CAPÍTULO
19
Aquella
pelea era a muerte, y Julie no tenía intención de ser la que acabara perdiendo.
Estaba furiosa y concentrada en golpear. Ver a Leary lanzándose sobre Caroline,
armada con un ridículo parasol había sido demasiado.
Bloqueó
uno de los puñetazos del hombre y le lanzó otro. El sonido del hueso roto unido
al sofocado gruñido de dolor de Leary sería recompensa suficiente para toda una
vida. Quería que aquel hombre sangrara por todo el daño que había hecho.
Pero
el boxeador le asestó un inesperado golpe desde abajo que le acertó
directamente en el mentón, haciendo que Julie se tambaleara y se le nublara la
vista. Lanzó una imprecación mientras se reconvenía por no haber tenido más
cuidado. Con la fuerza de Leary, bastarían un par de golpes como aquél para
tumbarla de espaldas.
Lanzó
un directo a los flácidos pliegues de grasa de su estómago, y el hombretón se
dobló con un gemido de dolor, dándole tiempo a Julie de sacar la pistola que
llevaba en el cinturón. Le apuntó con ella, pero antes de que pudiera
informarlo de que quedaba arrestado, el otro se incorporó con el súbito ímpetu
de un semental desbocado y la desarmó.
La
pistola cayó al suelo con un ruido metálico mientras Leary la empujaba con toda
su fuerza. Julie chocó de espaldas contra la pared y el otro la inmovilizó
eficazmente, presionándole la garganta con su musculoso antebrazo.
Julie
trató inútilmente de liberarse y de utilizar las piernas para pisotear los pies
de su contrincante, pero como buen boxeador, Leary esquivó sus golpes y cambió
de postura para evitar que pudiera zafarse apoyándose en la pared.
Julie
empezó a verlo todo negro, la cabeza le daba vueltas y cada vez le llegaba
menos aire a los pulmones.
Leary
sonrió, contemplando con su sufrimiento, y se inclinó sobre ella.
—Primero
acabaré contigo y luego empezaré con ella. Cuando termine con lo que le tengo
reservado, me suplicará que la mate. Quiero que mueras sabiéndolo.
Julie
hizo un último esfuerzo por golpearlo, pero sus extremidades, privadas de
oxígeno, estaban demasiado débiles. Estaba a punto de perder la conciencia.
Tenía la mente nublada, pero aún tuvo tiempo para un último pensamiento.
Caroline. Y lo injusto que era saber que iba a morir y que no volvería a ver su
sonrisa; que no volvería a estrecharla entre sus brazos, ni a besarla; que ya
no podría decirle cuánto la amaba.
A
punto de desvanecerse, oyó su voz:
—¡A
menos que te haga suplicar yo a ti antes, maldito bastardo!
Y
de pronto notó que Leary dejaba de aplastarle la garganta y que sus pulmones se
llenaban de aire. Cayó hacia adelante, tambaleándose, y se encontró en los
brazos de Caroline.
—¡Julie,
Julie! —la oyó gritar, su voz más fuerte ahora que iba desapareciendo su
aturdimiento. Ella trataba de mantenerla erguida—. Dime algo.
La
morena tosió, tratando de coger aire para aclarar su mente y poder
tranquilizarla. Pero cuando pudo verla con claridad, lo único que pudo decir
fue:
—Caroline.
Ella
sonrió mientras la ayudaba a ponerse en pie, aún un poco tambaleante. Se sentía
menos confusa, y miró a su alrededor intentando comprender qué había ocurrido.
Cullen
Leary estaba tirado en el suelo, boca abajo, a poca distancia. Yacía
desmadejado y con la cabeza torcida en un ángulo forzado apoyado en la pared
contra la que había intentado estrangularla. Tenía los ojos abiertos y
vidriosos y le salía sangre de un profundo corte en la nuca. Junto a su cuerpo,
vio el parasol de Caroline manchado de sangre.
Julie
parpadeó, incrédula. ¿Estaba muerto? ¿Estaría soñando? ¿Cómo se podía aporrear
a alguien con una sombrilla?
Caroline
siguió la trayectoria de su mirada y se encogió de hombros.
—He
sido yo —explicó, como esperando que aquellas tres palabras bastaran para
aclarar la escena—. Y después se ha dado contra la pared.
Julie
parpadeó nuevamente y se agachó para comprobar si tenía pulso. Al cabo de un
momento, levantó la vista y miró a Caroline.
—¿Has
matado a un hombre con un parasol? —le preguntó, incrédula.
Ella
asintió, pero tomó la sombrilla y se la tendió. Ella la cogió y se quedó
sorprendida al notar cuánto pesaba. Demasiado para ser una sombrilla.
—¿Un
mazo? —inquirió, atónita.
Caroline
sonrió.
—Cortesía
de Anastasia Tyler.
Julie
se levantó negando con la cabeza y la miró. Estaba sana y salva. De hecho, la
rubia la había salvado. Jamás había conocido a nadie, hombre o mujer, tan
fuerte. Nadie que la conmoviera como Caroline. Y la amaba. Puede que hubiera
necesitado estar al borde de la muerte para comprenderlo, pero era verdad.
—Caroline...
—comenzó a decir con voz queda, cogiéndole la barbilla.
Para
su sorpresa, ella rehuyó su contacto y bajó la vista.
—Deberíamos
ir en busca de Ana y a Lucas. Aquí ya hemos terminado.
Terminado.
Julie se le acercó. Eso era lo que habían acordado, sí, pero ¿era lo que
Caroline deseaba de verdad? Ella la amaba. ¿Sentiría Caroline algo por ella?
Pero
antes de que le diera tiempo a preguntárselo, la puerta se abrió y apareció
Lucas Tyler, flanqueado por media docena de agentes, incluido Charles Isley. Al
parecer, los Tyler se habían preparado para cualquier contingencia, aunque eso
significara desvelar el caso ante las autoridades.
Pero
a Julie eso ya no le importaba nada, ni siquiera cuando el caos estalló a su
alrededor. Los agentes la rodearon en un rincón de la estancia, gritando y
haciendo preguntas que exigían una respuesta.
A
ella lo único que le importaba era Caroline. Ésta le lanzó una mirada por
encima del hombro y, acto seguido, salió por la puerta.
************************
Caroline
jugueteaba con el dobladillo de su vestido, delante de la ventana de su salón,
contemplando el paisaje gris. Por fin había disminuido un poco el frío
implacable que habían padecido todo el invierno, pero el ambiente estaba
plomizo y no dejaba de caer una lluvia gélida.
Su
humor estaba en consonancia con el tiempo.
Durante
los últimos días la habían sermoneado, gritado, mimado, todo menos dejarla a
solas con sus pensamientos. Charlie se había mostrado satisfecho por su trabajo
y furioso por su engaño alternativamente.
En
condiciones normales, esas reuniones con su superior habrían sido la causa de
sus turbulentas emociones, pero en ese caso no era así. Algo mucho más
inquietante la perturbaba: Julie.
No
la había visto desde la noche en que abandonó aquella habitación de El Poni
Azul, dando por terminada su aventura, según los términos de su acuerdo.
—Ven
a tomar el té —la animó Ana.
Meredith
asintió. Tristan y ella habían regresado a Londres esa misma mañana, y Merry
había insistido en que le contara todos los detalles del caso.
Caroline
había estado dando explicaciones desde ese momento.
—Quiero
saber qué ha dicho Charlie antes de que yo llegara —pidió su amiga.
Caroline
se acercó a la ventana y se sentó entre las dos.
—Me
ha dicho que el caso se había resuelto —explicó, con escasa emoción—. Al
parecer, uno de los sirvientes del príncipe regente estaba descontento con el
trato que recibía, y contrató a Cullen Leary para que lo ayudara a robar
algunas de las piezas favoritas del príncipe utilizando a ese actor para
hacerse pasar por él y entrar en Carlton House. Creo que lo ideó como algo
personal. Una forma de conseguir dinero vendiendo lo robado y golpear al
príncipe donde más le duele: su vanidad.
Meredith
sonrió con ojos llenos de excitación. Ana tenía una mirada idéntica. Estaban
emocionadas porque el caso se había resuelto y todo había acabado bien.
Caroline no podía sentir lo mismo.
—Creo
que el actor lo confesó todo antes de que Charlie cerrara la puerta de la sala
de interrogatorios —dijo Ana, riéndose.
Meredith
también rió.
—Cuánto
ha debido de disfrutar Charlie. Siempre le ha gustado mucho el teatro.
Anastasia
asintió.
—Ya
lo creo. El hombrecillo dio todo un espectáculo. Lloró y suplicó.
Caroline
se levantó y comenzó a andar de un lado a otro de la habitación, inquieta.
—Sí,
todo ha salido bien, y el caso está resuelto. Y, a pesar de su enfado por
haberle ocultado lo que estaba haciendo, Charlie me ha informado de que vuelve
a contar conmigo. De modo que todos podemos volver a nuestras vidas como si no
hubiera ocurrido nada.
Meredith
y Ana intercambiaron una mirada.
—¿Por
qué tengo la impresión de que éste no es un buen momento para felicitaciones?
—preguntó Meredith lentamente.
Caroline
se encogió de hombros, alarmada al notar las lágrimas que pugnaban por salir de
sus ojos. ¿Qué le estaba pasando? Se sentía a punto de tener un ataque de
histeria.
Ana
se levantó y se acercó a ella, rodeándole cariñosamente los hombros.
—¿No
has hablado con Julie desde esa noche?
Caroline
se zafó de su abrazo. Hablar de ello era como que le echaran sal en la herida.
—No.
¿Por qué tendríamos que hacerlo?
—Bueno,
ha colaborado en el caso. Supuse que hablarían —intervino Meredith—. Aunque
tengo entendido que el Ministerio de la Guerra le está rindiendo todo tipo de
honores por haber acabado con Leary. Sé lo mucho que te disgusta que nuestro
grupo nunca se lleve el mérito.
