Ante un lienzo en blanco que le retaba una y otra vez para ser pintando.
Suspiró. Dejó su mente en blanco y el pincel de sus manos cobró vida
propia para plasmar una silueta, sin cara, sin forma, sin rasgos.
Cerró sus ojos, visualizó esa silueta, ¿qué era lo que quería expresar
con ella?
Intento seguir con su labor, darle forma y luz a su lienzo pero un enorme
bloqueo le impedía seguir adelante.
Después de varias horas ante él, lo dejó por imposible. Por mucho tiempo
que permaneciera allí, no conseguiría saber qué era esa silueta y por qué su
mente la bloqueaba.
Los días pasaron y siguió con sus cuadros y nuevos encargos y trabajos
llegaron a su estudio, algunos tan rutinarios y faltos de calor que en poco
ayudaban a su vena artística, pero de algo tenía que comer.
Su lienzo de aquella silueta quedo allí, detrás de todos sus trabajos y
de las locuras que pasaban por su mente y plasmaba en imágenes.
Y no volvió a intentar acabar su obra incompleta. De vez en cuando la
miraba con odio, era la única que no había conseguido terminar y perder esa
batalla era algo que la superaba, la aturdía, incluso la obsesionaba hasta tal
punto que algunas noches sentía que esa silueta se acostaba a su lado, en su
cama, le sonreía y le decía al oído... "Me encontrarás, sólo tienes que
saber dónde buscarme."
¡Dios!, estaba enloqueciendo. Y no lo pensó, no iba a permitir que la
locura jugara con ella a su antojo y la volviera del todo loca. Cogió su
lienzo, lo tapó y llamó por teléfono a una vieja amiga que nunca la fallaba.
- Hola vieja amiga, necesito que me hagas un favor.
- Claro guapa no tienes más que pedírmelo... que puedo hacer por ti.
- Tengo un cuadro que necesito que me guardes en tu casa. No puedo
tenerlo aquí, no puedo enfrentarme a él todavía... es todo un poco confuso,
pero no puedo estar cerca de él.
- Desde luego que ya tienes todas las manías de pintora... ja ja ja...
pero no te preocupes pasaré esta tarde y me lo das eh... pero por lo menos me
invitarás a un café no...
- Claro amiga, te espero....
Y así pasó. Su amiga se llevó el lienzo y su confusión. Se sentía un poco
cobarde por no saber enfrentarse a esa situación, pero en ese momento era algo
que no entendía y la verdad le daba hasta miedo.
Los meses pasaron. Entre trabajos, encargos y alguna que otra racha en
dique seco siguió pintado que era su vida, su pasión... A veces perdía la
cuenta de los días que estaba en casa, en su estudio pintando hasta que su
nevera vacía le gritaba que tenía que salir a comprar.
Siempre había sido así. No le gustaba mucho salir, solamente cuando su
amiga la arrastraba cansada ya de tanta negativa, accedía simplemente para
complacerla a ella.
Sólo pintaba, pintaba y pintaba, a todas horas, días y noches, a veces
incluso si dormir, sin comer... sabía que su obra maestra la estaba esperando y
ella no podía llegar tarde a esa cita... y entonces pensaba en silueta y una
lágrima corría por su cara.
Un día estaba cansada, se recostó en la cama y el sueño de tres largos
días vino a buscarla y ya sin fuerza cayó ante ellos.
Se despertó sobresaltada por el ruido del teléfono lo agarró y casi sin
voz de tanto dormir, atendió.
- Hija, hija... - era su padre - ha pasado una desgracia
- Papá, ¿qué pasa?
Sus padres, que desconsiderada era. Se dedicó tanto a su pasión que un poco
se olvidó de todo lo que le rodeaba. Cuando acabó sus estudios de artes
gráficas tomó la decisión de independizarse y dedicarse en cuerpo y alma a lo
que de verdad le llenaba.
Sus padres lo entendieron. Siempre vieron en ella a esa bohemia que si no
hacia realidad su sueño, que era pintar, dejaba incluso de respirar.
- Dime papa, qué pasa me estás asustando...
- Veras hija, es mama ha tenido un accidente y está en el hospital.
- Pero está bien… dime papa no me dejes con esta angustia
- Ha tenido un golpe con un coche y está muy delicada. Ven hija, te
necesito aquí. Ella te necesita aquí.
- Voy para allá. Tranquilo papá, ya estoy saliendo.
Salió como alma que lleva el diablo, lo único que cogió fueron las llaves
del coche y poco más.
El viaje hasta el hospital se le hizo eterno, incluso algún que otro
semáforo saltó... Debía estar con su madre, con su padre, Dios que egoísta
había sido pensó en ese momento en que su vida le abría los ojos y le enseñaba
que tal vez sólo había pensado en ella.
Llego en diez minutos, preguntó como una loca en urgencias, gritando, las
palabras no salían de su boca y el pánico de lo que podía encontrar no la
dejaba reaccionar.
Cuando al fin consiguió explicarse una enfermera la llevo a urgencias y
allí estaba su padre, sentando con las manos en su cabeza.
Corrió hacia él, lo abrazó y llorando rogó...
- Papá, por Dios que ha pasado, como está
- Hija, hubo un accidente horrible. Un imprudente circulo en dirección
contraria y choco con el auto de tu mama.
- Dios,... sus lágrimas rebosaban, se ahogaba, tuvo que sentarse al lado
de su padre.
- El impacto fue brutal... los coches se empotraron y tu madre salió disparada
hacia el asfalto de la carretera.
Hizo un silencio, le costaba continuar pero la mirada suplicante de su
hija hizo que se armara de valor y prosiguió...
- Quedó allí, tirada... el otro conductor, el... - iba a ponerle un
nombre pero ni para eso tenía fuerzas....
Agarró la mano de su padre, sigue papa...
- Lo demás está un poco difuso... Lo que me contó la policía y las
emergencias cuando llegaron allí.
Tú madre seguía allí y una chica la ayudó... Le dio primeros auxilios, no
la movió pues su cuerpo seguía inerte... pero según los médicos eso le salvaron
la vida.
Tu madre empezó a respirar, recuperó un poco el aliento de vida.....
-Gracias a Dios...- exclamó
- Espera hija, que viene lo peor.... La chica cuando consiguió
estabilizarla se levantó con tan mala suerte que olvidó donde estaba, en medio
de la autopista, y al girarse otro vehículo la arrolló....
- No puede ser....
- Si hija. Mamá está mal herida, pero los médicos me han dicho que tiene
muchas fracturas y alguna hemorragia interna pero que está fuera de peligro
gracias a los primeros auxilios de esa chica...
Esa chica que le dio un aliento de vida a tu madre y....
- Y papa, ¿cómo está?
- En coma... sus cuarenta y ocho horas son críticas.
No podía seguir escuchando. Ni en sus peores pesadillas habría imaginado
esto... Se levantó de golpe, miró a su padre....
- Papá, ¿dónde está esa chica?, necesito verla.
- Ya lo he intentando yo hija, pero es imposible... está en una zona
reservada y... Corrió. Su padre la llamó pero fue en vano. No sabía ni dónde
iba sólo necesitaba ver, saber quién era esa chica que salvó a su madre y puso
su vida en peligro.
Debía de estar en cuidados intensivos o algo así. Fue a la enfermera que
la atendió a su llegada, se volvió a apiadar de ella y de la situación y le
dijo la habitación de la chica.
Llegó. Había cristales, sólo podía verla a través de ellos, y se quedó
fría... estupefacta... No podía reaccionar. La persona que yacía en aquella
cama, envuelta en cables era... era.... su silueta....
