Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Frío, Frío Invierno - Riba

Llegaba el frío invierno, con su manto helado.  Su aire envolvía los cuerpos que envueltos en grandes abrigos de pieles se resguardaban de él.
Las garras de ese aire se me clavaban en la cara, la única parte de mi cuerpo que se dejaba ver.




Avanzaba entre los copos de nieve que suavemente iban dejando su presencia sobre el frío suelo, haciendo que este tomara el color blanco.
Esa misma nieve que se iba depositando lentamente sobre el asfalto, era la excusa perfecta para alejarme de aquel mundanal oficio que me tocó realizar.
El nombre de ella resonaba en mi mente, cada vez que un copo se posaba sobre mi pequeña nariz.
Con la manopla me lo quitaba, como hacía ella.
Su recuerdo se juntaba con aquella ola de frío polar que parecía dispuesta a hacernos compañía  por mucho tiempo.
Fue precisamente en este tiempo cuando ella llegó a mi vida.
Un día lluvioso donde la ventisca de aire hacía inviable el abrir el paraguas, cosa que ella ignoró, y cuando corría detrás de dicho objeto fue cuando yo la vi. Y allí riendo una frente a la otra observando como el viento se llevaba el paraguas bien lejos , la lluvia mojaba nuestros cuerpos, los abrigos eran harapos empapados en agua. El viento empujaba nuestros cuerpos hacía ningún lugar.
Era en estos días cuando más me llegaba su recuerdo, cuando más se calentaba mi alma pensando en ella.
Ese frío fue nuestro perpetuo aliado, para juntar nuestros cuerpos hasta encontrar el tan deseado calor, ese calor que nos envolvía para después abandonarnos a nuestra suerte.
La nieve se estaba volviendo más espesa.
Y aun tenía que recorrer varias cuadras antes de llegar a mi viejo departamento.
Viejo porque el viento se introducía por cada rendija que encontraba, se adueñaba de el y se hacía un huésped más.
La lluvia imitándole también se apoderaba de un trozo.
Nunca tenía tiempo de arreglarlo, sólo me acordaba de todo ello cuando me visitaban, cuando me incordiaban, cuando llegaban y se apoderaban de mi junto con la casa.
El viento y la nieve se levantaban  y apoderaban de la ciudad.
Los dos tomados de las mano. Como ella y yo cuando corríamos por esas mismas calles como dos locas.
Benditas locuras, las que no se hacen no se tienen, siempre es bueno tener alguna que otra locura para poder recordar. Esas que de alguna manera te hacen sentir que fuiste joven.
Al girar una esquina el viento me empujó violentamente, casi pierdo el equilibrio pero una farola me paró y conseguí mantenerme en pie. Me coloqué el abrigo lo más alto que puede y continué mi trayecto.
La gente con las cabezas bajadas, los abrigos y bufandas tapando todo su cuerpo, caminaban de prisa huyendo del frío.
Unos cuantos niños no muchos se llenaban las manos con esos copos que llegaron los primeros, para formar un manto blanco. Ahora estaban en esas pequeñas manos, que los lanzaban nuevamente de vuelta hacía arriba. Y ellos insistentes volvían a caer de nuevo para unirse a los copos, que quedaban en el suelo sin ser tocados por las pequeñas manos de aquellos seres, que no entendían que esos copos iban a trastocar toda la vida de nuestro hermosa ciudad.
Las tiendas muchas ya comenzaban a echar el cierre, la hora estaba cerca, y el frío encima. Poca gente se acercaba a los comercios.
Las chimeneas ya pocas en algún que otro sitio comenzaban a echar ese humo. Me imaginaba a las familias sentadas al lado del fuego hablando y haciendo tiempo.
Cuantos días ella y yo nos sentábamos en aquel sofá con nuestra manta, nuestros pijamas de franela, y una buena taza de café. Cuantas charlas , cuantos secretos compartimos, cuanto nos conocimos abrigadas en aquel sofá.
Los copos de nieve estaban  dejando paso a una lluvia invisible pero penetrante, los coches, se movían lentamente para no perder el control. Algún que otro taxi se atrevía a seguir llevando gente de un lado a otro, pero no por mucho tiempo pues el manto blanco parecía estar tomando posición en medio de aquel escaso tráfico.
Algún que otro rostro se asomaban resguardadas por los cristales y miraba como la ciudad cambiaba de aspecto con esa maldita ventisca.
La recuerdo a ella, como le gustaba asomarse a través de la ventana y mirar la lluvia caer se pasaba horas mirándola , era como si las dos se contemplaran, la lluvia golpeaba los cristales y ella sonreía. Cuántas veces le pregunté  ¿qué haces ahí tanto tiempo?.
Giraba su pequeña cabeza, me miraba profundamente y volvía a su cristal. Cuántas veces le tuve celos a la lluvia, cuántas veces quise ser lluvia.