—Eso
no me importa —contestó Caroline, restándole importancia con un gesto de la
mano.
Julie
se merecía todas esas alabanzas por su heroísmo y valentía. Se alegraba de que,
por lo menos, le estuviesen mostrando el respeto que merecía por haber resuelto
el caso.
—Pero
ella sí te importa —dijo Ana, girando la cabeza—. Y ése es el problema,
¿verdad?
—Es
la segunda vez que me vienes con esas tonterías —se quejó ella.
—Si
son tonterías, ¿por qué estás llorando? —preguntó Meredith, enarcando las
cejas.
Caroline
bajó la vista y una gruesa lágrima le cayó en la mano. Bueno, ya no podía
seguir negándolo. Se apartó y trató de contener la emoción, pero ésta rebasó
los límites y de su garganta escapó un sollozo. Al instante, Ana la abrazó y la
estrechó con fuerza. Meredith se les unió y las tres permanecieron así un
momento.
Caroline
trató de detener las lágrimas, de recuperar la compostura y la fuerza. Intentó
recordar por qué era mejor así. Y poco a poco dejó de llorar.
—Ven
aquí —dijo Meredith, llevándola hacia el sofá. Las dos se sentaron juntas y Ana
lo hizo en la silla más cercana—. Y ahora, cuéntanos la verdadera historia. La
que nos has estado ocultando todo este tiempo.
Caroline
vaciló un momento. Tal vez si hablaba de ello, podría dar carpetazo a sus
sentimientos de una vez por todas.
—Nos...
Nos hicimos amantes el día que le revelé mi verdadera identidad —admitió
lentamente.
Ana
asintió.
—Tenía
la impresión de que pasaba algo así.
—¿Tan
obvio era? —preguntó ella, horrorizada.
—No
—la tranquilizó su amiga—. Eran pequeños detalles. Un roce, una mirada desde el
otro extremo de una habitación. Sólo se fijaría alguien que quisiera verlo, te
lo prometo.
Meredith
le acarició la mano.
—¿Y
qué ocurrió después?
Caroline
tomó aire temblorosamente.
—Las
dos éramos conscientes de que ese deseo mutuo, esa atracción física era lo
único que podíamos tener. De modo que hicimos la promesa de que, cuando
termináramos la investigación, terminaría también nuestra aventura. Ambas
estábamos de acuerdo. Yo me he limitado a cumplir con lo pactado.
Ana
ladeó un poco la cabeza.
—Caroline,
cariño, ¿por qué no pueden ser más que amantes? No lo entiendo. Siempre has
evitado cualquier relación cuando un hombre ha mostrado interés por ti, pero
nunca nos has explicado por qué.
Ella
dio un respingo. No quería hablar de aquello, ni siquiera con sus amigas. De
manera que se buscó otra razón por la que no podía estar con Julie.
—Me
ha dicho una y otra vez que el hecho de que tenga un trabajo que me hace correr
riesgos constantemente es demasiado para ella. Que después de ver morir a una
mujer que había sido importante para ella, no podría amar a una espía. Además,
está también el hecho que es una mujer. Yo no se… si…podré con ello.
Meredith
frunció el cejo, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—Pero
si tú la amas, tiene que haber una manera de...y lo otro, no creo que a nadie
le importe, al menos no a nosotras.
—No
la amo —atajó Caroline, poniéndose en pie.
Se
había estado repitiendo eso mismo una y otra vez desde que salió de El Poni
Azul. Repitiéndose que no la amaba y que Julie no la amaba a ella.
Pero
cada vez le costaba más creérselo. Sobre todo cuando, al repetírselo, siempre
sentía aquella horrible sensación de pérdida.
—Entonces,
¿por qué estás tan triste? —le preguntó Ana con dulzura.
—Se
ha terminado el caso —respondió ella con un suspiro—. Y eso siempre lo llevo
mal. Con el tiempo olvidaré a Julie. Olvidaré lo que compartimos y continuaré
viviendo mi vida. Debo hacerlo. No tengo más remedio. Quedan muchos casos por
resolver, misterios que desvelar. Eso me hará compañía.
De
hecho, aún le quedaba un enigma por aclarar relacionado con el caso recién
acabado. Tenía una cita al cabo de una hora para ello. Tal vez después pudiese
olvidar a Julie, como sabía que debía hacer.
¿Y
si no podía? Pediría que le asignaran casos fuera de la ciudad. La idea de
separarse de sus amigas le rompía el corazón, pero pensar que podía encontrarse
con Julie en una fiesta y verla flirtear con otras mujeres, o que un día
viviera con una de ellas le resultaba insoportable.
—Caroline,
detesto verte tan triste, tan sola —susurró Ana.
Ella
se encogió de hombros.
—No...
No estoy sola —mintió—. Tengo mi trabajo otra vez. Con eso me basta.
Y
así debía ser.
CAPÍTULO
20
—¿Alguna
vez has amado a una mujer?
Ben
escupió el trago de whisky que tenía en la boca y se volvió hacia su hermana
mirándola con estupefacción.
Julie
le tendió un pañuelo para que se limpiara el mentón y la solapa de la chaqueta.
No era la reacción que había esperado.
—¿Qué?
—Ben negó con la cabeza como si no comprendiera lo que su hermana le estaba
diciendo—. ¿Qué?
—He
oído tu pregunta la primera vez. —Julie rodeó el escritorio y se apoyó en el
borde con los brazos cruzados—. Y creo que tú también has oído la mía. Has
estado con muchas mujeres, y tanto madres como debutantes te consideran casi
tan buen partido como a mí. Y bien, ¿alguna vez has sentido algo más que una
pasajera atracción hacia alguna de esas jóvenes?
Ben
se limpió los restos de whisky de la chaqueta y se quedó mirándola.
—¿He
de deducir de esa pregunta qué crees estar enamorada?
Julie
entrelazó los dedos y miró al suelo.
—Necesito
tu consejo —dijo en voz baja.
—Ésta
sí que es buena. Mi hermana mayor habla de amor y me pide consejo en la misma
frase. ¿Es que se ha congelado el infierno por fin?
Julie
movió la cabeza ante sus bromas deseando poder encontrarle ella también la
gracia a la situación.
—Lo
siento —dijo Ben, poniéndose serio de repente—. ¿En qué te puedo ayudar?
Julie
se removió, incómoda.
—¿Puedo
confiar en tu discreción?
El
joven se puso serio y entornó los ojos.
—¿Tienes
que preguntarlo, después de todo este tiempo?
—No,
claro que no. —Tomó una profunda bocanada de aire y soltó de carrerilla—: Hemos
tenido una aventura.
—¿Lady
Allington y tú?
Julie
frunció los labios.
—No,
la chica que vende naranjas y yo. Pues claro que me refiero a Caroline.
Su
hermano se quedó boquiabierto.
—Desde
el principio tuve claro que había una gran complicidad entre las dos, pero ¿una
aventura? No habría imaginado que ninguna de las dos estuviera dispuesta a
llegar hasta ese extremo.
—Yo
tampoco —admitió ella con un gemido—. No lo planeamos. Pero es como si algo nos
empujara hacia la otra sin que podamos hacer nada por evitarlo. Cuando estoy
cerca de ella, necesito tocarla. Cuando pienso en ella, deseo verla. Pero la
noche en que concluyó nuestra investigación, se alejó de mí sin mirarme
siquiera. Desde entonces, anhelo tenerla a mi lado.
Ben
tragó saliva.
—La
amas.
Asintió.
Oírselo decir a otra persona hacía que fuera más real. Algo extraordinario.
—¿Y
para qué necesitas mi ayuda, Julie? Porque yo nunca he estado enamorado.
—¿Cómo
puedo dejar de amarla?
Para
gran disgusto suyo, Ben se echó a reír.
—¿Dejar
de amarla? Me parece que la cosa no funciona así. La amas. Punto. No se puede
amar y desamar a alguien a voluntad. Y perdona que te lo pregunte, pero ¿por
qué quieres hacer eso? Lady Allington es una mujer hermosa y excepcional, que
tiene más cosas en común contigo que nadie que yo conozca.
Julie
no podía negarlo. Nunca había conocido a nadie como Caroline. Capaz de hacerla
reír y frustrarla con la misma facilidad. Era a la vez desafío y consuelo.
Amante apasionada y buena amiga.
Jamás
había sentido con nadie una conexión como la que tenía con ella.
—Pero
amándola doy a mis enemigos poder sobre mí. Si supieran lo mucho que me
importa, la lastimarían para perjudicarme —explicó—. Ya hice que una mujer muriera
por mi culpa. Si algo le ocurriera a Caroline por mi...
Ben
dio una brusca palmada sobre la mesa y sus ojos, normalmente resplandecientes,
se oscurecieron con una súbita rabia y disgusto.
—Tú
no tuviste la culpa. Davina perdió la vida hace un año porque fue una estúpida
al seguirte en una situación tan peligrosa. Era imprudente, insensata y joven.
No imagino a Caroline Redgrave metiéndose ciegamente en medio de un tiroteo.
¿Tú sí?
Julie
soltó una suave carcajada, aunque con reticencia.
—No,
Caroline estaría disparando, en vez de ponerse en plena línea de fuego. O
blandiendo una maldita sombrilla.
—¿Una
sombrilla? —repitió su hermano frunciendo el cejo sin comprender.
Julie
puso los ojos en blanco.
—Es
una larga historia. Aunque el Ministerio de la Guerra me atribuya todo el
mérito, fue ella quien mató a Leary. Con una... sombrilla.
—¿De
verdad? —preguntó Ben, impresionado—. Pues a mí me parece que es perfecta para
ti.
Lo
era. Ya no se lo cuestionaba. Pero ¿bastaría ese amor para superar los recelos
de ella y la aparente falta de interés de Caroline?