No supo descifrar el tiempo que estuvo allí, viendo el reflejo de
aquellos cristales. Apreciando lo que las pocas luces que había le dejaban
ver...
Era ella, de eso no tenía dudas. Esa silueta que atormentaba sus sueños,
que bloqueaba su mente y la única cosa que no podía acabar nunca de pintar.
Ella, que ya era su delirio cuando ni siquiera la conocía, y ahora sin
todavía hacerlo le acababa de salvar la vida a su madre poniendo la suya en
aquella cuneta con tal cruel desenlace.
No sabía qué pensar, qué sentir, se encontraba totalmente desubicada,
fuera de su cuerpo y de su mente, como tal vez esta ella.
La observo unos instantes. Su silueta era bella, lo poco que dejaba ver
su rostro detonaba una ternura que la envolvía.
De pronto unos gritos la devolvieron a la vida real. Una mujer lloraba
cerca de ella desconsoladamente.
Unos brazos la agarraron y dulcemente la sentaron cerca de unas sillas,
cerca de esos tristes cristales.
Supuso que sería su madre por la forma en que lloraba, como quien lo ha
perdido todo.
Unos médicos se acercaron a ella y a la chica que tan dulcemente la
consolaba. Ella se retiró un poco, una columna cerca la ayudo un poco en ese momento
y se recostó sobre ella.
Sabía que no estaba bien escuchar esa conversación, pero cuando quiso
darse la vuelta y volver con su padre se quedó inmóvil, sus piernas no le
respondían...
- Sra., sé que es muy difícil para usted, pero en esos momentos lo que
más necesita su hija es que sea fuerte.
- Doctor, es mi niña la que está en esa cama... es mi niña la que lucha
con la poca fuerza que le queda por la vida, como quiere que este... Es mi
ángel, que de tan bello que es hasta Dios quiere llevársela con él.
Entonces Lucía sintió una punzada en el pecho. LLevársela con él...
sintió como si ha ella también le estuvieran quitando la vida... Sí, su madre
tenía razón era un ángel pero era de ella... ¿De ella?...
Sintió celos, terror... y un sentimiento de propiedad tan absurdo que
hizo que brotaran lágrimas tan amargas que apenas podía respirar.
- Sra., no le voy a engañar. El atropello ha sido brutal y su hija tiene
graves daños cerebrales... por ahora no se puede operar, tenemos que esperar
que las hemorragias de su cerebro bajen y sólo entonces
Sabremos las posibilidades que tenemos de recuperarla. Las cuarenta y ocho
horas serán cruciales para saber sus posibilidades. Sólo nos queda esperar, y
rogar para que su hija salga del coma...
- Lo hará sabe... ella es fuerte - se levantó y fue hacia el cristal
donde se reflejaba su hermosa hija - ella luchará y saldrá como lo ha hecho
siempre, nunca se rinde y esta no será una excepción...
-Esperemos Sra... Mientras tanto quiere que le diga a la enfermera que le
dé un calmante.
-Gracias doctor pero no... Quiero estar despierta y bien atenta cuando mi
hija despierte.
-De acuerdo, yo estoy de guardia cualquier cosa sabe dónde encontrarme
si...
-Gracias.
El doctor y su acompañante siguieron su ruta y la señora dió media vuelta
y vio a Lucia, apoyada en esa columna. Tenía los ojos cerrados y temblaba. Sus
estaban ojos llorosos... Se acercó a ella.
- ¿Qué te pasa chiquilla?
Lucía abrió sus ojos y al sentirse descubierta lloró profundamente y se
abrazo a aquella mujer.
- ¿Pero qué te pasa? ¿Qué te tiene así? ¿Te puedo ayudar en algo?
Pero Lucía no podía hablar. Tan sólo abrazaba a la mujer como quería
hacerlo con su hija. Estuvo varios minutos así, la ansiedad la dominaba y no
sabía qué hacer ni qué decir.
Por fin pudo titubear...
- Su hija... su hija
- Sí es mi hija Celia, ¿la conoces?
Se soltó del abrazo de la mujer y la miró a los ojos. Eran bellos, como
los que suponía que tenía su silueta aunque, aún, no pudiera verlos.
- Ella salvó a mi madre.
La mujer se retiró un poco asustada. Tapo su cara con las manos y durante
unos segundos, que parecieron siglos para Lucía, siguió asi...
Reaccionó y de nuevo abrazó dulcemente a Lucía...
- ¿Cómo está tu madre?
- Fuera de peligro Sra... Gracias a su hija, a Celia. La verdad es que no
sé qué decir ni que hacer en este momento
si yo pudiera hacer algo... incluso daría mi vida si con eso ella se pusiera
bien. Yo...
- Hija, a veces las cosas en la vida vienen por un motivo... No sirve de
nada lamentarse, ni reprocharse nada.
Si la vida te tumba, pues sólo te queda levantarte y luchar.... Y sabes
una cosa, mi Celia lo hará, de eso no me cabe la menor duda.
Esas palabras tan bellas le rozaron el alma. Que bella mujer y cuanta
sabiduría en sus palabras. No podía ser de otra forma, su silueta tenía que
tener el mejor molde, y sin duda, lo era.
- Yo me siento tan agradecida y tan triste y desolada... Ella puso su
vida en peligro por alguien que ni siquiera conocía... y....
- Hija... Déjame preguntarte una cosa... ¿Qué habrías hecho tú en su
lugar? En la misma situación, y ante la misma escena...
Lucía no dudó, le cogió la mano a esa hermosa mujer y dijo:
- Lo mismo Sra., lo mismo
- Lo sabía, me lo dicen tus ojos. La manera que lloras y sientes por mi
hija y ni siquiera la conoces.
Lucía se volteó y pensó, si usted supiera sra... No, no lo conozco pero
la he soñado tantas noches... la he reflejado en cada uno de mis días en ese
lienzo que nunca puede acabar...
Si era el destino le había jugado una mala pasada, ese no era el momento
de conocerla, y menos aún cuando todo, todo, le decía que la podía perder.
- Sra., le doy las gracias por su consuelo, sobre todo cuando quien
debería hacerlo soy yo.
- Bueno, vamos a hacer una cosa lo haremos las dos a la vez. Yo por mi
hija, y tu por tu madre, eh... y todo quedará como una mala pesadilla que nunca
debió pasar…
- Está bien. Quisiera pedirle una última cosa, podría venir a ver cómo
está... no puedo alejarme....
- Claro, hija... Además cuando mi hija despierte estoy segura de que te
gustaría conocerte...
- Aquí estaré Sra., debo irme mi padre debe estar desesperado.
- Ve muchacha y muchas gracias.
- No gracias a usted.
Se cogieron las manos y se dieron aliento, ese que tanto necesitaban en
ese momento... pero a Lucía sabía que debía de hacer algo... Ese algo que
llevaba tanto tiempo escondiendo y por fin lo vio claro…
Debía acabar su lienzo.
- Sra., sé que le sonara extraño, incluso loco, pero tiene una foto de su
hija, de Celia.
La Sra., parpadeo desde luego no se esperaba eso...
- ¿Y para qué la quieres?
No podía decirle la verdad. Ni siquiera ella la sabía, sólo que se lo
debía a Celia. Ella debía acabar ese lienzo, era como si en cierta forma la
devolviera la vida, la de Celia y la de ella que también se había quedado
atrapada en él.
- Quiero que mi madre sepa quien fue su Ángel que le salvo la vida.
