Capítulo
3
Era
después del anochecer cuando Laura llegó a casa. La primera cosa que notó fue
que el único cuarto que no estaba iluminado era su dormitorio. “¡Oh, no!, no
vas a dejar encendida cada luz en esta casa”, pensó mientras se dirigía arriba
por el pasillo.
Abriendo
la puerta del frente, Laura se encontró asaltada por el olor de humo del
cigarrillo. Una rubia estaba sentada sobre su sofá; un cenicero con varias
colillas de cigarro y tres latas vacías de cerveza descansaban sobre la mesita
de café al lado de ella.
—Tú
debes ser Laura —dijo la mujer mientras se ponía de pie.
—Y
tú debes de ser Crystal. —La escritora contestó tendiéndole la mano—. No quiero
comenzar con el pie izquierdo o cualquier cosa, pero, ¿Peter no te informó
sobre las reglas?
—¿Las
reglas?
Laura
subió su dedo índice y pulgar y pellizcó el puente de su nariz.
—No
permito fumar.
—Estas
bromeando. —La artista de strip tease recogió su cerveza y tomó varios tragos—.
El señor “amable” no me dijo nada acerca de no fumar o las reglas.
—Lo
mataré. —masculló Laura, golpeando con los dedos sobre el mueble—. Lo siento,
pero eso es algo con lo que no puedo vivir.
Recogió las latas de cerveza vacías y caminó
hacia el fregadero para enjuagarlas antes de meterlas en una bolsa de plástico
y guardarlas hasta que pudieran ser devueltas a la tienda para el reciclaje.
—Bien,
no es el fin de mundo. Siempre puedes ir a la terraza a fumar.
—Esto
va a ser divertido —masculló Crystal—. Buscaré otro lugar mañana —bebió un
largo trago de su cerveza y tomó el periódico—. ¿Te importa si miro tu
periódico?
—Tómalo.
—Laura abrió el refrigerador y miró dentro detenidamente—. ¿Aún no has comido?
Tengo sobrante de ensalada de pasta... —No vio la cara de náuseas que puso
Crystal por la sugerencia—, tofu, perros calientes o pizza.
—¿Eres
una fanática de la salud?
—Creo
en comer comida que no destruye mi cuerpo —colocó la caja de cartón en el
mueble del mostrador—. La pizza es de Pizzas Shed.
—Ya
he probado algo de ahí —dijo Crystal, levantándose del sofá y cruzando hasta el
otro lado del mostrador—. ¿Qué hay en eso?
—No
mucho, champiñones, pimientos, hierbas —bromeó Laura, riéndose de la mueca de
disgusto en la cara de la rubia—. Sólo estoy bromeando. Los champiñones y los
pimientos, eso todo —abrió la caja y le mostró a Crystal—. ¿Una o dos?
—Dos,
me muero de hambre—. La artista de strip tease colocó sus codos en el mostrador
y usó su pie para colocar la pierna sobre el taburete cercano de la barra—.
Gracias.
—De
nada. —La escritora se limpió las manos en el paño para secar los platos—.
Intentemos esto de nuevo. Soy Laura Taylor.
—Crystal
Sheridan.
—¿Así
que, Crystal, Peter mencionó algo acerca de un incendio? —colocó las pequeñas
pizzas dentro del horno y lo encendió. Al ver el asentimiento de la rubia ella
continuó—: Eso es una lástima. Tuvimos un incendio cuando yo era niña. ¿Estabas
allí cuándo ocurrió?
—Estaba
durmiendo.
—Tuviste
suerte de sobrevivir.
Crystal
contestó gruñendo una respuesta ininteligible, trató de alcanzar otra cerveza y
preguntó:
—¿Sabes
dónde se encuentra la calle Humphrey?
—Creo
que está cerca de la calle Unión, ¿por qué?
—Hay
un dormitorio disponible anunciado en el periódico.
—Uf,
no te gustaría estar en Humphrey —aseguró Laura.
—Debo
ir a donde mis posibilidades me lo permitan —dijo Crystal simplemente—. Mira,
si el señor “amable” me hubiera dicho cualquier cosa acerca de no fumar, no
habría aceptado el apartamento.
—Debió
haber sido un descuido por parte de Peter. Deja que ponga mis manos sobre él...
—dejó el pensamiento sin terminar—. Podemos llegar a un arreglo.
—¿Cómo
qué? yo fumo y tu no quieres a un fumador.
—Hagamos
un trato. Tú puedes fumar en la terraza y el balcón, simplemente no adentro.
—¿Quieres
decir que si me apetece un cigarro en la mañana tengo que vestirme y salir
fuera a la terraza? —Crystal negó con la cabeza—. Conseguiré una de esas cosas
con filtro de aire, pero yo debería poder fumar en mi dormitorio si quiero.
—Pero
en ningún otro lado más. —Laura le advirtió—. ¿Él te comentó que sería la mitad
en todos los servicios públicos y que pagarías por tus llamadas de larga
distancia?
—No
te preocupes. No tengo un año de edad para hacer montones de llamadas
telefónicas.
—Muy
bien, haremos la prueba y veremos cómo va —cerró el horno y señaló la alacena
lejana—. ¿Me podrías pasar, por favor, los platos?
Minutos
más tarde, las dos estaban sentadas en la terraza, comiendo pizza. Laura tomó
un sorbo de su vaso de agua y recorrió con la mirada a la mujer sentada enfrente
de ella. Crystal estaba sumamente callada, sólo se escuchaba el sonido del
periódico procedente del lado del mostrador. Había algo vagamente familiar en
la rubia para Laura, pero no podía recordar de donde.
