Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Serenpidia - Eldest88 - Capítulo 1


Capítulo 1 _ DESTINOS I
—Es hora princesa.— La voz fría de mi nana me sacó de mis cavilaciones, me encontraba tan perdida en mis pensamientos que no sentí en qué momento abrieron la puerta de la que hasta ahora fuera mi habitación.
—¿Ya bajaron todas las maletas?— Pregunté sin mirar a Miss María.
—Los guardias están terminando de colocarlas en el carruaje.— La mujer se quedó observándola unos instantes. —Su madre desea despedirse.

Mis músculos se tensaron con la sola mención de mi madre —permítame unos minutos más a solas—suspire profundo acercándome a la ventana desde donde se divisaba el cielo con visos naranja.
—Como guste princesa.— La mujer se inclinó con educación para a continuación dejarla a solas con sus pensamientos.
En qué rayos estaban pensando sus padres cuando tomaron esta terrible decisión, ni siquiera se tomaron el tiempo de preguntarle a ella que era lo que deseaba. Acalló un sollozo con él envés de su mano, ya no habría tiempo para llorar, debía abandonar su hogar y sus sueños, ya nada podría ser igual para ella.
Se recompuso cerrando con fuerza los ojos carmesí, una lágrima furtiva rodó por su mejilla, sería la única que se atrevería a derramar, limpio su rostro, acomodo su vestido, miró por última vez su habitación ahora ya fría y vacía, camino con tranquilidad hacia la puerta tomando el pómulo con fuerza, fuerza misma que utilizó para enterrar cualquier atisbo de sus sentimientos para luego salir sin mirar más atrás.
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—General Kanzaki,— la voz fuerte y déspota del rey llamó la atención del pelinegro que ya se encontraba listo para subir a su caballo, —le ordenó llevar a mi hija a salvo a su destino.
—Su majestad— el hombre se inclinó al mismo tiempo que colocaba la mano izquierda en su pecho. —La protegeré con mi vida si es necesario,— mantuvo la vista en el suelo a la espera de la orden final.
—El rey Kruger prometió encontrarse con ustedes a mitad del camino.— El hombre de cabellos grises y ojos rojos bajo la voz para que solo el general lo escuchara, odiaba tener que hacer esto, pero las circunstancias le apremiaban, desafortunadamente Shizuru era su única hija, necesitaba un heredero varón, por ley solo un hombre podría heredar su trono.
—No se preocupe majestad, tendremos especial cuidado en el camino, tenemos las tropas en total alerta, yo mismo estaré al frente de la comitiva,— aseguró el hombre con severidad.
El rey suspiró meditabundo, observaba a su hija ya en el carruaje  con esa expresión tan seria que la hacía ver mucho mayor de lo que realmente era, no era feliz, la conocía como a la palma de su mano.
Camino hacia el carruaje cabizbajo, aunque fuera el rey y supiera que era la mejor decisión para su reino, no se atenuaba ese cargo de conciencia que como padre no eludirá en mucho tiempo; subió por las escaleras después de que uno de los peones le abriera la puerta, se sentó en silencio frente a la castaña. —Lo lamento hija mía,— los ojos carmesí siguieron perdidos en el cielo ya oscuro— se que ahora no entiendes el porqué de las cosas—coloco su mano arrugada sobre las manos cruzadas que su hija había dejado reposar sobre su vestido a la altura de los muslos. Shizuru por su parte no se movió, ni siquiera se atrevía a girar su cabeza para mirarlo, sentía que se rompería a llorar si lo hiciera, tan solo sintió el vaivén del carruaje advirtiéndole que su padre ya no estaba, apenas el vacío de la soledad la acompaña, incluso cuando su nana ya se acomodaba al frente.
—¡ES HORA!— La voz del general rompió con el silencio, los cascos de los caballos y el sonido de las armaduras sonaron escandalosas al mismo tiempo que el carruaje iniciaba su lento movimiento, mientras tanto, una mujer con rostro pétreo y mirada fría observaba todo desde la ventana de su habitación —Síguelos sin que se den cuenta,— le ordenó a la sombra que se hallaba muy cerca de la puerta que diera hacia el balcón. —Como ordene, mi reina.— Indicó la sombra para luego desaparecer sin un solo sonido.
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Keijin Kruger, era un hombre alto y fuerte, aunque cada vez más viejo, era el dirigente de la nación de Fuuka, 2.200 km2 que conocía a la perfección, pero era incapaz de conocer el paradero de su hijo mayor, quitándose los lentes se sobo el puente de la nariz con la yema de los dedos, un leve tic empezaba a notarse en su ojo derecho, motivo de su angustia y encono. Su esposa, la preciosa Saeko lo observaba sonriente desde el cuadro gigantesco que estaba en la entrada del salón, —ojalá estuvieses aquí, solo tú sabías controlar a ese chico— inquirió a la inerte pintura.
—Su majestad,—Yuuichi Tate entró en el salón con una reverencia. —No ha sido posible encontrar al príncipe, y tenemos el tiempo justo para ir hasta la frontera con Tsu— Se levantó serio esperando la respuesta de su interlocutor, sin embargo, sólo recibió un gruñido.
La puerta se abrió nuevamente sacándolos de su elucubraciones, una mujer pelirroja caminaba furiosa arrastrando a un joven del brazo. —Mi señor,— se inclinó levemente —disculpe si lo molesto en este momento— De reojo observó al sorprendido y rubio soldado. — Una vez más tengo problemas con la princesa— Halo del brazo de aquel joven para descubrir a una pelinegra con furiosos ojos verdes, lucia ropas inapropiadas para una dama, pantalon y chaqueta negros junto con una camisa blanca y corbata, botas para montar caballo y lo que más llamó la atención de su progenitor, una funda en el cinto.
—¡NATSUKI!... — golpeó con fuerza el trono con el puño tratando de tranquilizarse, el tic se hacía cada vez más evidente —“Saeko, mi amor ¿Por qué me dejaste solo con estos hijos?”— pensó mientras posaba nuevamente sus ojos en aquel retrato donde estaba su esposa acompañada de aquellos dos dolores de cabeza que también eran su delirio; al lado derecho un sonriente Arashi y al lado izquierdo la malhumorada Natsuki tan solo unas horas menor que su hermano, cualquiera que viera ese retrato podría confundirlos  fácilmente pues en aquella época eran tan parecidos que hasta se vestían igual, fue así como se le vino a la mente la solución a su predicamento.
—Déjenos solos— ordenó al general y a la nana quienes en silencio realizaron una reverencia para luego desaparecer por la puerta.
—Te he dicho muchas veces que no uses esas ropas, no es así como se viste una dama— el pelinegro se levantó del trono caminando hacia ella, la chica solo giro su rostro molesta, ya estaba cansada de que la presionará para ser lo que ella no quería ser, una doncella.
—Termina rápido por favor, estoy cansada…— Dijo la mas joven para disgusto del rey, quien tenso la mandíbula, aquella grosería lo exasperaba, no sabía cómo hablar con su hija; fue peor después de la muerte de Saeko, él se había alejado de ambos chicos pues se la recordaban, más aún ella pues eran su vivo retrato, con esa melena negra azulada y esos ojos verdes prepotentes, justamente las mismas cosas que lo habían enamorado de la madre, y era eso mismo lo que más detestaba ver en ella, porque era como rozar una espina perenne en su pecho, pero no tenía otra alternativa en ese momento.
—Quiero hacer un trato contigo— Los ojos verdes lo miraron desconfiados. —Te voy a liberar de tus obligaciones como princesa por dos meses.
Una sonrisa suspicaz se apoderó de la joven, —Seis meses.. — tentó su suerte esperando que el hombre cediera.