Dudo, paseo durante unos minutos y después agarró su bolso y sacó su
billetera. Dentro de ella, se encontraba una foto de Celia, se la dio y le dijo:
- Sé que eres especial... y no sé qué vas a hacer con esta foto... pero siento dentro de mí que quizás sea un
camino para que mi hija regrese...
- Cómo sabe eso...
- Lo vuelvo a ver en tus ojos.
Le acarició la mejilla y volvió junto a la chica que la esperaba ya
angustiada en las sillas. La agarró, y se fueron por el pasillo largo y triste
de urgencias...
Lucía se quedó allí, parada, con la foto en sus manos. No la miró, la
guardo en su bolsillo, miró otra vez por el cristal y pensó....
"Tal vez todavía no sepa dónde buscarte.... Pero tengo cuarenta y
ocho horas para pintarte".
Después de salir de aquellos cristales, tan tristes y fríos volvió con su
padre y después de asegurarse de que su madre estaba ya completamente fuera de
peligro, se despidió de su padre y le dijo que tenía algo muy urgente que
hacer, de hecho era verdad, en su interior sentía que sólo eso conseguiría
traer a Celia de nuevo a la vida.
Mañana volvería al hospital a ver a su madre y a su silueta, a su Celia...
Le dejó el encargo a la enfermera que tan cómplice había sido con ella
que por favor, cualquier noticia de Celia le llamara al móvil. La enfermera
sonrió, era bella esa persona y si su mente no estuviera tan nublada y
obsesionada por su silueta... uff, deja de pensar Lucía su mente le recriminó
tienes algo que hacer y lo debes hacer ya, no puede esperar. Ella ya cumplió,
ahora te toca a ti... el destino las unió y debes cumplir con tu parte en esta
historia.
Corrió como una loca a casa de su amiga, tenía poco tiempo y sentía que
cada minuto era decisivo en el transcurso de la historia.
Su amiga ni siquiera sabía dónde había dejado el lienzo, Lucía rogó,
suplicó, incluso de enfadó como podía haberlo perdido.
Por fin después de buscar entre varias docenas de trastos en el desván
apareció. Envuelto en esa sábana blanca, como estaba ahora su Celia.
Ni siquiera se despidió de su amiga, cogió su lienzo y corrió a su
estudio. Tenía un arduo trabajo, y tenía tan poco tiempo...
La quitó la sábana y lo miró. Ahí seguía. Como el primer día. Tan bella
silueta y tan inacabada... y todavía la retaba como si no fuera capaz de
acabarla.
El bloqueo volvió a su mente... su manos temblaban.. Pero no, ahora tenía
un motivo, una razón, Celia…
Ya no era una silueta que la retaba, era ella. Celia.
Cogió su pincel y dibujó, acarició cada parte de ese lienzo. Su cara, sus
ojos, no conocía su mirada pero tal vez eran de color miel, como la suavidad y
bondad que su madre desprendía.
Su boca, cómo sería su boca. Pensó en el reflejo del cristal y delineo
unos labios finos, perfilados donde sabía que nunca se perdía su sonrisa.
Sus rasgos, suaves como quien acaricia un cachorro muerto de miedo. Pero
otros más marcados, ruedos, donde transmitieran toda esa valentía que su Celia
poseía. Quien sino podría salvar una vida aún poniendo en peligro la suya.
En sus pestañas se esmeró. Las dibujó tenues sobre esos ojos, que aún no
conocía pero empezaba a... a qué....
Sí, tal vez a amar.... Y todo cobró sentido.
La amaba.
Y entonces lo entendió todo. Por qué nunca pudo acabar ese lienzo, hasta
que ella apareció en su vida.
No, no era el momento.
Cómo sintió que le debía la vida a una persona por salvar la vida de su
madre, y era ella.
Y cuando la vio... Todo cobró luz. La angustia que la derrumbó cuando
supo que la perdía... que su Ángel volaba y no le dio tiempo de enamorarle la
vida.
Y ahora estaba allí, como un último suspiro, la única oportunidad que
tenia para recuperarla... recuperar lo que nunca había tenido, pero tal vez,
siempre fue de ella.
Acabó su lienzo. El de su silueta. Era hermoso. Lo puso a la luz de la
ventana pero ni siquiera la de la luz del sol conseguía hacerle sombra, su
silueta era más bella.
Pero aún debía hacer algo, no quería correr riesgos... se jugaba la
vida... y salvar la de su Celia.
Cogió la foto que le dio su madre y la miró.
No tuvo palabras. Las lágrimas corrían sin piedad por sus mejillas. Sabía
que la perfección no existe, pero sin duda alguien la creo pensando en ella.
Cogió otro lienzo y se recreó pintando esa fotografía. Ahora tenía todos
los detalles, los gestos, las sonrisas, las miradas...
Quedó bello, todo lo que fuera parecido a esa fotografía debía serlo.
Miró la hora. Habían pasado cuarenta horas.
Le quedaba poco tiempo.
Se dio una ducha para quitarse la pintura que dibujaba también su piel,
cogió sus dos obras y se fue al hospital....
Ahora era ella quien le tenía que enseñar al destino que sabía pintar a
su amor.
Cuando llegó al hospital, casi no tenía aliento,
estaba agotada tanto física como mentalmente. Pero algo dentro de ella la
mantenía en pie, a seguir...
El hospital a esa hora de la noche estaba casi
desierto. Lucía llegó y saludó a Ana, la bella enfermera que tanto le había
ayudado estos días.
Ella le informó que su madre había pasado a una
habitación a planta y dormía, por lo cual recomendó a su padre que se fuera
unas horas a casa a descansar.
Respecto a Celia todo seguía igual, ninguna
novedad presentaba, a falta de ocho horas para su diagnóstico no había
presentado ninguna anomalía, cosa que según ella no era bueno ni malo.
Lucía se dirigió hacia la habitación de su madre
y la vio descansando, dormida plácidamente.
Cogió sus dos paquetes y se dirigió, llena de
nerviosismo, a la habitación de Celia.
Según se iba acercando su corazón palpitaba,
tanto que tuvo que parar su ritmo, porque se ahogaba.
Llego, se puso detrás de esos cristales, pero no
vio nada. La oscuridad la cegaba. No conseguía divisar nada dentro. No, su
silueta, su ángel llamado Celia no estaba allí. Lo sentía...
No, no podía ser. No podía haber llegado tarde.
No, con ella no...
Comenzó a llorar. Lloraba con todo su ser... la
había perdido...Se dejó caer al suelo y abrazo con fuerza sus lienzos, ya era
lo único que le quedaba de ella...
Estuvo así varios minutos, hasta que sintió que
ya no le quedaban lágrimas. Levantó su cabeza de sus rodillas y vio a la madre
de Celia, estaba adormilada, en las mismas sillas que la primera vez la vio.
Se acercó a ella y lentamente tocó su hombro,
despacio para sacarla de ese sueño.
La Sra. despertó y al verla sonrió...
- Hija, que bueno que hayas venido, ¿cómo estás?
¿Qué tal te encuentras? ¿Y tu madre?
- Sra., pues bien gracias a Dios, ya la han
subido a planta, y si todo sigue así dentro de poco irá para casa.
- No sabes lo que me alegro, chiquilla.
- Sra., ¿ dónde está Celia?
Un silencio inhumano se coloco entre las dos.
Lucía comenzó a experimentar un miedo atroz ante la pregunta que acababa de
hacer, pero debía saberlo, la espera, la angustia la estaba volviendo loca.
La madre de Celia no respondía. Tenía la vista
perdida y unas lágrimas empezaron a brotar de sus cansados ojos.