—Pues
bien Crystal —comenzó—, yo soy escritora. ¿A qué te dedicas?
—Soy...
bailarina —contestó.
—¡Oh!,
¿de ballet?
Crystal
resopló y se encogió de hombros.
—Algo
parecido.
En
ese momento su busca sonó. Tomándolo de su cintura, la artista de strip tease
lo sostuvo y miró ceñudamente el conocido número desplegado.
—Necesito
usar el teléfono.
—En
la sala de estar, al lado del sofá —dijo Laura.
Cuando
Crystal dio la vuelta, la escritora se sintió obligada a mirar los pantalones
vaqueros que marcaban perfectamente su bien formado trasero y bien torneados
muslos. Fue entonces cuando pudo recordar por qué la rubia le parecía tan
familiar. ¡La artista de strip tease! “¡Oh, Peter, esta vez estás realmente en
problemas!”.
La
llamada duró sólo algunos minutos pero eso fue suficiente para que Laura se
terminara su pizza y metiera su plato en el lavaplatos.
—Tengo
algo que escribir así que, que pases buena noche —dijo, mientras Crystal
colgaba el teléfono—. Por favor asegúrate que todas las luces estén apagadas y
las puertas estén cerradas.
—Buenas
noches.
Crystal
observó como su nueva compañera de apartamento subía las escaleras, dejándola
sola. Tomando su pizza y su cerveza del mostrador, cogió el control remoto y se
dejó caer sobre el sofá. Pasaba los canales mientras mordisqueaba su pizza,
dejándolo finalmente en una comedia. El programa no le pareció interesante y
cambió al canal de surfing.
—¡Maldición!
El
control aterrizó en la mesita de café y la lata de cerveza fue rápidamente
vaciada. Un cigarrillo había sido encendido sin pensar y solo después de darle
varias caladas recordó las reglas de Laura.
Maldiciendo
otra vez, Crystal entró en la cocina, tomó las dos últimas latas de cerveza, y
abrió la puerta de cristal corrediza. Sentándose en una de las sillas plásticas
blancas, la artista de strip tease puso sus pies en la verja de hierro y se
quedó mirando fijamente hacia el oscuro cielo.
“¿Qué
diablos estoy haciendo aquí? No puedo estar viviendo con la “Señorita
Perfecta”. Lanzó el cigarrillo lejos y abrió una cerveza. A lo lejos un búho
echó gritos como saludo para las otras criaturas de la oscuridad. Tragando
rápidamente, Crystal bebió con glotonería la mitad de la lata antes de entrar
de nuevo. “Buena noche para emborracharse”, pensó amargamente. Se percató que
Laura había dejado la puerta abierta del balcón porque podía escuchar a la otra
mujer mecanografiando en el ordenador. Bebiendo toda su cerveza, Crystal estuvo
parada ahí un momento y luego entró.
Laura
escuchó la puerta corrediza de cristal cerrarse, seguida al poco tiempo por el
sonido de unos pasos en las escaleras. Su puerta estaba entreabierta, y vio a
la rubia pasar de largo con una lata de cerveza en su mano.
“Genial,
probablemente tiene problema con la bebida”. Suspirando fuertemente, negó con
la cabeza y devolvió su atención a su historia. Sólo logró escribir algunas
frases antes de que el sonido de muebles moviéndose de un lado a otro la
perturbara de nuevo. “No voy a poder avanzar en mi trabajo con todo ese ruido”.
Apartándose del ordenador, Laura se levantó y caminó hacia el dormitorio de
Crystal.
—¿Necesitas
ayuda? —preguntó a través de la puerta cerrada.
—No,
ya lo tengo todo resuelto. —Vino la respuesta.
—Bien,
buenas noches entonces.
Esperó algunos segundos por una respuesta
antes de regresar a su cuarto. Una vez adentro, cerró la puerta y tomó el
teléfono. Marcando un número ya conocido, Laura esperó después de varios
timbrazos antes que el contestador respondiera.
—Hola,
somos Peter y Michael. No podemos atender el teléfono ahora, por favor deje un
mensaje... beeeep.
—Peter,
soy Laura, sé que estás en casa así que contesta el teléfono —esperó un
momento, luego continuó—: Bien. Llámame en cuanto puedas. Es muy importante.
Colgó
por un momento el aparato receptor, luego lo levantó de nuevo y marcó otro
número. Esta vez fue respondida por una voz agradable.
—¿Hola?
—Hola
Jenny, soy Laura.
—Hola,
cariño, ¿qué pasa?
—¿Estás
ocupada?
—No,
realmente no, solo miraba la televisión. ¿Sucede algo?
Laura
miró hacia la puerta.
—No
puedo hablar de esto por teléfono. ¿Puedo ir a tu casa?
—¿Pasa
algo malo? Laura, ¿te encuentras bien?
—Estoy
bien, Jen, solo necesito hablar.
—Está
bien, puedes venir. Aquí estaré.
—Gracias,
te veo en quince minutos o un poco menos. —Laura se despidió y colgó el
teléfono. Pensó en decirle a Crystal que saldría pero decidió no hacerlo. “Ella
lo sabrá cuando escuche la puerta cerrarse”. Comenzó a atarse sus zapatos de
lona y se puso su playera de mangas cortas azul claro.
Laura
estacionó su Jeep en el camino de acceso, sonrió cuando vio la luz exterior
encenderse y Jenny abría la puerta principal. Ellas habían terminado hacía ya
dos años y habían quedado como buenas amigas que compartían una relación muy
especial que con solo una ex-amante se puede compartir. Jenny era terapeuta y
acudir a ella era un lugar seguro para Laura donde poder ir a desahogarse de
sus cosas.
