Y los de compromiso siempre son los mejores.
Caroline estaba demasiado atónita como para decir adiós cuando lady M salió de la habitación dejándolas solas. Julie se volvió hacia ella y le cogió el rostro entre las manos con dulzura.
—Tu sangre no me importa, Caroline —insistió—. ¿Entiendes lo que te digo?
Ella notó que su determinación se debilitaba, pero seguía siendo muy difícil dejar atrás el pasado. La desconfianza.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que siempre sentirás lo mismo? ¿Cómo puedes saber que no lamentarás tu decisión si la gente se enterara de mi pasado? Al fin y al cabo, cuando me casé con Seth también creí que encontraríamos la felicidad. Y, sin embargo, llegó a odiarme, y lamentó haberse casado conmigo cuando la verdad salió a la luz. Yo fui la culpable de introducir una fealdad entre nosotros que nunca desapareció. Y desaté en él una crueldad que después tuve que soportar durante años.
Julie la soltó con mirada dolida.
—Me conoces. Dices que me amas. ¿De verdad crees que podría rechazarte en algún momento? ¿Que podría traicionar tu confianza y tu amor?
Caroline bajó la cabeza. Siempre le había costado confiar en los demás. Pero cuando miraba a Julie sabía que nunca podría ser tan cruel.
—No creo que fueras capaz de lastimarme de ese modo —admitió con voz suave—. Pero eso no garantiza que algún día no lamentes tu decisión.
Julie le acarició la mejilla y, a continuación, le levantó el mentón.
—Escúchame. Las dos nos hemos refugiado demasiado tiempo en el pasado. Yo sé que no eres Davina, una joven imprudente y testaruda que necesitaba mi protección. Pero tú tienes que darte cuenta de que yo no soy Seth Redgrave. Mi amor por ti y por los hijos que podamos engendrar algún día no depende de la cama en que fueras concebida. No depende de si desciendes de reyes o de mendigos.
Ella sintió las lágrimas que empezaban a rodar por sus mejillas. Julie sonrió y se las secó, pero no cejó en su determinación de convencerla de su sinceridad y su fidelidad. Y Caroline se sorprendió creyendo cada palabra.
—¿Significa que tenemos la posibilidad de tener hijos? Sonrio la rubia ante la idea de vivir toda una vida en familia con Julie.
—Buscaremos la manera de llegar a ello. Y algún día, tu o yo, mas seguro TU, dijo con una sonrisa la morena, le daremos un nieto a Lady M.
—Pero... —comenzó Caroline, aún con dudas.
Julie soltó una carcajada.
—Caroline, mi bella testaruda, ¡basta ya! Se acabaron las dudas. Ahora sabes que mi «perfecto» linaje es sólo una ilusión. Lo único que es perfecto en mi familia es el amor y la lealtad que nos profesamos. Y eso es lo único que me importa.
Bajó la cabeza para besarla y ella se derritió entre sus brazos. Julie la besó con dolorosa ternura, tan sólo un roce en los labios, demasiado breve para su gusto.
—Cuando has dicho que me amabas, ¿lo decías en serio?
Ella le sonrió. No había forma de negarlo. Ni eso ni ninguna otra cosa.
—Te quiero —admitió.
—Entonces, Vive conmigo. No quiero una amante ni una aventura ni una dama perfecta de la buena sociedad. Quiero una mujer que comprenda mi trabajo y que esté a mi lado en el peligro, la pérdida y el triunfo. Quiero un contendiente capaz de tumbarme en la lona y desafiarme. Quiero una mujer con la que irme a la cama todas las noches y despertarme todas las mañanas. No me sirve nadie más. Y ahora, déjate de tonterías, aleja tus miedos igual que hiciste el otro día cuando golpeaste a Leary con tu sombrilla. Sé valiente y dime que te unirás a mi. Tal vez no me pueda casar contigo, pero al menos hare una ceremonia donde todo mundo sepa que eres legalmente mía y te respeten.
Caroline tenía los ojos arrasados en lágrimas, pero no le importaba. Dejó que éstas cayeran libremente mientras la inundaba una felicidad como no había sentido en toda su vida.
—Sí —susurró, y a continuación lo repitió más alto—: ¡Sí!
Y lo repitió una y otra vez.