- Sra., por favor no me haga morir de angustia, ¿cómo
está Celia? ¿Dónde está?, ¿Está bien?
- Hija Celia ha empeorado, ya no puede respirar
por si misma. Los doctores la cambiaron de zona esperando un último milagro que
no creen que suceda, nadie más que yo, que sé que lo hará...
- Dios, Sra no sabe cuánto lo siento.
De sus ojos también empezaron a brotar lágrimas
amargas, como quien lo tenía todo en su mano y lo perdió porque no llegó a
tiempo.
- Hija, agradezco mucho tu preocupación por mi
Celia, aunque no dejo de estar confusa por ello, dime
¿Cómo te llamas?.
- Yo... Yo me llamo Lucía.
- No puede ser....
- ¿Qué le pasa Sra?
- Celia, cuando llegó después del accidente,
antes de entrar en coma no dejaba de repetir una y otra vez un nombre... Lucía...¿
Te llamaba a ti? ¿Ustedes se conocían?
- No, no nos habíamos visto nunca. Mire Sra, se
que le debo un montón de explicaciones, pero antes de nada no tenemos tiempo...
Tengo que ver a Celia ahora... Es muy urgente. Le pido un último favor, y es
que confíe en mí.
- Lucía, no me queda nada que perder... Ella está
en la segunda planta, ve y despídete de ella, por lo que pueda pasar.
Comenzó a llorar desconsoladamente. Lucía la
abrazó fuerte. Quería decirle que confiara en ella, que nada malo pasaría, que
Celia regresaría y se quedaría con ellas para siempre... pero no podía hacerlo.
No sabía lo que iba a pasar y hacer esa promesa
sin tener la certeza de lo que estaba pasando era una jugada demasiado
arriesgada, cuando ni siquiera ella sabía que cartas tenía.
El destino jugaba con las cartas marcadas y ella
tan sólo pegaba palos de ciego sobre un tablero que cada vez la hacía perderse
más.
Dejó a la madre de Celia y corrió en busca de ella. Sin saber muy bien
que hacía, pero algo la impulsaba a correr hacia ella con el último aliento que
le quedaba.
Llegó. Entró en la habitación y su visión hizo que el poco mundo que le
quedaba se le cayera encima.
Celia, su silueta, estaba toda rodeada de aparatos, había más cables que
quizás en todo el hospital.
Su silueta casi no se veía, y los ruidos de todos los monitores hacían
una melodía triste, casi diabólica.
Se acercó lentamente. Había una silla, la típica de todo hospital, cerca
de ella y se dejó caer ahí.
La miró. La conocía tan bien. Cada detalle, no podía ver su mirada pero la
sentía, sin duda, dentro de ella.
Dulcemente le cogió la mano, acarició con delicadeza sus dedos, uno a
uno...
La apretó con fuerza, como dándole ese calor que tanto necesitaba y en
ella ya sobraba desde el mismo día que apareció en su lienzo.
No sabía muy bien que hacía, sólo se dejó llevar por lo que su corazón le
gritaba, su alma le imploraba y su cuerpo luchaba por sacarle de dentro.
Entonces lloró. Lloró como nunca lo había hecho en su vida. Sacó de
dentro todo ese dolor que llevaba dentro desde que se encontró con la verdad de
su vida, que era ella y ahora tal vez se le iba para siempre.
Lentamente se acercó a su oído, pudo sentir su olor, y un escalofrío le
recorrió la piel, erizándole hasta el alma.
- Celia, mi amor, he tardado tanto en encontrarte. Tú tenías razón no
sabía dónde buscarte...
Cuando apareciste, aquella tarde, en aquel lienzo que desde entonces no
hacía otra cosa que recordarme que algo muy fuerte me ataba a ti... No supe
enfrentarte... me dio miedo, pero quiero que sepas que desde entonces, desde
esa misma tarde no he dejado de pensar en ti.
Se levantó, estaba tan nerviosa, pero tenía que decirle tantas y tantas
cosas que aunque el miedo la estuviera venciendo lucharía por cada una de esas
cosas que sentía y tenía que sacar de dentro.
- Todo es tan complicado, hubiera dado mi vida porque nos hubiéramos
conocido en otras circunstancias, en el momento adecuado, pero ya parece tan
tarde...
Volvió a aquella silla y acarició su brazo en el poco espacio que esos
malditos cables le dejaban, ellos podían haberle ganado el cuerpo de su
silueta, pero no su mente y su corazón, su vida que lucharían con todas sus
fuerzas para que ella regresara.
- Ahora tienes que escucharme bien, preciosa, yo sé que puedes hacerlo.
Debes luchar, regresar, tu vida te espera, esa vida tan valiente que consiguió
salvar la de mi madre. La arriesgaste por alguien que no conocías, y sabes
hermosa, era mi madre... todo tiene conexión. Eso tiene que decir algo y
debemos descubrirlo juntas... tú y yo.
De nuevo lloró, suspiró, el corazón se le encogió y apenas podía
articular palabra... Por Dios Lucía qué estás haciendo... su mente de nuevo en
su ayuda... Deja a un lado tus miedos y lucha por esa persona, esa persona que
salvó a tu madre, que te enseñó cómo puede ser un ser humano de maravilloso, de
la forma más bonita, con sus actos, donde no se puede mentir.
Secó sus lágrimas, miró el viejo reloj colgado en la pared, faltaban tan
sólo diez minutos, diez minutos y si
Celia no hacia alguna señal los médicos la desconectarían de esas máquinas las
únicas que por ahora la hacían respirar.
Cogió sus dos pinturas y las puso a los dos laterales de la cama, la que
ella pintó y el retrato que hizo de la foto de Celia.
- Mira mi amor, volvió a acariciar su débil mano, este lienzo fue el
primer día que te conocí. Entraste en mi vida arrasándolo todo. Dibujé tu
silueta pero algo no me dejaba acabarla... y sabes que era, mi amor, que no te
tenía a mi lado. Tú apareciste y desde entonces me has enseñado, aún si conocerte
que la vida es más que estos cuatro lienzos sin lo cual no puedo vivir, como
tampoco puedo hacerlo ya sin ti. Me has enseñado la manera de llegar a ti, como
tantas y tantas veces soñé.
El destino, mi vida, el ha jugado, nos ha movido la ficha y nos ha dejado
aquí... No es casualidad que tu salvarás a mi madre, como tampoco lo es que yo
empezará a pintarte sin ni siquiera conocerte. No, no te conocía pero te
sentía, porque sabes que, preciosa - besó fugazmente su mejilla - siempre has
estado en mi... en mi vida, te he esperado tanto que ahora no puedes dejarme.
Yo empecé a pintar nuestro amor, pero quedan tantas cosas, y esas sólo
podemos hacerlas tú y yo.
Siempre he buscado pintar mi obra maestra, y esa eres tú... Tú eres lo
que he estado buscando desde siempre, lo que he anhelando, deseado... Y amado,
sí, te amo, lo entiendes... Te amo.
Y por eso debes luchar, mi bella niña, regresar, porque hay gente que te
está esperando... Yo lo hago desde la primera vez que tu silueta vino a
buscarme.
Cinco minutos, no tenía tiempo y ella no volvía... ¿qué hacer?....
- Celia, por Dios... tan sólo abre los ojos... mírame... déjame saber que
estás bien... y no te vayas por si lo haces yo, ahora no tengo duda, me moriré
en vida por ti. No habrá más lienzos, ni más siluetas, todo será negro, como va
a quedar mi vida si tú te vas. Ahora que he aprendido a pintarte, a dibujar
nuestro amor, créeme que no sabré hacer otra cosa.