—Me
alegro que estés en casa. No creerías lo que me ha pasado —decía mientras se
acercaba a la puerta.
—¿Qué
pudo haber pasado en el transcurso entre el almuerzo y ahora? —preguntó Jenny
mientras entraban en la casa.
—Voy
a matar a Peter. —Se sentó en el sofá, doblando su pierna debajo de ella
mirando a su ex amante, quien se sentó al lado opuesto—. No creerás lo que
hizo.
—Creo
que te consiguió a una compañera de apartamento...
Laura
bufó.
—¿Una
compañera de apartamento? Una compañera de apartamento del infierno, tal vez.
Ella fuma y toma cervezas en su dormitorio por la noche.
—¿Una
fumadora? —Jenny negó con la cabeza—. ¿En qué estaba pensando? ¿No le dijiste
que necesitabas a alguien que no fumara?
—Por
supuesto que se lo dije. Le di una lista muy explícita de las reglas —pasó sus
dedos por su pelo oscuro y suspiró—. Ella es una stripper.
—¿Una
stripper? ¿Quieres decir una chica “me quito todo y colócame el dinero en la
entrepierna”?, ¿ese tipo de stripper?
—Exactamente
— Laura contestó.
—¿Y
esto es lo que te tiene tan molesta?
—Es
que simplemente no va a funcionar.
—¿Y
ya estás tan segura de ello con tan solo un día?
—No
empieces con tus cosas de psicología conmigo, Jen. —Le advirtió la escritora—.
Sólo me tomó algunos minutos en realidad —colocó su mano en la rodilla de
Jenny, un gesto ya común entre las ex-amantes—. Nunca dice por favor y le sacas
con trabajos un simple “gracias”.
—Así
que no es para nada “La
Señorita Educada ”. ¿Sabe que eres gay?
Laura
negó con la cabeza.
—Creo
que no, a menos que Peter le dijese.
—¿Y
tiene esta compañera del infierno un nombre? —preguntó Jenny.
—Crystal —respondió Laura.
—Bien, ve el lado bueno de las cosas. Si Crystal es una stripper, tal vez te dará una función privada —bromeó Jenny, ganándose un golpe repentino en el muslo.
—No empieces. Esto es serio.
—Para mí también lo es. —La terapeuta estuvo de acuerdo, rozando con la yema de su dedo ligeramente el antebrazo de Laura.
—Sabes que no hay una ley que diga que las ex amantes no puedan dormir juntas de vez en cuando —dijo Laura.
—Es verdad —Jenny estuvo de acuerdo—. ¿Pero piensas en realidad que es buena idea?
—Oh, pienso que es una espléndida idea —dijo Laura con voz ronca, arrastrándose por el sofá hasta que sus labios estuvieran cerca de la oreja de su ex-amante—. Considéralo como una manera de recordar viejos tiempos.
—Debería de considerar mejor que estás excitada —contestó Jenny.
—Pues bien, la falta de sexo no fue nunca un problema en nuestra relación, si mal no recuerdo. —La escritora continúo presionando y mordisqueando el lóbulo de Jenny. Su voz tomó un timbre muy sensual—. ¿Qué te parece compartir tu cama conmigo esta noche, hmm?
—Diablos, odio cuando utilizas ese tono de voz —contestó Jenny, contrayendo sus labios.
—Si, que más puedo decir —murmuró, bajando sus dedos desabrochando los botones de la blusa de Jenny.
Pronto separó la blusa revelando una suave y blanca piel, sus pechos eran demasiado pequeños para perder el tiempo con un sostén. Laura la estiró en el sofá y comenzó a recorrer con sus labios a lo largo de la clavícula expuesta. De pronto sintió como los dedos de Jenny se enredan en su cabello guiándola hacia abajo.
—¿Estas algo ansiosa no es así, Jen?
—¡Deja de bromear...! ¡Oh! —Cualquier otra cosa que la terapeuta hubiera querido decir se esfumó cuando unos labios suaves se cerraron alrededor de su pezón y comenzaron a succionar.
Laura gimió sobre el seno con el que estaba jugando y presionó su cadera contra el cuerpo que se retorcía debajo de ella.
—Extrañaba esto —murmuró, besando el camino a través del pecho de Jenny para lamer y besar el otro pezón. Sintiendo como tiraba fuertemente de su blusa, se levantó y dejó que la terapeuta vagara un poco con sus manos.
—Seguro no vas a dejar que se arrugue ¿verdad?
Laura dejó de desabotonarle la blusa y miró hacia abajo a su ex-amante.
—Sabes que no me gustan las arrugas.
Quitándose la blusa, la plegó pulcramente y la colocó en la mesita de café. El sostén fue el siguiente, doblando las copas una dentro de la otra. Jenny se quitó su ropa superior completamente y la lanzó a través del cuarto.
—Sabes que odio eso —dijo Laura, mirando con intención la blusa arrugada.
—Y yo odio la manera en que tú tienes que doblar todo. —Jenny peinó con sus dedos el cabello negro de Laura.
—Soy un poco neurótica con esto, ¿no es así? —Se volvió a recostar dejando que sus labios se rozaran—. ¿Cómo pudiste vivir conmigo?
—Bueno, pudiste haber tenido otros defectos peores que ser una compulsiva obsesiva.