—Ya,
pero ¿qué puedo hacer al respecto? Se alejó de mí.
Ben
negó con la cabeza.
—Ustedes
las mujeres son criaturas extrañas. No siempre actúan conforme a lo que
sienten. Y generalmente dicen lo contrario de lo que piensan. Es frustrante.
—Julie
enarcó una ceja. Entonces, ¿qué me estás diciendo? —preguntó. Por primera vez
desde hacía días, sentía un brote de esperanza aflorar dentro de ella—. ¿Crees
que tal vez Caroline corresponda mis sentimientos a pesar de que sus actos y
sus palabras indiquen lo contrario?
—No
lo sé —admitió su hermano encogiéndose de hombros—. Pero si yo estuviera
enamorado, especialmente de alguien como Caroline Redgrave, no abandonaría el
campo sin hacer todo lo posible para conseguirla.
—¿Sugieres
que se lo diga? —Preguntó, frunciendo el cejo—. Si lo hago, no habrá vuelta
atrás.
Ben
se levantó y le dio un apretón en el brazo.
—¿Y
tú quieres volver atrás?
Julie
negó muy despacio con la cabeza, sosteniéndole la mirada.
—No.
Sólo quiero tenerla a mi lado.
—Pues
entonces ve a por ella —le dijo su hermano mientras se dirigía hacia la
puerta—. Ve a por ella.
***************************
Lady Westfield le sirvió té a Caroline y
después se llenó una taza para ella. Dejó la tetera en la mesa y se reclinó en
el asiento. Caroline se removió, incómoda.
El
encuentro con aquella mujer era mucho más fácil en su mente que en la realidad.
Especialmente cuando la dama se limitaba a mirarla con aquellos ojos que tanto
se parecían a los de Julie. Una miraba desprovista de emoción.
¿Se
estaría equivocando? ¿Serían todo imaginaciones suyas?
¿Y
qué ocurriría si sus sospechas eran acertadas?
—Parece
preocupada —dijo su señoría bebiendo un sorbito de té, sin dejar de mirarla en
ningún momento—. Y he de admitir que su petición de que nos reuniéramos esta
tarde me resultó inesperada, aunque en absoluto molesta. Lady Allington, ¿qué
puedo hacer por usted?
Caroline
hizo ademán de coger la taza, pero cuando la levantó, la mano le temblaba tanto
que el líquido caliente se le derramó en el platillo. Reprimiendo una
imprecación, la dejó en la mesa y tomó aire para calmarse un poco.
De
nada servía retrasar lo que había ido a preguntar.
—Siempre
he sentido un gran respeto por usted, lady Westfield —comenzó, haciendo una
mueca de disgusto al notar que la voz le temblaba tanto como la mano—. Desde
que la conozco, siempre me ha atraído su fuerza y compostura.
La
mujer arqueó una ceja.
—Me
halaga, hija. Y le agradezco sus amables palabras, pero sigo sin comprender por
qué necesitaba venir a decírmelo hoy.
Caroline
tomó aire.
—En
las últimas semanas, he empezado a preguntarme si esta conexión que siento con
usted se debería a otra razón.
Se
aferró al brazo del sillón, clavando las uñas en el brocado. Si pudiera leer
los pensamientos de lady Westfield sería mucho más fácil, pero sus ojos se
mantenían distantes e inescrutables.
—¿Se
refiere a mi hija?
Caroline
dio un respingo. Por alguna razón, había confiado en que sus inquietantes
pensamientos acerca de Julie quedarían al margen de una conversación con su
madre, pero por lo visto la seguían a todas partes.
Lady
Westfield sonrió, aunque Caroline no respondió.
—Aunque
me sorprendió cuando llegó aquí la otra noche con usted, me complació que lo
hiciera. Si se ha creado algún tipo de lazo entre las dos, le puedo asegurar
que no lo desapruebo. —Ladeó la cabeza y Caroline vio un brillo que casi se
atrevería a calificar como desafiante en su mirada—. ¿Se refiere a eso?
Inspiró
bruscamente. Podía aprovechar la posibilidad que le brindaba lady Westfield y
echarse atrás. Afirmar que Julie era la razón por la que había ido a verla y no
preguntarle lo que se moría por saber.
«Cobarde.»
Cerró
los ojos.
—Supongo
que mi... —buscó una palabra que no delatara demasiado sus sentimientos ni
requiriese admisiones por su parte— amistad con su hija podría ser parte del
motivo que me hace sentirme unida a usted, pero creo que es más que eso. Y me
parece que sabe a qué me refiero.
Lady
Westfield dejó la taza en la mesa y buscó su mirada sin alterarse.
—Me
temo que no lo entiendo bien. ¿Qué es lo que intenta decirme?
—¿Qué
le dice el nombre de lady M? —Caroline casi se atragantó con las palabras,
obligándolas a salir de su garganta pese a que lo que más deseaba era
retroceder y alejarse de allí lo máximo posible. Olvidarse de sus sospechas.
La
mujer entreabrió los labios.
—Lady
M era el apelativo cariñoso que utilizaba mi esposo. Supongo que Julie se lo
habrá comentado.
Caroline
frunció los labios. Después de todo, tal vez estuviera equivocada. No veía nada
en el comportamiento o la expresión de lady Westfield que delatara su secreto.
Pero su intuición insistía en que había algo más. Si no tenía nada que ver con
lady M ¿por qué ocultar sus emociones? ¿Qué la empujaba a poner en práctica tan
delicada habilidad?
—La
verdad es que fui yo la que le mencionó el nombre a ella —contestó con voz
queda—. Conozco a una mujer que se hace llamar así.
La
sonrisa de lady Westfield se suavizó.
—¿De
veras?
Caroline
contuvo el aliento. Por un momento, vislumbró un destello de emoción en su
rostro. Amor y orgullo. Ambos dirigidos a ella, a Caroline. Pero no había
motivo alguno para que aquella mujer, prácticamente una absoluta desconocida,
sintiera algo así... a menos que no fuera una absoluta desconocida.
A
menos que hubiera estado siguiendo todos sus movimientos durante los últimos
cinco años y la intuición de Caroline fuera acertada.
—Es
usted, ¿verdad? —Susurró, quebrándosele la voz—. Usted es lady M. Nuestra lady
M.
Los
ojos de lady Westfield se llenaron de lágrimas.
—Siempre
le dije a Charlie que un día acabarían descubriendo la verdad. Y yo aposté
desde el principio por que serías tú.
Caroline
se levantó de golpe, tapándose la boca con las manos que, de repente, sentía
frías.
—Es
usted... es usted...
Lady
Westfield se levantó despacio y se acercó para tranquilizarla.
—Soy
yo, Caroline.
Miró
cómo lady Westfield, lady M, curvaba los dedos alrededor de su mano y le daba
un cariñoso apretón que le provocó una cálida sensación en todo el cuerpo.
Aquello era real, no era un sueño ni una fantasía. Estaba ocurriendo de verdad.
Sintió
que el cariño que durante toda la vida deseó que su familia le profesara
inundaba de repente su corazón. Las lágrimas empezaron a correr por sus
mejillas y no se molestó siquiera en limpiárselas.
—Ven
aquí, mi niña —dijo lady M estrechándola entre sus brazos.
Durante
largo rato permanecieron así, abrazadas, mientras Caroline lloraba libre y
silenciosamente. Aquélla era lady M. Su mentora. La mujer en la que ella había
visto a una figura materna. A la que había deseado impresionar para que se
sintiera orgullosa. Y por fin estaba allí, con ella, después de tantos años.
—Siéntate
a mi lado —dijo lady M finalmente, guiándola hasta el sofá. Le rodeó los
hombros con un brazo y la miró con sonrisa desvaída, los ojos resplandecientes
a causa de las lágrimas—. Debes de tener muchas preguntas.
Caroline
se rió suavemente. Se quedaba muy corta. Mil preguntas acudían a su mente, pero
una sobresalía entre todas las demás.
—¿Lo
sabe Julie?
Lady
Westfield se reclinó y una genuina expresión de sorpresa cruzó su rostro.
Después sonrió levemente, como si supiera un secreto que Caroline desconocía.
—No.
Julie se muestra muy protectora con su familia, como estoy segura de que habrás
podido comprobar. No tiene ni idea de mi verdadera identidad.
Ella
suspiró aliviada. Si Julie lo hubiera sabido todo ese tiempo y no le hubiera
dicho nada, el dolor sería demasiado terrible. Pero pasado el momento de
alivio, le sobrevino otro de horror. Ella conocía ahora el secreto de su madre,
y no podía ocultarle algo tan grave.
—Debe
decírselo.
Lady
M se apartó un poco y negó con la cabeza.
—No
puedo. Se volvería loca de preocupación. Es mejor que no lo sepa.
—¿Igual
que pensaron que sería mejor para nosotras no saber que nos habían encargado
vigilarnos mutuamente para así mantenernos entretenidas? —preguntó ella,
sorprendida ante la brusquedad del tono que había empleado con aquella mujer a
la que adoraba. Pero la idea de que le ocultara algo tan importante a su hija,
que se negara a mostrarle respeto ofreciéndole la verdad después de todas las
veces que Julie había demostrado lo mucho que valía la ponía furiosa. Julie se
merecía algo más.
Mucho
más.
En
vez de responder a su punzante pregunta con sarcasmo, lady M le dio unas
palmaditas en la mano.
—Las
dos estaban descontroladas, Caroline. Estoy segura de que ahora eres consciente
de ello. Confiábamos en que si les encargábamos una «misión» carente de
peligro, ambas se aplacarían un poco. Jamás se nos ocurrió que descubrirían una
conspiración contra el regente. Sé que no te gusta esta respuesta, pero es la
verdad. Y admito que, en mi caso, tenía además unos motivos algo egoístas.
Caroline
frunció el cejo.
—¿Qué
motivos?
