Capítulo 1 _ DESTINOS I
—Es hora
princesa.— La voz fría de mi nana me sacó de mis cavilaciones, me encontraba
tan perdida en mis pensamientos que no sentí en qué momento abrieron la puerta
de la que hasta ahora fuera mi habitación.
—¿Ya bajaron
todas las maletas?— Pregunté sin mirar a Miss María.
—Los guardias
están terminando de colocarlas en el carruaje.— La mujer se quedó observándola
unos instantes. —Su madre desea despedirse.
Mis músculos se
tensaron con la sola mención de mi madre —permítame unos minutos más a
solas—suspire profundo acercándome a la ventana desde donde se divisaba el
cielo con visos naranja.
—Como guste
princesa.— La mujer se inclinó con educación para a continuación dejarla a
solas con sus pensamientos.
En qué rayos
estaban pensando sus padres cuando tomaron esta terrible decisión, ni siquiera
se tomaron el tiempo de preguntarle a ella que era lo que deseaba. Acalló un
sollozo con él envés de su mano, ya no habría tiempo para llorar, debía
abandonar su hogar y sus sueños, ya nada podría ser igual para ella.
Se recompuso
cerrando con fuerza los ojos carmesí, una lágrima furtiva rodó por su mejilla,
sería la única que se atrevería a derramar, limpio su rostro, acomodo su
vestido, miró por última vez su habitación ahora ya fría y vacía, camino con
tranquilidad hacia la puerta tomando el pómulo con fuerza, fuerza misma que
utilizó para enterrar cualquier atisbo de sus sentimientos para luego salir sin
mirar más atrás.
—General
Kanzaki,— la voz fuerte y déspota del rey llamó la atención del pelinegro que
ya se encontraba listo para subir a su caballo, —le ordenó llevar a mi hija a
salvo a su destino.
—Su majestad— el
hombre se inclinó al mismo tiempo que colocaba la mano izquierda en su pecho.
—La protegeré con mi vida si es necesario,— mantuvo la vista en el suelo a la
espera de la orden final.
—El rey Kruger
prometió encontrarse con ustedes a mitad del camino.— El hombre de cabellos
grises y ojos rojos bajo la voz para que solo el general lo escuchara, odiaba tener
que hacer esto, pero las circunstancias le apremiaban, desafortunadamente
Shizuru era su única hija, necesitaba un heredero varón, por ley solo un hombre
podría heredar su trono.
—No se preocupe
majestad, tendremos especial cuidado en el camino, tenemos las tropas en total
alerta, yo mismo estaré al frente de la comitiva,— aseguró el hombre con
severidad.
El rey suspiró
meditabundo, observaba a su hija ya en el carruaje con esa expresión tan seria que la hacía ver
mucho mayor de lo que realmente era, no era feliz, la conocía como a la palma
de su mano.
Camino hacia el
carruaje cabizbajo, aunque fuera el rey y supiera que era la mejor decisión
para su reino, no se atenuaba ese cargo de conciencia que como padre no eludirá
en mucho tiempo; subió por las escaleras después de que uno de los peones le
abriera la puerta, se sentó en silencio frente a la castaña. —Lo lamento hija
mía,— los ojos carmesí siguieron perdidos en el cielo ya oscuro— se que ahora
no entiendes el porqué de las cosas—coloco su mano arrugada sobre las manos
cruzadas que su hija había dejado reposar sobre su vestido a la altura de los
muslos. Shizuru por su parte no se movió, ni siquiera se atrevía a girar su
cabeza para mirarlo, sentía que se rompería a llorar si lo hiciera, tan solo sintió
el vaivén del carruaje advirtiéndole que su padre ya no estaba, apenas el vacío
de la soledad la acompaña, incluso cuando su nana ya se acomodaba al frente.
—¡ES HORA!— La
voz del general rompió con el silencio, los cascos de los caballos y el sonido
de las armaduras sonaron escandalosas al mismo tiempo que el carruaje iniciaba
su lento movimiento, mientras tanto, una mujer con rostro pétreo y mirada fría
observaba todo desde la ventana de su habitación —Síguelos sin que se den
cuenta,— le ordenó a la sombra que se hallaba muy cerca de la puerta que diera
hacia el balcón. —Como ordene, mi reina.— Indicó la sombra para luego
desaparecer sin un solo sonido.
—0—0—0—
Keijin Kruger,
era un hombre alto y fuerte, aunque cada vez más viejo, era el dirigente de la
nación de Fuuka, 2.200 km2 que conocía a la perfección, pero era incapaz de
conocer el paradero de su hijo mayor, quitándose los lentes se sobo el puente
de la nariz con la yema de los dedos, un leve tic empezaba a notarse en su ojo
derecho, motivo de su angustia y encono. Su esposa, la preciosa Saeko lo
observaba sonriente desde el cuadro gigantesco que estaba en la entrada del
salón, —ojalá estuvieses aquí, solo tú sabías controlar a ese chico— inquirió a
la inerte pintura.
—Su
majestad,—Yuuichi Tate entró en el salón con una reverencia. —No ha sido
posible encontrar al príncipe, y tenemos el tiempo justo para ir hasta la
frontera con Tsu— Se levantó serio esperando la respuesta de su interlocutor,
sin embargo, sólo recibió un gruñido.