—¿Es eso como ser anal retentivo? —La escritora bromeaba mientras presionaba su muslo entre las piernas de Jenny, complacida por el gemido resultante. Plantó besos a lo largo de la mandíbula de la terapeuta hasta que sus labios encontraron una oreja enmarcada por cabello suave castaño—. Pienso que podemos encontrar algo mejor hacer que buscar los defectos de cada una. ¿No cree usted, mi pequeña analista? —Laura flexionó sus músculos para ejercer más presión.
—S-si, tienes toda la razón. —Jenny estaba de acuerdo, su aliento sonaba con jadeos entrecortados—. No más bromas.
—Creí que te gustaban las bromas. —Laura sonrió maliciosamente antes de bajar sus labios hasta el seno de su ex-amante—. Bromas y más bromas.
“Maldición, no, esta noche no”. Silenciosamente suplicó para que el sueño no siguiera eludiéndola. Frustrada, se enderezó y trató de alcanzar sus cigarrillos y encendedor. Segundos más tarde el humo gris formaba remolinos alrededor de su cabeza. Es solo porque es mi primera noche en un lugar nuevo, se dijo a sí misma. El pensamiento no le sirvió de nada a Crystal para relajarse y se encontró encendiendo la lámpara, permitiendo que la ligera luz pálida alejara las sombras y le ayudara a disipar su miedo. Miró el reloj de nuevo.
—Creo que Laura no regresará esta noche.
Apagó su cigarrillo en el cenicero, abrió el cajón de su mesita de noche y sacó una pequeña pipa de metal y algo de incienso. Después de asegurar el incienso lo encendió, Crystal llenó la pipa con marihuana que tenía escondida en una pequeña lata. El deseo de despejar sus sentimientos era demasiado fuerte como para resistirse. Su organismo finalmente se relajó bajo la influencia de la droga, las imágenes de su pesadilla se iban disipando. Tenía la vista ya nublada y con el dorso de su mano se limpió con enojo a través de sus ojos mientras las lágrimas comenzaban a caer.
Habían pasado casi dos meses desde la última pesadilla y había tenido la esperanza de que desaparecieran para siempre. “Debí haberlo imaginado”, pensó amargamente mientras volvía a llenar el pequeño tubo. Las pesadillas... y los recuerdos que las causaban habían estado con ella por más de doce años ya y Cristal temía que nunca la dejaran.
La droga le pegó duro después de su tercera calada y cuando por fin llegó el sueño a la stripper, lo hizo ya sin las pesadillas.
—Buenos días.
—Buenos días —contestó la stripper, colocando el periódico en la mesa.
De manera fortuita Laura miró ceñudamente las secciones del periódico por la forma revuelta en que estaban apiladas. “¿Por qué nadie pone las cosas de la forma en las que estaban antes?”, reflexionó silenciosamente.
—¿Has terminado con este?
—Sí. —Crystal dio una larga calada de su cigarrillo soltando el humo a través de la verja de hierro—. ¿Oye, te importaría si compro una cortina nueva para el baño? No me gusta la que tienes.
—Um... seguro. —Laura se encogió de hombros—. Esa sólo tiene algunos meses de uso.
—Sí pero no puedo soportar todas esas flores y holanes. —La stripper se levantó y metió su paquete de cigarrillos en el bolsillo de sus vaqueros—. Escogeré una nueva esta tarde de camino al trabajo.
Mirándole los senos ciñéndose contra la blusa de algodón, Laura se sonrojó ante el recuerdo de Crystal haciendo oscilar sus pechos para el público en el Tom Cat Club.
—¿En donde trabajas? —preguntó, esperando iniciar una conversación entre las dos.
—En el centro —contestó Crystal, tomando el resto de su café.
Laura dejó que evadiera la conversación, teniendo la sospecha de que el tema seguro no le era nada cómodo a la joven mujer.
—Compraré tacos esta noche para la cena. ¿Te gustaría que comprara algunos para ti también?
—No, no me gusta la comida de conejo. —Crystal miró su reloj de pulsera—. Me tengo que ir.
—Bien, que tengas un buen día. —Laura recibió un gruñido como respuesta de la stripper mientras le pasaba por un lado y entraba al apartamento.
“No puedo creer que accedí a esto”, pensó Laura.
Sus ojos miraron el desorden sobre la mesa. Crystal había dejado ahí su taza de café, un plato lleno con migajas, una toalla de papel arrugada, y el periódico desorganizado. Incapaz de dejar todo en completo desorden, Laura llevó los platos al lavaplatos y puso en orden el periódico. Cuando se sirvió una taza de café, observó una marca que dejó la taza en el mueble de la cocina.
—¿Te cuesta tanto tomar el paño y limpiar el mueble? —Laura murmuró maldiciones por varios minutos mientras limpiaba el mueble y la cocina. Cuando terminó su tarea, descolgó el teléfono y llamó a la oficina de Peter solo para enterarse que había tomado el día libre. Entonces marcó a su casa.
—Hola, somos Peter y Michael. No podemos contestar el teléfono ahora, por favor deje un de mensaje... beeep.
—Peter, ¿dónde estás? Llámame en cuanto puedas.
Al no conseguir desahogarse con la persona que quería, Laura llamó a la oficina de Jenny.
—Tienes suerte de que la señora Cranston haya cancelado —dijo Jenny cuando Laura entró en su oficina—. Tengo cuarenta minutos disponibles antes de mi siguiente cita. ¿Qué pasa? ¿Sigues teniendo problemas con tu compañera sacada del infierno?