—Llevo
tiempo observándote.
Suspiró
y le apartó un mechón de pelo de la frente. El maternal gesto hizo que se le
saltaran las lágrimas, pero Caroline parpadeó rápidamente para contenerlas.
—He
aplaudido tu independencia, incluso cuando te salías de las normas de la
investigación volviendo loco a Charles. Me he reído viéndote meterte y salir de
muchos líos. —Se puso seria de repente—. Y cuando te dispararon, creí que me
moriría mientras aguardaba a que me dieran noticias sobre tu estado, si vivirías
o no. Tenía tantas ganas de estar contigo. Te he querido como quiero a mis
propias hijas, Caroline.
Ésta
tragó el nudo que se le había formado en la garganta.
—Yo...
lo notaba. Aunque no habíamos hablado nunca. Podía sentir su cariño. Creía que
eran imaginaciones mías.
—No
lo eran —contestó la mujer con una inmensa sonrisa—. Con todos estos
sentimientos que compartimos, ¿te parece mal que deseara que te convirtieras en
una hija de verdad para mí?
Sus
palabras hicieron mella en ella y no pudo ahogar una exclamación de sorpresa.
—¿Quería
que... quería que Julie y yo nos conociéramos e intimáramos? ¿Quería que...?
—Se
enamoraran, como creo que ha sucedido, aunque he oído que te has apartado de
ella.
Caroline
abrió desmesuradamente los ojos. ¿Es que a aquella mujer no podía ocultársele
nada?
Lady
M continuó, insensible a su sorpresa:
—Que
formaran una familia, como creo que lo harán. Sí, admito que lo deseo con todo
mi corazón. No lamento haberlas juntado, sobre todo cuando veo la admiración y
la emoción con que te mira mi hija. Intentó proteger su corazón para no volver
a sentir nada después de un terrible incidente, ocurrido hace un año, que la
abocó a una espiral de desesperación de la que temí que no se recuperaría
nunca.
Caroline
asintió.
—Me
lo ha contado.
Lady
Westfield sonrió.
—Lo
que demuestra que tengo razón, cariño. También me he fijado en cómo la miras
tú, con una feroz expresión protectora, algo que antes reservabas sólo para Ana
y Meredith, pero ahora es mucho más intensa. Sé que estarás siempre a su lado,
pase lo que pase. Lo sé.
Con
la vista nublada, y con una mezcla de estupefacción e intensa emoción, Caroline
se puso en pie a duras penas y retrocedió ante las palabras de lady M. Palabras
que habían identificado con precisión todas sus secretas esperanzas. Sus sueños
y sentimientos más profundos.
Pero
que no podían hacerse realidad. Por una razón que la dama desconocía. El motivo
que había destruido su primer matrimonio.
Lady
M ladeó la cabeza.
—Pero
no habías venido por eso, ¿verdad? Y, a juzgar por la mirada arrebatada que veo
en tus ojos, la misma que tienes antes de echar a correr, no quieres seguir
hablando de mi hija conmigo.
Caroline
se quedó boquiabierta. Dios santo, qué bien la conocía.
—Y
tampoco creo que hayas venido para verificar mi identidad. Te diste cuenta hace
una semana, cuando Julie te trajo aquí después del accidente que sufriste. Tal
vez no quisieras aceptarlo entonces, pero en tu corazón lo sabías. —Lady
Westfield se levantó y entrelazó los dedos ante sí—. Así que, dime, mi querida
Caroline, ¿a qué has venido? ¿Qué necesitas que no pudieras obtener a través de
Charlie?
Ella
tragó saliva. De repente, tenía la boca seca. Estaba casi mareada debido a la
confusión y la emoción. Pero se tranquilizó.
—Yo...
yo quiero abandonar Londres.
La
sonrisa de lady M se esfumó.
—Ay,
Caroline. Huir nunca es la solución.
—No
estoy huyendo —insistió ella, aunque la negación se le antojaba baldía—. A
pesar de lo que pueda creer, no tengo motivo para hacerlo.
—Mi
querida hija, llevas huyendo toda tu vida.
Caroline
dio un respingo ante la afirmación, tan cierta. Había estado huyendo del dolor,
del pasado, del miedo. Sólo cuando conoció a Ana y a Meredith, y empezó a
trabajar como espía, sintió que había encontrado su lugar en la vida. Pero todo
eso había cambiado.
Sus
amigas tenían esposo y vida nueva, mientras que ella estaba vacía. Sola.
Ahuyentó
la autocompasión antes de continuar:
—¿Y
qué me dice de usted? Miente a su hija aunque merezca saber la verdad. ¿No cree
que eso también es huir?
Lady
M se apoyó un dedo en los labios y guardó silencio durante tanto rato que
Caroline temió haberse excedido. No había pretendido mostrarse arrogante con su
superiora, sólo hacerle entender que, a veces, uno hacía lo que tenía que
hacer. Caroline no estaba de acuerdo con las decisiones de lady M, y ésta tal
vez no comprendiera las suyas.
—A
lo mejor tienes razón en eso, Caroline —dijo, encogiéndose de hombros—. Quizá
ocultárselo a mi hija es una forma de esconderme, de protegerme frente a su
reacción, aunque yo crea que la estoy protegiendo a ella. ¿Qué me dirías si te
propongo que hagamos un trato?
Ella
la miró con cautela. No estaba segura de que le gustara el brillo que había en
sus ojos.
—¿Un
trato? —repitió lentamente—. ¿Qué clase de trato?
—Yo
le confesaré mi identidad a mi hija si tú le das otra oportunidad. Mira en tu
interior, revisa tus verdaderos sentimientos y dile lo que sientes.
Caroline
cogió aire con brusquedad y se la quedó mirando con los ojos como platos.
—El
amor es algo que uno debería acoger de buen grado, no temer, Caroline
—prosiguió la mujer negando con la cabeza—. La vida es demasiado corta, y no me
gustaría que te lamentaras por no haber hecho algo.
Con
un suspiro, Caroline apartó la vista. A veces, lo único que hacía era lamentar
cosas. La idea de que Julie pudiera amarla a pesar de sus defectos era
tentadora, pero había que considerar los hechos del pasado. Había demasiados
obstáculos.
Pero
si accedía, Julie sabría la verdad sobre su madre. Y se lo merecía. Podría irse
con la conciencia tranquila, sabiendo que le había concedido ese regalo.
—Si
hablo con ella, ¿me asignará casos fuera de Londres?
Lady
M frunció el cejo.
—Si
después de que hables con Julie sigues queriendo irte, lo consideraré.
Caroline
frunció los labios. No era un buen trato, pero al final aceptó:
—Está
bien —dijo en un susurro, mientras se dirigía hacia la puerta—, de acuerdo.
Gracias por su consejo. Y le prometo que lo tendré en cuenta.
Lady
Westfield le cogió la mano y se la apretó con suavidad.
—Muy
bien, cariño —dijo con voz queda antes de dejar que se fuera—. Hasta la vista.
CAPÍTULO
21
Julie
se levantó en cuanto Caroline entró como un tornado en el salón. Aunque estaba
de pie en medio de la estancia, al parecer no la vio. Aprovechó la rara
oportunidad de examinar su expresión sin la máscara protectora que siempre
llevaba ante los demás.
Su
rostro reflejaba todas sus emociones. Y se la veía disgustada. Tenía el cejo
fruncido en un gesto de rabia, tristeza y compasión que la hizo estremecer. La
delataba la brusquedad con que se quitó los guantes y los tiró sobre el buró y
después se sirvió un vaso hasta el borde de whisky.
—¿Caroline?
La
rubia quedó de piedra, con el vaso a medio camino de sus labios, y entonces se
volvió hacia ella con una lentitud casi dolorosa.
—Julie
—dijo, con un hilo de voz, como si no pudiera creer lo que veía—. ¿Qué haces
aquí?
—¿No
te lo ha dicho Benson?
Ella
negó con la cabeza y un violento rubor le tiñó las mejillas.
—No,
yo... bueno... no le he dado tiempo. —Miró el vaso que tenía en la mano—. ¿Una
copa?
La
morena negó con la cabeza.
—No.
Dejó
el vaso en una mesa y avanzó hacia ella con cierta vacilación, como si tuviera
miedo de acercarse demasiado.
—¿Te
envía ella?
—¿Ella?
—Julie se quedó mirándola—. No sé a qué te refieres.
El
alivio fue evidente en el rostro de Caroline.
—Nada.
¿A qué... a qué has venido?
Julie
carraspeó. Se había preparado un discurso, pero verla tan agitada dio al traste
con sus planes. No estaba segura de cómo decirle lo que sentía, cómo hacérselo
entender.
—Caroline
—comenzó—, sé que acordamos poner fin a nuestra aventura cuando cerráramos el
caso. Dijimos que no permitiríamos que los sentimientos se inmiscuyeran, porque
había demasiadas cosas entre nosotras.
Ella
asintió, y un destello de tristeza asomó a su expresión.
—Sí.
Dio
un paso más, incapaz de resistirse.
—Pero
uno no puede predecir el comportamiento del corazón. Es imposible. Intenté
luchar contra ello, fingir que no estaba ocurriendo, bloquearle el paso,
pero... me enamoré de ti.
Caroline
entreabrió los labios y un sonido estrangulado mezcla de dolor y gozo escapó de
su boca. Se la cubrió con la mano y se quedó mirándola sin responder.
—Estoy
enamorada de ti, Caroline —repitió, porque no estaba segura de que la hubiera
entendido. Por algún motivo, había imaginado que a esas alturas la tendría en
sus brazos.
—Pero
todas esas razones que te impedían quererme siguen —susurró ella.
Julie
negó con la cabeza.