Mira, este es tu retrato. Sabes, he conocido a tu madre, que bella mujer,
no podía ser de otra manera, sabes mi niña. Ella me dio tu fotografía la cual
ha quedado grabada en mi alma, bien cerquita de mi corazón, y que sólo ya me
deja decirte una y otra vez que te quiero.
Lucha mi amor, hazlo también por ti, despierta y vive... tampoco me debes
nada más que una conversación… tú eres libre de hacer lo que quieras... Yo te
he expresado mi amor, y lo volveré a hacer, pero si no me quieres a tu lado,
tan sólo despierta, vive y dímelo...
Ya está, sin duda no tenía más palabras. Lo había dejado todo allí, en
aquellas palabras. Su alma se había vaciado, y su amor, se había acostado a
abrazar la silueta que tanto amaba....
De pronto se oyeron voces, ruidos. Gente corriendo y entrando en la
habitación...
Lucía se retiró y se apoyó en la pared. Los doctores junto a la madre de
Celia entraron.
Empezaron a examinarla. Pasaron más de veinte minutos intentando
nuevamente que ella regresara... pero no
lo hacía.
Su madre lloraba. Lucía lo hacía...
El médico miro a su madre, cerró sus ojos y negó dos veces con su cabeza.
Ya está, se acabó, la vida de Celia y la mía. Tenía que salir de allí, no
podía mantenerse en pie...
Dando tropezones y sin una fuerza que no tenía llegó a la puerta, la
agarró y de pronto...
Todas esas máquinas que antes sonaban tan mal, empezaron a pitar.
Rápidamente los médicos se acercaron de nuevo a ella, y abrió los ojos....
- Por favor, esperen el pasillo, gritaron los doctores...
La madre de Celia corrió hacia la puerta y agarró la mano de Lucía que se
había quedado paralizada con el pomo frio de la puerta en su mano.
Iban a salir, y una voz... una dulce voz exclamó....
- Mi pintora.... no te vayas.
- Mi pintora... no te vayas.
Ahora si los médicos las echaron de la habitación. Empezaron a entrar
doctores y enfermeras en manadas, corriendo de un lado para otro.
Lucía se quedó en paralizada al otro lado de la puerta, igual que la
madre de Celia.
La madre de esta se acercó y Lucía por una reacción que no supo descifrar
se alejó... Se miraban con los ojos llenos de lágrimas que ninguna de ellas,
eran capaces de aguantar más.
Y entonces Lucía empezó a correr. Corría como una loca por esos pasillos.
Corría como si su vida le fuera en ello.
Sin destino, sin ningún lugar dónde llegar o ir.
Era la desesperación que la hacía actuar así. Sentía tanto miedo, que si
paraba caería de lleno dentro de él.
Su Celia, su silueta, su amor, su lienzo, miles y miles de sensaciones
corrían por su mente como ella, sin ningún destino y a la misma velocidad.
Llegó un momento en que sus piernas se negaron en redondo a hacerlo más,
entonces paró.
Pero.... ¿Qué estaba haciendo? No quería que Celia regresara, de qué
tenía miedo ahora. Ella había luchado, estaba allí, ¿la estaría esperando?
Qué actitud más infantil Lucía, yo no sé que voy a hacer contigo, eh...
Su mente, que bella aliada, que haría sin ella.
Respiró. Se calmó. Puso sus manos en su cabeza e intentó poner en orden
todo lo que pensaba en ese momento. Debía regresar. Debía enfrentar sus sentimientos,
su vida... y sin duda, su amor.
No sabía dónde estaba, había corrido tanto por esos pasillos iguales que
se encontraba totalmente perdida.
De pronto una mano en su hombro la asustó.
- ¿Qué te pasa Lucía?
Su linda enfermera, siempre aparecía en los momentos en que ella más la
necesitaba. Sí, sin duda ella también era una protagonista de esta historia que
llegaba al final.
Le explicó todo. Cómo le había hablado a su Celia, cómo después de casi
dejarla marchar ella había vuelto... y cómo huyo como una niña llena de miedo
tal vez de enfrentarse a sus sentimientos.
- Lucía, ve, ve a por ella. No tengas miedo, os debéis tantas
explicaciones, tantos sentimientos.... Tan sólo sigue lo que tu corazón te
diga, y entonces sabes que, aprenderás a no tener miedo.
- Nunca lo he hecho. Supongo que eso también lo me habrá enseñado ella,
verdad.
Su enfermera le sonrió. Lucía le pidió que le ayudara a encontrar la
habitación de su madre. Antes de ver a Celia, debía hablar con ella y tonta de
ella se había perdido.
Sonrió de nuevo y la dejó en la puerta. Se despidió de ella y acudió a la
llamada de su teléfono que no paraba de sonar. Qué gran persona era esa
enfermera, ni siquiera sabía su nombre, pero de cierta manera la sentía ya su
amiga.
Su madre seguía durmiendo. Se sentó junto a ella en la cama. Acarició su
cabello, y depositó lentamente un suave beso en su frente.
Su madre lentamente abrió los ojos, y...
- Lucía, hija...
- Mama, vaya susto nos has dado... Cómo estás, te encuentras bien.
- Dolorida hija, dolorida...
- Bueno es normal... pero no te esfuerces eh... intenta descansar.
- Y tu padre, hija
- Papa fue a descansar un poco, estaba agotado pero dentro de nada estará
aquí de nuevo.
- Bueno hija, y tú, ¿cómo estás?
“Uff”, pensó si tuviera que explicarle a su madre todos sus sentimientos
y actos de las últimas cuarenta y ocho horas la pobre enfermaría de nuevo.
- Estoy bien, mama, no te preocupes. Tú sólo descansa y ponte buena
pronto eh, ¿me lo prometes?
- Sí, pero te veo distinta, tienes un brillo especial en los ojos, hay
algo que me quieras decir...
Ahora entendía la frase de que las madres no conocen mejor que nadie.
Ella estaba allí, después de aquel horrible accidente y entre destellos podía
intuir que algo le pasaba.
- Bueno mama. No voy a mentirte. Pero antes de nada debo de pedirte
perdón, a ti a papa.
- Pero hija...
- No. Escúchame sí, bella. He sido una egoísta. No he mirado más que por
mí y mi trabajo, mis obras y os he descuidado, eso no está bien mama.
- Eres tan joven Lucía, es normal. Tú tienes un don, y una vida y sin
duda a nosotros que siempre estaremos ahí, no tienes que pedir perdón de
nada...
- Ya mama, pero...
- Pero nada... Deja ya las lamentaciones tan inútiles... y ahora dime de
una vez que te tiene así.
- Bueno mama, pues a ti no puedo engañarte y además acabó de tomar la
decisión más difícil de mi vida, y la más fácil a la vez, porque me he
enamorado...
- Que bello mi amor.
- Y además déjame decirte, que ahora me voy a poner delante de mi amor y
si ella me acepta me la voy a amarrar al alma, a mi corazón y a mi vida para
siempre....
- Y entonces qué haces aquí conmigo. Corre de nuevo hija. Corre y ve
hacia eso que te está esperando, el tiempo es oro. Yo estoy bien, y quizás
fuera ya de la historia. Acaba lo que sólo tú puedes hacer...
- Mama, eso voy a hacer.
La besó de nuevo y emprendió paso firme a la habitación de Celia. A la
vida de Celia, a ponerla la suya delante de ella y ver lo que pasaba.
Llegó de nuevo a la habitación de Celia. Cuantas veces lo había hecho en
los últimos días, no puedo contarlas.