El trayecto se me estaba haciendo lento, me parecía llevar caminando un siglo, pero ya sólo me quedaba cuadra y media.
Las luces de la ciudad estaban tomando posiciones, aunque su claridad no era como cada noche, cuando aparecían. Ahora las farolas tomaban el aspecto de linternas a punto de quedarse sin pilas. Porque la oscuridad que arrastraba la tormenta era más poderosa que una simples farolas.
Sentía mi cuerpo temblar, esa maldita lluvia seguía empapándome, creo que me confundió con ella con la mujer de sus juegos e intentaba confundir mi cuerpo mojado.
Pero yo no era ella, a mi la lluvia siempre me pareció eso, lluvia, que moja los cuerpos, que te obliga a resguardarte , que te hace evitarla para permanecer  seca.
Pero ahora que estaba empapada recuerdo una de esas locuras que guardo en mi memoria. Fue ella la que me llevó a lanzarme a esa locura, era un día lluvioso, me tomó por sorpresa me quitaba la ropa, la dejé hacer pero con protesta incluida, se quitó la suya y me empujó hacia un pequeño saliente donde la lluvia caía mansa, , y allí con el frío que hacía en ropas menores, me hizo el amor.  Esa locura no se me olvida, pero no por ello amo la lluvia más que antes. Esa locura nos tuvo en cama por lo menos dos días.
Ya podía distinguir el portal de mi departamento me quedaba un último esfuerzo contra aquella tormenta infernal que parecía avecinarse. Mis pasos eran bastante forzados la nieve se amontonaba en mis suelas y el viento empujaba en mi contra. La lluvia seguía confundiéndome con ella.
Por fin empujé la puerta que me acogía como salvadora de aquellos elementos que el cielo levantaba. Me giré antes de subir, miré la lluvia que golpeaba el cristal como llamándome.
Te confundes , le decía yo con la mirada, y a grito callado no soy ella, la que te quería la que pasaba horas mirándote. No soy yo.
Por fin cerré la puerta de mi departamento. Me fui directamente a la habitación y tiritando de frío empecé a quitarme las ropas mojadas que se adherían a mi piel.
Como ella cuando nos amábamos se pegaba a mi piel. Como esos tatuajes que se adhieren y no se pueden  quitar así estaba ella pegada a mi.
Me secaba el cuerpo con una toalla, me estaba enfundando en uno de sus pijamas preferidos, su roce en mi cuerpo era un profundo recuerdo, un sentimiento encontrado un perpetuo amor hacía esa mujer que me hizo conocer y disfrutar eternamente del amor.
Me asomé a la ventana la noche era oscura, profunda como mi vida . Ella no estaba compartiendo mi departamento, su taza de café llena y en mis labios eran otro recuerdo, tenía lleno el departamento de ella, de sus recuerdos, y vivía con ellos, usaba todo lo que ella me dejó.
La imaginé en otra ventana mirando aquella lluvia, y la  vi mirándome invitándome a que me acercara para compartir con ella la sublime maravilla de la lluvia.
Comenzaba a recuperar el calor que la tormenta me robó me acurruqué en nuestro sofá, me tapé con la manta que aun mantenía su olor, ese olor que se me quedó tan dentro.
El viento soplaba fuerte chocaba contra todo lo que permanecía estático y en movimiento haciendo que el departamento se llenara de ruidos.
Esos mismos ruidos que a ella le asustaban, la recuerdo por las noches con ese sueño tan leve que tenía y a cada ruido la notaba apretarse contra mi cuerpo. Amé los ruidos de la noche porque hacía que la tuviera pegada a mi rodeándome con sus brazos suaves.
Son sólo ruidos le decía yo y le sujetaba esos brazos para que no se alejara.
A la mañana la encontraba durmiendo plácidamente, la miraba y la tapaba y me preparaba para el comienzo del día.
El viento que volvía a golpear nuevamente la ventana me sacó de mis pensamientos.
Me levanté, me dirigí a la habitación abrí las mantas y me introduje en ese colchón, me tapé toda hasta la cabeza y frotando los pies contra la sabana intentaba calentarlos.
Sus pies cuantas veces rozaban los míos intentando darme calor, ya sabía ella de mi defecto tenía siempre los pies helados, y en cuanto estaba a su lado ya notaba los suyos frotándose con los míos hasta que estos tomaban calor.
Recordando sus ojos me empezaba a quedar dormida, la tormenta seguía rugiendo, apoderándose de la ciudad.
Como ella se apoderó de mi. Como este frío invierno . Mi vida siempre será invierno frío y helado invierno sin ella.
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1 comentario:

  1. Quien pueda sentir asi nunca vivirá en un frío invierno. Es de lo mas lindo que has escrito, Riba. Gracias por compartirlo.
    G, Arg.

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