—Temía
por tu seguridad y creía que no podría soportar perderte. Y admito que siempre
me preocuparé por los riesgos que puedas correr en tu trabajo, pero me has dado
pruebas de tu fuerza más que suficientes desde que empezamos a colaborar. Y soy
consciente de que amarte también es confiar en ti, confiarte tu vida tanto como
la mía. Y eso hago.
Ella
se dio la vuelta.
—Por
favor, Julie. No sabes lo que dices.
—Sí
que lo sé. —Le cogió suavemente el codo y la instó a volverse y mirarla—. Te
quiero. Y si se pudiera, que te cases conmigo, ya sé que eso no es posible.
Pero deseo que seas mía para siempre. Y quiero ser parte de tu vida, como lo
son un matrimonio formado por un hombre y una mujer.
Una
lágrima silenciosa y solitaria descendió por la mejilla de Caroline, que la
miraba con semblante desprovisto de emoción. Entonces se zafó de ella y se
apartó.
—Lo...
lo siento —susurró con la voz rota—. No puedo hacerlo.
Que Julie le se le declarara e hiciera una
petición formal no debería haberle causado tan intenso placer, ni rechazarla
tanto dolor. No podía aceptar, pero aun así, podría haberse hincado de rodillas
y aullado de dolor.
Ella
quería una vida con la morena, la deseaba con todo su ser. Después de negarlo
ante todo el mundo, por fin era capaz de admitirlo, aunque sólo fuera ante sí
misma. Amaba a la alta y hermosa mujer Con todo su ser, pero no podía estar con
ella. Sintió un aguijonazo de dolor que no tenía forma de ahogar, igual que en
el pasado. Todo lo relacionado con sus sentimientos hacia Julie era muy
intenso, lo había sido desde el principio.
—¿No?
—repitió Julie con una voz extrañamente vacía—. ¿Por qué, Caroline?
Ella
dejó escapar el aliento contenido.
—Pues
hay muchas razones.
La
morena frunció los labios.
—Dame
una.
Ella
asintió. Sí, merecía saber la verdad. Así no se atormentaría pensando que había
perdido su afecto. Probablemente incluso se lo agradecería.
—En
una ocasión, me preguntaste por mi matrimonio —dijo con un hilo de voz—. Y yo
no quise responder. Tal vez lo comprendas cuando te lo explique.
La
alta mujer asintió, con todo el cuerpo en tensión. Con un gesto, Caroline la
invitó a que se sentara en el sofá al lado del fuego, y ella lo hizo en una de
las sillas. Julie se inclinó hacia adelante, mirándola fijamente.
Caroline
tomó aire y se preparó para contar la historia que había jurado que no
revelaría a nadie.
—Estoy
segura de que cuando te informaste sobre mí al comienzo de tu investigación,
averiguarías cosas sobre Seth.
Julie
frunció el cejo.
—Sí.
Por ejemplo que se jactaba de sus aventuras.
Ella
asintió, pese al violento rubor que le cubrió las mejillas. La directa
afirmación hizo que quisiera salir corriendo, pero permaneció en su asiento.
—Le
gustaba hacerme daño contándome a quién metía en su cama. Dónde, cuándo y cómo.
Se
dio la vuelta. Aunque hubiera pasado mucho tiempo, los recuerdos seguían siendo
dolorosos y humillantes. Tal como Seth quería que fuera.
—Era
un bastardo —gruñó Julie.
Ella
contuvo el aliento. Era la oportunidad perfecta para comenzar. El lugar
perfecto para decirle lo que nunca le había dicho a nadie. Ni siquiera a
Meredith y a Ana.
Sus
ojos se encontraron y Caroline empezó a desgranar su confesión.
—No.
La bastarda era yo.
Julie
retrocedió un poco, confusa.
—No
entiendo.
Caroline
bajó la cabeza.
—Mi
infancia fue un infierno del que rara vez hablo. Mi madre tuvo muchas
aventuras, pero sólo una de ellas le dio un hijo. Fui una sorpresa tardía e
inesperada, que sólo sirvió para recordarle a su marido sus constantes
infidelidades.
Sintió
un escalofrío al pensar en su padre y sus cambios de humor.
—No
podía renegar de mí en público. Eso equivaldría a admitir que ella lo engañaba
con regularidad, y su orgullo se lo impedía. Así que me dispensaba todas las
prebendas que disfrutaría cualquier otro hijo suyo, pero cuando no había
desconocidos delante que pudieran presenciar su crueldad, me trataba como si no
valiera nada. Sus hijos legítimos aprendieron rápido y me trataban tan mal como
él.
Tenía
la vista perdida en un punto mientras los recuerdos la invadían.
—Deseaba
con todas mis fuerzas poder ser otra persona. Ponerme un disfraz y convertirme
en una chica con otra vida.
—Por
eso asumiste con tanta facilidad la idea de disfrazarte —dijo Julie en voz
baja—. Es algo innato en ti.
Ella
asintió, sorprendida de lo liberador que era confesar su oscuro secreto. Era
casi un alivio hablarle a alguien de su pasado, pese a conocer las
consecuencias.
—Cuando
cumplí la mayoría de edad, mi «padre» se mostró ansioso por echarme de casa.
Llegó a un ventajoso acuerdo con Seth Redgrave, que se convertiría en el conde
de Allington. Pensé que mi vida con él no podía ser peor que la existencia que
había llevado en mi casa, y llegué al matrimonio con la confianza que toda
novia lleva en el corazón.
Esbozó
una mueca de dolor al recordar su ingenuidad. Su inocencia al pensar que
tendría un final de cuento de hadas.
—Seth
era joven y guapo. Confiaba en que, con el tiempo, llegara a quererme. Pensaba
que tendríamos hijos a los que amaría y daría la infancia que a mí me negaron.
—¿Y
qué ocurrió? —preguntó la morena, sosegándola con su voz.
Caroline
suspiró.
—Mi
padre y el de Seth eran amigos. Por eso acordaron el matrimonio. Una noche en
que habían bebido mucho, mi padre le confesó el secreto que había mantenido
oculto durante tantos años. Le dijo a lord Allington que yo era una hija
bastarda.
Julie
se estremeció de dolor.
—El
viejo Allington era conocido por sus opiniones sobre la sangre y la pureza
aristocrática —comentó.
Caroline
le dirigió una frágil sonrisa. Ella lo sabía bien.
—Sí.
Le enfureció saber que habían metido a una bastarda en su familia. Incluso
quiso dispararle a mi padre, de tan furioso como estaba. Se planteó hacer que
declarasen nulo el matrimonio, pero hacerlo era muy complicado y la publicidad
habría acabado arrastrando por el fango el impoluto nombre de los Allington. En
vez de eso, le contó la verdad a Seth y le hizo prometer que no me dejaría
embarazada. Le dijo que antes permitiría que el título pasara a uno de sus
hermanos menores, o a los hijos de éstos, que a un hijo que tuviera conmigo.
Julie
le cogió la mano con suavidad. Buscó sus ojos y le sostuvo la mirada con sus
ojos azules cálidos. Todos sus sentimientos estaban allí, a la vista. La furia
hacia su padre y su esposo por el trato que le habían dado, la compasión por el
dolor que había tenido que soportar, y el deseo de aliviarlo.
—¿Cómo
pudo permitirlo? —preguntó en un susurro.
Ella
soltó una carcajada.
—Con
mucha facilidad, al parecer. El pobre Seth nunca fue capaz de plantar cara a su
padre. Ni siquiera tras su muerte. Le daba miedo no vivir según las normas
dictadas por Allington. De modo que en vez de eso, pagó su rabia conmigo. A sus
ojos, yo tenía la culpa de que él no pudiera consumar su destino y pasar su
título a su hijo. Continuó haciendo uso de sus derechos como esposo, pero sin
ocuparse de darme placer. Y empezó a airear sus aventuras para demostrar su
virilidad, dando a entender con ello que yo era la causante de que no
tuviéramos hijos.
Julie
soltó una imprecación.
Caroline
esbozó una mueca.
—Fue
una vida muy dolorosa y vacía. Por eso, cuando mi esposo murió, me mostré tan
dispuesta a aceptar la proposición de Charlie de unirme a la Sociedad. Y por
eso adoro ser espía. Todo el control del que carecía con mi padre y con Seth,
lo tengo en la vida que llevo ahora.
Julie
asintió:
—Lo
entiendo. Y, como ya te he dicho, jamás te pediría que lo abandonaras. Pero no
comprendo en qué modo podría ser obstáculo para nosotras lo que me acabas de
contar. Si acaso, oírte hablar de tu pasado y ver la mujer fuerte y valerosa en
que te has convertido hace que te ame aún más.
Ella
la miró boquiabierta.
—¿Es
que no lo has entendido? Soy una bastarda. Mi sangre está manchada. Ya te
expusiste una vez al rechazo de la sociedad al aceptar públicamente tus gustos
por las de nuestro sexo. Y te aceptaron. Pero no aceptarán que una Westfield
mantenga una relación clandestina con una bastarda.
—Eso
no es cierto —comenzó a decir ella, pero Caroline soltó una áspera carcajada.
—Lo
he vivido, sé que es verdad. El linaje de tu familia es impoluto y muy
respetado. Si alguien averiguara que vives con una mujer con mis antecedentes.
Eso podría perjudicarte y entonces si se volverían contra ti. No quiero ser
responsable de algo así. Y no podría soportar que me guardaras resentimiento
por ello. De manera que no puedo estar contigo, Julie. No puedo correr ese
riesgo.
Ella
hizo ademán de cogerla.
—Caroline...
—No,
por favor —suplicó, dejando que sus emociones estallaran—. ¡Vete!
Antes
de que le diera tiempo a responder, la puerta del salón se abrió y apareció
Benson.
—Le
ruego que me disculpe, milady, pero tiene visita.
—Estoy
en medio de una conversación importante, Benson —contestó exasperada.
—Me
doy cuenta, milady, pero la mujer dice que usted la está esperando. Es lady
Westfield.