Entró en ella. Celia permanecía en aquella cama, pero los cables de su
cuerpo habían disminuido en número y pudo mirar por primera vez su rosto.
Al costado de su cama yacía también su madre. En aquella silla. Dios, si
esas sillas de hospital llegaran a hablar que cosas, sentimientos nos dirían...
tantas que tal vez nos enseñaran a pensar más a las personas en las cosas
importantes de verdad y no en minucias de vida que pocas veces nos dejan ser
feliz.
Permaneció allí en silencio. Mirando, recreándose en su silueta... quizás
no era suya... pero en cierta forma la sentía así.
Su madre despertó. Miró a Lucía y sonrió. Se levantó y fue hacia a ella y
la abrazó, fuerte, tan fuerte que incluso le hacía daño.
- Hija, Lucía, ¿ dónde has estado?.
- Si le digo la verdad ni yo misma lo sé. Supongo que en una guerra con
mis sentimientos. Viendo a mi madre, y pidiéndole perdón por haber sido tan
egoísta.
- Lucía... No sé todavía quién eres. Qué haces aquí, cuál es tu papel,
sólo sé que te tendré que estar toda la vida agradecida por haberme devuelto a
hija.
- Yo no he hecho nada. Sólo que por primera vez en mi vida he aprendido,
que lo único que necesito para ser feliz es el amor.
Todo ha pasado tan deprisa, todo es confuso... Pero el único camino que
he visto y veo es el de Celia.
Quizás no pueda entenderlo, ni yo lo hago todavía, pero debo decirle
que...
- Calla hija. A mí no tienes que explicarme nada es a ella a quien debes
decírselo. Ha preguntado por ti desde que te fuiste. Esta débil y el sueño la
durmió el único que consiguió que se olvidara por un momento de ti.
Lucía volvió a mirarla. Había recuperado un poco de color, de calor.
Ahora simplemente parecía que soñaba junto a sus sueños y ya no tenía que
luchar a muerte por su vida, como había hecho desde que la vio.
- Lucía, hija.- su madre la sacó de sus pensamientos.
- Que han dicho los médicos, está bien, su vida corre peligro, su....
- Este bien, Lucía. No se lo explican ni ellos. Tiene ante si una larga
recuperación pero el peligro ha desaparecido de su vida, y sabes una cosa,
sospecho que tú tienes mucho que ver en eso.
-Mira hija yo estoy cansada. Voy a irme a descansar. Además sospecho que
cuando mi hija despierte la única persona que quiera ver a su lado es un ángel.
Un ángel que por cierto ha pintado unos lienzos maravillosos...
Le acarició la mejilla, y salió de la habitación. Y ahí quedó ella, con
Celia en la cama dulcemente dormida.
Pasaron varias horas, llegó un momento que dejó de ver el viejo reloj de la
pared y en la silla silenciosa consiguió dormir...
Se despertó sobresaltada, no sabía qué hora era, Dios que lentas pasan
los horas en los hospitales.
Poco a poco abrió sus ojos y una luz en cegadora, la nubló.... miró hacia
la cama y era Celia, había abierto sus ojos y la miraba atentamente.
Se miraron detenidamente. Llenas de silencio, era tan bello el simple
acto de hacerlo que cualquier palabra no tendría el suficiente brillo de
estropearlo.
Después de un rato haciéndolo, Lucía movió su cuerpo hacia adelante y
agarró la mano de Celia.
- Hola, bella. Cómo estás. Cómo te encuentras.
- Mejor. Me encuentro un poco adormilada, como después de haber estado
perdida dentro de un largo sueño en el que...
- ¿Qué?... - preguntó nerviosa Lucía
- Tú has estado en él. - y le sonrió.
Y entonces Lucía ya dejó de tener miedo, dudas. Dejó de tener ganas de
salir corriendo como había hecho toda su vida a encerrarse en su estudio. Dejó
de tener miedo de vivir a media una vida que había estado tan vacía sin ella.
- Pintora... ahora que has robado mis sueños creo que tengo el derecho
por lo menos de saber tu nombre.
- Lucía, me llamo Lucía.
Sus ojos volvieron a encontrarse. Los sostuvieron allí, era tan bello ese
momento...
- Celia, discúlpame, pero recuerdas algo de lo que ha pasado.
- Si te he de ser sincera, no mucho. Recuerdo un accidente. Mucho ruido
al mi alrededor... Yo totalmente perdida. Llena de sombras, de oscuridad... y
una voz... una voz que me llamaba... y abrí los ojos y vi un lienzo que tenía
una silueta... y me vi reflejada en ella... y en medio de toda esta confusión,
te recuerdo a ti Lucía. No tiene mucho sentido no...
- Lo tiene bella y pronto lo comprenderás. Pero antes de nada, sabes que
debo darte las gracias y estar eternamente agradecida contigo. La persona que
salvaste y por la que pusiste en peligro tu vida, era mi madre.
- oh... ella está bien.
- Esta bien bella, fuera de peligro como tú.
- Bueno creo que tú tienes algo que ver en eso. Mi madre me ha explicado
que...
- Uffsss... ahora no es el momento necesitas descansar. Mira vamos a
hacer una cosa. Es tarde, tú duerme y yo me iré. Mañana te prometo que regreso
y hablamos todo lo que tenemos que hablar, si.
Celia puso en su cara un puchero, tan dulce que derritió por completo a
Lucía. Pero debía descansar. Ambas debían hacerlo después de esas horribles
cuarenta y ochos horas.
- Bueno te dejo ir, pero prométeme que mañana vendrás a verme.
- Claro que si, Celia. Lo haré, no tengas duda.
- Sabes, me gusta más cuando me dices bella.
- Bella, mañana cuando despiertes estaré aquí. Así mejor.
- Mucho mejor.
- Descansa bella - besó su mejilla y salió de la habitación.
Regresó a su estudio. Estaba agotada, había estado en una lucha tan
bestial con su vida y con sus sentimientos que de verdad se sentía agotada. No
podía más. Abrió la puerta del piso y si ni siquiera dar la luz corrió a su
cama. No luchó, en cuanto su sueño vino a buscarla se fue con él.
Celia por su parte acariciaba su mejilla. Todavía podía sentir el calor
del beso de Lucía. Todo tan confuso, y sin embargo se sentía tan feliz... Sabía
que mañana, en cuanto volviera Lucía, tendría todas las respuestas que ahora no
conseguía ver.
Y el día despertó lleno de luz. Con un cielo raso, limpio en el cual se
podían apreciar varias tonalidades de azules... Eso pensó Lucía ante su taza de
café, que sostenía ante la ventana.
Había dormido como un bebe, como ese bebe que si le quitas la ansiedad, o
el pequeño dolor de tripita que suelen tener, cierran sus ojos y de desvanecen
de todo.
Así despertó ella hoy, llena de luz, de energía que la consumía si no se
ponía en pie y andaba.
Después de ese abre ojos que era para ella su café, se encaminó a la
ducha, tarareando... se sorprendió hasta sí misma, no recordaba la última vez
que eso pasó... quizás en su infancia cuando ella luchaba para que esos patitos
amarillos se sumergieran, lo hacían y al rato salían a flote con un fuerte
impulso... entonces ella reía, tarareaba como hoy. Ese impulso era el que ella
sentía hoy ante la cita que había esperando por años, la que había esperado
toda su vida, ¡Cómo no sentirse feliz!, que pena no tener esos patitos, tendría
tantas cosas que contarles. Y todas y cada una de ellas tenían que ver con su
Celia.
Dejó de pensar ante la cursilería que sentía, prendió el agua y se
deslizó como ella.