Sin embargo, los ojos grises la miraron con ira. — Tres.
La guerra de miradas se hizo más intensa — Cinco…— la chica astuta sintió la urgencia en la voz del mayor.
Pasados unos segundo el hombre se dio por vencido. —Bien, cinco serán,— gruñó al tiempo que le daba paso a una confundida institutriz. —Fumi— necesito que ayude a Natsuki a vestirse, debe verse igual a Arashi, u por favor mantenga esto en secreto.— Terminó de hablar con la mujer y se giró a ver a  su hija. —Debes ir con el general por la prometida de tu hermano, nadie sabe dónde se encuentra y no tenemos más tiempo, solo quédate en silencio, el general hablará por ti— Luego llamó al militar para indicarle que esperara con los caballos en la entrada palaciega.
Los hombres esperaban ya sobre sus caballos cuando un joven bajaba por las escaleras saliendo del castillo, se le veía incómodo, casi luchando con la armadura, cualquiera que lo viera por primera vez diría que no estaría acostumbrado a tales vestimentas, pero aquellos hombres no lo veían por primera vez por lo que se miraron confundidos en aquel momento.
—CofCof… príncipe— Un rubio apenado lo instó a acercarse para que subiera a su caballo, el joven se acomodó por última vez el casco, tan solo sus ojos verdes se podían ver, el corcel golpeó el suelo con los cascos de sus patas delanteras, presentía que ese no era su amo, sin embargo había algo familiar en él. —Tranquilo Kanto...— El joven le susurró en la oreja del equino, —tu me conoces— le acarició el lomo con lo cual se tranquilizó permitiéndole montar sobre el.
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No muy lejos de allí Arashi tomaba el último sorbo de agua del recipiente —Amo Kruger, ¿está seguro de que lo que está haciendo no le traerá más problemas?— un joven castaño de ojos lila observó a su acompañante.
—Estoy cansado de pretender ser quien no deseo ser,— el pelinegro apago la fogata que minutos antes les sirviera como fuente de calor— mañana será otro día Takumi— caminó hacia el caballo acomodando su bolsa en los lomos del corcel.
El valle oscuro mostraba a lo lejos luces en el cielo, sería una noche de estrellas fugaces, tres personas observaban con inquietud hacia la estela que dejaba una de ellas, en sus corazones el deseo de que su vida fuera mejor, tres corazones  pronunciaron un deseo.


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