Caroline
se volvió hacia su mayordomo sin dar crédito. ¿Lady M estaba allí? Ay, Dios, su
«trato». Lady M había prometido que le contaría a Julie quién era si ella,
Caroline, admitía lo que sentía por la morena. Probablemente había ido a
cumplir con su parte al enterarse de que su hija estaba allí.
Miró
a Julie, que no se había movido. Ni siquiera cuando las interrumpió el
mayordomo. Estaba a unos pasos de distancia y miraba a Caroline y a su
mayordomo alternativamente con gesto de absoluta sorpresa.
—¿Qué
hace aquí mi madre, Caroline? —le preguntó en voz baja para que el hombre no la
oyera.
Ella
negó con la cabeza.
—Benson,
hágala pasar.
Éste
salió con una inclinación y dejó la puerta abierta. Caroline lo oyó hablar con
lady Westfield en el vestíbulo. No tardarían más de unos segundos.
—Julie
—murmuró, buscando sus ojos. En unos momentos se llevaría la conmoción más
grande de su vida. Y pese a que no pudieran estar juntas, odiaba verla sufrir—.
Espero que lo entiendas.
La
morena retrocedió un paso.
—¿Entender
qué?
—Buenas
tardes, Julie —dijo lady Westfield al entrar en el salón.
CAPÍTULO
22
Julie
miró a su madre con lo que confiaba fuera una sonrisa. Aunque no sabría decir
si ésta fue muy cálida. Todavía estaba furiosa por lo que Caroline le acababa
de contar, por su rechazo y, por si fuera poco, sus crípticas afirmaciones
sobre su madre. Su hermano tenía razón. Algunas mujeres eran infinitamente
frustrantes.
Se
dirigió a su madre y le dio un beso en la mejilla, sin apartar la vista de
Caroline.
Las
dos se miraron y Julie tuvo la misma sensación de desconcierto que durante el
desayuno, a la mañana siguiente de la caída de Caroline, al presenciar la
tremenda conexión que había entre ambas. Una conexión que no alcanzaba a
comprender por completo, y que aún parecía más fuerte en ese momento.
—Caroline
—dijo lady Westfield en voz baja.
—Milady.
—¿Van
a decirme alguna de las dos qué está pasando? —preguntó Julie, mirándolas
alternativamente—. Madre, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué tengo la
sensación de que Caroline y tú comparten una comunicación a la que yo soy
ajena?
Ellas
se miraron una vez más. Para sorpresa de Julie, su madre parecía estar
nerviosa. Nunca la había visto así. Siempre se mostraba tan calmada y segura de
sí misma...
—¿Qué
pasa? —Preguntó, suavizando el tono—. ¿Te encuentras bien?
Ella
asintió.
—Sí.
La verdad es que he venido para felicitarlas por su buen trabajo —dijo, pero la
voz se le quebró ligeramente.
Julie
la miró a los ojos y se los vio rebosantes de emoción y algo más. Algo que no
había visto nunca en ellos. Una fuerza muy parecida a la de Caroline.
Determinación.
—¿Felicitarnos?
—repitió, midiendo el tono. Miró a Caroline de refilón, pero ésta se había
quedado en un rincón, con las manos enlazadas ante sí. Parecía que estuviera
esperando que ocurriera algo.
El
pulso se le aceleró.
—Julie,
no he sido totalmente sincera contigo, y tal vez me haya equivocado. Verás, sé
lo que eres —prosiguió la mujer con voz queda—. Hace tiempo que sé que eres una
espía condecorada por tu buen trabajo. Estaba muy orgullosa de ti, aunque no
pudiera decírtelo.
Julie
retrocedió, tambaleándose. ¿Su madre lo sabía? Eso era imposible. Había tenido
mucho cuidado. Ben era la única persona que conocía su secreto y él jamás la
pondría en peligro diciéndoselo.
¿Significaba
eso que se lo había dicho Caroline? Ella no haría algo así.
—¿De
qué estás hablando? —preguntó con voz débil, consciente de que no era una
negación muy verosímil. Pero estaba demasiado atónita como para decir otra
cosa.
Lady
Westfield avanzó hacia su hija y le cogió las manos.
—Cariño.
—Vaciló antes de continuar—: Cuando tu padre murió, me sentí perdida, vacía. Ya
conoces la historia de mi familia. Pero encontré un lugar para mí protegiendo a
mi país. A mi familia. Y formé un grupo de espías. De mujeres espías.
Las
palabras hicieron mella en ella y retiró las manos como si le quemaran. La
sorpresa fue tan tremenda que la habitación entera empezó a darle vueltas.
—Mujeres
espías —repitió.
Miró
por encima de su hombro. Caroline se tapaba la boca y miraba a lady Westfield,
pero no parecía sorprendida.
—Eso
es imposible —dijo, retrocediendo.
Su
madre negó con la cabeza.
—No
lo es. Estoy al tanto de los rumores que corren por tu Ministerio de la Guerra
de vez en cuando. Todos se preguntaban si ese grupo era real.
Lady
Westfield madre, sabía por buenas fuentes, que el Ministerio de la Guerra al
que pertenecía su hija, solo había aceptado a Julie por el linaje al que
pertenecía y esta había demostrado con creces que se tenía ganado el puesto,
hasta el día en que sucedió lo de Davina. Fue entonces que los ministros
dijeron que se habían equivocado, puesto que Julie era como cualquier otra
mujer, no tenía nada de extraordinario. Lloraba y se lamentaba como lo hacían
las damas delicadas que solo deberían estar en sus hogares, tejiendo y tomando
el té con las amigas y desde entonces solo le habían asignados trabajos de
escritorio. Ninguna otra mujer podría pertenecer al grupo de espías.
Pues
bien Julie –dijo su madre. Si existe. Y has conocido a una de ellas en carne y
hueso
Hizo
un gesto en dirección a Caroline. Julie la miró y ésta asintió:
—El
grupo de Caroline —susurró, como si de pronto la pieza encajara en el
rompecabezas—. Pero ¿cómo?
Lady
Westfield esbozó una sonrisa.
—Es
asombroso lo que una es capaz de hacer con un poco de ingenuidad, contactos y
mucho dinero. Pero cada vez me resultaba más difícil guardar el secreto. En
esta familia nunca nos ha gustado mentir. Y alguien hizo que me diera cuenta de
que no podía seguir protegiéndote ocultándote lo que hago.
Julie
se volvió hacia Caroline.
—¿Tú?
¿Lo sabías y la has hecho que confiese?
Ella
asintió con brusquedad.
Su
madre le tocó el brazo.
—Caroline
lo sabe desde hace poco.
—¿Cuánto?
Vio
que se agitaba al oír su tono, pero no podía contenerse. No estaba dispuesta a
hacerlo. Allí estaba ella, hablando de confianza y mentiras cuando le había
estado ocultando algo tan importante.
Caroline
carraspeó, rehuyendo su mirada.
—Empecé
a sospechar después de mi accidente. Me dijiste que la llamaban lady M. Y ése
es el apodo de la jefa de nuestro grupo.
—Lady
M —repitió ella, con un tono de voz mesurado que no reflejaba lo traicionada
que se sentía—. Por eso querías verla esa noche, y por eso te quedaste tan
callada cuando te dije que mi padre la llamaba por ese nombre.
Ella
asintió.
—Sospeché
la verdad aquella tarde, pero no se lo pregunté. Estábamos inmersas en nuestra
investigación, y quería resolver el caso antes de comprobar si mi corazonada
era correcta. Supongo que también me daba algo de miedo.
—¿Y
por qué no me lo dijiste? —Julie negó con la cabeza—. ¿Por qué no me confiaste
esa preocupación?
—¡Porque
era algo absurdo! —Exclamó Caroline, levantando las manos—. Era una locura
acusar a una mujer de la clase de lady Westfield de algo tan inaudito. No
quería decirte algo así por si me equivocaba. Y si estaba en lo cierto... —Se
detuvo—. Estaba demasiado asustada y contenta ante la posibilidad de que fuera
cierto. Desde hace años adoro, amo y respeto a lady M.
Julie
inspiró con brusquedad. Sus explicaciones parecían bastante lógicas y parte del
sentimiento de traición y rabia se disolvió.
—¿Cuándo
lo supiste con certeza?
—Esta
noche —admitió—. Venía de su casa cuando te he encontrado aquí esperándome.
Julie
asintió. Por lo menos no se lo había estado ocultado durante días o semanas. O
meses o años. Entonces se volvió hacia su madre y la miró detenidamente. Seguía
pareciéndole la misma mujer, pero todo había cambiado en un instante. Ahora no
sabía cómo tratarla. Qué decir.
—¿Cómo
has podido ocultármelo durante tanto tiempo? —preguntó finalmente.
Ella
frunció los labios.
—¿Acaso
no estaba en casa el día que viniste a contarme que trabajabas como espía para
el Ministerio de la Guerra?
—¡Eso
es diferente! —exclamó ella, negando con la cabeza.
Julie
estaba lo bastante cerca como para ver la expresión de incredulidad de su
rostro.
—¿Diferente?
—repitió con sarcasmo—. ¿En qué? Es la misma mentira y por el mismo motivo.
Queríamos ahorrarle preocupaciones a la otra.
La
morena abrió la boca, pero no se le ocurría una buena respuesta. Su madre tenía
razón. Maldita fuera.
—Julie,
eres mi hija mayor y te quiero mucho, estoy orgullosa de verte convertida en
una mujer, fuerte independiente y responsable. —Le tocó la mano—. Pero a veces
vives en un mundo de blanco y negro, de dobles raseros.
Ella
frunció el cejo con incredulidad.
—¿Y
cómo es eso?
Su
madre sonrió.
—Crees
que tú eres la única que puede ponerse en peligro, los demás no. Que tú eres la
que mejor protege a todos los que están a su alrededor. Del mundo y de sí
mismos. Pero no te corresponde a ti cargar con todo el peso de la humanidad
sobre tus hombros. Ni en la vida —miró a Caroline y añadió—: Ni en el amor.