—Ella me vuelve loca, Jen. La mujer no conoce el significado de la limpieza más que de ella misma. —Laura se dejó caer en el sofá y suspiró—. Revolvió todo mi periódico y apuesto a que es alérgica a meter los platos sucios al lavaplatos.
Jenny asintió con la cabeza, conociendo muy bien la obsesión de su ex amante de limpiar.
—¿Ella es realmente una haragana o simplemente no es tan limpia y ordenada como tú lo eres?
—No le estoy pidiendo que limpie el piso todos los días. —La escritora se defendió—. Pero, ¿la mataría pasarle un trapo al mueble de la cocina? Deberías de haber visto el cuarto de baño.
Sin darle oportunidad a Jenny a interrumpir, Laura continuó.
—¿Tú debes suponer que ella tendría que poner su toalla colgada en la barra justamente diseñada para eso, no es así? No, claro que no. Ella la dejó tirada arriba del cesto de ropa. No es que no hubiera en cualquier otro sitio una barra para colgar la toalla.
Jenny cerró sus ojos, no queriendo realmente preguntar.
—¿Qué había en la barra?
—Las braguitas, si es que se le pueden llamar braguitas al triángulo con un hilo dental. ¿Cómo puede estar a gusto con aquello metido entre su trasero de cualquier forma?
—No pienso que esos sean diseñados para la comodidad, Laura. Son probablemente para su trabajo.
—No me importa, no deben estar colgados en la barra para las toallas.
—Preferirías que colocara una cuerda para tender la ropa y los colgara por allí? Obviamente no son de la clase que deban meterse en una secadora. No todo el mundo lleva puestos suaves braguitas blancas de algodón —razonó Jenny.
Laura miró ceñudamente por las lógicas y obvias palabras de la terapeuta.
—Pues bien, pero ella no los puede dejar por allí —dijo finalmente, calmando su agitación.
—Entonces sugiérele alguna parte donde las pueda colgar. Si no después colgara su ropa mojada sobre la cortina para la ducha. ¿Qué otras cosas horribles hace?
—Piensas que estoy siendo irrazonable, ¿no es así?
—No estas siendo irrazonable, Laura. Tienes algunos puntos válidos. Especialmente en que Crystal no recoge su propio desorden. Sin embargo, tienes que ser un poco flexible. Ella paga ahora la mitad de las cuentas también. Ya no puedes tener el completo control del apartamento.
—¿Sabes?, voy a matar a Peter cuando lo encuentre.
—Lo sé —dijo Jenny, sabiendo que no era una amenaza en serio. Peter y Laura habían sido amigos desde la escuela secundaria, cualquier cosa que se hicieran uno al otro siempre se perdonaban—. Así que no se te ocurra molestarla por la ropa interior en el cuarto de baño.
Laura suspiró con resignación.
—Muy bien, pero ella tiene que ser más responsable y recoger sus cosas. No voy a ser su criada personal.
—¿Va a estar allí mañana por la noche?
—No sé. —Laura se encogió de hombros—. No había pensado en eso. Creo que tal vez estará trabajando.
—Deberías investigar eso antes de que todo el mundo llegue. —Jenny sonrió burlonamente—. O por lo menos le deberías advertir sobre tu madre.
Laura puso sus ojos en blanco y gimió.
—Por Dios, la reunión, lo había olvidado, ahora todo mundo será testigo. ¿Te puedes imaginar que diría mi madre si se entera de que vivo con una stripper?
—Enloquecería... Probablemente sería peor que cuando se enteró de lo nuestro —dijo Jenny—. ¿Y hablando del diablo, sabe que iré?
—No. Pero creo que no se sorprenderá por tu presencia. Sabes qué tienes un lugar muy especial en su corazón.
Jenny dio un resoplido burlón.
—No empieces, Laura. Sé muy bien que tu madre tiene sus costumbres muy arraigadas y nada le hará cambiar su manera de pensar. Voy sólo porque Bobby espera que esté allí.
—Y, dime, ¿qué le compraste?
Jenny sonrió.
—¿Te acuerdas de esos altavoces para el sistema estéreo que quería para su coche? Pensé que eso haría un gran regalo de graduación.
Los ojos de Laura se ensancharon.
—Estás bromeando. Eso te tuvo que haber costado más de 200 dólares.
—Doscientos ochenta y siete, realmente. —Jenny se encogió de hombros—. ¿Qué puedo decir? Le dije que si se lucía en sus exámenes de Física le regalaría algo especial.
—No me extraña que haya estudiado tan duro. Mamá y yo le dijimos que nada de altavoces.
—Bueno, tu madre le compró ese ordenador y la impresora.
—Y yo le compré los programas que necesitaba para tenerlo todo listo.
—Excepto por su acceso al Internet, su dirección de correo electrónico y un suministro ilimitado de todas las chicas solteras de todas las universidades del país —agregó Jenny.
—No creo que tenga que buscar mucho por una novia, Jen. Ya tiene a bastantes llamando a casa de mamá, ¿cómo una docena de chicas por noche buscándole?
—Te lo dije, ¿recuerdas? Cuándo tenía trece años de edad y sus cejas comenzaron a oscurecerse, ¿no te dije que las chicas irían todas sobre él? —La terapeuta sonrió satisfecha—. Hay algo en ustedes los Taylor que las mujeres no podemos resistir.
—¿Sí? ¿Entonces por qué estoy aun soltera? —Laura preguntó con una sonrisa.
—Porque la señorita correcta no ha llegado todavía. ¿Quién sabe? Tal vez tú y Crystal...
—Ni siquiera lo pienses —advirtió la escritora.
