Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Un día Más - Yop

Una noche menos, un día más por sobrellevar en medio de su soledad rodeada de gente, de personas que poco o nada significaban en su vida, sólo pasajeros que casualmente coincidían en el mismo recorrido de ese viaje sin sentido en que se había transformado su devenir. Marisa tenía 28 años, y sentía que no le quedaba demasiado por experimentar, su vida resultaba una vorágine de sensaciones que al cabo de sentirlas la dejaban vacía. Mucho más vacía cuanto más intentaba llenarlas con locura desenfrenada de sexo y alcohol.


Eran las 5 de la madrugada y como tantas veces en el último año volvía a su departamento sola después de haber pasado la noche en compañía de aquella mujer de la que no recordaba su nombre, mucho menos su rostro. Si en ese momento alguien le hubiera preguntado como la había pasado, no podría responder, no porque no quisiera sino porque no guardaba en su memoria más que imágenes borrosas mezcla de música, humo, alcohol y sexo ocasional.
Le quedaban apenas seis horas para dormir, luego la “otra” Marisa, la que puntualmente llegaba a su trabajo todos los días a las 14,00 hs se levantaría, cambiaría su disfraz de chica despreocupada, por el de la distante y eficiente secretaria del Estudio jurídico más importante de la Ciudad y dejaría pasar su día entre expedientes y clientes a los que atendería con fría cortesía.
Abrió la puerta de su casa, nadie la esperaba, nada con vida había en ese lugar, fue hasta su habitación, se desmayó en la cama ebria de cansancio, adormecida de alcohol, sin siquiera quitarse la ropa, se sumió en un sueño inquieto, sobresaltado por imágenes que pugnaban por aparecer, por materializarse, imágenes de otro tiempo, de otra Marisa, feliz, sonriente, llena de proyectos, plena de amor, de un amor que ya no alimentaba su alma.
Su alma, a veces estaba segura que ya no la tenía consigo, que había partido en aquella noche de setiembre cuando Sonia había muerto. No pudo llorar, sus amigos la observaban entre atónitos e incrédulos, ella se mantuvo impertérrita, no había emoción en su rostro, sólo aquellos que la conocían bien podían notar la diferencia, Marisa, la fría y eficiente secretaria, miraba ya sin ver, sus ojos no reflejaban  nada, estaban apagados, el brillo que los iluminaba desapareció en el mismo instante en que le dieron la noticia del fallecimiento de la mujer con la que compartía su vida, su presente, sus sueños, su todo.
Su familia y amigos en vano intentaron acompañarla, contenerla en lo que sabían era un dolor profundo, iban a diario a su casa, la instaban a salir, se ofrecían a quedarse con ella, con el sólo fin de distraerla, pero indefectiblemente se encontraban con un muro infranqueable con la misma respuesta siempre: “Estoy bien, no necesito nada, la vida sigue…” y cualquiera estaría tentado a creerle de no ser porque todos sus hábitos, todas sus costumbres cotidianas se habían evaporado. No más caminatas por la costanera, no más reuniones con amigos, no más estudio, ya nada llamaba su atención. Poco a poco se fueron alejando de ella, así Marisa se sumió en una rutina que consistía en trabajo durante el día y salidas nocturnas.
Cada noche ella se vestía cuidadosamente y marchaba a los suburbios de la Ciudad, se introducía en un bar de mala muerte, del que cualquiera en su sano juicio hubiera huido y se disponía a beber, hasta que su cabeza dejaba de recordar, de pensar, de preguntarse por qué, se anestesiaba completamente. Nunca nadie la molestó en aquel sitio, pareciera que su dolor la protegía, el barman la veía llegar cada noche, en silencio le servía su bebida favorita, whisky sin hielo, lo repetía cada noche, cada vez que el vaso quedaba vacio.
Luego la observaba irse con la primera mujer que se le cruzaba, un simple intercambio de palabras, una copa compartida, y desaparecía hasta la próxima noche.
Marisa era demasiado bonita para pasar desapercibida, así que era sencillo, encontrar compañía ocasional, bastaba con mirar fijamente a su presa por unos minutos para conseguir que se acercaran, un roce leve iniciaba lo que sólo sería una noche más de sexo ocasional, no preguntaba nombres, no daba el suyo, sólo un intercambio breve de palabras sin sentido y partía con la mujer casual hacia el hotel de poca monta ubicado a pocas cuadras, la misma habitación, la misma cama, el mismo sentimiento de hastío después de una noche donde el sexo era el único protagonista. Como en un ritual, al cerrar la puerta del cuarto, las ropas iban cayendo, las manos iban buscando las zonas del placer y se entregaba al goce más primitivo, cuerpos húmedos, aromas conocidos, sabores siempre diferentes e iguales, matar la vida con el acto más vital…en el que no había más entrega que la del cuerpo; recorría a su amante completamente, sin dejar espacio de piel sin tocar, saborear, con intensidad llevaba a su compañera de noche al clímax, a sentir el orgasmo más pleno, al goce más profundo. Y cada noche el mismo sentimiento de decepción,  la incapacidad de sentir seguía allí, hermanada a su cuerpo. Cada noche la misma sensación de insatisfacción, reafirmaba su convicción de que todo había terminado para ella, que su vida se había clausurado esa noche de setiembre.
Una noche menos, un día más, Marisa se levantó de su letargo, se duchó y vistió prolijamente, su cuerpo esbelto mostraba signos de haber sido poseído con pasión, su alma en contraste no guardaba más que vacio.
Partió hacia la oficina con el tiempo suficiente para detenerse a almorzar en el mismo restaurant que la recibía a diario desde que Sonia había muerto, la misma mesa, el mismo mozo, similar menú, pero ese día sería diferente.
Usualmente no miraba a su alrededor, sin embargo ese mediodía algo atrajo su atención, una mujer sentada a su izquierda, con la mirada perdida en la lontananza, ajena al mundo ruidoso de platos, cubiertos y charlas inentendibles, quizás vio en ella un espejo, de pronto se vio a si misma así, ausente, inconmovible por lo que sucedía a su derredor, no obstante había una diferencia entre ambas, sutil a los ojos de la mayoría, pero tan obvia, tan patente para Marisa, la mirada de la joven no estaba vacía, en sus pupilas lucía como protagonista absoluta la tristeza. Desde ese día y durante más de dos semanas, ambas jóvenes se cruzaban en el mismo lugar, a la misma hora.
Marisa de pronto dejó de no pensar, sin percibirlo su mente se llenó con la imagen de aquella joven, sus noches de salidas y sexo se espaciaron, su cuerpo descansó por primera vez en mucho tiempo y el sueño retorno, dándole el descanso que había perdido…
Pasaron tres cortas semanas, al llegar al restaurant no la vio en la mesa habitual, sus ojos recorrieron todo el lugar, no estaba. Algo defraudada sin entender la razón de ese sentir, se acomodó en su mesa y ordenó el almuerzo. En ese momento la vio entrar, algo muy similar a una media sonrisa se dibujó en sus facciones, la joven devolvió y sostuvo la mirada, entablaron un diálogo silencioso. Pasaron varios días, y un jueves Marisa se decidió y se acercó a su mesa. No sabía que iba a decir, ni con que excusa se presentaría, ni siquiera tenía en claro porque lo hacía. Sólo estaba convencida que debía hacerlo…
Se acercó lento, como esperando que ella la viera e hiciera algún gesto que la animara, pero la joven no levantaba la mirada del plato de comida, sostenía con su mano derecha el tenedor y movía los trozos de carne de un costado a otro del plato…Marisa cobro valor y pronunció la palabra más ingeniosa que vino a su mente en ese momento.
-Hola
-¿Si?- Sorprendida,  Pilar levantó la mirada y se encontró con los ojos más bonitos que había visto en su vida, de color miel, muy claros, pero juraría que tenían chipas de un dorado más intenso.
- Me preguntaba si te molestaría compartir la mesa conmigo-
Pilar sólo atinó a levantar las cejas en claro gesto de no entender.
-Es que te miro, quiero decir, te veo hace semanas, almorzando acá sola, y no sé, me pareció buena idea, pero… si te incomoda, deja no importa, lo lamento…-dijo Marisa
-No, ¡espera! ¡¡No dije que no!!- e inmediatamente bajó la mirada como si su reacción ante la partida de Marisa la hubiera sorprendido
-Entonces, ¿Me puedo sentar?-
-Sí, claro….