La puerta se abrió
nuevamente sacándolos de su elucubraciones, una mujer pelirroja caminaba
furiosa arrastrando a un joven del brazo. —Mi señor,— se inclinó levemente
—disculpe si lo molesto en este momento— De reojo observó al sorprendido y
rubio soldado. — Una vez más tengo problemas con la princesa— Halo del brazo de
aquel joven para descubrir a una pelinegra con furiosos ojos verdes, lucia
ropas inapropiadas para una dama, pantalon y chaqueta negros junto con una
camisa blanca y corbata, botas para montar caballo y lo que más llamó la
atención de su progenitor, una funda en el cinto.
—¡NATSUKI!... —
golpeó con fuerza el trono con el puño tratando de tranquilizarse, el tic se
hacía cada vez más evidente —“Saeko, mi
amor ¿Por qué me dejaste solo con estos hijos?”— pensó mientras posaba
nuevamente sus ojos en aquel retrato donde estaba su esposa acompañada de
aquellos dos dolores de cabeza que también eran su delirio; al lado derecho un
sonriente Arashi y al lado izquierdo la malhumorada Natsuki tan solo unas horas
menor que su hermano, cualquiera que viera ese retrato podría confundirlos fácilmente pues en aquella época eran tan
parecidos que hasta se vestían igual, fue así como se le vino a la mente la
solución a su predicamento.
—Déjenos solos—
ordenó al general y a la nana quienes en silencio realizaron una reverencia
para luego desaparecer por la puerta.
—Te he dicho
muchas veces que no uses esas ropas, no es así como se viste una dama— el
pelinegro se levantó del trono caminando hacia ella, la chica solo giro su
rostro molesta, ya estaba cansada de que la presionará para ser lo que ella no
quería ser, una doncella.
—Termina rápido
por favor, estoy cansada…— Dijo la mas joven para disgusto del rey, quien tenso
la mandíbula, aquella grosería lo exasperaba, no sabía cómo hablar con su hija;
fue peor después de la muerte de Saeko, él se había alejado de ambos chicos
pues se la recordaban, más aún ella pues eran su vivo retrato, con esa melena
negra azulada y esos ojos verdes prepotentes, justamente las mismas cosas que
lo habían enamorado de la madre, y era eso mismo lo que más detestaba ver en
ella, porque era como rozar una espina perenne en su pecho, pero no tenía otra
alternativa en ese momento.
—Quiero hacer un
trato contigo— Los ojos verdes lo miraron desconfiados. —Te voy a liberar de
tus obligaciones como princesa por dos meses.
Una sonrisa suspicaz se apoderó de la joven, —Seis meses.. — tentó su
suerte esperando que el hombre cediera.
La guerra de miradas se hizo más intensa — Cinco…— la chica astuta
sintió la urgencia en la voz del mayor.
Pasados unos
segundo el hombre se dio por vencido. —Bien, cinco serán,— gruñó al tiempo que
le daba paso a una confundida institutriz. —Fumi— necesito que ayude a Natsuki
a vestirse, debe verse igual a Arashi, u por favor mantenga esto en secreto.—
Terminó de hablar con la mujer y se giró a ver a su hija. —Debes ir con el general por la
prometida de tu hermano, nadie sabe dónde se encuentra y no tenemos más tiempo,
solo quédate en silencio, el general hablará por ti— Luego llamó al militar
para indicarle que esperara con los caballos en la entrada palaciega.
Los hombres
esperaban ya sobre sus caballos cuando un joven bajaba por las escaleras
saliendo del castillo, se le veía incómodo, casi luchando con la armadura,
cualquiera que lo viera por primera vez diría que no estaría acostumbrado a
tales vestimentas, pero aquellos hombres no lo veían por primera vez por lo que
se miraron confundidos en aquel momento.
—CofCof…
príncipe— Un rubio apenado lo instó a acercarse para que subiera a su caballo,
el joven se acomodó por última vez el casco, tan solo sus ojos verdes se podían
ver, el corcel golpeó el suelo con los cascos de sus patas delanteras,
presentía que ese no era su amo, sin embargo había algo familiar en él.
—Tranquilo Kanto...— El joven le susurró en la oreja del equino, —tu me
conoces— le acarició el lomo con lo cual se tranquilizó permitiéndole montar
sobre el.
—0—0—0—
No muy lejos de
allí Arashi tomaba el último sorbo de agua del recipiente —Amo Kruger, ¿está
seguro de que lo que está haciendo no le traerá más problemas?— un joven
castaño de ojos lila observó a su acompañante.
—Estoy cansado de pretender ser quien no deseo ser,— el pelinegro apago
la fogata que minutos antes les sirviera como fuente de calor— mañana será otro
día Takumi— caminó hacia el caballo acomodando su bolsa en los lomos del
corcel.
El valle oscuro
mostraba a lo lejos luces en el cielo, sería una noche de estrellas fugaces,
tres personas observaban con inquietud hacia la estela que dejaba una de ellas,
en sus corazones el deseo de que su vida fuera mejor, tres corazones pronunciaron un deseo.
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Super ....Ojalá este completa la historia sam
ResponderEliminarMe encantó
ResponderEliminaresta buena megusto ojala la terminen y no nos quedemos amedias gracias por tu historia
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