Un golpe rápido en la puerta fue seguido por la secretaria de Jenny abriendo la puerta y asomando su cabeza adentro.
—¿Señorita Foster? Su cita de las once en punto está en la sala de espera y parece muy angustiada.
—¿En serio? —Jenny levantó sus cejas en sorpresa. Miró en su reloj de pulsera y notó que su cliente había llegado media hora antes de su hora habitual. La terapeuta sonrió disculpándose con Laura.
—Creo que mejor aquí terminamos nuestra conversación. Te veo mañana por la noche.
—Ok, cariño.
Se dieron un beso y un abrazo rápido antes de que Jenny acompañara a Laura a la salida de su consultorio y en seguida entró la señora Duncan toda llorosa.
Capítulo 4
—Crystal —respondió Laura.
—Bien, ve el lado bueno de las cosas. Si Crystal es una stripper, tal vez te dará una función privada —bromeó Jenny, ganándose un golpe repentino en el muslo.
—No empieces. Esto es serio.
—Para mí también lo es. —La terapeuta estuvo de acuerdo, rozando con la yema de su dedo ligeramente el antebrazo de Laura.
—Sabes que no hay una ley que diga que las ex amantes no puedan dormir juntas de vez en cuando —dijo Laura.
—Es verdad —Jenny estuvo de acuerdo—. ¿Pero piensas en realidad que es buena idea?
—Oh, pienso que es una espléndida idea —dijo Laura con voz ronca, arrastrándose por el sofá hasta que sus labios estuvieran cerca de la oreja de su ex-amante—. Considéralo como una manera de recordar viejos tiempos.
—Debería de considerar mejor que estás excitada —contestó Jenny.
—Pues bien, la falta de sexo no fue nunca un problema en nuestra relación, si mal no recuerdo. —La escritora continúo presionando y mordisqueando el lóbulo de Jenny. Su voz tomó un timbre muy sensual—. ¿Qué te parece compartir tu cama conmigo esta noche, hmm?
—Diablos, odio cuando utilizas ese tono de voz —contestó Jenny, contrayendo sus labios.
—Si, que más puedo decir —murmuró, bajando sus dedos desabrochando los botones de la blusa de Jenny.
Pronto separó la blusa revelando una suave y blanca piel, sus pechos eran demasiado pequeños para perder el tiempo con un sostén. Laura la estiró en el sofá y comenzó a recorrer con sus labios a lo largo de la clavícula expuesta. De pronto sintió como los dedos de Jenny se enredan en su cabello guiándola hacia abajo.
—¿Estas algo ansiosa no es así, Jen?
—¡Deja de bromear...! ¡Oh! —Cualquier otra cosa que la terapeuta hubiera querido decir se esfumó cuando unos labios suaves se cerraron alrededor de su pezón y comenzaron a succionar.
Laura gimió sobre el seno con el que estaba jugando y presionó su cadera contra el cuerpo que se retorcía debajo de ella.
—Extrañaba esto —murmuró, besando el camino a través del pecho de Jenny para lamer y besar el otro pezón. Sintiendo como tiraba fuertemente de su blusa, se levantó y dejó que la terapeuta vagara un poco con sus manos.
—Seguro no vas a dejar que se arrugue ¿verdad?
Laura dejó de desabotonarle la blusa y miró hacia abajo a su ex-amante.
—Sabes que no me gustan las arrugas.
Quitándose la blusa, la plegó pulcramente y la colocó en la mesita de café. El sostén fue el siguiente, doblando las copas una dentro de la otra. Jenny se quitó su ropa superior completamente y la lanzó a través del cuarto.
—Sabes que odio eso —dijo Laura, mirando con intención la blusa arrugada.
—Y yo odio la manera en que tú tienes que doblar todo. —Jenny peinó con sus dedos el cabello negro de Laura.
—Soy un poco neurótica con esto, ¿no es así? —Se volvió a recostar dejando que sus labios se rozaran—. ¿Cómo pudiste vivir conmigo?
—Bueno, pudiste haber tenido otros defectos peores que ser una compulsiva obsesiva.
—¿Es eso como ser anal retentivo? —La escritora bromeaba mientras presionaba su muslo entre las piernas de Jenny, complacida por el gemido resultante. Plantó besos a lo largo de la mandíbula de la terapeuta hasta que sus labios encontraron una oreja enmarcada por cabello suave castaño—. Pienso que podemos encontrar algo mejor hacer que buscar los defectos de cada una. ¿No cree usted, mi pequeña analista? —Laura flexionó sus músculos para ejercer más presión.
—S-si, tienes toda la razón. —Jenny estaba de acuerdo, su aliento sonaba con jadeos entrecortados—. No más bromas.
—Creí que te gustaban las bromas. —Laura sonrió maliciosamente antes de bajar sus labios hasta el seno de su ex-amante—. Bromas y más bromas.
********
Crystal
gemía y se revolcaba en su cama durante varios minutos hasta que la pesadilla
se hizo demasiado intensa y despertó aterrorizada. El corazón le latía
aceleradamente, miró alrededor en la oscuridad, momentáneamente confundida por
el ambiente desconocido. Los números rojos del reloj despertador la alumbraron,
mostrándole que era muy tarde.“Maldición, no, esta noche no”. Silenciosamente suplicó para que el sueño no siguiera eludiéndola. Frustrada, se enderezó y trató de alcanzar sus cigarrillos y encendedor. Segundos más tarde el humo gris formaba remolinos alrededor de su cabeza. Es solo porque es mi primera noche en un lugar nuevo, se dijo a sí misma. El pensamiento no le sirvió de nada a Crystal para relajarse y se encontró encendiendo la lámpara, permitiendo que la ligera luz pálida alejara las sombras y le ayudara a disipar su miedo. Miró el reloj de nuevo.