Continuaré dirigiendo mi grupo de espías, y Caroline trabajará conmigo. Si la
amas, encontrarás la manera de aceptar incluso aquello con lo que no estás de
acuerdo.
Julie
frunció los labios.
—Ya
lo he hecho, madre. Si quieres sermonear a alguien, sermonea a tu espía. Ella
es quien no tiene interés en estar conmigo ante los ojos de nuestra sociedad.
Lady
Westfield se volvió y dirigió una aguda mirada a Caroline.
—¿Es
eso cierto?
Ella
titubeó un segundo antes de asentir.
—Sí.
—¿Y
has cumplido la parte que te correspondía de nuestro trato? ¿Le has dado a
Julie la oportunidad de expresarse y le has confesado lo que tú sientes?
Julie
enarcó una ceja. ¿Habían hecho un trato? No sabía si sentirse humillada o
divertida ante la injerencia de su madre. Se quedó mirando a Caroline,
aguardando una respuesta.
Ésta
la miró, con el rostro crispado.
—Bueno...
—Yo
he venido y le he confesado que soy lady M. Ahora te pido que cumplas tu parte
—dijo la mujer con severidad.
Caroline
avanzó un paso, con los ojos muy abiertos.
—Yo
no prometí...
—¡Caroline!
Julie
retrocedió un paso al oír el brusco y autoritario tono que adoptó su madre. Sí
que era la jefa de un grupo de agentes. Un general. Y Caroline se estaba
comportando como un soldado insubordinado en esos momentos.
La
vio coger aire, temblorosa, intentando recuperar la compostura. Pero al final
se volvió hacia ella.
—¿Más
secretos? —Preguntó Julie—. ¿Más confesiones?
La
rubia negó con la cabeza y ella la vio debatirse interiormente. Esa batalla
hizo que recuperara la esperanza, aunque sólo fuera un destello. Cuando le
costaba tanto rechazarla, ¿sería por algo, no? Igual sentía algo por ella al
fin y al cabo.
—Se
acabaron los secretos, Julie. Tu madre quiere que admita algo que me cuesta
mucho decir. Porque sé que de eso no saldrá nada bueno.
—¿Admitir
qué? —No podía respirar de lo angustiosa que le resultaba la espera.
Ella
se estremeció.
—Que...
que estoy enamorada de ti.
—Caroline
—dijo con un hilo de voz. Y la miró. Su hermosa guerrera. La mujer más fuerte
que había conocido nunca, a quien quería tener a su lado el resto de su vida. Y
la amaba—. Entonces, ¿por qué te apartaste de mí la noche en que murió Leary?
¿Por qué me has rechazado antes, cuando te he dicho lo que sentía?
Ella
frunció los labios.
—Porque
todo lo que te he dicho esta noche sigue siendo cierto, tanto si me amas como
si no. No ha cambiado nada.
Julie
abrió la boca para protestar, pero Caroline ya se había dado la vuelta para
dirigirse a su madre.
—Lady
Westfield, no puedo estar con su hija aunque la amo con todo mi corazón. No soy
quien cree que soy. Sólo soy la hija ilegítima de algún granjero, músico,
instructor o a saber qué, de entre las docenas de hombres que mi madre se
llevaba a la cama para divertirse. Sin duda comprenderá el daño que este tipo
de información podría causarles si saliera a la luz. No puedo ser la
responsable de algo así.
Julie
se volvió hacia su madre y sus ojos se encontraron. Por un momento, el silencio
se adueñó de la estancia, hasta que la mujer asintió muy despacio.
—Díselo,
Julie.
La
morena tomó aliento y sonrió a su madre antes de volverse y dirigir toda su
atención a la mujer que amaba.
—Caroline,
tu negativa se basa en una mentira. Crees que si saliera a la luz la verdad
sobre tu pasado lastimarías a mi familia, y que podríamos darte la espalda en
un futuro lejano. Pero lo cierto es que no serías la primera bastarda que
llevara el nombre de los Westfield.
Caroline
ahogó una exclamación. Tenía que haberla entendido mal. Todo el mundo sabía que
los Westfield poseían uno de los árboles genealógicos más antiguos y respetados
de la historia del Imperio. Su sangre era pura como el oro. ¿Acaso, Julie no
era una legitima Westfield?
—No
comprendo —susurró, alternativamente a madre e hija.
Julie
se acercó un poco más. El calor que emanaba de su cuerpo la envolvió tentador y
descubrió que sólo deseaba arrebujarse contra ella. Era una tentación muy injusta.
Desear tanto algo y tenerlo tan cerca sabiendo que nunca se podrá poseer.
La
morena sonrió.
—Mira
a mi madre, esa mujer a la que tanto afirmas amar y respetar.
Alargó
las manos, las posó en los hombros de Caroline y la instó a mirar a lady M. Ésta
sonreía, sin ninguna vergüenza.
—¿La
querrías o la respetarías menos si supieras que es ilegítima? —le preguntó.
Caroline
se quedó mirándola. Lady Westfield dio un paso al frente y le tomó las manos
cariñosamente.
—Eso
no puede ser —susurró ella.
—Pues
lo es —dijo la mujer con voz queda—. Cariño, ¿por qué crees que te pedí que
entraras a formar parte de la Sociedad? Te pareces a mí en muchos aspectos.
Conocía las circunstancias de tu nacimiento desde el principio. Lo que tú no
sabías es que se parecieran tanto a las mías. Mi madre también vivió una
aventura, y yo fui el producto de su indiscreción.
Caroline
parpadeó varias veces seguidas.
—¿Usted?
Lady
Westfield asintió:
—Soy
la primera hija del rey, aunque esté demasiado loco para recordarlo. Y, aunque
lo hiciera, jamás me reconocería. Por eso formé nuestro grupo de espías. Mis
hermanos menores despilfarran sus fortunas y provocan situaciones que ponen en
peligro a la Corona. Meredith, Ana y tú habéis encontrado la manera de proteger
a una familia que no sabe de mi existencia. —Le acarició la mejilla—. Y tus
actos, tu corazón y tu energía significan más para mí que tu sangre.
Le
dio un beso en la mejilla e hizo lo mismo con Julie.
—Ahora
las dejaré a solas pues ya he hecho todas las confesiones que tenía que hacer.
Y además me he inmiscuido bastante en su intimidad. Espero que mañana vengan a
verme para darme buenas noticias. Me apetece celebrar un baile. Y los de
compromiso siempre son los mejores.
Caroline
estaba demasiado atónita como para decir adiós cuando lady M salió de la
habitación dejándolas solas. Julie se volvió hacia ella y le cogió el rostro
entre las manos con dulzura.
—Tu
sangre no me importa, Caroline —insistió—. ¿Entiendes lo que te digo?
Ella
notó que su determinación se debilitaba, pero seguía siendo muy difícil dejar
atrás el pasado. La desconfianza.
—¿Cómo
puedes estar tan segura de que siempre sentirás lo mismo? ¿Cómo puedes saber
que no lamentarás tu decisión si la gente se enterara de mi pasado? Al fin y al
cabo, cuando me casé con Seth también creí que encontraríamos la felicidad. Y,
sin embargo, llegó a odiarme, y lamentó haberse casado conmigo cuando la verdad
salió a la luz. Yo fui la culpable de introducir una fealdad entre nosotros que
nunca desapareció. Y desaté en él una crueldad que después tuve que soportar
durante años.
Julie
la soltó con mirada dolida.
—Me
conoces. Dices que me amas. ¿De verdad crees que podría rechazarte en algún
momento? ¿Que podría traicionar tu confianza y tu amor?
Caroline
bajó la cabeza. Siempre le había costado confiar en los demás. Pero cuando
miraba a Julie sabía que nunca podría ser tan cruel.
—No
creo que fueras capaz de lastimarme de ese modo —admitió con voz suave—. Pero
eso no garantiza que algún día no lamentes tu decisión.
Julie
le acarició la mejilla y, a continuación, le levantó el mentón.
—Escúchame.
Las dos nos hemos refugiado demasiado tiempo en el pasado. Yo sé que no eres
Davina, una joven imprudente y testaruda que necesitaba mi protección. Pero tú
tienes que darte cuenta de que yo no soy Seth Redgrave. Mi amor por ti y por
los hijos que podamos engendrar algún día no depende de la cama en que fueras
concebida. No depende de si desciendes de reyes o de mendigos.
Ella
sintió las lágrimas que empezaban a rodar por sus mejillas. Julie sonrió y se
las secó, pero no cejó en su determinación de convencerla de su sinceridad y su
fidelidad. Y Caroline se sorprendió creyendo cada palabra.
—¿Significa
que tenemos la posibilidad de tener hijos? Sonrio la rubia ante la idea de
vivir toda una vida en familia con Julie.
—Buscaremos
la manera de llegar a ello. Y algún día, tu o yo, mas seguro TU, dijo con una
sonrisa la morena, le daremos un nieto a Lady M.
—Pero...
—comenzó Caroline, aún con dudas.
Julie
soltó una carcajada.
—Caroline,
mi bella testaruda, ¡basta ya! Se acabaron las dudas. Ahora sabes que mi
«perfecto» linaje es sólo una ilusión. Lo único que es perfecto en mi familia
es el amor y la lealtad que nos profesamos. Y eso es lo único que me importa.
Bajó
la cabeza para besarla y ella se derritió entre sus brazos. Julie la besó con
dolorosa ternura, tan sólo un roce en los labios, demasiado breve para su
gusto.
—Cuando
has dicho que me amabas, ¿lo decías en serio?
Ella
le sonrió. No había forma de negarlo. Ni eso ni ninguna otra cosa.
—Te
quiero —admitió.