EPÍLOGO
 Un año después
 Charles Isley se encaminó a la puerta y su mano se detuvo justo encima del pomo.
—¿Está usted preparada, lady Westfield?
Lady M sonrió mientras se alisaba la falda.
—Que entren, Charlie.
La puerta se abrió y entraron las tres mujeres. Meredith Archer la primera. Su vientre comenzaba a mostrar la evidencia del bebé que crecía en su interior, pero el brillo de pura felicidad que le iluminaba las mejillas la habría delatado igualmente.
A continuación, entró Anastasia Tyler. Lady M se maravilló de lo lejos que ésta había llegado. De timorata jovencita con gafas había pasado a ser una mujer talentosa, que acababa de cerrar un caso muy peligroso y complicado con la ayuda de su esposo, unas pocas semanas atrás.
Y, finalmente, Caroline. Se la veía resplandeciente, después de su luna de miel con Julie, que habían empezado seis meses atrás y cuyo fin no parecía a la vista.
Lady M estaba muy orgullosa. Aquéllas eran sus chicas. Las consideraba tan de la familia como a sus propios hijos.
Tras los besos y los abrazos, las cuatro se acomodaron en el salón de lady M, que intercambió una mirada con Charlie antes de comenzar a hablar:
—Estoy segura de que todas se preguntarán por qué le he pedido que vinieran.
Ana asintió.
—¿Tiene un caso para nosotras?
Lady M se echó a reír.
—Ojalá, pero las tres me han abandonado para trabajar junto a sus parejas. Me temo que nuestra Sociedad de mujeres espías ha dejado de existir. Aunque celebro su felicidad y estoy orgullosa de que nuestra labor haya trascendido los confines del grupo.
—Entonces, ¿por qué nos has llamado, mamá? —preguntó Caroline, con una sonrisa que llenó de felicidad el corazón de lady M. Ahora ya era su verdadera hija.
—Muy buena pregunta, cariño. El hecho de que se hayan casado. Y eso va también por ti Caroline, dijo Lady M. Al final y con todo el dinero y la buena obra que Julie y Caroline habían realizado al descubrir la conspiración contra el príncipe regente, este no le importó hacer legal la unión entre la morena y la pequeña rubia.
Me han puesto en una situación delicada. Dijo Lady M. Sigo creyendo que es una buena idea buscar a mis espías entre las viudas de la sociedad, y me gustaría reclutar un nuevo grupo que siga sus pasos.
Meredith contuvo el aliento.
—¿Nuevos miembros? ¡Qué idea tan buena!
Ana asintió.
—Pero ¿qué tenemos que ver nosotras?
Charlie carraspeó.
—Yo ya no estoy tan ágil como cuando las contacté. Hace ya años y las introduje en el círculo de lady Westfield. Su señoría y yo hemos acordado que las nuevas espías deberían adiestrarse con aquellas que tienen más experiencia.
—Ustedes, si están de acuerdo —dijo lady M sonriendo de oreja a oreja—. Ana, tú te encargarás del arte de los códigos, los idiomas y todos esos aspectos más intrincados que debe dominar una mujer que quiera ser buena espía.
La sonrisa de Anastasia se ensanchó.
—Meredith, dejo en tus manos el entrenamiento físico. Cuando haya nacido el bebé, por supuesto. Ataque y defensa, así como el sutil arte de dirigir la Sociedad de la manera que mejor se adapte a sus necesidades.
Mientras Merry asentía, se volvió hacia Caroline.
—Y Caroline...
—¿El arte del disfraz? —terminó ella con una carcajada que se contagió a las demás.
Lady M sonrió.
—Sí. Eso formará parte de tu tarea, seguro. Pero hay algo más. Charlie ya no será el intermediario entre las nuevas espías y yo. Quiero una nueva líder que esté presente en el día a día del trabajo de la Sociedad. Te quiero a ti.
Ella abrió desmesuradamente los ojos y palideció de golpe. Acertó a preguntar:
—¿Yo?
Lady Westfield asintió:
—Sí, querida mía. Si aceptas mi ofrecimiento, me ayudarás a seleccionar los casos que se asignarán a los nuevos miembros del grupo y permanecerás a su lado mientras vayan cogiendo soltura en el campo.
—Oh, Caroline, querida —dijo Meredith en voz baja, cogiendo la mano de Ana a la vez que ésta se secaba una lágrima en silencio.
Caroline se quedó mirando a su suegra con la boca entreabierta. Después se levantó y corrió a abrazarla.
—Gracias. Será un honor trabajar a tu lado.
Lady M se tragó sus propias lágrimas.
—Por supuesto, las tres continuaran con su trabajo junto a sus esposos y esposa –sonrió ante esto último. Jamás se me ocurriría pedirle a la Corona que renuncie a sus tres mejores agentes. Pero confío en que acepten mi oferta.
Caroline le rodeó la cintura con un brazo y miró a sus amigas.
—Pues claro que aceptamos —dijo con una sonrisa—. Somos tus espías, lady M. Y siempre lo seremos.