—Creo que Laura no regresará esta noche.
Apagó su cigarrillo en el cenicero, abrió el cajón de su mesita de noche y sacó una pequeña pipa de metal y algo de incienso. Después de asegurar el incienso lo encendió, Crystal llenó la pipa con marihuana que tenía escondida en una pequeña lata. El deseo de despejar sus sentimientos era demasiado fuerte como para resistirse. Su organismo finalmente se relajó bajo la influencia de la droga, las imágenes de su pesadilla se iban disipando. Tenía la vista ya nublada y con el dorso de su mano se limpió con enojo a través de sus ojos mientras las lágrimas comenzaban a caer.
Habían pasado casi dos meses desde la última pesadilla y había tenido la esperanza de que desaparecieran para siempre. “Debí haberlo imaginado”, pensó amargamente mientras volvía a llenar el pequeño tubo. Las pesadillas... y los recuerdos que las causaban habían estado con ella por más de doce años ya y Cristal temía que nunca la dejaran.
La droga le pegó duro después de su tercera calada y cuando por fin llegó el sueño a la stripper, lo hizo ya sin las pesadillas.
********
Laura
llegó a casa a la mañana siguiente encontrando a Crystal sentada en la terraza,
fumándose un cigarrillo y leyendo el diario de la mañana. —Buenos días.
—Buenos días —contestó la stripper, colocando el periódico en la mesa.
De manera fortuita Laura miró ceñudamente las secciones del periódico por la forma revuelta en que estaban apiladas. “¿Por qué nadie pone las cosas de la forma en las que estaban antes?”, reflexionó silenciosamente.
—¿Has terminado con este?
—Sí. —Crystal dio una larga calada de su cigarrillo soltando el humo a través de la verja de hierro—. ¿Oye, te importaría si compro una cortina nueva para el baño? No me gusta la que tienes.
—Um... seguro. —Laura se encogió de hombros—. Esa sólo tiene algunos meses de uso.
—Sí pero no puedo soportar todas esas flores y holanes. —La stripper se levantó y metió su paquete de cigarrillos en el bolsillo de sus vaqueros—. Escogeré una nueva esta tarde de camino al trabajo.
Mirándole los senos ciñéndose contra la blusa de algodón, Laura se sonrojó ante el recuerdo de Crystal haciendo oscilar sus pechos para el público en el Tom Cat Club.
—¿En donde trabajas? —preguntó, esperando iniciar una conversación entre las dos.
—En el centro —contestó Crystal, tomando el resto de su café.
Laura dejó que evadiera la conversación, teniendo la sospecha de que el tema seguro no le era nada cómodo a la joven mujer.
—Compraré tacos esta noche para la cena. ¿Te gustaría que comprara algunos para ti también?
—No, no me gusta la comida de conejo. —Crystal miró su reloj de pulsera—. Me tengo que ir.
—Bien, que tengas un buen día. —Laura recibió un gruñido como respuesta de la stripper mientras le pasaba por un lado y entraba al apartamento.
“No puedo creer que accedí a esto”, pensó Laura.
Sus ojos miraron el desorden sobre la mesa. Crystal había dejado ahí su taza de café, un plato lleno con migajas, una toalla de papel arrugada, y el periódico desorganizado. Incapaz de dejar todo en completo desorden, Laura llevó los platos al lavaplatos y puso en orden el periódico. Cuando se sirvió una taza de café, observó una marca que dejó la taza en el mueble de la cocina.
—¿Te cuesta tanto tomar el paño y limpiar el mueble? —Laura murmuró maldiciones por varios minutos mientras limpiaba el mueble y la cocina. Cuando terminó su tarea, descolgó el teléfono y llamó a la oficina de Peter solo para enterarse que había tomado el día libre. Entonces marcó a su casa.
—Hola, somos Peter y Michael. No podemos contestar el teléfono ahora, por favor deje un de mensaje... beeep.
—Peter, ¿dónde estás? Llámame en cuanto puedas.
Al no conseguir desahogarse con la persona que quería, Laura llamó a la oficina de Jenny.
—Tienes suerte de que la señora Cranston haya cancelado —dijo Jenny cuando Laura entró en su oficina—. Tengo cuarenta minutos disponibles antes de mi siguiente cita. ¿Qué pasa? ¿Sigues teniendo problemas con tu compañera sacada del infierno?
—Ella me vuelve loca, Jen. La mujer no conoce el significado de la limpieza más que de ella misma. —Laura se dejó caer en el sofá y suspiró—. Revolvió todo mi periódico y apuesto a que es alérgica a meter los platos sucios al lavaplatos.
Jenny asintió con la cabeza, conociendo muy bien la obsesión de su ex amante de limpiar.
—¿Ella es realmente una haragana o simplemente no es tan limpia y ordenada como tú lo eres?
—No le estoy pidiendo que limpie el piso todos los días. —La escritora se defendió—. Pero, ¿la mataría pasarle un trapo al mueble de la cocina? Deberías de haber visto el cuarto de baño.
Sin darle oportunidad a Jenny a interrumpir, Laura continuó.
—¿Tú debes suponer que ella tendría que poner su toalla colgada en la barra justamente diseñada para eso, no es así? No, claro que no. Ella la dejó tirada arriba del cesto de ropa. No es que no hubiera en cualquier otro sitio una barra para colgar la toalla.