Ese día lleno de azules celestes también visitó el hospital. Rebotaba en
esa ventana y hacía que Celia dibujara una sonrisa. No sabía si estaba
despierta o aún seguía dormida, no dominaba aún los tiempos, y su cabeza yacía perdida.
Debía estar despierta por un dolor leve le hizo moverse. Cerró los
ojos... se relajó... y entonces cuando todo estaba en blanco vino a su mente
Lucía.... Lucía, la vio allí mirándole a los ojos, sonriéndole... Qué bella era
esa mujer. Cada vez que la veía o soñaba, sentía como su corazón daba un vuelco.
Era como si dejara de respirar... le robaba el aliento... y sólo lo recuperaba
al sentir su mano en la suya o su voz diciéndole bella.
Abrió de nuevo sus negros ojos. No sabía qué hora era, pero estaba
despierta, inquieta porque sabía que Lucía venía hacia ella. Lo sentía...
esperaba que no la hiciera esperar mucho, como desearía correr ella y
buscarla... tal vez, un día no muy lejano lo haga...
Lucía estaba ya dispuesta a salir. Estaba nerviosa, se había cambiado de
ropa como mil veces y con ninguna se sentía a gusto. Quería estar bella para su
Celia...
No recordaba dónde dejó el coche la noche anterior, era tanto su
cansancio que se olvidó de todo.
Dio varias vueltas a las manzanas colindantes de su casa y nada...
Estaba ya por desistir y coger el metro, transporte que de verdad odiaba,
pero llegaba tarde a la cita más importante de su vida, cuando por fin lo vio.
Lo había dejado enfrente de una floristería. La floristería de Carmen.
Antes de abrir el coche se detuvo en seco.
Y guiada por un impulso entró a ese jardín de flores.
- Buenos días, Carmen.
- Lucía, cómo estás, hace tiempo que no te veía. Pero no me preocupe,
supuse que estarías encerrada en tu estudio pintando, no.
- Así es Carmen. Y sabes una cosa, he pintando la obra de mi vida. La más
bella y real que jamás hubiese pensando crear.
- Bueno pues me alegro que las cosas te vayan tan bien... y dime ¿ en qué
puedo ayudar?
- Pues mira puedes hacerlo. Necesito esas flores que se igualen, bueno
eso no será posible, pero por lo menos se parezcan a dicha obra... necesito
unas flores que con sólo mirarlas te enamoren.
- Uff... me lo pones difícil... no puedes darme más datos... Eres
pintora... retrátame lo que quieres decir.
- Carmen, tantas cosas... pero sólo una y es que la quiero. La quiero en
mi vida porque me he enamorado de ella y ahora que lo sé... pues quiero que las
flores también se lo digan, ¿tienes de esas?
- Ahi, chiquita, me subestimas... tú puedes tener colores y lienzos,
pintura... pero yo tengo flores... y creo que entre esas dos expresiones algo
hermoso saldrá... espérame aquí...
Lucía sonrió y la vio salir toda acollarada hacia el viejo almacén que
tenía detrás de la pequeña y bella floristería.
A los cinco minutos volvió, con un ramo lleno de colores y vida...
- Bueno, y que te parece mi obra... ¿se parece a la tuya?.
- No, la mía es más bella, única, sabes por qué, porque tiene mi corazón.
- Ganaste lo reconozco, pero te gusta por lo menos.
- Si es precioso... necesito que me digas lo que significa cada una de
esa flor, luego lo tendré que exponer ante mí.... - calló
- Tu amor.
- Sí, mi amor y mi vida. Gracias Carmen, toma - le tendió el dinero que
llevaba en el bolsillo - ahora debo irme, llego tarde.
- Suerte Lucía, pero me parece que hace poco ya lo encontraste no...
Sonrieron y Lucía corrió de nuevo hacia el coche con un único destino, el
hospital, donde estaba su bella.
Celia se sentía mejor. La habían traído algo de desayuno, más bien líquidos,
pero el zumo fluyo por sus venas. También unas enfermeras la habían aseado y
cambiado la triste bata verde de urgencias por uno de sus pijamas, cosa que de
verdad agradeció, tenía una cita y debía estar bella.
Su madre ya había pasado a primera hora por la habitación y le había
desbordado la cabeza con preguntas, cosa que ella todavía no estaba preparada.
Cuando por fin terminó de discutir con ella consiguió que fuera a desayunar
fuera del hospital... necesitaba tiempo y ella se lo estaba quitando con sus
preocupaciones y constantes preguntas a las enfermeras.
Lucía llegó. Estaba tan nerviosa que de nuevo, cuando estaba ya dentro
del hospital olvidó dónde había dejado el coche, seguro que ahora no se
libraría de nuevo y le tocaría coger el maldito metro.
Y ahí estaba. Delante de esa puerta. No volvería a pintar nunca en gris,
como el color de ella, la había visto tanto, la había hecho sufrir... no, ese
color quedaría para siempre fuera de sus obras.
Tocó con la única mano libre y la otra sosteniendo el hermoso ramo de
Carmen.
Abrió con delicadeza, entró y se encontró con su silueta....
Escondió lentamente el ramo de Carmen, detrás, en su espalda, sonrió y se
acercó hacia Celia.
Beso con suavidad su mejilla, le sonrió.
- Buenos días bella, cómo estás.
- Hola - la sola visión de ella hacía que su sonrisa no se alejara de sus
labios.
- Me encuentro mejor, un poco aturdida todavía, no controlo los tiempos y
me siento un poquito perdida.
- Es normal, has tenido un trauma muy fuerte y te tienes que ir
recuperando poco a poco.
- Que traes detrás de la espalda.
Vaya, si que era directa. No se le podía dar una sorpresa a esta niña
hermosa.
- Bueno, no sé porque lo hice... tal vez porque perdí el coche y cuando
lo encontré estaba delante de una floristería y bueno... toma... esto es para
ti.
Depositó el ramo en las manos de Celia. Ella sonrió y las tocó
suavemente...
- Es hermoso, - ¿cómo tú?, pensó, pero no se atrevió a decirlo.
De pronto se rió a carcajadas. Hacía mucho que no lo hacía y la verdad es
que incluso se sintió extraña.
A Lucía esta reacción la desconcertó.
- Qué pasa bella, ¿no te gustan? o tal vez, ¿no debí hacerlo?
- No es sólo que, ¿Cómo que perdiste el coche?
- Uff... - sonrió Lucía también - bueno no creas que es algo nuevo, me
pasa muy a menudo, eh.
- Entonces eres despistada, primera cosa que conozco de ti. Por cierto,
gracias las flores son bellísimas.
Lucía se sonrojó. Sus mejillas ardían, era como haber recogido un diez
ante su primer examen.
Mientras seguían sonriendo el silencio de posicionó ante ellas. Se
miraban. Era como descubrirse, lentamente, poco a poco, sin prisas y el brillo
de sus ojos las delataba de la felicidad que sentían en ese momento.
- Bueno, Lucía me gustaría saber qué ha pasado, cómo he llegado aquí, y
sobre todo como he tenido la dicha de que tú estés a mi lado.
- Es una larga historia, - cogió la silla ya reconocida por ella y se
sentó a su lado, acariciándole la mano
- ¿Tienes tiempo para oírla?
- Sí, creo que debemos hablar de todo esto que nos ha pasado y de....
- De lo que sentimos - lucía apretó más la mano de ella.
- Sí. Además sabes una cosa, ya me he encargado yo de que mi madre
desayune en la cafetería más lejana del hospital, tardará en llegar y así
podemos hablar tranquilas.