******************

La alta figura parada frente al enorme ventanal que daba a un hermoso jardín muy bien cuidado y glorioso por la primavera, sonrió al escuchar unos leves pasos acercarse a ella. Otra en su lugar no lo hubiera notado, pero su entrenado oído podía percibir los ruido más leves a metros de distancia. Unos pequeños brazos la rodearon y su sonrisa se hizo más ancha. El cuerpo pegado a ella beso sus omoplatos y suspiró de placer. El simple roce y el suspiro hicieron que su cuerpo se estremeciera. Después de un año, su cuerpo aún reaccionaba ante las leves caricias de la mujer tras ella.
—¿Así que serás la nueva intermediaría entre el nuevo grupo de espías femenino y Lady M? —preguntó la morena.
Caroline la estrechó con más fuerza y unió sus manos con las más grandes. Con una enorme sonrisa que la morena no podía ver pero estaba segura que la rubia tenía en sus labios contesto.
—¿Puedes creerlo?
—¿Eso significa que ya no tienes edad para trabajar en el terreno y correr aventuras. Buscando conspiración contra la corona? —dijo una sonriente morena, que se giraba para quedar frente a su adorada esposa y la tomaba por la cintura.
Caroline, abrió sus ojos ante las palabras de la mujer mayor. Y como castigo le pico el estomago.
—Sería una lastima, ¿sabes? Dijo la morena. —Puesto que hoy recibí una misión para un nuevo caso. Pero como tu ya no estas en condiciones, tendré que pedirle a Lady M si me asigna una de las nuevas y jóvenes reclutas. —dijo con una sonrisa picará y unos ojos azules brillantes.
Los ojos de Caroline, brillaron ante la broma. Y sus verdes ojos se estrecharon un poco de manera amenazadores.
—Lo siento querida mía, pero ahora soy yo a quien tienes que solicitar mujeres espía. Puesto que soy la nueva líder y no lo olvides que también tu esposa. —Tendrás que conformarte con una vieja espía. Es lo que hay, lo tomas o lo dejas.
La morena fingió pensarlo y la pegó aun más a su largo cuerpo, acercó sus labios y le dio un profundo beso, que hizo que el cuerpo de ambas reaccionara al momento y su excitación saliera a flote.
—¿Eso responde a tu pregunta? Soltó la alta mujer.
—¡Claro y comprendido!. — ¿Entonces me darás detalles del caso? ¿De qué voy a disfrazarme ahora?
—Julie sonrió de oreja a oreja y la estrechó contra su cuerpo sintiendo sus pezones ya erectos. —Por el momento solo tengo deseo de detallar tu cuerpo y el único disfraz que utilizarás es el de mi amada esposa porque te haré el amor. El caso puede espera. Yo no.
Caroline sonrió y sus ojos brillaron apasionadamente. Volvió a besar a la mujer en sus brazos y la llevó directo al dormitorio.
—No voy disfrazarme de tu esposa. ¡Ya soy tu esposa!. —por sus palabras Caroline fue recompensada con otro apasionado beso de su alta y hermosa mujer.
Julie tenía razón. El caso puede esperar. Ellas no. 





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5 comentarios:

  1. Saludos. Como se hace para ver los capítulos anteriores.

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    Respuestas
    1. Tica la etiqueta del titulo de la historia y te apareceran todas las partes...
      o ticas donde dice lo que hay para leer: el titulo de la historia que quieres leer y salen todas las partes.

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  2. EXCELENTE. GRACIAS POR ESTA HISTORIA.

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  3. Es una joya.....
    me encanto leerlo, y espero seguir leyendo tus obras.

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  4. Sinceramente estupenda historia. Sigue escribiendo más! Saludos.

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