Jenny cerró sus ojos, no queriendo realmente preguntar.
—¿Qué había en la barra?
—Las braguitas, si es que se le pueden llamar braguitas al triángulo con un hilo dental. ¿Cómo puede estar a gusto con aquello metido entre su trasero de cualquier forma?
—No pienso que esos sean diseñados para la comodidad, Laura. Son probablemente para su trabajo.
—No me importa, no deben estar colgados en la barra para las toallas.
—Preferirías que colocara una cuerda para tender la ropa y los colgara por allí? Obviamente no son de la clase que deban meterse en una secadora. No todo el mundo lleva puestos suaves braguitas blancas de algodón —razonó Jenny.
Laura miró ceñudamente por las lógicas y obvias palabras de la terapeuta.
—Pues bien, pero ella no los puede dejar por allí —dijo finalmente, calmando su agitación.
—Entonces sugiérele alguna parte donde las pueda colgar. Si no después colgara su ropa mojada sobre la cortina para la ducha. ¿Qué otras cosas horribles hace?
—Piensas que estoy siendo irrazonable, ¿no es así?
—No estas siendo irrazonable, Laura. Tienes algunos puntos válidos. Especialmente en que Crystal no recoge su propio desorden. Sin embargo, tienes que ser un poco flexible. Ella paga ahora la mitad de las cuentas también. Ya no puedes tener el completo control del apartamento.
—¿Sabes?, voy a matar a Peter cuando lo encuentre.
—Lo sé —dijo Jenny, sabiendo que no era una amenaza en serio. Peter y Laura habían sido amigos desde la escuela secundaria, cualquier cosa que se hicieran uno al otro siempre se perdonaban—. Así que no se te ocurra molestarla por la ropa interior en el cuarto de baño.
Laura suspiró con resignación.
—Muy bien, pero ella tiene que ser más responsable y recoger sus cosas. No voy a ser su criada personal.
—¿Va a estar allí mañana por la noche?
—No sé. —Laura se encogió de hombros—. No había pensado en eso. Creo que tal vez estará trabajando.
—Deberías investigar eso antes de que todo el mundo llegue. —Jenny sonrió burlonamente—. O por lo menos le deberías advertir sobre tu madre.
Laura puso sus ojos en blanco y gimió.
—Por Dios, la reunión, lo había olvidado, ahora todo mundo será testigo. ¿Te puedes imaginar que diría mi madre si se entera de que vivo con una stripper?
—Enloquecería... Probablemente sería peor que cuando se enteró de lo nuestro —dijo Jenny—. ¿Y hablando del diablo, sabe que iré?
—No. Pero creo que no se sorprenderá por tu presencia. Sabes qué tienes un lugar muy especial en su corazón.
Jenny dio un resoplido burlón.
—No empieces, Laura. Sé muy bien que tu madre tiene sus costumbres muy arraigadas y nada le hará cambiar su manera de pensar. Voy sólo porque Bobby espera que esté allí.
—Y, dime, ¿qué le compraste?
Jenny sonrió.
—¿Te acuerdas de esos altavoces para el sistema estéreo que quería para su coche? Pensé que eso haría un gran regalo de graduación.
Los ojos de Laura se ensancharon.
—Estás bromeando. Eso te tuvo que haber costado más de 200 dólares.
—Doscientos ochenta y siete, realmente. —Jenny se encogió de hombros—. ¿Qué puedo decir? Le dije que si se lucía en sus exámenes de Física le regalaría algo especial.
—No me extraña que haya estudiado tan duro. Mamá y yo le dijimos que nada de altavoces.
—Bueno, tu madre le compró ese ordenador y la impresora.
—Y yo le compré los programas que necesitaba para tenerlo todo listo.
—Excepto por su acceso al Internet, su dirección de correo electrónico y un suministro ilimitado de todas las chicas solteras de todas las universidades del país —agregó Jenny.
—No creo que tenga que buscar mucho por una novia, Jen. Ya tiene a bastantes llamando a casa de mamá, ¿cómo una docena de chicas por noche buscándole?
—Te lo dije, ¿recuerdas? Cuándo tenía trece años de edad y sus cejas comenzaron a oscurecerse, ¿no te dije que las chicas irían todas sobre él? —La terapeuta sonrió satisfecha—. Hay algo en ustedes los Taylor que las mujeres no podemos resistir.
—¿Sí? ¿Entonces por qué estoy aun soltera? —Laura preguntó con una sonrisa.
—Porque la señorita correcta no ha llegado todavía. ¿Quién sabe? Tal vez tú y Crystal...
—Ni siquiera lo pienses —advirtió la escritora.
Un golpe rápido en la puerta fue seguido por la secretaria de Jenny abriendo la puerta y asomando su cabeza adentro.
—¿Señorita Foster? Su cita de las once en punto está en la sala de espera y parece muy angustiada.
—¿En serio? —Jenny levantó sus cejas en sorpresa. Miró en su reloj de pulsera y notó que su cliente había llegado media hora antes de su hora habitual. La terapeuta sonrió disculpándose con Laura.
—Creo que mejor aquí terminamos nuestra conversación. Te veo mañana por la noche.
—Ok, cariño.
Se dieron un beso y un abrazo rápido antes de que Jenny acompañara a Laura a la salida de su consultorio y en seguida entró la señora Duncan toda llorosa.
Historia Traducida por Alesita. Corregida por Abriles
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hahaha... todos tenemos esa amiga que nos sicoanaliza.. puuff... siempre tienen la razon hahaha....
ResponderEliminarPinguino