Sonrieron de nuevo. Lucía cogió aire y se dispuso a explicarle a su
silueta, bella, todo.
- Bueno bella niña, ya sabes que pinto. Es mi sueño, mi pasión, y a ello
me dedico en cuerpo y alma. A veces con más suerte otras con menos, pero
siempre, siempre intento que lo que pinto sea un reflejo de lo que siento y de
lo que mis ojos aprecian a ver.
Tengo un pequeño estudio cerca del centro donde vivo, donde pinto. Y
aunque suelo ser un desastre en todo lo demás, en mi trabajo me exijo siempre
el máximo. No puedo dormir, comer, vivir si empiezo una obra y no la acabo.
Pero un día sucedió una cosa extraña que me descolocó por completo.
Empecé a pintar una obra que no puede acabar. Era una silueta. La diseñé,
la plasmé en el lienzo... pero hasta ahí, y me quedé bloqueada... No puede
acabarla. Hasta que ya llena de ira se la presté a una amiga para que me la
guardara, no podía acabarla... Por alguna extraña razón mi cuerpo, mis manos,
mi mente se quedaba en blanco ante ella.
Suspiró y vio cómo Celia la escuchaba sin apenas pestañear... hasta que
dijo:
- ¿Cuándo pasó eso? Me refiero, que día pintaste esa silueta.
- Hará como dos meses, ¿por qué?
- No puedo creerlo. Hace dos meses tuve una experiencia muy extraña.
Fuera de lo común... nunca se lo conté a nadie, porque ni yo misma podría
creerlo.
- ¿Qué te pasó bella?
- Esa tarde, hace ya dos meses, regresé a casa después de un día duro de
trabajo. Estaba agotada, decidí darme una ducha y relajarme. Después de eso,
agarré una taza de café y me senté en la terraza a contemplar el cielo. Estaba
hermoso la luna llegaba a su cita y todo oscurecía.
Creí que todo había sido un sueño, pero ahora empiezo a entender...
Mientras mi vista seguía allí arriba viendo a esa luna, y dos grandes
estrellas chocaron entre si.... Y fue tan bello. De ellas se desprendieron un
centenar de estrellas, blancas como las que chocaron, pequeñas, que se fundían
unas con otras y desprendían más luz... En ese instante, no sé cómo explicártelo,
sentí que esas blancas estrellas me observaban... detenidamente, incluso un
fuerte calor entro en mi cuerpo y vi mis brazos, mis piernas, mi silueta toda
blanca envuelta entre toda esa maravilla de luz.
Sentí cosquillas por todo mi cuerpo y como poco a poco, detenidamente,
iban recorriendo todo mi cuerpo, como detallándome.
Creerás que estoy loca, pero sucedió así...
Lucía que atentamente la escuchaba también entendió lo que quería
decirle.
- No, no estás loca... en todo caso lo estamos las dos.
- Eras tú pintándome lo que sentí, verdad.
- Seguramente. Yo no entendía nada. Sólo que al mirar esa silueta algo en
mi estallaba. Y sabes por qué no podía acabarla. Pues simplemente porque no te
conocía.
Todo lo que ha pasado entre nosotras ha sido mágico y no creo que nunca
podamos tener todas las respuestas. Pero he entendido que mi obra, mi más bella
obra, mi silueta, tú... que no pude acabarla hasta que te vi y empecé a
entenderlo todo.
Sabes bella, empecé pintando tu silueta... pero acabé pintado tu amor..
Mi amor, que es lo que sentí desde el primer día en que te vi y te reconocí, y
sólo entonces pude acabarla.
- Esa silueta que fue lo primero que vi cuando volví. Cuando algo, que me
habló, me consoló, incluso curo mi dolor, me trajo de vuelta aquí... era para
encontrarme contigo.
Cuando abrí mis ojos y te vi, tan dulcemente dormida volví a sentir esas
estrellas blancas de mi terraza, sólo que ahora no sólo me iluminaban a mí...
tú estabas envueltas de ellas.
Y sentí paz. Entendí que tú eres lo que he estado esperando toda mi vida,
y aunque las circunstancias no fueron las mejores, nos encontramos... y
chocamos.... como hicieron esos coches en el asfalto.
Lucía no podía reprimir más las lágrimas que llevaba tanto tiempo
aguantando. Cayeron en picado, dulcemente Celia acarició su mejilla y las
secó...
- No llores mi amor, todo es tan extraño... pero yo estoy tan segura de
lo que siento...
- Yo también - sollozó Lucía - te
quiero... Cuando sentía que te perdía me desesperé tanto que incluso en ese
momento me hubiera ido contigo si te perdía.
- Bueno, hermosa, pero no pasó... Y ahora estamos aquí... pero tengo una
pregunta...
- Dime bella.
- El lienzo de mi silueta lo entiendo, me enamora tanto como tú... pero
porque un segundo cuadro, ¿ por qué un retrato de mi ?.
- Mi amor, estabas tan mal, y yo estaba tan desesperada. Le pedí a tu
madre una fotografía. Tenía que jugar bien mis cartas... tenía que regalarte mi
amor en el lienzo de tu silueta, como así hice, pero también tenía que
conseguir que tú te quedarás conmigo para siempre.
De alguna forma pintando tu retrato era como pintar cada rasgo tuyo, cada
mirada, cada expresión, tenía que hacerte sentir que ya estabas dentro de mí,
como tu amor.
Por eso te traje los dos, y que el destino eligiera el mejor... pero
sobretodo el que te dejara a mi lado para siempre. Algo tuve que entregarle, y
fueron esos lienzos.
- Creo que eligió los dos... sabes ya tenemos algo de nuestra nueva casa
- sonrió - dos pinturas..., dos vidas, dos amores...
Lucía no aguantó más y un fuerte impulsó la llevó a los dulces labios de
Celia. Y allí de los entregó, como haría cada día de su vida a partir de ahora.
Sintió como todo su cuerpo temblaba, y una fuerte corriente eléctrica
recorría todo su cuerpo, ¿ serían las estrellas de su Celia?.
Celia le sujeto suavemente la nuca, y la inclinó más hacia ella. Sus
cuerpos se entrelazaron y formaron casi un sólo ser... Ella no era la silueta,
era ese ser del beso en el reía triunfal en el lienzo.
Después de tan lindos minutos, separan sus labios, juntaron sus
frentes...
- Creo que debes poner mis flores en agua, linda....
- A sí, que despistada soy - Celia rió viendo como Lucía se tropezaba con
la silla y corría hacia las flores...
De pronto, Lucía recordó...
- Sabes, bella el significado de este ramo.
- No, dímelo.
Lucía se lo volvió a acercar y relató:
- Mira, estas son amapolas blancas, que significan sueño, lo que yo hacía
mientras te pintaba y tu sentías en el cielo. Estas otras son orquídeas,
belleza ese que tú sólo posees y de lo que se ha llenado nuestro lindo amor.
Acanto, son estas otras, rara flor que significa que nada podrá separarnos...
- Y los rojas que son amor...
- Estas son las mejores, son Crisantemos rojos... y sólo saben decir que
te quiero.
Volvieron a besarse. Con más ganas, con más sentimiento ese que el
destino les había regalo. El jugó sus cartas, inició la partida, y de la forma
más mágica que había les enamoró la vida.
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ay que bello relato. el amor siempre tiene formas de llegar
ResponderEliminarayyyyy que bella historia sonia.. sigue escribiendo bella
ResponderEliminarDesde que empecé a leerlo no parè hasta terminarlo
Muy buenaaa me enamore besos
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