—Entonces,
Vive conmigo. No quiero una amante ni una aventura ni una dama perfecta de la
buena sociedad. Quiero una mujer que comprenda mi trabajo y que esté a mi lado
en el peligro, la pérdida y el triunfo. Quiero un contendiente capaz de
tumbarme en la lona y desafiarme. Quiero una mujer con la que irme a la cama
todas las noches y despertarme todas las mañanas. No me sirve nadie más. Y
ahora, déjate de tonterías, aleja tus miedos igual que hiciste el otro día
cuando golpeaste a Leary con tu sombrilla. Sé valiente y dime que te unirás a
mi. Tal vez no me pueda casar contigo, pero al menos hare una ceremonia donde
todo mundo sepa que eres legalmente mía y te respeten.
Caroline
tenía los ojos arrasados en lágrimas, pero no le importaba. Dejó que éstas
cayeran libremente mientras la inundaba una felicidad como no había sentido en
toda su vida.
—Sí
—susurró, y a continuación lo repitió más alto—: ¡Sí!
Y
lo repitió una y otra vez.
EPÍLOGO
Un año después
Charles Isley se encaminó a la puerta y su
mano se detuvo justo encima del pomo.
—¿Está
usted preparada, lady Westfield?
Lady
M sonrió mientras se alisaba la falda.
—Que
entren, Charlie.
La
puerta se abrió y entraron las tres mujeres. Meredith Archer la primera. Su
vientre comenzaba a mostrar la evidencia del bebé que crecía en su interior,
pero el brillo de pura felicidad que le iluminaba las mejillas la habría
delatado igualmente.
A
continuación, entró Anastasia Tyler. Lady M se maravilló de lo lejos que ésta
había llegado. De timorata jovencita con gafas había pasado a ser una mujer
talentosa, que acababa de cerrar un caso muy peligroso y complicado con la
ayuda de su esposo, unas pocas semanas atrás.
Y,
finalmente, Caroline. Se la veía resplandeciente, después de su luna de miel
con Julie, que habían empezado seis meses atrás y cuyo fin no parecía a la
vista.
Lady
M estaba muy orgullosa. Aquéllas eran sus chicas. Las consideraba tan de la
familia como a sus propios hijos.
Tras
los besos y los abrazos, las cuatro se acomodaron en el salón de lady M, que
intercambió una mirada con Charlie antes de comenzar a hablar:
—Estoy
segura de que todas se preguntarán por qué le he pedido que vinieran.
Ana
asintió.
—¿Tiene
un caso para nosotras?
Lady
M se echó a reír.
—Ojalá,
pero las tres me han abandonado para trabajar junto a sus parejas. Me temo que
nuestra Sociedad de mujeres espías ha dejado de existir. Aunque celebro su
felicidad y estoy orgullosa de que nuestra labor haya trascendido los confines
del grupo.
—Entonces,
¿por qué nos has llamado, mamá? —preguntó Caroline, con una sonrisa que llenó
de felicidad el corazón de lady M. Ahora ya era su verdadera hija.
—Muy
buena pregunta, cariño. El hecho de que se hayan casado. Y eso va también por
ti Caroline, dijo Lady M. Al final y con todo el dinero y la buena obra que
Julie y Caroline habían realizado al descubrir la conspiración contra el
príncipe regente, este no le importó hacer legal la unión entre la morena y la
pequeña rubia.
Me
han puesto en una situación delicada. Dijo Lady M. Sigo creyendo que es una
buena idea buscar a mis espías entre las viudas de la sociedad, y me gustaría
reclutar un nuevo grupo que siga sus pasos.
Meredith
contuvo el aliento.
—¿Nuevos
miembros? ¡Qué idea tan buena!
Ana
asintió.
—Pero
¿qué tenemos que ver nosotras?
Charlie
carraspeó.
—Yo
ya no estoy tan ágil como cuando las contacté. Hace ya años y las introduje en
el círculo de lady Westfield. Su señoría y yo hemos acordado que las nuevas
espías deberían adiestrarse con aquellas que tienen más experiencia.
—Ustedes,
si están de acuerdo —dijo lady M sonriendo de oreja a oreja—. Ana, tú te
encargarás del arte de los códigos, los idiomas y todos esos aspectos más
intrincados que debe dominar una mujer que quiera ser buena espía.
La
sonrisa de Anastasia se ensanchó.
—Meredith,
dejo en tus manos el entrenamiento físico. Cuando haya nacido el bebé, por
supuesto. Ataque y defensa, así como el sutil arte de dirigir la Sociedad de la
manera que mejor se adapte a sus necesidades.
Mientras
Merry asentía, se volvió hacia Caroline.
—Y
Caroline...
—¿El
arte del disfraz? —terminó ella con una carcajada que se contagió a las demás.
Lady
M sonrió.
—Sí.
Eso formará parte de tu tarea, seguro. Pero hay algo más. Charlie ya no será el
intermediario entre las nuevas espías y yo. Quiero una nueva líder que esté
presente en el día a día del trabajo de la Sociedad. Te quiero a ti.
Ella
abrió desmesuradamente los ojos y palideció de golpe. Acertó a preguntar:
—¿Yo?
Lady
Westfield asintió:
—Sí,
querida mía. Si aceptas mi ofrecimiento, me ayudarás a seleccionar los casos
que se asignarán a los nuevos miembros del grupo y permanecerás a su lado
mientras vayan cogiendo soltura en el campo.
—Oh,
Caroline, querida —dijo Meredith en voz baja, cogiendo la mano de Ana a la vez
que ésta se secaba una lágrima en silencio.
Caroline
se quedó mirando a su suegra con la boca entreabierta. Después se levantó y
corrió a abrazarla.
—Gracias.
Será un honor trabajar a tu lado.
Lady
M se tragó sus propias lágrimas.
—Por
supuesto, las tres continuaran con su trabajo junto a sus esposos y esposa
–sonrió ante esto último. Jamás se me ocurriría pedirle a la Corona que
renuncie a sus tres mejores agentes. Pero confío en que acepten mi oferta.
Caroline
le rodeó la cintura con un brazo y miró a sus amigas.
—Pues
claro que aceptamos —dijo con una sonrisa—. Somos tus espías, lady M. Y siempre
lo seremos.
******************
La
alta figura parada frente al enorme ventanal que daba a un hermoso jardín muy
bien cuidado y glorioso por la primavera, sonrió al escuchar unos leves pasos
acercarse a ella. Otra en su lugar no lo hubiera notado, pero su entrenado oído
podía percibir los ruido más leves a metros de distancia. Unos pequeños brazos
la rodearon y su sonrisa se hizo más ancha. El cuerpo pegado a ella beso sus
omoplatos y suspiró de placer. El simple roce y el suspiro hicieron que su
cuerpo se estremeciera. Después de un año, su cuerpo aún reaccionaba ante las
leves caricias de la mujer tras ella.
—¿Así
que serás la nueva intermediaría entre el nuevo grupo de espías femenino y Lady
M? —preguntó la morena.
Caroline
la estrechó con más fuerza y unió sus manos con las más grandes. Con una enorme
sonrisa que la morena no podía ver pero estaba segura que la rubia tenía en sus
labios contesto.
—¿Puedes
creerlo?
—¿Eso
significa que ya no tienes edad para trabajar en el terreno y correr aventuras.
Buscando conspiración contra la corona? —dijo una sonriente morena, que se
giraba para quedar frente a su adorada esposa y la tomaba por la cintura.
Caroline,
abrió sus ojos ante las palabras de la mujer mayor. Y como castigo le pico el
estomago.
—Sería
una lastima, ¿sabes? Dijo la morena. —Puesto que hoy recibí una misión para un
nuevo caso. Pero como tu ya no estas en condiciones, tendré que pedirle a Lady
M si me asigna una de las nuevas y jóvenes reclutas. —dijo con una sonrisa
picará y unos ojos azules brillantes.
Los
ojos de Caroline, brillaron ante la broma. Y sus verdes ojos se estrecharon un
poco de manera amenazadores.
—Lo
siento querida mía, pero ahora soy yo a quien tienes que solicitar mujeres
espía. Puesto que soy la nueva líder y no lo olvides que también tu esposa.
—Tendrás que conformarte con una vieja espía. Es lo que hay, lo tomas o lo
dejas.
La
morena fingió pensarlo y la pegó aun más a su largo cuerpo, acercó sus labios y
le dio un profundo beso, que hizo que el cuerpo de ambas reaccionara al momento
y su excitación saliera a flote.
—¿Eso
responde a tu pregunta? Soltó la alta mujer.
—¡Claro
y comprendido!. — ¿Entonces me darás detalles del caso? ¿De qué voy a
disfrazarme ahora?
—Julie
sonrió de oreja a oreja y la estrechó contra su cuerpo sintiendo sus pezones ya
erectos. —Por el momento solo tengo deseo de detallar tu cuerpo y el único
disfraz que utilizarás es el de mi amada esposa porque te haré el amor. El caso
puede espera. Yo no.
Caroline
sonrió y sus ojos brillaron apasionadamente. Volvió a besar a la mujer en sus
brazos y la llevó directo al dormitorio.
—No
voy disfrazarme de tu esposa. ¡Ya soy tu esposa!. —por sus palabras Caroline
fue recompensada con otro apasionado beso de su alta y hermosa mujer.
Julie
tenía razón. El caso puede esperar. Ellas no.
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Saludos. Como se hace para ver los capítulos anteriores.
ResponderEliminarTica la etiqueta del titulo de la historia y te apareceran todas las partes...
Eliminaro ticas donde dice lo que hay para leer: el titulo de la historia que quieres leer y salen todas las partes.
EXCELENTE. GRACIAS POR ESTA HISTORIA.
ResponderEliminarEs una joya.....
ResponderEliminarme encanto leerlo, y espero seguir leyendo tus obras.
Sinceramente estupenda historia. Sigue escribiendo más! Saludos.
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