Ese día la vida cambió para ambas, sin saberlo ambas recuperaron en ese instante la sonrisa, luego vendría el conocerse, el intercambiar historias dolorosas que se atenuaban al compartirlas; Marisa supo de las heridas que un amor mentido le habían causado a Pilar, de su entrega sin medidas, de cómo el dolor había calado tan hondo hasta sentirse seca por dentro.
De la soledad que era su fiel compañera, con la que compartía su vida, convencida que nada ni nadie iluminaria su camino. Pilar había dejado de soñar, se recluyó en su torre de cristal en la que ningún sentimiento podía entrar, así sentía que se protegía de sufrir, olvidando que al mismo tiempo cerraba la posibilidad de renacer en el amor...

Más tarde volvería para las dos el tiempo de la ilusión, de recomenzar a confiar, de entregarse al sentimiento más genuino de amarse, de oír canciones y pensarse, el tiempo de la pasión, de descubrir sus cuerpos, de dejarse vencer por la pasión, de la entrega del alma en cada poseerse, juntas volvían a creer, juntas sentían que la vida y el amor estaba en cada gesto, en cada mirada, en el olor de la comida al llegar a casa, juntas volvían a dejar de transcurrir la vida para sentirse intensamente en cada respiración, para ser una vez mas parte del consabido milagro de vivir…

Desde ese día Marisa dejó de restar, en adelante siempre fue, una día más, una noche más, una vida más…

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La Teta Feliz Historias y Relatos ® Yop Derechos Reservados
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1 comentario:

  1. Me he propuesto ser honesta y todo cuanto leo que me gusta quiero decirlo, porque sé de buena mano que para quien lo escribe es de agradecer. Me ha gustado esta historia, he conseguido visualizarla y todo :-)

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